320. GARCÍA AZNÁREZ TRAE A ARAGÓN LOS RESTOS DE SAN INDALECIO
(SIGLO XI. JACA)
Cuando comenzó su gobierno Sancho Ramírez, era señor del valle de Tena García Aznárez, querido tanto en la corte como en sus dominios. Pero, por causas desconocidas, un día cometió un homicidio, matando nada menos que a Céntulo de Bearn, personaje francés vinculado al rey. Temiendo la justicia regia, huyó a tierra de moros y ofreció sus servicios al rey de Sevilla al-Motamid.
Mientras esto ocurría, un viaje del abad pinatense don Sancho a Roma motivó que el papa Gregorio VII le pusiera en antecedentes acerca de la tradición existente sobre san Indalecio y los Varones Apostólicos, cuyo paradero se ignoraba, aunque se presumía que los restos de san Indalecio estaban en Urci, cerca de Almería, animándole a que hiciera algo por recuperarlos. Naturalmente, la empresa no era nada fácil, aunque las circunstancias la hicieron posible.
En efecto, pasaban los años y crecía el prestigio de García Aznárez al frente de sus huestes moras, pero también aumentaba cada vez más su nostalgia por la patria perdida. Por fin quiso expiar sus pecados acudiendo como peregrino penitente a San Juan de la Peña, cuyo abad, don Sancho, que era pariente suyo, y éste le encargó la misión de regresar a Andalucía y traer al cenobio pinatense los restos de San Indalecio, que se hallaban en Urci.
El proscrito y arrepentido caballero García Aznárez recibió la ayuda de dos monjes pinatenses, Evancio y García, que le acompañaron en la larga expedición de más seis meses, que se vio dificultada por el hecho de que los reyes de Sevilla y Almería estaban entonces en guerra. Lo cierto es que sólo pudieron dar con los restos del santo cuando un ángel se apareció una noche a Evancio y le reveló el lugar exacto del osario de san Indalecio.
Tras un largo y penoso camino de regreso, un Jueves Santo del año 1084 llegaban los despojos de san Indalecio a San Juan de la Peña, siendo recibidos fervorosamente por la comunidad, por el rey Sancho Ramírez y su hijo, el infante Pedro, así como por una muchedumbre de devotos que allí se congregaron. El proscrito García Aznárez se hacía acreedor al perdón real y el monasterio pinatense ganaba un inmenso tesoro que, cien años más tarde daría origen al «voto de san Indalecio» al que se adhirieron 238 pueblos de las montañas de Jaca.
[Aznárez, Juan F., «San Indalecio...», El Pirineo Aragonés, 5.286, Jaca (1985). Mur Saura, Ricardo, Geografía medieval..., págs. 16-18.]