domingo, 28 de junio de 2020

338. SAN SEBASTIÁN DETIENE LA PESTE EN AZANUY


338. SAN SEBASTIÁN DETIENE LA PESTE EN AZANUY
(SIGLO XIV. AZANUY)

Es históricamente cierto que, a finales del siglo XV, Azanuy perdió una tercera parte de sus habitantes respecto a comienzos de la centuria, pero esta no era la primera vez que la epidemia llegaba al pueblo. En el siglo XIV, una centuria negra para la población europea, la macabra visita fue sistemática, produciéndose múltiples escenas desgarradoras y mortandades masivas, como en tantos otros lugares de Aragón.

Los conocimientos médicos y los medios farmacéuticos del momento eran escasos para tratar de hacer frente a la terrible enfermedad, de modo que, ante la impotencia humana, a las gentes sólo les quedaba el recurso de aclamarse al cielo, buscando siempre para ello a un intermediario, santo o santa, que intercediera en su nombre, generalmente el patrón o patrona del lugar, algunos de los cuales estaban especializados en determinados males o catástrofes, como son los casos de san Roque, san Sebastián, san Jorge o santa Águeda, por ejemplo.

En esta ocasión, cuando la peste bubónica dio el primer aviso en el pueblo próximo, cundió la alarma en Azanuy, de modo que se cerraron las puertas de la población a los extraños, se limpió bien la fuente, se quemaron ropas y se destruyeron alimentos. Pero también tomaron la determinación de encomendarse a san Sebastián, pues les constaba que en otras aldeas había actuado como un auténtico talismán. Y como señal visible de la elección que había acordado, labraron un «pilaret» y lo colocaron frente a la principal puerta de entrada.

La espera se hizo tensa y expectante. Los días pasaron lentos y ningún vecino presentó síntomas de la enfermedad, no obstante, decidieron seguir aislados del resto de los pueblos circundantes por un tiempo, hasta que unos labradores de la cercana almunia de Abín Ferruz, que fueron a visitar a unos parientes suyos, les hicieron saber que el peligro había pasado.
Naturalmente, desde ese instante san Sebastián se convirtió en uno de los santos intermediarios favoritos de los habitantes de Azanuy.

[Recogida oralmente.]


337. LA PLAGA DE LANGOSTA DOMINADA POR LA VIRGEN


337. LA PLAGA DE LANGOSTA DOMINADA POR LA VIRGEN
(SIGLO XIV. ARÁNDIGA)

Inundaciones, largos períodos de sequía y plagas de langosta, aparte de brotes mortales de peste, se sucedieron durante todo el siglo XIV, provocando el hambre y la desolación en toda Europa occidental. La población disminuyó de manera ostensible, y la Península Ibérica y, dentro de ella, Aragón no fueron una excepción a tales males. Un verdadero sentimiento de pesimismo se adueñó de todo el mundo.

Dentro de este desolador y dantescoescenario general, conocemos situaciones dramáticas concretas, como la que ocurriera en la comarca de Arándiga, lugar donde confluyen los ríos Aranda e Isuela.

En efecto, en cierta ocasión, cuando la cosecha despuntaba firme en los campos de secano y en la huerta, se declaró una terrible plaga de langosta, tan grande que, al llegar volando, se oscureció el cielo por completo y, una vez en tierra, apenas si se veía ésta. Lo cierto es que, de no ocurrir un auténtico milagro, en pocos instantes todo quedaría agostado, sin vida, otro año más. La consecuencia sería otra vez la misma, el hambre...

Intentaron los vecinos espantar a los insectos haciendo todo el ruido posible con cacerolas, campanas, sartenes y cuantos instrumentos podían servir para ahuyentarlos, pero todo fue en vano. El pueblo entero, viendo perdido por momentos todo lo que era su sostén y modo de vida, imploró esperanzado a Nuestra Señora, llamada de la Huerta, paseando su imagen, tallada en madera y policromada, en solemne procesión por toda la huerta y la tierra aledaña del secano. Las plegarias eran mitad llanto mitad esperanza.

No obstante, no confiaban demasiado las gentes de Arándiga en que su invocación diera resultado, pues en otras ocasiones semejantes no había servido de mucho, pero lo cierto es que en aquel lance, a los pocos minutos, como por arte de encantamiento, murieron prácticamente todos los insectos, cuyos miles de cuerpos inertes sirvieron luego de abono a unas tierras que a punto estuvieron de ser esquilmadas una vez más.

[Bernal, José, Tradiciones..., pág. 199.]

336. LA PESTE DE LA CALLE BAJA


336. LA PESTE DE LA CALLE BAJA (SIGLO XIV. BUJARALOZ)

Se estaban viviendo momentos de angustia en la mayor parte de Aragón pues, como un auténtico reguero de pólvora, la peste bubónica, que había partido de los puertos del Mediterráneo, se fue extendiendo por todo el Reino. Poblaciones enteras quedaron incomunicadas y muchas comunidades fueron diezmadas por la muerte. El propio rey, don Pedro IV el Ceremonioso, se lamentaba ante los brazos de las Cortes de que la mitad de los habitantes de su reino había muerto apestada.

Como es lógico, las medidas de seguridad solían ser estrictas en todas las poblaciones, cerrándose las puertas de los muros durante la noche, de modo que no pudiera entrar nadie. Por el día, el control era también severo, aunque a veces, sobre todo en los días en los que se celebraba feria o de mercado, siempre cabía la posibilidad de que alguna persona contagiada por la peste pudiera introducirse sin ser advertido.

Precisamente, uno de esos días de mercado, a media mañana, un hombre pobre recorría pordioseando la calle Baja de Bujaraloz repleta de gente que iba y venía haciendo sus compras. Por el hecho de haber pasado el control de la puerta no levantó sospechas. Casualmente llamó en la vivienda de unas señoras mayores y la criada, compadecida, socorrió al indigente. Aquel acto de caridad fue el comienzo del fin, pues la peste entró en la casa.

Sin poderlo remediar, la peste se extendió con cierta rapidez por toda la calle Baja, de modo que el juez de Bujaraloz se vio forzado a aislarla por sus dos extremos levantando sendos muros de piedra. Toda la rúa quedó incomunicada y sus habitantes tuvieron que socorrerse a sí mismos, pues nadie podía entrar ni salir de ella.

Ante el temor provocado por la epidemia, los vecinos de la calle sometida a cuarentena se encomendaron con fervor a Nuestra Señora de las Nieves, a la que le prometieron dedicarle todos los años una fiesta si les libraba del mal. El milagro se hizo pues, excepto algunos casos aislados, los habitantes de la calle Baja y de Bujaraloz salieron al fin indemnes.

[Datos proporcionados por José F. Jarné Ubieto (profesor) y Marta Escorihuela, Mª Cinta Herrero, Mª Pilar Villagrasa y Mª Mar Villagrasa (alumnas), Instituto