308. LOS CORPORALES DE ANDORRA (SIGLO XIV. ANDORRA)
Un día del siglo XIV, los nubarrones que se cernían en torno al mediodía sobre Andorra se convirtieron en una tormenta descomunal al caer la tarde. Pocos recordaban una borrasca semejante. Los relámpagos cubrían e iluminaban el cielo durante varios segundos, los rayos se estrellaban contra las lomas circundantes, los truenos eran ensordecedores y el viento tenía la fuerza del huracán. Las calles del pueblo estaban completamente desiertas y quienes se hallaban en el campo en el momento del aguacero se quedaron inmóviles parapetados al amparo de la mayor piedra que pudieran encontrar.
No de extrañar, pues, que, como sucediera en tantos otros lugares, la iglesia de Andorra, dedicada a santa María Magdalena, quedara completamente destrozada por las voraces llamas de un incendio provocado por un rayo, pues el fuerte aguacero de la tormenta fue insuficiente para acallar el fuego, atizado por el vendaval.
Cuando amainó la tormenta, todos los vecinos, formando una cadena humana para llevar agua que sofocase el fuego, hicieron cuanto estuvo en sus manos para salvar la casa de Dios, pero todo fue inútil, quedando en poco rato tan sólo las cuatro paredes del templo, pues la techumbre de madera se desplomó por completo al suelo.
Cuando pudieron entrar en lo que fuera amplia y hermosa nave, todo estaba carbonizado, excepto el Sagrario de madera que, aunque chamuscado, aparecía completo. Si aquel hecho ya parecía milagroso, más inaudito fue encontrar dentro de él, intactas, las formas consagradas, aunque habían adquirido un cierto color tostado.
Como no podía ser menos, guardaron con mimo las hostias, pero a pesar de todo su conservación fue deficiente, hasta que el arzobispo zaragozano mandó labrar una arqueta de plata sobredorada para guarecerlas, pero para entonces ya sólo quedaban algunos trozos. De cualquier manera, lo sucedido, por inexplicable para la razón humana, sirvió de reflexión a los infieles, muchos de los cuales, tanto moros como judíos, abrazaron la religión de Cristo.
[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 10-11.]