martes, 23 de junio de 2020

326. NACIMIENTO DE LOS FUEROS DE SOBRARBE Y DEL JUSTICIA

8. ASPECTOS SOCIO-CULTURALES

8.1. LA JUSTICIA

326. NACIMIENTO DE LOS FUEROS DE SOBRARBE Y DEL JUSTICIA
(SIGLO XII. BARBASTRO)

Todavía no se había tomado a los moros la importante ciudad de Sarakusta y apenas se había sobrepasado el límite del pre-Pirineo, cuando la tradición legendaria hace nacer los fueros de Sobrarbe —origen de las libertades aragonesas y de la constitución política del reino—, y el Justicia de Aragón.

Cuenta la tradición legendaria que, tras una acción bélica rápida y victoriosa contra los musulmanes, unos trescientos caballeros sobrarbenses se reunieron, como era costumbre, para proceder al reparto del importante botín que acababan de conseguir, compuesto por armas, caballos, vestidos y enseres diversos, además de dinero, lo que dio origen a una gran controversia y a encarnizadas disputas, de modo que pensaron en la mejor forma de solventar de manera definitiva tan grave problema que les enfrentaba peligrosamente entre sí.

Después de largas y acaloradas deliberaciones, acordaron elegir un rey de entre uno de ellos, pero también un juez que estuviera entre ese rey y ellos mismos, al que llamaron Justicia de Aragón, y es opinión de algunos que antes eligieron al justicia que al rey.

Asimismo, antes de proceder a ambos nombramientos, como acababan de acordar, redactaron una serie de normas —que se llamarían fueros— que el monarca que saliera elegido debería jurar previamente, de manera que podría ser destronado si no las cumplía. Y, en adelante, cada nuevo rey, para serlo de forma efectiva, debería jurar que guardaría y haría guardar dichos fueros.

En virtud de este acuerdo pactado, los aragoneses han presumido siempre de que en Aragón antes hubo leyes que reyes.

[Ximénez Cerdán, Johan, Letra intimada, en Bonet, A.; Sarasa, E., y Redondo, G.,
«El Justicia de Aragón: Historia y Derecho», fol. XLIX vª. Delgado, Jesús, El Derecho aragonés, pág. 13.]

325. EUROPA BUSCA EL GRAAL


325. EUROPA BUSCA EL GRAAL (SIGLO XV. SAN JUAN DE LA PEÑA)

El Grial —o el Graal, como se le conoce en Europa—, la copa en la que bebió Jesús en la última cena, fue durante muchos siglos una de las reliquias más codiciadas y buscadas.

Casi todo el mundo admite que, una vez en Roma, fue san Lorenzo quien lo envió hacia Huesca y que luego —cuando llegaron los moros— peregrinó por el Pirineo hasta ir a parar a San Juan de la Peña, o sea, a Monsalvat para buena parte de los europeos. A partir de aquí nacen en Europa toda una serie de leyendas muchas de las cuales han cristalizado en obras teatrales, literarias o musicales de fama universal, como los dramas de Wagner, Parsifal o Lohengrín.

Aragón participó de esta corriente legendaria desde el momento que llega a Monsalvat, venido desde la corte del rey Arturo, el joven Parsifal, tras pasar por Huesca y Siresa en busca del Graal.

Ya en Monsalvat, Parsifal estuvo a punto de ver el cáliz —aquel que quien lo veía no podía morir en una semana al menos—, pero el abad pinatense le obligó a que antes hiciera méritos para ello pues, de lo contrario, podría ocurrirle lo que a su tío Anfortas, hijo de Titurel, que por ser indigno cayó fulminado ante el Graal.

Así es que Parsifal marchó de Monsalvat y se enroló con los cruzados, si bien pronto torció su camino al hacer caso a los malos consejos de la bruja Kundrie. Difícilmente hubiera podido ser digno de ver el Graal si un viejo ermitaño no le hubiera aconsejado volver al buen camino por la práctica del amor y de la caridad a su prójimo.

Cuando consideró haber acumulado méritos suficientes y, una vez nombrado «rey del Graal» por el rey Arturo, no sólo consiguió salvar a su tío Anfortas sino que, acompañado por los caballeros que le seguían, logró llevar el vaso sagrado desde Monsalvat a Oriente, donde permanecerá oculto hasta el día del Juicio Final.

[Andolz, Rafael, Leyendas del Pirineo..., págs. 177-184.]

324. EL SANTO GRIAL EN ARAGÓN

324. EL SANTO GRIAL EN ARAGÓN (SIGLO XV. SAN JUAN DE LA PEÑA)

Entre las reliquias más preciadas para los cristianos está, no podía ser menos, la copa en la que bebió Jesús en el transcurso de la última cena, tan preciada que son varias las poblaciones de Oriente y de Europa que se disputan el privilegio de poseerla y como tal la veneran y la muestran.

La legendaria tradición, en cuanto a Aragón se refiere, nos habla de cómo fue a parar la copa a manos de José de Arimatea, quien recogió en ella algunas gotas de sangre de las heridas abiertas a Jesús cuando agonizaba en la cruz. Poco después, ese cáliz fue a parar a Roma, sin duda llevado por el propio san Pedro cuando fundó la primera sede episcopal del cristianismo, y en Roma estaba en el siglo III.

Cuando tuvo lugar una de las más crueles persecuciones contra los cristianos, la ordenada por Valeriano, éste pretendió incautarse de los bienes de la Iglesia, de los que estaba encargado por el papa san Sixto el diácono oscense Lorenzo, quien pagó con su vida la osadía de entregar como bienes reales a varios pobres, lisiados y desvalidos, enviando secretamente el sagrado cáliz a Huesca, donde se hallaba cuando llegaron los moros.

Con la llegada de los musulmanes, al decir de la leyenda, comienza toda una peregrinación del cáliz por el Pirineo (San Pedro de Tabernas, Borau, Yebra de Basa, Bailo, Jaca, Siresa y, finalmente, San Juan de la Peña), aunque también lo reivindique fuera de las montañas pirenaicas el pueblo de Calcena (Cáliz de la Cena = Calcena), situado en las faldas del Moncayo, en cuyo blasón puede verse un cáliz en uno de sus cuarteles.

En San Juan de la Peña, monasterio que se vanagloriaba de poseer importantes reliquias, el Grial —el Santo Cáliz— era la más importante, puesto que había pertenecido al propio Jesús, aunque éste no era el único cáliz precioso que atesoraba el cenobio pinatense, alguno de los cuales sirvieron de moneda de cambio con los reyes aragoneses.

No es de extrañar, pues, que el rey Martín I el Humano pidiera el cáliz a los monjes pinatenses que se lo hicieron llegar a la Aljafería zaragozana. A partir de aquí, hechos históricamente ciertos nos muestran este cáliz en Barcelona, primero, y en Valencia, después, donde fue entregado por Alfonso V y donde todavía se conserva.

[Beltrán, Antonio, Leyendas aragonesas, págs. 131-133.]