domingo, 14 de junio de 2020

192. LA PIEDRA HORADADA POR EL AMOR


192. LA PIEDRA HORADADA POR EL AMOR (SIGLO X. ALBARRACÍN)

En el tiempo en el que Albarracín era gobernada por Abú Meruán, de la familia de los Abenracín, se escribió en sus sierras una de las más bellas historias de amor que se conocen. Ocurrió que el menor de los hijos de Abú Meruán, jinete ágil y conocedor como nadie del terreno, acostumbraba a recorrer las montañas del señorío, lo que le condujo a Cella, donde el alcaide del castillo solía recibirle hospitalariamente. Fruto de estas visitas fue el amor que el joven Abenracín comenzó a sentir por Zaida, hija única del alcaide, amor que pronto se vio correspondido.

Pero aquel sueño era imposible, pues el señor de Cella tenía proyectos mejores para su hija, a quien pensaba desposar con un emir de al-Andalus, más rico y más poderoso que Abú Meruán. Este, a quien el alcaide le debía vasallaje, apenado por el dolor de los jóvenes enamorados, envió una embajada al padre de la hermosa Zaida.
La comitiva, cargada de regalos, fue recibida con cortesía en el castillo de Cella. Pero a la hora de tratar del enlace, el alcaide manifestó que Zaida ya estaba comprometida. Los embajadores no desistieron, temerosos de la reacción de Abú Meruán, reacción que también temía el alcaide. Por eso puso una condición que creyó imposible que pudiera ser cumplida y, por otro lado, le dejaría las manos libres, quedando a salvo su integridad. Prometió acceder al matrimonio cuando las aguas del Guadalaviar regaran los campos de Cella. Los embajadores deliberaron y, tras pensar cómo hacer realidad tan extraña solicitud, pidieron un plazo para poder acometer el prodigio, plazo que se cifró en cinco años.
Cientos de hombres trabajaron noche y día horadando la montaña que separa el Guadalaviar de los llanos entonces sedientos de Cella. Poco a poco, por las entrañas de la tierra, un acueducto —que el Cid admiraría años más tarde y que todavía hoy es testimonio de aquel amor— lanzaría el agua clara del río encajonado a los campos abiertos de la llanada. Faltaban muy pocos días para cumplirse el plazo marcado y el agua llegó a Cella.
El joven Abenracín y Zaida, la bella morica de Cella, pudieron cabalgar juntos entre los trigales nuevos de su amor.
[Tomás Laguía, César, «Leyendas y tradiciones...», Teruel, 12 (1954), 127-129.]

191. LAS TRES MORAS DE ZARAGOZA


191. LAS TRES MORAS DE ZARAGOZA (SIGLO X. ZARAGOZA)

Mohamed Altabill, rey moro de Zaragoza, estaba orgulloso de sus tres hermosas y jóvenes hijas a las que mantenía encerradas en palacio por temor a que pudiera sucederles alguna desgracia, pero tanto celo paterno desagradaba a las muchachas. Por lo tanto, no es nada extraño que un día de invierno las tres moras, que habían estado urdiendo un plan de fuga durante mucho tiempo, escaparan de palacio sin destino conocido.
Cuando el rey se enteró de la huida, preso de un sentimiento confuso, mezcla de ira y de temor, llamó a sus tres mejores alférecesAlí Malhalí, Alhor y Alshama— y les encomendó la búsqueda de las princesas. Cada uno de ellos tomó una dirección distinta.
Alshama —que estaba enamorado de Sobeya, una de las princesas— contrató a unos judíos expertos que lograron encontrar el rastro de las hermanas, lo que le condujo en dirección al Alto Aragón, pasando sucesivamente por Zuera, Huesca, Sierra de Guara y Boltaña, en plena tierra de cristianos, pues las tres hermanas huían en dirección a Francia para refugiarse allí, ya que eran conscientes de ser perseguidas. De nada le sirvió a Alshama reventar varios caballos por haber cabalgado día y noche, pues nunca lograba dar alcance a las fugitivas.
Cuando Alshama llegó a Boltaña, la gente del lugar le previno del inminente peligro que acechaba en la montaña nevada, aconsejándole que no se aventurara a seguir con la persecución pues las nubes del puerto presagiaban temporal. Pero el moro, creyendo tener ya al alcance de su mano a las fugitivas, desoyó los consejos y se dispuso a proseguir el viaje con sus hombres. Así es que, dejó atrás Aínsa, remontó el río Cinca aguas arriba y a punto estaba de llegar a las afueras de Bielsa cuando le sorprendió una violenta nevada, acompañada de una ventisca de muerte.
Un trecho más arriba, pues su ventaja era ya escasa, también las tres hermanas se vieron sorprendidas por el temporal, tanto que la nieve acabó con su huida al cubrirlas con un espeso manto blanco bajo el que perecieron heladas, y allí quedaron para siempre las «tres sorores», como les llamaron los cristianos, en el valle de Chistau. De Alshama, el alférez enamorado de Sobeya, nunca más se volvió a tener noticia.
[Dueso Lascorz, Neus Lucía, Leyendas de l’Alto Aragón, págs. 51-55.]

190. LA REINA MORA DE GUARRINZA


190. LA REINA MORA DE GUARRINZA (SIGLO X. ECHO)

Una vez restablecidos de la sorpresa inicial que supuso la invasión musulmana, varios grupos de cristianos huidos de la parte baja del valle del Ebro, unidos a los montañeses, comenzaron una ardua, lenta y peligrosa tarea de desgaste en las tierras quebradas del norte pirenaico aragonés. Los escasos pobladores cristianos de estas tierras altas lograron poco a poco el apoyo de las gentes del otro lado de los Pirineos, temerosos también de que los musulmanes intentaran atravesarlos para extender hasta allí su dominio.
Fruto evidente de esta ayuda franca fue el retroceso de los agarenos, que debieron dejar libres muy pronto los valles de los ríos que vierten sus aguas claras en el Aragón. Sin embargo, una reina mora del valle de Echo, enamorada de estas bellas y altas tierras, decidió refugiarse y hacerse fuerte con su escaso séquito y su pequeña escolta en el hermoso valle de Guarrinza, en espera de mejores tiempos que nunca llegaron.
Construyeron sus hombres con notable esfuerzo una «dachera» o pequeño poblado y, durante un corto espacio de tiempo, la reina mora y los suyos pudieron seguir comunicándose con sus hermanos de religión y raza por el que se llamaría, desde entonces, Puerto de la Dachera. Los muchos túmulos de tiempos prehistóricos que hay diseminados por el territorio se convirtieron en improvisadas almenaras para sus propios rezos a Alá, desde los que entonaban en la orilla del «oued» (del pequeño valle) sus «rinzas» (u oraciones fúnebres). Así es como surgió, al parecer, el nombre de Guarrinza.
A las riquezas que la reina mora ya poseía se unieron los muchos tesoros hallados y arrancados a la Mina, de modo que la reina mora de Guarrinza era inmensamente rica, pero le servían de poco estando como estaba aislada del mundo y de los suyos por seguir viviendo en las montañas que amaba.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo finalizó la historia de aquel minúsculo enclave de la reina mora de Guarrinza.
[Brufau Sanz, Mª Pilar, «El tesoro de la reina mora», en Aragón, 276 (1965), 6.]

oued: alemán Aue.
Dachera: dacha en Rusia.