martes, 23 de junio de 2020

314. LOS PRESAGIOS DE LA CAMPANA


314. LOS PRESAGIOS DE LA CAMPANA (SIGLO XV. VELILLA DE EBRO)

Cuando la ciudad de Gaeta fue sitiada por las naves genovesas, acudieron a levantar conjuntamente el cerco los reyes Alfonso de Aragón, Juan de Navarra y Juan de Portugal. Comenzada la importante batalla el día 5 de agosto de 1435, finalizó no sólo con la derrota de los coaligados sino también con la prisión de los tres monarcas y de numerosos caballeros y soldados.

Aunque la desagradable noticia llegó al Reino, como es natural, algunas jornadas después, sin embargo es sabido que el día antes de producirse la derrota, una de las campanas de la ermita de San Nicolás de Bari, de Velilla de Ebro, tañó por sí sola, presagiando, sin duda, el triste acontecimiento.

Según la tradición, muchos han sido los acontecimientos, generalmente luctuosos, que han sido vaticinados por la extraordinaria campana de Velilla, cuya figura campea sobre gules en el escudo de la villa: la pérdida de España (711), el triunfo de Alfonso V en Nápoles (1442); el martirio de san Pedro Arbués (1485); o el fallecimiento de Fernando el Católico (1516), entre otros.
La campana llegó flotando por mar hasta la desembocadura del río Ebro, y llevaba encima dos velas encendidas que no se consumían ni apagaban nunca, a pesar del viento y del oleaje. Cuando alguien intentaba cogerla, se hundía para volver a reaparecer un poco más allá, fuera del alcance de los hombres y con las velas encendidas. Lo mismo ocurrió cuando, sin que nadie la impulsara, comenzó a navegar aguas arriba del río, remontándolo lentamente hasta detenerse frente al pueblo de Velilla de Ebro.

Cuando los habitantes de Velilla repararon en la presencia de la campana como varada a la vera del Ebro, intentaron cogerla, pero aquí también se hundía para reaparecer a algunos metros, hasta que, acercándosele dos doncellas, salió del río sin que nadie la tocara, permitiendo luego que los habitantes de Velilla, por fin, la llevaran hasta la ermita de San Nicolás de Bari, donde fue instalada.

[López de Ayala y del Hierro, Jerónimo, Las campanas de Velilla. Disquisición histórica acerca de esta tradición aragonesa. Madrid, 1886.
Carrillo, Martín, Anales y memorias cronológicas. Libro 5º, fol. 354. Bernal, José,Tradiciones..., pág. 224.
Beltrán, Antonio, De nuestras tierras..., II, pág. 127.]

313. LOS CORPORALES DE SAN JUAN DE LA PEÑA, INTACTOS


313. LOS CORPORALES DE SAN JUAN DE LA PEÑA, INTACTOS (SIGLO XV. SAN JUAN DE LA PEÑA)

Es sabido a través de testimonios distintos que el viejo monasterio de San Juan de la Peña padeció varios incendios a lo largo de su dilatada historia, hasta que, por fin, el declarado una noche de 1676 obligó a los monjes pinatenses a construir el convento alto o nuevo, que quedaría vacío con las desamortizaciones del siglo XIX.

Pues bien, en el año 1494, una parte del rocoso cenobio debió padecer una de esas quemas tan difíciles de sofocar dados los medios de la época y la escasez de agua para una emergencia de esta naturaleza. Los miembros de la comunidad, tanto frailes como donados, apenas con lo puesto pudieron ponerse a salvo y tuvieron que permanecer alejados de su casa hasta que el fuego se extinguió prácticamente solo.

El fuego devorador debió afectar esencialmente a la iglesia y a la sacristía, a las que, con evidente peligro de su vida, entró y se movió entre las llamas un arriesgado monje, que logró rescatar del fuego el contenido de varias arquetas, reliquias que eran fundamentales para el monasterio puesto que contenían, ni más ni menos, los cuerpos de san Indalecio y de su discípulo Jacobo, así como los de san Voto y Félix. Las antiguas arcas de madera que los contenían ardieron con facilidad y por completo, lo cual no deja de ser un fenómeno ciertamente milagroso.

Pero más portentoso fue todavía a la vista de todos el hecho de que la pequeña y bellamente trabajada arqueta que contenía el Santísimo Sacramento fue consumida completamente por el fuego, pero no las Sagradas Formas que estaban dentro de ella, que quedaron intactas.

El monje sacó de la iglesia en llamas las hostias consagradas envolviéndolas en la cogulla de su hábito, que les sirvió de amparo y custodia hasta que trajeron de Jaca otra arqueta finamente labrada, en la que fueron depositadas en un acto solemne.

San Juan de la Peña, el centro religioso en el que naciera Aragón, se sumó así a la serie de localidades aragonesas que vivieron prodigios similares.

[Briz Martínez, Historia de San Juan de la Peña, I, cap. 47, pág. 211.
Blasco de Lanuza, V., Historias eclesiásticas y seculares de Aragón, I, lib. 5, cap. 15. Faci, Roque A., Aragón..., I, pág. 18.]

312. LOS CORPORALES DE AGUAVIVA


312. LOS CORPORALES DE AGUAVIVA (SIGLO XV. AGUAVIVA)

Aunque los de Daroca sean los que han alcanzado fama en el mundo entero, no son, sin embargo, los únicos Corporales que existen en Aragón, pues se conocen al menos seis o siete ejemplos más, cual es el caso de los del pueblecito de Aguaviva.

Amaneció, como cualquier otro, el día 23 de junio de 1475 y, durante la misa, el párroco de Aguaviva consagró como era habitual una hostia. Pretendía conservarla en un cofrecillo de plata, junto con otras tres formas más pequeñas, para la procesión solemne del día siguiente.

El resto de la jornada transcurrió con absoluta normalidad, pero, entrada ya la noche, sin saber cómo ni la causa, el templo parroquial se convirtió en una gigantesca hoguera, de modo que solamente quedaron en pie las cuatro paredes cuando el fuego ya no tenía nada más que quemar. Como es lógico, la desolación hizo mella en el pueblo.

Al día siguiente, cuando todavía humeaban los últimos rescoldos, el párroco, con evidente riesgo personal, comenzó a hurgar entre las ruinas. De pronto, envuelta en cenizas, halló una pequeña cruz de plata, lo que le indujo a pensar que si las llamas habían respetado la cruz quizás hubieran respetado también al Dios que murió en ella.

Transcurridos cuatro días después del siniestro, vino a visitarle y consolarle el vicario de La Ginebrosay, mientras le atendía, dejó encargado a un muchacho que no dejara entrar a nadie entre las ruinas. Sin embargo, al poco rato se presentaron tres varones venerables quienes, sin hacer caso al guardián, penetraron en el templo derruido.

Corrió el joven a avisar al cura de lo ocurrido. Párroco y vicario salieron raudos hacia la iglesia y no vieron a los ancianos, pero sí observaron asombrados, sobre los restos del altar, la pequeña caja de plata con la hostia y las formas todas bañadas en sangre, pero enteras e intactas, y al entrar en contacto con el aire se tornaron blancas y tersas, tal como ser conservan todavía hoy.

[Bernal, José., Tradiciones..., pág. 117.]