domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XIV.


CAPÍTULO XIV.

De la enfermedad de Scipion, y de cómo Mandonio e Indíbil quisieron echar
a los romanos de España.

Scipion, después de haber dado fin a otros hechos notables que cuentan los historiadores, y por no tocar a cosas de nuestros ilergetes dejo, se estaba en Cartagena, donde enfermó. Agravósele aquella dolencia, mas no tanto como la fama encarecía, por la costumbre natural que los hombres tienen de acrecentar más en las nuevas que oyen. Esto fue causa que toda España, y principalmente lo más lejos de Cartagena, se alborotase, y se pareciese bien cuán grande alteración y movimiento hiciera la verdadera muerte de Scipion, pues un vano temor de ella levantó tan grande alboroto de cosas nuevas: ni los aliados del pueblo romano perseveraron en su amistad, ni el ejército mantuvo la lealtad debida. Mandonio e Indíbil, que habían esperado que, echados los cartagineses de España, ellos quedarían por reyes y señores absolutos de ella, viéndose engañados en esta su esperanza, porque Scipion, como ganaba la tierra para el imperio romano, así proveía en su gobierno y conservación con tanto recaudo y providencia, que nadie pudiese tener tal confianza; venida esta ocasión de revolver y destruir todo este buen orden, levantando sus pueblos, que eran los ilergetes y jacetanos, vecinos de Lérida y Jaca, y juntando consigo buena ayuda de celtíberos, que eran los vecinos de aquende y allende el río Ebro, y de ausetanos, que eran los que están entre el campo de Tarragona y Urgel, comenzaron a destruir los campos de los sedetanos, que eran los vecinos de Tarragona hasta Ebro, y eran amigos y confederados del pueblo romano. a mas (además) de esto, los soldados romanos y otros que había dejado Scipion en las comarcas de Deniay Valencia, aposentados cabe el río Júcar, se amotinaron, y fue muy necesaria la prudencia de Scipion para remediallo. La queja principal que publicaban era que no se les pagaba el sueldo; pero lo más cierto era la ambición de dos soldados particulares, llamado el uno Cayo Albio Coleno y el otro Cayo Anio Umbro: y se echó de ver presto su ignorancia, porque luego, sin cordura, tomaron insignias de capitán general, llevando delante sus lictores con las segures y haces de varas (la fascis etrusca, feix, fascismo, y la inventada feixisme, feixista, feixistes), que presto sintieron sobre sus espaldas y cervices. Estos aguardaban cada día nuevas ciertas de la muerte de Scipion; pero cuanto más atendían en averiguallo, más ciertos estaban de su vida y salud; y por eso muchos de los soldados amotinados dejaron a Anio y Albio y se redujeron al servicio de Scipion, de quien esperaban alcanzar perdón de aquel yerro.
Mandonio e Indíbil quedaron corridos de que aquellas nuevas hubiesen salido falsas, y se volvieron a sus casas muy avergonzados, con intento de aguardar en ellas lo que haría Scipion, el qual antes de tomar venganza de ellos, dio orden en el motín de sus soldados; y dudaba si castigaría solo las cabezas de aquel motín o todo el ejército, que era de ocho mil hombres; pero como su natural era inclinado a benignidad, se contentó con solo el castigo de las cabezas, que eran treinta y cinco hombres, gente plebeya y de poca consideración, y ordenó a siete tribunos, que cada uno de llos se encargase de la prisión de cinco de estos soldados, y que fuese sin alboroto; y por hacerles descuidar y pensar que el castigo de ellos estaba olvidado, publicó la guerra que pensaba hacer contra Mandonio e Indíbil. Ordenado esto, pensaron los amotinados que ya Scipion estaba olvidado del hecho, y juntos fueron a Cartagena para pedir el sueldo; y llegados allá, supieron los siete tribunos mover tan bien las manos, que antes de la noche tuvieron presos y maniatados los treinta y cinco que habían de ser presos; y porque nadie saliese de la ciudad, mandó poner guardas a las puertas, y subido en su tribunal, hizo un razonamiento a los amotinados, en que reprendió terriblemente aquel levantamiento, y que siendo ellos romanos, hubiesen osado alborotarse como los ilergetes y jacetanos, aunque estos, les dijo, siguieron a Mandonio e Indíbil, sus capitanes, regiae nobilitatis viros, varones de nobleza real y sus señores; pero “vosotros seguísteis y os sujetásteis a dos hombres salidos del arado, y porque os faltó pocos días el sueldo, hicísteis lo que Mandonio e Indíbil y sus ilergetes, pensando ser poderosos para echar del todo (a) los romanos de España, que tan victoriosos y poderosos están; y aunque muriera yo, había otros capitanes romanos, que habían de sustentar el señorío y ejército del senado y pueblo romano, como no faltaron cuando murieron mis padre y tío.» Y concluyendo su razonamiento, que fue muy largo, les perdonó a todos, por conocer que las razones que les había propuesto les habían movido a pesar, y tenían empacho de lo hecho; y luego mandó sacar a Albio y Anio con los demás amotinados, y atados a sendos palos, los mandó fuertemente azotar, como era costumbre de los romanos azotar a todos los condenados a muerte, y después les mandó cortar las cabezas, cayendo sobre sus espaldas y cervices las haces y seguresque mandaron a sus lictores que llevasen delante de ellos, en señal de majestad y grandeza: y después de hechos ciertos sacrificios para purgar el lugar y desenviolarlo, conforme lo que en su vana religión los gentiles usaban, y tomado de nuevo el juramento a todos los que habían sido culpados en aquel alboroto, mandó dar a cada uno de los soldados una paga, con que todo quedó sosegado y quieto, y con la sangre de los treinta y cinco quedó lavada la culpa y yerro de los demás.
Scipion, así que tuvo apaciguado el motín pasado, entendió en la guerra que había publicado contra Mandonio e Indíbil y sus pueblos, sentido de que hubiesen osado tomar armas contra el pueblo romano, de quien habían recibido el uno la libertad de su mujer, y el otro de sus hijas, con otros mil beneficios y buenas obras, y confesaban estarle muy obligados por ello. Estos dos hermanos, vueltos a sus casas, estuvieron suspensos esperando qué haría Scipion con los amotinados, creyendo que si el error de ellos era perdonado, lo sería el de ellos; mas después que supieron el castigo de los treinta y cinco, pensaron que su culpa sería igualada con la de ellos, y merecedora de igual pena: y porque a los que han comenzado a ofender no les parece nuevo error el perseverar, sino forma para escapar de no ser castigados; por esto, o para volver a mover la guerra o estar aparejados para resistirla, mandaron tomar las armas a sus vasallos, y juntando los socorros que antes habían tenido, hicieron un campo de veinte mil hombres de a pie, y dos mil y quinientos caballos, y con esto pasaron a los términos de los jacetanos.
Scipion, que tenía bien contentos y reducidos a su amor y obediencia los ánimos de todos los soldados, así en haberles perdonado y haberles pagado a todos, culpados y libres, su sueldo, como con tratar con ellos siempre con amor y blandura, todavía queriendo hacer jomada contra Indíbil y Mandonio, le pareció hablar con los suyos, antes que se partiese para ellos. La suma de lo que les dijo fue: que con diferente ánimo iba a castigar los ilergetes del que había tenido antes de dar la pena a los amotinados; que cuando castigaba aquellos pocos para sanar el mal de todos, como si cauterizaba sus mismas entrañas, así doliéndose y gimiendo, quemaba lo dañado, y con cortar las cabezas de treinta y cinco, había purgado el error o la culpa de ocho mil hombres; mas que agora iba a hacer la matanza de los ilergetes con gran ansia de verter su sangre y destruirles del todo, pues a enemigos tan porfiados solo el rigor les pedía poner remedio con el miedo. Con estas y otras buenas razones con que les acarició dulcemente, les aseguró más los ánimos, y se partió con ellos a pasar el río Ebro, y llegó a poner su real a vista de los enemigos. El lugar donde aconteció esta batalla fue un campo todo cercado de montes, donde mandó meter Scipion todos los ganados, así suyos, como los que había tomado de los enemigos, porque, con la codicia de hurtarlos, se metiesen allá dentro la gente de
Mandonio e Indíbil, y quedasen como encerrados; y Scipion con lo mejor de su ejército estaba escondido tras un monte, aguardando que entraran todos en aquel campo: todo sucedió así como él pensó y quería. Salió Scipion y embistió; trabóse la escaramuza luego, y fue muy reñida, mas los nuestros fueron con astucia cercados de los caballos romanos, y así pareció quedar por ellos la victoria: y aunque aquel día murieron muchos de los soldados ilergetes, no perdieron el ánimo, antes el día siguiente bien de mañana, por no mostrar punto de temor, se pusieron en el campo, ordenando sus escuadrones para pelear; y también les venció Scipion esta segunda vez, porque la angostura del lugar donde se peleaba le fue favorable, y también tuvo maña como los nuestros fuesen cerrados, sin que se pudiesen de ninguna forma aprovechar de su gente de a caballo, en que tenían su mayor confianza. Así fueron fácilmente desbaratados; y hubo otro daño también grande, que lo estrecho del lugar, y el hallarse los caballos romanos a las espaldas de los nuestros, no dio lugar a que nadie escapase, sino que fueron muertos casi todos, y solo se escapó una parte del ejército que, como mejor pudo, se había subido a la montaña; y estos viendo el peligro de los suyos, y el poco aparejo que el lugar les daba para ayudarles, en tiempo seguro comenzaron a retirarse, y con ellos Mandonio e Indíbil y algunos otros principales. Acabada la matanza, que fue grande y miserable, aquel mismo día fueron tomados los reales de los ilergetes, con pocos menos de tres mil hombres de guarda y servicio, y gran presa de todas maneras de riqueza. La victoria fue grande, mas no les costó a los romanos poca sangre, ni vendieron barato nuestros ilergetes sus vidas, que según Tito Livio, mil dos cientos, y según Apiano, mil quinientos mataron los enemigos, y quedaron más de trescientos heridos, que después la mitad de
ellos murieron de las heridas; y afirma Livio que no fuera la victoria tan sangrienta, si el combate hubiese sido en campo llano, y más apto para retirarse.

Capítulo XIII.


Capítulo XIII.

De cómo Scipion dio libertad a la mujer e hijas de Mandonio e Indíbil y de la oración que hizo Indíbil delante de Scipion.

a Indíbil, Mandonio y Edesco, nobles españoles, parecía que, restituyendo los rehenes a los demás, tardaba Scipion más de lo que debiera en volverles sus mujeres e hijas, y que debieran los cartagineses rescatarlas, ya que no habían sabido guardar la ciudad de Cartagena, donde las tenían guardadas. Sobre esto pasaron entre Asdrúbal y ellos algunas razones y pesadumbres, y el fin de ellas fue quedar desavenidos y muy disgustados de los cartagineses, que en ocasión que tanto necesitaban de sus amigos y estaban sin rehenes, dejasen de corresponder con sus amigos.
Estos disgustos engendraron en el pecho de los tres españoles pensamientos de dejar el bando cartaginés, de quien tan quejosos estaban, y volverse a los romanos, cuyo capitán, después de haberle muerto sus padres y tío, en vez de hacerles malas obras y tratar a sus mujeres e hijas como de enemigos, les hizo las honras y cortesías que hemos visto.
Estos pensamientos de estos caballeros españoles vinieron a deseos: solo detenía la ejecución el no hallar ocasión; pero un ánimo determinado presto la toma, y raras veces la deja pasar. Así lo hizo Edesco, que enfadado ya de tanta superchería como usaban con él los cartagineses, por cobrar su mujer e hijos, con muchos de sus parientes y amigos, se declaró amigo de Scipion, y se le vino a ofrecer por tal.
Mandonio e Indíbil deseaban hacer lo mismo; pero aguardaban ocasión en que no solo fuesen bien recibidos de Scipion, sino que el dejar a Asdrúbal fuese en ocasión que más necesitase de ellos, porque así más claramente conociese lo que perdía. Asdrúbal quería venir a batalla con Scipion y que esta fuese de poder a poder, antes que del todo le dejasen los suyos, que cada día se pasaban a Scipion, y los pueblos y amigos que había tenido, y de quien confiaba, todos le dejaban. Halláronse los ejércitos en la Andalucía, y el de Scipion llevaba muchas ventajas al de Asdrúbal. Un día, con buena disimulación, se apartaron Mandonio e Indíbil con sus gentes en unos collados altos, de donde, por ser las alturas de aquellas sierras continuadas con el puesto en que Scipion estaba, podían sin estorbo y verlo Asdrúbal pasar a él. Aquí se estuvieron algunos días, asentando su real por su parte con su gente, hasta que pudieron ya venir a verse con Scipion, en secreto, ellos con pocos de los suyos. Llegados ante él los dos hermanos, Indíbil habló por entrambos, y, según dice Tito Livio, aunque bárbaro, no imprudente, ni neciamente, ni con palabras mal ordenadas y sin concierto, como de un español
feroz se esperaba, antes con mesura y gravedad, y de mucho peso parecía en sus razones, que escusaba muy cuerdamente el pasarse a Scipion como cosa forzosa y necesaria, y no de ímpetu arrebatado y sin consideración; diciendo, que bien sabía él que el nombre de los que huían de una hueste a otra era abominable a los amigos que dejan y sospechoso a los que toman; que él no reprendía la costumbre de los hombres, si la causa y la verdad, y no el nombre solo, hacen el aborrecimiento tan dudoso; y que no culparían a nadie cuando se juzgase de ellos por esta común estimación, si no pareciesen muy justas las causas de su mudanza, para la justificación de ellos. Contó por orden Indíbil los muchos servicios que él y su hermano habían hecho a los cartagineses,
y la avaricia, soberbia y crueldad que siempre habían hallado en ellos. « En recompensa de esto, vistas, pues, las injurias, decía Indíbil, con que los cartagineses trataban a nuestros vasallos y a nosotros con ellos, con los cuerpos solos les seguíamos, que los corazones y voluntades acá andaban, Scipion, contigo en tus reales, donde entendíamos que era estimada y reverenciada la justicia y lealtad, y el respeto de toda virtud: esto venimos agora a buscar, acogiéndonos juntamente con humildad a los dioses, que nunca jamás consienten que las maldades públicas de los hombres queden sin castigo. Así, Scipion, solo te pedimos, que no atribuyas esta nuestra venida ni a honra, ni a vituperio, hasta que la experiencia de nuestras obras te muestre cómo debes juzgar de ellas.» Scipion les respondió muy humanamente, que así lo haría sin duda, y que no tenía por desleales a los que no tuvieron por firme la amistad de quien ningún acatamiento tenía ni a Dios ni a bondad. Mandó luego Scipion traerles sus mujeres e hijas, y dierónseles libremente, con un gozo de los unos y de los otros tan grande que no menos que con lágrimas lo manifestaban. Fueron aquel día huéspedes de Scipion todos, y el siguiente, asentada la amistad y hechas las alianzas, se volvieron a donde habían dejado su gente. Vueltos después con ella, Scipion les mandó aposentar dentro de su real, y llevándoles por guía, llegó cerca de la ciudad de Bétulo,que era en la Andalucía, cerca de donde están Úbeda y Baeza, aunque fray Juan de Pineda dice haber pasado esto en Cataluña, en el pueblo que hoy llamamos Badalona. Dióse la batalla, que cuenta muy largamente Ambrosio de Morales, y en ella Asdrúbal y los suyos quedaron destrozados, vencidos y del todo perdidos. En esta ocasión dice Polibio, que todos los que allá estaban y los cautivos en público le aclamaron rey, dándole de común consentimiento este título, así como se lo habían ya dado antes a Edesco, Mandonio e Indíbil; pero aunque él lo disimuló entonces por ser en secreto, esta vez les dijo que el nombre de capitán, que era el título que sus caballeros le daban, era muy grande para él, y que el nombre de rey era en otras partes grande, pero en Roma intolerable; y él tenía el ánimo real, y que si ellos tenían por gran cosa de él, que lo juzgasen con sus corazones, mas que no le hablasen con la boca; de lo que quedaron más admirados aquellos españoles, por parecerles grande su modestia, pues menospreciaba una honra y título tal, que con su grandeza suele espantar y poner atónitos a los hombres, y ya, como escribe Polibio, Edesco, Mandonio e Indíbil, cuando habían venido a darse a Scipion, le habían saludado llamándole rey; mas, como dije, no hizo por entonces caso de esto; agora sí, porque se comenzó a hacer en público y con consentimiento de todos.
Quedó muy agradecido Scipion de aquellos señores españoles y de todos los soldados, y dio a cada uno de ellos los premios según su valor y merecimiento, como lo tenía de costumbre; y a Indíbil, a quien reconoció aquella victoria y con nuevos beneficios quería obligar, le dio a escoger trescientos caballos de los que él quisiese, de los muchos que en el despojo se habían tomado. Debieron ser grandes los servicios de Indíbil, pues Livio señala el premio que Scipion le dio.
No dejaré de notar que el llamar Livio bárbaro a Indíbil, cuando cuenta el razonamiento que pasó con Scipion, fue porque los romanos a todas las naciones, excepto a los griegos, llamaban bárbaros, por parecerles el lenguaje de ellas áspero, duro, escabroso y poco pulido, preciándose ellos de lo contrarío. Esta palabra barbari, dice Estrabon que tuvo principio en Atenas, donde llegaban muchos extranjeros y querían hablar griego, y como no estaban acostumbrados a ello, a cada paso tropezaban, pronunciando esta voz: bar, barde donde quedó el vocablo barbarus que a solo comprende a los que tenían ruin y escabroso lenguaje, pero cuando querían notar a un hombre de ignorante, vil, fiero, cruel y de malas costumbres, le llamaban bárbaro; y estaban los romanos tan contentos y pagados de su lengua y de su bello hablar, que les parecía que ningún extranjero podía llegar al uso de ella, y cuando un español o de otra nación hablaba latín bien y pulido, y hacía un razonamiento elegante y bien concertado, lo tenían por cosa nueva y extraordinaria; y por eso Livio, antes de describir el razonamiento de Indíbil, hace salva, por parecerle nuevo ser un español bien hablado: Indilibis et Mandonius, dice Livio, cum suis copiis occurrerunt: Indibilis pro utroque locutus, haudquaquam ut barbarus, stolidè*(no se lee bien) incautèque; sed potius cum verecunda gravitate: propiorque excusanti transitionem ut necessariam, etc.

CAPÍTULO XII.


CAPÍTULO XII.

De la venida de Publio Scipion y presa de Cartagena, y de lo que pasó con las hijas de Indíbil y la mujer de Mandonio, grandes señores de los pueblos Ilergetes.

Tito Fonteyo y Lucio Marcio, capitanes romanos, que no serían menos animosos que los dos Scipiones, recogieron las reliquias del pueblo romano que habían escapado de las rotas pasadas. Estos pensaban que Asdrúbal los querría echar de España, y por lo que podía acaecer, juntaron toda la gente que pudieron, animándoles todo lo posible, y se pusieron a punto de guerra. Acercóseles Asdrúbal con toda su gente, aunque no leemos que Indíbil fuese con ellos; trabóse la batalla, y trocadas las suertes, la victoria quedó por los romanos, y los cartagineses, por su descuido y demasiada confianza, en dos encuentros que tuvieron quedaron vencidos, y dicen que murieron treinta y siete mil de ellos, y tomaron cautivos mil ochocientos treinta, con mucho bagaje; y de esta manera quedaron por entonces vengadas las muertes de los Scipiones, y ellos con mucha reputación. Luego que en Roma tuvieron nueva de todo esto, enviaron por capitán a Claudio Nero con algún socorro. Este capitán tuvo ocasión de acabar del todo el bando cartaginés, y en cierta ocasión que tuvo muy apretado a Asdrúbal, escuchó tratos de paz que no debiera, y en el entretanto se le escapó; y apesaradode esto, o llamado del senado, se volvió a Italia, sin haber hecho en España cosa de consideración.
Tratábase en el senado de Roma, de enviar persona de valor y partes necesarias para el gobierno de España; pero las muertes de los dos Scipiones habían de suerte amedrentado los ánimos de los senadores, que nadie osaba encargarse de tal empresa. Estaban en esta suspensión y esperando quienes se declararían por pretensores del cargo de procónsul de España, que otro tiempo había sido codiciado de muchos; pero nadie se mostraba deseoso de una provincia, donde en menos de treinta días habían muerto a dos capitanes tan valerosos, como eran Neyo Scipion y Publio, su hermano. Entonces se renovó de veras el dolor del daño que en España habían recibido, y hablaban entre si con mucho despecho de ver que hubiese venido Roma a tanta desventura y abatimiento, que nadie quisiese tomar cargo que tan codiciado solía ser. Era esta suspensión y maravilla muy común, y la gente vulgar se indignaba contra los senadores, por estar el valor y ánimo tan caído entre ellos.
Estando la ciudad de Roma junta en comisión en el campo Marcio, con la angustia y aflicción que queda dicho, súbitamente se levantó Publio Scipion, hijo de Publio Scipion el había muerto en España, mancebo de solos veinte y cuatro años, y en voz alta y muy autorizada, que muchos pudieron oír, dijo que él pedía este cargo, y luego se subió en lugar más alto, donde pudiese ser visto de todos; y maravillados de su grande ánimo, comenzaron a darle el parabién del cargo, promietiéndose que había de ser muy venturoso, para gloria y acrecentamiento del pueblo romano. Tomáronse por mandado de los cónsules los votos, y ninguno le faltó a Scipion; y por no tener edad, le dieron, no título de procónsul o de pretor, sino de capitán general. Apenas fue hecha esta nominación que, como los romanos de si eran tan supersticiosos en mirar agüeros y sujetarse a ellos, temblaban en pensar en el linaje y nombrede Scipion, por haber sido tan desventurado en España, y que el hijo y sobrino de ellos se partiese para hacer guerra en España entre las sepulturas de ellos, con representación de muerte y de dolor.
Scipion, que supo esta mudanza y que la alegría de antes se era vuelta en congoja y dolor, con un largo y bien ordenado razonamiento, les habló de su edad y del cargo que le habían dado y del orden particular que pensaba tener en tratar la guerra, ofreciendo que si otro quería tomar aquel cargo, él lo dejaría de buena gana; y con esto quedaron todos muy contentos, y con esperanzas de que había de ser el gobierno de aquel mancebo próspero, fausto, feliz, dichoso y fortunado. Dióle el senado algunos legados y compañeros que le acompañasen, y diez mil soldados de a pie y mil de a caballo, y con ellos vino a España: desembarcó en Empurias, y pasó por tierra a Tarragona; y aquí se juntaron con él los que habían escapado de las rotas pasadas, que estaban con Tito Fonteyo y Lucio Marcio, y de todos se formó un poderoso ejército. Era este mancebo persona de grandes partes y de apacibilísima condición, y, cono dice Livio, jamás de su boca salió palabra que diese olor de fiereza o bravosidad: era modesto, prudente, y adornado de las virtudes que eran menester para hacer y formar un virtuoso y perfecto varón, con que atraía a si los corazones de todos, y nadie había que, tratándole, no le quedase aficionadísimo; y más fue lo que alcanzó con su apacible condición y mansedumbre, que con las armas, poder y ejército que llevaba. Esparcióse la fama de su venida por España y más la de su buen natural; y todos los pueblos que habían sido amigos de los romanos se declararon por él y lo mismo hicieron muchos que lo habían sido del bando cartaginés.
Aunque nuestros caballeros ilergetes Mandonio e Indíbil se mostraban amigos del bando cartaginés, era solo por acomodarse al tiempo; porque siendo ellos señores de aquella región, y gente noble y bien nacida y de linaje de reyes, sentían a par de muerte que tantos, extranjeros, ya cartagineses, ya fenicios, ya romanos y otros que hemos visto, se quisiesen hacer dueños de lo que ni era suyo, ni les tocaba. Al principio no pensaban que la estada de estas gentes hubiese de ser por largo tiempo, y menos la de los romanos; pero después que experimentaron, muy a su pesar, lo contrario, y queriéndoles echar de España, no se vieron poderosos, quedaron obligados a declararse por un bando o por el otro, por no ser enemigos de todos. Los cartagineses bien conocían que el trato de los romanos, su policía(política) y su disciplina militar eran más apacibles a los españoles que el suyo, porque aquellos se preciaban mucho de guardar la palabra y fé, lo que no hacían los cartagineses, a quienes Valerio Máximo llama fuentes de perfidia; y hablando de su gran caudillo y capitán, Aníbal, dice: Adversus ipsa fidem acrius gessit, mendaciis et fallacia, quasi percallidus, *gaudens (no se lee); y por eso entre los latinos corría el adagio punicafides, (fidelidad púnica) que decían de la palabra que uno daba y no cumplía. Por eso fue muy aborrecida esta nación; y Tito Livio, después de haber alabado algunas virtudes que no podía negar en Aníbal, dice: Has tantas viri virtutes ingentia vitia aequabant, inhumana crudelitas, perfidia plusquam punica, nil veri, nil sancti, nullius dei metus, nullum jusjurandum, nulla religio: y Plauto, por decir que uno no cumplía lo que prometía, dice: Et is omnes linguas scit, sed dissimulat, sciens se scire; poenus planè est, quid verbis opus! Pero en los romanos era al revés; porque por acreditarse y ser estimados de todos, hacían profesión y se preciaban de cumplir su palabra, aunque fuese en disminución del estado y honor de aquella república, sin faltar un punto a lo que habían prometido: amaban justicia, y eran en las cosas de la religión muy observantes, y celosos del culto de sus dioses, y deseaban más ser amados que temidos. Esto no era en los cartagineses, y por esto y por asegurarse de los españoles, tomaban de ellos rehenes, y tenían en su poder casi todos los hijos e hijas, y aun las mujeres de los mejores caballeros de España. Handonio e Indíbil no fueron, aunque amigos de ellos, exentos de esto; pues dieron, Indíbil a sus hijos, y Mandonio a su mujer: y todos estos rehenes estaban en la ciudad de Cartagena (Cartago Nova), que era el pueblo mejor y más fuerte que ellos tenían en España. Claro es que estarían aquellos rehenes allá de muy mala gana, y no pensarían en otra cosa sino en volver las mujeres con sus maridos, los hijos con los padres, y todos a su patria.
De esta violencia cartaginesa tuvo noticia Scipion; y juzgó por gran conveniencia suya conquistar primero esta ciudad, con pensamientos, si la ganaba, de atemorizar a sus enemigos los cartagineses y dar libertad a los rehenes, y ganar la amistad y benevolencia de todos los españoles; porque sabía que si eran amigos de ellos, era por estar en su poder las prendas más queridas y preciadas de ellos. Con este pensamiento mandó aprestar la armada del modo que refiere largamente Ambrosio de Morales, y dejando en Tarragona la guarda necesaria, se partió para Cartagena, sin dar parte a nadie del pensamiento e intención que llevaba. Con veintiocho mil infantes y dos mil y quinientos caballos, caminó Scipion por tierra; y Lucio Lelio Marcio, a quien había dado razón de su pensamiento, y no a otro alguno, iba con la armada; y habían concertado que fuese en un punto el llegar la armada y ponerse el ejército de Scipion a la vista de la ciudad, do llegó siete días después de partido de Tarragona; y fue tomada Cartagena por industria y traza de unos marineros de Tarragona, y degollados muchos de los que la defendían, sin dañar a mujer alguna ni niño.

La presa fue tan grande, como era la grandeza y magnificencia de aquella ciudad, en que estaba guardada toda la riqueza de los cartagineses. Livio, Polibio y Eliano refieren que se tomaron cautivos diez mil hombres, sin las mujeres y niños, y a todos los naturales de la ciudad se dio libertad y que gozasen de sus casas y haciendas, así como antes. Tomáronse dos mil oficiales de armas, y navíos: tomáronse también todos los rehenes que habían dado los españoles a los cartagineses, y esto estimó en mucho Scipion, prefiriéndolo a toda la demás presa; pues era bastante precio para comprar la amistad de toda España, y hacer todos los naturales de ella benévolos a la ciudad y pueblo romano: y así mandó tratarles, y respetarles; y cuidar de ellos como si fuesen hijos de amigos y confederados suyos. Hallaron también dentro de la ciudad ciento y veinte trabucos grandes que llamaban catapultas, y doscientos ochenta de menores, y muchos géneros de máquinas de batir: de saetas y lanzas hubo una gran multitud: ganáronse setenta y cuatro banderas, y el oro y plataque ganaron no tenía cuento. En el puerto tomaron sesenta y tres naves de carga, llenas de mantenimientos y de todo aparejo para una
armada; y en fin fue tanta la riqueza que se tomó, que comparada con ella, la menor parte de la presa fue la ciudad de Cartagena. Dio Scipion premios a cada uno, según sus merecimientos, dejándoles a todos contentos de tener tal capitán y caudillo. (Y no usaron los trabucos – catapultas, saetas, etc, los de dentro contra los de fuera?)

Otro día después de tomada la ciudad, mandó llamar a todos los rehenes, que eran más de trescientas personas, les hizo un amoroso razonamiento, dándoles a entender que la costumbre del senado y pueblo romano era obligar a las gentes con beneficios y no espantarles con terrores; y luego se leyó una nómina, (lista de nombres) tanto de los rehenes, como de los cautivos que habían hallado en Cartagena, señalando de qué ciudad o pueblo era cada uno de ellos, y mandó luego avisarles, para que enviase cada pueblo personas a quienes entregar sus naturales: y a los embajadores de algunos pueblos, que estaban allá presentes les hizo entregar los suyos, y conforme a la edad y merecimientos de cada uno, les dio muchos dones, así de lo que él tenía, como de lo que habían preso en el despojo. a los mancebos dio espadas y otras armas, y a los niños bronchasde oro y otros atavíos. Entre otros rehenes que estaban allá fueron la mujer de Mandonio y dos hijas de lndíbil, que, según dice Livio, florecían en edad y hermosura, y acataban a su tía como madre, y también la mujer de otro caballero español llamado Edesco. a estas cuatro personas mandó Scipion a Flaminio, su cuestor, que las guardase y tratase honradamente en todo, porque con ellas pensaba ganar los corazones de sus padre y maridos, que andaban siempre en los ejércitos de los cartagineses. Estando Scipion en esto, dicen Livio y Polibio, que una matrona de mucha edad, muy autorizada y venerable en el semblante, que era mujer de Mandonio, se salió de entre los rehenes y con algunas doncellas de poca edad y mucha hermosura que la seguían, y con rostro lloroso y honesto denuedo, que acrecentaba mucho su gravedad, se echó a los pies de Scipion, y le comenzó a suplicar y pedirle con gran ahínco, que encomendase mucho a los que daba aquel cargo, mirasen con gran cuidado por las mujeres que allí se hallaban. Scipion entendió que le pedía el buen tratamiento en la comida y en lo demás semejante a esto, y levantándola con mucha mesura, le dijo, que tuviese por cierto que no le faltaría nada de lo necesario. Mandó luego, como el mismo autor prosigue, llamar a los que habían tenido cargo hasta entonces por su mandado de los rehenes, reprendiéndoles el poco cuidado que habían tenido de proveerlos, el cual se parecía bien en la justa queja de aquella señora. Ella entonces, entendiendo ya el error de Scipion, le volvió a decir: «No es eso, Scipion, lo que te pido, ni me fatiga nada de eso que me certificas no nos ha de faltar, porque no basta para el estado miserable en que nos hallamos: otro miedo mayor me congoja, mirando la edad y hermosura de estas doncellas, que a mí ya mi vejez me ha sacado del peligro mayor que las mujeres pueden tener en su honra: » y diciendo esto, señalaba las dos hijas de Indíbil, sobrinas de su marido, y otras doncellas nobles que estaban con ella y la acataban todas como a madre. Entonces Scipion, entendida ya bien la congoja, se enterneció tanto, que refiere Polibio se le saltaron las lágrimas con lástima de ver así afligida tanta virtud en personas tan principales; y luego les respondió de esta manera: « Por solo lo que debo a mismo en toda honestidad y comedimiento, y al buen gobierno que el pueblo romano quiere que haya en todo, hiciera, señora, lo que me pides, para que de ninguna manera fuésedes ofendidas; mas agora ya no tomaré este cuidado más entero por solos estos respetos, sino por lo mucho que me obliga vuestra virtud excelente, que puestas en tanta desventura de vuestro cautiverio, aún no os habéis olvidado de la principal parte de la honra que una mujer debe celar.» Luego las encomendó más particularmente a un caballero anciano y de gran virtud, encargándole con mucho cuidado las tratase en todo con tanto acatamiento y reverencia, como si fueran mujeres e hijas de gente principal, amiga y confederada con el pueblo romano.
Encarecen mucho aquí todos los autores y no acaban de alabar la benignidad y nobleza de Scipion, por los favores y cortesías que usó con estas mujeres, habiendo sido el padre y marido de ellas enemigos grandes de sus padre y tío, y ellos y sus Ilergetes muy gran parte en la muerte de ambos, así en pracurarla (procurarla), como en hallarse en ella y ejecutarla.
Pero, aunque sea algo fuera de la historia que tratamos, no dejaré de contar otro acto heroico y virtuoso de Scipion, que pasó con una doncella romana; porque no es bien que los hechos buenos y ejemplares se disimulen, sino que se publiquen para imitarlos. Cautivaron los soldados una doncella de extremada y singular belleza, cuya hermosura era tanta, que por do quiera que pasaba, dicen Plinio y Tito Livio y otros, que todos estaban atónitos mirándola, y todos los del ejército concurrían a verla con espanto y maravilla: esta, pues, llevaron a Scipion sus soldados, porque le conocían aficionado a mujeres, y les pareció que aquel presente le sería muy aceptable; pero él les dijo: « Si yo no fuera más que Publio Scipion, este vuestro don me fuera muy agradable; mas siendo capitán del pueblo romano, no puedo recibillo. » Informóse Scipion de la doncella, de sus padres y patria, y sabido que estaba desposada con un caballero español celtíbero, llamado Alucio, envió por él y por sus padres, y después de haberles hecho un muy apacible y grave razonamiento, que trae Livio, se la dio, dándoles muy bien a entender la virtud y continencia que moraba en su pecho nunca bien alabado. Agradecidos los padres de lo que Scipion había hecho, le rogaban que tomase el oro que por rescate de la hija habían llevado, pero él lo rehusó: fue tanta la importunación, que le obligaron a que lo tomase, y él lo hizo por darles gusto, y luego lo dio a Alucio por aumento del dote que había recibido de su esposa. Este y otros hechos tales de Scipion acrecentaron de suerte su fama, que conquistó más con ellos que con todas las armas y huestes que llevaba consigo: y Alucio, vuelto a su tierra con su esposa, decía a voces, había venido de Roma a España un hombre semejante a los dioses, con poderío y deseo de hacer beneficios y aprovechar, y que todo lo vencía con el valor de las armas, con liberalidad y grandeza de su cortesía y de sus mercedes; y luego, agradecido de lo que había hecho Scipion, juntó
de su tierra mil cuatrocientos caballos, y con ellos y su persona le sirvió en todas las guerras. Este hecho cuenta de diversa numera Valerio Máximo, muy diferente de todos, porque dice que esta doncella era esposa de Indíbil; pero esto no lleva camino alguno, porque todos los autores dicen lo contrario. Polibio no dice que estuviese desposada, sino que Scipion, dándola al padre, le pidió la casase luego; Lucio Floro dice que Scipion no la quiso ver, por asegurar mejor a su esposo y certificarle del cuidado que había tenido de guardarla: Ne in conspectum quidem suum passus adduci, ne quid de virginitatis integritate delibasse, saltem oculis, videretur (1: Floro, lib. II, núm. 6.); y Plinio dice lo nismo, y es cuestión harto disputada si la vio otro; pero lo cierto que la vio y se admiró de su belleza; pero pesóle de haberla visto, por quitar la ocasión de sospecha; y tan lejos estaba de ofenderla, que aun mirarla bien, que la viese, no quiso; y así dijo muy bien Lipsio en sus avisos y ejemplos políticos: Sed ille oculis abnuit: y aunque Valerio Máximo diga haber sucedido con la mujer de Indíbil, se ve haberse equivocado; porque todos los demás que cuentan este caso lo dicen al revés de Valerio, y lo que más es de considerar, es lo que dice Polibio, el cual fue maestro de Scipion Africano, el menor, nieto por adopción de este de quien hablamos; y así por vivir en aquel tiempo que sucedió este caso, y siendo tan allegado a la casa de los Scipiones, es cierto lo sabría mejor que Valerio Máximo ni otro alguno.