domingo, 21 de junio de 2020

224. DOS PRETENDIENTES PARA ZAIDA (SIGLO XI. CELLA)


224. DOS PRETENDIENTES PARA ZAIDA (SIGLO XI. CELLA)

224. DOS PRETENDIENTES PARA ZAIDA (SIGLO XI. CELLA)


A finales del siglo XI, en la parte más oriental de la serranía de Albarracín, se alzaba un imponente castillo gobernado por el alcaide don Garcí Núñez, señor de Celfa, hoy Cella. Tenía este caballero cristiano una hermosa y única hija, llamada Zaida, cuyo amor se disputaban dos cualificados pretendientes: el árabe Melek, hijo del valí (walí) de Albarracín, y Hernando, conde cristiano del castillo de Abuán.

Don Garcí Núñez era padre y señor a la vez, doble condición que mediatizaba la decisión a tomar respecto al futuro de su hija. Por una parte, deseaba lo mejor para ella, pero, por otra, tenía que velar por los intereses de Celfa, cuya supervivencia dependía de las buenas relaciones de amistad con los señores vecinos, tanto moros como cristianos, y la disponibilidad o no de agua para hacer de su señorío un territorio habitable y rico.

Dispuesto el padre, pues, a elegir al mejor pretendiente posible para su hija y para el señorío de Cella, les impuso a ambos sendas condiciones, de modo que Zaida sería para quien antes cumpliera la suya: a Hernando la mandó buscar y hacer aflorar agua del subsuelo; a Melek, reconstruir el antiguo acueducto romano, que tomaba sus aguas en el Guadalaviar. De cualquier modo, quería asegurar el agua para la población de Cella.

Cada uno se entregó con tesón a su tarea, pero pronto un fortuito hecho acabó descubriendo a Melek que la muchacha prefería a Hernando, su rival. Un atardecer en que estaban todos junto al Cid, que andaba de paso por la zona y habían acudido a rendirle pleitesía, Zaida ofreció a Hernando agua amorosamente con sus manos. En un ataque de celos, Melek intentó acabar con su contrincante pero fue vencido por Hernando, aunque éste moriría también poco después a manos de un esbirro del valí, que vengó así la muerte de su hijo.

Zaida murió a los pocos días, incapaz de soportar tanta tragedia, pero hoy, muchos años después, en las noches de luna llena, se puede ver en las aguas de la fuente de Cellala imagen de una hermosa mujer dando de beber con sus manos a un apuesto galán.

[Deler, Pascual, «Tradición celdana: Zaidía», Xiloca, 3 (1989), 243-246.]

223. ALMANZOR Y LOS MOZÁRABES DE LA ALMUNIA


223. ALMANZOR Y LOS MOZÁRABES DE LA ALMUNIA (SIGLO XI. LA ALMUNIA)

223. ALMANZOR Y LOS MOZÁRABES DE LA ALMUNIA (SIGLO XI. LA ALMUNIA)


Desde mucho tiempo antes de que tuviera lugar la conquista de ambas poblaciones por los ejércitos musulmanes y de que se organizara la nueva administración a comienzos del siglo VIII, ya era venerada la que hoy se conoce como virgen de los Palacios tanto en La Almunia de Doña Godina como en la cercana Ricla. Por aquel entonces, además del templo que cobijaba la sagrada y apreciada imagen, existía un edificio anejo a aquél destinado a hospedería que servía de refugio de caminantes y menesterosos.

La invasión de los moros y la consiguiente imposición de nuevas costumbres por parte de los dominadores no pudieron terminar ni con las creencias ni con el amor a la Virgen de quienes pasaron a ser dominados, los mozárabes, aunque el culto, en general, y el de Nuestra Señora, en particular, quedaron un poco atemperados dadas las circunstancias y las enormes dificultades propias de quienes viven subyugados. Pero la fe en la imagen no murió y la ermita siguió siendo visitada y cuidada con esmero, sin que faltara nunca la llama encendida de una vela de cera.

Cuando los feroces y sanguinarios ejércitos de Almanzor —el gran azote de los cristianos que arrasaba todo cuanto encontraba a su paso— recorrieron el suelo hoy aragonés, los edificios del santuario de Nuestra Señora fueron confiscados y convertidos en palacio real, aunque el propio Almanzor en persona —no se sabe por qué— dio orden tajante de que no se profanara aquel pequeño templo, como ocurriera en tantos otros lugares. Además, por recónditas razones que nadie ha podido explicar, autorizó a los mozárabes almunienses para que pudieran seguir rindiendo culto a su Virgen, aunque conservada desde entonces en la casa particular de un mozárabe.

Una vez muerto Almanzor y fragmentado el Califato en múltiples y pequeños reinos de taifas, el rigor anticristiano se atemperó y los mozárabes de La Almunia y de Ricla pudieron devolver la imagen de la Virgen a su antiguo emplazamiento, a los palacios de Almanzor, de ahí que desde entonces hasta hoy se la conozca bajo la advocación de Nuestra Señora de los Palacios.

[Faci, Roque A., Aragón..., II, págs. 360-362.
Sánchez Pérez, J.A., El culto mariano en España, págs. 305-306.]

222. LOS AMORES DE RODERICO DE MUR Y ZULIMA


222. LOS AMORES DE RODERICO DE MUR Y ZULIMA (SIGLO XI. GRAUS)

222. LOS AMORES DE RODERICO DE MUR Y ZULIMA (SIGLO XI. GRAUS)


Caía la tarde cuando el caballero grausino Roderico de Mur, acompañado por sus guerreros cristianos, volvía victorioso e iba a entrar en la villa de Graus por la puerta de Chinchín. Regresaban de luchar en la Puebla de Castro. Los hombres que capitaneaba Roderico habían peleado bravamente y vencido a los moros, dejando tras sí la desolación y la ruina, además del cadáver de Alhor Ben-Alí, alcaide de la Puebla.

Cuando salían ya de la población vencida, oyeron los llantos de una mujer: era Zulima que lloraba la muerte de su padre, el alcaide. Roderico entró en la casa y quedó compungido por el dolor de la muchacha, a la que intentó consolar. Y, para tratar de paliar el dolor, el guerrero cristiano ofreció su casa y hacienda a Zulima, de la que se enamoró nada más verla, sentimiento compartido por la mora, a pesar de las circunstancias.

Zulima quedó confusa, pero ante el ofrecimiento sincero de Roderico de Mur, aceptó seguirle hasta Graus una vez que fuera enterrado su padre, aunque con una condición: que sería devuelta a la Puebla si el entendimiento y el amor no cuajaba entre ambos. Así se pactó, y ahora Zulima estaba a punto de entrar por la puerta de Chinchín en Graus, junto a Roderico y sus hombres.

La hermosa mora se habituó a vivir en Graus y recibió con el bautismo el nombre de María, a la par que crecía el amor por Roderico de Mur, de modo que se fijó el día de la boda.

Todo estaba preparado cuando, una mañana en la que Roderico había salido de caza, tres jinetes encapuchados llegaron a Graus, preguntando por el palacio de éste. Una vez allí, se hicieron conducir ante María, quien rápidamente reconoció en ellos a tres presos traidores que su padre tenía encarcelados. No hubo tiempo para defenderse. Murieron la doncella que la acompañaba, varios sirvientes y la misma María.

Cuando Roderico regresó, sólo pudo enterrar el cuerpo sin vida de su amada, enfermando gravemente de pena. Y, para que quedara constancia del gran amor que sintiera por María, mandó grabar en una piedra esta inscripción: «Roderico ama a Mariíca», piedra que colocó bajo la ventana de su palacio y cuyo testimonio todavía puede leerse hoy.

[Dueso Lascorz, Nieves-Lucía, Leyenda de Roderico de Mur y María (Graus). «Programa de Fiestas». Graus, 1985.]