209. EL TESORO DE EL CASTELLAR (SIGLO XV. CASTEJÓN DE VALDEJASA)
Si todavía lo es hoy en algunos aspectos, antaño el curso del río Ebro constituyó un obstáculo difícil de salvar dados los medios técnicos existentes. Pasar de la orilla izquierda a la derecha con garantías de éxito era el principal reto planteado a los ejércitos cristianos, problema que no se solventó hasta que pudo ser reconquistada Zaragoza, ya en el siglo XII.
Lo que sí hicieron los reyes pamploneses y aragoneses fue levantar fortificaciones vigía en la orilla izquierda, como las de Milagro («mirador»), Valtierra, Arguedas, El Castellar o Juslibol («deus lo vol»), que se convirtieron en puntos estratégicos dentro del sistema ofensivo-defensivo.
El Castellar, además de su alto valor estratégico, tenía el añadido de su sal, tan importante hasta el siglo XIX, de modo que aun dentro del mundo cristiano originó disputas su pertenencia, como la protagonizada por el obispo pamplonés por tenerlo dentro de sus límites diocesanos.
Es en este contexto estratégico donde se debe ubicar, según la leyenda, la huida hacia el éxodo de los moros que no aceptaron la conversión propugnada por Fernando II de Aragón, (el católico) como ocurriera en Castilla, de modo que abandonaron sus casas de manera precipitada, dirigiéndose desde la morería de El Castellar hacia los montes de Castejón de Valdejasa, aprovechando las dificultades del terreno y la vegetación.
En su apresurada huida —pensando en la llegada de mejores tiempos y, por lo tanto, en la posibilidad de volver a sus casas algún día—, por temor a que les fueran confiscados, escondieron varias arquetas repletas de morabetinos. E idearon un sistema cabalístico que sólo ellos conocían para esconder su tesoro y poderlo recuperar el día del regreso.
Pero la vuelta no tuvo lugar nunca y, aunque se ha encontrado alguna moneda suelta, el tesoro de El Castellar sigue oculto. Quizás las encinas y los quejigos más viejos tengan la clave; quizás esté en alguna pared derruida de ladrillo y teja árabe.
[Datos proporcionados por Xavier Abadía Sanz, de la Universidad de Zaragoza.]