198. LAS REVUELTAS MUSULMANAS PREVIAS A LA RECONQUISTA DE SARAKUSTA
(SIGLO XII. ZARAGOZA)
A principios del siglo XII —poco antes de ser reconquistada la ciudad por los cristianos que capitaneara Alfonso I el Batallador— se respiraba en Sarakusta un ambiente de descontento y de absoluta anarquía como ponían de manifiesto los pequeños pero continuos intentos de sublevación contra el rey taifal de la Aljafería.
Una de aquellas habituales algaradas tuvo como protagonista principal a una hermosísima mujer que hacía algún tiempo se había quedado viuda, una mora llamada Adelfa, que habitaba en uno de los más suntuosos palacios árabes de la ciudad. Casi todos los hombres importantes del reino zaragozano pretendían su amor, pero sólo un tal Abuhasalem consiguió que Adelfa se fijara en él y aceptara sus proposiciones. Era éste sobrino del rey Amad Dola, que acababa de abandonar exiliado la ciudad forzado por la victoriosa sublevación de Ben Alhag.
Otro de los notables sarakustíestotalmente rendido y apasionado por la viuda Adelfa era Zila, quien, celoso, sin duda alguna, aprovechó el estado de anarquía reinante en la ciudad para dirigir hábilmente sus ataques contra Abuhasalem, afirmando que éste se había quedado en Sarakusta para derrocar al usurpador Ben Alhag y reconquistar el trono abandonado a la fuerza por su tío. Abuhasalem intentó defenderse a toda costa de la multitud que lo acusaba, pero nada pudo hacer y finalizó perdiendo la vida en la revuelta, aunque no sin antes acabar él mismo con la del embustero e intrigante Zila.
Cuando la sangrienta pelea entablada entre los bandos en discordia se hallaba en su pleno apogeo, la viuda Adelfa fue puesta a salvo por Teófilo, un esclavo cristiano de los moros, que la condujo y ocultó en la capilla de Santa María la Mayor. Pasaron algunos días y Adelfa, que había reflexionado sobre todo lo sucedido, pidió ser bautizada y se convirtió al Cristianismo. Y si poco se sabe de ella una vez liberada Zaragoza por Alfonso I el Batallador, sí al menos quedan noticias de que su cadáver fue sepultado en las catacumbas, junto con los innumerables mártires de Zaragoza.
[Sánchez Pérez, José A., El Reino de Aragón, págs. 105-111.]