domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XVIII.


CAPÍTULO XVIII.

Estado de las cosas de España, y de los gobernadores que vinieron a ella; presa de Corbins y Arbeca, pueblos ilergetes.

La pérdida de las décadas de Tito Livio ha oscurecido casi lo mejor de los hechos de nuestros ilergetes y de los demás españoles, y puesto en olvido lo que aconteció por estos reinos; de donde viene que todos los que escriben de estos tiempos, pasan tan de corrida, como cosa de que no tienen nada que decir ni afirmar con certeza. No dudo yo que después de haber pasado todo lo que queda dicho, quedarían herederos y descendencia de Belistágenes o de su hijo, príncipes de los ilergetes, que poseerían en devoción del pueblo romano aquellos pueblos; pero tengo también por cierto, que esta devoción no sería de mucha durada, porque estaban los romanos tan deseosos de tener guerra con Ios españoles, y por ocasión de ella merecer triunfos, ovaciones, coronas, adquiriendo riqueza y reputación, que ellos mismos aborrecían la paz y sosiego; y eran tantas las sobras y tiranías que usaban con los españoles, que ellos mismos eran causa y ocasión que cada día hubiese levantamientos y tomasen las armas contra ellos, para librarse del yugo tan pesado en que estaban metidos; pero el fruto y provecho de estos levantamientos y empresas no era para ellos, sino para los romanos, que, con título de rebeldes al senado y pueblo romano, de fementidos y perjuros, les quitaban la hacienda, tomaban los pueblos, y a veces los vendían por esclavos, y ellos quedaban ricos, atrayendo a si todo el oro y plata que podían, para meterlo en Roma en sus triunfos y ovaciones, ganando reputación entre los suyos y buen nombre en aquella ciudad; y lo que más era de lamentar fue, que jamás tuvieron los romanos guerra en ninguna provincia de España, que, para sojuzgarla, no se valiesen de la gente de otra provincia de España; y era tal la desdicha de los nuestros, que jamás se supieron unir y juntar todos, y hacer un cuerpo para echar a los romanos, porque si así lo hicieran, es cierto que quedaran libres de enemigos tan continuos, codiciosos y pesados; pero la poca confederación y discordias de los nuestros, admitió los extranjeros, y aún los engrandeció: y esta ha sido siempre la felicidad de las naciones bárbaras que han llegado a España, de cartagineses, romanos, godos, moros y otros, que nunca les ha faltado el favor y socorro de los naturales, que son los que después lo han llorado, cuando la experiencia les ha enseñado ser imposible el remedio.
Sucedió a Marco Catón en el gobierno de Cataluña, que era provincia de la España Citerior, Sexto Degio y de la Ulterior Publio Scipion Nasica, que era hijo de Cayo Neyo Scipion, aquel de quien queda dicho que murió a manos de Mandonio e Indíbil y sus ilergetes. Sexto Degio tuvo algunos encuentros con los vecinos del Ebro que, cansados de los inmoderados y excesivos tributos que les pedía, tomaron las armas diversas veces con gran daño de sus romanos; y si no le valiera Scipion, que estaba en Portugal, quedara del todo perdido y acabado. a estos sucedieron, Cayo Flaminio en la Citerior, y Marco Fulvio Flavio Nobilior en la Ulterior; y respetando Flaminio el valor de los españoles, porque no tenía el ejército ni el poder que los otros procónsules habían tenido, no solo conservó la paz con ellos, sin hacerles sobras ni agravios, pero a sus armas más presto volvió las espaldas que la cara. Después de estos vino Lucio Emilio Paulo y el mismo Marco Fulvio fue confirmado otra vez, y gobernaron los años 189 y 188 antes de Jesucristo señor nuestro. Al año siguiente tuvimos a Publio Junio y Plaucio Hipseo: a estos fueron sucesores Lucio Manlio Acidino y Cayo Atinio, que gobernaron los años 186, 185; y los años siguientes de 184 y 183 fueron nombrados en Roma Lucio Quincio Crispinopara la Ulterior, y Cayo Calpurnio Pisón para la Citerior; y en el entretanto hubo algunas revoluciones en Portugal, domurió Cayo Atinio que gobernaba aquella provincia (Lusitania), y Acidino tuvo guerra con los celtíberos, junto a Calahorra; y si no
llegara un poderoso ejército de tres mil soldados de a pie y doscientos de a caballo, todos romanos, y veinte mil infantes y trescientos caballos latinos, lo pasaran mal.
En el año siguiente fueron nombrados Aulo Terencio Varron para la Citerior, y P. Sempronio Longopara la Ulterior: a estos dio el senado cuatro mil soldados de a pie y cuatrocientos de a caballo, todos romanos, y cinco mil infantes y quinientos caballos latinos, para que con esta gente y caballos reformasen los ejércitos de España, y enviasen los soldados viejos a descansar, según era estilo de aquella república, que nunca olvidaba el premio ni descanso de los que bien habían servido. En tiempo de este Varron, los vecinos de Corbins, pueblo de los ilergetes, que está en un alto donde se juntan Segre y Noguera Ribagorzana, cansados de los romanos y de su insaciable codicia, tomaron las armas para librarse de ellos, y lo mismo hicieron otros pueblos vecinos, aunque lo calla Livio, y solo dice de Corbins. Sus palabras son estas (1: Liv., lib. 39, c. 42. ): Aulus Terentius in Suessetanis oppidum Corbionem vineis et operibus expugnavit, captivos vendidit; quieta deinde hiberna et citerior provincia habuit. Dice que Aulo Terencio, por fuerza de armas, con torres y cavas que hizo alrededor de ellas, tomó la villa de Corbion y vendió por esclavos todos los que tomó vivos. Por haber hecho mención en este lugar de la palabra vineis, explica lo que es este instrumento y dice fray Gerónimo Román en su República, que hoy llaman gato y los latinos vinee o vineas,
y era hecho de esta manera: tomaban madera lijera y delgada y tablas, y armaban una como tumba ancha, de ocho pies de altura, y de largo diez y siete; estaba muy llena de aldabas y asas; cercábanla y guarnecíanla por los lados de mimbres, porque aunque tirasen muchas pedradas y golpes, no se rompiese. Iba guarnecida y cubierta de pieles de animales recién muertos, y estos muy doblados, porque si acaso viniese fuego, no lo pasase fácilmente; y puestos dentro muchos hombres, iban con sus artificios muy apriesa, y llegando a los muros, los minaban y daban con ellos en tierra. Hacen mención de esta máquina Propercio, Vegecio, Lipsio y otros. Asímismo dice Livio, que vendió por esclavos a todos aquellos que cogió vivos en aquella ciudad. El modo como se hacían estas ventas era, que sacaban en lugar público a los que habían de ser vendidos, y les ponían guirnaldas en las cabezas, y con esta señal daban a entender que eran cosa de la república, para que los comprasen de mejor gana, por la seguridad grande que había en la venta; y esto era lo que dice Livio en otro lugar sub corona vendere. Asímismo a estos esclavos, para que fuesen más vistosos, les ponían en pie sobre una piedra algo levantada, y a los que eran vendidos así, decían que erant de lapide empti, esclavos comprados de encima la piedra; y si los tales eran ultramarinos, les pintaban los pies de una pintura o engrudo blanco, para que el que compraba supiese lo que compraba; y asímismo, cuando vendían otras cosas, hincaban una lanza en el lugar donde se hacía una almoneda, y a este tal modo de vender las cosas llamaban subhastare (sub+hasta o asta), que es lo mismo que ponellas debajo de la lanza o vendellas debajo la lanza o debajo la guirnalda.Con esta presa de Corbins quedó muy sosegada esta parte de Cataluña, y en todos los pueblos ilergetes nadie le osaba mover, escarmentados todos con el castigo que había hecho Terencio con los de aquella villa, el cual se quedó en Cataluña, donde invernó (se dice que dijo: recullòns, quína rasca fot), aunque después no le faltaron encuentros con los celtíberos, junto a Ebro, donde les tomó algunos pueblos.
Lo que aquí se puede dudar es, si este pueblo Corbion es Corbins; porque de las palabras de Livio se echa de ver claro que era en los suesetanos, región diferente, aunque muy cercana de los ilergetes, y Corbins, como hoy se ve, está entre Lérida y Balaguer, a la orilla de los ríos Segre y Noguera Ribagorzana, que es en medio de los pueblos ilergetes. Seguiré en esto la opinión de Gerónimo Pujades (1: Lib. 3, cap. 52. ), que siente ser Corbins, y siguiendo a Florián de Ocampo, halla que los ilergetes y suesetanos eran muy vecinos y rayaban en la vuelta del septentrion con los vascones, en cuya región moraban las suesetanos, que tomaron el nombre del pueblo de Sangüesa, que antes se llamaba Suesa, según parece en cartas públicas y privilegios que dice haber visto aquel autor, concedidos por el rey de Aragón y Navarra, donde está aquel pueblo; y así fue muy posible por razón de la vecindad, como vimos a Indíbil valerse de los suesetanos, como de vecinos que le eran, siempre que quisiese; y fue fácil cosa a Livio meter a Corbins en los suesetanos, extendiendo los límites de ellos hasta Segre, entendiendo que Corbion estaba en su distrito; y hácese más creíble esto, porque, entre los pueblos del reino de Navarra y merindades de ella no hallo ninguno que se llame Corbion, ni aun le sea semejante en el nombre, y es muy fácil a los autores forasteros, como era Tito Livio, alargar o estrechar los términos de las provincias, escusados de no haber estado en ellas.
Esta presa de Corbins fue año de 181, y el año después entró Varron triunfando en Roma, y llevó en el triunfo gran tesoro. Terentius, qui ex Hispania decesserat, ovans urbem iniit. Translatum, argenti pondo IX millia CCCXX; auriLXXX pondo, et duae coronae aureae pondo LXVII, que, según el traductor de Livio, eran mil trescientas libras (pondo, pound) de plata, ochenta y dos de oro, y sesenta y siete que pesaban las coronas del mismo metal; y Ambrosio de Morales, que lo reduce a la moneda de ahora, dice que las dos coronas de oro pesaban valor de setecientos ducados, y lo demás subía a valer poco menos de cien mil ducados; do se echa de ver la riqueza que había en España, pues no habiendo hecho otras conquistas, ni tenido otras victorias, sino esta de Corbins y otras de los celtíberos, llevó tanto tesoro a Roma.
En este mismo año fueron pretores en la España Citerior Quinto Fulvio Flaco, y en la Ulterior Publio Manlio. La primercosa que hallamos haber hecho Fulvio Flaco, fue poner cerco en un lugar fuerte en los pueblos ilergetes llamado Urbicua, que hoy llamamos Arbeca, a fines del llano de Urgel (lo pla de Urgell), no lejos de los montes de Segarra, muy señalado por el insigne alcázar (alcássar, al-qasr árabe, que vinieron después) que tenían en él los duques de la casa de Cardona, señores que fueron de aquel pueblo y baronía. Los de este pueblo debían haber hecho algún gran movimiento, pues obligó a Flaco que luego diera sobre él: túvolo cercado muchos días, y le dio muy recios combates, y en ellos perecieron muchos romanos, y vinieron para socorrerle muchos celtíberos; pero no fueron poderosos para hacer alzar el cerco, aunque hubo muchas peleas y escaramuzas, porque siempre hallaron brava resistencia, y perecieron muchos romanos y otros quedaron heridos; y los celtíberos de cansados se volvieron, porque no se sentían con fuerzas para valer a los cercados, aunque hicieron todo lo que les fue posible, y así la ciudad fue tomada, saqueada y del todo destruida, y los despojos de ella dio el pretor a los soldados. Así lo cuentan todos, sacándolo de Tito Livio (1: Liv., lib. 40, c. 16. ), cuyas palabras son estas:
Fulcium Flaccum, oppidum hispanum, Urbicuam nomine, oppugnantem, Celtiberi adorti sunt: dura ibi proelia aliquot facta; multi romani milites et vulnerati, et interfecti sunt. Victi perseverantia Fulvii, qui nulla vi abstrahi ob obsidione potuit, Celtiberi, fessi proeliis variis, abcesserunt. Urbs, amoto auxilio eorum, intra paucos dies capta et direpta est; praedam militibus praetorconcessit. Ha parecido traer estas palabras, para deshacer la opinión de algunos, que han afirmado que Arbeca era en la Celtiberia, lo que no dice Livio, sino que los celtíberos la socorrieron, aunque Pujades no quiere que Urbicua sea Arbeca, sino un pueblo llamado Ciutat, que está más abajo de la Seo de Urgel, en la ribera del Segre, en un alto, o Ciutadilla, que está (a) dos leguas de Arbeca, no muy lejos del monasterio de Poblet (1).
Alcanzada esta victoria, prosiguió este pretor su gobierno, que para la España tarraconense fue harto peor que una peste; pues en algunas batallas que tuvo con los españoles, afirma Paulo Orosio(2), natural de Tarragona, autor muy antiguo y grave, que en la España tarraconense mató veinte y tres mil hombres y cautivó cuatro mil; y Ambrosio de Morales, que lo saca de Tito Livio, dice haber muerto treinta y dos mil celtíberos, presos diez mil y novecientos caballos y ciento sesenta y dos banderas, lo que no hubiera sido, si no le hubieran favorecido otros españoles amigos suyos, que esta fue, como dije, la desdicha de estos reinos, que siempre tuvieron los romanosde su parte españoles por amigos, con cuyas fuerzas vencieron y destruyeron a los otros que estaban en desgracia de los romanos, y siempre salió de nosotros mismos el astil con que fuimos cortados.

(1) Pujad., lib 3, c. 53.
(2) Oros., lib. a, c. 20, in fine.

CAPÍTULO XVII.


CAPÍTULO XVII.

Del estado de las cosas de España después de muertos Mandonio e Indíbil; y de Belistágenes, príncipe de los ilergetes.

La muerte de Mandonio e Indíbil y el castigo de sus ilergetes sosegaron de tal manera a España, que pasaron más de cuatro años después que no hubo en ella ningún movimiento; y así no queda que escribir de estos tiempos. Solo diré, según se infiere de los autores, que era ya diferente el gobierno romano de esos tiempos, de lo que en tiempo de los Scipiones: ya aquella mansedumbre de ellos se era trocada en rigor, y la liberalidad en codicia, y todo su pensamiento juntar oro y plata para llevarlo a Roma y meterlo en el erario público, y enriquecerse los capitanes y soldados que acá residían: y según se saca de Tito Livio y otros autores, es increible la cantidad de marcos de plata y oro que pasaron a Roma; y refiere Polibio, de quien lo tomó fray Juan de Lapuente, que solas las minas de Cartagena daban a los romanos cosa de tres mil escudos cada día; y toda aquella abundancia de oro y plata que había en ellas, de que hablamos al principio, no era bastante a saciar los ánimos de los romanos, cuyas Indias era España. Por esta codicia y otros muchos agravios que cada día recibían los naturales, no pudo perseverar muchos años el sosiego en que quedó después de muertos Mandonio e Indíbil. Levantábase ya una parte de España, ya otra, así que siempre habían de estar los romanos con las armas en las manos; y hubo muchas batallas campales, en que murieron muchos millares de los unos y de los otros. Pareció al senado romano, que esta provincia de la España Citerior, que comprendía Cataluña y Aragón, Valencia y mucha parte de Castilla, que había sido hasta ahora pretoria, por haberse gobernado por pretores, fuese consular y se gobernase por cónsules, cuya autoridad y poder eran mayores. Enviaron a ella con poderosa armada a Marco Porcio Caton, a quien después llamaron el Censorino, por haber sido censoren Roma que era cargo de grande importancia y preeminencia, y haberle gobernado con grande integridad, así como los demás oficios que tuvo de aquella república. Llegado en los mares de Cataluña, dio sobre el castillo y villa de Rosas, donde se habían fortificado unos catalanes (se les conocía por la barretina y el espetec en la boca), y no se le querían rendir y habían tomado las armas; y después de haberles dado combate, se rindieron, y quedó aquella plazapor el senado romano, y Caton (a partir de ahora pondré Catón) puso en ella guarnición de soldados romanos (que ya hablaban catalán, por supuesto, era imprescindible para opositar a la plaza).
De aquí pasó con todo su ejército a la ciudad de Empurias, que estaba dividida en dos cuarteles o partes: la que miraba a la mar, habitaban griegos y marselleses que habían quedado de aquellos pobladores que vinieron a España; la otra parte habitaban españoles, y había un fuerte muro que dividía los unos de los otros, y solo había una puerta de la una parte de la ciudad a la otra. Los griegos eran gente que vivían de la mercancía y eran amigos de todos; y luego que llegó Marco Porcio Catón, le abrieron las puertas y se declararon amigos del pueblo romano: pero los españoles, que estaban a la otra parte de la ciudad, le cerraron las puertas y se hicieron fuertes en su ciudad, declarándose enemigos del pueblo romano. Corrió la gente de Catón el campo, talando y quemando todo cuanto halló, y asurado de los vecinos y desviado el socorro que les podía venir, puso con su gente cerco a la ciudad.
Cuando pasaba esto, aunque todas aquellas comarcas vecinas de Empurias estaban quietas y no había nadie que se osase mover, por temor del ejército vecino; dentro de Cataluña (ya tenían estelada entonces) y a las partes de los pueblos ilergetesestaban más alborotados (abalotats) que cuando vivían Mandonio e Indíbil, y todas aquellas gentes querían que alguno de los más principales de aquellas regiones se levantara, y todos juntos hicieran guerra a los romanos y los echaran de la tierra. Era príncipe o rey de los ilergetes un caballero a quien Livio llama Belistágenes (bellum, bélico : guerrero, guerra, etc.), y a lo que conjeturo, había heredado los estados de Mandonio e Indíbil, o estaría casado con alguna de las hijas de éste. Este caballero, escarmentado de las desdichas que habían acontecido años atrás a los señores ilergetes, y que por una victoria que ellos tuvieran, los romanos las tuvieron sin número, y era escupir al cielo, pues, a la postre, todo redundaba en daño y destrucción de los mismos españoles; aunque sus vecinos se habían declarado ya contra Roma, él estaba a la mira de todo. Enojáronse los vecinos y le amenazaron que, si no seguía su opinión, volverían la guerra contra él y su tierra y la talarían, pues más estimaba ser amigo de los romanos, que valer a sus paisanos. Estas amenazas le turbaron algún tanto, y más viéndose sin fuerzas para poder resistirles, si era que volviesen la guerra contra él. Para remediar estos peligros, envió a un hijo suyo con otros dos embajadores a Catón, lamentándose que por no haber ellos querido seguir en el levantamiento contra los romanos a los otros sus vecinos, ahora ellos les destruían su tierra y les combatían las fortalezas donde se habían recogido, y que ninguna esperanza tenían de poder resistirles y escapar de este peligro, si no les enviaba el cónsul socorro; y que les bastaban cinco mil soldados, pues con estos solos que allá fuesen al socorro, los enemigos sin duda no osarían esperarlos. Respondióles Marco Catón, que verdaderamente le lastimaba verlos puestos en tal peligro, y con tanta congoja y miedo de su perdición; mas que teniendo tan cerca los enemigos con grandes ejércitos, y siéndole forzado pelear en campo abierto muy presto con ellos, él no tenía tanta gente, que osase ni pudiese seguramente partir sus fuerzas y su poder, con darles alguna parte de sus soldados. Oída e triste respuesta, dice Livio, flentes ad genua consulis provolvuntur, que llorando y con la mayor amargura se echaron a los pies de Catón, suplicándole con lágrimas, que no les desamparase en una miseria tan cruel, que ¿dónde habían de ir, si los romanos no les favorecían, que ya no tenían amistad de nadie ni les quedaba otra esperanza? « Muy bien pudiéramos, decían ellos, hallarnos fuera de este peligro y angustia, si quisiéramos ser desleales a los romanos y conjurar con los otros españoles, mas ni las crueldades con que nos amenazaban, ni los peligros que nos representaban tan ciertos como ahora los vemos, no nos pudieron mover de la fé que una vez os dimos, con la esperanza que teníamos de nuestra seguridad en solo vuestro socorro, y si es que lo neguéis, hacemos testigos a los dioses y a los hombres que forzados, por no sufrir lo que los de Sagunto, faltaremos a la fé y amistad, y moriremos antes con los otros españoles, que solos. »
Con todo esto no les dio Catón aquel día respuesta, y la noche la pasó muy congojado y pensativo: no quería faltar a los amigos en tiempo de tan estrecha necesidad; y por otra parte no quería quitar nada de su ejército, porque haciendo esto, o le era forzado dilatar la batalla que deseaba dar luego, o si pelease era cierto su peligro, por la falta de la gente. Resolvióse en fin en no dar nada de su ejército, y a los embajadores gran esperanza y muestra de socorro. Saepèenim, dice Livio, vana pro veris, maximè in bello, valuisse; et credentem se aliquid auxilii habere, perindè atque haberet ipsa fiducia, et sperando atque audendo, servatum. Porque, dice Livio, en la guerra muchas veces lo fingido vale por verdadero, y los que creen que tienen algún socorro, así como si lo tuviesen, con la esperanza, osando y esperando se defienden. Con esta resolución el día siguiente llamó a los embajadores y les dijo que quería tener más respeto al peligro de los amigos, que no al suyo en que había de quedar socorriéndoles. Mandó luego que la tercera parte de su ejército aparejase lo necesario y cociese pan para embarcarse al tercer día, y mandó volver a Belistágenes sus dos embajadores, para que le diesen aviso de aquello; y para estar más seguro de él y de sus ilergetes, se detuvo a su hijo, haciéndole fiestas y mercedes. Pero los embajadores no se partieron de allí hasta ver la gente embarcada, y después publicando el socorro por cosa cierta, no solo lo hicieron saber a los suyos hinchéndoles de buena esperanza; mas también la fama de él llegó a los enemigos y los acobardó de manera, que dejaron de dañar a Belistágenes y a los ilergetes: y Catón, contento de haber librado con aquel ardid a sus amigos, mandó desembarcar la gente, porque el ejército de los españoles llegaba ya a la vista de la ciudad de Empurias, y Catón pensaba darles la batalla lo más presto que fuese posible: y las cosas y tratos que pasaron, y sucesos que tuvieron, cuentan Livio y todos los autores, y por ser hechos que no pertenecen a los pueblos ilergetes, los dejo.

CAPÍTULO XVI.


CAPÍTULO XVI.

De cómo Mandonio e Indíbil se volvieron otra vez a levantar, y de la muerte de los dos.

De lo que queda dicho se echa de ver que Mandonio e Indíbil eran hombres de altos pensamientos, y esto, y el poderío que tenían entre los suyos, y la autoridad con los vecinos, les hacían que no pudiesen sosegar, y que ahora principalmente corriesen desapoderados a su perdición, despeñándose per sus malos consejos, que la ceguedad de la ambición suele siempre representar fáciles y bien acertados: y aunque el deseo del soberano señorío de España principalmente les movía; mas para buen color de sus intentos y para llevar tras si más fácilmente muchos pueblos, mostraban en público que se dolían de la servidumbre de España en que los romanos la tenían, y que deseaban restituirla en su antigua libertad que tuvo, antes que cartagineses la señoreasen; pues ahora no había habido más novedad en ella, de trocarse el señorío, y quedar sujetos los españoles y servir a los romanos, como antes solían a los cartagineses. Convidaba a muchos españoles para seguir a estos caballeros el dulce nombre de la libertad, que de todos los hombres es muy amada, y la facilidad con que ellos les prometían el cobrarla. Veían los dos hermanos la gran ventaja que hacía Scipion a Léntulo y a Acidino; y la mucha admiración y espanto que la grandeza de Scipion les había causado, todo se les volvía en menosprecio de los que había dejado acá en su lugar. Así decían, donde quiera que trataban de esto, que a los romanos no les quedaba ya otro Scipion para enviar a España, donde no habían quedado capitanes, sino sombras de ellos, y solo el nombre del ejército; pues Scipion se había llevado los soldados viejos, y dejado acá los noveles y poco diestros en la guerra, y por esto muy medrosos y cobardes y mal obedientes en ella; que nunca se podía esperar jamás se ofreciese semejante oportunidad de libertar a España, como la que ahora tenían, para que España quedase para siempre libre y señora, gobernándose por si misma con sus leyes.
Con estas y otras persuasiones semejantes movieron los dos ilergetes no solo a sus vasallos, sino a los ausetanos sus vecinos, que son los de la comarca de Vique (Ausonia), y otros vecinos de aquellos rededores; con que en pocos días juntaron un poderoso campo de treinta mil hombres y cuatro mil caballos, y lo juntaron todo en los términos de Sedetania,que es lo de Játiva y sus contomos, porque así al principio se habían concertado.
Léntulo y Acidino, que estaban en Cataluña a la parte de Gerona, sintieron aparejárseles tan brava la guerra, con temor que no pasase adelante levantarse más pueblos, y se fuese infeccionando de la rebelión mucha parte de la tierra. Con la mejor presteza que pudieron, juntaron ellos también ejército de sus romanos y de muchos españoles, como ya se usaba, y con él fueron a buscar a los enemigos, para mostrarles mejor ánimo y hacer que menguase el suyo; y atravesando por la tierra de los ausetanos, aunque eran sus enemigos declarados, pasaron muy sosegadamente y sin ningún daño, hasta que llegaron a poner su campo menos que una legua de donde los ilergetes lo tenían. Tentaron primero Léntulo y Acidino de convidar con la paz a Indíbil y Mandonio, enviándoles para esto embajadores, y prometiéndoles por ellos perdón de lo pasado, si dejadas las armas, se volviesen cada uno a sus casas. Mas presto se entendió que no aprovecha nada buen comedimiento con una grande obstinación; porque una banda de gente de a caballo de los ilergetes salió a dar sobre los caballos y otras bestias que sacaban los romanos al pasto, y siendo estos socorridos de gente también de a caballo, que Léntulo y Acidino enviaron, se acabó aquel día la pelea, sin que hubiese de una parte ni de otra cosa que se pudiese contar por mejoría. Otro día de mañana, cuando el sol salía ya, los nuestros estaban armados en el campo cerca del real de los romanos, y tenían su batalla ordenada, con estar los ausetanos en la frente de en medio, y en el cuerno derecho los ilergetes con Indíbil, y en el izquierdo los otros pueblos no tan principales, y entre los cuernos y su frente habían dejado vacía tanta distancia, que por ambos lados pudiese entrar la gente de a caballo a pelear cuando quisiese. Los romanos ordenaron de la misma manera su gente, no juntando ellos tampoco sus cuernos con la frente, como siempre solían, sino dejando también espacio en medio, por donde sus caballos pudiesen arremeter, como veían que los enemigos lo habían hecho; mas considerando cuerdamente Léntulo que, estando ordenadas así las batallas, tenía notoria ventaja la gente de a caballo que se anticipase en acometer, dio el cargo a Sergio Cornelio, tribuno, que luego como se comenzase la batalla arremetiese con toda furia con la gente de a caballo, y no parase hasta haberse metido por los dos espacios vacíos, que a los dos lados de los de los enemigos parecían. Dado este aviso, comenzó Léntulo la batalla peleando contra Indíbil y sus ilergetes, que lo recibieron ferozmente; pues del primer arremetimiento desbarataron una legión entera, y la hicieron huir muy desapoderada. Proveyó Léntulo a este daño con presteza, haciendo en un punto pasar allí otra legión que había dejado sobresaliente para socorro; y quedando ya allí la pelea por igual, pasóse luego al cuerno derecho, y halló a Acidino peleando valientemente entre los primeros, y socorriendo con mucho cuidado donde veía que era necesario; y para más animarle a él y a los suyos, que se pudieran haber turbado con la rota de la legión, les avisa como lo de su parte está ya seguro, y que presto se verían envueltos los enemigos de un gran torbellino de la gente de a caballo con que Sergio Cornelio descargaba luego sobre ellos. No lo había bien acabado de decir, cuando ya apareció Sergio metiendo los caballos por los lados de los nuestros, desbaratándoles con ellos sus escuadrones por los costados, y cerrando el camino a nuestra gente de a caballo, y atajándoles porque no pudiesen pasar a pelear con las legiones romanas. Con esto fue forzada la caballería española de dejar los caballos y pelear a pie, para socorrer a los suyos, que veía ya en peligro de ser desbaratados. Léntulo y Acidino, que vieron el buen suceso y el temor y turbación en que ya estaban los enemigos, a punto de desordenarse, corren a unas partes y otras amonestando y rogando a los suyos que aprieten con mayor ímpetu a los enemigos, pues los ven turbados y atónitos, y que no den lugar para que los escuadrones desbaratados se vuelvan a rehacer y ponerse en ordenanza. Valió toda esta amonestación de los dos generales con los romanos, que estos ilergetes no pudieron sufrir esta vez la furia de su acometimiento, si no fuera por Indíbil su señor, que estaba a pie con los de a caballo, que se habían apeado, y poniéndose en la delantera y peleando animosisímamente, sufrió el ímpetu de los romanos y los detuvo que no rompiesen los suyos, como pensaban. Aquí duró un rato lo bravo de la batalla; porque habiendo sido herido mortalmente Indíbil, los suyos, para defenderle, peleaban con una rabiosa porfía, y él, afirmado sobre una pica, aunque le iba faltando ya el aliento y con él la vida, no cesaba de amonestarlos y animarlos para que peleasen; mas al fin, fueron muertos por allí todos los que le defendían, aunque con lealtad verdaderamente española. No faltaban muchos, que viendo muerto uno, se pusiesen luego en su lugar y en el mismo peligro, para defender a su señor y capitán; mas muertos él y ellos, los que quedaban comenzaron a desbandarse del todo. Murieron muchos españoles, en defensa de Indíbil, primero, y después en el alcance. Como no habían tenido lugar de tomar sus caballos, que dejaron, los romanos de a caballo les iban a las espaldas, y los de a pie no cesaban de matar peleando, hasta que entraron en los reales de los nuestros, envueltos con ellos, y se apoderaron de todo lo que había dentro. Los muertos fueron trece mil, y fueron tomados cautivos ochocientos, y de los romanos y sus aliados murieron pocos más de doscientos, y estos al principio de desbaratarse la legión.
Entre los españoles que escaparon de esta batalla, se salvó también Mandonio; y habiendo juntado a los principales para lo que habían de hacer, se le quejaron todos en la junta, lamentando sus desventuras, y echando la culpa de ellas a él y a su hermano, que les habían metido en esta guerra. Con esto fueron todos de parecer que se enviasen embajadores a los generales romanos, con quienes tratasen de la entrega de las armas, y se les rindiesen y pidiesen la paz, para conservarla mejor que hasta allí. Estos embajadores propusieron este mensaje a Léntulo y Acidino, disculpándose con Indíbil muerto y Mandonio ausente, y los otros hombres principales que los habían alterado y casi hecho fuerza para que se levantasen, y así habían permitido los dioses que casi todos ellos muriesen en las batallas, y llevasen el justo castigo que por todos merecían. Léntulo y Acidino respondieron que los recibirían y les darían el perdón y la paz que demandaban, si entregasen vivos a Mandonio y a los demás que habían sido cabezas de este movimiento; que si esto no quisiesen, luego tendrían los ausetanos el ejército romano dentro de su tierra, y, destruida aquella, pasarían a las de los otros rebeldes.
Con esta respuesta tan áspera que dieron los embajadores en el consejo de los ilergetes, fueron luego presos Mandonio y los otros principales que en esto eran culpados;
y entregándolos a Léntulo y Acidino, dice Beuter que los mandaron llevar a Tarragona, y públicamente los sentenciaron como si fueran hombres de baja suerte, y dejaron sosegados a los ilergetes, y en buena paz a los catalanes y a los que con ellos se rebelaron, castigándolos solamente con mandarles que pagasen aquel año el sueldo doblado, y diesen provisión de trigo por seis meses, ropas dobladas para la gente de guerra de los romanos, con rehenes que dieron treinta pueblos, para cumplir todo esto y mantener la paz.
Esta guerra, según afirma el doctor Gerónimo Pujades, fue la primera que los españoles solos, con sus propios capitanes y sin ayuda de forasteros, hicieron con los romanos; porque las otras fueron para defender el bando o amistad de los cartagineses, que ya en esta ocasión eran fuera de toda España, y la que emprendieron ahora Mandonio e Indíbil fue con intención de quedarse con el dominio y señorío de toda ella.
Afirma el doctor Pedro Antón Beuter, por haberlo oído a decir, que aquel arco que está en medio del camino que va de Tarragona a Barcelona (Bará) es el lugar donde fueron degollados Mandonio y los otros que fueron entregados con él a los romanos, y que entre ellos había un capitán romano llamado Barro, que se había pasado a los capitanes ilergetes, y por esto le enterraron vivo en aquel lugar, que era cerca donde él solía vivir antes. Esto pudo ser así, por decirlo aquel autor tan grave; pero lo cierto es que aquel arcose hizo en memoria de Lucio Licinio Sura, que vivía en tiempo de Trajano, como se ve en él, y lo he leído hartas veces y dice: EX TESTAMENTO L. LICINII LUCII FILII SERG. SURAE CONSECRATUM. El doctor Gerónimo Pujades declara lo que hay en esto, y cómo se ha de entender lo que dicen Beuter y Tomic y otros acerca de la materia, donde remito el curioso lector.
Este fue el fin que tuvieron estos dos valerosos capitanes, a quienes mató, no sé si su ambición, o el deseo de ver en libertad a su patria, y expelidos de ella a los que la tenían como tiranizada. Con la muerte de ellos acabó por entonces la guerra, y de muchos años no se habló de ella; porque con tales pérdidas quedaron como atónitos los españoles y pasmados, y los romanos muy contentos; pues no quedaba nadie que por entonces hablase de tomar armas contra ellos, y vieron vengadas las muertes de los dos Scipiones.
No han faltado algunos que han querido afirmar que la familia de los Mendozas, tan noble y conocida en España, descendía de este príncipe Mandonio; pero como es cosa que no se puede decir con certidumbre, lo dejo; porque en tantos siglos que han pasado de en medio de aquellos tiempos a los nuestros, y con tantas mudanzas de señores bárbaros que ha padecido la España, no se puede afirmar ser estos Mendozas de hoy descendientes de nuestro Mandonio; y más siendo cierto que este y otros ilustres linajes tomaron los nombres de lugares y pueblos de que eran señores o habían conquistado.