lunes, 22 de junio de 2020

242. LA PERSECUCIÓN DE ELENA (SIGLOS X-XI. BIESCAS)

242. LA PERSECUCIÓN DE ELENA (SIGLOS X-XI. BIESCAS)

242. LA PERSECUCIÓN DE ELENA (SIGLOS X-XI. BIESCAS)


En nuestros pueblos y ciudades, las relaciones entre los musulmanes, dominadores, y los cristianos mozárabes, sometidos, solían ser generalmente pacíficas, pero, no obstante, en determinados momentos la coexistencia entre ambos pueblos se deterioraba.

En cierta ocasión, una joven muchacha de la localidad de Biescas, llamada Elena —que había salido a llevar la comida a su padre y hermanos y le aguardaban en la borda alta donde estaban trabajando— fue perseguida enconadamente por un grupo de moros armados. La muchacha, que apenas si mantenía corriendo la distancia que le separaba de sus perseguidores, sintió los efectos del cansancio y se paró para tomar aire y sentarse en una piedra.

En aquel momento, se sucedieron una serie de hechos absolutamente insólitos. La losa sobre la que descansaba Elena se convirtió en silla cómoda y, junto a ella, brotó una fuente abundante de agua clara que le permitió recuperar fuerzas. En el suelo, humedecido por el agua, quedaron marcadas las huellas de sus pies. Este último detalle no tendría importancia si no fuera por el hecho de que la joven se había puesto las zapatillas al revés para tratar de despistar a sus perseguidores, como así sucedió.

Esta estratagema le proporcionó una cierta ventaja, aunque al fin los moros perseguidores adivinaron la añagaza que había urdido la joven y volvieron a pisarle los talones.

Sintiéndose perdida, la muchacha se introdujo en una cueva para esconderse. Sin duda alguna, este hecho hubiera sido inútil si una araña, trabajando con celeridad inusitada, no hubiera cerrado con su tela sutil la entrada del antro. Porque, en efecto, al llegar allí los moros perseguidores y ver la telaraña intacta, dijeron: «Donde la araña tejió, Elena no entró». En ese momento, desorientados sobre el camino que Elena podía haber emprendido, desistieron en su persecución.
En la actualidad, una ermita y una fuente junto a la cueva delatan el paso de santa Elena, que todavía tiene allí su santuario, en las afueras de Biescas.

[Datos proporcionados por Isabel Castillo. Colegio «San Vicente de Paúl». Barbastro.]


Hay lugares que irradian un magnetismo especial, uno de ellos es el entorno de Santa Elena. La magia y el misterio rodean esta zona estratégica, que concentra la religiosidad popular del alto Gállego, que tiene su epicentro en la ermita de Santa Elena y más concretamente en su cabecera, que se encaja en la gruta donde la leyenda ubica la ocultación de la santa y brotan las milagrosas aguas de la gloriosa. En los alrededores el Congosto, las galerías defensivas, el dolmen, el puente del Diablo, la olvidada ermita de Santa Engracia…
Desnivel: 200 m. Duración: 2 horas. Época recomendada: todas. Punto de partida y de llegada: capilla de Santa Elena. Asentada junto a la carretera A-136, en pleno desfiladero del Río Gallego, se halla esta construcción religiosa ubicada a 4,5 km de Biescas y a 31 KM de Jaca, que permite a sus aledaños el estacionamiento de vehículos. Marca el inicio del Valle de Tena hacia el norte.

241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA DE MOROS


241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA DE MOROS
(SIGLO X. BOLTAÑA Y LABUERDA)

241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA DE MOROS  (SIGLO X. BOLTAÑA Y LABUERDA)


En Cadeillán, una población situada al otro lado de los montes Pirineos, donde había nacido, Visorio fue pastor de ovejas durante su niñez, antes de que iniciara los estudios de gramática, tocado por una prematura y firme vocación religiosa.

Siendo muy joven todavía, decidió trasladarse a la Península y eligió para instalarse las tierras de Sobrarbe, junto a un viejo y santo ermitaño, con quien estuvo conviviendo durante varios años en una cueva haciendo con él una vida eremítica antes de ordenarse sacerdote. Estando al cuidado del rebaño de ovejas que les servía de sustento a ambos, realizó varios hechos portentosos, al decir de sus contemporáneos, como el hacer que su simple cayado de madera de boj sirviera e hiciera de puente para que las ovejas de su rebaño salvaran desniveles enormes y cortadas inverosímiles.

Se hizo sacerdote, mas como la actividad sacerdotal vivida en comunidad no llegó a convencerle, decidió retornar a la vida de eremita, y se instaló en una cueva que estaba cercana a San Vicente de Labuerda, lugar donde entró en contacto con los niños Clemencio y Firminiano, que estaban dispuestos a seguir sus pasos. En aquel paraje, transcurría lenta su vida de penitencia y ayuno, ayudando cuanto le era posible a los pastores y a los ganaderos de la montaña en sus quehaceres cotidianos.

Un desdichado día, Visorio y los dos niños cayeron en manos de una partida armada de musulmanes. No era normal que éstos molestaran a quienes se dedicaban a la oración, aunque observaran una religión distinta a la suya, pero en esta ocasión la costumbre no se respetó. Los apresaron, los sometieron a torturas y, como si se tratara de un juego, los pequeños Clemencio y Firminiano fueron degollados sin piedad, mientras que el eremita era acribillado a flechas y le cortaban la cabeza.

Sus cuerpos sin vida permanecieron en la cueva insepultos, hasta que, transcurridos muchos años, una luz que apareció en la montaña, sin nadie que la produjera, condujo hasta la cueva a las gentes de San Vicente y Labuerda.

[«Gozos de San Visorio», en El Gurrión, 31 (Labuerda, 1988), 9. Rincón, W. y Romero, A., Iconografía..., II, págs. 20-21.]

NUNILO Y ALODIA, VÍCTIMAS DE LA INTRANSIGENCIA RELIGIOSA


240. NUNILO Y ALODIA, VÍCTIMAS DE LA INTRANSIGENCIA RELIGIOSA (SIGLO IX. ADAHUESCA Y BETORZ)

Nunilo y Alodia eran dos niñas de Adahuesca, localidad del somontano oscense, hijas de madre cristiana y de padre musulmán. Dada la radicalización de los primeros tiempos de la conquista, no fue nada fácil vivir en el seno de una familia mixta como la suya, pero fueron educadas por consenso de sus padres en la religión materna.

Cuando su padre murió relativamente joven, siguiendo los preceptos de la religión islámica, las niñas pasaron a estar bajo la tutela y amparo del pariente varón más cercano, que en este caso era un tío, cuyo radicalismo obligó a que ambas se educaran en adelante en la religión paterna, es decir, la islámica. Como la madre persistiera terne en su empeño de que fueran cristianas, a pesar del parentesco el intransigente tío las denunció ante la autoridad del juez musulmán de Alquézar.

Se tomó su tiempo el juez, buscando la mejor manera de solventar el problema, resolviendo al fin, movido por la juventud de las muchachas, no condenarlas. Pero al tío no le satisfizo aquella sentencia exculpatoria de modo que, enfurecido, decidió apelar a la autoridad del juez superior de Huesca.

Tras pasar vicisitudes varias por el camino, llegaron a la capital del distrito. Aquí, el juez Zumail, tras tomarles declaración y exhortarles a que adjuraran de la religión católica, les preguntó si estaban dispuestas a ello pues, de lo contrario, tendría que condenarlas a la pena máxima.

Las niñas se mantuvieron firmes y firme fue también la decisión de Zumail, que las condenó a morirdegolladas. Sus cuerpos sin vida fueron a parar al muladar.
Ocurrió que durante varios días, sendas luces de origen desconocido lucieron permanentemente en el vertedero donde habían sido abandonadas, por lo que pusieron al corriente del hecho al juez. Éste, para evitar cualquier tipo de reacción de la población mozárabe cristiana, ordenó horadar un profundo pozo y enterrarlas en él. Una vez cubierto, se señaló el lugar con una cruz.

[Datos proporcionados por Ana Mª Cavero, Eva Gálvez, Raquel Gutiérrez y Mª Soledad Laborda, del Colegio «San Vicente de Paúl». Barbastro.]