domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XXIII.


CAPÍTULO XXIII.

Toma César la montaña de Gardeny, Junto a Lérida; hácese fuerte en ella, y queda señor de la campaña.

Pasados dos días después de esto, llegó Julio César, que venía de Francia, dejando allá hechas las cosas que cuenta en sus Comentarios; y reconociendo el lugar donde halló sus capitanes, y enterado de la naturaleza de aquel terreno, mandó hacer otra vez aquella puente que se había llevado la corriente del río, y que la labrasen de noche por más disimular, y puso en guarda de ellos y de los ganados y fardaje que allí había, seis cohortes, que eran mil seiscientos y veinte hombres, y luego, con toda la demás gente de su ejército, dividido en tres escuadrones, presentó la batalla a los capitanes de Pompeyo, Afranio y Petreyo. Afranio sacó toda su gente y puso su real en medio de la montaña de Gardeny, y allá se entretenía excusando la batalla, porque no la deseaba. Entonces conoció César que aquella guerra no se podía acabar de una vez, y mudó de pensamiento, y quiso acercar su real al de los enemigos; y para hacerlo más secreto y a su salvo, ordenaba cada mañana los escuadrones y poco a poco se fue acercando al pie de la montaña de Gardeny; así que Afranio y Petreyo estaban un poco más arriba y en punto superior al de César. César, para mejor fortificarse, dividió su ejército en tres escuadrones: los dos puso en la delantera; y tras de estos dos quedó el otro, trabajando en abrir un foso que distaba del real de los pompeyanoscerca de cuatrocientos pasos; y esto lo hicieron con gran secreto, sin que lo entendiesen ni viesen los enemigos, porque los escuadrones y la caballería estaba delante de los que trabajaban en la obra: y de esta manera quedaron hechos los fosos, antes que los pompeyanos lo supiesen ni viesen; y metida la gente de César dentro, y dejándolo todo muy fortificado y a punto para resistir cualquier acometimiento que quisiesen hacer los de Pompeyo, mandó venir aquí las cohortes y el fardaje, y todo lo demás que había dejado y quedaba junto delas dos puentes que estaban más arriba de Lérida, cerca de Balaguer. Puestos aquí los de César, y defendidos con aquel foso que habían abierto, que tenía quince pies de alto y otros quince de ancho (y nadie vio ni oyó la excavación), fueron levantando el terraplén, aunque con trabajo, por haber de traer la faginay forraje de lejos; porque aquella comarca es muy falta de leñas, y habiéndola de llevar de lejos, habían de llevar los que trabajaban en la obra mucha guarda; y aunque Afranio y Petreyo bajaron del puesto donde estaban a impedirlo, no pudieron, porque César con tres legiones y el foso que había hecho estaba muy defendido, y así se hubieron de retirar al lugar de donde habían salido.
Pasados tres días, pensó César en tomar un cerro o altura (podium: pueyo : pui : puig: puch; collem : coll : collado) que estaba entre la ciudad de Lérida y aquel montecillo donde está edificado el castillo de Gardeny, confiando que, siendo él señor de ella, podría mucho estrechar a los de la ciudad de Lérida y aún ganarles la puente, que era lo que él más deseaba; y contando esto César, lo dice con estas palabras:
Erat inter oppidumIlerdam et proximum collem ubi castra Petreiusatque Affranius habebant planities circiter passuum CCC, atque in hoc ferè medio spatio tumulus erat paulo editior, quem si occupasset Caesar et communisset, ab oppido, et ponte, et commeatu omni quem in oppidum contulerant, se interclusurum adversarios confidebat: que entre la ciudad de Lérida y el montecillo o collado de Gardeny donde Petreyo y Afranio tenían sus reales, había una llanura de trescientos pasos, poco más o menos, y en medio de esta llanura había un cerro o altura algo levantada que, tomándola César y fortificándola, confiaba que quitaría a sus enemigos la ciudad y la puente, y todo el bastimento que en la ciudad tenían. Porque, si bien se mira, la distancia que hay entre la ciudad de Lérida y el collado de Gardeny, no muy lejos de donde está el monasterio de los padres capuchinos, parece que en siglos pasados estaba esta altura que César deseaba tomar, la cual el día de hoy está allanada, para poder mejor correr por allá el agua de las acequias y regar aquella fresca y deleitosa huerta; porque el espacio de mil setecientos años que han pasado desde aquellos tiempos hasta el día de hoy, ha allanado, no montecillos como estos, sino montes, reinos y dilatadas provincias; pues no hay cosa que coma y consuma más que un dilatado espacio de tiempo.
Codiciaba mucho Julio César este puesto, para apoderarse después de la puente de la ciudad: pero los de Pompeyo se lo defendían muy bien, como a paso para ellos no solo importante, sino muy necesario, y perdido él, eran todos perdidos. Es esta puente de que habla César la que el día de hoy está cerca el monasterio de san Agustín, aunque queda poco rastro de ella. Antes del año 1617 se descubrían cuatro arcos; y después, con las avenidas e inundaciones tan notables que hubo en Cataluña el dicho año, quedaron muy mal tratados; y por debajo de esta puente pasaba en tiempo de César el río, y la ciudad se podía rodear de todas partes, sin impedimento de él, porque estaba tan lejos de ella, como hay el día de hoy desde el portal que llaman de la Puente hasta esta puente de San Agustín; porque la puente por donde se pasa el día de hoy cuando entramos en la ciudad de Lérida, es obra nueva y moderna, y ha sido necesario edificarse, por haber dejado el río el álveo antiguo, y haber vuelto su curso hacia la ciudad. Sobre el tomar esta altura, hizo venir César tres legiones, y formó de ellas sus escuadrones, y mandó a los alfereces(alférez, alféreces) de una legión que corriesen a ocupar aquella altura o cerro; pero los de Afranio y Petreyo, que conocieron el pensamiento de César, corrieron por camino más corto, y ocuparon el lugar antes que los de César llegaran, y sobre querer echarlos de allí, trabaron una gran pelea. Señaláronse en ella los portuguesesy otros españoles que estaban en el campo de Pompeyo, y peleaban con correrías y acometimientos súbitos y repentinos; y lo mismo hacían los romanos de Pompeyo, que ya lo habían aprendido de los nuestros (escaramuza); y fingían muchas veces huir de ellos y retirarse a la ciudad, y con esta estratajema los llevaron hasta los muros, y cuando estuvieron aquí, unos los acometieron por la parte del río, y los otros rodearon la ciudad y bajaron por la parte donde es el monasterio de Predicadores, y los cogieron en medio y mataron muchos, porque peleaban en puestos desiguales, y los de César estaban bajos y los otros altos; y como los de César no estaban acostumbrados a pelear con correrías, sino a pie quedo y con escuadrón cerrado, estaban desatinados, porque aquel modo de pelear, para ellos era extraordinario y muy inusitado. Al principio se peleó con dardos y saetas, y ningún tiro hicieron los pompeyanos en valde, y cada día les acudía gente; y acabadas estas armas arrojadizas, se llegó a pelear con espadas y dagas, y duró esta pelea cinco horas, y los de César se vieron en grandes aprietos; y diee César que no se declaró la victoria por ninguna de las partes, antes, todos se juzgaron vencedores. Murieron, de los de César, según él dice, setenta hombres, y seiscientos quedaron heridos: de los de Pompeyo murieron doscientos. Afranio y Petreyo mandaron fortificar el alto eraentre la ciudad y el collado, de Gardeny, que tanto habían codiciado los de César, y puso en él tal guarnición que no pensó más César en quitársele, y quedó contento de verse señor de la campaña, que está sobre el río Segre, y que los enemigos quedasen cerrados dentro de Lérida, y en las fortificaciones que habían hecho en el collado de Gardeny, y cerro que habían tomado.

CAPÍTULO XXII.


CAPÍTULO XXII.

De lo que hizo Pompeyo en España, y principio de las guerras civiles entre él y Julio César.

Pompeyo Magno, después de muerto Sertorio, apaciguó toda España y la dejó en devoción y obediencia del senado romano; y hecho esto, se volvió a Roma; y en esta ocasión dejó las memorias que de él quedan con nombre y título de Trofeos, que muy largamente describe Compte en su Geografía. En Roma triunfó por las victorias que en España y Francia había alcanzado de los enemigos de Roma, y dejados los ejercicios en que hasta aquella ocasión y en servicio de su patria se había ocupado, casó con Julia, hija del gran Julio César. Era aún recién casado, cuando le nombró el senado gobernador y procónsul de esta provincia, que comenzaba a inquietarse, confiando el senado que la prudencia de Pompeyo y el ser muy amado de los naturales, serían parte para aquietar los humores que se levantaban en daño de la república romana. Sintió mucho Pompeyo este levantamiento, por aguarle el contento del matrimonio y haberse de ausentar de su querida Julia, la cual, por algunas razones que da la ley Observare, De officio Proconsulis, no quiso llevar consigo en el gobierno, el cual le fue dado por cinco años, con gran cantidad de dinero, provisiones, bastimentos, armas y otras cosas necesarias para la guerra. Nombró Pompeyo tres legados, que fueron Lucio Afranio, Marco Petreyo y Terencio Varron, a quienes mandó pasar en su nombre a España, quedándose él en Roma con su querida Julia, porque sentía a par de muerte haberse de apartar de ella, porque la amaba en extremo, aunque gozó poco de ella, porque murió presto, con grande desconsuelo del marido. Esta muerte de Julia dio ocasión que se fuesen descubriendo los odios y envidias que había entre César y Pompeyo, que de secreto cundían; pero por razón de la afinidad se disimulaban todo lo posible. Pompeyo era muy poderoso y bien quisto (visto, querido : quisto) en Roma, y César no lo era menos; y de aquí se originaron las guerras civiles, que fueron de tan pésima calidad, que del todo destruyeron la república e imperio romano, que hasta aquel tiempo tanto habían florecido. La ocasión y principio de esta guerra fue envidia y ambición y codicia de mandar, todo fundado en vanagloria, pasiones de que ambos eran muy tocados.
a Pompeyo era sospechoso el poder de César, y a César pesaba la autoridad y
dignidad de Pompeyo; este no quería igual, ni César superior; y como si el imperio romano no bastara para saciar la codicia de los dos, pelearon por él, así como si no fuera suficiente para el uno de ellos. Pretendió César el consulado, y decían los pompeyanos no poderlo, por estar ausente; y César no quiso presentarse en Roma, como era costumbre, por no dejar los ejércitos que tenía a su cargo, con que confiaba alcanzar el mando e imperio, a que llegó pocos años después; antes bien procuró con muchas diligencias que Pompeyo dejase los que él tenía en España; y viniera en ello, sino por sus amigos, que se lo desaconsejaron. Era el bando de Pompeyo muy poderoso, y no tanto el de César; y prevaleció en el senado, que se mandara a César que dentro de ciertos días dejase su ejército, y que no pasase el río Rubricon (Rin, Rhein ?) con él, porque era el término y límite de su provincia, que dividía Italia de Francia, y si lo hiciese, quedaba declarado enemigo del pueblo romano; pero todo esto no le atemorizó, antes bien llegó con él a las orillas de aquel río, y consideró que de no pasarle se seguía la destrucción y ruina de él y de su casa, de pasarle, la de la república romana. Prefirió su útil y provecho, y diciendo aquellas palabras tan sabidas: Eamus quo deorum ostenta, quo inimicorum iniquitas vocat; jacta esto alea(se conoce más: alea jacta est); vamos a donde los dioses y la iniquidad de mis enemigos me llaman, que echada está la suerte; luego le pasó y se fue a Roma, donde se hizo nombrar cónsul, y abriendo el erario, esparció todo el dinero que había en él con los soldados, haciéndoles larga paga de aquel dinero que no era suyo; y Pompeyo, confiado de los legados que tenía en España, pasó a Macedonia, con pensamiento de juntar allá grandes poderes para resistir a César, el cuál, cuidando poco de otras cosas, con su acostumbrada celeridad y presteza pasó a España, para pelear con los legados y gente de Pompeyo, hasta vencerlos y echarlos de ella, con pensamiento que, salidos ellos, le sería fácil apoderarse de todo el imperio y señorío romano; porque el mayor impedimento que hallaba, era esta gente de armas que Pompeyo tenía en España: y veníale muy bien estar ausente Pompeyo, el cual entre otras cosas que hizo muy poco acertadas, fue esta de pasarse a Macedonia, teniendo todas sus fuerzas en España, y perdidas aquellas, quedaban él y todas sus cosas en un infeliz y desdichado estado.
De esta venida de César tuvieron noticia los capitanes de Pompeyo, por medio de Bibulio Rufo, que llevaba órdenes de Pompeyo de lo que habían de hacer para resistir a César, a quien de cada día aguardaban en España. Tenían los legados de Pompeyo dividido el gobierno de España: Lucio Afranio gobernaba la Citerior, que es la Tarraconense; Terencio Varron, desde Sierra Morena hasta Guadiana, y Marco Petreyo, toda la Andalucía y Lusitania; y para mejor resistir el poder de César, Petreyo, con toda la gente que pudo llevar, se fue a juntar con Afranio, y hecha reseña, hallaron tener treinta mil soldados romanos de a pie y dos mil de a caballo, y ocho mil infantes españoles y cinco mil de a caballo, que eran todos cuarenta y cinco mil hombres. Estos, llegados a Cataluña, se alojaron por los pueblos ilergetes, junto a la ciudad de Lérida y a orillas del Segre, escogiendo aquella ciudad por lugar a propósito para aquella guerra, y de donde les pareció poder defender toda la tierra; y para impedir la entrada de César, enviaron algunas compañías a los montes Pirineos, y se alojaron por el collado del Portús entre el Rosellóny el Ampurdan, y en el lugar donde está hoy el castillo de Bellaguarda; y Lucio Afranio se metió en Castellonde Ampurias, confiando resistir el poder de César, cuya venida no podía tardar mucho. En esta ocasión llegó Cayo Fabio, legado de César, con bastante número de soldados, para desembarazar los pasos de los Pirineos; y fue su venida de tan grande fruto, que los soldados y gente de Pompeyo dejaron sus puestos y se retiraron a Lérida: y Fabio no entró, sino que les fue siguiendo, sin hallar contrario alguno, y se alojó a vista de Lérida, sobre el río Segre; y para poderle pasar con comodidad, labró dos puentes de madera, unajunto a su real y otra no muy lejos de la ciudad de Balaguer, para poder pasar por ellas las bestias y ganados del real, para apacentarse por los extendidos y dilatados campos de Urgel,porque las pasturas que eran de la otra parte, sobre Segre, ya eran consumidas. Pasó esto en los meses de abril y mayo, tiempo en que suele haber en aquel río grandes avenidas, porque se derriten las nieves de los montes y sierras por donde pasa aquel río, que notablemente le hacen salir de madre. Un día había enviado Fabio por la una de estas dos puentes, más cercana a Lérida, dos legiones para que guardaran los ganados que habían de pasar después de ellos; pero no fue posible, porque una súbita avenida, después de pasados los soldados y antes que pasaran los ganados, se llevó la puente que había sufrido demasiado peso, y los pedazos de ella, que iban río abajo, dieron noticia a Afranio como la puente quedaba rompida, y supo luego por sus espías, como la gente de Fabio quedaba atajada debajo Segre, sin poder pasar el río. No quiso Afranio perder esta ocasión, y luego envió sobre la gente de César cuatro legiones y todos sus caballos. Lucio Planco que era cabo de las dos legiones, temió la caballería y se retiró a un alto y se fortificó como mejor pudo, porque no tuvo tiempo de pasar a la otra puente que estaba hacia Balaguer (hombre, hay un trocito desde Lérida a Balaguer); y allá en aquel alto sufrió el ímpetu de la gente de Pompeyo, con alguna pérdida de la suya; y perecieran sin duda las legiones si Fabio no enviara de presto dos de las que le habían quedado para socorrer a Planco; y estas pasaron por la puente más cercana de la ciudad de Balaguer, porque se persuadió que los de Afranio no dejarían aquella ocasión en que podían hacer grande daño a los que habían salido: y es cierto que lo hicieran, si Fabio no acudiera; y toda la gente de César quedó muy maltratada, aunque el mismo César, contando esto, lo disimula.

CAPÍTULO XXI.


CAPÍTULO XXI.

Del lenguaje (que) se usaba en España en estos tiempos, y de las cosas que hizo Sertorio hasta su muerte.

En aquellos tiempos, que eran algunos ochenta años antes de la venida del Hijo de Dios al mundo, se comenzó a perficionar (perfeccionar) en España el uso de la lengua y letra latina, y se fue perdiendo el uso y noticia de la antigua y natural de ella, y quedó tan olvidada, que apenas queda hoy memoria ni rastro de aquella, mas de lo que se saca de diversos autores latinos y españoles, antiguos y modernos, y de algunas medallas o monedasantiguas, donde se ven ciertos caracteres, ni griegos, ni latinos, sino del todo bárbaros e incógnitos, que casi es imposible salir con la inteligencia de ellos. Con los maestros que puso Sertorio en esta su universidad, aprendieron los españoles muy perfectamente la lengua latina, la cual se quedó en España como natural y propia; y aunque ya antes de la venida de Sertorio y erección de la universidad la hablaban, por haberla aprendido con la larga comunicación y trato que habían tenido con los romanos, como es uso tomarla todos los pueblos conquistados de los conquistadores; pero hablábanla tosca y groseramente, sin elegancia ni arte alguno. De esta hora adelante la aprendieron con preceptos, reglas y uso: y junto todo esto, quedó en los españoles la lengua latina tan perficionada y culta, como pudieran usarla los mismos romanos nacidos y criados dentro los muros de Roma; y por eso salieron de esta provinciatantos y tan excelentes oradores y poetas; y de cada día se perficionaba (perfeccionaba) más esta lengua, y duró hasta que vinieron los godos a ella, que entonces, mezclados los naturales con aquellas gentes bárbaras, de tal manera la corrompieron, que quedó casi poco o ningún rastro de ella (qué tonterías llega a decir el tío este !), y el que quedó con la venida de los moros se vino del todo a perder; y dice Marineo Sículo: Quod si neque goti, neque mauri, barbarae gentes, in Hispaniamvenissent, tam latinus esset nunc hispanorum sermo, quàm fuit romanorum tempore Marci Tulii; y por ser tan natural y vulgar en España, dice Ludovico Vives casi lo mismo, cuando hablando de lo mucho que importa a un buen latino saber griego, dice: Ex sermone enim graeco latinus, ex latino italus, hispanus, gallusmanarunt, quibus elim nationibus lingua latina erat vernacula; y Andrés *Resendio, en una epístola que escribe a Juan Vaseo, que está en el cap. 22 de la crónica de este autor, dice: Cum latina lingua multùm, non romani modo qui in Hispaniaerant, sed etiam ipsi hispani uterentur; y el eminentísimo y santo varón Roberto Belarmino (Tomo I., lib. 2, De Verbis Domini, cap. 15.), dice: a multis saeculis jam desiit in Hispanialingua latina esse vulgaris; nam ante mille et centum annos separata fuit à romano imperio, et subjecta partim gotis, partim mauris, qui novamlinguam sine dubio invexerunt; gotos enim, quos getasalii vocant, propriam linguam habuisse docet Hieronimus initio epistolae ad Nuniam et Fratellam; de donde se echa de ver cuán natural y propia era en España la lengua latina, y cómo se perdió y corrompió con la venida de los godos y moros, y se originó la que ahora usamos, que con el continuo uso de ella, de cada día se va más y más perficionando; y llegaremos a tiempo, que si resucitaran nuestros agüelos, ni ellos nos entenderían a nosotros, ni nosotros a ellos, pues vemos el lenguajey estilo antiguo tan diferente del de hoy, que parece una confusión de Babilonia. (Qué idioteces llega a escribir !)
Esta fundación de la universidad y academia de Huesca, inventada de Sertorio, no fue tanto con intención y ánimo de hacer bien y aprovechar a los españoles, como para tener como en rehenes a los hijos de los más nobles y principales de ellos, para asegurarse que de esta manera no tomarían las armas contra deél, sino que siempre le serían confederados y buenos amigos.
Sin estas artes y mañas, fingía que una cierva blanca que había domesticado le revelaba las cosas venideras (que para esto se la había enviado la diosa Diana); y públicamente se le llegaba al oído y parecía hablarle, por estar hecha a ello, porque desde pequeña la había enseñado a tomar la comida de las orejas, y luego que veía a Sertorio, corría a él, y le ponía la boca a la oreja, buscando la ordinaria comida; y eran tan rudos los de aquel siglo, que creían que le hablaba y descubría grandes misterios, o le anunciaba cosas que habían de suceder, o revelaba los pensamientos de sus anemigos. Con esto creció su poder y crédito, y llegó a tal punto, que estuvo en duda algunos años cuál era más, o el de Sertorio en España, o el de los romanos en Italia, y quién había de señorear el mundo, o Italia o España. Sentíase en el senado de Roma mal de esto que pasaba en España, y más cuando supieron lo mucho que en España era bien quisto; y para domar su potencia, envió el senado gente contra de él, y por capitanes a Quinto Metelo Pio (Mételo piu) y a Lucio Domicio; y esto fue el año de 79 antes del nacimiento del Hijo de Dios; pero Sertorio envió contra ellos un capitán suyo llamado Hertuleyo que alcanzó dos grandes victorias, aunque no es cierto el lugar donde se dieron las batallas. Domicio luego envió a pedir socorro a Francia a Lucio Lulio Manilio, procónsul de la Galia narbonense(Narbona, Narbonne), el cual, con tres legiones y mil quinientos caballos, entró en España y llegó hasta los pueblos ilergetes. Aquí salió Hertuleyo, y otro hermano suyo del mismo nombre(cuánta imaginación la de sus padres romanos); trabóse batalla, y Manilio quedó vencido, y el real tomado, y él se huyó a la ciudad de Lérida, (Ilerda, aún no se llamaba ni Leyda, ni Lleida, ni Lleidae) que aún estaba por el senado de Roma, y aquí murió de las heridas que había recibido en la refriega pasada; y dice Pedro Antón Beuter, que esto pasó junto al monasterio del Guayre, dos leguas lejos de la ciudad de Lérida, donde murieron casi todos aquellos que habían venido de Francia con Manilio.
Estas victorias de Sertorio, y el haber él formado nuevo senado y hablar con mucho desacato de Roma, obligó a los cónsules que enviasen a Pompeyo Magno; pero Sertorio no desmayó por eso, antes se puso a punto lo mejor que pudo, y con la venida de Perpena, (recuerda a Perpignan, Perpinyà, Perpiñán) noble romano y enemigo de Sila, que llevaba treinta compañías de soldados de Cerdeña, engrosó de tal manera el ejército, que se halló más poderoso que nunca. Tuvieron algunos encuentros por España, que por ser cosa que no toca a los ilergetesdejo, y a la postre fueron sobre las ciudades de Huesca, Lérida y Tarragona; pero Sertorio llevó lo peor, que parecía que ya la fortuna le dejaba para entronizar a Pompeyo, para despeñarle, como veremos. Metelo, que temía el poder e industria de Sertorio, determinó hacerle morir como mejor pudiese, porque no hallaba otro atajo para acabar su empresa, sino este, y concertó con un caballero romano llamado Perpena, que lo ejecutase; y éste, pensando que, muerto Sertorio, quedaría en su lugar y se levantaría con el gobierno y señorío de España, se encargó de ello, como traidor y mal hombre; y para meter cizaña entre él y los españoles, y que estos le desamparasen, él y su gente les hacían muchos agravios y publicaban que los hacían con voluntad y mandamiento de Sertorio; y lo que se sacó de esto fue, que muchos pueblos que eran amigos y confederados suyos, no pudiendo sufrir tales injurias, se levantaron. Sertorio, que ya había mudado de condición y estaba ya lleno de crueldad y furor, y creía que con castigar a los que se habían levantado todo se allanaría y todos temerían, hizo un hecho tan feo y malo, que con él amancilló todas las demás virtudes que en él habían conocido y buenas obras que les había hecho; y fue que mandó degollar a muchos de aquellos mancebos que estudiaban en Huesca, y vender por esclavos los demás; y con esto fue tan aborrecido y su nombre tan abominable a los españoles, que ya no aguardaban otra cosa, sino ver cuándo quedaría vengada aquella maldad y traición: y no tardó mucho, porque Perpena, que andaba con temores que un día no le hiciese matar a él, así como había hecho con los hijos de los españoles que estaban en Huesca, se adelantó a ello, y estando en un convite en la ciudad de Huesca, le mataron a puñaladas. Lo demás que pasó después de su muerte, y sentimiento que se hizo por ella, y más en particular en la ciudad de Vique, donde era muy amado, por no tocar a los pueblos ilergetes, lo dejo, remitiéndome a lo que escribieron Beuter, Ambrosio de Morales, Plutarco, Mariana, Pujades y otros muchos, que lo cuentan muy largamente.