domingo, 28 de junio de 2020

CAPÍTULO XXIV.

CAPÍTULO XXIV. 

De las incomodidades que tuvo César, lluvias y hambre que hubo mientras sobre Lérida, barcos que mandó labrar para pasar el Segre, y asedio que puso a la ciudad.

Quedó la campaña por los cesarianos, y tenían como a cercados los de Pompeyo que se habían recogido en Lérida; pero como eran señores de la puente, lo pasaban bien, pues podían tomar las provisiones y refrescos que era menester por ella, lo que no podían hacer los de César, porque estaban cercados por todas partes de ríos: al mediodía tenían el Segre, al oriente el Noguera, a poniente el Cinca, y por la parte de tramontana era poco el bastimento que les podía venir, por ser tierra áspera, y los dueños de los ganados los habían metido tierra adentro, huyendo de la guerra y peligros de ella. Todas estas incomodidades sentía mucho César; pero aumentáronse con las crecientes de los ríos Segre y Cinca. Esto era ya en el verano, y las nieves se derretían (has estado alguna vez en verano en Lérida? Se derrite hasta el asfalto, tontolaba!), y fueron tan terribles las crecientes, que en un día se llevó Segre las dos puentes que Fabio había hecho: y este fue un notable daño para César, porque de esta otra parte quedaron algunos ganados que habían salido a repastar, y los de Pompeyo los tomaron; y menos fue posible a las ciudades amigas suyas poderle enviar mantenimientos y socorros, como habían hecho hasta entonces, porque no podían pasar el río, ni los socorros que habían venido de Italia y Francia podían llegar a él. Sentía gran falta de pan, porque era en el verano y los trigos aún no eran sazonados ni estaban para cogerse, y todo lo que había en aquella comarca los pompeyanos lo habían tomado, y lo que había quedado, que era poco, ya la gente de César lo había consumido. Salían algunos soldados de César y corrían la campaña, y buscaban de esta manera el sustento; cuando podían atrapar alguna liebre, no la mataban, la ordeñaban y la volvían a soltar, pero tenía Pompeyo unos andaluces y portuguesestan diestros, que luego les daban encima, pasando el río sobre unos odres llenos de viento; y era costumbre de ellos siempre que iban a la guerra de llevarlos consigo, para nadar sobre ellos en todo tiempo; y según eso, es verosímil que estarían o de esta parte del río, pues para molestar a los de César, que estaban a la otra, habían de pasar el río, o que los de César le pasarían con barcas y ellos con sus odres, en seguimiento de los que salían a buscar la comida; porque era forzoso la buscasen de esta otra parte del río, que estaba por los de Pompeyo y abundaba de lo necesario para el sustento de la vida; y es verosímil que no les dejaban pasar la puente de Lérida, pues habían de nadar con sus odres.
Mientras estaba César con estas aflicciones y cuidados, vinieron unas lluvias tan grandes, que no había memoria de hombres haber jamás visto tales inundaciones. César, por pasar a esta otra parte, trabajó en hacer las puentes, y no le fue posible, porque el río venía muy crecido y rápido, como suele siempre, y los de Pompeyo, que estaban a esta otra parte, tiraban tantos dardos y saetas a los que trabajaban en las puentes, que les era imposible trabajar, ni defenderse del daño que recibían de los ballesteros, con que la obra hubo de parar. Crecía entretanto en el campo de César la hambre (Pomponio Flato registra en su libro De Profunditas Segrae et Cincae, que decían los soldados: per Tutatis, quína fam mes gran!), y no solo fatigaba con la falta presente, sino con el miedo grande de lo que sería después.
Nada de estas incomodidades se sentía en la ciudad, porque señores de la puente, y pasando por ella, daban sobre gentes de César que estaban de esta otra parte del río, y no podían pasarle, porque no tenían con qué.
Estos aprietos en que César se veía eran grandes; pero Petreyo y Afranio los hacían mayores, escribiendo a Roma y toda España avisos de esto muy aventajados, encareciendo más de lo que era: y así de muchas partes les enviaban parabienes y muchos se venían a hallarse con ellos, para gozar de la victoria que tenían por suya.
En Italia hubo muchos hombres principales que se pasaron a Grecia con Pompeyo, unos por llevarle estas buenas nuevas, otros por darle a entender que ellos no habían aguardado el último suceso de esta guerra, ni eran los postreros en seguirle.
Cuando César estaba en estos aprietos, dice que tuvo aviso Afranio que habían llegado muchos ballesteros de los *, y gran caballería francesa, y con ellos algunos seis mil hombres, con muchos esclavos y gente de servicio: pero no llevaban ningún orden ni concierto, ni se mostraba en ellos capitán ni cabeza(capitas),e iban como si no había guerra y la tierra gozara de la paz que había tenido en tiempos pasados. Había entre ellos muchos mancebos honrados, hijos de senadores y de caballeros, y muchos embajadores de ciudades y algunos legados del mismo César, que los venían acompañando; pero llegados a la orilla del río, no pudieron pasar, porque ni había puentes ni barcas. Afranio salió de noche con tres legiones y con toda su caballería, para batalla; y guardó esta orden, que llegaron primero a ellos los caballos y los hallaron descuidados; pero los caballeros franceses presto se pusieron en orden, y la batalla se comenzó, y pocos resistieron a muchos. En medio de esta pelea descubriéronse las banderas de las legiones de Pompeyo que venían en ayuda y socorro de los suyos y ellos se retiraron a los montes cercanos, que yo conjeturo deberían ser los que hay desde la ciudad de Balaguer, a la orilla del Segre, hasta la villa de Camarasa (nada, a un tiro de piedra de Lérida); y César quedó muy contento de esta retirada, porque si los cogieran en el raso, era muy posible que no se escapara ninguno de ellos. Murieron, con todo, doscientos ballesteros, algunos caballeros, y algunos pocos de los esclavos, y del bagaje que llevaban perdieron poco; pero estas pérdidas fueran de buen tolerar, si la hambre y necesidad de mantenimientos no apretara a los cesarianos, que todos iban decaídos y macilentos; siendo lo contrario en los reales de Pompeyo, donde había abundancia y copia de todo lo que habían menester, y aun les sobraba. Valióse César de las ciudades confederadas; pero estas no le podían dar pan, porque no le tenían, sino ganados; y enviaba azemileros a las ciudades más lejos, y de esta manera procuraba remediar la falta presente y necesidad que le apretaba.
No era el ánimo de César tan menguado que de estas adversidades se espantara, antes, al paso que ellas crecían se aumentaba en él el espíritu y valor: buscó trazas y modo como remediarse y salir de aquel aprieto, y mandó para esto a sus soldados que hiciesen unas grandes barcas, como otras que los años antes había visto en Inglaterra, de que aquellos isleños usaban en la guerra. El suelo y vientre eran de maderos no muy gruesos, y lo demás entretejido de mimbres y cubierto y calafateado con cuero; y de estas usaban también los españoles de Galicia por aquellas marinas fronteras de Inglaterra.
Cuando tuvo acabadas algunas de estas barcas, mandólas tirar de noche con carros tres leguas lejos del real, más arriba de donde había hecho Fabio las puentes. Echadas en el río, mandó pasar con ellas un buen número de soldados, y de improviso tomaron un collado que se tendía por las riberas del río, y antes que lo supiesen los de Afranio, lo tuvieron fortificado. César con aquellas barcas mandó pasar allá seis mil soldados y seiscientos caballos; y pues tenía allá buen número de gente, mandó que los de la una parte y los de la otra del río trabajasen juntos; y de esta manera, en dos días quedó la puente acabada, y pudo su real recibir las provisiones que de diversas partes llevaban aquellos que César había enviado a buscarlas, y los ganados pasaron a gozar de la pastura que había de esta otra parte, y los que aquí estaban detenidos pasaron a la otra parte, como si no hubiese río, y de allí adelante, pues César estaba fuera de aquellos peligros, solo entendía en ofender al enemigo: y el mismo día que se acabó la puente, hubo César una victoria en que mató una cohorte entera y otros muchos de sus contrarios, y hubo mucha presa de ganados y despojos; y dentro de pocos días hizo la fortuna un gran trueque en la guerra, porque los de Pompeyo no osaban salir de Lérida, temerosos de la caballería y soldados de César, que no les dejaban reposar un punto, y parecía que estaban cercados en la ciudad. Estos prósperos sucesos de César se aumentaron con la nueva que tuvo de gran victoria que los suyos habían alcanzado en Francia, tomando la ciudad de Marsella, que cuando César vino a Cataluña, había dejado cercada. Averiguóse también ser falsas otras nuevas que se habían esparcido en España, de que Pompeyo venía por la Mauritania, (mauro : moro) que es lo que hoy decimos Berbería, (bereber, bereberes) con muchas legiones de soldados, de quien confiaban mucho sus amigos; pero después que se supo ser falso esto, muchas ciudades y pueblos se declararon por César. Los de Huesca, que habían valido a Pompeyo, le desampararon y enviaron embajadores a César para que les mandase; y lo mismo hicieron los de Calahorra y, a imitación de ellos, hicieron lo mismo los de Tarragona, los cosetanos, ausetanos, lacetanos y, pocos días después, los ilercavones; y a todos recibió César con mucho amor y demostración de benevolencia, y les pidió le valiesen con pan, de qué necesitaba mucho, y dice César que se lo prometieron, y después lo cumplieron muy bien, porque en Cataluñamás dificultad tienen los naturales de ella de prometer, que de cumplir lo prometido, y esto es tan natural a la tierra, que siempre lo han usado. Había también en el real de Afranio y Petreyo una compañía de ilercavones, que son pueblos que llaman ahora morellanos y del reino de Valencia: estos, que supieron que sus padres y amigos y deudos estaban confederados con César, dejaron a Afranio y se pasaron a él.
Hubo tal mudanza de las voluntades en España, adhiriéndose a César, tan de hecho, que tras de los de Cataluña e ilercavones, otros muchos, más lejos, comenzaron a tomar su voz y seguirle; y los de Pompeyo ya de buena gana estaban encerrados, unos dentro los fuertes, y otros dentro la ciudad de Lérida; y con miedo de los caballos de César, que lo corrían todo, no osaban sacar muy lejos al pasto los ganados, para poderse retirar con tiempo. Otras veces, con grandes rodeos, escusaban el ser vistos de las guardas de sus contrarios; y otras, con solo ver asomar de lejos la gente de a caballo, que era la más temida, o poco acometimiento que ella hiciese, dejaban muy apriesa lo que llevaban, para huir más lijeros; y podía tanto el miedo, que fuera de toda costumbre de guerra, solo salían de noche al pasto.
Érale a César muy enfadoso que sus caballos no pudiesen pasar de esta parte de Segre, sino por la puente o con los barcos que había hecho; y para escusar tanto camino, intentó una cosa maravillosa y casi increíble a los que conocen la fuerza y naturaleza del río Segre, y saben cuán caudaloso es; y fue que, en puesto acomodado, mandó abrir muchas acequias de treinta pies en alto cada una, que serían poco más de cuarenta y cinco palmos, y por ellas derramó gran parte de la agua que llevaba el río, y de esta manera por ninguna llevaba mucha, y con esto vino a hallar y facilitar el paso. No dejaré de poner aquí las palabras de César, porque una cosa tan increíble como esta (que ni a Moisés se le hubiese ocurrido), por haberse hecho en tiempo que aquel río venía muy crecido, es necesario que se pruebe y corrobore las palabras del mismo César.
Quibus rebus, perterritis *(animis ? no se lee) adversariorum, Caesar, ne semper magno circuitu per *partem equitatus esset mittendus, nactus idoneum locum, fossas *pedem XXX in altitudinem complures facere instituit, quibus parte aliqua Sicorim(Segre) averteret, vadumque in eo flumine*effixeret. His penè effectis, magnum in timorem Affranius pervenit, etc. Esta obra, aunque no acabada, espantó mucho a los de Pompeyo, porque tuvieron ya por quitados del todo los mantenimientos y el pasto, por tener conocida la mucha ventaja que César tenía con la gente de a caballo, que tan fácilmente les estorbaba las escoltas. Por esto se resolvieron Afranio y Petreyo de levantar su campo y salirse de Lérida y pasarse más tierra adentro, hasta llegar a la Celtiberia, que es en el reino de Aragóncon alguna parte de Cataluña; porque allí esperaban tener mejor aparejo para continuar la guerra. Movióles a tomar esta resolución el considerar como, de las guerras pasadas con Sertorio, las ciudades que Pompeyo dejó vencidas por fuerza tenían y estimaban su nombre y poder aún en ausencia, y las que habían perseverado en su amistad, le eran muy aficionadas, por los grandes beneficios que habían recibido; y así esperaban tener allí muy buena gente de a caballo y grandes socorros de todas partes, para continuar la guerra todo el verano: al contrario César, allá ni era conocido, ni respetado. Con este pensamiento, mandaron buscar muchas barcas por el río Ebro y que se juntasen más abajo de Octogesa, que es lugar que está cinco leguas río abajo, lejos de Lérida, en el puesto donde hoy está la villa de Mequinenza. Aquí hicieron de estas barcas puente sobre el Ebro, y pasando enLérida el río Segre, por la puente de la ciudad, dos legiones de Afranio, se fueron a poner en un fuerte que hicieron de esta otra parte del río; y esto, todo se hacía para poner el río entre ellos, y los de César, teniendo por cierto, que no pudiendo él pasar con su ejército sino por la puente que estaba muy arriba, ellos llegarían en salvo sin contraste donde querían, antes que él pudiera alcanzarlos: y César, que entendió esto, se dio mucha prisa para acabar el vado, sacando más y más acequias, y, en fin, en un mismo tiempo quedaron acabados cerca de Mequinenza la puente y en Lérida el vado; y la caballería de César ya se atrevía a pasar, y también los de a pie, dándoles laagua en los pechos, aunque pasaban con mucha dificultad, por la hondura y recia corriente del río; y por esto los de Pompeyo daban más priesa a su partida: y dentro de la ciudad de Lérida dejaron solo dos cohortes ausiliares, que eran quinientos hombres por cada cohorte, y eran estas cohortes de gente forastera o asalariada, que así nombraban a la tales compañías.

CAPÍTULO XXIII.


CAPÍTULO XXIII.

Toma César la montaña de Gardeny, Junto a Lérida; hácese fuerte en ella, y queda señor de la campaña.

Pasados dos días después de esto, llegó Julio César, que venía de Francia, dejando allá hechas las cosas que cuenta en sus Comentarios; y reconociendo el lugar donde halló sus capitanes, y enterado de la naturaleza de aquel terreno, mandó hacer otra vez aquella puente que se había llevado la corriente del río, y que la labrasen de noche por más disimular, y puso en guarda de ellos y de los ganados y fardaje que allí había, seis cohortes, que eran mil seiscientos y veinte hombres, y luego, con toda la demás gente de su ejército, dividido en tres escuadrones, presentó la batalla a los capitanes de Pompeyo, Afranio y Petreyo. Afranio sacó toda su gente y puso su real en medio de la montaña de Gardeny, y allá se entretenía excusando la batalla, porque no la deseaba. Entonces conoció César que aquella guerra no se podía acabar de una vez, y mudó de pensamiento, y quiso acercar su real al de los enemigos; y para hacerlo más secreto y a su salvo, ordenaba cada mañana los escuadrones y poco a poco se fue acercando al pie de la montaña de Gardeny; así que Afranio y Petreyo estaban un poco más arriba y en punto superior al de César. César, para mejor fortificarse, dividió su ejército en tres escuadrones: los dos puso en la delantera; y tras de estos dos quedó el otro, trabajando en abrir un foso que distaba del real de los pompeyanoscerca de cuatrocientos pasos; y esto lo hicieron con gran secreto, sin que lo entendiesen ni viesen los enemigos, porque los escuadrones y la caballería estaba delante de los que trabajaban en la obra: y de esta manera quedaron hechos los fosos, antes que los pompeyanos lo supiesen ni viesen; y metida la gente de César dentro, y dejándolo todo muy fortificado y a punto para resistir cualquier acometimiento que quisiesen hacer los de Pompeyo, mandó venir aquí las cohortes y el fardaje, y todo lo demás que había dejado y quedaba junto delas dos puentes que estaban más arriba de Lérida, cerca de Balaguer. Puestos aquí los de César, y defendidos con aquel foso que habían abierto, que tenía quince pies de alto y otros quince de ancho (y nadie vio ni oyó la excavación), fueron levantando el terraplén, aunque con trabajo, por haber de traer la faginay forraje de lejos; porque aquella comarca es muy falta de leñas, y habiéndola de llevar de lejos, habían de llevar los que trabajaban en la obra mucha guarda; y aunque Afranio y Petreyo bajaron del puesto donde estaban a impedirlo, no pudieron, porque César con tres legiones y el foso que había hecho estaba muy defendido, y así se hubieron de retirar al lugar de donde habían salido.
Pasados tres días, pensó César en tomar un cerro o altura (podium: pueyo : pui : puig: puch; collem : coll : collado) que estaba entre la ciudad de Lérida y aquel montecillo donde está edificado el castillo de Gardeny, confiando que, siendo él señor de ella, podría mucho estrechar a los de la ciudad de Lérida y aún ganarles la puente, que era lo que él más deseaba; y contando esto César, lo dice con estas palabras:
Erat inter oppidumIlerdam et proximum collem ubi castra Petreiusatque Affranius habebant planities circiter passuum CCC, atque in hoc ferè medio spatio tumulus erat paulo editior, quem si occupasset Caesar et communisset, ab oppido, et ponte, et commeatu omni quem in oppidum contulerant, se interclusurum adversarios confidebat: que entre la ciudad de Lérida y el montecillo o collado de Gardeny donde Petreyo y Afranio tenían sus reales, había una llanura de trescientos pasos, poco más o menos, y en medio de esta llanura había un cerro o altura algo levantada que, tomándola César y fortificándola, confiaba que quitaría a sus enemigos la ciudad y la puente, y todo el bastimento que en la ciudad tenían. Porque, si bien se mira, la distancia que hay entre la ciudad de Lérida y el collado de Gardeny, no muy lejos de donde está el monasterio de los padres capuchinos, parece que en siglos pasados estaba esta altura que César deseaba tomar, la cual el día de hoy está allanada, para poder mejor correr por allá el agua de las acequias y regar aquella fresca y deleitosa huerta; porque el espacio de mil setecientos años que han pasado desde aquellos tiempos hasta el día de hoy, ha allanado, no montecillos como estos, sino montes, reinos y dilatadas provincias; pues no hay cosa que coma y consuma más que un dilatado espacio de tiempo.
Codiciaba mucho Julio César este puesto, para apoderarse después de la puente de la ciudad: pero los de Pompeyo se lo defendían muy bien, como a paso para ellos no solo importante, sino muy necesario, y perdido él, eran todos perdidos. Es esta puente de que habla César la que el día de hoy está cerca el monasterio de san Agustín, aunque queda poco rastro de ella. Antes del año 1617 se descubrían cuatro arcos; y después, con las avenidas e inundaciones tan notables que hubo en Cataluña el dicho año, quedaron muy mal tratados; y por debajo de esta puente pasaba en tiempo de César el río, y la ciudad se podía rodear de todas partes, sin impedimento de él, porque estaba tan lejos de ella, como hay el día de hoy desde el portal que llaman de la Puente hasta esta puente de San Agustín; porque la puente por donde se pasa el día de hoy cuando entramos en la ciudad de Lérida, es obra nueva y moderna, y ha sido necesario edificarse, por haber dejado el río el álveo antiguo, y haber vuelto su curso hacia la ciudad. Sobre el tomar esta altura, hizo venir César tres legiones, y formó de ellas sus escuadrones, y mandó a los alfereces(alférez, alféreces) de una legión que corriesen a ocupar aquella altura o cerro; pero los de Afranio y Petreyo, que conocieron el pensamiento de César, corrieron por camino más corto, y ocuparon el lugar antes que los de César llegaran, y sobre querer echarlos de allí, trabaron una gran pelea. Señaláronse en ella los portuguesesy otros españoles que estaban en el campo de Pompeyo, y peleaban con correrías y acometimientos súbitos y repentinos; y lo mismo hacían los romanos de Pompeyo, que ya lo habían aprendido de los nuestros (escaramuza); y fingían muchas veces huir de ellos y retirarse a la ciudad, y con esta estratajema los llevaron hasta los muros, y cuando estuvieron aquí, unos los acometieron por la parte del río, y los otros rodearon la ciudad y bajaron por la parte donde es el monasterio de Predicadores, y los cogieron en medio y mataron muchos, porque peleaban en puestos desiguales, y los de César estaban bajos y los otros altos; y como los de César no estaban acostumbrados a pelear con correrías, sino a pie quedo y con escuadrón cerrado, estaban desatinados, porque aquel modo de pelear, para ellos era extraordinario y muy inusitado. Al principio se peleó con dardos y saetas, y ningún tiro hicieron los pompeyanos en valde, y cada día les acudía gente; y acabadas estas armas arrojadizas, se llegó a pelear con espadas y dagas, y duró esta pelea cinco horas, y los de César se vieron en grandes aprietos; y diee César que no se declaró la victoria por ninguna de las partes, antes, todos se juzgaron vencedores. Murieron, de los de César, según él dice, setenta hombres, y seiscientos quedaron heridos: de los de Pompeyo murieron doscientos. Afranio y Petreyo mandaron fortificar el alto eraentre la ciudad y el collado, de Gardeny, que tanto habían codiciado los de César, y puso en él tal guarnición que no pensó más César en quitársele, y quedó contento de verse señor de la campaña, que está sobre el río Segre, y que los enemigos quedasen cerrados dentro de Lérida, y en las fortificaciones que habían hecho en el collado de Gardeny, y cerro que habían tomado.

CAPÍTULO XXII.


CAPÍTULO XXII.

De lo que hizo Pompeyo en España, y principio de las guerras civiles entre él y Julio César.

Pompeyo Magno, después de muerto Sertorio, apaciguó toda España y la dejó en devoción y obediencia del senado romano; y hecho esto, se volvió a Roma; y en esta ocasión dejó las memorias que de él quedan con nombre y título de Trofeos, que muy largamente describe Compte en su Geografía. En Roma triunfó por las victorias que en España y Francia había alcanzado de los enemigos de Roma, y dejados los ejercicios en que hasta aquella ocasión y en servicio de su patria se había ocupado, casó con Julia, hija del gran Julio César. Era aún recién casado, cuando le nombró el senado gobernador y procónsul de esta provincia, que comenzaba a inquietarse, confiando el senado que la prudencia de Pompeyo y el ser muy amado de los naturales, serían parte para aquietar los humores que se levantaban en daño de la república romana. Sintió mucho Pompeyo este levantamiento, por aguarle el contento del matrimonio y haberse de ausentar de su querida Julia, la cual, por algunas razones que da la ley Observare, De officio Proconsulis, no quiso llevar consigo en el gobierno, el cual le fue dado por cinco años, con gran cantidad de dinero, provisiones, bastimentos, armas y otras cosas necesarias para la guerra. Nombró Pompeyo tres legados, que fueron Lucio Afranio, Marco Petreyo y Terencio Varron, a quienes mandó pasar en su nombre a España, quedándose él en Roma con su querida Julia, porque sentía a par de muerte haberse de apartar de ella, porque la amaba en extremo, aunque gozó poco de ella, porque murió presto, con grande desconsuelo del marido. Esta muerte de Julia dio ocasión que se fuesen descubriendo los odios y envidias que había entre César y Pompeyo, que de secreto cundían; pero por razón de la afinidad se disimulaban todo lo posible. Pompeyo era muy poderoso y bien quisto (visto, querido : quisto) en Roma, y César no lo era menos; y de aquí se originaron las guerras civiles, que fueron de tan pésima calidad, que del todo destruyeron la república e imperio romano, que hasta aquel tiempo tanto habían florecido. La ocasión y principio de esta guerra fue envidia y ambición y codicia de mandar, todo fundado en vanagloria, pasiones de que ambos eran muy tocados.
a Pompeyo era sospechoso el poder de César, y a César pesaba la autoridad y
dignidad de Pompeyo; este no quería igual, ni César superior; y como si el imperio romano no bastara para saciar la codicia de los dos, pelearon por él, así como si no fuera suficiente para el uno de ellos. Pretendió César el consulado, y decían los pompeyanos no poderlo, por estar ausente; y César no quiso presentarse en Roma, como era costumbre, por no dejar los ejércitos que tenía a su cargo, con que confiaba alcanzar el mando e imperio, a que llegó pocos años después; antes bien procuró con muchas diligencias que Pompeyo dejase los que él tenía en España; y viniera en ello, sino por sus amigos, que se lo desaconsejaron. Era el bando de Pompeyo muy poderoso, y no tanto el de César; y prevaleció en el senado, que se mandara a César que dentro de ciertos días dejase su ejército, y que no pasase el río Rubricon (Rin, Rhein ?) con él, porque era el término y límite de su provincia, que dividía Italia de Francia, y si lo hiciese, quedaba declarado enemigo del pueblo romano; pero todo esto no le atemorizó, antes bien llegó con él a las orillas de aquel río, y consideró que de no pasarle se seguía la destrucción y ruina de él y de su casa, de pasarle, la de la república romana. Prefirió su útil y provecho, y diciendo aquellas palabras tan sabidas: Eamus quo deorum ostenta, quo inimicorum iniquitas vocat; jacta esto alea(se conoce más: alea jacta est); vamos a donde los dioses y la iniquidad de mis enemigos me llaman, que echada está la suerte; luego le pasó y se fue a Roma, donde se hizo nombrar cónsul, y abriendo el erario, esparció todo el dinero que había en él con los soldados, haciéndoles larga paga de aquel dinero que no era suyo; y Pompeyo, confiado de los legados que tenía en España, pasó a Macedonia, con pensamiento de juntar allá grandes poderes para resistir a César, el cuál, cuidando poco de otras cosas, con su acostumbrada celeridad y presteza pasó a España, para pelear con los legados y gente de Pompeyo, hasta vencerlos y echarlos de ella, con pensamiento que, salidos ellos, le sería fácil apoderarse de todo el imperio y señorío romano; porque el mayor impedimento que hallaba, era esta gente de armas que Pompeyo tenía en España: y veníale muy bien estar ausente Pompeyo, el cual entre otras cosas que hizo muy poco acertadas, fue esta de pasarse a Macedonia, teniendo todas sus fuerzas en España, y perdidas aquellas, quedaban él y todas sus cosas en un infeliz y desdichado estado.
De esta venida de César tuvieron noticia los capitanes de Pompeyo, por medio de Bibulio Rufo, que llevaba órdenes de Pompeyo de lo que habían de hacer para resistir a César, a quien de cada día aguardaban en España. Tenían los legados de Pompeyo dividido el gobierno de España: Lucio Afranio gobernaba la Citerior, que es la Tarraconense; Terencio Varron, desde Sierra Morena hasta Guadiana, y Marco Petreyo, toda la Andalucía y Lusitania; y para mejor resistir el poder de César, Petreyo, con toda la gente que pudo llevar, se fue a juntar con Afranio, y hecha reseña, hallaron tener treinta mil soldados romanos de a pie y dos mil de a caballo, y ocho mil infantes españoles y cinco mil de a caballo, que eran todos cuarenta y cinco mil hombres. Estos, llegados a Cataluña, se alojaron por los pueblos ilergetes, junto a la ciudad de Lérida y a orillas del Segre, escogiendo aquella ciudad por lugar a propósito para aquella guerra, y de donde les pareció poder defender toda la tierra; y para impedir la entrada de César, enviaron algunas compañías a los montes Pirineos, y se alojaron por el collado del Portús entre el Rosellóny el Ampurdan, y en el lugar donde está hoy el castillo de Bellaguarda; y Lucio Afranio se metió en Castellonde Ampurias, confiando resistir el poder de César, cuya venida no podía tardar mucho. En esta ocasión llegó Cayo Fabio, legado de César, con bastante número de soldados, para desembarazar los pasos de los Pirineos; y fue su venida de tan grande fruto, que los soldados y gente de Pompeyo dejaron sus puestos y se retiraron a Lérida: y Fabio no entró, sino que les fue siguiendo, sin hallar contrario alguno, y se alojó a vista de Lérida, sobre el río Segre; y para poderle pasar con comodidad, labró dos puentes de madera, unajunto a su real y otra no muy lejos de la ciudad de Balaguer, para poder pasar por ellas las bestias y ganados del real, para apacentarse por los extendidos y dilatados campos de Urgel,porque las pasturas que eran de la otra parte, sobre Segre, ya eran consumidas. Pasó esto en los meses de abril y mayo, tiempo en que suele haber en aquel río grandes avenidas, porque se derriten las nieves de los montes y sierras por donde pasa aquel río, que notablemente le hacen salir de madre. Un día había enviado Fabio por la una de estas dos puentes, más cercana a Lérida, dos legiones para que guardaran los ganados que habían de pasar después de ellos; pero no fue posible, porque una súbita avenida, después de pasados los soldados y antes que pasaran los ganados, se llevó la puente que había sufrido demasiado peso, y los pedazos de ella, que iban río abajo, dieron noticia a Afranio como la puente quedaba rompida, y supo luego por sus espías, como la gente de Fabio quedaba atajada debajo Segre, sin poder pasar el río. No quiso Afranio perder esta ocasión, y luego envió sobre la gente de César cuatro legiones y todos sus caballos. Lucio Planco que era cabo de las dos legiones, temió la caballería y se retiró a un alto y se fortificó como mejor pudo, porque no tuvo tiempo de pasar a la otra puente que estaba hacia Balaguer (hombre, hay un trocito desde Lérida a Balaguer); y allá en aquel alto sufrió el ímpetu de la gente de Pompeyo, con alguna pérdida de la suya; y perecieran sin duda las legiones si Fabio no enviara de presto dos de las que le habían quedado para socorrer a Planco; y estas pasaron por la puente más cercana de la ciudad de Balaguer, porque se persuadió que los de Afranio no dejarían aquella ocasión en que podían hacer grande daño a los que habían salido: y es cierto que lo hicieran, si Fabio no acudiera; y toda la gente de César quedó muy maltratada, aunque el mismo César, contando esto, lo disimula.