domingo, 28 de junio de 2020

354. JUAN FERNÁNDEZ DE HEREDIA LUCHA CONTRA LOS TURCOS


8.5. ARAGONESES CON PERSONALIDAD

354. JUAN FERNÁNDEZ DE HEREDIA LUCHA CONTRA LOS TURCOS
(SIGLO XIV. MUNÉBREGA)

El Gran Maestre de la Orden de Malta, Juan Fernández de Heredia, había nacido en Munébrega, donde dejó familia y multitud de recuerdos y vivencias. La fama alcanzada tanto por sus actuaciones político-militares como por su intensa actividad literaria —puesto que pasa por ser uno de los iniciadores del Humanismo— no le hicieron olvidar nunca su cuna, como lo demuestra el siguiente hecho, adornado por la leyenda.

En su constante lucha por liberar los Santos Lugares, don Juan —al lado de los caballeros cruzados de su Orden— entró en batalla en varias ocasiones y lugares contra los infieles, en una de las cuales le vemos enfrentarse bravamente a los turcos a los que tomaron por las armas, tras ardua y dura batalla, una de sus mejores naves.

Junto con el enorme y rico botín capturado y, con gran sorpresa por parte de los vencedores, hallaron en la nave apresada una hermosa imagen de la Virgen. Ciertamente no se sabe si los turcos la habían robado en algún poblado, fruto de alguna de sus muchas correrías, o si pudo pertenecer a un cristiano que cayó cautivo en sus manos, pero lo cierto es que allí estaba la imagen, en las bodegas de la nave, entre el resto del equipaje.

Como eran cuatro los caballeros cristianos que se la disputaban, y no sabiendo cómo solucionar el dilema, pues ninguno de ellos cejaba en su intención de poseerla, apelaron a la suerte, de modo que decidieron sortearla entre todos. La fortuna se puso del lado de Juan Fernández de Heredia, que se sintió gozoso y feliz al verse dueño de imagen tan bella.

La guardó con gran esmero y cariño, llevándola siempre entre sus pertenencias personales, pero, en la primera ocasión que tuvo, don Juan la llevó consigo a su pueblo natal, Munébrega, depositándola en una ermita dedicada a san Julián, cercana a la villa, oratorio que pocos años antes había costeado y mandado construir una hija del Gran Maestre.
Como desconocían su verdadero nombre, dieron en llamarla Nuestra Señora del Mar, por haber sido rescatada en el mar bravío.

[Faci, Roque A., Aragón..., I, págs. 446-447.]

353. SANCHO FERNÁNDEZ DE HEREDIA Y LA CONQUISTA DE CERDEÑA


353. SANCHO FERNÁNDEZ DE HEREDIA Y LA CONQUISTA DE CERDEÑA
(SIGLO XIV. BURBÁGUENA)

En el pueblo de Burbáguena, vivía el noble don Fortuño Fernández de Heredia, señor de Godojos, cuyos hijos, dos valientes caballeros llamados Sancho y Lorenzo, partieron acompañando al infante don Alfonso a la reducción de la isla de Cerdeña. Después de varias batallas victoriosas, y una vez que fue firmada la paz, el infante premió a ambos hermanos, quienes decidieron comenzar una nueva vida al margen de la milicia. Mientras Lorenzo prefirió quedarse en la isla mediterránea, Sancho, como primogénito de la casa, se dispuso a regresar a Aragón, su añorada patria.

Embarcado en una galera con parte de los valerosos guerreros junto a los que había luchado, emprendía Sancho la vuelta ansiada. Ignoraba entonces que, tras tantos duros combates como había disputado en la isla, todavía habría de librar la última y más peligrosa de las batallas.

Ocurrió que, estando ya el barco en alta mar, se desató una tempestad como no se recuerda otra semejante, de manera que no había fuerza humana que pudiera auxiliar a aquellos desventurados, cuyo naufragio y muerte parecían seguros. Al verse desamparados e indefensos, alzaron sus ojos al cielo, hincaron sus rodillas en el suelo y pidieron a los respectivos patrones de sus pueblos para que intercedieran por ellos ante el Altísimo. Sancho, ferviente devoto de santa Ana, se aclamó a ella buscando su patrocinio.

En medio de tantos mareos, súplicas y oraciones, divisaron a lo lejos una luz tenue que cobraba mayor fulgor al acercárseles flotando sobre el agua. El misterioso resplandor apaciguaba los vientos y amansaba la mar a su paso. Cuando estuvo al lado de la galera y las aguas se aquietaron, los tripulantes, viéndose libres de todo peligro, se acercaron para descubrir que la luz procedía de un farol posado sobre una caja. Al abrirla, pudieron ver dentro de ella una pequeña imagen de santa Ana.

Don Sancho pudo quedarse con la imagen de la santa y, cuando llegó a su patria, la depositó en la capilla familiar de la iglesia parroquial de Burbáguena, donde todavía hoy se puede venerar.

[Faci, Roque A., Aragón..., II, págs. 186-187.]

352. EL RESCATE DE UN ESCLAVO ARAGONÉS EN JERUSALÉN (SIGLO XIV. INOGÉS)


352. EL RESCATE DE UN ESCLAVO ARAGONÉS EN JERUSALÉN
(SIGLO XIV. INOGÉS)

Un cristiano de origen aragonés —hombre muy trabajador, alegre y chistoso— se hallaba cautivo en manos de un turco en la ciudad de Jerusalén. Como es natural, no tenía otra obsesión que la de alcanzar la libertad y poder regresar a su tierra natal.

Un día, cuando estaba labrando los campos de su dueño, la reja de su arado tropezó y desenterró una imagen de la Virgen y, tras guardarla con sumo cuidado, se la llevó a su choza. Desde aquel momento, el aragonés cautivo se encerró en sí mismo y dejó de comunicarse con los demás, puesto que se pasaba todas las horas que tenía libres dedicado a su imagen. Naturalmente, esta nueva actitud del esclavo no pasó desapercibida a su amo, que quiso saber la causa del cambio, así es que le preguntó.

El turco, aunque ciertamente era respetuoso con las creencias religiosas de su esclavo, pensó en quitarle la imagen para que recobrara su estado de ánimo anterior, pero el aragonés, con la simpatía que le caracterizaba, logró disuadirle y conservar su tesoro.

Por fin llegó el deseado día de la liberación y el hasta entonces esclavo quiso llevarse la efigie consigo. Pero el turco, como dueño de la tierra en la que había sido hallada, no lo permitió. Ante la negativa, propuso el cristiano seguir un año más de esclavitud si con ello le permitía conservarla cuando marchara definitivamente. Lo pensó el turco y se manifestó dispuesto a acceder si ampliaba el plazo a siete años. Tan grande era la devoción del cristiano por su imagen que sacrificó siete años más de su vida por conservarla.
Cuando llegó finalmente el día definitivo, el liberado se embarcó llevando consigo la efigie que tanto le había costado conservar. Pensaba ir a Calatayud, donde la depositaría, pero, al pasar por Inogés, una fuerza misteriosa le impedía seguir adelante, de modo que tuvo que dejarla allí, donde se le construyó un templo adecuado y donde todavía es venerada bajo la advocación de Nuestra Señora de Jerusalén.

[Faci, Roque A., Aragón..., II, págs. 171-175.
Sánchez Pérez, J. A., El culto mariano en España, págs. 227-228.]