domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XI.


CAPÍTULO XI.

Varios sucesos de los Romanos y Cartagineses en España: cóbranse los rehenes que estaban en poder de Cartagineses, y otras cosas notables que acontecieron en ella, y muerte de los Scipiones.

No por haber tenido los cartagineses la rota y pérdida que referimos, perdieron el ánimo ni los pueblos amigos y confederados suyos les osaron dejar y pasarse a los romanos; porque los cartagineses, como hombres astutos y sagaces y que fiaban poco del amor de los españoles, les habían tomado rehenes y llevado a Cartagena, donde les tenían en muy buena custodia, y entre otras personas de cuenta que tenían, eran la mujer de Mandonio y dos hijas de Indíbil, mozas y muy hermosas; y con tales prendas estaban muy más seguros de los pueblos y ciudades confederadas, que si les echaran a cada una mil presidios.
Después de la retirada de Mandonio, tuvieron los romanos varios sucesos en España, que cuentan Livio, Florián de Ocampo, Medino, Pujades, Mariana y otros muchos autores. Fue entonces la venida desde Roma de Publio Cornelio Scipion por capitán en España, hermano de Neyo Scipion Calvo, con treinta naves y en ellas mil ochocientos soldados romanos, con muchos bastimentos y vestidos para los soldados que estaban en España, que necesitaban de ellos. Fue asímismo la venida de Hanon, capitán cartaginés, con cuatro mil infantes y quinientos caballos para engrosar el ejército de Asdrúbal. Destruyóse del todo la población o ciudad que llamaban Cartago vieja, que es donde hoy está Villafranca del Panadés, pueblo harto conocido en Cataluña, edificado por los dos hermanos Scipionés de las ruinas de la antigua Cartago, y quitándole este nombre en odio y por borrar y perder la memoria de los cartagineses, le dieron el de Villafranca, por los muchos privilegios e inmunidades y exenciones con que la adornaron; pero no bastó esto, porque la industria humana no basta a borrar memorias viejas, si el tiempo no ayuda a tales diligencias, antes cuanto más se quiere poner olvido, más se despierta la memoria de la cosa aborrecida. ¿Quién más aborrecido entre los gentiles, que aquel Erostrato que quemó el famoso templo de Diana de Efeso, y puesto en el potro, dijo haber hecho tal incendio por perpetuar su nombre y fama? y aunque so graves penas pusieron silencio a todos, mandando que no se le nombrase, no hay hoy persona de mediocres letras que lo ignore. Barcelona, ciudad principal de España, tomó el nombre de los Barcinos, linaje cartaginés, y así era nombrada (Barcino : Barchinona : Barcinona : Barçilona, Barcelona, etc.): no quisieron los Scipiones que nombre para ellos tan aborrecido como era el de los Barcinos, se perpetuara en ciudad tan insigne; metieron en ella nuevos pobladores de Italia, llamados Faventinos, y la nombraron Favencia, y así la nombra Plinio y otros, pero no pudo durar tal nombre, antes quedó olvidado, y la ciudad se quedó con el que le dieron los cartagineses, y el poder de los romanos, que sojuzgó el mundo y dejó memoria de su valor, no fue poderoso para hacer olvidar el nombre de un pueblo, antes bien a pesar de ellos persevera el nombre y memoria del linajey familia de su fundador. Aconteció también en estos mismos tiempos la ruina y destrucción de otra ciudad llamada Rubricada, que era del bando cartaginés, y estaba al poniente del río Llobregat (Lubricati), ora sea a la orilla del mar, ora en el lugar de Rubí, junto al monasterio de San Cugat del Vallés, del orden de San Benito. (San Cucufato o Cucufate : Sant Cugat).
Puso cerco a la ciudad de Sagunto que tan valerosamente se había defendido del poder cartaginés, y por no ser socorrida, se perdió: ésta estaba muy fortificada, y en ella había mucha riqueza, y la mayor de todas era las arras o rehenesque tenían en ella guardadas los cartagineses de los españoles sus amigos y confederados, y esta era la mejor fuerza con que tenían sujetos los más pueblos de España. La traza que tuvieron los Scipiones para tomarla fue esta: había un caballero español llamado Acedux, a quien habían encomendado la guarda de aquella ciudad, y había * aquel punto seguido el bando cartaginés, y cansado de sufrir sus violencias, quería pasarse al romano y dar libertad
a todas las personas que estaban por rehenes en aquella ciudad; porque airados los cartagineses de su mudanza, descargasen su ira sobre aquellos inocentes que estaban en su poder. Por esto se salió de la ciudad, y fue a hablar a Bostar, capitán cartaginés, que con poderoso ejército estaba en la campaña para impedir que los Scipiones no se llegaran a ella, y le dijo que convenía mucho dar libertad a los españoles, porque con aquella hidalguía obligarían a los pueblos a quedar firmes en su devoción, y les valieran en aquella ocasión que necesitaban de amparo y socorro, porque el bando cartaginés estaba algo menguado. Pareció esto bien a Bostar, y asignaron hora para salir de la ciudad, y lugar donde había de llevar los rehenes. Hecho esto, luego Acedux fue a decirlo a los Scipiones, y concertó con ellos que a la noche siguiente pusiesen guardas en el camino, y que él pasaría con rehenes, y tomarlashian, y con ellas ganarían la voluntad de toda España, restituyéndolas a sus pueblos. Con este concierto se efectuó todo puntualmente, y las rehenes fueron tomadas, y las enviaron a sus tierras, y fue muy grande la alegría de toda España, y mayor el amor que todos a los Scipiones concibieron; y era cierto que si los romanos quedaran allí donde estaban, todas las ciudades que habían cobrado sus rehenes se alzaran y tomaran las armas en su favor; mas como el invierno era cercano, contentos con lo hecho, se volvieron a Tarragona, y allá ennoblecieron aquella ciudad reedificándola con gran cuidado, y circuyéndola de fuertes murallas y torres, levantando grandes edificios y acueductos y solemnes templos que aún parecen y queda rastro de ellos, que designan que tal era aquella ciudad, cuando salió de las manos de los Scipiones.
Llegó por estos tiempos orden a Asdrúbal que, dejadas las cosas de España a Amilco, capitán cartaginés que había venido de Cartago, se pasase a Italia, porque juntado con Aníbal, los dos destruyesen la ciudad de Roma; pero a lo que Asdrúbal se partía de España, fue impedido de los Scipiones, que no muy lejos del río Ebro le salieron al encuentro y dieron batalla, cuya victoriaquedó por los romanos. Esta rota fue presto remediada, porque llegó poco después de ella Magon Barcino con veinte y dos mil hombres de a pie, mil quinientos caballos, once elefantes y muy gran cantidad de plata para hacer soldados, con que quedara del todo olvidada la pérdida pasada, si no los lastimara una muy cruel peste que vino a España y mató gran número de personas, y entre ellas Hamilce, mujer del gran Aníbal, y Haspar, su hijo; y estas muertes causaron que muchos pueblos que estaban por los cartagineses, se pasaron al bando romano. En estos tiempos fue ennoblecida la ciudad de Barcelona con fuentes, cloacas y otros edificios que hicieron en ella los Scipiones, cuyos rastros aún duran. Con estas prosperidades y buena fortuna, que siempre fue compañera de estos dos hermanos, y valiéndose de los soldados y amigos que tenían en España, quisieron echar de ella a los cartagineses; pero no salió como quisieron y pensaban, porque a la postre les vino a costar a los dos la muerte.
Había entonces en España tres valerosos capitanes cartagineses: estos eran AsdrúbalBarcino, Asdrúbal Gison y Magon. Estos supieron los pensamientos de los Scipiones; y para mejor resistirles, se fortificaron todo lo posible, llamaron en su ayuda a Indíbil, su amigo, y aunque hasta ahora había estado a la mira de todo sin meterse en las guerras pasadas, no pudo en esta ocasión tan apretada negar a los cartagineses lo que le pedían, porque, según se infiere de Tito Livio y veremos en su lugar, sus hijos y su cuñada, mujer de su hermano Mandonio, estaban detenidas en Cartagena en rehenes. Deseaba Indíbil echar los romanos de España, y hacer después lo mismo de los cartagineses, a quienes en esta ocasión prometió todo su favor y poder, que era mucho (por no poder hacer otra cosa); y acudió con muchos ilergetes y cinco mil suesetanos, que eran de una región de Aragón muy cercana a los pueblos ilergetes; y porque viniesen de mejor gana, les pagó de antemano.
En África buscaban los cartagineses sus favores. Reinaba un rey llamado Gala en una parte de ella, que era la más vecina a Cartago de la parte de poniente: era este rey muy amigo de los cartagineses, y la amistad estaba atada con vínculos de parentesco, porque Masinisa, hijo suyo, había casado con Sofonisba, hija de Asdrúbal Gison. Este, para valer a su suegro, pasó a España con siete mil infantes y quinientos jinetes, y desembarcó en Cartagena, 209 años antes de la venida de nuestro Señor al mundo. Fueron grandes estos socorros, y la parte cartaginesa sobrepujó a la romana: los vecinos del Ebro, que eran los celtíberos, estaban divididos, los unos por Roma, los otros por Cartago; y estos acordaron de no moverse, mientras los que estaban por Roma estuviesen quietos y sosegados. Serían estos pueblos de la Celtiberia muy poblados, porque eran más de treinta mil hombres los que se declararon por los romanos.
Deseaban mucho los cartagineses ocasión de topar con los romanos, porque confiaban de su poder y de los celtíberos, sus amigos: los romanos no menos confiaban de su buena fortuna y poder, andando los unos en busca de los otros; y por mejor comodidad, dividieron sus ejércitos de manera, que Asdrúbal Gison, Masinisa y Magon tomaron parte del ejército cartaginés, y Asdrúbal Barcino la otra. Los Scipiones hicieron lo mismo: Publio Cornelio tomó las dos partes, y NeyoScipion, su hermano, la otra; y con los treinta mil celtíberos, que era lo mejor que llevaba, se fue en busca de Asdrúbal Barcino. No pasó mucho tiempo que el uno estuvo en vista del otro, y solo había entre los dos un pequeño río que les dividía. Asdrúbal mandó que los celtíberos que llevaba embistieran a los de los romanos, y por otra parte envió algunos de los celtíberos de su ejército a los que estaban con Scipion, para persuadirles que dejasen la amistad romana, y ya que no quisiesen valer a los africanos, a lo menos no les dañasen, pues Asdrúbal y sus hermanos eran hijos de española, y casados con españolas. Esto lo supieron negociar con tal arte que luego aquellos treinta mil celtíberos dejaron a Scipion y se volvieron a defender y cuidar de sus casas y haciendas; y por más que Neyo Scipion se lo rogó que no se movieran, fue su trabajo vano, porque decían que no querían pelear contra sus naturales y parientes, ni dejar perder sus casas y haciendas. Quedó Neyo Scipion muy sentido de esto, y muy flaco su ejército; y con la poca gente que le había quedado, se retiró, con intención de juntarse con su hermano. Asdrúbal Barcino ya había pasado el río, y con toda diligencia iba tras de Scipion, deseoso de pelear con él.
Mientras pasaba lo que queda dicho, Publio Cornelio Scipion caminaba con su ejército contra Asdrúbal Gison y Magon, sin saber que Masinisa estuviese con ellos, antes, bien cuando lo entendió, quisiera no haber tomado tal empresa, y tuvo gran alteración, y esta se le aumentó, cuando vio que no rehusaban la batalla. Llevaba Masinisa unos soldados tan diestros, que apenas salía alguno del real de Scipion para leña, o forraje o por otros menesteres, que luego estos soldados no le matasen o cautivasen. a lo que estaba con estos trabajos Publio Cornelio Scipion, llegó Indíbil con siete mil quinientos hombres, que, como dice Livio los cinco mil eran suesetanos y que eran del reino de Navarra, y los demás eran ilergetes. Publio Cornelio Scipion quiso estorbarles que se juntasen con los demás, confiando que él era bastante para vencer a Indíbil y sus ilergetes y suesetanos, y dejando encomendado el real, con alguna guarnición, a Tito Fonteyo, capitán romano, salió a media noche a combatir con Indíbil. La caballería africana que corría el campo tuvo noticia de esto, y luego dieron aviso al ejército cartaginés, y acudió con tal presteza y diligencia, que llegaron a la que querían pelear Publio Cornelio Scipion e Indíbil. Fue grande la matanza que hicieron en los romanos: Scipion, que les iba animando y exhortando que muriesen como buenos soldados, fue herido con una lanza en el costado derecho, que le salió al izquierdo, con que cayó del caballo, y luego le dieron muchas y muy grandes heridas, con que dio fin a sus días; y los cartagineses que estaban junto a él, viéndole caer del caballo, mostraron sobradas alegrías, y publicaban a grandes voces su fallecimiento por toda la batalla, con la cual nueva no faltó cosa para quedar absolutos vencedores; y los romanos, abiertamente vencidos, comenzaron a huir, como mejor pudieron, y parte de ellos acudió al real de Tito Fonteyo, y muchos a una ciudad llamada Iliturge (I mayúscula, ele), y otros hasta Tarragona, y fue doblado más número los muertos en el alcance, que cuantos faltaron en la pelea. Los españoles suesetanos y su capitán Indíbily sus ilergetes fueron tenidos en gran estima, por haber esperado con tan poca gente a tantos romanos contrarios, no queriendo retirarse ni desviar la batalla, puesto que lo pudieran muy bien hacer sin perder algún punto de su buena reputación. Después de esto y haber refrescado la gente de Indíbil, se juntaron con Asdrúbal Barcino, que estaba en un lugar que Livio llama Astorgin (1: Anitorgis, Alcañiz, según Cortés), donde fueron recibidos con el contento que tan buenos sucesos como habían tenido podían causar. (Según el libro del padre Nicolás Sancho: En ella probamos con gran copia de datos y argumentos el sitio preciso de aquella Ciudad, y la mucha probabilidad que tiene la opinión de que la antigua Anitorgis de la Edetania corresponde a Alcañiz. Con cuyo motivo damos en el quinto Apéndice de la Sección segunda, muchas y curiosas noticias de las Ciudades, límites y circunscripciones de la Celtiberia y de la Edetania, según las respetables autoridades de Plinio, Estrabon, Ptolomeo, Tito Livio, y otros geógrafos e historiadores de conocida fama y reputación.)
La nueva de tan gran pérdida no había aún llegado a noticiade los otros romanos, aunque, según dice Tito Livio, había entre ellos un triste silencio y una secreta divinacion,(adivinación, presentimiento) cual suele ser en los ánimos que adivinan el mal que les está aparejado; y los sobresaltos que daba el corazón de Scipion, y sustos que tenía, eran indicios ciertos, no solo de lo que pasaba, mas aún de las desdichas e infortunios que le estaban aparejados, y presto le habían de venir. Íbase retirando con su ejército, caminando siempre de noche, hacia el río Ebro, donde hoy es Zaragoza (Caesaraugusta, Sarakusta);pero apenas fue partido, cuando tuvo sobre si los caballos númidas, que ya por los lados, ya por las espaldas, le iban picando. Entonces Scipion, que ya tenía sobre si todo el poder de los cartagineses y númidas, que con Masinisa e Indíbil le apretaban, se alojó con toda su gente en un montecillo no muy bien seguro; pero de los que había alrededor este era el más alto. Subidos aquí, tomaron en medio cuantos impedimentos y fardaje traían y juntamente los caballos, y puestos a pie todos sus dueños mezclados con el peonaje, rechazaban con poca dificultad, y sin tener otro reparo por los rededores, el ímpetu de los caballos berberiscos y jinetes númidas que siempre les daban rebato; mas como después llegaron los capitanes cartagineses con Masinisa e Indíbil, conoció Scipion cuán vano era trabajar en retener aquella cumbre o montecillo, no poniendo baluartes al rededor o fosas o vallados, e imaginaba con gran vehemencia, qué modo tendría para hacer alguna defensa. La cuesta, de su propiedad era rasa, de suelo pelado, tan duro y tan desolado, que ni criaba leña ni rama donde pudieran cortar maderos para los palenques, ni tenía céspedes o tierra de que hacer paredones ni reparos, ni mostraba disposición a las cavaso trincheras, y finalmente no hallaron aparejo de poder obrar algo con que se remediasen. Menos había malezas o pasos o riscos dificultosos de ganar, de subida trabajosa, cuando los enemigos llegasen; porque todo aquel montecillo precedía (o procedía, no se lee bien) llano, sin casi lo sentir, hasta dar en la cumbre. Queriendo suplir este defecto, comenzó Neyo Scipion a formar una semejanza de reparo por el circuito, con albardas y líosde los mulos que traían el fardaje, sobreponiéndolas muy bien atadas unas con otras, conformes al tamaño que solían tener en sus baluartes acostumbrados y verdaderos; y donde faltaban albardas y líos, metían ropas o cualesquier impedimentos que hiciesen bulto, por no parecer que de ningún cabo les menguaba. Lo tres capitanes cartagineses, al tiempo que llegaron, guiaban sus escuadrones contra lo fuerte de la cuesta, muy determinados a lo combatir, y la gente del ejército respondía con buena voluntad a su determinación, sino que la nueva manera del reparo, cuando lo vieron desde lejos, les hizo dudar algún tanto, creyendo ser defensa más brava. Sus principales y caudillos, viéndoles así parados, discurrían por las batallas enojados de su detenimiento; preguntábanles a voces: en qué se paraban; cómo no deshacían con los pies aquel espantajo romano; pues a mujeres o muchachos no se podía defender, cuanto más a tan denodados varones cuanto venían allí; que si bien mirasen los enemigos, que vencidos eran; escondidos que estaban tras de aquellas albardas pajizas, en llegando se darían a prisión o serían degollados a mano y sin pelea; que pasasen adelante, y no se detuviesen ni mostrasen pavor de tanta vanidad. Estas reprehensiones voceaban los capitanes africanos en menosprecio del reparo romano; pero verdaderamente venidos al toque, más difícil hallaron el saltar las albardas y líos, de lo que publicaban al principio, por estar entre si bien atadas y túpidasen harto buena alzada, y tras ellas haber hombres valientes y guerreros que todavía tenían ventaja centra quien llegase por defuera, como pareció casi luego que fueron acometidos, que solamente para romper líos y hacer entradas hubo menester grandes acometimientos, y se tardaron largas horas: mas al cabo, derrocados los reparos en muchas partes y metida la furia cartaginesa por ellos, ganaron el real de todo punto, sin poderlo valer Neyo Scipion. Allí sus romanos, hallándose pocos, atemorizados y confusos, morían despedazados por diversos lugares a mano de los cartagineses y de los españoles confederados, que venían muchos en cuantidad, ufanos y victoriosos con el buen despacho de la batalla pasada. Pudieron huir algunos romanos en los montes y sitios fragosos que no caían lejos, y por algunas partes acudían pocos a pocos, fatigados y heridos, al otro real, que fue de Cornelio Scipion, donde Tito Fonteyo, su lugarteniente, les amparó con la diligencia que bastaba su posibilidad, mas no para que dejasen de morir en todos estos caminos muchos buenos romanos y diestros. Con ellos pereció también su capitán mayor Neyo Scipion, dado que la manera de su muerte traten discrepantemente Livio y nuestros cronistas: unos certifican ser hecho pedazos entre los primeros; allá dentro del reparo, cuando se rompieron las entradas por los líos y defensas ya declaradas; dicen otros haberse retraído con unos pocos en una torre desierta cerca del real, y que los cartagineses al principio, no pudiendo quebrar las puertas al desquiciarlas a fuerza, las pusieron fuego por el rededor, y quemándolas, mataron dentro cuantos en ella quedaban, y también al capitán general. Como quiera que sea, murió de esta vez Neyo Scipion, según debía morir un caballero muy excelente, siendo pasados veinte y siete días después de la muerte de su hermano, y siete años cumplidos y pocos mes adelante, después de su venida a España. De esta manera tuvieron fin los dos hermanos Neyo Scipion y Publio Cornelio Scipion, sin valerles su saber y disciplina militar y la buena y próspera fortuna que siempre les fue compañera, aunque en la mayor necesidad se les volvió adversa. Esparciéronse los pocos romanos que de aquellos encuentros escaparon por España, sin hallar lugar cierto y seguro donde recogerse, porque como eran tan aborrecidos de los naturales, y los amigos de ellos se eran vueltos al bando cartaginés, era peor el tratamiento que se les hacía de lo que habían padecido en las batallas pasadas, y tantos más murieron en esta huida que en aquellas. El mejor acogimiento que hallaron fue en Tarragona y su comarca, donde quedaba Tito Fonteyo con algunos soldados romanos, el cual, y otro caballero llamado Lucio Marciolos recogieron, conservando las reliquias del pueblo romano esparcido por España, que atónito de lo que había sucedido, no sabía qué consejo tomar: y aquí acaba la historia del diligente historiador y erudítisimo varón Florián de Ocampo, el cual en cinco libros, por orden del emperador Carlos V, de buena memoria, recopila la historia de España, desde el principio del mundo hasta estos tiempos, que ha sido tan acepta y de tanta autoridad, que casi todos los que la han escrito después de él le han seguido, por haber este autor tenido por blanco la verdad; y es tan estimada de todos los varones doctos y sabios, que no sé cuál ha de ser mayor, el sentimiento de que no haya proseguido aquella, o el gusto y contento que tenemos de que el maestro Ambrosio de Morales la haya continuado, pues lo que el primero dejó imperfecto lo hallamos tan cumplido en este segundo autor, que parece que en lo que él ha dicho y hecho, ni poderse más añadir, ni aún los maliciosos que corregir; y así, tomando este autor por guía, y de los otros lo que fuere a nuestro propósito, continuaremos lo que se siguió después de la muerte de los Scipiones, hasta el fin de la obra, según será menester.

CAPÍTULO X.


CAPÍTULO X.

De los hermanos Mandonio e Indíbil, príncipes de los ilergetes, y de los sucesos * con Neyo Scipion.

Con esta victoria quedó Scipion muy respetado, y las cosas de los romanos con muy gran reputación, sin que nadie osase intentar novedades. Era el invierno recio, y los soldados estaban cansados de lo que habían padecido, y Scipion con ellos se pasó a la ciudad de Tarragona, tierra templada y de buen cielo: aquí invernaron, y Scipion partió entre ellos lo que habían ganado en las batallas pasadas, y quedaron todos contentos. Esto fue 215 años antes del nacimiento del Señor; y fue este año notable por los muchos portentos y prodigios sucedidos en España y otras partes. Oyéronse bramidos en el aire, temerosos y tristes; golpes de pelea, como que gentes no sabidas batallasen en las nubes: a muchos parecieron fantasmas y visiones espantosas; fuentes manaron sangre, y bestias dieron partos monstruosos y estraños, y algunos animales trocaron el sexo. Hiciéronse varios sacrificios, ya de animales, ya de hombres, imaginándose que con aquellos aplacarían la ira de sus falsos dioses: refiérenlos Florián de Ocampo y otros, aunque a Mariana parece fabuloso el sacrificio de los hombres.

El año siguiente fue muy próspero y feliz para Scipion, por las victorias que alcanzaron de los cartagineses sus capitanes, desbaratándoles sus armadas, y tomándoles, de treinta navíos que había en ellas, los veinte, que, juntados con los suyos y bien armados, corrió con ellos los mares del poniente de Cataluña, y saltando en tierra sus gentes, hicieron gran mal en los cartagineses. a la vuelta combatió la isla de Ibiza, y los mallorquines y de Menorca se confederaron con él; y aunque Asdrúbal, con poderoso ejército, vino para combatir la ciudad de Tarragona; pero su venida fue vana, por la mucha resistencia que halló en la gente que había dejado en aquella ciudad, y se hubo de volver a Cartagena, donde supo el daño que los de la armada de Scipion habían hecho en aquella comarca. Vuelto Scipion a Tarragona, recibió muchas embajadas de muchos pueblos de España, que se declararon por los romanos, y eran más de ciento veinte. Con esto y haberse declarado por ellos los pueblos de la Celtiberia, que eran los del poniente de Ebro, quedó muy aventajado el partido romano, por ser estos pueblos muchos, belicosos y fuertes, y muy constantes y firmes con sus amigos y confederados.
Vivía en los pueblos ilergetes un caballero llamado Mandonio, persona de gran valor y nobleza, (ymandón) y muy esclarecido por su sangre y linaje; porque, como dice Beuter, descendía de los reyes antiguos de España, y había sido rey de los Ilergetes. Tito Livio le llama vir nobilis, qui antea ilergetum regulus fuerat; el padre Juan de Mariana le llama hombre poderoso, que antes había tenido el principado entre los ilergetes; y Florián de Ocampo dice que era persona de muy noble linaje, tanto, que los días antes era tenido por principal entre todos los ilergetes, y era deudo de Andúbal, noble español que murió en una batalla que hubo entre romanos y cartagineses. Era este Mandonio hombre de grande ingenio y discurso y traza, valiente, bullicioso y travieso, y vivía retirado en el extremo de los pueblos ilergetes, en las montañas que hoy caen en el reino de Aragón. Tenía un hermano llamado Indíbil, igual a él en valor, fuerza y reputación; y ambos tenían muchos amigos y vasallos. Aborrecían extrañamente el nombre romano, y estaban muy apasionados por el bando cartaginés, y deseosos de vengar la muerte de Andúbal, su pariente. Si novedades no habían intentado, si quietos habían vivido, deteníales el poder romano, y la incertitud y fin dudoso de la empresa, que tanto más la juzgaban dudosa cuanto mayor era la fortuna de los romanos y prudencia de Scipion, su capitán, que por estos tiempos tenía alojada su gente en la marina. Mandonio trató con sus amigos, parientes y vasallos, nuevos movimientos y empresas que no debiera; y con las esperanzas que daba de buenos sucesos, fue oído y creído: siguiéronle muchos, y más en particular toda la gente que de novedades espera medros y buenos sucesos.
No faltó inquieto ninguno ni comunero que no le siguiese, porque todos aborrecían a los romanos y pensaban vengarse de ellos; y así, armados, corrieron y talaron la tierra de los romanos y sus confederados, haciendo robos, muertes e incendios, con gran fiereza e inhumanidad extraña. Extendiéranse, sin duda, mucho estas gentes y pasaran adelante, si no atajaran sus movimientos la prudencia y disciplina militar de Neyo Scipion, que, como prudente capitán, luego acudió con el remedio, desviando los daños que le esperaban, antes que aquella contagion inficionase los demás pueblos de Aragón y Cataluña, devotos del nombre romano. Juntó luego sus capitanes, que con tres mil soldados catalanes y romanos, fueron hacia los pueblos ilergetes, donde hallaron muy poca resistencia, por ser la gente de Mandonio bisoña y allegadiza, poca y mal avenida; y los de Scipion reglados y cursados en la guerra, y regidos por capitanes prácticos y concertados. Siguiéronles poco a poco, y tan a tiempo y con tales ventajas, que mataron muchos de ellos y muchos más tomaron presos, y despojados de las armas (que para ellos fue un gran castigo), les permitieron que sin ellas volviesen a sus pueblos; y Mandonio, enfadado de tan malos sucesos, con la gente que le pudo seguir se salvó en los montes.
Cuando Asdrúbal supo los movimientos de Mandonio, se persuadió que debía tener gran aparejo, pues se rebelaba contra los romanos y movía aquella guerra cerca de los
aposentos de ellos, y en tierra donde había muchas villas y lugares que eran de su bando, y nadie osaba declarárseles enemigo; y así, dado que él y sus cartagineses residiesen muy lejos de los pueblos ilergetes, no por eso dejó de hacer toda su posibilidad. Recogió de presto los africanos que más cerca tenía, dejó mandado que los restantes luego le siguiesen, y él comenzó de caminar apresuradamente la vuelta de Cataluña, para dar calor y ánimo a Mandonio, certificándole su venida con mensajeros enviados por diversas partes, porque si los unos eran impedidos por el camino, llegasen los otros; y no tardó mucho de llegar él en pos de ellos, y pasar las aguas del río Ebro, tan acompañado de gentes advenedizas, que sus enemigos, puesto que fueran cuatro tantos y no tuvieran contradicción en la misma tierra, no bastaran a se lesdefender. Alaban en este caso los autores latinos la sagacidad y prudencia de Scipion; porque
sintiendo que su poder al presente no bastaba para resistir al cartaginés, desvió la guerra discretamente por otra parte, negociando con los españoles celtíberos, sus amigos nuevos, que saliesen a ellos a gran prisa contra los otros pueblos de la parcialidad africana, pues era cierto, si lo hiciesen, que para socorrerlos Asdrúbal, había de tornar atrás o perder aquellos que perseveraban firmes en su favor, y no le convenía desamparar cosa tan cierta, por emprender la cobranza de estos otros ilergetes en quien había dificultad y duda. Los celtíberos accedieron a este ruego, por ser la primera demanda que sus amigos les pedían, y como fuesen hombres guerreros y puestos en armas a la continua, pudieron salir presto y muchos, y comenzaron a destruir la provincia contraria con grandes quemas y muertes en cuantos lugares y pueblos topaban; y de estos pueblos en los primeros ímpetus tomaron tres muy principales, a fuerza de combates, los cuales, dado que no declaran las historias qué tales fuesen, ni qué nombre tenían, ni en qué parte fuesen, parece claro ser importantes, pues el capitán Asdrúbal y toda la fuerza de sus banderas dio vuelta para les valer. Llegados aquí, luego los españoles celtíberos les vinieron al encuentro, tan determinados y bravos y tan encarnizados, que no se pudo menos hacer que pelear con ellos en dos batallas una tras otra muy crueles, en las cuales ambas el capitán Asdrúbal y toda su potencia quedaron vencidos y destrozados, y muerta gran suma del ejército cartaginés; y declara Tito Livio ser muertos en aquellas dos peleas hasta quince mil cartagineses, y presos cuatro mil. (En los autores latinos, sale Cataluña o catalanes, aunque sea en formas antiguas, como Cathalonia o así ?)

CAPÍTULO IX.


CAPÍTULO IX.

De cómo Asdrúbal llegó a los pueblos Ilergetes, y de lo que hizo en ellos.

No era bien salido Neyo Scipion de Tarragona, cuando Asdrúbal dio la vuelta segunda vez, y pasado el río Ebro se entró en la región de los llergetes, que no tenían la provisión de gente romana que era menester para resistirle; y el primer acometimiento fue sobre la ciudad de Lérida, que era la que había dado rehenes de seguridad a Neyo Scipion; y tales cautelas y diligencias tuvo con sus vecinos Asdrúbal, así de temores que les puso, como de blanduras y promesas amorosas, que no solamente le dieron el pueblo, sino que, viéndose favorecidos con él, tomaron sus mesmos vecinos las armas, y juntos con ellos los cartagineses, comenzaron a correr y a destruir las tierras y pueblos comarcanos, parciales y fieles al pueblo romano; y para desacreditar a Scipion y sus gentes, esparció fama entre los del campo de Tarragona y los pueblos llergetes, que los vecinos de los Pirineos habían bajado contra los romanos y sus amigos y les tenían muy apretados: y estas nuevas dañaron mucho a los romanos; porque los llergetes, que de su natural eran belicosos y generosos, luego se levantaron contra los romanos y se declararon por Asdrúbal, y lo mismo hizo Amusito, hombre principal y poderoso en la comarca o región de los Acetanos. Imitóle en lo mismo otro caballero de los llergetes, llamado Leónero, que se hizo fuerte y alzó con una ciudad muy principal de ellos, llamada Athanagria (1), que, según la más común opinión, sería Lérida; porque, según se infiere de Tito Livio, era la cabeza de aquellos pueblos; y juntos estos con los cartagineses, corrieron y talaron las tierras comarcanas parciales y fieles al bando romano, en venganza de las demasías y daños que los días pasados habían recibido. Scipion, que tuvo aviso de todo esto, no quisiera haber de meter en campaña sus gentes, que ya estaban repartidas en aposentos y deseaba tomaran algún descanso, por ser aquel invierno riguroso, y porque con mejor vigor pudiesen llegar al verano, para pelear con los cartagineses de poder a poder, y de esta manera dar fin a la guerra;

(1) Athanagria o Athanagia, como se halla en todas las ediciones de Tito Livio, dice Cortés que no pudo ser Lérida, como supuso Marina, ni menos Manresa, cuya última opinión impugnó ya Pedro de Marca: antes bien era Sanahuja(no se ve bien) nombre derivado de Azanagia, quitada por aféresis la primera letra, y convertida la g en j; cuya villa conserva aún muchos indicios de su antigüedad, y se halla en la raya divisoria entre los lacetanos y los ilergetes.

pero como cada día le llegaban avisos de los estragos que recibían sus amigos y que Asdrúbal se iba haciendo más poderoso, sacó las gentes de sus estancias y caminó contra los cartagineses, muy apesarado por la mudanza de los ilergetes. Asdrúbal, que supo la venida (de) Scipion, fingió ignorarla, y publicando que no hallaba mala voluntad ni contradicción con los ilergetes, dio vuelta y pasó otra vez el río Ebro, y dejando todos los pasos muy fortificados, se fue a Cartagena, imaginando que los romanos, viéndole tan lejos, se volverían a Tarragona o Empurias, y la región de los ilergetes quedaría sin daño alguno; pues él no se ponía en parte de donde pudiese causar nuevas alteraciones y sospechas. Scipion, que ya tenía las 
gentes en campaña y estaba para marchar, no dejó de proseguir su camino con grande prisa, recogiendo de paso muchos catalanes amigos suyos que le acudieron; y metido con ellos en la región de los ilergetes, no hicieron menos daño que los cartagineses habían hecho primero por la tierra del bando romano, tanto, que todas las personas principales y nobles que había en aquella comarca desampararon sus casas y se retiraron en la ciudad de Athanagria, con harto temor que no hiciese con ellos Scipion lo que los cartagineses habían hecho con Sagunto. Estando retirados en esta ciudad, fueron cercados y combatidos tan a menudo y por tantas partes, que dentro de pocos días se rindieron, y murieron en este sitio Leónero y muchos caballeros principales; y con esta victoria los demás pueblos del derredor quedaron obedientes a Scipion, el cual se tomó la jurisdicción de aquellos lugares, y recibió mayor número de rehenes que había antes recibido, y le pagaron cierto tributo para el gasto de la guerra, que, según dice Ocampo, serían ganados (a quien Tito Livio llama peccunia, porque los romanos al dinero y ganado todo lo comprendían debajo de este vocablo peccunia), metales y otras preseas, y no moneda, porque en aquellos tiempos, que era 200 años poco más o menos antes de la venida de Jesucristo señor nuestro al mundo, no la usaban. 

Esta victoria puso algún temor en los cartagineses y acreditó la buena fortuna de Scipion, el cual, por no perder tiempo, quiso perseguir a Amusito, caballero español y señor de los pueblos Acetanos. Este, en tiempos pasados, había favorecido mucho a los ilergetes, por serles muy amigo y haber liga y confederación entre ellos; y después de la pérdida de Athanagria, se había retirado a su tierra. Pero Scipion no por eso dejó de perseguirle, en odio de los cartagineses; y dejadas a buen punto las cosas de los ilergetes, dice Livio, que movió su campo hacia estos pueblos Acetanos, que son los que están entre los dos ríos Segre y Ebro, y eran confinantes con los ilergetes. a estos, la impresión de Tito Livio llama ausetanos, y es manifiesto error del impresor, ponderadas las palabras de aquel autor, el cual dice: In Ausetanos propè Iberum, socios et ipsos p*orum, procedit; utque urbe eorum obsessa. Lacetanos, auxilium *finilimis ferentes, nocte haud procul jam urbe, cum intrare *vellent excipit, insidiis; y esto no pudo ser, porque los ausetanos, que son los de la plana de Vique, ni están junto al Ebro, ni de muchas leguas se llegan a él, y los acetanos están muy cerca, pues viven en las orillas de aquel río y del de Segre; y así, ni Amusito, como dicen algunos, fue señor de Ausa, que es Vique, (obispado de Ausonia, Vich, Vic) sino de un pueblo o ciudad, que era el pueblo más principal de los Acetanosy que no sabemos el nombre, por callarlo Livio, aunque Florián dice llamarse Acete, sobre el cual puso sitio.
Avisado Amusito de los intentos de Scipion, llamó en su favor a los lacetanos, que son los pueblos que hay desde el río Llobregat hasta Gerona, cuyo pueblo más principal era Barcelona, y según opinión de Beuter, llamó, no a los lacetanos, sino a los jacetanos, que en esto corrige también la impresión de Tito Livio, que dice lacetanos (I mayúscula, no L (ele), Iacca, Iaccam, Jaca, Jacca, etc.), habiendo de hacer de la l, j, equivocación muy fácil del que traslada manuscritos antiguos: y es más verisímil haberse valido de los jacetanos, que son los de la ciudad y comarca de Jaca, que le eran vecinos; que no de los lacetanos, que le estaban más apartados y habían de pasar más tierra para juntarse con él. Sin estos, también llamó a los ilergetesque viven en la Seo de Urgel, porque a estos aún no había llegado Scipion, por estar más remotos, y les pidió Amusitoque, según las conveniencias y ligas que había entre ellos, le valieran en aquella ocasión. Juntáronse más de veinte mil hombres que salieron de las montañas que hay desde la Seo de Urgel hasta Aynsa (Aínsa) y Sobrarbe (Superarbe), en el reino de Aragón, gente valerosa y armada. Estaba concertado entre estos montañeses y los cercados, que saliesen a meter fuego en el real de los romanos, y mientras estarían ocupados en matar el fuego, darían sobre ellos antes que estuviesen advertidos del socorro que les venía de los montañeses.
No pasó esto tan secreto que lo ignorase Scipion, por medio de unas espías que cogió; y por evitar este daño, puso gente de a caballo en guarda de su real y cuidó que no tuviesen lugar, ni los de la ciudad a los del socorro, ni estos a los de la ciudad, de darse algún aviso, y él con un buen número de gente se puso en un paso, por el cual habían de venir estos montañeses que enviaba Amusito, que ignorantes de lo que estaba aparejado, venían de noche, sin capitán ni caudillo, y se metieron por un valle, donde toparon con la gente de Scipion, que al principio pensaron eran gente de Amusito, que les venían a encaminar a la ciudad y al real de los romanos. Presto vieron el engaño; porque les apretaron de manera los romanos, que mataron de ellos más de doce mil, y los que quedaron huyeron con el resplandor de la luna, procurando salvarse cada uno de ellos como mejor pudo. Amusito, con la tardanza de los montañeses, conoció que alguna desgracia les habría sucedido, por lo que no dejó salir a nadie de la ciudad, esperando nueva de lo que había sido. Con esta suspensión estuvo hasta la mañana, que vio a los romanos muy alegres y regocijados, y entendió lo que había pasado. Sintió mucho esta pérdida; pero no desmayó, confiando de la esperanza del tiempo, y de la nieve que continuamente caía, y de la falta de mantenimientos que habían de tener los romanos, y que por eso habían de salirse de aquellas tierras; porque donde menos nieve había pasaba de diez pies en alto. Scipion, por estas incomodidades y rigores de tiempo, no se apartó de su empresa y apretó la ciudad cercada; y aunque no la nombra Livio, no pudo ser Vique, como han querido algunos, sino otra que Ocampo llama Acete, cabeza de los pueblos acetanos, donde pasó todo esto. Duró el cerco treinta días; y aunque salieron Amusito con buen número de los cercados a meter fuego en las trincheras e ingenios de batir de los romanos; pero fue en vano, que por estar verdes y helados del tiempo, no prendió el fuego en ellos, y así no fue de provecho la salida. Scipion conoció que los cercados se cansaban; apretó más el cerco; y Amusito, después de haberle sufrido trienta (treinta) días, secretamente salió de su ciudad y pasó a la otra parte del Ebro, donde estaba la gente de Asdrúbal, y de allí se retiró a Cartagena. Los de la ciudad se dieron a Scipion, que les recibió sin quitarles nada de sus libertades y honras, con que pagasen veinte talentos de plata, que declarando qué eran, dice Ocampo ser mil seiscientas libras de plata fina de las libras antiguas, que cada cual de ellas tenía doce onzas de nuestro tiempo, de manera que montaban tanto como ahora dos mil cuatrocientos marcos de plata, que valen, reducidos al precio de moneda castellana, cinco cuentosy setecientos mil maravedísde la moneda menor de Castilla, cuyo marco se vendía, cien años ha, por dos mil y cuatrocientos maravedís. (1).
(1) Florián de Ocampo, lib. 5, c. 8.