miércoles, 2 de marzo de 2022

DE LA LECCIÓN DE LA SAGRADA ESCRITURA EN LENGUAS VULGARES, Joaquín Lorenzo Villanueva

DE LA LECCIÓN 

DE LA SAGRADA ESCRITURA 

EN LENGUAS VULGARES

POR EL DOCTOR

D. JOAQUÍN LORENZO VILLANUEVA,

CALIFICADOR DEL SANTO OFICIO, CAPELLÁN DOCTORAL

DE S. M. EN LA REAL CAPILLA DE LA

ENCARNACIÓN

CON SUPERIOR PERMISO 

EN VALENCIA, Y OFICINA DE D. BENITO MONFORT.

AÑO MDCCLXXXXI. (1791)

DE LA LECCIÓN DE LA SAGRADA ESCRITURA EN LENGUAS VULGARES POR EL DOCTOR D. JOAQUÍN LORENZO VILLANUEVA,



/ Nota del editor, Ramón Guimerá Lorente: se actualiza la ortografía en gran parte en el texto en castellano, pero no en los textos que se copian de la Biblia. 

En latín no suelo poner tildes, aunque alguna habrá. 

Comentarios entre paréntesis. /

PDF descargado de: Archive.org


AL EXC.MO señor

CONDE DE FLORIDABLANCA,

PRIMER SECRETARIO DE ESTADO

Y DEL DESPACHO,

CABALLERO DE LA INSIGNE orden

DEL TOYSON (toisón) DE ORO, &c. &c. &c.


EXC.MO señor.

Aunque la licencia de leer la Sagrada Escritura en lenguas vulgares que de pocos años a esta parte tiene concedida el Santo Oficio, ha llenado de alegría generalmente a toda la Nación; podrían no obstante algunos, preocupados a favor de la costumbre contraria, intimidar al pueblo para que no se aproveche de este bien que después de muy mirado el negocio se le ha puesto en las manos. El deseo de precaver ahora los males que acaso produjo en otro tiempo la timidez indiscreta, me ha movido a escribir de un modo dogmático la Historia de la lección de la Escritura en lenguas vulgares, poniendo de manifiesto las ventajas que resultan de tan saludable práctica. Con ella se propaga la doctrina más importante y pura, se esparce la semilla de las buenas costumbres, se extirpan las máximas ajenas de la simplicidad evangélica y perniciosas a la sana política, se aprende la subordinación a las potestades, y el buen orden debe reinar en todas las jerarquías del Estado. Estos medios muy oportunos para conseguir la pública felicidad, a que se ordenan los deseos y conatos de V. E. han sido el objeto de mi trabajo.

Dígnese pues V. E. honrar con su patrocinio esta obra tan conforme a su espíritu, y admitir la buena voluntad con que se la dedica su atento y obligado Capellán


JOAQUÍN LORENZO VILLANUEVA.



LISTA DE LOS SEÑORES SUBSCRIPTORES.

(Se omite. Página 14 del pdf en google books, hay otras fuentes. 

Entre los personajes, nombro sólo a Francisco Pérez Bayer, Francisco Cerdá Rico, Joseph Villarroya).


PRÓLOGO.


Es tal la fuerza que tienen las leyes humanas observadas por largo tiempo, que aun cuando sea necesario abrogarlas o mitigarlas por haber cesado las causas por que se establecieron; ya que nadie abiertamente resista a la legítima autoridad a quien esto toca, suele haber algunos que se resienten de esta innovación, y no les agrada que en su tiempo muden de semblante las cosas. No entiendo yo que en esto procedan por falta de sumisión a los superiores, sino por el recelo general que causa toda mudanza aunque sea útil. Como por otra parte no ven inconveniente notable a su parecer en que se queden las cosas en el estado en que las encontraron, y no saben si le habrá con la mudanza de ellas; por solo este miedo se creen autorizados para desaprobar lo que el sabio Legislador dispone para la común utilidad.

En Roma se vio esto palpablemente cuando restituida al pueblo por la congregación del índice la facultad de leer la Escritura en lenguas vulgares, que le había quitado la regla IV del Expurgatorio, N. SS. Padre Pío VI que hoy gobierna la Iglesia, dio aquel honroso Breve al arzobispo de Florencia Antonio Martini (a) por haber traducido en lengua vulgar la Santa Escritura. Porque no faltaron algunos que sin más motivo que el ver aprobada por su Santidad la libertad de leer la Escritura en lenguas vulgares, murmurasen de este Breve, y hablasen injuriosamente de su respetable autor, siendo motores de estas hablillas algunos que por su estado y profesión debieran, aunque no fuera sino por guardar consecuencia de doctrina, mostrar deferencia a los escritos del Papa (b). 

(a) Pius Papa VI. Dilecte fili, salutem &c. In tanta librorum colluvie qui Catholicam Religionem teterrime oppugnant, et tantam (tanta) cum animarum pernicie per manus etiam imperitorem circumferentur, optime sentis si Christi fideles ad lectionem Divinarum Litterarum magnopere excitandos existimas. Illi enim sunt fontes uberrimi, qui cuique patere debent ad hauriendam et morum et doctrinae sanctitatem, depulsis erroribus, qui his corruptis temporibus late disseminatur. Quod abs te opportune factum affirmas, cum easdem Divinas Litteras ad captum cuiusque vernaculo sermone redditas in lucem emisisti; praesertim cum profitearis, et prae te feras eas addidise animadversiones, quae a Sanctissimis Patribus repetitae quodvis abusus periculum amoveant. In quo a Congregationis Indicis legibus non recessisti, neque ab ea Constitutione, quam in hanc rem edidit Benedictus XIV immortalis Pontifex, quem Nos et in Pontificatu praedecessorem, et cum in eius familiam olim asciti fuerimus, Ecclesiasticae eruditionis Magistrum optimum habuisse gloriamur. Tuam igitur non

ignotam doctrinam cum eximia pietate coniunctam collaudamus, et tibi de hisce Libris, quos ad Nos transmittendos curasti, gratias, quas debemus, agimus, illos etiam, si cuando possimus, cursim perlecturi. Interim Pontificiae benevolentiae testem accipe Apostolicam benedictionem, quam tibi, dilecte fili, peramanter impertimur. Datum Romae apud S. Petrum XVI Kalend. Aprilis MDCCLXXVIII. Pontificatus Nostri anno IV 

(b) Il mio animo fu commosso, cuando mi pervenne la notizia di que tanti, è così scandosi rumore, che alcuni poco sani Teologi tratto eccitavano in Roma contra l'accennato Breve del nostro Sommo Pontefice … E chi fatti non sa, che voi stesso, o Sommo Pontefice, avete dovuto piu volte reprimere l'audacia, e la temerità di cert'uni, i quali sotto i vostri occhi me dessimi non hanno avuto vergogna di dire, che il vostro Breve merita di essere denunziato al Sant' Officio, che contiene delle proposizioni false ed erronee, che siete in obligo di ritrattarlo? Et a chi non sono parimente noti gli sforzi, che costoro hanno fatto per impedire, se pur era possibile, che fossero eseguiti i vostri ordini di fare una nuova edizione della sopraccennata versione di M. Martini? E ciò, che reca maggior maraviglia si è, che questi falsi zelanti sono poi quelli, che predicano tutto dì, che il Papa è l'infallible, è suppremo giudice della Chiesa, è che in tutto gli si deve prestare una cieca, ed assoluta obbedienza. Apologia del Breve del Sommo Pontefice Pío VI à Monsigr. Martini Arcivescovo di Firenze, cap. I. pág. mihi 13 et 14. 


No se han desmandado así nuestros españoles contra el decreto del Santo Oficio en que se permiten a nuestros pueblos estas mismas versiones. Pero como no todos los fieles tienen saber para separar lo que es disciplina de lo que es dogma, ni ojos para distinguir entre tiempo y tiempo, ni prudencia para no confundir el que es verdadero daño con el que no lo es; y lo que es más que todo esto, como no todos los súbditos se hallan animados de aquel amor de la causa pública que mueve a los legisladores y es el alma de todas las leyes; no extraño yo que aquella providencia según estas varias disposiciones de los ánimos causase distintos efectos. Algunos como nunca habían visto los libros sagrados en manos del pueblo, creyendo por otra parte que siempre había carecido de esta lectura, y que en esto no cabía variedad; por esta ignorancia casi hubieran venido a escandalizarse, a no prevalecer en ellos la sumisión a la autoridad de quien la permitía.

Otros no tan ignorantes pero tímidos, ponderando más de lo justo el caudal de doctrina que se requiere para hacer buen uso de la Escritura, decían que no estábamos aún en estado de que los libros divinos fuesen al pueblo remedio de sus dolencias por la ignorancia en que se cría la gente ruda y vulgar, en cuyas manos se ponen estas versiones.

Otros por cierto respeto a los misterios y arcanos de la Sagrada Escritura, dijeron que no era bien ponerlos en las manos del vulgo; que al pueblo bastaba enseñarle lo necesario para salvarse; que ya los predicadores y los Pastores de la Iglesia les daban la doctrina de la religión hecha leche, esto es, de un modo fácil y acomodado a su inteligencia, y que el darles a leer la Escritura, era exponer sus altos y escondidos misterios sin conocida utilidad.

Estas y otras cosas semejantes se dijeron cuando se publicó aquel decreto de nuestro Santo Oficio. Y como si el permitir o vedar al pueblo las versiones vulgares de la Escritura fuese artículo de fe, y no un punto de disciplina en que cabe mudanza según las circunstancias de los tiempos: y como si para juzgar del estado y necesidades del nuestro no bastasen los jueces de la religión, así se lamentaban de esta providencia, como si con ella hubiera de decaer el pueblo cristiano de su primer espíritu, o lo que sería peor, apostatar y separarse de la fe verdadera.

Es increíble lo que estos miedos y sospechas llegaron a cundir aun entre gentes dóciles y bien intencionadas, en los cuales resfrió y casi apagó el temor aquella primera alegría que les había causado esta providencia. Por donde aquellos rumores harto perjudiciales en sí mismos, eran mucho más de temer por el riesgo que había de que extendiéndose entre la gente vulgar, se disminuyese la sumisión a un decreto tan justo, tan acordado del tribunal de la fe, a cuyas manos está fiada la exterminación de la mala doctrina, para que crezca y se dilate la buena.

Principio es de ruina en la cristiana república que los inferiores afectando desear la sabiduría y prudencia de las leyes, vengan a hacerse censores y jueces de la pública autoridad. Por más que esto se dore con color de piedad, no es piedad; y aunque parezca celo, no es celo; y si lo es, no va acompañado de discreción. "Aunque los jueces de la religión, decía san Gregorio Papa, "en cuanto son hombres pueden engañarse acerca de los negocios de la Iglesia, no por eso deben ya ser desobedecidas las disposiciones Eclesiásticas (a)...,” Mucho menos deberán serlo aquellas en que consta no haber engaño ni riesgo de él, cual es la licencia que ahora se da al pueblo, para que pueda leer la Escritura.

Primeramente el dar o no dar a los fieles la Escritura en lengua que todos entiendan no es punto de dogma, como decíamos, que no pueda alterarse. Si esto fuera así, nunca los superiores hubieran tocado en la costumbre de que leyese el pueblo la Escritura, que fue general en toda la Iglesia desde su establecimiento por más de doce siglos. Porque el espíritu de la Iglesia y el de la misma Escritura y tradición están por parte del pueblo en la lectura de los libros sagrados, ¿quitaremos a los superiores la facultad de prohibirla siempre que sea menester? Es pues este un punto de disciplina acerca de una cosa de suyo buena, pero en que por la corrupción de los tiempos puede caber, y de hecho ha cabido alguna variedad y mudanza. Y esta mudanza ¿quién la puede hacer sino los superiores y cabezas del pueblo cristiano?

(a) Etsi ut homines in disponendis Ecclesiae negotiis falli possunt, ipsae tamen Ecclesiasticae dispositiones deserendae non sunt. S. Greg. M. lib. IV in I. Reg. cap. I. Op. Venet. 1744. T. III. P. II. col. 175.

Porque parte es del gobierno espiritual de los fieles el dar, o quitar, o repartir con tasa el manjar de la saludable doctrina, según las circunstancias de los lugares, de los tiempos, de los sujetos a quienes se da.

Luego así como creemos que no con engaño, sino con causas justas y gravísimas se movieron los superiores eclesiásticos a quitar de las manos del pueblo las versiones vulgares de la Santa Escritura, debemos persuadirnos también que para restituirlas con las modificaciones que en sus mismos decretos se previenen, han procedido sin engaño, sólo por razón, con causas igualmente graves y justas.

Fuera de esto ¿quién dirá que la lección de las versiones vulgares de la Santa Escritura es de suyo contraria a la fe? ¿Quién asegurará que destruye las buenas costumbres? ¿Quién negará lo que enseñan todos los santos y acredita la experiencia de los primeros siglos, que en ella se nos inspiran máximas de bien vivir, con que se aparta el alma de lo malo, crece en lo bueno, y aspira siempre a mayor perfección? Pues para las cosas de esta naturaleza dejó establecida san Agustín aquella regla prudentísima: "Las cosas que no son contra la fe ni contra las buenas costumbres, y por otra parte estimulan a mejorar de vida, en donde quiera que las vemos establecer, o las hallamos ya establecidas, no sólo no las desaprobemos, mas sigámoslas alabándolas e imitándolas; a no impedirlo de suerte la flaqueza de algunos, que se siga de ello mayor daño (a).” 

(a) Quae non sunt contra fidem, ne que contra bonos mores, et habent aliquid ad exhortationem vitae melioris, ubicumque institui videmus, vel instituta cognoscimus non solum non improbemus, sed etiam laudando et imitando sectemur, si aliquorum infirmitas non ita impedit, ut amplius detrimentum sit. S. Aug. ad Inquisit. Januarii lib. II. seu Ep. IV cap. 18. n. 34. Op. edit. Antuerpiae (Antwerpen, Amberes) 1700. T. II. col. 107. seq.

Y dando en otra parte la razón de esta regla fundada en la necesidad que tienen los fieles por la unión de la sociedad, de conformarse con las costumbres de la Iglesia en que viven, dice las siguientes palabras: “Ninguna disciplina mejor puede seguir el grave y prudente cristiano, que obrar del modo que viere obrar la Iglesia, a que por ventura llegase. Porque lo que consta no ser contra la fe ni contra las buenas costumbres, indiferentemente se ha de adoptar y guardar por respeto a la sociedad de aquellos entre quienes vivimos (a).” Así hablaba san Agustín aun de aquellos puntos de disciplina en que no convenían todas las iglesias. En la lección de la Santa Escritura en lenguas vulgares está conforme desde el decreto del Santo Oficio la Iglesia de España con todas las demás de la Europa católica, en las cuales era ya general esta costumbre desde que la Santa Sede permitió el uso libre de semejantes versiones. Pues el declamar ahora contra esta disciplina de la universal Iglesia, ya que no merezca el nombre que le dio el mismo Padre (b), cuando menos poner temores vanos en los ánimos de los fieles, de donde se sigue aversión a las leyes y desconfianza de los legisladores. Bien vio los malos efectos de esta imprudencia el mismo san Agustín, cuando en una ocasión semejante prorrumpió en aquellas tan sentidas palabras: 

(a) Nec disciplina ulla est in his melior gravi prudentique Christiano quam ut eo modo agar, quo agere viderit Ecclesiam, ad quam forte devenerit. Quod enim neque contra fidem, neque contra bonos mores esse convincitur, indifferenter est habendum; et propter eorum, inter quos vivitur, societate servandum est.

Id. lib. 1. ad Inquisit. Januarii seu Ep. LIV cap. 2. n. 2. Op. T. II. col. 94.

(b) Si quid tota per orbem frequentat Ecclesia, hoc quin ita faciendum sit disputare insolentissimae insaniae est. Id. ib. c. 5. n. 6. col. 95.

"He llegado a entender con dolor y gemido de mi corazón que se levantan muchas perturbaciones en los flacos por la porfiada obstinación o supersticiosa timidez de algunos hermanos, los cuales en materias a que no puede poner cierta tasa y medida, ni la autoridad de la Santa Escritura, ni la tradición de la universal Iglesia, ni la utilidad de la corrección de la vida, mueven tales pleitos y disputas, que sino lo que ellos hacen, nada tienen por bueno (a).” 

(a) Sensi enim saepe dolens et gemens multas infirmorum perturbationes fieri per quorumdam fratrum contentiosam obstinationem, vel superstitiosam timiditatem, qui in rebus huiusmodi, quae neque Scripturae Sanctae auctoritate, neque Universalis Ecclesiae Traditione, neque vitae corrigendae utilitate, ad certum possunt terminum pervenire....tam litigiosas excitant quaestiones, ut nisi quod ipsi faciunt, nihil rectum existiment. Id. ib. cap. 2. n. 3. Op. T. II. col. 94. seq.

Hasta aquí el santo doctor: en cuyas palabras se ve por una parte el origen de estos vanos e infundados temores, y por otra cuanto retraen al pueblo incauto y sencillo de la observancia de las leyes.

Esto solo debiera bastar para que nos fuese sospechoso el celo de los que con afectación o de verdad temen y atemorizan a otros, ponderando los males que se pueden seguir al pueblo de la lección de la Escritura. Como si el daño de esta lección estuviera en la cosa y no en el tiempo; y como si el daño del tiempo se hubiera refundido en la cosa; de suerte que en ninguno pudiera ya ser bueno lo que en el de Lutero se juzgó que no convenía. Más miedo debemos tener a tales temerosos, que

a lo mismo con que nos ponen miedo. Porque la lectura de los libros santos, si se hace con las debidas disposiciones y en los términos con que la permite quien puede, lejos de dañar, es en gran manera provechosa, y por tal ha sido siempre tenida. Más estotro recelo inquieta desde luego y perturba, como antes decíamos, y sobre esto retrae de tan saludable ejercicio, y estorba mil bienes; que hartos ha perdido el pueblo fiel mientras que los superiores se vieron precisados a privarle de esta lectura por la común presunción que se advertía, de interpretar las sagradas letras a su arbitrio y sin la debida sumisión a la Iglesia.

Mucho convendría en tan críticas circunstancias que algún sabio y celoso maestro de la religión escribiese para desengaño del pueblo persuadiéndole la utilidad de este santo ejercicio y rebatiendo con valentía estos miedos de los que tan fáciles son en temer donde no hay por qué. Pero mientras deseamos una obra completa en este género, no quiero privar a los fieles de algunas observaciones que he hecho conducentes al mismo fin.

Manifestaré en primer lugar que la antigua e invariable costumbre de leer el pueblo los libros sagrados que duró en la Iglesia por más de doce siglos, no se comenzó a alterar sino en una u otra provincia o reino por causas externas y ajenas de la lección de la Escritura, y que no se vedó esta facultad a todos los pueblos hasta que fueron generales los daños. Procuraré desvanecer las calumnias de los protestantes contra esta ley eclesiástica, y hacer ver cuanto ha contribuido a estas calumnias el celo indiscreto de algunos católicos. Pondré en claro el estado de la presente controversia, respondiendo a las razones con que aquellos teólogos pretendían que esta ley establecida con respeto a las necesidades del tiempo, fuese general y perpetua. 

Contra ellos probaré que las traducciones vulgares de la Escritura no son causa de herejías; que nada hay en ella de que pueda seguirse daño a los que la lean; que no la envilece el andar en lenguas entendidas del pueblo; que en cualquiera de las vulgares y con especialidad en la castellana se puede traducir con dignidad y decoro; que el haberse escrito el título de la cruz en las tres lenguas hebrea, griega y latina, no excluye a las demás de que se traduzca en ellas la Escritura. Responderé a los que negaban que los libros sagrados se escribieron en las lenguas de las gentes a quienes se dirigían, y que se dieron para que su uso fuese común a todos. Mostraré el verdadero sentido de aquellas palabras de Cristo: No queráis dar lo santo a los perros, ni las piedras preciosas a los puercos, que algunos alegaron contra el uso de dar al pueblo la Escritura. Con este motivo trataré del espíritu de la misma Escritura y de los PP. y de la práctica universal de la santa Iglesia acerca de la lección pública y privada de los libros santos en lenguas entendidas de todos, manifestando que de esta lectura no eran excluidos los hombres de negocios, ni las mujeres, ni los niños, ni los mismos infieles. Desvanecidas estas y otras razones con que algunos católicos extendieron la regla IV del índice más de lo que intentaba la Santa Sede, referiré las providencias que en algunos reinos y diócesis particulares se tomaron acerca de la lección de las Escrituras desde aquella Ley hasta el último decreto de la inquisición de España. Manifestaré que los superiores eclesiásticos no han restituido al pueblo esta facultad de leer en su lengua la Escritura hasta constar por experiencia de muchos años que han cesado las causas porque se quitó. Mostraré cuan vanos son los temores de los que aun ahora desaprueban esta licencia. Persuadiré la utilidad que se sigue a los fieles de darles ilustradas con notas las versiones de la Santa Escritura como previene el Santo Oficio. Últimamente señalaré las disposiciones con que debe leer el pueblo los libros divinos, y los frutos que de esta lectura se siguen a la Religión y al Estado.

En lo que digo para justificar mis observaciones he tenido cuenta con la verdad de los hechos y con la fidelidad en citar los autores que impugno. En ciertos puntos me dilato más de lo que para los doctos era menester, para cuyo uso no se escribe tanto este libro, como para los que no han tenido proporción de instruirse en estas materias. 

De muchas cosas que para algunos son sabidas todavía doy pruebas o documentos que las justifiquen. Bien sé que con esto desacreditaría lo que escribo, o a mí haría poca merced, si no constara que nuestra Nación carece de obras de este género: y que para la mayor parte de ella son raras y desconocidas muchas cosas que para los menos son triviales.

Este es en compendio el plan de mis observaciones, y el orden y la precaución y respeto que en ellas he guardado. obra sin duda llena de dificultad, y no ajena de peligro. La dificultad nace de la delicadeza de la materia, y de la conexión que tiene con muchos puntos de la antigua disciplina eclesiástica: el peligro de ser la primera que de este asunto se publica en España después de restituida al pueblo la facultad de leer la Escritura. Añádese a esto el ser materia en que todos creen tener voto, aun cuando no tengan la doctrina que para ello era menester. A los cuales ruego yo encarecidamente detengan el juicio de este tratado hasta haberlo leído con atención y buen deseo: porque no el título de la obra, sino la obra misma es la que ha de llevarles a pronunciar en esto acertadamente. Tal es la confianza que tengo de que si juzgare alguno que ni aun ahora conviene que lea el pueblo los libros santos; en vista de lo que según el espíritu del Santo Oficio alegamos en favor de esta lectura, mudará enteramente de parecer. Con lo cual se colmará mi deseo enderezado a que se lea con mucho fruto la Santa Escritura, aunque de camino se muestren mis defectos en el modo de abogar por tan buena causa (a).

(a) Las Versiones vulgares de la Santa Escritura, cuya lección se recomienda al pueblo en esta obra, son las de autores católicos, ilustradas con notas de los santos padres y expositores que remuevan todo peligro de siniestra inteligencia, hechas con el aparato de doctrina, conocimiento de lenguas, examen, madurez, acuerdo y autoridad que pide una cosa de tanta gravedad e importancia. 

ÍNDICE DE LOS capítulos Y APÉNDICES

que contiene este libro:

(Se omiten las páginas. Está el índice en la pág. 26 del pdf que edito)

cap. 1. Por qué tiempo se alteró en la Iglesia la práctica de leer el pueblo las Santas Escrituras. Concilio de Tolosa. Decreto del rey Don Jayme el I de Aragón. Origen de esta alteración y mudanza.

cap. 2. Prohibición que se supone de las versiones vulgares de la Biblia por los Reyes católicos. providencias contrarias del Emperador Carlos V y de Felipe II Decretos de Paulo IV y del inquisidor general de España Fernando de Valdés. regla IV del índice. 

cap. 3. Si la regla IV del índice fue mandada publicar o acordada por el Concilio de Trento. 

cap. 4. Decreto del Santo Concilio de Trento acerca de la edición y uso de los libros sagrados. 

cap. 5. Calumnias de los protestantes contra la regla IV del índice.

cap. 6. Prosigue la materia del pasado. 

cap. 7. Cuánto ha contribuido a estas calumnias de los herejes contra la regla IV del índice, el celo indiscreto de algunos católicos. Respóndese a los que dijeron que las traducciones vulgares de la Escritura son causa de herejías. 

cap. 8. Prosigue la materia del pasado. Injusta comparación que se hizo de los libros santos con los escritos de los gentiles. Nada hay en la Escritura, de donde pueda seguirse daño en las costumbres. No se envilece con vulgarizarla y ponerla en manos del pueblo.

cap. 9. Respóndese a los que tenían por bajas las lenguas vulgares para traducir en ellas la Escritura. Debilidad de esta razón respeto de la lengua castellana. Si el haberse escrito en las lenguas hebrea, griega y latina el título de la cruz de Cristo, prueba que en solas ellas deba leerse la Escritura. Origen de haberse conservado en la Iglesia las lenguas griega y latina para los usos públicos. 

cap. 10. Demuéstrase cuan sin fundamento dijeron algunos que los libros santos no se escribieron en lenguas entendidas de los pueblos o gentes a quienes se dirigían. 

cap. II. Pruébase contra Alfonso de Castro, que la Escritura se nos dio para que su uso fuese común a todos. Espíritu, origen y antigüedad de las versiones de la Sagrada Escritura en lenguas vulgares.

cap. 12. Prosigue la materia del pasado. Declárase como pensaron los padres y doctores eclesiásticos acerca del uso universal de la Santa Escritura.

cap. 13. Cuan siniestramente se aplicaron en esta controversia aquellas palabras de Jesu-Cristo: No queráis dar lo santo a los perros &c. Confírmase esto con las exhortaciones que así los libros sagrados, como los santos DD. hacen al pueblo para que lea la Escritura.

cap. 14. Explícase una autoridad de san Gerónimo, y otras de san Basilio y de san Gregorio Nacianceno, que se alegan contra la lección de la Escritura en lenguas vulgares. 

cap. 15. La costumbre antiquísima de leer en los templos la Escritura delante del pueblo, prueba que la Iglesia no entendió aquellas palabras del Salvador, como las interpretaron después los teólogos que impugnamos. 

cap. 16. Cavilaciones con que algunos intentaron tergiversar estos hechos. Pruébase que la Escritura se leía en el templos en lenguas entendidas de todos. Respóndese a los que negaban que los libros santos anduviesen en las manos del pueblo.

cap. 17. Confírmase esta doctrina con el uso que de la Escritura hacían aun los seglares ocupados en negocios del mundo. Rebátese la opinión de Pedro Lizet acerca de esto.

cap. 18. Pruébase al mismo intento que las mujeres no eran excluidas de la lección de la Escritura, como pretendió Ambrosio Catarino.

cap. 19. Demuéstrase lo mismo respeto de los niños. 

cap. 20. Ni a los infieles excluyó la Iglesia de la lección de las Escrituras. 

cap. 21. Varias providencias acerca de la lección de las Escrituras desde la regla IV del índice hasta el último decreto de la inquisición de España.

cap. 22. Que este decreto de la inquisición se ha expedido cuando ya no subsisten las causas porque se prohibieron las versiones vulgares de la Escritura. 

cap. 23. Sosiéganse los temores de los que aún ahora desaprueban que se dé al pueblo la Escritura en su lengua materna.

cap. 24. Cuanto importa ilustrar con notas las versiones de la Santa Escritura, como el edicto del Santo Oficio previene. 

cap. 25. De la fe, humildad, limpieza de corazón y demás disposiciones con que se ha de leer la Escritura. 

cap. 26. Utilidades de la lección de la Sagrada Escritura.

cap. 27. Bienes que se siguen al Estado de que el pueblo lea la Escritura.

Conclusión.

APÉNDICE I.

Que contiene varios testimonios de autores españoles acerca de la lección de la sagrada escritura.

prólogo.

El Dr. Antonio de Porras canónigo de Plasencia. 

El M. Alexio Venegas.

El bachiller Juan de Molina.

El P. Fr. Francisco Ruiz, del orden de S. Benito.

El P. Fr. Alfonso de Avendaño, del orden de santo Domingo. 

El Dr. Francisco de Monzón. 

El M. Juan de Ávila.

El P. Pedro de Abrego, del orden de san Francisco. 

El P. Fr. Baltasar Pacheco, del mismo orden. 

El P. Juan de Torres, de la compañía de Jesús. 

El P. Diego Murillo, del orden de S. Francisco. 

El P. Nicolás de Arnaya, de la compañía de Jesús.

El P. Fr. Alonso de Herrera; del orden de san Francisco. 

El P. Fr. Juan Bautista Fernández, del mismo orden. 

El Dr. Pedro Lopez de Montoya. 

El P. Francisco Arias, de la compañía de Jesús. 

El P. Fr. Luis de Granada, del orden de predicadores. 

El M. Fr. Luis de León. 

El Dr. D. Juan Diez de Arze (Arce), canónigo de la metropolitana Iglesia de México. 

El M. Fr. Hernando de Zárate, del orden de san Agustín.

El P. Fr. Cristóbal Moreno, del orden de san Francisco. 

Fr. Bartolomé Carranza de Miranda.

El P. Francisco de Ribera, de la compañía de Jesús.

El P. M. Fr. Facundo de Torres, abad del monasterio de S. Benito el Real de Sahagún. El P. Fr. Antonio Ximénez, mínimo.

Fr. Miguel de Medina, del orden de S. Francisco. 

La ven. madre Hipólita de Jesús y Rocabertí, religiosa del orden de predicadores. 

El P. Juan Gabastón, del orden de predicadores.

El ven. P. Fr. Alonso de Orozco, del orden de san Agustín. 

El P Fr. Diego Murillo, del orden de S. Francisco. 

El P. Fr. Jayme Rebullosa, del orden de predicadores. 

El P. Hernando de Santiago.

El P. Luis de la Puente, de la compañía de Jesús. 

El P. Fr. Andrés Núñez de Andrada, del orden de san Agustín.

El P. Fr. Hernando de Santiago, del orden de nuestra señora de la Merced. 

El P. Pedro de Amoraga. 

El P. Fr. Joseph de Jesús María; del orden de los descalzos del Carmen. 

El P. Fr. Juan Gutiérrez de Estremera, del orden de nuestra señora de la Merced. 

El P. Fr. Rodrigo de Solís, del orden de S. Agustín.

El P. Francisco Escrivá, de la compañía de Jesús. 

El P. Fr. Facundo de Torres, abad del monasterio de Sahagún. 

El P. M. Fr. Juan Suárez de Godoy, del orden de nuestra señora de la Merced. 

El P. Juan Sebastián, de la compañía de Jesús. 

APÉNDICE II. 

Que contiene algunos fragmentos inéditos de Biblias lemosinas de los siglos XIV y XV 

Fragmento 1 inédito en que se hallan los capítulos XI, XII, XIII y parte del XIV de Daniel. (página 117)

Fragmento 2 inédito, que es del libro 1 de los Macabeos desde el v. 50 del cap. X hasta el v. 34 del cap. XI. (pág. 122)

Fragmento 3 inédito, en que se contiene parte del cap. XXIII los capítulos XXIV y XXV y parte del XXVI de los hechos de los apóstoles. (pág. 125)

Fragmento 4 inédito, que contiene parte del prólogo de san Gerónimo sobre el Apocalipsi (Apocalipsis), tres capítulos enteros, y varios fragmentos de otros del mismo libro. (pág. 127)

Fragmento 5 que contiene la última hoja de la Biblia Valenciana traducida por el P. D. Bonifacio Ferrer (pág. 132)

APÉNDICE III.

Que contiene varios documentos inéditos acerca de la versión castellana de los sagrados libros que mandó hacer D. Luis de Guzmán a principios del siglo XV

prólogo.

Documentos pertenecientes a esta versión. 

carta de Don Luis de Guzmán al judío Rabí Moyses Arragel. 

Respuesta del judío a D. Luis de Guzmán. 

Segunda carta del maestre al Rabino. 

carta del maestro Arias a Rabí Mose. (Moisés, Moyses, Mose, Moses, etc) 

Como vino el judío Rabí Moyses a Toledo. 

Respuesta del maestro Arias a la arenga del judío.

Algunas muestras de la traducción castellana de la Sagrada Escritura, mandada hacer por el maestre de Calatrava D. Luis de Guzmán. 

Enmienda de las erratas. 

Pág. 44. Not. col. 2. lin. 15 el ejemplar, lee al ejemplar.

Pág. 45. Not. col. 1. lin. 1 la faltaría, lee le faltaría.

Pág. 82. lin. 7 perpetuizar, lee perpetuar.

En el apéndice segundo pág. CXXXII hacia el fin apéndice V lee fragmento V.


CAPÍTULO 1.

Por que tiempo se alteró en la Iglesia la práctica de leer el pueblo las Santas Escrituras. Concilio de Tolosa. Decreto del rey D. Jayme el I. de Aragón. Origen de esta alteración y mudanza.

Las sagradas Escrituras dadas por Dios para enseñanza y consuelo nuestro, así en el tiemро de la Ley de Moisés como después de la muerte de nuestro señor Jesu-Cristo, fueron miradas como pasto de los fieles, como muro contra los insultos de nuestras pasiones, y como una armería de todo género de armas espirituales para vencer al mundo y al demonio. Los prelados y gobernadores de la Iglesia católica sabiendo que los libros sagrados por esta causa se habían escrito en las lenguas de las gentes a quienes se dirigían, como adelante veremos, llevados del espíritu de Dios que con tanta largueza había comunicado en ellos a los hombres los tesoros de su sabiduría; desde los primeros siglos del Evangelio proveyeron que se tradujesen a varios idiomas para uso de los que no entendían los originales. Por estos medios, que damos ahora por averiguados, y declararemos en el discurso de nuestro Escrito, vino a hacerse universal entre todos los fieles la lección de las Santas Escrituras. Duró esta práctica en la Iglesia por más de doce siglos. No se había visto en todo este tiempo ley o establecimiento alguno general o particular que interrumpiese o limitase esta posesión en que estaba el pueblo cristiano, hasta que por los años 1229 el Concilio de Tolosa, celebrado contra los Albigenses por los arzobispos y obispos y varios prelados de las provincias de Narbona, de Aux y de Bourdeaux, y presidido por el cardenal de Sant-Angelo, legado del Papa Gregorio IX vedó a los legos que tuviesen ejemplares de los libros divinos, a no ser que alguno por devoción quisiese tener el Salterio de David, o el Breviario, o las Horas de la Virgen María: pero aun estos libros no se les permitió tenerlos en lenguas vulgares (a).

Esta es la primera prohibición que se lee en la Historia Eclesiástica, de las versiones vulgares de la Biblia (b). Tomóse esta providencia hasta entonces no vista, sin duda por ocurrir a los males que causaban los herejes de aquella edad (c). 

(a) Prohibemus etiam ne libros Veteris et Novi Testamenti laicis permittantur ha bere, nisi forte Psalterium, aut Breviarium pro divinis Officiis, aut Horas B. Virginis aliquis ex devotione habere velit; sed ne praemissos Libros habeant in vulgari translatos (Concil. Tolos. an. 1229. celebr. Can. 14. ap. Lucam Dacherium Spicilegii vet. Auctor. T. II. p. 624.)

(b) De esta prohibición no tuvieron noticia Fr. Bartolomé Carranza, ni Miguel de Medina, de los cuales el primero dice en el prólogo a los comentarios sobre el catecismo cristiano: Antes que las herejías del malvado Luthero saliesen del infierno a esta luz del mundo, no sé yo que estuviese vedada la Sagrada Escritura en lenguas vulgares entre ningunas gentes. El segundo en su obra intitulada Christian. Paraenesis, sive de rectam in Deum fide lib. VII cap. X Edit. Venet. 1564 pág. 240 b: Ego vero, dice, de vulgaribus versionibus prohibendis nullam Ecclesiasticam aut Theologam, praeter unam Concilii Tridentini (así llama la regla IV del índice) quae maximis de causis facta est, ad petulantiam nimirum Haereticorum coërcendam, sed tantum Christianorum Principum sanctionem invenio.

(c) Enrique Wharton in Auctario Historiae Dogm. J. Usserii de Scripturis et Sacris Vernaculis cap. IV ad ann. 1229 para debilitar la autoridad de este decreto, dice que los cánones del Concilio de Tolosa, aunque al parecer tienen autoridad conciliar, no son sino edictos privados del cardenal legado de la Santa Sede e inquisidor de Tolosa, el cual, como se dice en el prólogo del Concilio, de consejo de los arzobispos, obispos y prelados y de otras personas nobles del estado secular, tomó varias providencias contra los herejes. 

Pero la conjetura de Wharton, en cuyo examen no nos detenemos, debe hacer poca fuerza contra la sentencia unánime de los historiadores, que tienen aquella junta por verdadero Concilio, y sus estatutos por leyes Conciliares. Y aun cuando en esto tuviese razón, nada se puede concluir de aquí contra un decreto expedido con acuerdo de tantos prelados y varones doctos y respetables, que tenían bien examinadas y experimentadas las necesidades de aquella provincia. 

Y dejando aparte el abuso que de la Escritura hacían los Albigenses (de Albi), por cuya causa se congregó aquel Concilio, estaban ya también muy extendidos los Waldenses, cuya secta había tenido principio en León (Lyon) por los años 1170 siendo Juan Bolesmanis arzobispo de aquella metrópoli, y había nacido de la mala inteligencia de las versiones vulgares de la Escritura. Porque Pedro Waldo, (Wald : bosque en alemán) cabeza de esta secta, ignorante y falto de los principios necesarios para interpretar la Escritura, llevado de curiosidad hizo que Esteban de Ansa, (o de Emsa) tradujese en su lengua los Evangelios y otros libros canónicos, cuya mala inteligencia fue la raíz primera de su herejía (a).

(a) Lelong. Biblioth. Sacr. cap. IV part. II art. 1 sect. 1 T. 1 pág. 313 seq. 

Alf. á Castro adv. Haer. l. 1 c. XIII.

Por otra parte, estaban, como dice Fleuri (b), tan enfurecidos los ánimos, que no podían terminarse las disputas sino por este medio. Pudo también suceder por aquellos tiempos en estas provincias lo que de la ciudad de Metz y de su obispado decía 17 años antes el Papa Inocencio III por informe del obispo de aquella diócesis: que muchos seglares de ella y mujeres, abusando del estudio de la Santa Escritura, burlaban la sencillez de muchos sacerdotes, y en congregaciones secretas que para esto tenían, se arrogaban el oficio de predicar la palabra de Dios, huyendo el trato y comunicación de los que no asistían a estas juntas (c). Y aunque este Papa no por eso prohibió la lección de la Biblia en lenguas vulgares, antes recomienda allí mismo, y alaba el deseo de entender la Escritura (d); 

(b) Fleuri Hist. Eccles. lib. 79 n. 57. 

(c) Inoc. III Universis Christi fidelibus tam in urbe Metensi, quam in ejus Dioecesi constitutis an. 1212 lib. V Decretal tit. VII cap. XII

(d) Licet autem desiderium intelligendi Divinas Scripturas, et secundum eas studium adhortandi, reprehendendum non sit, sed potius commendandum. (Id. Inoc. III loco laud.)

pudo haber cundido tanto este abuso por aquellas regiones, que obligase a los padres del Concilio de Tolosa a quitar de las manos del pueblo todas las Biblias. Lo cierto es que entre los errores de los Waldenses se cuenta la libertad de predicar que dan a todos los cristianos sin respeto a las prohibiciones de los superiores (a). Sea de esto lo que fuere, la causa verdadera que obligó al Concilio de Tolosa a tomar esta resolución, debió de cesar muy luego, cuando a fines del mismo siglo, esto es, desde junio de 1291 hasta febrero de 1294 en tiempo de Felipe el hermoso rey de Francia, un canónigo de Aire llamado Guiart de Moulins, hizo una traducción de los libros del viejo y nuevo Testamento, entretejiendo en el texto las glosas y postillas que había publicado Pedro Comestor en su Historia Escolástica, cuyo método confiesa seguir el autor en el orden y disposición de estos libros. De esta Biblia se hicieron varias copias en los dialectos de Picardía (Picardie) y de los Walones, de las cuales se conservan en Francia muchos ejemplares (b).

Por el mismo tiempo, o pocos años después se publicó otra versión francesa de los sagrados libros, la cual se atribuye a Nicolás Oresmio, sin glosas como la de Moulins,

y en muy diferente estilo. De esta Biblia se conserva un ejemplar en la Bibliotheca Real de París, Cod. 6701 (c) el cual conjetura Lelong que contiene la versión de la Santa Escritura hecha de orden del rey de Francia S. Luis, que por aquel tiempo vivía (d).

En el siglo siguiente Juan rey de Francia mandó al maestro Juan de Sy que tradujese en lengua vulgar toda la Escritura (e).

El año 1371 Carlos V rey de Francia hijo del dicho Juan a los 35 años de su edad, que era el 8 de su reinado, mandó a Radulpho, escribano de Orleans, que hiciese una copia de la versión de Moulins para su propio uso; la cual fue escrita con hermosos caracteres, y adornada con varias y excelentes pinturas (f).

(a) V. Aeneas Sylvius lib. de Orig. Bohemorum cap. XXXV et Castro adv. Haereses lib. XII tit. Praedicatio.

(b) V. Lelong Bibl. Sacrae cap IV part. II art. 1 sect. 1 T. 1 pág. 316. 

(c) Id. ibid. pág. 314.

(d) V. Ioan. de Serres in Inventario Generali Historiae Franciae in vitam Ludovici IX ad an. 1227.

(e) Vid. Gilet. Malet in Cathalogo Librorum Caroli V Regis Joannis filii, scripto anno 1373 ap. Lelong loc. laud. pág. 324.

(f) Lelong. ibid. pág. 316.

No contento el rey con esta copia de la traducción de Moulins, mandó a Radulpho Pradelles hiciese otra versión francesa de la Escritura, la cual publicó después de los años 1375. (a) queriendo que no sólo los reyes sus sucesores, sino todo el pueblo gozase de los libros sagrados en su lengua nativa (b).

A principios del siglo XV esto es por los años 1422 Juan le Grand, confesor de Carlos VII rey de Francia, publicó una versión del libro del Génesis en su lengua vulgar (c).

Hacia los años 1487 por mandato de Carlos VIII que entonces reinaba, Juan de Rely, canónigo de la Iglesia de París y después obispo de Anjou (d) publicó una nueva versión de la Biblia, o sea la misma de Guiart de Moulins arriba citada (e). 

De estos y otros testimonios que omito por amor de la brevedad, se colige fundadamente lo que al principio dijimos, que debieron de cesar muy luego las causas porque el Concilio de Tolosa prohibió las traducciones vulgares de la Santa Escritura, supuesto que sobre las muchas que ya entonces se habían hecho en las provincias de Francia, después de la prohibición de aquel Concilio fueron publicándose otras de orden y con autoridad de los mismos reyes. Y no sólo para la privada instrucción, y edificación de los fieles, sino para la lectura pública de la Iglesia de París tradujo Juan de Vignay las Epístolas y Evangelios en el año 1306 a instancias de Juana duquesa de Borgoña, que después fue mujer de Felipe de Valois, rey de Francia (f).

(a) Id. pág. 318. seq.

(b) Biblia Sacra gallico idiomate tum Lutetiae Parisiorum, tum in Galliam Belgicam, Normanniam, et aliis regni partibus evulgata fuisse jussu Caroli V. ut quisque nativam suam linguam Sacris Literis (Litteris) frueretur. Carol. de Moulins Tract. de origine et progressu Monarchiae Francorum n. 133. 

(c) Lelong loc. laud. pág. 322.

(d) Iacob. Faber Stapulens. Praef. in vers. Gallic. Epist. Pauli typis mandatam ann. 1523.

(e) Lelong. loco laud. pág. 324.

(f) Id. ibid. 

La segunda prohibición que tenemos noticia haberse hecho de las traducciones de la Santa Escritura en lenguas vulgares, es la del rey D. Jayme el I de Aragón, llamado el Conquistador, el cual habiendo hecho juntar en Tarragona en el año 1233 los obispos de Gerona, de Vique, de Lérida, de Zaragoza y de Tortosa, con los Maestres de las órdenes del Temple y del Hospital, y los abades, y otros prelados de su reino, mandó que nadie tuviese en Romance los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, y que el que los tuviese, bien fuese clérigo, o lego, los entregase al obispo del lugar para quemarlos, so pena de incurrir en sospecha de herejía (a). Este ordenamiento se hizo cinco años después de haberse celebrado el Concilio de Tolosa. Por donde puede conjeturarse que dieron motivo a tan severa prohibición las traducciones de la Biblia hechas por los albigenses, que desde Tolosa, donde en los principios hizo presa y grande estrago su error, se habían ya derramado por España (b). 

(a) Constitutio Jacobi Regis Aragonum adversus Haereticos cet. anno MCCXXXIII (1233) edita in publico Episcoporum conventu apud Terraconem.





Ex MS. Colbertino.

In nomine Sanctae et Individuae Trinitatis quae mundum pugillo continens, imperantibus imperat, et dominantibus dominatur. Manifestum sit omnibus tam praesentibus quam futuris quod nos Ja. Dei gratia Rex Aragonum et Regni Majoricarum, Comes Barchinonae et Urgelli, et Dominus Montis pesulani (Montpellier) volentes circa commissum nobis Regnum provisionem debitam adhibere, et statum Regni nostri cupientes in melius reformare, una cum salubri consilio ac diligenti tractatu venerabilium G. Terraconae electi, G. Gerundensi, Bn. Vicensi, B. Illerdensi, S. Caesar-Augustan. P. Dertusensi Episcoporum. H. Domus militiae Templi, H. Domus Hospitalis Magistrorum, Abbatum etiam et aliorum totius Regni nostri quampluriam Praelatorum existentium nobiscum personaliter apud Terraconam, irrefragabiliter statuentes decernimus, et firmiter inhibemus, ne cuiquam laicae Personae liceat publice vel privatim de Fide Catholica disputare; et qui contra fecerit, cum constiterit, á proprio Episcopo excommunicetur, et nisi se purgaverit, tamquam suspectus de haeresi habeatur. II. Item statuitur ne aliquis Libros Veteris vel Novi Testamenti in Romancio habeat. Et si aliquis habeat, infra octo dies post publicationem huiusmodi constitutionis á tempore sententiae, tradat eos loci Episcopo comburendos. Quod nisi fecerit, sive Clericus fuerit, sive Laicus, tamquam suspectus de haeresi, quousque se purgaverit, habeantur.... XXVI. Et nos ipsi Supradicti, et Magistri Militiae Templi et Hospitalis, et Abbates, et alii Ecclesiarum terrae nostrae Praelati, promittimus vobis Terraconae electo, omnia supradicta, et singula pro posse nostro attendere et complere. Nos itaque Ja. Rex praedictus promittimus omnia supradicta et singula attendere et complere bona fide sine enganno. Quod est actum apud Terraconam VII Idus Februarii anno Domini MCCXXXIII. Ap. Edmund. Martene Veterum Scriptorum et monument. ampliss. Collect. París. 1733 t. VII col. 123. Trae también esta constitución Juan Domingo Mansi en el suplemento a la colección de Concilios de Coleti. T. 2 col. 1027 seq.

(b) Lelong. Biblioth. Sacr. art. III sect. 1 pág. 316. V. Mariana Hist. de España, lib. XII cap. 1.


Ni cabía en un príncipe tan Pío y religioso como el rey D. Jayme, y tan poseído del espíritu de la Sagrada Escritura, como luego veremos, mandar se quemasen ejemplares de ella, que no estuviesen viciados por mano enemiga del nombre de Cristo. A esta conjetura puede añadirse otra que entre sus apuntamientos inéditos dejó escrita el Dr. D. Andrés Piquer (lo de Fórnols) acerca de aquella providencia de D. Jayme el I. "Esta prohibición, dice, de la Biblia en lengua vulgar se hizoupor evitar las disputas que la gente popular y ruda tenían con los herejes de aquel tiempo; pues los albigenses habían cundido mucho, y por estas partes infestaban la Iglesia. Sucedía esto hacia la mitad del siglo XIII en que estaba la Europa sumergida en profundísima ignorancia. Los seculares querían disputar con los herejes sobre cosas de religión, y no teniendo la sabiduría necesaria para hacerlo, cometían gravísimos errores, de modo que el Papa Alexandro IV prohibió esto severísimamente, como se ve en el cap. Quicumque §. Inhibemus de Haereticis in VI. Esta prohibición sólo se ha de extender a las personas laicas (así las nombra la ley canónica) que no estén bien instruidas; porque en aquel tiempo era costumbre llamar clérigos a los hombres sabios, y por eso a ellos solos se les permitía disputar con los herejes, como concluyentemente lo prueba Muratori en su II. Parte del Buen Gusto cap. 7. pág. 225. El rey D. Jayme prohibió la Biblia en lengua vulgar, por evitar que las personas legas disputasen de religión con los herejes; y se conoce esto en que inmediatamente a la prohibición de la Biblia hay otra prohibición rigurosa, y en los mismos términos, para que los seculares legos no tengan controversias con los herejes.” Hasta aquí este docto y juicioso escritor (a).

(a) He visto estos apuntamientos MS. entre otros que están en poder del Dr. 

D. Antonio Franseri, médico de la Real familia (como fue Andrés Piquer). 

Por lo demás, no consta que en fuerza de este decreto del rey se interrumpiese en nuestros reinos la posesión en que el pueblo estaba de tener y leer versiones de la Santa Escritura hechas por autores católicos; antes sabemos que por aquel mismo tiempo el obispo de Jaén S. Pedro Pasqual, natural de Valencia, escribió un libro intitulado Gamaliel, en que con palabras traducidas literalmente de los Evangelistas teje en su lengua vulgar, que era la Lemosina (la lengua valenciana), la historia de la pasión y muerte de Jesu-Cristo (a). En aquel mismo siglo Raymundo Lulio mallorquín (Ramón Lull, no Llull) tradujo también en su lengua vulgar las Horas de la Virgen María (b).

// Extracto del libro obras rimadas de Ramón Lull, escritas en idioma catalán-provenzal, publicadas por primera vez con un artículo biográfico, ilustraciones y variantes y seguidas de un glosario de voces anticuadas, por Gerónimo Rosselló. Palma. 1859. 


HORAS DE NOSTRA DONA

SANCTA MARIA.

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Deus, en vostra virtud comença RAMON aquestas horas de nostra dona Sancta María e cántense al só dels hymnes.




A honor del major Senyor 

Jesu-Christ, vull far per s' amor 

Set horas de sua mayre 

Que es de peccats repayre, 

Per esperança e perdó; 

Las set horas aquestas só: 

Maytinas, prima, tercia, 

Mitg día, nona y sia 

Vespres, completas, e si y fós 

Altre hora fora joyós. 

Cascuna es de setenas 

Qui son de oracions plenas: 

L' hora qui es de maytinas 

Es de personas divinas: 

Prima es de la humanitat 

Ab que Deus ha el mon creat (1): 

Tercia del Esperit Sant 

Qui set dons dona en amant; 

Mitg día de set virtuts 

Qui son carreras de saluts (2): 

Contra los set peccats mortals 

Está nona hora cabals: 

Vespres son dels set sagraments 

Qui de la fe son ornaments: 

De set cosas es completa 

Ab qui los Sants fan colleta 

De sanctitat perpetual 

En gloria celestial. 


//

A principios del siglo XV un hermano de S. Vicente Ferrer llamado D. Bonifacio, doctor en teología y en ambos derechos, monje cartujo del monasterio de Porta-Celi, asistido de algunos hombres de grandes letras, y como otros creen, de su hermano S. Vicente, tradujo toda la Biblia a la lengua Valenciana, la cual diligentemente enmendada, vista y reconocida por el R. P. M. Jayme Borrell del orden de predicadores, e inquisidor en el reino de Valencia, fue impresa en aquella ciudad por los años 1478. (c). 

Del mismo tiempo son, o acaso de fines del siglo XIV varios fragmentos MSS. de algunas Biblias Valencianas que conserva entre otros monumentos de nuestra antigüedad el ilustrísimo Sr. D. Francisco Pérez Bayer; el uno de los cuales en que se leen enteros tres capítulos del Apocalipsi (Apocalipsis) con varios fragmentos y parte del prólogo de S. Gerónimo a este libro, se halló en la ciudad de S. Felipe (Játiva, Xàtiva) entre los libros del Sr. D. Luis Faus, y le adquirí yo el año pasado de 1786 por dádiva del erudito P. maestro Fr. Antonio Agost del orden de nuestra señora de la Merced (d).

(a) Esta obra se halla en el códice de los escritos de S. Pedro Pasqual, que fue antes de la reina Cristina de Suecia, y está ahora en la Biblioteca Vaticana. En la copia auténtica que hizo sacar de ellos el Sr. Bayer estando en Roma año de 1758 está el libro de Gamaliel a la pág. 74 vuelta y siguientes. 

(b) Nicol. Anton. Bibl. vet. lib. IX cap. III Edit. Bayerianae t. 2 pág. 130. 

(c) De esta edición sólo se conserva la última hoja en el monasterio de Porta-Celi.

(d) Todos estos fragmentos por ser inéditos y muy curiosos y de levantado estilo he querido imprimir en el segundo Apéndice de este tratado, en obsequio de los aficionados a este género de letras. 

(e) Ap. Lelong. Biblioth. Sacr. Art. IV t. 1 pág. 369.


Otra Biblia Catalana se escribió en el año 1407 de la cual, dice Lelong, se halla un ejemplar o sea fragmento en la Biblioteca Colbertina cod. 181 (Jean Baptiste Colbert) que comienza en el cap. 3 del Génesis, y acaba después de los Salmos (e). 

El mismo hace también memoria de otras dos traducciones Catalanas de la Santa Escritura, una de las cuales se conservaba en la citada Biblioteca Colbertina cod. 3821 en 4., y la otra en la Vaticana cod. 1438 en 8.° (a). 

Acaso estas no son distintas de la de D. Bonifacio Ferrer. Federico Furió Ceriol hace memoria de una fiel y elegante traducción Valenciana antigua de las Epístolas y Evangelios de todo el año, impresa con autoridad de la inquisición de España; y juntamente dice haber visto otra en verso Valenciano de todas las cartas de S. Pablo (b).

Y no sólo en la Corona de Aragón, sino en los demás reinos de nuestra península continuaba el pueblo leyendo en su lengua la Santa Escritura. Consta que siete años antes de la muerte del rey D. Jayme, esto es, en el de 1269, el rey de Castilla D. Alonso X llamado el sabio, mandó traducir en castellano los libros canónicos, con deseo, como dice Mariana, de que aquella lengua, que entonces era tosca y áspera, se puliese y enriqueciese (c). Lo cual es una gran prueba de la generalidad con que en España se leía entonces la Santa Escritura. Porque mal pretendiera el rey limar y pulir en su reino la lengua vulgar de sus vasallos por medio de unos libros que no fuesen leídos de todos. Y así admiro que el erudito autor de la Biblioteca Rabínica alegue este mandato del rey D. Alonso como una prueba de que la providencia del rey D. Jayme de Aragón se llevó a debido efecto (d). 

(a) Lelong loc. laud.

(b) Frid. Furió Ceriol. Bononia edit. Basil. ann. 1556 pág. 329 ap. Ric. Sim. Hist. Crit. du N. Testam. cap. 2 pág. mihi 22.

(c) Mariana Historia de España lib. XIV cap. VIII De esta versión que se conserva en cinco tomos de a folio en la real biblioteca del Escorial, da una descripción muy exacta D. Joseph Rodríguez de Castro en su Biblioteca española t. 1 pág. 411 y siguiente.

No fue esta la primera versión de la Biblia en romance que vio la Europa católica, como asegura un moderno escritor, si es cierto como dicen Voecio Biblioth. Stud. Theol. lib. 2 y Juan Henrique Hottingero in Dissertat. Theologicarum fascículo Dissert. III de Translationibus Bibliorum in varias linguas vernaculas pág. 243 que el célebre judío español R. David Quimchi, conocido por Radaq, que vivió desde el año de Cristo 1190 o 1192 hasta 1232 tradujo la Escritura a la lengua española. Aun cuando no fuese cierta esta noticia, como Wolfio creyó, sólo el Decreto que hemos citado de D. Jayme el I. en que se prohiben las Biblias en Romance, por cuyo nombre se entendían las lenguas derivadas de la latina, prueba que las había en la Europa católica muchos años antes que mandase hacer esta traducción D. Alonso X. Véase Rodríguez de Castro en el citado lugar y en la pág. 93. 

(d) Rodríguez de Castro ibid.

Primeramente la pragmática del rey D. Jayme no podía caer sino sobre las traducciones vulgares que corrían por sus dominios, esto es, por los reinos de la Corona de Aragón en la cual no era vulgar la lengua castellana, sino la Lemosina que hablaban todos y en que se extendían las escrituras y testimonios públicos (¿y la lengua aragonesa qué, no has visto ningún texto antiguo de Jaime I o de otros reyes de Aragón?). Mal se alegan pues las providencias de Castilla en orden a la lección de la Escritura, para probar la observancia de los decretos de Aragón. Y aun cuando algo probase este mandato de D. Alonso en orden a la lección de la Escritura, no sería que la Real providencia del rey D. Jayme se llevó a debido efecto, como dice aquel escritor sino que bien presto dejó de tener efecto. Pues al cabo de solos 36 años que pasaron desde el de 1233 en que se expidió la pragmática del rey D. Jayme (para sus reinos, no para Castilla, León, o Córdoba), hasta el de 1269 en que mandó el rey D. Alonso (yerno de Jaime I) traducir la Escritura al castellano, se tomó una providencia tan contraria a aquella pragmática. A este mismo rey se atribuye una versión española de los Proverbios de Salomón que se publicó en su reinado (a).

Gesnero (b) hace memoria de otra versión castellana de la Biblia, hecha en el siglo XV por mandado (mandato) de D. Juan el II rey de Castilla y de León que entró a reinar el año 1406. Conviene esta noticia con lo que de aquel príncipe cuenta Hernando del Pulgar, que le placía oír lecturas y saber declaraciones y secretos de la Sacra Escriptura (c). Esta afición a la lectura de los libros santos a ejemplo del príncipe era entonces universal en los españoles, siendo tildado el que no se dedicaba a este ejercicio, como reprehendió el célebre bachiller Alfonso Martínez de Toledo a algunas mujeres de aquella edad, que teniendo en sus arcas cantares profanos, y alhajas y afeites con que envanecerse y fingir hermosura, no cuidaban de tener las versiones castellanas de los libros sagrados que entonces corrían. Todas estas cosas, dice, hallareis en los cofres de las mujeres: De santa María Horas, siete Psalmos, Historias, e devociones, Salterio en Romance (d) ni verlo del ojo: Pero canciones, decires, coplas, cantares de enamorados, y muchas otras locuras, esto sí (e).

(a) Gesnero lib. ult. Partit. Theolog. tit 2 lect. VI pág. 26.

(b) Id. loc. laud. Vid. Lelong Biblioth. Sacr. art. 3 sect. 1 t. 1 pág. 361.

(c) Hernando del Pulgar de los claros varones de España tit. XXIV.

(d) Sin duda es este Salterio en Romance el que dice Lelong haber visto en la Biblioteca Colbertina impreso como él conjetura, antes del año 1500 sin nombre de autor, ni año ni lugar de la impresión, en caracteres góticos más toscos que los del Breviario y Misal de los mozárabes, que se publicaron en Toledo, el primero el año 1500 y el segundo en 1502. Pues aunque no tiene por imposible que se hubiese hecho esta traducción en tiempo del rey D. Alonso por los años 1280 se inclina a que no es sino del reinado de D. Juan el II después de 1406. 

(e) El bachiller Alfonso Martínez de Toledo, arcipreste de Talavera en su obra intitulada: Compendio breve y muy provechoso para información de los que no tienen experiencia de los males y daños que causan las malas mujeres a los locos amadores. part. 2 cap. 3.


En los años inmediatos a esta época se fueron publicando otras versiones de la Biblia. D. Luis de Guzmán, maestre de Calatrava mandó hacer una traducción con notas y comentarios, la cual habiéndose concluido el día 2 de junio de 1430 fue examinada y corregida en Toledo por varios maestros en sagrada teología; y este ejemplar en folio de vitela fue de la Biblioteca del conde duque de Olivares (b), lo posee el excelentísimo señor duque de Alba (c). 

(b) Ap. Bayer Not. in Biblioth. Vet. Nicolai Ant. (Nicolás Antonio) lib. X c. V pág. 245. Consta esto por una nota que se halla en la parte interior de la cubierta del dicho códice.

(c) Los documentos pertenecientes a la historia de esta versión que son muy preciosos e inéditos, se hallarán en el tercer apéndice de esta obra. 

De la primera carta que el dicho maestre escribió al judío R. Moyses animándole a que emprendiese esta versión, constan dos cosas dignas de notarse en este lugar. La I. es, que por aquel tiempo corrían ya en España otras versiones vulgares de la Sagrada Escritura, pues le dice: Et á lo asy demandar nos movió.....que las Biblias que oy son falladas, el su rromance es muy corrupto. 

La II. el deseo piadoso que el maestre tenía de ocupar en la lección de los libros sagrados el tiempo que otros suelen emplear en juegos y entretenimientos inútiles. "Dios sabe, prosigue, que en los tiempos que essentos nos quedan del persegimiento de los malvados Moros enemigos de la santa fe católica, o del segimiento del pro et servicio de nuestro Señor el Rey, et honor de los sus Reynos segund que convien' a la nuestra orden, que Nos mas querriamos dar en acucia de oir de Biblia, á fin de con Dios contemplar, que ir a caça, ó oir los Libros Ystoriales o poetas, ó jugar axedres ó tablas, ó sus semejantes juegos: que manifiesto es que por lo uno se gana la bienandanza et la fellicidad, et es esta bienandanza verdadera, por seer Ley de Dios; et por lo otro se desvía et aparta el ome de esta bienandanza: que Nos veemos que los Reyes et Señores sso color de ociosidat desechar, et malos pensamientos evitar, han su acucia en lo que dicho es, et apenas se acuerdan de leer en la ley de Dios.... Pero en quanto Nos querriamos tanto que despues de dichas las oras oyr de Biblia en los tiempos possibles.” Hasta aquí el maestre de Calatrava.

En la Real Biblioteca del Escorial se hallan otras muchas versiones castellanas de la Escritura, publicadas por aquellos tiempos para uso del pueblo cristiano. En un Códice en folio máximo de vitela escrito antes del año MCCCC con varias historias dibujadas en las letras iniciales de los libros, se contiene primeramente una gran parte del Viejo Testamento, comenzando por las parábolas de Salomón, y acabando en los libros de los Macabeos. Y luego los libros del Nuevo Testamento como se hallan en la Historia general de D. Alonso X, con la diferencia de que en este Códice inmediatamente después de los Evangelios se siguen los hechos Apostólicos, que el recopilador de la Biblia del rey D. Alonso prometió reservar para después de las Epístolas Canónicas, diciendo: Como quier que en algunos libros de la Biblia non ponen nin ordenan luego en pos estas dichas siete Epistolas los Actos de los Apostolos, si non en pos los Evangelios; mas aqui en este nuestro Libro comenzamos nos luego en pos ellas los actos de los Apostolos (a).

En otro Códice en folio máximo parte en papel y parte en vitela, escrito según parece, a principios del siglo XV se halla una versión castellana del Viejo Testamento, inclusos los dos libros de los Macabeos; por donde y por aquel lugar de Isaías: Ecce Virgo concipiet et pariet, que traduce: He la Virgen preñada y parirá (b) consta haberse escrito para gente cristiana; no obstante que en los nombres y en el orden con que se hallan en él los libros sagrados y aun en el lenguaje sea harto parecida esta versión a la que los judíos Abraham Usque y Gerónimo de Vargas imprimieron en Ferrara hacia la mitad del mismo siglo (c).

(a) Trae estas noticias el Sr. Bayer en su erudita obra inédita: Regiæ Bibliothecae Escurialensis MSS. Codicum Latinorum, Hispanorum et Hebraicorum quotquot in ea hoc anno MDCCLXII inventi fuere, Cathalogus t. III. pág. 395. 400. 

(b) La palabra Virgen está aquí conocidamente borrada, y substituida otra blasfema.

(c) Pondré una muestra de esta versión tomada de los capítulos XLVIII y XLIX del Génesis: Y dijo Israhel a Josep aheme yo muerto et sera Dios con vos et torrnarvos ha a tierra de vros antecesores et yo te do una parte sobre tus hermanos que tome de poder del Emory con mi espada et con mi arco et llamo Jacob a sus fijos et dijo allegadvos et contarvos he lo que vos acontescera en la fyn de los dias allegadvos et oyd los fijos de Jacob et oyd a Isrrael vro padre. Ruben mi mayor tu eres mi fuerça et comienzo de mi fortaleza refovmiento como agua non te sobraras.. Ximeon et Levi son hermanos armas de agravio son sus armas. El Sr. Bayer en la obra citada pág. 396 y siguiente. 

Otro Códice hay en vitela de folio máximo escrito por los años MCCCCXX que contiene una traducción del Viejo Testamento a excepción del libro del Eclesiástico (Eclesiastés), pero inclusos el 1 y 2 de los Macabeos; y el lugar citado del cap. VII de Isaías se traduce así: Ahe que la Virgen concebirá et parirá fijo, según la verdadera inteligencia de la Iglesia católica; de donde se colige la mano que anduvo en esta versión y la gente para quien se hizo (a). Igual observación hizo el señor Bayer en otro Códice escrito también en folio máximo de papel y vitela poco antes de la mitad del siglo XV que se conserva en dicha Real Biblioteca (c). Por este mismo tiempo Lope de Mendoza, marqués de santa Juliana que vivió hasta más de la mitad del siglo XV rogó al Dr. Martín Lucena, conocido vulgarmente por el Macabeo, que compusiese una traducción castellana de los cuatro Evangelios y de las trece cartas de S. Pablo; y fue en ello servido. De la cual versión se conserva también en S. Lorenzo el Real un ejemplar de vitela en 4.° escrito hacia los años MCCCCXL. (d)


(a) El Sr. Bayer en la citada obra puso de esta versión la muestra siguiente: “Capítulo III. de como Eva comió del fruto del árbol del huerto defendido por Dios et dió á Adam del et comió por lo qual fueron echados del huerto. El culebro era mas artero que toda animalia del campo que fiso el Señor Dios. Et dijo á la muger por que vos dijo Dios que non comades de todos los arboles del huerto. Et dijo la muger al culebro del fruto del arbol del huerto comeremos et del fruto del arbol que es en medio del huerto dijo Dios non comades del nin toquedes en el ca morredes. Et dijo el culebro á la muger non morir morredes. Ca sabe Dios que en el dia que comieredes del abrirsehan vuestros ojos et seredes como Dios sabidores de bien et mal. Et vido la muger que era bueno el arbol para comer et que era deseoso á los ojos et prescioso el arbol para entender et tomó de su fruto et comió et dió a su marido con ella et comió.”

(c). Bayer loc. laud pág. 399.

(d) Id. ib. pág. 404. En la pág. 401 se da noticia de otros códices semejantes que se conservan en dicha Real Biblioteca, uno de los cuales escrito a fines del siglo XIV, contiene entre otras cosas la traducción castellana de los Salmos que compuso maestre Hermanel Alemán, desde el I hasta el LXIX 


A principios del mismo siglo XV como refiere Manuel Faria y Sousa por mandato de Juan el I. rey de Portugal fueron traducidos en lengua vulgar los cuatro Evangelios y las cartas de los apóstoles (a).

CAPÍTULO II.


Prohibición que se supone de las versiones vulgares de la Biblia por los Reyes católicos. Providencias contrarias del Emperador Carlos V y de Felipe II Decretos de Paulo IV y del inquisidor general de España Fernando de Valdés. regla IV del índice.


Poco pues duró en estos reinos la prohibición de leer la Escritura en lenguas vulgares acordada por Jayme I de Aragón. Sin duda cesaron presto las causas de esta providencia, cuando sujetos de grande autoridad, y hasta los mismos reyes, como de Francia hemos visto en el capítulo pasado, no muchos años después, en tiempo que se consentían vivir entre cristianos los Moros y Judíos en sus leyes, mandaban trasladar en vulgar la Santa Escritura (b).

Interrumpióse nuevamente esta práctica en el reinado de Enrique IV hacia los años 1470 siendo Papa Paulo II y con su aprobación; de lo cual no tenemos más documento que haberlo asegurado así el cardenal Pacheco en el Concilio Tridentino (c).

Otra prohibición se supone de las Biblias vulgares hecha por los Reyes católicos

D. Fernando y Doña Isabel, de los cuales aseguran Alfonso de Castro y otros (d) que por quitar a sus vasallos toda ocasión de error prohibieron con gravísimas penas que nadie tradujese en lengua vulgar la Sagrada Escritura, o retuviese las versiones hechas por otro.

(a) Manuel Faria y Sousa, Epítome de las cosas tocantes a Portugal, publicada año 1677 p. IV cap. ult. ap. Lelong Biblioth. Sacr. art. III sect. 1 t. 1 pág. 362.

(b) Carranza en el prólogo a los comentarios sobre el catecismo cristiano. 

(c) Palavicin. Histor Conc. Trid. lib. VI cap. XII n. 5.

(d) Laudandum merito venit edictum Illustrissimorum Catholicorumque Hispaniae Regum Ferdinandi, videlicet, eiusque coniugis Elisabethae, quo sub gravissimis poenis prohibuerunt, nequis Sacras Litteras in linguam vulgarem transferret, aut ab alio translatas quoquo pacto retineret. Timuerunt namque prudenter plebi suae quam regendam susceperunt, ne ulla occasio illi daretur errandi. Alf. á Castro adv. Haereses lib. 1 cap. XIII. La misma noticia da el P. Fr. Bautista Fernández, de la orden de los Menores en su obra intitulada: Demostraciones Católicas impresa en Logroño el año 1593 lib. II tratado III cap. XIX pág. 163.b.

trasladando a la letra las palabras de Castro: lo cual nos hace creer que no tuvo otro fundamento para asegurarla. Miguel de Medina de recta in Deum fide lib. VII cap. X pág. mihi 240. b. y Sprit Roter. De non vertenda Scriptura Sacra in vulgarem linguam cap. XXIV hacen también memoria de este decreto.

Acaso Fr. Bartolomé Carranza que da noticia de varias que ocurrieron por aquel tiempo en España acerca de la lección de la Escritura en lenguas vulgares, alude a este edicto de los Reyes católicos cuando dice: “Después que los judíos fueron echados de España hallaron los jueces de la religión, que algunos de los que se convertían a nuestra santa fe, instruían a sus hijos en el judaísmo, enseñándoles las ceremonias de la Ley de Moysen por aquellas Biblias vulgares; las cuales ellos imprimieron después en Italia en la ciudad de Ferrara. Por esta causa tan justa se vedaron las Biblias vulgares en España: pero siempre se tuvo miramiento a los colegios, y monasterios y a las personas nobles que estaban fuera de sospecha, y se les daba licencia que las tuviesen y leyesen”.

Como quiera que ello sea, de esta historia del arzobispo se coligen cosas bastante ajenas de lo que Castro dice. Lo primero que quien entendió en prohibir las Escrituras después de la expulsión de los judíos, esto es, después del año 1492 no fueron los Reyes católicos, ni los Tribunales Seculares del reino, sino los Eclesiásticos a quienes privativamente conviene el título de Jueces de la Religión que aquí se les da. 

Lo segundo que aun cuando sea cierta esta prohibición, como yo creo que lo es, no se dio aquella providencia por quitar peligro de error a todos los fieles, sino por estorbar que judaizasen los hijos de los conversos. Esta conjetura confirma el P. Ledesma por los términos en que escribe haberse publicado aquel decreto: "D. Fernando, dice, Rey de España acérrimo defensor de la Christiana Religión, que por su esclarecida piedad se mereció el renombre de Católico, a los judíos que entonces moraban en España y después expelió de ella, con justa causa les prohibió de todo punto los Sagrados Libros traducidos a la lengua española: porque muchos tomaban de aquí ocasión de error, y los conversos volvían al vomito (a)”. Así habla Ledesma, cuyas palabras parece haber copiado el benedictino Mauricio Poncet el año 1578 en la obra que imprimió sobre esta materia (b). Ello es que a vueltas de los judíos que se convirtieron entonces de veras a nuestra santa fe, no faltaron otros que por no privarse de la patria, y por no vender en aquella ocasión sus bienes a menos precio, se bautizaron fingidamente, valiéndose de la máscara de la religión cristiana, para no sufrir pérdida o menoscabo en lo temporal. Y estos como gente llena de falsedad y mentira, no tardaron en descubrir lo que eran, educando a sus hijos como a ellos les habían educado sus padres (c). Y por respeto a estos fue aquella prohibición de las versiones de la Biblia, de que se valían para enseñar a sus hijos las ceremonias de la Ley de Moyses, y de las cuales se habían ya quemado muchas públicamente en España, porque discrepaban de la católica fe, mayormente en los lugares que tratan de nuestro Redentor Jesu-Cristo (d). Lo tercero se colige, que no se prohibió entonces absolutamente el que se tradujese la Biblia en lenguas vulgares (e); 

(a) P. Jac. Ledesma de Script. div. quavis linguam passim non legendis. cap. XVIII n. VIII

(b) M. Poncet Discours de l' Advis donné á Reverend Pere en Dieu Messire Pierre de Gondy, Evesque de Paris, sur la Proposition qu'il feit aux Theologiens, touchant la traduction de la Sainte Bible en langue vulgaire. Paris 1578 cap. VIII

(c) V. Mariana Hist. de España lib. XXVI cap. 1 al fin.

(d) En la librería del convento de S. Francisco de Orduña, en un libro de impresión antigua intitulado Fasciculus temporum, entre varios apuntamientos MSS. del padre guardián Fr. Francisco de Vargas, se lee la nota siguiente: 

“Anno Domini 1492. die 25. mensis Septembris quaedam Bibliae in lingua materna scriptae magis quam viginti volumina fuerunt copdenatae (in Civitate Salmantina) tamquam haereticae et erroneae ex eo quod discordabant á nostra traditione, et erant traductae secundum Bibliam Hebraeorum, quam ipsi hodie habent emendatam et in multis locis discrepantem á veritate, maxime in illis locis ubi fiebat aliqua mentio de Christo Salvatore; et sic in praesentia omnium fuerunt concrematae.”

Conserva esta nota el licenciado D. Ramón Cabrera, canónigo de la colegiata de Olivares, y bibliotecario del Exmo. Sr. duque de Alba.

(e) Nequis Sacras litteras in linguam vulgarem transferret. (Castro loc. laud.) 

solamente se vedaron las traducciones ya hechas, y no todas, sino las de los judíos, que son las que ellos imprimieron después en la ciudad de Ferrara. Lo cuarto, que no fue general esta prohibición, sino exceptuándose en ella los colegios y monasterios, y las personas nobles que estaban fuera de sospecha de judaizar. 

Esto es lo que da a entender el arzobispo Carranza. Con lo cual concuerda lo que Federico Furió Ceriol escribía por los años 1556 tratando de las providencias tomadas por aquel tiempo en España acerca de la lección de la Escritura. "Habrá, dice, ciento y treinta años poco más o menos que se tradujo la Escritura en lengua Valenciana, y como unos cuarenta que se imprimió esta versión excelentemente; la cual vedó al pueblo el tribunal que llaman de inquisidores, porque decían haber llegado a entender que algunos de los judíos que quedaron en España después de expulsos de estos reinos ciento y veinte mil de su secta, tomaban de estas Biblias sus ritos, y ceremonias, y el modo de ofrecer sacrificios. Por cuya causa de tal suerte se prohibió la lectura de esta versión, que a los que no tuviesen raza ninguna de judíos, les era permitido leerla, a los demás no. Y lo mismo se proveyó en toda España. Porque casi todas las provincias de España tenían cada cual los sagrados libros traducidos a su propia lengua (a).” Hasta aquí son palabras de Furió, que como cercano a aquella edad y escritor gravísimo que trataba de intento esta materia, basta para inclinar nuestro juicio a favor de Carranza, hasta que hallemos la pragmática de los Reyes católicos (b). 

(a) Frideric. Furio Ceriolan. in Bononia Edit. Basil. ann. 1556. pág. III. Ap. Ric. Simón Hist. Crit. du N. Testam. cap. II. penes finem pág. mihi 22.

(b) He procurado buscar esta pragmática en varias colecciones de las leyes y Decretos de aquel reinado que se publicaron por aquel tiempo, y hasta ahora no he podido dar con ella. No satisfecho con las diligencias que para este fin he practicado por mí mismo, me valí últimamente de D. Miguel de Manuel, bibliotecario mayor de los reales estudios de esta Corte, el cual de orden superior está haciendo una colección de las Cortes, Pragmáticas, y Decretos de estos Reynos: y habiéndose tomado tiempo para buscar aquel decreto entre los muchos que tiene recogidos de los Señores Reyes católicos no ha encontrado rastro ni señal de él.

No faltan por otra parte algunas conjeturas que parecen oponerse a la generalidad que se supone de esta prohibición. Primeramente consta que Hernando de Talavera, geronimiano, varón eminentísimo en santidad y letras, escogido por la reina católica para confesor suyo, y de obispo de Ávila promovido al arzobispado de Granada; luego que se conquistó aquella ciudad, para que los Moros del albaicín recién convertidos a nuestra santa fe, asistiesen más fructuosamente a la Misa y a los divinos Oficios, dispuso que se rezasen en la lengua vulgar de ellos, que era la arábiga, las lecciones del Viejo y Nuevo Testamento que se leen en los Maytines. Con este fin daba licencia para que se imprimiesen traducciones arábigas de las Misas, y de parte de los Evangelios (a), trabajadas de nuevo, a lo que yo entiendo. Porque las versiones arábigas de la Biblia que se usaban desde los primeros siglos en las iglesias orientales de Arabia (b), y la que en el VIII hizo el obispo de Sevilla Juan, con el intento de facilitar su lectura a los cristianos de España y de dar a los Moros ese nuevo estímulo para que abriesen los ojos a la luz (c), estaban en un lenguaje anticuado muy diverso del árabe vulgar que hablaban aquellos convertidos. Así fomentaba Hernando de Talavera el espíritu de devoción en aquellos cristianos, y aficionaba a la gente seglar a las cosas de la religión y culto Divino, habiendo llegado a conseguir que estuviese la Iglesia tan llena de gente a los maitines, como a la Misa (d). 

(a) Granatensis Archiepiscopus lectiones, quae interdum ex Veteri, aut ex Novo Testamento, horis praesertim nocturnis occurrebant, vulgari eorum (Maurorum) idiomate recitari passim demandabat, librosque excudi permittebat, qui adhuc ex eo tempore in nostram aetatem durant, quibus aliquot Missarum solemnia, et nonnullae Evangeliorum partes in Arabicam linguam translatae continentur. Alvar. Gómez. De reb. gestis á Franc. Ximenio Cisnerio lib. II.

(b) V. la carta del P. Tomás de León al Dr. Martín Vázquez, racionero de la santa Iglesia de Sevilla, escrita desde Granada a 28 de octubre de 1653 en Nicolás Antonio Censura de las Historias fabulosas lib. XIII cap. V. De las versiones arábigas de los libros divinos que se conservan en la Biblioteca de S. Lorenzo el Real. Cons. Casiri Biblioth. Arabico-Hispan. t. II. pág. 542. 

(c) El P. Joseph de Sigüenza Historia de la orden de S. Gerónimo lib. II. cap. XXXIII. 

p. III pág. 394. 

(d) Los árabes mucho antes que entrasen en España tenían traducciones de la Escritura en su lengua, de lo que hablan Tomás Herpenio en el prefacio de la que imprimió en París, y Guido Fabricio Boderiano en el prólogo al N. Testamento Syríaco, 

y otros muchos, cuyo catálogo trae Kortolt en el tratado que escribió De las varias versiones de la Escritura Sagrada. Y en esto se funda el P. Tomás de León para creer que el obispo Juan de quien hablaremos luego, no hizo nueva versión arábiga de los SS. libros que fuera superflua, sino un comentario o declaración de ellos; a lo que parece inclina también el arzobispo D. Rodrigo. Pero Alderete en el origen de la lengua Castellana lib. 1. c. XXII tiene esta por versión y no por declaración o comentario. 


Y aunque el cardenal Ximénez de Cisneros se opuso a esta conducta del arzobispo, alegando entre otras razones el temor de que estos nuevos cristianos, flacos todavía en los cimientos de la fe, burlasen o despreciasen nuestros santos misterios: con ser tan justo al parecer este miedo del cardenal, por las sospechas que podía haber contra la sinceridad de aquellos convertidos, atendidas las circunstancias en que se bautizaron (a); sin embargo hubo muchos a quienes este consejo pareció dureza y crueldad, y estuvieron por parte del arzobispo (b).


(a) Cum Albaizinenses laesae Majestatis lege tenerentur, conditioque illis proposita esset, utrum supplicium mallent, an baptismum; ad Christum omnes ad unum sunt reducti. [Alvar. Gómez. De reb. gestis Franc. Ximenii lib. II.] 

(b) His tam prudentibus Ximenii dictis non nihil ab ejus (Archiepiscopi) consilii progressu temperatum est; quamvis eis qui Talabricensi favebant, visa sint paulo duriora. [Alvar. Gómez. loc. laud.] 


Este hecho muestra cómo se pensaba acerca de la lección de la Escritura en lenguas vulgares en tiempo de los Reyes católicos, y cómo pensaba la persona más allegada a SS. AA. que en aquel tiempo hubo, por cuyo parecer se resolvía en los negocios más graves del reino. De suerte que aunque por evitar el engaño de los astutos judíos se prohibiesen sus versiones, no aparecen señales de que se vedasen igualmente todas las demás, ni fuese general esta prohibición como queda dicho.

Añádese a esto lo que el mismo Bartolomé Carranza de Miranda abiertamente afirma diciendo: Antes que las herejías del malvado Luthero saliesen del infierno a esta luz del mundo, no sé yo que estuviese vedada la Sagrada Escriptura en lenguas vulgares entre ningunas gentes. Y tratando luego de las precauciones que se tomaron en España contra la herejía de Lutero, en que tuvo tanta parte el hacer al pueblo juez de la Escritura, prosigue: En España que estaba y está limpia de esta cizaña (de las herejías de Alemania) por merced y gracia de nuestro señor proveyeron en vedar generalmente todas las versiones vulgares de la Escriptura. De donde se colige, según la opinión de este prelado, que no hubo tal prohibición general en España hasta muchos años después de muertos los Reyes católicos, esto es, hasta el de 1559 en que por mandato del arzobispo D. Fernando de Valdés se prohibieron en estos reinos las traducciones vulgares de la Biblia, como luego se dirá.

Del reinado de D. Fernando y Doña Isabel pasemos al del Emperador Carlos V en el que ocurren algunos hechos dignos de este lugar. En el mes de mayo de 1530 concedió Privilegio este Emperador a Guillermo Voesterman para que reimprimiese las traducciones de la Biblia a la lengua alemana, que se habían publicado en tiempo de Lutero, purgándolas antes de los errores que en ellas encontrasen algunos varones sabios, especialmente los doctores de la universidad de Lovayna. Súpose después que un criado de Voesterman sin consentimiento ni noticia suya había seguido en estas ediciones no el ejemplar enmendado, sino otro viciado; y que aun los correctores habían dejado muchas cosas por enmendar. Y así no obstante el Privilegio concedido a Voesterman, se vedaron aquellas Biblias (a). Acaso en resulta de este hecho se publicó el año 1546 otro Edicto del Emperador, en que prohibía todas las versiones vulgares de la S. Escritura que de veinte años antes se hubiesen hecho a las lenguas flamenca y francesa, no con el fin, dice Nicolás van Winge (b) de que no pudiésemos leer o tener la Sagrada Escritura en lengua vulgar, sino para desterrar de todo punto estas falsas Biblias.

(a) Nicol. van Winge in Tract. praemisso Editioni Bibliorum 1548 cap. 13. ap. Apparat. Biblic. qui est in t. IV. Biblioth. Criticae Sacrae Edit.Bruxelis 1706. pág. 181.

(b) Loc. laudato.

Que no fuese el ánimo del Emperador vedar al pueblo absolutamente la lección de la Escritura, se colige de que en 11 (o II:2) de agosto del mismo año 1546 concedió a Bartolomé Gravio la facultad de imprimir, vender y distribuir en sus Estados y dominios todos los libros sagrados del Viejo y Nuevo Testamento en las lenguas latina, valona

y flamenca, con tal que presentase estos ejemplares antes de su impresión a Ruardo Tapper, deán de la iglesia colegiata de S. Pedro de Lovayna, y a Pedro Curtio, doctor en sagrada teología para que los examinasen (a). Pero todavía hallamos de esto otra prueba más clara; y es, que habiéndose trasladado el Concilio Tridentino desde Trento a Bolonia contra la voluntad del Emperador, porfiaba S. M. I. porque se restituyese a Trento, creyendo que por este medio se apaciguarían las controversias en materia de religión que turbaban la Iglesia y el Imperio. Mientras esto se componía, resolvió Carlos V dar a los Estados Eclesiásticos del Imperio una fórmula de reformación, la que aprobada y recibida por ellos publicó a 14 de junio de 1548 como un mes después de haber publicado la famosa Constitución Interim, llamada así, porque prescribió el modo como habían de portarse mutuamente los Estados Imperiales en materias de religión hasta la decisión del Concilio general. En esta fórmula de reformación al cap. XIX De Disciplina populi § IV dice el Emperador: Lea el pueblo los libros sagrados, los santos padres, las vidas de los santos, las historias de los prelados, y de los esforzados varones. Donde por libros sagrados se denota sin duda la Biblia traducida por autores católicos, como lo estaba ya a las lenguas francesa y flamenca por los doctores de Lovayna, e impresa en 1546 con Privilegio del mismo Carlos V. (b)

(a) Véase este privilegio en el citado tom. IV de la Bibliothec. Critic. Sacr. pág. 179.

(b) Leplat Vindiciae Assertorum in Praefat. Codici Conc. Trident. ann. 1779. praemissam cap. V. pág. 31. seq.


Esta fórmula de reformación fue admitida no sólo en el Imperio por los católicos, y por muchos arzobispos y obispos; sino también en los Países bajos por los Concilios de Colonia y de Cambray celebrados en 1550. Por donde comenzaron a cumplirse los deseos que el Emperador tenía, de que se hiciese esta promulgación y aceptación más con la autoridad de los Concilios que con la suya, como lo aseguró al arzobispo de Cambray en carta de 7 de mayo del mismo año 1550.

Ocho años después Felipe II rey de España, y príncipe de los Países bajos, por medio de Ruardo Tapper, de quien arriba hemos hecho memoria, expuso a la facultad de teología de Lovayna, que para apaciguar las discordias que se habían suscitado en materia de religión, y poner en paz a los desavenidos, especialmente entre la nación alemana y las demás iglesias, era de parecer que los doctores de la sagrada facultad meditasen alguna fórmula de reformación y enmienda por cuyo medio se quitasen los abusos.... y juntamente se uniesen los alemanes con las demás naciones en las ceremonias y en la doctrina de la Escritura. Esto decía el rey. El decano y demás doctores de la facultad de teología respondieron a S. A. en 11 de mayo del mismo año 1558 representándole como ya por varios caminos se había intentado esta deseada concordia; y últimamente por el libro de su Augusto Padre llamado comúnmente INTERIM.... al cual se añadió la fórmula de la reformación ofrecida en Ausburgo (Augsburg) por el Emperador a los Estados Imperiales, y aceptada por ellos; la cual si se observase se impedirían muchos escándalos (a). Así respondió a Felipe II la facultad de teología de Lovayna, aprobando la fórmula de reformación de Carlos V en que se daba licencia al pueblo para que leyese la Biblia.

En 7 de septiembre del dicho año el mismo Felipe II y en su ausencia la Princesa Doña Juana en su nombre publicó esta Ley que se sigue: Permitimos que los libros Misales, Breviarios y Diurnales, libros de canto para las iglesias y monasterios, horas en latín y EN ROMANCE, Cartillas &c. no siendo dichos libros obras nuevas, sino de las ya impresas (b), se puedan imprimir sin que se presenten en nuestro consejo, ni preceda licencia (c).

(a) Esta carta de la facultad de teología de Lovayna se halla en la Colección de Mo numentos para la Historia del Concilio Tridentino de Leplat.

(b) Hasta el año 1557 se habían hecho así en España como fuera de ella XXII ediciones distintas de las Horas Romanas en Romance, como consta del índice de nuestro arzobispo D. Fernando de Valdés impreso en Valladolid el año 1559 pág. 53 y sig. 

(c) L.XXIV Tit. VII lib. I.

El año siguiente 1559 se imprimió en Roma el catálogo de los libros prohibidos hecho por mandato de Paulo IV y publicado por decreto de la Santa Romana y Universal inquisición, en el cual se lee lo siguiente: De ninguna manera se puedan imprimir, o leer; o tener sin licencia por escrito del Santo Oficio de la inquisición de Roma ninguna de las Biblias traducidas en lengua vulgar alemán, francés, español, italiano, inglés o flamenco &c. Item, de ninguna suerte se puedan imprimir o tener sin licencia por escrito del Oficio de la Santa Romana y Universal inquisición los libros del Nuevo Testamento escritos en lengua vulgar.

“Paulo Papa IV dice nuestro arzobispo Fernando de Valdés (a), informado de los grandes inconvenientes y daños que en la religión cristiana se han seguido y se podrían seguir de que los fieles católicos tengan y lean libros que en sí contengan errores, y doctrinas escandalosas y sospechosas y malsonantes contra nuestra santa fe católica, mandó expedir un Breve, por el cual manda y prohíbe que ninguna persona de cualquier estado, dignidad, orden que sea, aunque sean cardenales, obispos, ni arzobispos puedan leer ni lean ninguno de dichos libros reprobados ni sospechosos; 

y revoca, casa y anula cualquiera licencia y facultad que en cualquier forma y manera haya dado para tener y leer los dichos libros, según más largo consta por el dicho Breve.” (b).

No sé si Arias Montano aludirá a los términos de esta prohibición, o a algunos de los libros que en aquel catálogo se prohibieron, cuando dice, que salió de manera que alborotó a cuantos hombres había a la sazón estudiosos que del tuvieron noticia, y que no fue obedecido en Francia, ni en la mayor parte de Italia, y en España no se consintió publicar (c). 

(a) En el prólogo al catálogo de libros prohibidos por mandado suyo y del supremo consejo de la santa y general inquisición de 1559.

(b) Este Breve se expidió a 21. de diciembre de 1558 que era el IV del pontificado de Paulo IV. Va impreso al principio del índice del Sr. Valdés. 

(c) Arias Montano en la carta a Juan de Albornoz que citaremos en una nota del siguiente capítulo. 

Sin embargo la inquisición de España tuvo por conveniente celar en sus provincias la observancia de dicho Breve.

El ilustrísimo y reverendísimo Sr. D. Fernando de Valdés arzobispo de Sevilla, e inquisidor apostólico general de estos reinos, habiendo sabido que algunas personas no guardaban lo mandado en él, y que tenían y leían los libros prohibidos por S. Santidad con ofensa de Dios y de su fe católica, y grave perjuicio del pueblo cristiano, habiendo tratado el consejo de la santa general inquisición qué remedio se pondría para atajar este daño; resolvió, que examinados los dichos libros por personas de letras y conciencia, se hiciese un catálogo de los que debiesen vedarse; el cual se imprimiese y publicase en todos los dichos reinos, para que cada persona supiese de qué libros y autores se había de guardar, por contener en sí errores y cosas escandalosas, y no convenir que se traten ni comuniquen entre los fieles católicos.

Fue tanta la diligencia que en esto se puso, que a fines del mismo año 1559 estaba ya impreso este catálogo en Valladolid donde entonces se hallaba la Corte. En él se prohibieron por punto general todas las Biblias en nuestro vulgar o en otro cualquiera, traducidas en todo o en parte, como no estuviesen en lengua hebrea, caldea (ambas ramas del arameo), griega o latina: La cual prohibición se modifica en cierta manera al fin del catálogo, donde se lee lo siguiente: Y porque hay algunos pedazos de Evangelios y Epístolas de Sant Pablo, y otros lugares del Nuevo Testamento, en vulgar castellano, ansi impresos como de mano, de que se han seguido algunos inconvenientes: Mandamos que los tales libros y tractados se exhiban y se entreguen al Sancto Oficio, agora tengan nombre de Auctor ó no; hasta que otra cosa se determine en el Consejo de la Santa General Inquisición.

Cuan grande fuese la calamidad de aquellos tiempos que dio causa a esta prohibición en nuestra España que estaba limpia, por merced de Dios, de las herejías de Alemania y de Inglaterra, bien claro se echa de ver en que a pocos años de haberse publicado este índice, se vio precisado el Santo Oficio a vedar, además de las versiones de la Santa Escritura, otros escritos piadosísimos de autores católicos, como Tomás Moro, Gerónimo Osorio, S. Francisco de Borja, Fr. Luis de Granada, Juan de Ávila, y otros semejantes que ahora corren en nuestros mismos reinos con fruto y edificación del pueblo cristiano; no porque los tales autores (decía el Santo Oficio) se hayan desviado de la Santa Iglesia Romana, ni de lo que ella nos ha enseñado siempre y enseña.... sino, entre otras causas, por contener cosas, que aunque los tales autores píos y doctos las dijeron sencillamente y en el sano y católico sentido que reciben, la malicia de estos tiempos las hace ocasionadas para que los enemigos de la fe las puedan torcer al propósito de su dañada intención (a).

(a) Prólogo al catálogo de los libros prohibidos de mandato del cardenal de Qui roga arzobispo de Toledo, inquisidor General de España año 1583.

Estas son las providencias más señaladas que se encuentran acerca de las versiones vulgares de la Biblia antes de la regla IV del índice que llaman del Concilio de Trento. Los padres destinados para la formación de este catálogo, de cuyo número era nuestro español Fr. Bartolomé de los Mártires, arzobispo de Braga, no vieron concluido este negocio, ni aun examinado el trabajo que en él habían puesto, antes que se acabase el Concilio. En su última sesión que fue la XXV se resolvió trasladar a la Santa Sede la deliberación de esta causa. Pío IV que entonces gobernaba la Iglesia, examinados nuevamente los trabajos de aquella diputación mandó publicar el índice de libros prohibidos, autorizándolo con su Bula de 24 de marzo de 1564, y añadiendo las diez reglas generales que los mismos padres comisionados le habían presentado con el índice. La IV de estas reglas en que se trata de las traducciones de la Santa Escritura, es como se sigue: "Constando por experiencia que si los sagrados libros se permiten leer a todos en lengua vulgar sin diferencia alguna, por la temeridad de los hombres se sigue de ahí más daño que provecho; estése en esta parte al juicio del obispo o del inquisidor, para que de consejo del párroco o del confesor puedan permitir la lectura de la Biblia traducida en lengua vulgar por autores católicos, a los que entendiesen que de esta lectura pueden sacar no daño, sino augmento de Fé y de piedad; la qual licencia tengan por escrito. Mas el que sin esta facultad osare leerla o tenerla, no pueda recibir la absolución de sus pecados, hasta que vuelva la Biblia al ordinario. Y los libreros que vendieren o de algún otro modo franquearen la Biblia en lengua vulgar al que no tuviere la sobredicha licencia, pierdan el precio de los libros, el cual invertirá el obispo en usos piadosos; quedando sujetos a otras penas al arbitrio del obispo, según la calidad de su delito. Pero los regulares no puedan leerla ni tenerla sino con facultad de sus prelados.”

Esta es la regla IV del índice que llaman del Concilio, aprobada después junto con las demás por los Sumos Pontífices Sixto V. Clemente VIII Urbano VIII y Alexandro VIII Ella fijó el estado de la lectura de la Biblia en lenguas vulgares en la mayor parte de los reinos católicos (a). En España principalmente, donde esto se escribe, se ha observado este ordenamiento de la Santa Sede sin la menor contradicción, hasta que mudadas las circunstancias de nuestro siglo, la autoridad de los legítimos superiores ha tomado acerca de esto otras providencias, como después veremos.

(a) De la variedad que se ha echado de ver en algunas provincias católicas acerca de la observancia de este decreto, hablaremos en el capítulo XXI


CAPÍTULO III.


Si la regla IV del índice fue mandada publicar o acordada por el Concilio de Trento.


Como las reglas del índice autorizadas con la Bula de Pío IV se publicaron junto con el mismo índice formado por los padres que a este fin diputó el Concilio de Trento; desde aquellos tiempos se las comenzó a llamar, reglas del Concilio, en un sentido más extenso que entonces era entendido de todos, por ser este un hecho reciente y público que nadie ignoraba. Este modo de hablar fue pasando de unos a otros, y se ha conservado hasta nuestra edad, con la diferencia de que para muchos con el mismo tiempo se ha ido olvidando su verdadero sentido. Porque como, reglas del Concilio, suena decreto, mandato, o cosa autorizada por el Concilio, los que viven lejos del tiempo en que esto se hizo, y por otra parte no se hallan instruidos en lo que acerca de esto hubo, llevados del sonido de las palabras las toman en sentido más riguroso, creyendo que estas reglas, y por consiguiente la IV en que se prohíben las versiones vulgares de la Biblia, son decretos u ordenamientos del Concilio de Trento. Para

proceder pues en esto con la claridad que pide nuestro escrito, y dar a cada cosa el lugar que le corresponde, manifestaré que esta regla IV no es decreto del Concilio de Trento, ni cosa que el Concilio mandase tener presente o poner en ella la mano a los padres nombrados para la formación del índice. Ni intento desautorizar con esto una ley tan sabia y tan oportuna para el tiempo calamitoso en que se estableció, como luego diremos; sino quitar todo motivo de equivocación en cosa que el discurso del tiempo ha hecho para algunos dudosa y obscura. 

En primer lugar, es cosa cierta que el Concilio Tridentino no trató de formar el índice de los libros perjudiciales, cuya lectura debiera prohibirse, hasta la sesión XVII que fue la segunda que se celebró en el pontificado de Pío IV a los 26 días del mes de febrero del año 1562. En ella se acordó, que pues había crecido sobremanera el número de los libros sospechosos y nocivos que contenían doctrina impura, y la difundían por todas partes, por cuya causa en varias provincias y mayormente en Roma habían ya sido condenados: no bastando estos ni otros saludables remedios a la cura de tan grave mal; se escogiesen para averiguar esto algunos padres los cuales meditando seriamente lo que convenía proveer en orden a estos libros y sus censuras, lo hiciesen presente al Concilio en tiempo oportuno, para que con más facilidad pudiese este separar las varias y extrañas doctrinas como cizaña del trigo de la cristiana verdad, y deliberar acerca de esto con mayor acuerdo, determinando lo que pareciese más oportuno para desterrar escrúpulos de las conciencias de muchos, y quitar las causas de muchas quejas (a). (a) Concil. Trident. Sess. XVIII.

Este es en substancia el decreto de la sesión XVIII en orden a la formación del índice. De donde claramente se colige lo 1.° que en aquella sesión resolvió el Santo Concilio escoger algunos padres, a cuyo cargo quedase averiguar qué libros eran los sospechosos y perjudiciales que contenían doctrina impura, y por cuyo medio se propagaba esta misma doctrina. Lo 2°. Que a estos prelados se encargó únicamente que meditasen con seriedad el remedio que convenía poner en esto, para dar de ello cuenta al Concilio en tiempo oportuno, con el fin de que más fácilmente pudiese el Concilio separar las varias y extrañas doctrinas, como cizaña del trigo de la verdad cristiana.

Hasta aquí nada hay en este negocio por parte del Concilio, más que la comisión o delegación, en la cual ni una palabra se habló de lo que en la regla IV se contiene acerca de las traducciones vulgares de la Escritura en general, las cuales no pueden comprehenderse en los libros de que allí se trataba, que son los sospechosos y perjudiciales que contienen impura doctrina. Y haría injuria al Santo Concilio el

que dijere que en este decreto, bien sea expresa o tácitamente, o directa o indirectamente se contiene mandato para formar una regla en que se prohíban por punto general las versiones vulgares de la Escritura, aun las bien hechas por autores católicos.

Este espíritu del Concilio en aquel decreto se ve más claro en lo que allí mismo previene para que los autores de los libros, de que trata, no sean condenados sin ser oídos. Porque manda que esta resolución suya sea publicada de suerte que llegue a noticia de todos, para que si alguno entendiese que le tocaba de algún modo lo que había resuelto se tratase acerca de los libros y de las censuras, o de cualquier otra materia, tuviese por cierto que el Santo Concilio le oiría benignamente (a). (a) Concil. Trident. loc. laud. En cuyo comparecimiento nadie ha dicho hasta ahora que fueron comprendidos los escritores católicos que hasta aquellos tiempos habían traducido en lenguas vulgares, según el espíritu de la Iglesia, todos o parte de los libros divinos; no obstante que estas obras fueron comprendidas por punto general en la regla IV del índice.

Esto en cuanto a las palabras del decreto. Pero lo que pasó en el Concilio antes de extender este mismo decreto, demuestra aún más claramente, a lo que yo alcanzo, y pone fuera de toda duda que no se propuso el Concilio, ni aun ocurrió a los PP. por entonces hacer una regla general para prohibir las versiones vulgares de la Escritura.

El cardenal Palavicini en su Historia del Concilio de Trento (a) dice que los legados hicieron presente a Roma, que como el índice de los libros había de ser una condenación de las obras y de sus autores, era forzoso que se retrajesen estos de

comparecer en el Concilio para ser oídos. Que la formación de este índice era obra larga y de mucho tiempo, y que dándose treguas a su publicación, podía entretanto estimularse a los autores acusados a que hiciesen de sus obras la correspondiente defensa. Que en vista de lo expuesto por los legados, se aprobó en Roma que este trabajo se propusiese según el parecer de los padres. Y porque Paulo IV después de un maduro examen había publicado el índice de los libros dañosos que hasta su tiempo se habían escrito (b); 

(a) Palavic. Hist. Conc. Trident. Lib. XV. Cap. XVIII.

(b) Acerca de Paulo IV será bien notar como de él tomó ocasión el Concilio de Trento para la formación del suyo, lo cual refiere nuestro Insigne teólogo Benito Arias Montano en una carta hasta ahora no publicada, que dirigió a Juan de Albornoz secretario del duque de Alba, y del gobierno de Flandes, fecha en Anvers (Amberes?) a 16 de noviembre de 1571. “Vi, dice, el capítulo que escribió el cardenal Pacheco acerca de la presentación del índice expurgatorio a Su Santidad; y huelgo en extremo que en tal coyuntura y a tiempo que el Papa esté en este propósito de tornar a reveer su catálogo, se le represente la diligencia que el duque ha hecho en estos estados para provecho de toda la cristiandad. Vmd. sepa lo que en esto pasa, de que ya el año pasado di razón a su Exc. y escribí al consejo de su Exc. largamente. Y es que Paulo IIII° publicó un catálogo de libros prohibidos por mano del Santo Padre que agora tenemos (S. Pío V.) que era a la sazón inquisidor general cardenal Alexandrino, el cual catálogo salió de manera, que alborotó a cuantos hombres había a la sazón estudiosos, que del tuvieron noticia, y la razón deste alboroto se verá clara en el catálogo, si parece por acá. Él no fue obedecido en Francia, ni en la mayor parte de Italia, y en España no se consintió publicar. Y por las cosas que comenzaron a suceder del fueron inducidos los padres del Concilio a que entre lo primero que se propuso 

se tratase (trattasse) de la moderación de aquel catálogo o interpretación del. Y duró esto todos dos años, que cada semana se hacían cinco o más juntas de los diputados para ello, que eran trece obispos, y los generales de las órdenes en nombre de todo el Concilio, en la cual diputación presidía el arzobispo de Praga. Y en todo este tiempo ellos con muchos doctores y personas religiosas, de cuya diligencia se servían, vieron todos los más de los libros que se contenían en aquel catálogo de Paulo IIII° y en especial fue la mayor y más larga deliberación sobre las obras de Erasmo, y sobre otros que aquí en este capítulo del cardenal se nombran. Y a lo último se resolvió la diputación y todo el Concilio en hacer el catálogo que anda en nombre del dicho Concilio, en el cual manifiestamente se declara ser hecho en moderación razonable y conmunal del de Paulo IIII°." Posee esta carta original el licenciado D. Ramón Cabrera.


por no abrir en el Concilio nuevo juicio de cosa en que había entendido ya la Silla Apostólica, de consejo y acuerdo de los legados, publicó el Papa un Diploma convidando a los padres a este trabajo. Esto es de Palavicini. En lo cual ni una palabra hay que tenga alusión a la regla IV del índice.

Pues tampoco se encuentra memoria de ella en los tres artículos propuestos por los legados a los padres en la congregación general que se celebró como un mes antes de la sesión XVIII, esto es a 27 de enero de 1562. En ellos se les propuso que para restablecer la doctrina de la fe a su pureza, convenía mucho examinar los libros escritos por varios autores después de nacidas las herejías, como asimismo las censuras de los libros dadas en varios lugares por los católicos; acerca de lo cual publicaría a su tiempo el Concilio lo que en ello determinase, para que este sacrosanto decreto lo guardasen todos sin tergiversación. Ni en estas palabras, ni en las antecedentes y consiguientes, que no copiamos por amor de la brevedad (a), se halla cosa alguna que tenga conexión con la regla IV del índice.

Tres días después de esta congregación que fue el 30 del mismo enero, comenzaron los padres a dar sus votos en esto según lo propuesto por el cardenal Mantuano (b). Marco Antonio Elio que como Patriarca de Jerusalén había de votar inmediatamente después de los cardenales, recomendó este proyecto de separar los libros sanos de los inficionados (infectados), como útil para conservar la piedad, haciendo ver al mismo tiempo cuan ardua empresa era juzgar de los escritos de todos los ingenios hasta el tiempo en que esto se trataba (c).

(a) V. MS. Coaev. et authent. Joann. Baptistae Ficleri, Oratoribus Saliburgensibus á Secretis, quod in Biblioth. Abbatiae Pollinganae (Pulling) in Bavaria (Bayern) asservatur. Ap. Leplat Vindic. assertorum in Praefat. Codici Conc. Trident. an. 1779 praemissam cap. II. 

(b) Ap. Ficlerum in MS. laudato. 

(c) Palavic. Hist. Conc. Trid. lib. XV c. XIX n. 2. et seqq.

Daniel Bárbaro, Patriarca de Aquileya, representó que el índice de Paulo IV necesitaba de grande enmienda, por prohibirse en él de una misma suerte un libro licencioso que un libro herético, no siendo menos dañoso al gobierno castigar con igual castigo delitos desiguales, que dejar de castigar los delitos.

Los arzobispos de Granada y de Braga fueron de parecer que no se embarazasen los padres en esta ocupación tan prolija, que les había de retraer de otros negocios más urgentes; y que este se podía encargar a las universidades de Bolonia, de París, de Salamanca y de Coimbra.

Donato Lorenzi, obispo de arriano, fue de contraria opinión, diciendo que la dificultad de la empresa cedería a la constancia del trabajo: y que aun este podía ser menos, si se nombrasen para él algunos de los que trabajaron en el índice de Paulo IV, o se buscasen con el favor del Papa las notas que para esto sirvieron.

Gil Fuscarario, obispo de Módena, fue del dictamen de Donato en cuanto a seguir la empresa, añadiendo entre otros medios para facilitarla, que debían condenarse sin nuevo examen los libros que todos detestaban unánimemente como heréticos; y que sólo se habían de examinar los dudosos, y los escritos después de las últimas herejías.

Fr. Marco Laureo, dominicano, obispo de Campaña, quiso que no se encargase el Concilio de formar juicio de todas las obras, mas sólo de las que tuviesen nota de herejía, cometiéndose las demás a otros censores particulares y más desocupados.

Vicente Justiniano, general de la orden de predicadores, dijo que para la formación del índice no se destinase ninguno de los regulares, ni aun los generales de las órdenes.

Cristóbal Patavino, general de la orden de S. Agustín, que había concurrido a la formación del índice de Paulo IV juzgó que no había necesidad de nuevo índice, atendida la singular diligencia y estudio con que aquel se formó; sino sólo de añadir a cada libro, para mayor claridad, el nombre y apellido de su autor, y el año de la impresión.

Pedro Contarini, obispo de Baffo, por el amor que conservaba a Paulo IV, y por el 

respeto que tenía a los sabios decretos de sus mayores, persuadía a los padres que no se hiciese mutación alguna en el índice de aquel Papa.

“Últimamente, prosigue el mismo Palavicini, siendo los más de parecer que se cometiese a algunos el encargo de formar el índice, y se diese a los herejes salvoconducto y seguridad si compareciesen, pidieron los legados a los padres que nombrasen censores de los libros, e igualmente otros que meditasen el decreto que se había de expedir; y habiéndose encargado a los mismos de común acuerdo la elección, escogieron diez y ocho de los padres para que trabajasen el índice, dándoles a ellos facultad para valerse de otros teólogos de inferior orden, y a los demás para que sugiriese cada uno lo que tuviese por conducente al mismo fin (a)”. (a) Palavic. ibid. n. 13.

Esto es lo que se resolvió en aquella congregación acerca de la formación del índice, del cual no se volvió a tratar en el Concilio hasta la sesión XXV que fue la IX y última celebrada en el pontificado de Pío IV y en el día último de ella, esto es a 4 de diciembre de 1563. En este día el Santo Concilio viendo que por falta de tiempo no podía juzgar de las censuras de los libros distinta y cómodamente, como convenía, mandó que lo que hubiesen hecho en esto los comisionados se presentase al Romano Pontífice, para que con su juicio y autoridad se diese fin a esta obra, y se publicase (b).

(b) Sacrosancta Synodus in secunda Sessione sub Sanctissimo Domino nostro Pio IV celebrata, delectis quibusdam Patribus commissit, ut de variis Censuris ac Libris, vel suspectis vel perniciosis, quid facto opus esset, considerarent, atque ad ipsam Sanctam Synodum referrent: audiens nunc huic operi ab eis extremam manum impositam esse, nec tamen, ob librorum varietatem, et multitudinem possit distincté et commodé a Sancta Synodo diiudicari: praecipit, ut quidquid ab illis praestitum est, Sanctissimo Romano Pontifici exhibeatur, ut eius iudicio, atque auctoritate terminetur et evulgetur. (Conc. Trid. Sess. XXV De Indice Librorum.) 

Con estas palabras del Concilio Tridentino no puedo componer lo que Arias Montano dice, que este catálogo le aprobó todo el Concilio. (Arias Montano en la carta a Juan de Albornoz arriba citada.)

Esta es la Historia de lo que en el Concilio de Trento se trató acerca del índice de los libros. Ni en Palavicini, ni en los Anales de Raynaldo en que se tuvieron presentes las Actas del Concilio que se conservan en el Archivo del Castillo de Sant Angelo de Roma, ni en el Diario de Psalmeo, ni en el de D. Pedro González de Mendoza obispo de Salamanca que asistieron al mismo Concilio, ni en el de Torrello Phola de Puggio, ni en el que Martene publicó en el T. VIII de su Colección de monumentos antiguos, en ninguno digo de estos escritos se halla memoria de que se hubiese presentado al Concilio el índice ya formado, y mucho menos las reglas que se publicaron con él (a). Por el contrario consta de esta misma sesión que no hubo tiempo para que en él se examinase el índice, sin lo cual no podía tener su aprobación y autoridad, como de hecho no la tuvo sino de la Santa Sede, a cuyo juicio se dejó la última mano de este negocio.

Y aquí no puedo menos de admirar como el erudito Francisco Zacharia, después de confesar este hecho indubitable, y de contar con palabras del P. Ruel que acabado el Concilio fue llevado el índice a Roma, y examinado por Pío IV y por varios prelados y sujetos doctísimos, y confirmado con Bula de aquel Pontífice en 24 de marzo de 1564 (b), no se detiene en decir: ¿Pues qué falta a estas reglas, para que puedan y deban con toda verdad llamarse del Concilio? (c) Porque yo entiendo que les falta mucho para que puedan, y mucho más para que deban llamarse con verdad reglas del Concilio. Doy que estas reglas fuesen hechas por los mismos padres que los legados nombraron para la formación del índice, que es el grande argumento de Zacharia. Primeramente esta no es cosa averiguada. Pero demos que lo sea (d): no deben llamarse con verdad cosas del Concilio sino las que él hizo y autorizó.

(a) V. Leplat loc. laud. cap. III. pagg. 24. 25. 

(b) Franc. Ant. Zacharia Storia Polemica delle Prohibizioni de libri Lib. I. Epoc. VI pág. 151. Y en el lib. II diss. III part. II c. I pág. 347 dice a este propósito: In Trento se ne trattô nel Concilio: ma non si prese su cio alcuna determinazione. 

(c) "Che dunque manca a queste Regole, perche possano, e debbano con ogni verità dirsi del Concilio?” Id. ibid. n. v. pág. 349. 

(d) Yo inclino a que los mismos PP. comisionados para la formacón del índice formaron estas reglas, fundado en la autoridad del P. Francisco Forerio dominicano de Lisboa, secretario de esta junta, que lo asegura en su prólogo a las reglas del índice.


Lo que el Concilio no acabó, ni autorizó, ni publicó, no hay título para que deba llamarse con verdad cosa suya. El negocio del índice confiesa el mismo Zacharia, lo que es la verdad, que no habiendo querido acabarlo el Santo Concilio, lo remitió a la Silla Apostólica para que lo acabase y autorizase. Alega contra esto que fueron padres del Concilio los que trabajaron en él. ¿Pero 18 padres son todo el Concilio, para que

lo que ellos hicieron, antes que el Concilio lo examinase, se atribuya con verdad al Concilio? Y estos padres ¿qué hicieron sino presentar su trabajo a la Santa Sede, como en el Concilio se resolvió? ¿Quién acabó este negocio sino la Santa Sede? ¿Cuya (de quién) fue la autoridad del índice y de las reglas de él, sino de la Santa Sede? Porque el Concilio remitió este negocio a la deliberación del Papa, ¿la deliberación del Papa se ha de llamar ley y establecimiento del Concilio? ¿Y esto no sólo se puede, sino se debe y con verdad, esto es, con toda propiedad y rigor teológico? No han hecho favor ninguno a la Iglesia este y otros semejantes teólogos, que han querido dar a la regla IV del índice la autoridad que no tenía, como si para ser obedecida del pueblo cristiano no le bastase la de la Santa Sede. Más exacto que ellos fue S. Carlos Borromeo, el cual en muy distinto lenguaje habla del índice y de las reglas del índice. Del índice dice expresamente (en el Concilio V provincial) que fue hecho por mandato del Concilio de Trento. De las reglas dice en el Concilio I que el Concilio de Trento destinó para la formación del índice, las publicaron con autoridad del SS. Padre Pío IV (a).

(a) Vid. Leplat loc. laud. pág. 20. 


CAPÍTULO IV.

DECRETO DEL SANTO CONCILIO DE TRENTO

acerca de la edición y uso de los libros sagrados. 


Aunque que estos hechos convencen claramente que el negocio de las reglas del índice no se concluyó ni se examinó en el Concilio de Trento, y mucho menos se publicó con su autoridad; porque todavía pudiera suceder que se hallase algún rastro de la regla IV en el decreto del Santo Concilio acerca de la edición y uso de los libros sagrados (a: Sess. IV. die 8. April. 1546), será bien referir aquí este decreto y su historia. El decreto dice así: "Considerando el mismo Sacrosanto Concilio que puede seguirse gran provecho a la Iglesia de Dios de que todas las ediciones latinas que corren de los sagrados libros, conste cual deba ser tenida por auténtica; establece y declara que esta misma antigua y Vulgata edición aprobada en la Iglesia con el largo uso de tantos siglos, sea tenida por auténtica en las públicas lecciones, disputas, sermones y exposiciones; y que nadie ose o presuma desecharla con cualquier pretexto.

Además de esto, para poner freno a los ingenios atrevidos, establece que nadie fundado en su saber, torciendo la Sagrada Escritura a su privada inteligencia en las cosas de fe y de costumbres que tocan a la edificación de la doctrina cristiana, se atreva a interpretar la misma Sagrada Escritura contra el sentido que le ha dado y le da la Santa Madre Iglesia, a quien toca juzgar de la verdadera inteligencia e interpretación de las SS. Escrituras; ni tampoco contra el unánime consentimiento de los padres; aunque estas interpretaciones nunca jamás se hubiesen de publicar. Los que contravinieren, sean declarados por los ordinarios y castigados con las penas que el derecho establece. Deseando también poner freno y tasa a los impresores en esta parte, como es razón, los cuales ya sin medida, esto es, creyendo que les es lícito cuanto se les antoja, sin licencia de los superiores eclesiásticos, no nombrando muchas veces la imprenta, o poniendo una por otra, y, lo que es peor todavía, sin nombre de autor imprimen indiferentemente los mismos libros de la Sagrada Escritura, añadiéndoles notas, y exposiciones de cualquiera que sea; o tienen de venta sin miedo alguno estos mismos libros impresos en otras partes: decreta y establece que de aquí adelante se imprima muy correctamente la Sagrada Escritura, con especialidad esta misma antigua y Vulgata edición: y que a nadie le sea permitido imprimir o hacer imprimir qualesquiera libros de cosas sagradas sin nombre de autor, ni venderlos en lo sucesivo, o retenerlos en su poder, a no ser antes examinados y aprobados por el ordinario so pena de excomunión, y de la multa impuesta en el Canon del Concilio último de Letrán. Y si fueren regulares, además del examen y aprobación sobredicha, deban también impetrar licencia de sus superiores, después que hubiesen reconocido los libros conforme a lo prevenido en sus Constituciones. Y los que por escrito los comunican o divulgan antes de ser examinados y aprobados, incurran en las mismas penas que los impresores. Y los que los tuvieren o leyeren, si no descubren sus autores sean tenidos por autores. La aprobación de estos libros dése por escrito, y póngase auténticamente al frente del libro bien sea manuscrito o impreso: y todo esto, quiero decir, aprobación y el examen hágase de valde; para que lo que merezca aprobarse, se apruebe, y lo que reprobarse, se repruebe. Últimamente queriendo reprimir la temeridad con que las palabras y sentencias de la Sagrada Escritura son aplicadas y torcidas a cualesquiera usos profanos, esto es, a truhanerías, a fábulas, a vanidad, a adulaciones, a detracciones, a supersticiones impías, a diabólicas encantaciones, a adivinaciones, a suertes, y a libelos famosos: para quitar semejante irreverencia y desprecio, y para que en adelante nadie de modo alguno se atreva a traer palabras de la Sagrada Escritura para estos y semejantes usos; manda, que todos los tales falsarios y corrompedores de la palabra de Dios sean refrenados por los obispos con las penas del derecho, y otras a su parecer.” Este es el decreto. Veamos ahora la historia de lo que antes de él sucedió.

Los padres y teólogos congregados para ventilar este punto el día 17 de marzo del año 1546 entre varios abusos que se habían introducido en aquellos tiempos, observaron que cada cual interpretaba la Santa Escritura según su propio parecer y juicio. Para refrenar esta mala libertad, propusieron varias leyes en que se prohibía dar a la Escritura sentidos ajenos de la inteligencia antigua de la Iglesia y de los Padres, 

como también el que se publicasen estas obras sin licencia de los censores eclesiásticos (a: Palavic. Lib. VI cap. XII n. 3. seq.). Junto con este abuso, notaron otro también por parte de los impresores, y era que algunos de ellos imprimían la Sagrada Escritura conforme a algunos ejemplares corrompidos, añadiendo siniestras interpretaciones. Para remedio de este daño creyeron que bastaría prohibir con multas y otras penas la impresión de tales libros sin que precediese la licencia del ordinario y sin que llevasen a la frente los nombres de sus autores.

Nada se había dicho en esta junta acerca de las versiones vulgares de la Biblia, hasta que el cardenal Pacheco hizo presente a los padres y teólogos de ella que debía considerarse como dañosa a la Santa Escritura la costumbre de traducirla en lenguas vulgares, entregándola de esta suerte al ignorante vulgo. Al cual con urbanidad (dice Palavicini) pero no sin ardimiento se opuso Cristóbal Madrucci, dando por seguro que se ofendería la Alemania de que los PP. quisiesen quitar al pueblo la Santa Escritura, que según el consejo del apóstol nunca debe apartarse de la boca de los fieles. 

Y replicando Pacheco que esto se había ya prohibido en España con aprobación de Paulo II, respondió Madrucci que Paulo II y cualquier otro Pontífice en juzgar si era o no conducente una Ley pudo haberse engañado; pero no Pablo apóstol en el citado documento. Y sin resolver cosa alguna se dio fin a esta congregación (b: Loc. laud. n. 5.). Y aunque añade allí mismo este historiador que la de Madrucci no satisfizo a la junta plenamente, ninguno se le opuso de cuantos padres y teólogos se hallaban en ella: y de hecho en el referido decreto de la edición y uso de los libros sagrados, que fue efecto de lo que en esta congregación se trató, y era el lugar oportuno de prohibir las traducciones vulgares de la Escritura, si se hubiera tenido por conveniente; ni memoria hace de ellas el Concilio. Con esto cuadra lo que algunos años después escribía Bartolomé Carranza que fue testigo de todos estos hechos: Es una cuestión muy altercada de más de veinte años a esta parte: Sobre si es bien que la Sagrada Escriptura se traslade en lenguas vulgares, de manera que cada Nación la tenga en la suya....Tratóse esta cuestión en el Concilio de Trento, pero no se pudo determinar.

Pues si en un decreto formado de propósito contra el mal uso que se hacía de los libros santos, después de haberse tratado si convenía o no darlos al pueblo en su propia lengua, nada dispone el Concilio contra estas versiones; mal llamaríamos suya con este rigor una ley no sólo establecida después de disuelto el Concilio, sino acerca de una cosa en que nada determinó, ni siquiera tocó cuando para ello tuvo oportunidad.

CAPÍTULO V. 

Calumnias de los protestantes contra la regla IV del índice.


Los protestantes para preocupar a sus secuaces contra la Iglesia católica, y hacerles creer que en ella se prohíbe generalmente a todos la lección de la Sagrada Escritura, no obstante que es el libro en que Dios llama a los hombres a que le conozcan y le amen; desde luego comenzaron a alegar la regla IV del índice de un modo injurioso a la Silla Apostólica. Gritaron y dijeron que esta regla estorbaba la verdad a los que yacían en el error, y privaba del consuelo de las Escrituras a los que gimen entre las miserias inevitables de la vida presente; y a los hijos que han ofendido a su Padre no les dejaba pasar los ojos por el testamento en que les perdona, y les restablece en su amor, y les pone en posesión de la herencia perdida (a).

En efecto la mayor dificultad que en el siglo pasado experimentaban los misioneros en las provincias unidas en Flandes para reducir a los herejes a la unidad de la verdadera fe, decían ellos mismos que era la aversión que estos herejes mostraban tener a la Iglesia, porque así en público, como privadamente oían de boca de sus ministros que entre los libros prohibidos por el Papa y otros prelados y superiores eclesiásticos, estaba comprehendida la Escritura, con el fin (decían ellos) de que los hijos no sepan el testamento de su Padre, y de que nunca puedan abrir los ojos al Evangelio, y salir de su grosera y ciega superstición (b). Llegó esto a tal extremo, que en uno de los que ellos llaman Martyrologios, que son los catálogos de los herejes a quienes por la ley se había impuesto la pena ordinaria, abiertamente dicen que los católicos en Flandes, en Inglaterra, en Francia y otras partes habían quemado no sólo un gran número de ejemplares de la Sagrada Escritura, mas también a algunos seculares sólo porque poseían y compraban y vendían Biblias (c). Esta traza inventaron los herejes gente astuta, para salvar su separación de la Santa Iglesia, y hacer armas contra ella de esta misma Ley que cortaba los progresos de la herejía (d).

Pero dejando a un lado lo que la regla IV ofrece a primera vista, y es que a nadie se prohíbe en ella la lección de la Santa Escritura en las lenguas originales, ni en las versiones aprobadas con el uso y autoridad de los siglos anteriores que son muchas, y muchos también los que las entienden aun de los seglares: ¿quién dirá que es lo mismo coartar la lección de la Escritura en lengua vulgar al que tenga licencia para ello, que prohibir a todos los fieles la lección de la Escritura, o despojarles de ella injustamente?

(a) Cons. Veronius Praefat. 3 in Traductionem N. Testamenti.

(b) V. el Diario de los sabios de Roma en el juicio del tratado del obispo de Cartori sobre la lección de la Santa Escritura.

(c) Martyrologii Compend. Herbornae editum ap. Andream Carolum in Memorabilibus Ecclesiasticis saeculi á nato Christo XVII Lib. II. cap. XII ad an. 1613. Edit. Tubingae (Tübingen) 1697. Tom. I. pág. 329. 

(d) Léase sobre esta materia nuestro Miguel de Medina en el lugar citado p. 240 y sig.


La participación de la Eucaristía no se concede a todos indiferentemente: hay causas justísimas para proceder en esto con tino, con separación y apartamiento total de los que a juicio del confesor no estuviesen dispuestos para recibir el cuerpo de Christo. (¿Y lo estaba Judas Iscariote en la última cena? ¿tomó la Eucaristía también o se la rechazó el Señor?) 

¿Pues con qué razón se diría de nosotros sólo por esta causa, que quitamos el pan del Cielo a los hijos de la Iglesia, y les arrancamos de las manos aquella comida que el Salvador se dignó prepararles antes de salir de este mundo? ¿No sería esta una gran calumnia? Pues a la manera que la Eucaristía por respeto a las dolencias espirituales que hacen a muchos indignos de ella, no se da indiferentemente a toda especie de personas, sino que a unos se concede y a otros no: así la lección de la Escritura en lenguas vulgares, mirando a la corrupción del tiempo en que la regla IV se publicó, y a los engaños con que los herejes querían por este medio traer a los fieles a su partido, pudo justamente prohibirse, de manera que no fuese libre, como antes lo era, a todo linaje de personas.

Verdad es que la comunión del cuerpo y sangre de Cristo exige mayor limpieza de alma que la lección de la Escritura. Y de hecho, los LXX intérpretes tradujeron el Viejo Testamento, para que lo leyese Ptolomeo rey de Egipto; y muchos años antes Pythágoras, Platón y otros gentiles, a juicio de algunos doctores, se habían aprovechado de esta misma lectura (a). 

(a) V. Euseb. Praepar. Evang. Lib. IX c. VI. Edit. Coloniae (Köln) 1688 pág. 410, 411. Claudio Frassen en su obra intitulada Disquisitiones Biblicae Lib. 1. cap. X y XI prueba que la mayor parte de la sabiduría de los gentiles fue tomada de los Libros de Moyses 

y de los profetas. Y suelta los argumentos de Marsham (in Chronic. pág. 146 et seq.) 

el cual pretende que así los griegos como los judíos deben su erudición en los ramos de literatura en que florecieron, a los egipcios, por el comercio que con ellos tuvieron.

El Salvador convidaba a los judíos groseros y carnales a que escudriñasen los libros divinos: y los santos recomendaban también esta lección a los simples catecúmenos. Constándonos por costumbre y tradición antigua de la Iglesia, que los idólatras, y los judíos, y aun los catecúmenos eran excluidos no sólo de recibir, mas aun de ver la Santa Eucaristía. Todo esto es verdad. Pero en tiempo de Pío IV era tal la corrupción y ceguedad de algunos cristianos, nacida de la malignidad de los herejes, que no veían en la Escritura la verdad que en ella resplandece (también se les puede llamar críticos o filólogos si tienen acceso a los textos más antiguos); por el contrario juzgaban hallar en la que es fuente de verdad, apoyo de mil disparates y errores. A estos, y no a los que a juicio del confesor o del párroco hubiesen de sacar de esta lectura aumento (augmento, a partir de aquí edito aumento) de Fé y de piedad, se prohibieron las traducciones vulgares de los libros divinos, mientras sus ojos fuesen incapaces de ver la verdad, y tuviesen a la Escritura por única regla de la fe, en cuyo contraste, como ellos pretendían, se hubiese de examinar la tradición según la privada inteligencia de cada uno (a). 

(a) Sed et illud non minus ineptum est quod huius saeculi haereticis, qui fidem adhi bent, affirmare non verentur, homines om nes a Deo ita doctos esse, ut nullius operam ad veritatem pernoscendam indigeant.... Ex quibus omnibus apparet insigni et intolerabili in errore versari eos, qui docent, nihil esse causae, cur popularis multitudo a Sanctorum Librorum lectione arceatur. 

(Iacob. Nogueras de Ecclesia Christi ab Haereticorum conciliabulis dinoscenda. Lib. 1 Edit. Dilingae an. 1560. pág. 63) 

// Hay muchos eruditos antiguos que mamaron las lenguas aramea: caldea, siriaca, hebrea, árabe, y todas las lenguas y dialectos derivad@s del arameo o alguna lengua anterior; muchos eruditos posteriores las han estudiado, y comprendido, como Francisco Pérez Bayer, Manuel Lassala, y otros autores, algunos incluidos en la Biblioteca Valenciana de Justo Pastor Fuster y otros libros sobre autores eruditos en estas materias, historia, filología, teología, numismática, etc.)

¿Qué error pudiera fingirse más opuesto al fruto de esta lección santa, ni más pernicioso al pueblo sencillo, ni más injurioso a la autoridad de la Iglesia, ni que más diese por el pie a la sana y católica interpretación de la Escritura? Por donde fue justo, saludable y necesario consejo quitar de las manos las traducciones de los santos libros a estos hombres temerarios y presumidos de su vano saber, hasta que reconociendo su necedad aprendiesen a no hacerse jueces de lo que no entendían, ni entenderían jamás para su propio bien y salud, si no inclinaban su oído, y doblaban el cuello con sumisión a la autoridad de la Iglesia.

Ni fue esta la única causa que tuvo la Silla Apostólica para tomar esta providencia. Hallábase inundada por aquellos tiempos la Iglesia de versiones de la Santa Escritura hechas por sus mismos enemigos. Multiplicábanse cada día las impresiones de ellas en toda Europa con daño del pueblo incauto, que no tenía ciencia para distinguir la verdad que en la Escritura está, de los errores con que en estas versiones la desmentían y ocultaban los herejes (b). 

(b) Vid. Didac. Stunnica de vera Religione in omnes sui temporis Haereticos Lib. I. cap. XIII Edit. Salmant. 1577 pág. 50 et seq.

En Francia Roberto, Pedro Olivetano ayudado de Juan Calvino; Martín Bucero y Sebastián Chateillon: en Italia Antonio Bruccioli o sea Felipe Rusticio, y Máximo Teóphilo habían publicado varias traducciones vulgares de la Santa Escritura, de que se hicieron muchas reimpresiones algunos años antes de la regla IV del índice. 

En España ademas de la traducción hecha por los judíos del Viejo Testamento que se imprimió en Ferrara el año 1553, el Dr. Juan Pérez, Francisco de Encinas y Juan Valdés se dedicaron a traducir al castellano algunos libros de la Sagrada Escritura, cuyas versiones se imprimieron muchas veces antes del año 1560, y corrían en España y fuera de ella, por ser nuestra lengua entonces casi universal (lo mismo que el dialecto occitano catalán), y tenida en grande estima (lo mismo que el catalán en Cataluña). En Alemania era el daño, si cabe, mayor. Lutero por espacio de once años dio por partes una versión en lengua alemana de todo el Viejo y Nuevo Testamento, de la cual se hizo una edición completa en Witeberga (Wittemberg?) el año 1534 reimprimiéndose después muchas veces hasta el año 1545. Torció Lutero en esta versión el texto divino (a), y con color de que procuraba hacerle más inteligible, siguiendo la maña antigua de los herejes, propuso en ella sus particulares opiniones, más que el sentido del Espíritu Santo (b). Fue esta versión dañosísima al pueblo y origen de facción; hasta algunas mujeres llegaron a predicar públicamente (c). 

No satisfecho Lutero con haber alterado en su versión nuestra edición primera y auténtica, a los cinco años de haberla publicado, la mudó en muchos lugares. 

Lorenzo Surio (d) dice que en sólo el Evangelio de san Mateo notaron algunos XXXVI mudanzas. 

(a) Hasta 800 errores advirtieron en la versión de Lutero algunos católicos. Vid. Henric. Lancelott. in opere cui titulus: Haereticum Quare per Catholicum Quia, XVIII Quare n. 7. Edit. Gandavi 1615. pág. 167. Cons. n. 4. 10. et seq. Et Joann. Cocleus de Actis et Scriptis Lutheri ad ann.1522. Edit. Colon. 1568 pág. 77 et 78. 

(b) Iacob. Nogueras loc. laud. Lib. II. pág. 80. b. 

(c) Henric. Lancelott. loc. laud. n. 6. pág. 166. 

(d) Surius in Chronic. 

(e) Lancelott. loc. laud. n. 1. pág. 164.

Estas variaciones pudieron haber dado motivo a que los mismos herejes reprueben unos las traducciones de otros, Lutero la Zuingliana, Zuinglio la Luterana (pásame la bola que te la devuelvo), Beza la de Chateillon (suena como catalán, Chastelogne), Chateillon la de Beza (e). Pero Lutero había logrado tan singular protección y favor del duque de Saxonia (Sajonia; Saxon), que sin embargo de haber escrito a este príncipe Enrique VIII rey de Inglaterra que no diese licencia para imprimir en sus Estados la versión de Lutero; no obstante haberse resistido a esto y condenádola varios obispos y príncipes de Alemania, logró Lutero un decreto de aquel soberano en que mandaba le escuchasen todos, y que sus palabras y sus escritos fuesen recibidos com oráculos (a). Con esto fue tal la aceptación que mereció la traducción de los libros santos hecha por Lutero, que el año 1527 se publicó en Amsterdam otra flamenca tomada de las versiones particulares de los libros divinos que hasta entonces había publicado aquel Heresiarca. Y aun los calvinistas ministros de Zurich Zuinglio y su condiscípulo y obstinado partidario León Juda (b) y Félix Mancio en la traducción de la Santa Escritura a la lengua suiza, o de la Alemania superior que dieron a luz el año 1529 se aprovecharon en parte de la de Lutero (c).

Y no sólo viciaron los novadores sus versiones de la Santa Escritura; sino que estas mismas traducciones así corrompidas las publicaban como impresas por católicos. 

De donde había de resultar que quitado el espanto y horror que causaba el solo nombre de los sectarios, cundiesen por todas partes más fácilmente (d). 

(a) Id. Nogueras loc. laud. pág. 81. a. 

(b) Franc. le Courrayer in Not. ad vers. gallic. Hist. Reformat. Jo. Sleidan t. 1 pág. mihi 154.

(c) Pueden verse estas y otras muchas noticias tocantes a las traducciones de la Biblia publicadas por los herejes antes de la regla IV del índice en la Biblioteca Sagrada de Lelong cap. IV sect. 3 pág. 343 y siguiente. = y Art. III sect. II y siguiente. 

(d) Henric. Lancelott. loc. laud. n. 5. pág. 166.


Pomerano, Justo Jonás, Carlostadio, Oecolampadio, Marlorato y otros muchos adalides de nuevas sectas, por medio de sus versiones vulgares de los santos libros despertaron en el pueblo tal espíritu de rebelión contra la iglesia católica, que no perdonaban medio ni diligencia alguna para arruinar su autoridad, y arrancar de su cimiento, si pudiera ser, la piedra inmoble sobre que está fundada (a).

Más cerca tenemos nosotros otra prueba de los daños que de esta raíz procedieron, no sólo en las Biblias Españolas de los protestantes Casiodoro de Reyna y Cypriano de Valera y otras traducciones de los santos libros, que se publicaron entonces en nuestra lengua por gente enemiga de la Iglesia católica, sino también en la versión Bascongada del Nuevo Testamento que se imprimió en la Rochela por los años 1571 cuyo autor que lo fue, según parece, Juan de Lizárraga, además de haber traducido cuantos lugares pudo conforme a los errores del calvinismo, como consta particularmente de que en vez de penitencia traduce enmienda, para establecer que la penitencia sólo consiste en la mudanza de vida, y excluir toda buena obra; en una explicación que puso al último de las palabras más notables y frases más difíciles derramó una gran parte del veneno que no pudo en la traducción, añadiendo fin una profesión de Fé y Catecismo en que vació todos los desvaríos de aquella secta (b).

(a) Vid. Mauric. Poncet loc. laud. CVIII. De algunas versiones de los sagrados libros hechas en el siglo pasado a las lenguas Maláica y Bélgica, y a las de Finnonia y Lapponia (como Finlandia y Laponia), para uso de las misiones de los protestantes en América, da noticia Juan Alberto Fabricio en su obra intitulada: Salutaris lux Evangelii toti Orbi per Divinam gratiam exoriens. Cap. XXXV pág. mihi 596 . 611.

(b) Esta traducción de Lizárraga examinó aquí en Madrid a instancia mía mi amigo D. Domingo Doray, maestre escuela de la catedral de santo Domingo de la Calzada, teólogo docto y muy inteligente en el dialecto de aquella versión; y luego me dio su juicio por escrito, el cual conservo en mi poder. Donde se ve cuan fundadas eran las conjeturas del P. Larramendi, el cual en el prólogo a su Diccionario trilingüe § XX sospechó que este traductor era calvinista por el tiempo en que hizo esta versión, por el lugar donde la imprimió, por la libertad de hacerla entonces en lengua vulgar, por la Reyna de Navarra Juana de Albret a quien la dedica, la cual vivió y murió calvinista el año siguiente a la publicación de esta obra. Pero también se ve que no la examinó con todo cuidado, supuesto que a sus conjeturas añade el siguiente juicio: Por lo demás no se puede conocer que sea calvinista el traductor que está a mi entender muy ajustado en su traducción. Acaso el ejemplar de ella que adquirió aquel escritor al cabo de muchos años de solicitud, así como tenía suplido de mano el prólogo y la dedicatoria, como él mismo dice, la faltaría la explicación de las palabras y frases notables y la profesión de Fé, y el Catecismo que acompaña al que nosotros hemos tenido presente: el cual posee el ilustrísimo señor D. Francisco Pérez Bayer. 


Baste esta breve pintura para que se eche de ver la calamidad y la ruina que por este camino amenazaba entonces a la Iglesia.

El daño que en los siglos antecedentes se había experimentado en una u otra provincia respeto de uno u otro enemigo de la fe, vino entonces a ser general en casi todos los reinos y provincias de Europa. Tocaba pues el remedio de él, no a este o aquel obispo o tribunal eclesiástico, sino al que por ser Cabeza visible de la Iglesia debe acudir a los daños que son generales al cuerpo. Y como el corto número que había de versiones vulgares de la Santa Escritura hechas por autores católicos, se había llegado a mezclar y confundir con las innumerables de los herejes; no se dio espera a que se separasen las unas de las otras, sino que se prohibieron todas las Biblias vulgares, no precisamente por estar en lenguas entendidas del pueblo, sino por creerse que el provecho que de las buenas sacaban algunos buenos, no recompensaba el daño que las malas hacían en los malos y en muchos de los buenos. Que si por esta causa se hubieran prohibido aquellas versiones, no pudieran excluirse de esta prohibición ni la griega de los LXX intérpretes, ni las innumerables latinas que se conservaban desde los primeros siglos de la Iglesia; pues estas dos lenguas eran entonces más conocidas aun del pueblo ignorante en las diversas regiones del mundo, que las particulares de cada reino o provincia (a). (a) Quoniam vero nulla erat latior lingua, neque quae ad plures provincias sese propagaret, post Romanum Imperium, quam latina, ea commodissima visa est, quae in hanc versionis unitatem Ecclesiasticae quoque unitati deserviret... Unde apertissime videri potest, non invidiam sed summam benignitate Latinam linguam in hanc rem electam fuisse, quae eo saeculo non Ecclesiasticis tantum, sed universis pené sub Romanorum Imperio degentibus, familiaris erat. Optarent profecto Theologi et Sancta Concilia ut omnes latiné scirent. Neminem enim ex iis qui latiné sciunt á Sanctarum Sripturarum lectione coërcent. (Michaël Medina loc. laud. lib. VII cap. X pág. 240. b. 241. a.)



Falso es pues y calumnioso, como al principio decíamos, el pretexto que algunos protestantes estrechados por el vencimiento de la verdad, han alegado para no venir al gremio de la Iglesia católica, diciendo que coloca la Escritura en el catálogo de los libros prohibidos, e impide a sus hijos el conocimiento de las verdades reveladas, persuadida o sospechosa de que la Escritura desaprueba su doctrina. No fue prohibir la Santa Escritura, ni ocultar sus verdades el que por respeto a las versiones dañadas de ella, y a los errores que acerca de la autoridad de interpretarla habían sembrado los herejes, se coartase la lectura de las Biblias vulgares a los que constase habían de hacer buen uso de esta licencia. El derecho natural, aun antes de la regla IV, prohibía y prohíbe ahora, y prohibirá siempre que lea la Santa Escritura el que por su temeridad o soberbia o algún otro vicio de su ánimo ha de sacar de esta lectura mal y no bien, o más mal que bien. Prohíbe también y ha prohibido en todo tiempo que el pueblo incauto lea indistintamente versiones de la Santa Escritura hechas por herejes, por el riesgo de que sean apartados de la fe los que no tienen doctrina para distinguir la verdad de la mentira dorada con color de verdad. Estos principios incontrastables de la Ley natural aplicó la Silla Apostólica a las necesidades de aquel siglo, en que la triaca de las Santas Escrituras por culpa de la humana malicia se había convertido en ponzoña. No vedó a los cristianos que leyesen los santos libros en lengua que entendiesen, sino en versiones dañadas y corrompidas por los enemigos de la verdad: no les privó del consuelo de la Santa Escritura; impidió que fuesen engañados con las siniestras interpretaciones de la misma Escritura. No desaprobó la práctica de los primeros siglos en que todos los fieles eran admitidos a leer la Escritura, el que no excluyó de esta lección al que su pastor creyese digno de ella. "Nosotros, decía el sabio teólogo Miguel de Medina, no prohibimos a los legos, aun a los que entienden el latín, la lección de las sagradas Escrituras; antes bien los alabamos, y recomendamos como hombres que procuran saber la religión cristiana; ni aun a las mujeres, de las cuales nos consta haber muchas muy instruidas: muchas veces a unos y a otros con reprehensiones, como hacía Chrisóstomo, los remitimos a las sagradas Escrituras (a).”

(a) Itaque nos non arcemus laicos, etiam eos, qui tantum latine sciunt, a Sanctarum Scripturarum lectione, sed laudamus et commendamus eos, quasi homines Christianae Religionis rationem habentes; immó verò neque feminas quales doctissimas multas non ignoramus, sed plerumque et illos et has cum increpationibus, quod Chrisostomus faciebat, ad Sanctos Libros et Scripturas remittimus. Michaël Medina loc. laud. pág. 245.

Si a esto atendiesen sin preocupación los enemigos de la Santa Sede, fácilmente verían que nada hay en la regla IV contrario a aquellas palabras de Jesu-Cristo: 

Leed atentamente las Escrituras, pues en ellas creéis hallar la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí. (Jo. v. 39.) Porque no se procede en aquella Ley contra la atención y buen deseo con que se debe leer la Escritura, sino contra la temeridad

y osadía de los que envenenan este manjar del Cielo, poniendo mancha en la pureza de su doctrina, y torciéndola a sentidos ajenos del espíritu con que se escribió. 

¿Quién mejor que la Iglesia sabe que la Ley del señor convierte las almas, da sabiduría a los pequeñitos, y alegra y alumbra los ojos interiores para que vean la verdad, y conociéndola la amen y codicien más que el oro y las piedras preciosas y todo cuanto se estima en la tierra? (Ps. 18.) ¿Quién tiene más experiencia de que todas las Escrituras inspiradas por Dios son útiles para enseñar las verdades que sus hijos creen y profesan; para redarguir y aniquilar la mentira; para corregir a los que se desvían de la Ley del señor; para adoctrinar y arraigar más y más en la justicia a los que la aman y permanecen en ella?

No menos echarían de ver, que nada dice la regla IV contrario a las exhortaciones que hacían al pueblo los padres y doctores a que leyese la Santa Escritura. Cierto es, como abajo veremos, que obispos y prelados santísimos a una voz claman porque todos los fieles sin excepción de edad, ni de cualidad, ni de sexo; el casado, el oficial, el juez, el gobernador de la república; las mujeres, los niños, todos y siempre se ocupen en leer la Escritura. Que emplean gran caudal de zelo y de doctrina en poner de manifiesto los bienes que trae consigo la inteligencia de los libros santos, y los daños y precipicios a que lleva su ignorancia, para inclinar por este medio, y atraer a los pobrecitos a que hagan de ella materia de su lección, de su meditación, de su conversación, en casa, en el campo, en los caminos, en todas partes: para que los ánimos derribados con la tristeza de los males presentes, o agravados con los afanes de la vida, o dominados de sus malas pasiones, se esfuercen, tomen aliento, se levanten sobre sí mismos, y se armen contra lo áspero y enojoso con los remedios que para todo linaje de males ofrece la Sagrada Escritura. Todo esto es así. Pero ¿qué hallan los protestantes en la regla IV del índice que no venga bien con el espíritu de estas exhortaciones?

Primeramente se ve en esta Ley que sola la temeridad de los que abusaban de aquellas versiones, acreditada ya por una triste experiencia, dio ocasión a que se promulgase. Fuera de esto, que los daños que se seguían de permitirlas, habían venido a ser mayores que los provechos. Y en fin, que no se veda a todos esta lectura, sino a solos aquellos a quienes hubiese de ser perniciosa. Aun el dejar al arbitrio del obispo o del inquisidor, que den permiso para leer estas versiones a los que a juicio del confesor o del párroco hubiesen de sacar de este ejercicio aumento de fe y de piedad, ¿qué otra cosa es sino conservar el espíritu de los PP. acerca de esta misma lectura? El que puso esta excepción en beneficio de los dignos, si deseaba, como es de creer, que todos fuesen dignos, a todos deseaba comprender en ella. La ley fue general; pero la voluntad del Papa era que lo fuese la excepción. Ni la hubiera hecho caber en la Ley, atendida la calamidad de aquel tiempo, a no querer que se salvase lo que los santos doctores pretendieron siempre, que no sean defraudados los buenos y los dignos del fruto de esta lectura.

Esto bastaba para hacer ver el espíritu de la Corte Romana acerca de dar al pueblo versiones vulgares de la Santa Escritura. Pero todavía reproduciré aquí en confirmación de esto un hecho que los protestantes saben tan bien o mejor que nosotros. No puede negarse que las lenguas Syríaca 

(siríaca, de Siria, donde aún hoy 1.3.22 se habla arameo, y tengo un compañero sirio que me ha enseñado un trozo del padre nuestro como aún lo rezan en sus iglesias, pronunciado: “abún de bashmayo, néjtada sishmój, tíze malkuzój, néjua sebionój … hay varias versiones en youtube con música) 

y arábiga son las comunes y generalmente entendidas de todo el Oriente. 

Pues los Sumos Pontífices han estado siempre muy lejos de prohibir a los cristianos orientales unidos a la Iglesia Romana la lección de la Santa Escritura en estas sus lenguas maternas. Notorio es el uso que de la versión siriaca de los libros sagrados hacen y han hecho con aprobación de la Sede Apostólica, los Maronitas que moran en el Monte Líbano, los Jacobitas y Nestorianos que han abjurado sus errores, los Coptitas (coptos) dispersos por Egipto, sujetos al Patriarca de Alejandría (Alejandría)

que reside en el Cayro (El Cairo), y otros muchos cristianos derramados por Syria (Siria), Chipre, Mesopotamia, Babilonia y Palestina (a). Esto en cuanto a la lengua Syra. En la arábiga no sólo les han permitido las traducciones antiguas, sino también dispuesto que se les diesen otras nuevas. En Roma se imprimieron los IV Evangelios en lengua arábiga el año 1590 esto es 26 después de haberse publicado la regla IV del índice. El año 1614 en el Pontificado de Paulo V se imprimió en la misma Capital otra versión arábiga del Salterio de David a solicitud y a costa de Francisco Savary de Breves, Consejero del rey de Francia y embajador suyo cerca de la Corte de Roma. Lastimado este celoso católico de las tinieblas en que viven los orientales, que pudo experimentar por sí mismo siendo embajador en la Puerta Otomana, quiso publicar traducidos a la lengua árabe todos los libros de la Sagrada Escritura para comodidad y provecho de los cristianos europeos. Valióse para esta empresa de Victorino Scialac y

Gabriel Sionita (de Sión), ambos Maronitas, con cuyo auxilio salió a luz la versión del Salterio por mandato de Paulo V. (b) El cardenal Fernando de Médicis (familia Médici), que después fue gran duque, a principios del siglo pasado hizo imprimir tres mil ejemplares de los Evangelios en árabe y en latín para enviarlos al Oriente (c).

(a) Trata de intento sobre esta materia Claudio Frassen Disquisit. Biblic. Lib. II. cap. IV § VI T. 1 pág. mihi 92. 

(b) Vid. Gabriel Sionita Praefat. in Psalt. Arabic. 

(c) Hállase esta noticia en la dedicatoria a Paulo V que va al principio de la gramática árabe de Juan Bautista Raymundo, impresa en el año 1610. 


En el año 1671 se imprimió en la misma Roma una versión completa de toda la Sagrada Escritura conforme a la Vulgata latina. Algunos prelados de Oriente, con especialidad el arzobispo de Alepo y el Patriarca de los Coptitas en Egipto el año 1624 suplicaron al Papa Urbano VIII que enviase a sus pueblos ejemplares árabes impresos de la Sagrada Escritura, en atención a ser muy raros los MSS. que allí tenían, y poco sinceros. La congregación de Propaganda fide, a la cual había encargado el Papa este negocio, se valió del arzobispo de Damasco Sergio Risio, y Felipe Guadagnoli, para que emprendiesen tan vasta obra. Intervinieron también en ella muchos cardenales, prelados, y otros varones doctísimos así en teología y en las demás ciencias, como en las lenguas orientales. Concluida que tuvieron la versión del Pentateuco, se publicó en la imprenta de la misma congregación, acompañada de la Vulgata latina. Muerto el arzobispo de Damasco, dio fin Guadagnoli al Viejo Testamento por los años 1647. 

El Nuevo no se acabó de traducir hasta el de 1650. Mas como Juan Bautista Giattino hubiese confesado de buena fe en su prólogo, que esta versión no estaba conforme en todo con la Vulgata, diputó la misma congregación a Abraham Eccellense, y a Luis Marracci para que nuevamente la enmendasen; el cual trabajo concluyeron en el año 1664. Marracci hizo un nuevo prólogo y un copioso índice de las Erratas en 1668. 

La obra se publicó tres años después en la imprenta de la misma congregación de Propaganda fide (a).

(a) Véase el prólogo de esta versión. En el Diario italiano de los Eruditos por el abate Nazario, impreso en Roma a 29 de enero de 1672. se da una larga noticia de esta versión y de las personas que trabajaron en ella. Guadagnoli que fue uno de los diputados para esta obra, en un aviso que precede a la Gramática árabe que imprimió en Roma por los años 1640 cuando se estaba trabajando dicha versión, dijo las siguientes palabras: "Sacra Biblia iam nunc Arabico Idiomate hic cuduntur sub felicibus S. D. N. Urbani Papae VIII, imperiis et auspiciis, qui ut universo Orbi Sacrae Doctrinae alimenta paucis etiam paginis tribueret, excogitavit duplici pariter idiomate Latino et Arabico Sacra Biblia cudere, recogitans nullam terrarum esse regionem quae vel Latinam vel Arabicam non percipiat loquelam.”

Ni sólo en el Oriente, mas en el Occidente también después de la regla IV del índice proveyó la Corte Romana de versiones vulgares de la Escritura a algunos pueblos católicos. Gregorio XIII que subió al Pontificado inmediatamente después de san Pío V por los años 1572 habiendo sabido que la secta de los Sozinianos, que pretendieron sujetar a la razón humana la Divina Escritura, tomaba cuerpo en Polonia por medio de las traducciones polacas que habían hecho Simón de Budni y Martín Ezechovio, o la que antes de ellos había publicado Nicolás Radzevil en 1563 hecha por una junta de herejes, dispuso que se hiciese otra versión pura de los libros sagrados a aquella lengua, con cuya lectura los católicos de estas provincias se preservasen de tan inminente riesgo, y los que se hubiesen apartado de la fe abriesen los ojos a la luz y se convirtiesen. Esta obra encargó el Papa al docto jesuita Jacobo Vieki, cuya versión impresa en Cracovia el año 1599 con aprobación de Clemente VIII luego se propagó por aquellas provincias con gran fruto del pueblo, frustrando, como dice Posevino (a: Possevin. in Apparatu ad voc. Jacob. Viec.) los esfuerzos de los herejes. El cardenal Marciciovitz luego que advirtió tan buenos efectos excitó a su confesor Justo Rabo a que hiciese una nueva traducción de la Santa Escritura. Con el mismo fin de contener los errores de los Socinianos que se difundían por Hungría, hizo Gregorio Kaldio otra versión de los libros santos a la lengua húngara (magyar), la cual se imprimió en Viena el año 1626 con aprobación del Sumo Pontífice Urbano VIII

He puesto tan menudamente la historia de estas versiones, para que se vea la injusticia con que acusan los protestantes a la Iglesia Romana, de que por la regla IV del índice quitó a todos los fieles las versiones vulgares de los sagrados libros.




CAPÍTULO VI.

PROSIGUE LA MATERIA DEL PASADO.


Una de las cosas por donde todavía se conjetura que la Silla Apostólica a más no poder, forzada de la necesidad y de la calamidad del tiempo, estableció la regla IV del índice, es que para establecerla tuvo que apartar los ojos de los graves males que el pueblo cristiano iba a experimentar desde el punto en que careciese del pasto de la Santa Escritura. Impresas estaban y a vista de todos muchas declamaciones de los padres contra el descuido de los fieles en leer los sagrados libros, y señalados también los daños que de él habían de seguirse; a los cuales no hubiera dado lugar la Iglesia Romana, si de permitir a los fieles esta lectura no temiera otros mayores. Bien claro había dicho S. Atanasio: "¿Despreciaré las Escrituras? ¿Pues por dónde me vendrá el conocimiento? ¿Por dónde la fe?” (a) Y luego: "Nadie ignora sin peligro las leyes Romanas. ¿Pues qué lazos no arma el que prohíbe meditar y aprender las excelentes palabras del rey del Cielo?” Y más abajo: "Comida del alma es la Escritura. No mates pues de hambre al hombre interior, atrayendo hacia ti una hambre cruel, no de pan y

de agua, sino de la palabra de Dios. ¿Hay quien te hiera, y tú no quieres que te sea aplicada la medicina?.”

No es menos respetable el testimonio de S. Juan Chrisóstomo. "Oigamos, dice, todos los que despreciamos la lección de las Escrituras, cuán grande es el daño, cuán extrema la pobreza que padecemos. ¿Cuándo juntaremos la vida con las obras, los que ni aun sabemos las leyes que debemos guardar?” (b)

Y en otro lugar: "Esta es, dice, la causa de todos los males, el no saber las Escrituras. Sin armas vamos a la guerra; ¿cómo podremos ser salvos? Gran merced nos hacen, si con ellas somos salvos; tan lejos está el que sin ellas podamos serlo” (c).

S. Epiphanio (Epifanio), obispo de Chipre, había dicho también: "Gran precipicio es, y tragadero profundo la ignorancia de las Escrituras (d)”. 

(a) S. Athanas (no Satanás). adv. eos, qui nec quaerendum, nec loquendum in Scripturis praecipiunt. Op. edit. París. t. II. pág. 562.

(b) S. Joan. Chris. in Matth. Hom. XLVII n. 3 op. París 1724 t. VII pág. 490.

(c) Id. in Epist. ad Coloss. cap. III. Homil. IX Op. t. XI pág. 391. 

(d) In Apophthegmatibus Patrum litt. *E. n. IX et X ap. Coteler. in Ecclesiae Graecae monumentis, t. I. pág. 429.


Y Anastasio Sinaita: "Imposible es que el que no se dedique atenta y perseverantemente a la oración y a la lección de la Sagrada Escritura, alcance de Dios lo que pide, o le conozca con verdad (a)”.

Por estos y otros semejantes avisos de los santos doctores era notorio en toda la Iglesia que la ignorancia de las Escrituras es y ha sido siempre raíz de vicios y de herejías, que es lo que en breves palabras oyó de la boca de Jesu-Cristo santa Teresa: Todo el daño que viene al mundo, es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad (b).

Lo peor es que estos justos temores de la Santa Sede se vieron presto acreditados con una triste experiencia. Porque el estrago que hicieron los novadores en muchos pueblos católicos de Francia, de Alemania, de Inglaterra y de otros reinos de Europa después de publicada la regla IV del índice, o no hemos de creer a los santos, o probablemente no lo hubieran hecho, a estar apercibidos los fieles con una piadosa y ordenada lección de versiones católicas y bien explicadas de la Santa Escritura. Bastaba una mediana instrucción en el Nuevo Testamento para haberles retraído de seguir a unos hombres que predicaban sin ser enviados, y cuyos sectarios confesaban no serlo, asegurando por otra parte que no era necesaria su misión (c). Porque bien claro dice el apóstol a los romanos: ¿Cómo predicarán si no son enviados? (d) 

Y a los hebreos: Nadie se toma por sí esta honra, sino el que es llamado de Dios como Aarón (e). 

(a) Orat. de Sacra Synaxi initio, ap. Iacob. Basnag. Thesau. Monum. Ecclesiastic. et Historic. edit. Antuerpiae 1725 t. 1 pág. 465. seq.

(b) S. Teresa en su vida cap. XL n. 1.

(c) Rotunde dico, nos non indigere mis sione, nec venditare missionem: ministerium tamen nostrum et vocationem esse christianam.... Non indigemus missione, ideo nec volumus. (Huttenus Resp. ad IV Quaest. Praefat. ap. Adrian. et Pet. de Walenburch de Controversiis Tract. generales contract. Tract. VIII Sect. XXIII pág. mihi 345.

(d) Rom. X 15. 

(e) Hebr. v. 4.

Pues los que sin encargo ni consentimiento, antes contra la voluntad de la Universal Iglesia, de que ellos habían apostatado, se arrogaban la autoridad de formar un nuevo sistema de religión, sin contar para esto con las tradiciones, ni con la fe de los antiguos padres; ¿a quién pudieran deslumbrar y llevar tras sí, sino a quien no tuviese noticia de lo que está escrito en el Evangelio: El que a vosotros oye, a mi oye: el que a vosotros desprecia, a mi desprecia (a), queriendo el Salvador que el que no escucha a la Iglesia, sea tenido como gentil o publicano? (b) Digo que si hemos de dar crédito a las reglas que nos dejaron los santos doctores el haberse propagado tanto estas falsas sectas, debe atribuirse en parte la falta de instrucción de aquellos pueblos en la Santa Escritura.

S. Juan Chrisóstomo manifestando como los Maniqueos se vestían de la mascarilla del nombre cristiano para engañar a los incautos y sencillos, dice que el modo de que el pueblo no se dejase alucinar de su astuta mentira, era instruirlo en los libros divinos (c). Y añade: "Nadie quiere tener atención a las Escrituras. Si a ellas atendiésemos, no sólo no daríamos oídos al error, sino que a los demás también libraríamos del error, y sacaríamos de los peligros (d).” “Gran precipicio es, dice en otro lugar, y abismo profundo la ignorancia de las Escrituras: gran estorbo de la salvación es no saber nada de las leyes Divinas. Esto ha producido las herejías: esto ha dado entrada a la corrupción de costumbres: esto ha vuelto de alto á baxo todas las cosas (e).” 

S. Gerónimo hablando de los medios para conocer las herejías y guardarnos de ellas, dice: “Con todo cuidado debemos leer las Escrituras, y meditar día y noche en la Ley del Señor, para que como prácticos banqueros conozcamos cual moneda es buena y cual falsa (f)”. 

(a) Luc. X 16. 

(b) Matth. XVIII. 17. 

(c) Joan. Chris. in Epist. ad Hebraeos Homil. VIII

(d) Id. De Lázaro Conc. III. n. 3. Op. t. 1. pág. 740. V. Proem. in Epist. ad Rom. n. 1 t. IX pág. 426. Compárense con estas sentencias del Chrisóstomo las palabras siguientes de nuestro teólogo Luis Tena: Si lingua vulgari habeatur Scriptura, sequuntur ingentes errores.. .. quod in aliis Provinciis non accidit, ubi linguam vulgari non habentur. Isagog. in totam Sacr. Script. Lib. 1 Diffic. X Sect. II edit. Barcin. 1620 pág. 48.

(f) Omni studio legendae nobis Scripturae sunt, et in lege Domini meditandum die ac nocte, ut, ceu probati trapezitae, sciamus quis numus probus sit, quis adulter. 

S. Hieroni. sub initium Libri III Commentarii in Epist. ad Ephes. Op. edit. Veron. 1737 t. VIII col. 637. 

S. Ambrosio después de advertir al que desea venir a la fe, o quiere recibir mayor plenitud de doctrina y de fe, que se guarde de tomar por maestros a sus enemigos, a Photino, a Ario, a Sabelio, añade: "Ponga los ojos en las Divinas Letras que dan vida, para que ningún mal intérprete le engañe (a).”

Este es el lenguaje de los padres, a cuyos testimonios añadiremos hechos. ¿Quién ignora el fervor con que los cristianos de Edessa resistieron al Emperador Valente, declarado protector de los Arianos (arrianos), cuando quiso apartarlos de la comunión de la Iglesia católica? (b) Pues cierto es que gran parte de este zelo por conservar la fe hasta morir por ella, se debe a la célebre Escuela de aquella ciudad en que a todos los cristianos, como veremos luego, se enseñaba desde la niñez la Sagrada Escritura, y a las colectas que sin intermisión celebraban en la basílica de santo Tomás apóstol (c), donde se leían al pueblo los libros santos según la antigua costumbre de la Iglesia. 

De suerte, que en este solo hecho se ve resplandecer la verdad de aquella admirable respuesta que dio san Basilio al prefecto del pretorio, enviado por el mismo Valente, para que le procurase atraer a la secta arriana: "Los que con la leche, respondió, han mamado las palabras divinas, estos ni aliento tienen para hacer traición a una sola sílaba de los sagrados dogmas; aparejados a padecer por ellos, si fuese menester, cualquier linaje de muerte (d).”

¿Por qué causa no dieron oído los fieles de Constantinopla en el siglo IV al error de su obispo Nestorio, porque preservados del cielo y prevenidos con la lectura frecuente de la Santa Escritura, a que pocos años antes les había exhortado S. Juan Chrisóstomo, advirtieron que su doctrina era opuesta a la que leían en la misma Escritura? (e) 

(a) Tangat Divinarum vitalia lectionum, ut nullo pravo offendatur interprete.

S. Ambros. Lib. de Paradysso cap. XII n. 58. Op. Venet. 1748 col. 198.

(b) Socrat. Hist. Eccles. Lib. IV cap. XVIII.

(c) Id. loc. laud.

(d) S. Basilius ap. Theodoritum Histor. Eccles. Lib. IV cap. XIX

(e) V. la carta del Papa Celestino al clero y pueblo de Constantinopla (cap. 23. vol. 2. Act. Concil. Ephesini.)

Por donde el gran prelado español S. Pedro Pasqual, estando cautivo bajo el poder del rey Moro de Granada, y viendo que los cristianos que allí estaban en cautividad, por ser sin letras e ignorantes en la doctrina de la Iglesia, pervertidos por algunos mercaderes judíos y mahometanos, apostataban de la fe, se dedicó a recoger en un libro que intituló Biblia parva, algunos testimonios de los profetas y demás libros sagrados, como un pronto remedio para que aquellos pobrecitos diesen razón de su fe, y no se dejasen engañar de los enemigos de Cristo. Tan útil como esto es la lección de las Escrituras para fortalecer al pueblo rudo en la fe, y armarlo contra los enemigos de ella (a). (a) De las versiones vulgares de la Escritura hechas por orden de varios prelados de la Iglesia católica, para apartar al pueblo de los errores que en las suyas viciadas derramaban los luteranos y calvinistas, habla Frasen Disquis. Biblic. Lib. II. cap. VIII § II. Muchos de los católicos que se han ocupado en traducir la Escritura a lenguas entendidas del pueblo, confiesan haberles movido a ello este mismo fin, como de su versión alemana lo dice Gerónimo Emsero in Epilog. versionis N. Testam. y de las suyas los ingleses de Rems, y algunos alemanes y polacos. Tampoco tuvieron otro motivo los teólogos de Lovayna para emprender su nueva traducción de los santos libros, que el ver en manos del pueblo de Ginebra la que habían publicado algunos calvinistas. V. Ric. Sim. Hist. Crit. Veter. Testam. Lib. II. cap. XXII.

Esto en cuanto a los bienes que perdió el pueblo. Pues los daños que se experimentaron en el clero, no fueron menores. Es observación constante que en los lugares donde se ha guardado con exactitud, como era razón, la regla IV del índice, poco a poco se fue apoderando del clero una gran negligencia y descuido en estudiar y meditar los libros santos contra los deseos del Concilio Tridentino. Tanto poderío tiene en la flaqueza humana el ejemplo de los que viven con nosotros. Porque cuando privado el pueblo de la Escritura, debieran los sacerdotes dedicarse a su estudio con mayor ahínco, para que instruidos y como empapados en ella, pudieran darle de viva voz la doctrina que no podía recibir por escrito; sucedió al revés, que la ignorancia del pueblo ganó al clero y le atrajo a su partido; y lo que el pueblo por necesidad no leía, dejó también de leerlo el clero por vicio y desidia culpable.

Estos daños lloraba ya en su tiempo sentidamente Fr. Luis de León. "Si como los prelados eclesiásticos, dice, pudieron quitar a los indoctos las Escrituras, pudieran también ponerlas y asentarlas en el deseo, y en el entendimiento, y en noticia de los que las han de enseñar, fuera menos de llorar aquesta miseria. Porque estando estos que son como cielos, llenos y ricos con la virtud de aqueste tesoro, derivárase dellos necesariamente gran bien en los menores, que son el suelo sobre quien ellos influyen. Pero en muchos es esto tan al revés, que no sólo no saben aquestas letras, pero desprecian, o a lo menos muestran preciarse poco, y no juzgar bien de los que las saben. Y con un pequeño gusto de ciertas cuestiones contentos e hinchados, tienen título de maestros teólogos, y no tienen la teología: de la cual, como se entiende, el principio son las cuestiones de la Escuela, y el crecimiento la doctrina que escriben los santos; y el colmo y perfección y lo más alto de ella, las Letras sagradas, a cuyo entendimiento todo lo de antes, como a fin necesario se ordena (a).”

Esto escribía aquel sabio teólogo, cuando aún estaba en su principio esta desidia de los sacerdotes en estudiar la Escritura. ¿Qué dijera si hubiera visto el crecimiento y la altura a que después rayó, y los funestos efectos que de ella se siguieron bien presto en la enseñanza de la moral y aun del dogma? (b) 

(a) Fr. Luis de León N. de Cristo Lib. 1. prólogo pág. 4. no sería tan para sentir este daño, si al paso que se dolían de él los católicos, no nos lo hubiesen echado en cara injustamente los mismos herejes. Certe Scriptura Sacra, decía uno de ellos, illis ipsis temporibus, non dicam plebi Christianae, sed ipsis etiam Episcopis et Sacerdotibus tam peregrina et incognita fuit, ut vix aliud scirent, nisi forte decerptas quasdam, et enervatas miseris et partialibus glossis lacinias. Christian. Eberhard. Weismann. Theolog. Tubingens. in Memorab. Eccles. Hist. Sacr. N. T. Sec. XVI. 5.LVIII. n. 12. Edit. Halae Magdeb. ann. 1745. t.1. pág. 1665. Henrique Stephano en un libro intitulado: Introductio ad Tractatum de conformitate antiquorum mirabilium cum modernis Lib. 1 cap. XXIX p. 442 dice con palabras de Menoto: Sed nunc quid in cameris Sacerdotum reperietis? An expositionem Epistolarum, aut postillam super Evangelia? Non. Faceret eis malum in capite Magister Nicolaus de Lyra... Quid ergo? Unum arcum, vel balistam, spatham, aut aliud genus armorum. Y en la pág. 453 cuenta que un famoso doctor maravillado de que ciertos jóvenes citasen en Nuevo Testamento: Per diem, decía, j'avois bien cinquante ans, que je ne savois ce que c'etoit de Nouveau Testament. Gerard. in Not. ad Erasmum dice haber conocido él, y tratado familiarmente muchos doctores en teología, que antes de los cincuenta años no habían leído todas las cartas de san Pablo, y que ellos mismos se lo confesaron. Muchas de estas acusaciones y otras varias de los enemigos de la Iglesia católica recogió y confutó el P. carmelita descalzo autor de la erudita Bibliotheca Criticae Sacrae circa omnes fere Sacrorum Librorum difficultates. Lib. 1 Dissert. Proaemial. Quaest. 2. Digress. 2. Edit. Lovanii 1704. t. 1 pág. 125. seq. 

(b) Notorias son las opiniones laxas que de dos siglos a esta parte se han introducido en la moral, y las cuestiones ridículas y sentencias peligrosas con que algunos teólogos, sea por capricho, o por partido, o por otros fines ajenos de su profesión, han obscurecido y expuesto a la saña de los herejes muchas verdades sencillas y graves de la cristiana teología. La época de estas novedades da a entender que su principio ha sido la ignorancia de las Escrituras. Pues han nacido desde que los teólogos dejando este necesario estudio, en las cosas del dogma y de la moral dieron a su ingenio libre y mal cultivado el lugar que compete a las palabras de Dios, entendidas según la tradición de la Iglesia.

Por donde vino también a suceder que el pueblo no sólo no extrañaba, sino, lo que es más lamentable, aplaudía y estimaba en los oradores sagrados la ignorancia de las Escrituras. Bastan para prueba de esta verdad algunos sermones del siglo pasado y aun del presente, así de españoles como de extranjeros, que después de haberse predicado sin provecho del pueblo, se imprimieron para afrenta de sus autores y befa de nuestros enemigos. Porque como si en las instrucciones del pueblo cristiano valiera el ingenio cuando va fuera de la verdad; así aquellos predicadores en vez de declarar a los fieles lo intrincado y sublime de las Escrituras, oscurecían lo que en ellas está claro, y sobre esto le enseñaban el modo de torcer a sentidos bajos y ridículos los principios y semillas más puras de la cristiana moral, que como de un manantial caudaloso fluye de los libros sagrados para salud de los pueblos.

Con cuánta pena sufriría la Santa Sede esta ruina en los sacerdotes: con qué ojos miraría a los maestros de la Casa de Dios sumergidos en tan vergonzosa ignorancia, fácil es de entender. Por donde se colige cuán extrema sería la necesidad que le obligó a sostener esta ley por tanto tiempo, cuando sobre ser tan graves estos daños, pesaban todavía más los que se temían de permitir al pueblo el uso de las Biblias vulgares. Después de todo esto, pretender ahora los protestantes, que la regla IV del índice era contraria al espíritu de los santos doctores; ¿qué otra cosa es, como antes decíamos, sino aprovecharse de las mismas leyes con que se frustraban sus ardides, para sembrar en los pechos de sus secuaces enemiga (enemistad) y odio a la Iglesia católica, y tenerlos así más lejos de que se conviertan a ella.


CAPÍTULO VIII 

Cuánto ha contribuido a estas calumnias de los herejes contra la regla IV del índice el zelo indiscreto de algunos católicos. Respóndese a los que dijeron que las traducciones vulgares de la escritura son causa de herejías.


Luego que se publicó la regla IV del índice, como esta fue una providencia oportuna para cortar en su raíz la propagación de la herejía; no faltaron teólogos católicos que

llevados de zelo por esta ley, escribieron en defensa de ella. Y hubiera sido loable su trabajo, si contentos con apoyar lo que en ella se proveyó, no hubieran pasado más adelante. Pero lo hicieron algunos de tal modo, que siguiendo el ejemplo de algunos teólogos anteriores (a), 

(a) De Alfonso de Castro y de Sprit Roter, que escribieron contra las versiones vulgares de la Escritura algunos años antes de la Regla IV del índice. Roter había dado a entender que la lección de la santa Escritura es cosa mala, no por solo el abuso que de ella se pueda hacer, sino en sí misma. Y así la compara a los males comunes, al veneno, al enemigo y a otras cosas de esta naturaleza. Ad propterea, dice, quia perpauci MALIS COMMUNIBUS cauté et ad suam utilitatem prudenter usi sunt, illa sunt omnibus concedenda, aut permittenda? Venena legimus innoxia, immó et utilia fuisse Mitridati Regi Ponti. Utilitatem ab inimico posse capi docuit Plutarchus. Uxore molestam, contentiosamque ad constantiam philosophicam se exerceri dicebat Socrates. Locum insalubrem et pestilentem prope Athenas delegit sibi Plato, ut solitariam sobriamque vitam assuesceret. Seneca in strepitibus tumultibusque viarum se intentius secreta naturae contemplari affirmabat. Zeno integra nocte cubans cum formoso scorto, intactam penitus dimisit. An propter paucorum industriam, raramque prudentiam malis communibus bene utentium, indiscriminatim et in universum permittenda sunt, quae constat toti Reipublicae fore damnosa? (De non vertenda Scriptura Sacra in vulgarem linguam cap. XXX p. 75. seq.) 

Yo supongo que el ánimo de este padre no era el que aquí manifiesta, como denota luego en el mismo capítulo. Pero ¿a quién no causan admiración y escándalo semejantes comparaciones en boca de un católico, cuando se trata de declarar los daños de la lección de las Escrituras, ocasionados no de la naturaleza de la cosa, sino de causas externas y accidentales a ella, cual es la malicia de los hombres que nada tiene que ver con la lección de los sagrados libros? Con igual inexactitud cuando menos, da por sentado este mismo teólogo que del demonio ha nacido el deseo del pueblo, de que se traduzca la Escritura en lenguas vulgares: Ut Scripturae, dice, illudat (callidus Sathan) ipsiusque elevet auctoritatem, multitudinem inflammat ad expetendas Sacrarum Scripturarum vulgares versiones (Ibid. c. XVII p. 47.) Como si el vicio de este deseo estuviera en el mismo deseo, y no en el desorden: o en la cosa deseada, y no en el daño que los malos ponían en ella. 


como si este fuera un artículo de fe, y no un punto de disciplina, sujeto a mudanza según el juicio de la Iglesia; sin distinguir el uso del abuso, lo que la Santa Sede vedó con cierta restricción y templanza, ellos se arrojaron a condenarlo absolutamente; como pudieran haber hecho con cualquiera otra cosa de suyo mala, que ni el tiempo ni la necesidad pudiera hacer buena. Por donde de lo que era un daño particular, establecieron regla general; y el remedio que se aplicó en aquella edad, quisieron que durase siempre. Y escribieron, como he dicho, tratados sobre que no convenía que el pueblo leyese jamás la Santa Escritura (a). Pudieran haberse ocupado más útilmente estos escritores y más conforme al espíritu de la Iglesia en señalar el modo como pasada aquella calamidad, cuando los superiores eclesiásticos restituyesen las versiones vulgares de la Santa Escritura, pudiese leerlas el común de las gentes sin riesgo y con fruto. Pero no emplearon el tiempo en esto, sino en oponerse a las versiones vulgares respeto de todas las edades y de todos los pueblos. Y como esta opinión no limitada, como ellos no la limitaron, era contraria al espíritu y a la práctica universal de la Iglesia; resultó de aquí que para apoyarla y darle colorido de verdad, hicieron de ella causa de los católicos contra los herejes (b), 


(a) El cardenal Belarmino es uno de estos escritores, el cual aunque entra a tratar de esta materia confesando que la regla IV del índice concede el uso de las versiones vulgares a los que hubiesen de sacar fruto de su lectura, esto es, a los que el ordinario diese para ello la correspondiente licencia; prosigue impugnando el uso de ellas en general, sin limitar su juicio al tiempo en que escribía, ni a las causas que para esta prohibición tuvo entonces la Santa Sede. Este ejemplo siguieron otros muchos escritores, cuyo catálogo puede verse en una obra impresa en París el año 1661 de orden del clero galicano, con este título: Collectio quorumdam gravium Auctorum, qui ex professo, vel ex occasione Sacrae Scripturae, aut Divinorum Officiorum in vulgarem linguam translationes damnarunt. Usserio en su Hist. Dogm. de Scripturis, et sacris vernaculis cap. VI cita algunos otros de estos autores que no fueron comprendidos en la Colección de París.

(b) El cardenal Berlamino comienza a tratar este punto por las siguientes palabras: Controversia est inter Catholicos et haereticos, an oporteat, vel certé expediat Divinarum Scripturarum usum communem esse in lingua vulgari et propria uniuscuiusque regionis (loc. laud. cap. XV) Francisco de Cordova in Annotationibus Catholicis art. 1. c. X ap. Kortolt De lectione Sacror. Libror. in linguis vulgó cognitis, § III pág. mihi 4 dice: Divinam Scripturam transferentes in vulgarem linguam, male meriti de fidei doctrina sunt. No ha faltado entre los protestantes quien calumniosamente diga de la Santa Iglesia Romana, que en ella se reputa por herejía el tener y leer los libros sagrados. Andreas Carolus in Memorabilibus Ecclesiasticis Saeculi á nato Christo decimi septimi lib. II cap. XII ad ann. 1613. Edit. Tubingae 1697. t. 1 pág. 329. 

Elías Hasenmuller cuenta que cierto sacerdote por los años 1584 hablaba a sus discípulos de esta suerte: Libenter audire multas conciones, et libenter legere Scripturam Sacram non est signum boni Catholici, sed potius haereticorum, qui se istis rebus, ceu simiae nucibus delectant. In historia jesuítica ap. Andr. Carol. loc. laud. lib. VII c. XIX t. 2 pág. 290.


reproduciendo por su parte razones frívolas y arrojándose a decir cosas no intentadas por la Santa Sede (a) que sólo sirvieron de obstinar más a nuestros enemigos en las calumnias que antes confutábamos, que la Iglesia católica por la regla IV del índice arrancaba de las manos del pueblo la Escritura, supuesto que así entendían esta regla sus mismos teólogos.

Para mostrar pues que no convenía poner nunca en manos del pueblo versiones vulgares de la Santa Escritura, entraban sentando absolutamente por cosa averiguada y cierta, que estas versiones eran origen y causa de herejías (b). Alegaban en prueba de esto que la principal raíz de las herejías es la depravada inteligencia de las Escrituras, de que resulta venderse la mentira por verdad de Dios; y como el pueblo no tiene ciencia para entender lo alto y lo obscuro de los libros sagrados, toma de ellos ocasión para varios errores (c). Confirmaban esto con los que han nacido de la mala inteligencia de la Escritura, los de los albigenses, waldenses, taboritas, orebitas y otros (d). 

(a) El P. Pedro de Lorca del orden cisterciense en el tratado de Locis Catholicis en una digresión que allí trae de concionibus vernaculam linguam excusis, asegura que no habían de permitirse los sermones impresos en lenguas vulgares. Y la razón que alega es esta: Quoniam in his magna pars Evangeliorum et aliorum Librorum Sacrae Scripturae vulgari linguam profertur: atque adeo quae urgent incommoda ex vernaculis versionibus publice permissis, eadem ab eis timeri possunt. Nec ea minuit, quod expositioni et instructioni sacer textus coniunctus edatur; quoniam expositiones adiunctae non sufficiunt omnem offensionem imperitis adimere. Y luego dice de los escritos de los santos doctores: Et nullus prudenter advertens dubitabit aeque noxium fore si scripta Hieronymi, Augustini et aliorum Patrum vulgari et vernaculam linguam legerentur, quam si ipsa Scriptura. Así se explicaba aquel teólogo, cuyo parecer si se hubiera seguido, ya días ha que carecería nuestro pueblo de los piadosos escritos de santa Teresa de Jesús, de los VV. Juan de Ávila y Fr. Luis de Granada, y otros semejantes que están llenos de retazos de la Sagrada Escritura: y en su lugar nos hubieran quedado para uso de los fieles los libros de caballerías y novelas y otros tales, en que sin recelo alguno se puede asegurar que no se hallan palabras del espíritu Santo.

(b) Tertia demum haeresum parens et origo est Sacrarum litterarum in linguam vulgarem translatio: unde evenit ut ab hominibus sine ullo personarum discrimine legantur. (Alf. a Castro adv. Haeres. lib.1. c. XIII) Quid quod populus non solum non caperet fructum ex Scripturis, sed etiam caperet detrimentum? Acciperet enim facillimé occasionem errandi, tum in doctrina fidei, tum in praeceptis vitae ac morum: nam ex Scriptura non intellecta natae sunt omnes haereses, ut ostendit Hilarius. (Belarm. loc. laud.)

(c) Alf. a Castro de iusta Haeretic. punit. lib. III cap. VI.

(d) Belarm. ibid. cap. XV. 


Añadían por último autoridades de santos doctores en que se encarga el temperamento de la doctrina según la capacidad de los oyentes, de donde pretenden colegir, que el que da a leer al pueblo rudo la Sagrada Escritura traducida en lengua vulgar, lejos de mirar por la salud del pueblo, le procura daño espiritual, por darle alimento que no puede llevar su estómago (a).

Con esta universalidad comenzaron a impugnar los dichos teólogos las Biblias vulgares, cuyo hablar absoluto, desconocido de la antigüedad, hacía injuria por una parte a la Santa Escritura, y por otra les expuso a que los protestantes se lo echasen en cara. Las palabras de Dios, dicen ellos, son luz y verdad. La luz por sí a nadie entenebrece, ni puede entenebrecer; la verdad por sí a nadie engaña, ni puede engañar. Porque esto sería contra el ser y naturaleza de la luz y de la verdad; como lo sería contra la del sol material causar noche, y contra el fuego enfriar, y contra el hielo calentar. Luego si alguna vez de leer la Escritura en lenguas vulgares se han seguido errores y herejías, de otra parte ha venido este mal, no de la Escritura misma, de la cual es propio disipar la niebla del error, y poner de manifiesto la verdad. "Dulce es la miel, dice S. Juan Chrisóstomo, y el enfermo la tiene por amarga; pero no tiene culpa de ello la miel, sino la enfermedad. De la misma suerte los furiosos no alcanzan a ver lo que está a la vista; pero de esto no tiene culpa lo que se ve, sino el ánimo viciado del furioso. Crió Dios el Cielo, para que contemplemos la obra y adoremos al Hacedor, y los gentiles de las criaturas hicieron Dios; pero de esto no tuvieron culpa las obras, sino la maldad de ellos.... Digo esto, para que nadie acuse las Escrituras, sino la maldad de aquellos que interpretan mal lo que está bien dicho (b).” 

(a) Ex quibus aperté convincitur eos qui Sacram Scripturam in linguam vulgarem translatam populo rudi legendam tradunt, non prospicere saluti animarum populi: sed illa rum potius aegritudinem procurare. Quia tradunt illis cibum, qui illarum exsuperat vires.

Alf. a Castro de iusta Haeretic. punit. lib. III cap. VI. 

(b) Joan. Chris. Homil. de S. Hieromartyre Phoca n. 3. Op. t. 2 pág. 708. 

V. S. Ambros. in Ps. 37 Praefat. n. 7. et 8 Op. t. 2 col. III.


Esto es del Chrisóstomo.

Arriba redujimos a dos los caminos por donde vino a seguirse daño de las versiones de la Biblia: a los errores que en muchas de ellas injirieron los herejes: y a la autoridad que daban al pueblo para que explicase por sí el sentido de la Escritura.

De estos principios nacieron los daños de que leyese el pueblo la Escritura, no precisamente de la lección de la Escritura. Los cuales si fueran de tan corta consideración que se hubieran podido remediar sin prohibir las versiones vulgares de los católicos, nunca hubieran tocado en ellas los superiores eclesiásticos, proveyendo únicamente el modo como desterradas las malas, hiciese el pueblo buen uso de las buenas. Pero el mal había llegado ya a ser gravísimo: estaba extendido casi por toda la Iglesia; y lo que tras él había de seguirse, amenazaba ya una total ruina de la sumisión de los pueblos a la santa Iglesia, en cosa de tanta gravedad cual es la interpretación de la Escritura. Veíanse ya de esto algunas señales en las espirituales guerras y ceguedades que había introducido el demonio en varias provincias; en la variedad prodigiosa de interpretaciones con que los herejes torcían los libros sagrados; en los errores y falsas doctrinas que por este medio habían introducido en la Iglesia; en la torpeza y ruindad con que algunos de sus mismos hijos habían intentado prevalecer contra ella. De suerte, que así como el diestro cirujano, cuando ve cáncerado por la mayor parte el brazo del enfermo, sin tener respeto a lo poco que queda sano en él, corta lo enfermo y lo sano, porque no se extienda el cáncer a lo demás, y perezca todo el cuerpo: así la gravedad y extensión de estotro cáncer forzó a los superiores eclesiásticos a que quitasen de enmedio del pueblo lo que por la maldad de los hombres hubiera venido a ser dañoso a los mismos buenos. Por ocurrir a estos peligros evidentísimos de daños tan graves, no por temores vanos o de males pequeños, publicó aquella Ley la Silla Apostólica.

Que si por temor de qualesquiera de los riesgos que trae consigo el abuso de los libros sagrados se debiera vedar al pueblo su lectura, o habíamos de poner falta en la asistencia de Dios a su pueblo escogido, o muy de antiguo hubieran comenzado estas prohibiciones. En Isaías está escrito: que su profecía no la habían de entender todos los que la oyesen; antes al contrario con ella había de quedar sordo el pueblo, y ciegos sus ojos y su corazón, para que no viesen con sus ojos, ni oyesen con sus orejas, ni con su corazón entendiesen y se convirtiesen (a). Pues el que por miedo de estos daños que habían de seguirse, no por culpa de la palabra de Dios, sino por la indisposición del pueblo, hubiera hecho callar al profeta, y cerrádole la boca; claro está que procediera en esto contra la voluntad de Dios, causando otros daños mayores, por privar de esta profecía a los que de ella habían de sacar fruto. Porque con esto que dice aquí Isaías, se compone muy bien que su profecía anuncie la luz a la ciega Jerusalén (b), y dé esperanzas a los ciegos, de que verán, y a los sordos de que oirán (c), y a los apartados del conocimiento de Dios, que aprenderán y tendrán en la memoria su ley (d).

De nuestro señor Jesu-Cristo dijo Simeón que había sido puesto para ruina y levantamiento de muchos en Israel (e): que es lo que de él estaba escrito que 

vendría para lazo y ruina de los moradores de Jerusalén, y que de ellos tropezarían muchos, y caerían, y se quebrantarían (f). Ni sólo los profetas, sino el mismo señor de los profetas decía de sí en el tiempo de su conversación en carne, que para juicio había venido al mundo, para que los que no ven, vean; y los que ven, queden ciegos (g). Sin embargo, ¿quién osará decir que mejor fuera hubiese callado, por respeto a los

que de la luz de su doctrina habían de sacar ceguera? ¿Habrá alguno tan celoso, que por no ver estos daños quisiera que no viniera Cristo? Blasfemia sería escandalosísima decir que a trueque de librar de esta ruina a muchos, hubiera convenido que no se obrara la redención.

S. Pablo dice de la predicación del Evangelio, que el olor de esta nueva en unos era olor de muerte para muerte, en otros olor de vida para vida (h). 

(a) Isai. VI 9. 10. (b) Ibid. LX I. (c) Ibid. XXIX 18. (d) Ibid. XXIX 34. (e) Luc. II. 34.

(f) Isai. VIII 14. 15. (g) Joan. IX. 39. (h) Aliis quidem odor mortis in mortem, aliis odor vitae in vitam. (II. Cor. II. 16.)

Sin embargo ni S. Pablo dejó de predicar este Evangelio, ni juzgó caridad o prudencia privar de esta palabra a los que de ella habían de sacar vida, por estorbar que otros por su maldad trocasen la vida en muerte. "Pues Dios sabía, dice a este propósito 

Fr. Luis de León, que (los judíos) se habían de cegar, tomando de aquel lenguaje (de las Escrituras) ocasión, ¿por qué no cortó la ocasión del todo? Y pues les descubría su voluntad y determinación, y se la descubría, para que la entendiesen, ¿por qué no se la descubrió, sin dejar escondrijo, donde se pudiese encubrir el error?.... No porque algunos toman ocasión de pecar conviene a la sabiduría de Dios mudar, o en el lenguaje con que nos habla, o en el orden con que nos gobierna, o en la disposición de las cosas que cría, lo que es en sí conveniente y bueno para la naturaleza en común. Bien sabéis que unos salen a hacer mal con la luz, y que a otros la noche con sus tinieblas los convida a pecar; porque ni el corsario (Cosario) correría a la presa, si el sol no amaneciese; ni si no se pusiese, el adúltero macularía el lecho de su vecino. 

El mismo entendimiento y agudeza de ingenio de que Dios nos dotó, si atendemos a los muchos que usan mal de él, no nos le diera, y dejara al hombre no hombre. 

¿No dice S. Pablo (II. Cor. II. 16.) de la doctrina del Evangelio, que a unos es olor de vida para que vivan, y a otros de muerte para que mueran? ¿Qué fuera del mundo, si porque no se acrecentara la culpa de algunos, quedáramos todos en culpa? (a)”. 

Esto es del M. León.

Pues el temor que se alega por las herejías nacidas de seglares que leyeron la Escritura en su lengua vulgar, sobre no ser menos vano, es fomento de otros temores que pudieran acarrear gran daño a la Iglesia. Porque ¿cuán pocos son los ejemplos de seglares que citan aquellos teólogos, si se comparan con las herejías que han tenido principio en sacerdotes, que sabían latín y griego y algo más? Cuando revuelvo las Historias antiguas, dice S. Gerónimo, no puedo hallar otros que hayan rasgado la Iglesia, y seducido a los pueblos de la Casa del Señor, más que aquellos que Dios había puesto por sacerdotes y profetas, esto es, atalayas (b). 

(a) M. León. N. Brazo pag. 189 y sig. 

(b) S. Hieron. in Os. IX lib. 2 edit. Veron. t. VI col. 97.

El mismo Belarmino que aquí atribuye las herejías a la ignorancia y abuso de los seglares, dice en otro lugar: Las herejías tienen origen más en las cabezas y principales del pueblo, que en la gente plebeya. Lo cierto es, que todos o casi todos los heresiarcas fueron obispos o presbíteros (a). ¿Qué diría Belarmino, si con su lógica y de sus mismos principios infiriésemos deberse quitar la Biblia de manos de los obispos y de los sacerdotes, o dárseles en lengua que no entendiesen, porque de ellos nacieron casi todas las herejías? ¿Acaso los que torcieron la Escritura a malos sentidos deben hacer regla general, para que en adelante y siempre a todas las

personas de aquella clase y estado se quite de las manos la Biblia?

S. Pedro cuenta ya de muchos ignorantes y livianos, que para su propia perdición torcían a mal sentido las cartas de S. Pablo y los demás libros sagrados (b). 

En la carta a Zena y Sereno que se atribuye a S. Justino mártir, leemos de algunos

hombres carnales de aquella edad, que arrastrando el Evangelio a sus malas pasiones, querían acomodar a sus opiniones desvariadas las mismas palabras de Cristo (c). Orígenes dice también haber nacido las herejías de la inteligencia carnal de la Santa Escritura (d). S. Juan Chrisóstomo supone ser maña antigua de los herejes el adulterar las Escrituras, pasando en silencio algunas palabras, y buscando de intento autoridades que parezcan favorables a su error (e). S. Hilario Pictaviense dice igualmente de Marcelo, de Photino, de Sabelio, de Maniqueo, de Marcion, de Montano y de todos los herejes de su tiempo, que blasonaban de apoyar sus blasfemias en los sagrados libros (f). 

(a) Haereses ab Optimatibus potius quám a plebeiis hominibus excitantur. Certé Haeresiarchae fere omnes aut Episcopi, aut Praesbiteri fuerunt. (Bellarmin. de Rom. Pontif. lib. 1 cap. VIII.)

(b) II. Pet. III. 16.

(c) Auctor Epistolae ad Zenam et Serenum n. 2. int. Op. S. Justin. edit. París. 1742. pág. 409.

(d) Orígenes Fragment. ex X Stromatum Lib. int. eius Op. edit. París. 1733. t. 1 pág. 41. 

(e) S. Joan. Chrisostom. Hom. de S. Hieromartyre Phoca n. 3 Op. t. II pág. 708. 

(f) S. Hilar. Pictav. Episc. ad Constantium Augustum lib. II. n. 9 Oper. edit. París. 1693. col. 1230.

S. Gerónimo, de los judíos y herejes escribe, que las Santas Escrituras que Dios dio para que las leyésemos, les son ocasión de error. "Los cuales, añade, pueden decir: ¿Por qué causa nos hiciste desviar de tu camino? (Isai. 63. 27.)” Y en otro lugar: 

"El señor les mezcló espíritu de error (Ibid. 29. 10.) (a).” Y en otra parte dice, que todos los lugares de los Evangelios para los herejes y perversos están llenos de escándalos (b). S. Gregorio Papa decía que el trigo de Dios, y el vino, y el aceite, y la plata y oro que espiritualmente se encierran en la Sagrada Escritura, lo ofrecen los herejes a Baal, y lo convierten en sacrificio del Diablo, pervirtiendo con su mala inteligencia los corazones de sus discípulos, y sacando error de discordia de las palabras de la paz (c). Por donde muchos, como escribe S. Isidoro, no entendiendo espiritualmente las Escrituras, ni alcanzando su verdadero sentido, vinieron a caer en muchos errores y herejías (d): Y no entendieron bien las palabras de Dios, y las torcieron a su depravada inteligencia: no sometiéndose ellos a los sentidos de la Escritura, sino al revés, arrastrando la Escritura a su propio error (e).

(a) S. Hieron. Comm. in Isai. lib. VII cap. XIX Op. t. IV col. 313. n. 2. Op. Nov. Edit. t. II. pág. 102. 

(b) Id. in Matth. lib. II. cap. XV Op. t. VII col. 114.

(c) S. Greg. M. Regulae Pastoralis III P. cap. XXIV Op. Venet. 1744. t. II. col. 73. 

(d) S. Isidor. Hispal. Sent. lib. 1. cap. XII n. 2 Op. Nov. Edit. t. 2 pág. 102.

(e) S. Isidor. Ibid. n. 4. Merece leerse acerca de esto Fr. Baltasar Pacheco en sus catorce discursos sobre la oración sacrosanta del Pater noster Disc. 1. cap. V §. II. Edic. de Salamanca de 1596. pág. 43. y siguiente.


Tan antigua es la malicia de los herejes en torcer la Escritura. Pero ¿quién hay entre los PP. que para remediar este mal que todos ellos confiesan y lloran, haya declamado jamás contra la lección de la Escritura en lenguas entendidas del pueblo? 

Vicente Lirinense, después de pintar las calamidades que por esta depravada inteligencia de los libros sagrados se habían introducido en la Iglesia, cuando señala los caminos por donde se había de curar este mal, no dice que se vede al pueblo la lección de la Escritura, sino que la interpreten todos y la entiendan según el espíritu de la tradición. Estas son sus palabras: "Si de las palabras de Dios y de sus sentencias y promesas se valen el Diablo y sus discípulos, de los cuales unos son falsos apóstoles, otros falsos profetas, y falsos maestros, y todos del todo herejes; ¿qué harán los católicos, los hijos de la Iglesia? ¿De qué manera distinguirán la verdad de la falsedad en las Santas Escrituras? Lo que deberán hacer con todo conato, es lo que al principio de este Comonitorio decíamos habernos enseñado santos y doctos varones, que interpreten los libros canónicos según las tradiciones de la universal Iglesia, y conforme a las reglas de los dogmas católicos (a).”

Así hablaba aquel apologista de la religión, en cuyas palabras se ve como exprimida la prudencia de los santos doctores, que no se movieron por estos y otros particulares inconvenientes a quitar al pueblo el uso de las Escrituras. Antes por el contrario, condena S. Agustín al que por miedo de inconvenientes carnales esconde la palabra de Dios, diciendo que este tal antepone la carne a la manifestación de la verdad, y como que con ella cubre la divina palabra (b). Esto decía aquel santo doctor, cuyo consejo observó muchos siglos después el Concilio Constanciense (Constanza, Konstanz) celebrado por los años 1415; pues sin embargo que Wiclef, y Juan Hus y sus discípulos condenados en aquel Concilio, hacían uso de las versiones vulgares de la Escritura para esparcir sus errores, no creyeron aquellos padres ser esta bastante causa para prohibir a todos por punto general las traducciones vulgares de la Santa Escritura; y de hecho no tocaron en ellas (c). 

(a) Vinc. Lirin. Commonit. cap. XXVII. 

(b) Qui verbum Dei timore carnalium incommodorum abscondit, ipsam utique carnem praeponit manifestationi veritatis, et eam quasi cooperit verbum. 

S. August. Quaest. Evangelior. Lib. II. Quaest. XII Op. t. III. p. II. col. 183. Véase el sermón XXIII de vers. 24. Ps. 72. donde de dice que los que por su ignorancia corrompen el recto sentido de la Escritura, a ella misma han de acudir a corregir su yerro. Op. t. V. c. III. col. 86. 

(c) Esta observación hace el mismo Zacharia Storia Polemica delle proibizioni de Libri Lib. II. Diss. III. par. II. cap. 1. § II pág. 344.

Más a la manera que estos teólogos alegaban el abuso que los herejes hacen de la Escritura, como causa para que se quite de las manos del pueblo: pudieran otros a su ejemplo y con no menor razón extender este argumento a otras materias tanto o más importantes que la que ahora se trata. Por ejemplo, al precepto eclesiástico de oír Misa los días de fiesta, o a la liberalidad con que en la Iglesia católica se da al pueblo la Sagrada Eucaristía. Así en lo uno como en lo otro se ve tan palpablemente como en la lección que ellos alegan de la Escritura, que no hay cosa por santa que sea, de que no pueda abusar la ignorancia y la malicia de los hombres. En el modo de oír Misa ¡cuántas irreverencias se cometen! ¡cuántas profanaciones! Ciertas gentes parece que no tengan fe de lo que en la Misa se hace, ni noticia siquiera de lo que es este Sacrificio: tal es la descompostura, el distraimiento, la indevoción con que asisten a él; mal harto público por cierto, ojalá fuera tan fácil de remediar. Mas qué? ¿Sería razón que por estos temores dejásemos los sacerdotes de decir Misa, y cerrásemos las puertas del templo? ¿o que la Iglesia levantase la mano en este precepto, por evitar las profanaciones que en el modo de cumplir con él cometen los malos cristianos?

Pues los abusos de la sagrada comunión son todavía más horrorosos. Señálese un daño comparable con el juicio que traga contra sí mismo, el que come indignamente el Cuerpo del Señor. Sin embargo con ser estos sacrilegios gravísimos, y más en número que los abusos que han hecho de la Escritura los herejes; la Iglesia que los ve, y los llora, y los procura remediar, nunca ha tomado por medio para este fin negar a todo el pueblo en general la participación de la Eucaristía. En lo cual como en todo lo demás es regida por el Espíritu de Cristo, del cual dice santa Teresa: "Sabiendo Su Majestad que muchos le habían de comer en pecado mortal, con todo eso es tan vehemente y eficaz el amor que nos tiene, que por gozar del amor con que sus amigos le comen, rompe con las dificultades, y sufre tantas injurias de los enemigos (a).”

(a) Sta. Teresa de Jesús Meditaciones sobre el Pater noster 4. Petición hacia el fin. 

Al lado de estas sólidas reflexiones, será justo hacer memoria de los bienes que han redundado a la Iglesia de haber torcido los herejes la Escritura. Cierto es que a los superiores eclesiásticos toca estorbar, en cuanto es de su parte, aquellos mismos pecados y errores que puede permitir Dios y permite por los altos fines de su providencia, aunque con infinita sabiduría los ordene a mayor bien. Pero no deja de ser gran consuelo para los mismos superiores, el ver convertidos en utilidad del pueblo cristiano aquellos mismos males que sin culpa suya, contra los esfuerzos de su vigilancia, tiraban a su destrucción y ruina. "De Judas ¿cuánto bien sacó Dios? dice 

S. Agustín. Con la pasión del señor fueron salvas las naciones; mas para que padeciese, Judas le entregó. Libró Dios a las gentes por la pasión del Hijo, y castigó a Judas por su maldad (a)”. Una cosa semejante ha venido a suceder en la interpretación depravada que han dado los herejes a los santos libros. Porque con permitir Dios que se cegasen, y diesen falsos sentidos a la verdad de sus palabras, castigó la soberbia y osadía con que lo intentaron, (b) y juntamente dio a conocer quienes eran los verdaderos hijos de la Iglesia católica, obedientes a su potestad, veneradores de su autoridad en la interpretación de la Escritura. Castigó en los malos un pecado con permitirles caer en otro pecado: y abrió los ojos a los buenos, para que se viesen unidos a la cepa de la verdad que es Cristo. Por donde así como en frase del apóstol, fue conveniente que hubiese herejías para que se conociesen los verdaderos hijos de la Iglesia (c): así también vino a ser provechoso que las cabezas de ellas torciesen las Escrituras, para que distinguiésemos a los humildes creyentes de los que aspiran a ser soberbios inteligentes (d).

No es menor el bien que de aquí se ha seguido en orden a la misma interpretación de las Escrituras: "Muchas cosas había ocultas en los sagrados libros, dice S. Agustín, las cuales con las disputas que movieron los herejes en la Iglesia de Dios, quedaron descubiertas, y fue entendida la voluntad de Dios (e).” 

(a) S. Aug. Serm. 51. de Concordia Matth. et Luc. cap. VII n. II. Op. t. V. col. 201. 

S. Greg. M. in cap. XXXVIII. B. Job. lib. XXIX cap. XXX n. 60. Op. t. 1 col. 945.

(b) S. Aug. Enarr. in Ps. 7 v. 14 n. 15. Op. t. IV col. 28. 

(c) I. Cor. XI. 19. 

(d) S. Aug. loc. laudato. 

(e) S. Aug. Enar. in Ps. 54 v. 22 n. 22 Op. t. IV col. 383. 


Por donde sucedió en frase del mismo santo, que vienen a ser útiles para encontrar la verdad los que calumniaban para dorar el error (a). "¿Cuántos sentidos de la Santa Escritura, decía en otra parte, se han vindicado en orden a Cristo Dios contra Photino, cuántos de Cristo Hombre contra Maniqueo, cuántos de la Trinidad contra Sabelio, cuántos de la Unidad de la Trinidad contra los arrianos, eunomianos y macedonianos? ¿cuántos de la Iglesia católica derramada por todo el orbe y de que la mezcla de los malos hasta el fin del siglo no daña a los buenos en la participación de los sacramentos, contra los donatistas, y luciferianos, y otros, si los hay, que con semejante error se hayan separado de la verdad? ¿cuántos contra los demás herejes?.... Pues los justos defensores de estos sentidos, o estarían del todo ocultos, o no descollarían tanto como los han hecho descollar las contradicciones de los soberbios (b).”

(a) S. Aug. Serm. 51. de Concordia Matth. et Luc. cap. VII n. II. Op. t. v. col. 201. 

(b) S. Aug. in Ps. 67. v. 31. n. 39. Op. t. IV col. 512.


CAPÍTULO VIII.

PROSIGUE LA MATERIA DEL PASADO. 

Injusta comparación que se hizo de los libros santos con los escritos de los gentiles. Nada hay en la Escritura, de donde pueda seguirse daño en las costumbres. No se envilece con vulgarizarla y ponerla en manos del pueblo.


Con este principio absoluto de que el andar en lenguas vulgares la Santa Escritura era causa de errores, concordaban los demás pretextos que se alegaron contra estas versiones, sobre que ya nunca convenían. No faltó entre nuestros teólogos quien hubiese ya asegurado, que más daño se seguía de los sagrados libros traducidos en lenguas vulgares, que de la lección de los filósofos gentiles: y que por esta causa prohibiéndose las versiones de la Escritura, no se tocaba en los libros de los gentiles (c). (c) Cum ergo plus nocumenti inferatur ex Libris Sacris in linguam vulgarem versis, quam ex lectione Gentilium Philosophorum; merito illud inhibetur, etiamsi de alio nulla fiat prohibitio. (Alf. a Castro adv. Haereses lib. 1 cap. XIII. penes finem.)

Si el que esto dijo se hubiera ceñido a las versiones dañadas por los herejes, o a las circunstancias del tiempo en que escribía, dijera en ello verdad. Porque la misma recomendación que trae consigo la Escritura para ser creída como palabra de Dios, hace que el error sembrado en sus versiones, o por medio de ellas, aunque estén bien hechas, si son mal entendidas, cause en los incautos y rudos el estrago que no pueden los libros gentiles faltos de semejante autoridad (a). Pero dicha esta proposición absolutamente sin coartarla a versiones determinadas, ni a la calamidad del tiempo, escandalizó aun a los mismos protestantes (b), los cuales con afrenta nuestra, por un cotejo de los libros de los gentiles con los canónicos, nos dieron a entender que va tanta diferencia de los efectos de los unos a los de los otros, cuanto va de doctrina a doctrina. Porque los gentiles enseñan la teología vana de los muchos dioses; la Escritura dice: Oye, Israel, uno es el señor Dios tuyo (c). La resurrección de la carne que la Escritura predica, ¿quién de los gentiles la confesó? Antes bien de Pablo hicieron burla porque anunciaba la resurrección de los muertos (d). Opinión fue de muchos filósofos y del que entre ellos tiene nombre de príncipe, que el mundo no tuvo quien lo criase; la Escritura comienza diciendo: En el principio crió Dios el cielo y la tierra (e). 

(a) Es razón de Alf. de Castro loc. laud. 

(b) Cipriano de Valera en el prólogo o exhortación que precede a la Biblia castellana de Casiodoro de Reina. Christiano Eberhard. Weisman en la obra citada Saec. XVII t. 2 pág. 384. Félix de Alvarado en la exhortación que precede a la liturgia inglesa que se imprimió en Londres segunda vez el año 1715 pág. XII.

(c) Deuter. VI. 4. 

(d) Act. XVII. 

(e) Genes. 1. 1. 

La inmortalidad del alma muchos gentiles la pusieron en duda, otros de todo punto la negaron; y Cristo dice al buen ladrón: Hoy serás conmigo en el paraíso. Escrito está también que el alma de Lázaro fue llevada al seno de Abraham, y la del glotón al infierno. Y de Dios expresamente se dice que es Dios de Isaac, de Abraham, y de Jacob, de los cuales no lo sería, si ellos no viviesen, esto es, si no fuesen sus almas inmortales, porque Dios no es Dios de muertos sino de vivos. Esto en cuanto a los errores del dogma. ¿Qué diré de los defectos de su doctrina? ¿Quién de los gentiles enseñó la ciencia de la humildad verdadera del corazón, de aquel abatimiento y negación de la propia voluntad que hace al hombre no presumir nada bueno de sí? Sabios preceptos y conformes a la razón nos dejaron Sócrates, Platón, Aristóteles, y otros filósofos: el camino de la humildad, sin la cual no hay verdadera virtud, sólo en las Escrituras se ve señalado, allanado y trillado por Cristo que le anduvo para que tras él le anduviésemos nosotros. Saben los filósofos, decía S. Agustín, adonde hemos de ir, que es a procurar la felicidad y bienaventuranza; mas no saben el camino para ir, ni a conocerla ni a poseerla (a). "No tienen aquellas letras, prosigue el santo, la imagen de nuestra religión, ni las lágrimas de nuestra confesión: no tratan del verdadero sacrificio que es el espíritu contribulado y el corazón contrito y humillado, ni de la común salud del mundo, ni de la ciudad santa y esposa de Cristo, ni de las arras del Espíritu Santo, ni del cáliz en que está el precio de nuestra redención. Nadie canta en aquellas letras con el profeta: ¿Por ventura no estará mi alma sujeta a Dios, pues de él procede mi salud? Estas cosas, señor, escondiste tú a los sabios y prudentes del mundo, y revelástelas a los pequeñitos (b).”

En la comparación de la moral corrompida de los gentiles con la acrisolada y purísima de los libros santos resalta todavía más el arrojo de esta proposición. ¿Cuándo ha dado alabanzas la Escritura al hurto, a la discordia, al adulterio, a la embriaguez, al odio implacable de hermanos contra hermanos, de padres contra hijos, en que se quebrantan las leyes más santas y las más estrechas ataduras? Pues los libros gentiles, a lo menos gran parte de ellos, en medio de la secular y mundana elocuencia, están como rebosando estas máximas, y autorizando el vicio con el ejemplo de aquellos mismos ante quienes doblaban la rodilla (c). 

(a) S. Aug. Confess. lib. VII cap. 20. Op. t. I. col. 104. 

(b) Id. Ibid.

(c) Conf. S. Basil. Serm. de legendis libris Gentilium N. II. Op. t. II. pág. 175. 176.

"Gran diferencia hay, decía un sabio español, de las Escrituras sagradas a las sentencias de aquellos (los gentiles) cuyos libros están llenos de vanísima vanidad (a).”

(a) El P. Fr. Baltasar Pacheco en la obra citada Disc. XII cap. XIII § 1 pág. 774. 

Quien los errores y de la moral corrompida de los  desee ver otro admirable cotejo de Paganos con la verdad y pureza de la Sagrada Escritura, lea al P. Francisco Arias en su libro de la imitación de Christo nuestro señor t. 1. trat. V. cap. XII de la edición de 1599 pág. 454 y sig. 

“Entre muchos ejemplos que para comprobación de esto se pudieran traer, prosigue el mismo, es muy familiar y conocido el de la Eneida del poeta Mantuano Virgilio, de la cual fingen haber estado algunos años en un ayunque, y haber gastado muchas fuerzas, días y noches, para que saliese limpia, resplandeciente y probada a las manos de los mortales. Mas después que salió a luz, halláronse en ella muchas fábulas, y estar muy lejos de la pureza de las Divinas palabras; pues hace mención de no sé qué Dioses y Diosas, y de sus hijos: de Juno que hacía contradicción al pueblo prófugo, y de Venus que lo favorece: de Eolo Dios de los vientos que los conmueve, y de Neptuno Dios del mar que con su tridente los aplaca: de Cupido que con sus flechas traspasa el afecto de la mísera Dido, y de otras muchas impertinencias semejantes que allí se ponen con maravillosa pompa y magnífico aparato de palabras, como si fueran algunos grandes y sumos misterios de cosas divinas, siendo vanísimas fábulas: en las cuales nada hay de edificación o provecho, mas tan solamente falsa delectación de los sentidos para engañar y enlazar los ánimos simples, y entretenerlos el tiempo que pudieran y DEBIERAN emplear en las palabras de Dios verdaderísimas, muy probadas y castas. Y aun esta obra del Mantuano que hemos traído por ejemplo suele ser tenida entre los escritos de los poetas gentiles por la más casta y probada: porque otros muchos escritores de este género dicen cosas aún más absurdas, y tales que las orejas cristianas no las pueden oír sin estremecerse (b).” (b) Pacheco en el lugar citado.  

Todo esto dice aquel español comparando los daños que causan los libros gentiles en las costumbres, con el provecho de la Sagrada Escritura. Conforme a lo cual había ya escrito S. Isidoro: 

"¿De qué sirve aprovechar en las enseñanzas profanas (de los gentiles) y quedar

vacío de las divinas? ¿Irse en pos de ficciones perecederas, y tener hastío a los misterios celestiales? Debemos pues apartar de nosotros semejantes libros y huir de ellos por amor a las Santas Escrituras (a).”

Dirá alguno que no faltan en la Escritura cosas de que puede también abusar el pueblo para la corrupción de costumbres (b): guerras entre padres e hijos, hermanos y hermanos, suegros y yernos: desavenencias de deudos, odios, villanías, reyes desposeídos, muertos a hierro: daños públicos tenidos en poco, sostenidos, atizados por ambición y particular interés: embriagueces, adulterios, incestos, desenfreno de toda lujuria (c). ¿Qué provecho ha de sacar el pueblo de estos ejemplos? Y esto sin tocar en el libro de los Cantares, cuyas expresiones si se les da sentido carnal, pueden ser ruina y perdición de las santas costumbres (d).

Los que esto dicen, sobre culpar a la práctica universal de la Iglesia que por tantos siglos ha autorizado en el pueblo la lección de la Escritura (e), hacen grave injuria a la sabiduría y providencia de Dios que no hubiera injerido estas cosas en los libros santos, si fuera tan cierto el daño que de ellas había de seguirse. No podía ser que en todo y a todos edificase la Escritura como los padres enseñan (f), 

(a) S. Isidor. Hispal. Sent. lib. III. cap. XIII Op. Tom. II. pág. 104.

(b) Quid quod populus non solum non caperet fructum ex Scripturis, sed etiam caperet detrimentum? Acciperet enim facillimé occasionem errandi....in praeceptis vitae et morum. (Belarm. loc. laud. cap. XV penes finem) 

Le peuple, dice Poncet, qui auroit en main la Sainte Escriture, prendroit de la lecture d'  icelle occasion de devenir plus meschant et corrompu en moeurs, imitant plusieurs exemples et faits particuliers qu'il faut eviter. (M. Poncet en el lugar citado cap. VIII.)

(c) Belarm. loc. laud. cap. XV penes finem. Ledesma loc. laud. cap. XVIII n. IX. 

(d) “Multa sunt in Sacris Litteris, quae ut erroris occasionem praebere poterant, ita etiam alia, quae prima fronte et litterali sensu indoctum hominem et imperitum provocare possent, et quae vel vilia, vel contemnenda, vel absurda facile apparerent, 

ut quae in Canticis Canticorum de amoris verbis inter Sponsum et Sponsam dicebamus.” (Ledesma loc. laud. cap. XVIII n. VIII.) 

(e) Quod si etiam temporis diuturnitatem pro nobis facientem vobis evidenter ostendamus, an non videbimur vobis probabilia dicere, non posse litem istam iure nobis intendi? Veneranda enim sunt quodammodo vetusta dogmata, quae ob antiquitatem, ceu canitiem quamdam, habent quiddam reverendum. (S. Basil. lib. de Spiritu Sancto cap. XXIX n. 71 Op. tom. III pág. 60.) 

(f) Quia vero undique aedificat (Scriptura) quasi per circulum rota currit. (S. Greg. in Ezechiel. lib. I. Hom. VI. n. 8. Op. tom. 1. col. 1215.) Omnes aedificat Scriptura Divina.

(S. Ambros. in Ps. 48 Enarrat. n. 5. Op. t. II col. 294.)

ni que la hubiera aplicado S. Agustín al pueblo rudo por remedio contra los escándalos (a), si su lectura destruyera con tanta facilidad las santas costumbres. Todo lo que hay en los libros divinos es alimento de nuestra alma (b): Nada hay ocioso en las palabras del Espíritu Santo (c): la letra está llena de misterios (d). Al conocimiento y estudio de estas palabras nos exhortan los Padres, y a que de esta comida hagamos buen uso; no a que huyamos de ella por no convertir la triaca en veneno. "El que llegue a conocer, dice S. Agustín, que el fin del precepto es la caridad nacida del corazón puro,

de conciencia buena, y de fe no fingida, preparado a ordenar a estas tres cosas toda la inteligencia de las Divinas Escrituras; este tal LLEGUE CON SEGURIDAD a leer estos libros (e).”

Fuera de esto, ¿qué daño puede seguirse al pueblo, o por mejor decir, qué bienes no sacará de ver abominada la maldad, reprehendido el malo, amenazado, castigado? Pues de esta suerte cuenta los delitos la Santa Escritura (f). 

(a) Utinam Scripturae Dei sollicitam mente intendentes, in quibusdam scandalis adiutorio nostri sermonis non egeretis. (S. Aug. Epist. 78 Clero, Senioribus, et universae plebi Ecclesiae Hippon. n. 1 Op. tom. II. col. 138.)

(b) Quidquid enim in Sacra invenitur, edendum est. (S. Gregor. in Ezechiel lib. 1 Homil. X n. 2 Op. t. 1 col. 1263.)

(c) Nihil otiosum est in Spiritus Sancti verbis. (S. Basil. in Isai cap. 2 n. 7 Op. t. 1 Append. pág. 429.) 

(d) Foris littera, intus mysteria. (S. Ambros. Irenaeo, Epist. 26. n. 15. Op. t. III col. 954.)(e) S. Aug. De Doctr. Christ. lib. 1 cap. XL Op. t. III p. 1 col. 14. 

(f) Porque no yerre el pueblo en los hechos en que a primera vista parece autorizar la Escritura hurtos, mentiras, y otros delitos semejantes, y entienda los misterios que en ellos encerró el Espíritu Santo, es de suma importancia que vayan acompañadas de notas estas versiones, como diremos en su lugar.

Y si el daño que puede causar en los rudos oír qualesquiera hechos atroces o atentados contra las leyes fuera de tanta consideración como estos suponen, apenas quedaría en pie historia ninguna eclesiástica ni profana: todo escrito de este género debiera vedarse. Esto aun cuando la maldad y el pecado se pintase en la Sagrada Escritura con los colores con que se pinta en otros libros. Más especialmente para reprehender la impureza: ¿cuántas veces encierran los libros santos en palabras generales y obscuras lo que en otros se dice más por menor y sin rebozo, con riesgo de los flacos? ¿Cuántos linajes de obscenidades, dice S. Basilio, inventó la doctrina de los Demonios, las cuales pasó en silencio la Divina Escritura por no manchar su honestidad con los nombres de cosas torpes, afeando generalmente la impureza? 

Así dijo el apóstol Pablo: Fornicación y toda inmundicia ni se nombre entre vosotros, como a santos compete (Ephes. v. 3.) comprendiendo bajo el nombre de inmundicia abominables deshonestidades, así de hombres como de mujeres (a). De esta suerte habla S. Basilio del decoro y modestia de la Sagrada Escritura. Y en otro lugar dice que no hay mancha en ella, mas lo que alguno tuviere por manchado, lo estará para él (b). Tan cierto es lo que notó S. Ambrosio, que muchas cosas de suyo saludables, por examinarse sólo en la corteza y no en lo interior, parecen dañosas (c).

Los que por amor a las santas costumbres declaman contra las versiones vulgares de la Biblia, cuanto mejor declamarían contra las inmundicias que andan impresas en mil libros, que no parece haberse escrito sino para emparedar la honestidad, y desterrar de todo punto la modestia cristiana: novelas, cantares, y otras tales mercaderías que traen peste y mortandad a la república? (d) 

(a) S. Basil. Epist. 160. ad Diodorum 

(b) S. Basil. Epist. 42. ad Chilonem n. 3. Op. t. III. pág. 127.

Sobre la castidad y religiosidad que resplandece en los libros Sagrados, véase san  Agustín lib. de utilitate credendi cap. VI. n. 13. Op. t. VIII col. 39 y las Quaestiones in Exodum Quaest. LXXVIII n. 3. Op. t. III p. 1 col. 334.

De la honestidad y recato con que habla la Santa Escritura de las cosas carnales, trata de propósito nuestro español Juan de Torres de la compañía de Jesús en su Filosofía Moral de Príncipes, lib. XIV cap. V edición de Burgos de 1596 pág. 556.

(c) Quam multa itaque salubria sunt, quae noxia perfunctoriè iudicantur.

(S. Ambros. in Ps. 37. Praefat. n. 7 Op. t. II col. III.)

(d) “Quid dicam de vanis atque perdintis hominibus (decía de su tiempo Francisco Ribera) errantibus et in errorem mittentibus, qui fictorum heroum quasi res gestas litteris mandant, et ardentes amores eorum,  amatoria colloquia, et facta turpissima confingunt, quibus in animis iuvenum atque etiam virorum ignem accendunt gehennae? Huius generis libros quamplurimos aut soli Hispani habemus, aut plures quam alii: neque prohibentur unquam; sed impunè a quavis aetate, a quavis conditione leguntur in magnam honestorum morum depravationem.” Franc. Ribera Comment. in cap. 1 Micheae.

Porque dado caso que de la lección de las Escrituras por la malicia de los hombres pudiera seguirse este daño, pero los males de estotra lección no posibles sino ciertos, y que nacen no del abuso que se puede hacer de las cosas sino de las entrañas de las mismas cosas, están clamando que sería mejor empleado en cortarlos y desvanecerlos, el tiempo que algunos gastan en declamar contra la lección de la Santa Escritura.

En cuanto al libro de los Cantares, cierto es que en aquel suavísimo coloquio entre Cristo y su Esposa la Iglesia, se vale el sagrado escritor de expresiones de que suelen abusar los que ponen acá su amor donde no debieran. Que por esta causa no permitían los hebreos la lectura de este altísimo libro, sino a los que por su edad y por su doctrina hubiesen de entender sus palabras en el sentido altísimo con que se dijeron (a). Que S. Gerónimo encargó a Leta le diese a leer a su hija después que hubiese leído toda la Escritura, no sea, dice, que si le leyere al principio, no entendiendo el cántico de los espirituales desposorios que se oculta debajo de palabras carnales, sea herida (b). Todo esto es verdad; por cuya causa sobre la inteligencia de estas expresiones es necesario ahora y siempre en quien las hubiese de leer un corazón casto, apercibido con oración que le atraiga ayuda del Cielo para no torcer su sentido. Pero exhortado el pueblo a que proceda con esta cautela, ¿qué valdrán semejantes temores, cuando el regalo de esta lección hecha como se debe, promete trocar a los carnales en espirituales, y adelantar y perfeccionar a los que ya lo son? Bien sabe el Demonio (decía a nuestro propósito Fr. Luis de León, hablando de las obras de santa Teresa) que perderá más en los que se mejoraren e hicieren espirituales perfectos, ayudados con la lección de estos libros, que ganará en la ignorancia o malicia de cual o cual que por su indisposición se ofendiere. Y así por no perder aquellos encarece y pone delante los ojos el daño de aquestos, que él por otros mil caminos tiene dañados (c).”

(a) Léase sobre esto a Miguel de Medina Christian. Paraenesis, sive de recta in Deum fide lib. VII cap. IV pág. 233.

(b) S. Hieron. ad Laetam de instit. filiae n. 12. Op. t. 1. col. 682.

(c) Fr. Luis de León, en la carta a las MM. priora Ana de Jesús, y religiosas carmelitas descalzas del monasterio de Madrid, escrita en 15 de septiembre de 1587. 

"Estima Dios tanto, decía al mismo intento otro sabio español que un alma de las que pretenden perfección se perfeccione (perficion, perficione); y tiene en tanto precio a sus verdaderos amigos que fervorosamente le aman, que por solo el provecho de uno de estos no quiere que se haga caso de otros inconvenientes... Y si alguno por falta de entendimiento o malicia de la voluntad errare o se escandalizare... eche la culpa a su propia malicia e ignorancia, y no a los libros que dan la luz a los que tienen buenos ojos: que los que los quieren leer teniéndolos llenos de las lagañas del amor propio, no se ciegan con la doctrina de los libros espirituales, así como no es por falta del sol que se ciegue el murciégalo, sino de la falta de sus ojos, pues que el águila sin cegarse le mira de hito en hito (a).”

"Algunas personas conozco yo (decía santa Teresa de Jesús hablando del libro de los Cantares) que... han sacado tan gran bien, tan gran regalo y seguridad de temores que tenían, que dan particulares alabanzas a nuestro señor muchas veces, porque dejó remedio tan saludable para las almas que con ferviente amor le aman, y que entienden y ven que es humillarse Dios tanto, que si no tuvieran de esto experiencia no dejaran de temer. Y sé de alguna que estuvo hartos años con muchos temores, y no hubo cosa que la haya asegurado, sino que fue el señor servido que oyese ciertas palabras de los Cantares; y en ellos entendió ir bien guiada su alma (b).” Y luego añade esta notable sentencia: "No siendo con curiosidad, como dixe al principio, sino tomando lo que su Majestad nos diere a entender, tengo por cierto no le pesa nos consolemos en sus palabras y obras (c).”

(a) El P. Gerónimo Gracián, en su tratado del verdadero Espíritu, y de los libros de la Madre Teresa de Jesús, cap. VI entre sus obras impres. de Madrid año 1616 pág. 7. 

(b) Santa Teresa de Jesús, Conceptos del amor de Dios cap. I. n. 7. 

(c) Ib. n. II. 

Penetrada de este espíritu la Santa Madre, habiéndose propuesto traducir a nuestra lengua, y explicar parte de aquel divino libro para el uso de sus religiosas: no obstante que echaba de ver la corrupción de muchos que de esta versión podían sacar daño por su propia malicia, dando a aquellas expresiones sentidos ajenos del amor de Dios (a); no bastó esto para que desistiese de su traducción, ni se anduvo en ella por rodeos, sino lisa y llanamente dijo en lengua vulgar, pechos y besos, y bodega de vino, y las demás expresiones altísimas con que aquellos Esposos se regalan. "Dirán que soy una necia, escribe la santa, ... que tienen muchas significaciones estas palabras beso y boca; que está claro que no habíamos de decir estas palabras a Dios, y por esto es bien que estas cosas no las lean gente simple. Yo confieso que tiene muchos entendimientos; mas el alma que está abrasada de amor que la desatina, no quiere ninguno, sino decir estas palabras (b).” Este espíritu y valentía de santa Teresa desvanece de todo punto los temores que se finge el cardenal Belarmino, si el pueblo rudo oyese leer en su lengua aquellas expresiones (c).

Alegábase también contra las versiones vulgares de la Santa Escritura, que por ellas se daba ocasión a que el pueblo no la apreciase como era justo, ni la tuviese en la reverencia y estima, que si estuviera lejos de sus manos y de su conocimiento. 

Es, decían, como un primer principio asentado en los pechos de cuantos han honrado alguna cosa por Divina, no vulgarizarla ni hacerla común... en siendo vulgar es vil (d). Nada hay que más precio dé y estimación a una cosa que el ser rara y oculta (e). 

Y no faltó quien a este intento añadiese que la lengua latina por no ser vulgar es más grave y digna de respeto que si lo fuera (f). 

Pero aquel principio que entendido por S. Basilio de los misterios que se ocultaban a los no bautizados (g), era de suma importancia y utilidad; 

(a) Ibid. n. 4.

(b) Ibid. n. 15.

(c) Si  Populus rudis audiret linguam suam  vulgari legi ex Cantic. Cantic. Osculetur me osculo oris sui, et: laeva eius sub capite meo, et dextera illius amplexabitur me. (Belarm. loc. laud.)

(d) El P. Sigüenza  loc. laud. lib. IV disc. V pág. 392. seq.

(e) Nihil enim est quod magis alicuius rei pretium et aestimationem magis augeat, quam illius raritas et occultatio. (Alf. a Castro loc. laud.)

(f) Dicimus hoc ipso (linguam latinam) esse graviorem et magis reverendam, quod non sit vulgaris. (Belarm. loc. laud.) latina lingua, licet non sit de se sanctior et gravior reliquis, eo ipso tamen quod non est vulgaris, est magis veneranda. 

(Ludov. Tena loc. laud. Sect. II. pág. mihi 48. b.) 

(¿y no era una lengua vulgar para los romanos?)

(g) Quae nec intueri fas est non initiatis, qui conveniebat horum doctrinam scriptis vulgari? &c. (S. Basil. lib. de Spiritu Sancto, cap. XXVII n. 66. Op. t. III. pág. 55.) 

aplicado como aquí se aplica a todas materias, respeto de todos los fieles, es dañosísimo, y puede ser raíz de muchos absurdos. Dejo aparte lo que decía Fr. Luis de León, que es envidia no querer que el bien sea común a todos, y tanto más fea cuanto el bien es mejor (a). 

(a) Fr. Luis de León, en el prólogo al libro III. de los Nombres de Cristo pág. 361. Esta censura del M. León comprehende también a Alberto Pío, el cual en la respuesta a la carta 1. de Erasmo, en que habla largamente contra las versiones vulgares de la Santa Escritura, dice entre otras cosas, que si el pueblo leyese en su lengua los Libros sagrados, se tendría en poca estima, y vendría a perder su honra la erudición de los que se dedican a este estudio. Ut illud taceam, quod nullus honor haberetur eruditioni, clarorum virorum nulla esset auctoritas. Ap. Hieron. Harts in Defens. Decreti Episcop. cont. promisc. lect. S. Script. in ling. vulg. § V edit. Antuerpiae 1710 p. 38.

Ciñámonos sólo a lo que ahora se trata. Los que así argüían no hicieron alto en uno de los fines principales porque se nos dio la Escritura, con especialidad el Nuevo Testamento; cuyos libros de tal manera se escribieron para el entendimiento, que no fuese excluida la voluntad. Diéronsenos para que conozcamos a Dios, y juntamente para hacernos gustar su dulzura; para que en ellos veamos nuestra gran desdicha, y para que encontremos el remedio de esta misma desdicha, siendo allí fortalecidos los flacos, alentados los pusilánimes, consolados los tristes, encaminados por la senda de la justicia y rectitud los que se habían desviado de ella.

Pues hacer argumento de lo primero para pretender que se vede al pueblo la Escritura, y callar lo segundo, que por ventura es el fin principal y el más universal porque se nos dieron los libros santos, parece faltar a la sinceridad que piden semejantes materias. Sean excluidos de los Misterios de la Escritura los ignorantes: no tenga parte en ellos esta porción de pueblo ruda y sencilla: guárdense aquellos conocimientos para la gente de letras, para los que son o serán algún día cabezas de la cristiana república: enhorabuena; hasta aquí pudieran ser deslumbrados los que no sepan hasta qué punto obliga a los ignorantes y rudos el conocimiento de las verdades de la religión. Más el reformar la vida, el consolarse, el fortalecerse, el vencer la tentación, que es el otro fin porque se nos dio la Escritura, ¿quién podrá negar que toca igualmente a los ignorantes que a los sabios, a las mujeres que a los hombres? Este auxilio que se da a los doctos, ¿por qué se ha de negar a los indoctos? ¿Es acaso menor la necesidad de estos últimos, o el derecho de usar del socorro que para ella se dio? Cierto es que puede la Iglesia quitar estos auxilios de las manos del pueblo, cuando de franqueárselos se hayan de seguir en él otros daños mayores. Pero la razón que alegaban aquellos teólogos para perpetuizar esta prohibición, sobre ser de los fines porque se nos dio la Escritura, e injuriosa a los superiores eclesiásticos que estuvieron muy lejos de este espíritu cuando establecieron aquella ley, es dañosísima a los mismos que hacen alto en ella para lo que ahora pretenden.

Porque ¿qué fuera de ellos y de todos los fieles si la santa Iglesia para franquear o escasear sus bienes al pueblo cristiano, se hubiera gobernado por estos principios? ¿Qué cosa más sagrada que los santos Sacramentos, y entre ellos el Sacratísimo del Cuerpo y Sangre de Jesu-Cristo? Sin embargo, ¿qué cosa hay más común en la Iglesia, y que con más franqueza se dé al pueblo cristiano? ¿Desaprobaremos el consejo del Salvador que se quedó en la Eucaristía bajo las especies de pan y vino que son comunísimas, y no escogió para esto materias raras y exquisitas y de mucho valor? ¿Quién tiene a mal que en la presente disciplina se celebren en la Iglesia tan gran número de Misas, esto es, del Sacrificio más santo y más soberano que se puede ofrecer a Dios? Lo mismo puede decirse de la palabra de Dios. No se predique mucho, porque es preciosísima y digna de gran respeto la divina palabra. Sin embargo nunca la Iglesia ha cerrado la boca a sus ministros por temor de que la frecuencia de los sermones envilezca el ministerio de la predicación; antes al revés les manda anunciar continuamente al pueblo la Ley de Dios, y dar gritos contra la corrupción de costumbres, y esto sin cesar, hasta hacerse importunos. Por donde el hacer regla general de la preciosidad de una cosa para ocultarla y no franquearla al pueblo cristiano, téngolo por dañoso, y sobre dañoso ajeno de la inmensa bondad y largueza de Dios, que derrama liberalísimamente sus bienes y tesoros riquísimos, y no esconde los mejores y más preciosos, antes los da con mayor liberalidad y ahínco, para hacernos más participantes de su grandeza.

Y aun no admiro yo tanto el deseo que mostraban estos teólogos, de ocultar las cosas sagradas al pueblo, como que pretendiesen justificar este desco con la práctica de los gentiles (a); los cuales con grande estudio procuraban ocultar al pueblo el conocimiento de los misterios de su falsa religión (b). Primeramente, ¿qué fuerza hará la costumbre de los idólatras al lado de la práctica antigua de la Iglesia? En la cual, como luego veremos, se leían los libros divinos en lenguas entendidas del pueblo en las juntas públicas al tiempo mismo del Sacrificio, a que todos los fieles debían asistir. Si como estos teólogos atendieron al zelo de los gentiles por ocultar sus arcanos, miraran también al espíritu con que esto hacían, a buen seguro que no sacaran de aquí argumento de lo que en orden a las Escrituras debe hacer la Iglesia cristiana. 

El silencio de los gentiles en las cosas sagradas, dice Lactancio, fue máxima de gente astuta, para que de esta suerte ignore el pueblo lo que venera (c). 

(a) "No ha habido en el mundo nación alguna, que aunque su religión haya sido vana, de Dioses vanos, no haya apartado las cosas sacras de las profanas, y en esto ha hecho siempre distinción del vulgo....  Pudiera hacer aquí un largo catálogo de esto, si tuviera fin de hacer ostentación de antigüedades, discurriendo por egipcios, caldeos, druidas, pitagóricos...  Viéronlo los antiguos, dejaron este recato en las cosas sacras, guardáronse de aviltarlas (envilecerlas) y profanarlas: esto guarda con suma razón la Iglesia.” El P. Sigüenza en el lugar citado lib. IV. Disc. V pág. 392. seq. No sé si M. Le Maire atendería a esto para dar el siguiente título a un libro que publicó el año 1651 contra la costumbre de dejar leer al pueblo la Escritura: Le Sanctuaire fermé aux prophanes, ou la Bible defenduë au vulgaire. Sobre lo cual léase la dedicatoria de M. de Maroles a los obispos de Francia, que precede a la tercera edición de su traducción francesa de la Sagrada Escritura. 

(b) Muchos lugares de los gentiles en que mandan ocultar las cosas de su falso culto, recogió Usserio, de Scripturis et Sacr. Vern. cap. IX pág. 296. et seq. 

(c) Fida silentia Sacris instituta sunt ab hominibus callidis, ut nesciat Populus quid colat. Lact. Instit. lib. V cap. XIX edit. Lugd. Batav. 1660 pág. 519. 

Porque lo que ellos llamaban misterios y arcanos no eran sino brutalidades e infamias, que la vergüenza les forzaba a ocultar: crueles sacrificios de víctimas humanas: historias o ficciones, donde los que ellos llamaban Dioses descubrían lo que fueron, hombres de vida relajada y perdida: supersticiones desatinadas, sin color siquiera de razón: máximas de política engañadora, que enderezaba la religión a los intereses particulares de sus falsos ministros. Estos eran los arcanos que las cabezas de la gentilidad ocultaban al pueblo, cuya sola vanidad e insubsistencia declara que

los encubrían, para no ser burlados de los nuestros, y abandonados de los suyos, como añade Lactancio (a).

Por no tener esto presente aquellos teólogos, sobre empeorar su causa con un argumento impertinente y ridículo, y lo que más es injurioso a los misterios de nuestra sagrada religión, dieron motivo a que dijesen los enemigos de la Iglesia católica, que el ejemplo de los gentiles le sirvió de modelo para vedar al pueblo la lección de las Biblias vulgares (b). La cual calumnia de los protestantes es tanto más injuriosa al espíritu de la Iglesia, cuanto por la historia de ella consta el afán y la solicitud con que siempre ha procurado que sus hijos sepan la ciencia de la religión, no ocultándoles ninguna de sus verdades, exhortándoles a que por todos los caminos posibles destierren de sí la ignorancia de los misterios que manda creer (c). Aun si a los catecúmenos se ocultaban los arcanos que se ponían de manifiesto a los fieles, no era esto, dice san Agustín, porque su entendimiento no pudiese llevarlos, sino porque este honroso encubrimiento encendiese en ellos el deseo de recibirles (d).

(a) Sed merito non audent de rebus quicquam docere divinis, ne a nostris derideantur, et a suis deserantur. Lact. ibid.  

(b) Pytagorae quoque, et sectatoris eius Lysidii auctoritate sententiam suam confirmant Canus et Ledesima: quasi digitum intendentes ad fontes, unde interdictum illud, ne Laici Scripturas attingerent, emanavit. Usser. loc. laud. pág. 270. El P. Ledesma en el cap. XXII. contrae estos ejemplos a lo que allí trata, es a saber, que no debe celebrarse la Misa en lengua vulgar. Pero la generalidad con que por ellos arguye que no se deben manifestar al pueblo todos los misterios y arcanos de la religión, puede extenderse a las traducciones vulgares de la santa Escritura.

(c) Merece leerse acerca de esto un excelente tratado que compuso el P. Felipe de Meneses del orden de predicadores con este título: Luz del alma cristiana contra la ceguedad e ignorancia en lo que pertenece a la fe y Ley de Dios y de la Iglesia, y los remedios y ayuda que él nos dio para guardar su Ley, especialmente todo el libro primero de la edic. de Salamanca de 1578 desde la pág. 9 hasta la 62. 

(d) Etsi enim Catechumenis fidelium Sacramenta non produntur; non ideo fit, quod ea ferre non possunt, sed ut ab eis tanto ardentius concupiscantur, quanto eis honorabilius occultantur. S. Aug. Tract. 96 in Joann. n. 3. Op. t. III. p. II. col. 535.

Quien siguió en esta parte el ejemplo de los gentiles no fue la Iglesia católica, sino los herejes desde los primeros siglos. Los basilidianos dijeron que sus misterios no todos los podían saber, sino uno entre mil, y dos entre diez mil (a). Y los sectarios de ellos derramados principalmente por España para atraer a los simples y a las mujeres incautas, solían usar de palabras hebreas, aterrando a los tontos, como san Gerónimo dice, con un sonido bárbaro, para que admirasen más lo que no entendían (b). 

Otro tanto dice el mismo santo doctor de los nicolaitas (c), de los que añade S. Agustín que con mezclar palabras desconocidas en sus disputas, movían más a risa que a terror (d).

Igual costumbre observaron los discípulos de Marco hereje Valentiniano (e), y los heracleonitas (f). Y Elxai, falso profeta de los ossenos y helcesaitas, no consentía, como dice S. Epifanio, que nadie pidiese la traducción de ciertas palabras hebreas con que hacía oración (g).

Estas máximas de los primeros herejes pasaron luego después a los mahometanos, los cuales tienen por gran delito traducir en la lengua vulgar el Alcorán y el Mussaph, por no dejar la arábiga en que Mahoma se lo entregó, como escribe Geuffraco (h), o como más verosímilmente piensa nuestro prelado D. Martín de Ayala, porque se avergonzarían de que llegasen a divulgarse sus máximas contrarias a la razón y a todo buen sentido (i). 

(a) S. Epiphan. Panar. lib. 1. Haeres 24. =S. Irenaeus adv. Haereses, lib. I. cap. 23. = Theodorit. Haeretic. fabular. lib. 1.

(b) Barbaro simplices quosque terrentes sono; ut quod non intelligunt, plus mirentur. S. Hieron. Epist. 75 ad Theodoram, quae Epitaphium Lucinii Boetici inscribitur n. 3 Op. t. 1 col. 449.

(c) S. Hieron. lib. IX Comment. in Isai. cap. XXVIII Op. t. IV col. 378.

(d) S. Aug. De Haeresibus ad Quod vult Deum haeres. 5. Op. t. VIII col. 5. 

(e) Euseb. Hist. Eccles. lib. 1v. cap. 10 Theodorit. loco cit.

(f) S. August. loc. laud. haeres. 16 col. 6.

(g) S. Epiphan. lib. 1. Panar. Haeres. 19. ante Christ. Véase como rebate Orígenes a Celso lib. VIII pág. 402. el cual en las palabras bárbaras y desconocidas, suponía una cierta eficacia para las oraciones, que no se hallaba a su parecer en las latinas ni en las griegas.   

(h) Quoniam non vulgari lingua Turcicam, sed Arabicam a Mehemmeto sunt tradita: quod nefas esse putant, si vulgari linguam interpretata describerentur. Geufraeus Part. 1. Aulae Turc. ann. 1577. Basil. edit. pág. 44. 

(i) “Si el Alcorán, decía aquel sabio español, anduviese traducido en lengua vulgar para que todos viesen las burlerías que en él hay, tendrían lástima de los que de tan soez y bestial doctrina se dejan gobernar; ellos mesmos se avergonzarían de ello. Y esta es la causa porque los Moros no sólo no quieren tratar con los cristianos las cosas de su Alcorán, pero aun les pesa extrañamente que los cristianos lean en ellas y las sepan, y que su Alcorán se traduzca en otras lenguas.” Ayala, Catecismo para instruir a los nuevamente convertidos de Moros lib. 1. Dial. XIX edic. de Val. de 1599 pág. 159.



CAPÍTULO IX.


Respóndese a los que tenían por bajas las lenguas vulgares para traducir en ellas la Escritura. Debilidad de esta razón respeto de la lengua castellana. Si el haberse escrito en las lenguas hebrea, griega y latina el título de la Cruz de Cristo prueba que en solas ellas deba leerse la Escritura. Origen de haberse conservado en la Iglesia las lenguas griega y latina para los usos públicos.


No hay menos inconvenientes en lo que decían de la bajeza de las lenguas vulgares, para expresar la alteza de las cosas sagradas (a). Acerca de lo cual llegó a tanto la preocupación de algunos que no dudaron asegurar, que las lenguas vulgares, sean las que fueren, son secas y estériles de palabras que en gravedad, dignidad y pureza equivalgan a las tres lenguas hebrea, griega y latina (b). Que sólo constan de voces propias para expresar cosas bajas y acomodadas a los usos del pueblo; mas para declarar las invisibles que sólo se alcanzan por el espíritu de la fe, son faltas y desproporcionadas (c). Que las sagradas Escrituras acostumbradas a andar en aquellas tres lenguas, si se tradujesen en otras vulgares, no parecería que traen su origen de la misma divinidad, sino de hombres o aun de hombres esclavos (d). 

(a) V. Belarm. loc. laud.

(b) Lingua enim vernacula et popularis ieiuna est et inops nominum et verborum, quibus pro gravitate, dignitate puritateque respondere valeat tribus illis nobilibus linguis. Sprit. Roter. ubi sup. cap.xx. pág. 52.

(c) His dumtaxat vocibus et verbis praedita est lingua vulgaris, quibus res infimae,

usibus popularibus accomodatae enuntiantur; ad invisibilia vero, solo fidei spiritu agnoscibilia, mutila est ineptaque. Id. ibid. 

(d) Sacra eloquia tribus his excellentibus linguis fari solita, si in impurum et vernaculum transferrentur sermonem, minime Divinam sed potius humanam, aut servilem originem sapere viderentur. Id. ibid. pág. 53.

A esta especie de ceguedad filosófica llegan por sostener su partido hombres por otra parte atinados y circunspectos.

Cuan ajeno del ser y naturaleza de las lenguas sea este modo de razonar, lo puso bien claro en una ocasión semejante Fr. Luis de León por medio de las siguientes palabras: "Dirán que no lo dicen sino por las cosas mismas, que siendo tan graves, piden lengua que no sea vulgar, para que la gravedad del decir se conforme con la gravedad de las cosas. A lo cual se responde, que una cosa es la forma del decir, y otra la lengua, en que lo que se escribe, se dice. En la forma del decir, la razón pide que las palabras y las cosas que se dicen por ellas, sean conformes, y que lo humilde se diga con llaneza, y lo grande con estilo más levantado, y lo grave con palabras y con figuras cuales convienen; mas en lo que toca a la lengua, no hay diferencia, ni son unas lenguas para decir unas cosas, sino en todas hay lugar para todas... que las palabras no son graves por ser latinas, sino por ser dichas como a la gravedad le conviene, o sean españolas, o francesas (a).” Esto es del M. León.

Y a la verdad, si las lenguas vulgares sólo por serlo, esto es, por ser entendidas generalmente del pueblo, hacen bajar de punto la majestad y gravedad de los libros divinos; ¿cómo es que para dar estos libros al pueblo escogieron los escritores sagrados, no lenguas peregrinas y extrañas, sino las que le eran comunes y sabidas? ¿A los hebreos no se escribió en hebreo, y en griego a los que entendían el griego? (b) (a) Fr. Luis de León Nombres de Cristo lib. III prólogo pág. 361.

(b) Léase el cap. siguiente,

“La Sagrada Escritura, decía un sabio español, que reveló y entregó (Dios) a su pueblo, y adonde encerró tantos y tan soberanos misterios y sacramentos, y adonde puso todo el tesoro de las promesas de nuestra reparación, su encarnación, vida, predicación, doctrina, milagros, muerte, y lo que su majestad hizo y padeció por nosotros, todo esto junto, y lo demás que con esto iba, pregunto a estos tales ¿en qué lengua lo habló Dios, y por qué palabras lo escribieron Moysen y los profetas? 

Cierto está que en la lengua materna en que hablaba el zapatero, y el sastre, y el tejedor, y el cavatierra, y el pastor y todo el vulgo entero. El Santo profeta Amós pastor era criado en varear bellota, en apacentar ganado por los montes y sierras, y profetizó y dejó su profecía escrita: pues cierto es que no aprendió en Atenas ni en Roma otro lenguaje que el que se hablaba en su tierra (a).”

Pues las traducciones de la Escritura que S. Juan Chrisóstomo cuenta haberse hecho a las lenguas de Scitia, de Tracia, de Sarmacia, de la Mauritania y de la India; ¿para qué se hicieron sino para que estas gentes en su lengua vulgar filosofasen de las cosas de Dios, como el Santo Doctor escribe? (b) ¿Qué diré de las versiones latinas que en tiempo de S. Agustín eran innumerables? (c) ¿Para cuyo uso sirvieron, sino para los que tenían esta por lengua general y sabida? En África (d), en Italia, también en España y en Francia mientras con el señorío de los romanos se conservó como vulgar la lengua latina (e) ¿en qué otra sino en ella se leyó la Escritura? 

(a) El M. Fr. Pedro Malón del orden de S. Agustín, Trat. de la conversión de la Magdalena, en el prólogo.

(b) S. Joann. Chris. Homil. VIII inter XI. Homilias hactenus non editas Op.t.XII pag. 371. Cons. S. D. De utilitate lectionis Script. in princip. Actor. III. n.1.Op.t.II. pág. 72.

(c) Qui enim Scripturas ex Hebraea lingua in Graecam verterunt, numerari possunt; Latini autem interpretes nullo modo. 

(d) Que en tiempo de S. Agustín fuese entendida generalmente en África la lengua latina más que la púnica o fenicia, se colige de varios lugares de sus obras, especialmente del lib. 1 de las retractaciones, c. XX y del Comentario del Psalmo CV sobre aquellas palabras: Interfecta est terra in sanguinibus. Otros testimonios del mismo Padre recogió a este propósito Christ. Kortolt. De lectione Biblior. in linguis vulgo cognitis. § LXXIV seq. edit. Ploaenae 1692 pág. 56. seq. Omito otras pruebas de esta verdad, demostrada ya por muchos críticos. Véase acerca de esto Bernardo Aldrete del origen y principio de la lengua castellana lib. 1. cap. XI y el prólogo de Cristóbal Justello in Codicem Canon. Ecclesiae Africanae, ap. Guill. Voel. Bibl. Juris Can. Vet. t. 1. pág. 319. 

(e) V. Ludov. Vives in S. Aug. de Civit. Dei lib. XIX cap. VII. Aldrete en el lugar citado a los capítulos IX, XII, XIII y siguientes. 

Pues la versión arábiga de Juan obispo de Sevilla, y otras que antes del siglo IX se hicieron, no se hicieron sino para los que tenían la lengua árabe por vulgar, o la entendían mejor que las originales y las demás en que se había ya traducido. 

¿Qué mancha le vino a la doctrina celestial del Evangelio, de que la predicase Cristo en la lengua vulgar de Tyro y de Sidón y de los contornos de Galilea? Los Partos, los Medos, los Elamitas y otras mil gentes de diversas naciones ¿no oyeron hablar cada uno en su lengua a los apóstoles en el sagrado día de Pentecostés? Si por oírse en lengua vulgar desmereciera la alteza del misterio de la Cruz, no hubiera hecho Dios este milagro, cuya omnipotencia no destruye ni puede destruir la honra del Evangelio. “No sólo en las tres lenguas (hebrea, griega y latina) (decía un sabio Pontífice) sino en todas las demás nos amonesta la Sagrada Escritura que alabemos a Dios, la cual nos mandó esto, diciendo: Alabad a Dios todas las naciones, alabadlo todos los pueblos (Ps. 117. 1.) Y los apóstoles llenos del Espíritu Santo hablaron en todas las lenguas las grandezas de Dios (Actor. II.) Por donde Pablo, trompeta del Cielo, resuena diciendo: Toda lengua confiese que nuestro Señor Jesu-Cristo está en la gloria de Dios Padre (Philipp. II. II.) A lo cual en la primera carta a los de Corinto clara y eficazmente nos exhorta cuando dice, que hablando varias lenguas, edifiquemos la Iglesia de Dios 

(1. Cor. XIV). Ni se opone en manera alguna a la fe y a la doctrina leer el Sagrado Evangelio, o las divinas lecciones del Nuevo y Viejo Testamento bien traducidas e interpretadas.... Porque el que hizo las tres lenguas principales, a saber, la hebrea, la griega y la latina, el mismo crió todas las demás para su alabanza y su gloria (a).” "Conforme a este espíritu los santos Basilio y Chrisóstomo, decía Fr. Luis de León, y Gregorio Nacianceno y Cirilo, con toda la antigüedad de los griegos, en su lengua materna griega que cuando ellos vivían, la mamaban con la leche los niños, y la hablaban en la plaza las vendedoras, escribieron los misterios más divinos de nuestra fe, y no dudaron de poner en su lengua lo que sabían que no había de ser entendido por muchos de los que entendían la lengua (b).”

Y aun este argumento contra las versiones vulgares de la Escritura tiene menos fuerza, o más bien la pierde de todo punto, cuando se trata de nuestra lengua castellana (c). 

(a) Joann. Papa VIII Epist. ad Sfent. Moraviae Princ. ap. Baron. ad an. 880. 16.

(b) Fr. Luis de León Nombres de Christo lib. III. prólogo pág. 361.

(c) Me ciño a la lengua castellana, porque no era del caso que vindicase yo a las demás de la nota que un francés puso a la suya nativa, en prueba de que no debían traducirse a ella los libros sagrados: Gallicus vero sermo, dice, planè barbarus Hebraeae comparatione linguae: cuius inopia altiora Divinae doctrinae mysteria obtegere, et coelestem Sapientiam dignè cum sua maiestate proferre haud quaquam potest. (Petr. Lizet. De Sacris utriusque Instrumenti Libris in vulgare cloquium minimè vertendis,  paulò post init.) Y más adelante, comparando la lengua francesa con la latina, dice: Vernaculus Gallicus sermo barbarus planè et vilis in comparatione Latini sermonis, Sacrae Scripturae dignitati et Sanctitati saepe non parum detraheret. 

Porque ¿qué lengua hay aun entre las que se llaman sabias, que a la nuestra se aventaje en abundancia, en gallardía, y lo que es primero que todo, en propiedad? 

“Si porque a nuestra lengua la llamamos vulgar, decía el mismo M. León, se imaginan que no podemos escribir en ella sino vulgar y bajamente, es grandísimo error (a).”

Y antes había dicho: "Es engaño común tener por fácil y de poca estima todo lo que se escribe en Romance; que ha nacido o de lo mal que usamos de nuestra lengua, no la empleando sino en cosas sin ser, o de lo poco que entendemos de ella, creyendo que no es capaz de lo que es de importancia: que lo uno es vicio, y lo otro engaño, y todo ello falta nuestra, y no de la lengua, ni de los que se esfuerzan a poner en ella todo lo grave y precioso que en alguna de las otras se halla (b).”

“No se puede sufrir, decía el M. Malón, que digan que en nuestro castellano no se deben escribir cosas graves. Pues como, ¿tan vil y grosera es nuestra habla, que no puede servir sino de materia de burla? Este agravio es de toda la Nación y gente de España; pues no hay lenguaje, ni le ha habido que al nuestro haya hecho ventaja en abundancia de términos, en dulzura de estilo, y en ser blando, suave, regalado y tierno, y muy acomodado para decir lo que queremos, ni en frases (frasis), ni rodeos galanos, ni que esté más sembrado de luces y ornatos floridos, y colores retóricos, si los que

lo tratan quieren mostrar un poco de curiosidad en ello (b).” Y allí mismo había dicho: 

"Si dicen que aquella lengua hebrea era muy misteriosa, y que por eso la Escritura Sagrada se escribió en ella, pregunto: ¿no se tradujo en griego por muchos traductores? ¿Y después no se escribió en latín que era la lengua ordinaria en Roma, como ahora lo es para nosotros la castellana?

(a) M. León ibid.

(b) Id. loc. laud. pág. 360. 

(c) Malón en el prólogo al tratado de la conversión de la Magdalena.

Sí. Pues si nuestro español es tan bueno como su griego, y como el lenguaje Romano, y se sabe mejor hablar que aquellas lenguas peregrinas, … ¿por cual razón les ha de parecer a estos que es bajeza escribir en él cosas curiosas y graves?”

Oigamos después de estos sabios españoles al P. Hernando de Santiago: “No sé yo, dice, qué cosa se pueda desear más, que ver en nuestra lengua con propiedad declarado el estilo de la Scriptura Sagrada, en la cual las sentencias que parecen ininteligibles y destrabadas, se muestran en nuestro ordinario lenguaje tan lisas, fáciles y corrientes, que se satisface el entendimiento como cayendo en la cuenta, y asegurándose de que el Spíritu Santo (sin duda) las quiso entender así; que como es él el autor de la Divina Scriptura, y vino en lenguas, en la propiedad de todas se puede hallar la propiedad de ella (a).” Y más abajo dice de la lengua castellana, “que está tan adornada de tropos y figuras, que no sólo declara con propiedad los más delgados conceptos, pero encarece lo bueno, y vitupera lo malo dentro de los límites de la verdad con mayor rigor que otra: bien puede fiársele con estas condiciones la interpretación de la Scriptura Sagrada.”

Alegábase también contra el uso de leer la Escritura en lenguas vulgares, que la hebrea, griega y latina habían sido honradas y como consagradas en el título de la Cruz de Christo. Hallaban algunos un cierto misterio, en que de todas las lenguas del mundo, solas estas tres hubiesen sido escogidas para aquel fin; y este misterio era a su parecer que el Espíritu Santo quiso destinarlas para que en ellas solas se leyesen los sagrados libros (b). 

(a) El P. Hernando de Santiago de la orden de nuestra señora de la Merced, Consideraciones sobre todos los Evangelios de los Domingos y Ferias de la Quaresma, en el prólogo.

(b) An mysterio vacare credendum est, ex linguis omnium nationum, quae sub Coelo erant, duabus scilicet supra septuaginta, quae Hierosolymis celebri Paschae tempore convenerant, tres tantummodo electas fuisse ad Christi triumphalem titulum divulgandum? Crediderim ego Spiritum Sanctum hoc triumphali trium linguarum titulo indicare voluisse, non linguas omnes, sed tres has dumtaxat dignas fore quibus efferatur Christi gloria, ex illius tanta humiliatione producta: totusque his commendetur Sacrorum eloquiorum thesaurus, propter ipsarum puritatem, vocumque magis divinam redolentium altitudinem et maiestatem. Sprit. Roter. loc. laud. cap. XX pag. 53. 

Sed neque carere mysterio videtur, quod his tribus potissimum linguis Spiritus Sanctus voluit Novum et Vetus Testamentum conscribi.... Nam ut Divini consilii causam aliquam non reperiamus, tamen quoddam hic cerni potest Sanctae Trinitatis vestigium, quod sane non est omnino contemnendum: tum etiam titulus Crucis Salvatoris et Redemptoris nostri J. Christi haud perexiguum nobis praebet huius Divinae voluntatis indicium: non enim sine causa his tribus tantum linguis fuit scriptum, Latinè scilicet, Graecè et Hebraicè. Jacob. Ledesimae De Scripturis Divinis quavis linguam passim non legendis cap. III §  VIII.


Parece increíble que teólogos doctos y circunspectos, tratando de una materia de tanta importancia hubiesen hecho alto en un argumento no sólo frívolo, sino ajeno a mi parecer de la gravedad y decoro de la Sagrada Teología. Dejo aparte lo que desde luego se viene a los ojos, que no puede limitarse a estas tres lenguas el uso de las Escrituras, sin que indirectamente se censure y desapruebe la conducta de la Iglesia Romana, la cual en el siglo IX concedió a los Moravos que tradujesen la Escritura y el Oficio Divino en la lengua esclavónica, habiendo con este motivo dicho el Papa Juan VIII, como arriba se declaró, que no sólo en las tres lenguas hebrea, griega y latina, sino en todas las del mundo nos amonesta la Escritura que alabemos a Dios (a: Joann. Papa VIII loc. laud.). 

Y si en esto no procedió aquel Papa conforme a los designios del título de la cruz, ¿cómo concordarían aquellos teólogos con este espíritu la conducta de Urbano VIII, por cuyo encargo, como arriba también se dijo, mandó la congregación de Propaganda Fide, que para el uso de todos los católicos de Egipto, de Palestina, de Fenicia y de las demás regiones de la Siria se hiciese una completa versión de los libros sagrados a la lengua arábiga; esto es, a una lengua de que no echó mano Pilato para la inscripción de la cruz?

Pero dejando aparte los absurdos que se siguen de semejante modo de razonar, no previstos de tan piadosos escritores; no alcanzo yo la conexión que tiene el haberse elegido estas lenguas para el título de la cruz, con que en ellas solas se haya de leer la Escritura. Primeramente es especie nueva y nunca oída en la tradición, que en Dios haya preferencia de lenguas, para que en esta y no en la otra sean divulgadas las palabras de sus dos Testamentos. Tampoco puede señalarse uno solo entre los santos doctores que limite la lección de las Escrituras a idiomas que tengan en sí respeto de los demás, ciertos títulos de dignidad y nobleza.

¿Cuándo se pararon en la dignidad de las lenguas los apóstoles o los discípulos de ellos, por cuyo mandato, como veremos después, se iban traduciendo los libros santos para uso de los pueblos recién convertidos? ¿Quién de ellos dijo jamás: No se traduzcan a esta o a la otra lengua, porque no tienen la majestad de las originales, o les faltan ciertos grados de grandeza o de honra? Aun en fingir esto para responder a los que así arguyen, temo hacer injuria a los Santos Apóstoles. Sabían muy bien ellos y sus discípulos, que así como en Dios no hay acepción de personas, así tampoco la hay de lenguas para que sea entendida su voluntad: que en ninguna parte manda Dios que se limite la lección de los libros sagrados tales o tales idiomas: y que antes bien si había de seguirse en esto el espíritu de la misma Escritura, en todas las lenguas convenía que fuese alabado su nombre. Pero yo doy que debamos atender a la dignidad de las lenguas para la lección de la Escritura; cuando esto fuera así, ¿qué lengua más honrada, y más digna, y más propia para hablar y tratar en ella los misterios de las letras sagradas, que la que ennobleció y consagró Jesu-Cristo, así por el uso que de ella hizo hablándola, como por las buenas nuevas que en ella nos dio? Si da nobleza a una lengua el haber servido para el título de la cruz de Cristo, ¿cuánto más noble será la que habló el mismo Cristo? Pues cosa es averiguada que 

Jesu-Cristo usó de la lengua Siro-caldea (arameo), que era la vulgar de los pueblos de Palestina, enteramente diversa de la hebrea, que habló el pueblo de Israel antes del cautiverio de Babilonia. Por donde parece que excluir esta lengua del número de las que por su dignidad son a propósito para el uso de la Escritura, es hacer agravio a la elección que de ella hizo Cristo, para predicar los misterios de su Santo Evangelio.

¿Acaso vale menos el Evangelio predicado por Cristo, que dictado por el Espíritu de Cristo? ¿Qué mudanza ha podido haber en la doctrina predicada por la infalible verdad? (a) Y después de la lengua en que habló Jesu-Cristo, ¿quien negará el segundo lugar en la dignidad a las lenguas en que después de Pentecostés fueron escuchadas las grandezas de Dios de boca de los santos apóstoles?

Pues si el haber hablado nuestro señor Jesu-Cristo la lengua sira no es, ni se ha tenido nunca por bastante razón para que en ella, y no en otra alguna se lean los libros sagrados: Si el haberse oído las maravillas de Dios en las lenguas vulgares de muchos pueblos después de la venida del Espíritu Santo, no lo tienen estos teólogos por bastante causa para que cada pueblo lea en la suya propia la Escritura: ¿con qué razón pretenderán, que por haber servido aquellas tres para el título de la cruz, en solas ellas se permita la lección de los libros sagrados?

Aun si esta conjetura se fundara en los fines porque se puso aquel título, tuviera algún color de razón. Pero examinada la historia de la santa pasión, y lo que acerca de ella dicen los sagrados intérpretes, hallo que este título se escribió en lengua hebrea por causa de los judíos, de cuyo pueblo era el Salvador, y a cuya instancia había sido puesto en aquel patíbulo: en la griega que era universal entonces entre todas las naciones y gentes del mundo, para que la entendiesen los forasteros que de todas partes habían concurrido a Jerusalén con motivo de la Pascua: en la latina por los romanos que estaban domiciliados en aquella Corte, o más bien para denotar la sujeción de ella al pueblo Romano (b). 

(a) Algunos creen que esta lengua que se llama hebrea en el título de la cruz es la siríaca, no la antigua de los hebreos que ya no era vulgar; porque Pilato hombre gentil, por cuyo mandato se puso este título, nada tenía con los respetos que guardaban los judíos a la lengua primitiva de sus mayores; sólo quería que le leyesen en la lengua que entre ellos era vulgar, la cual por hablarse en Jerusalén, se llamaba ya Jerosolimitana y hebrea como la primera. Si esto es verdad, como lo parece, cae más visiblemente toda esta gran razón que se alega en favor de la lengua hebrea en que se escribieron los primeros libros del Antiguo Testamento. Antes de aquí se saca un argumento más fuerte a favor de las versiones de la Sagrada Escritura, que el que pretenden hacer Roter y Ledesma a favor de las lenguas originales: recomendándose en el título de la cruz la lengua siríaca, en que a juicio de los mejores críticos estaban ya traducidos antes de Cristo los Libros del Testamento Antiguo que se escribieron en Hebreo. 

(b) V. Joseph. Antiquit. Lib. XIV cap. 17 et 22. et Gretser. De Cruce Lib. 1 cap. 28. 


De suerte que el haberse puesto en estas tres lenguas la inscripción de la cruz, fue 

para que pudiesen leerla todos los que a la sazón se hallaban en aquella Capital (a); 

o como dice S. Gerónimo, para que todas las lenguas cuenten la perfidia judaica (b). Donde se ve la inconexión que hay entre la causa porque se usó en este título de aquellas tres lenguas, y la consecuencia que de aquí se pretende sacar contra el uso de las Biblias vulgares. Y que aun cuando este hecho figurara o significara algo en orden a la lección de la Escritura, debía ser, a lo que parece, todo lo contrario de lo que pretenden Roter y Ledesma; esto es, que se había de leer el Evangelio, donde se cuenta esta perfidia judaica, en todas las lenguas, así como se puso este título para que pudiesen leerle, como dice Lyra, todos los que de varias partes del orbe habían acudido a Jerusalén (c).

Y porque no se atribuya a esta causa o a alguna otra de la misma naturaleza (d) la loable costumbre que por la mayor parte se observa en la Iglesia católica de leer los libros sagrados el oficio eclesiástico, como para los demás usos públicos, en griego o en latín; diré en orden al origen de esta práctica, con especialidad en el Occidente, lo que pide el propósito del presente capítulo.

(a) Vid. Nicolaus de Lyra in cap. XIX Joann.

(b) Hac tres linguae in Crucis titulo coniunctae sunt, ut omnis lingua commemoret perfidiam Judaeorum. S. Hieron. in Marc. XV Op. t. XI. col. 829. Vid. Didac. Estela in Luc. XXIII. 

(c) Lyra loc. laud.

(d) Probatur 3.° (dice el cardenal Belarmino) ex usu universalis Ecclesiae... 

universa porro Ecclesia semper his tantum linguis Hebraeam, Graecam et Latinam usa est in communi et publico usu Scripturarum, cum tamen iam dudum desierint esse vulgares. Loc. laud. cap. XV.


Trastornadas de todo punto las cosas del Imperio Romano por la inundación de los longobardos, de los Wándalos (vándalos), de los godos y de otras naciones bárbaras, que se apoderaron de sus provincias, sucedió que la lengua latina que era vulgar en él, y aun la griega que era comúnmente entendida, corrompidas de varias maneras degenerasen en distintos dialectos. Los pueblos primero porque no les eran del todo desconocidas estas lenguas, especialmente la latina, que no dejó de ser vulgar hasta fines del siglo VI o más tarde, después por un cierto respeto a sus mayores, fueron conservando la costumbre de leer en ellas como hasta entonces los libros sagrados, así en el Oficio Divino, como en los demás actos públicos de la religión. Miraban a estas versiones con una veneración semejante a la que los judíos, vueltos de la cautividad de Babilonia, conservaron a los originales del Antiguo Testamento, no obstante que la lengua hebrea iba siendo para ellos desconocida (a).

Por otra parte, las lenguas bárbaras que ocuparon el lugar de la griega y latina, estaban por falta de cultura imperfectas, y muy lejos de la gallardía, hermosura y grandeza a que había llegado la una y la otra. Ocupados también los fieles en guerras, y alterados y agobiados con las sorpresas frecuentes de sus enemigos, y con las calamidades que trae consigo un tiempo de tanta turbación, no se cuidaron por entonces de traducir la Escritura a las lenguas de sus conquistadores, ni quisieron hacer uso de las que ellos tenían (b), 

(a) Ric. Simón Hist. crit. du N. Testam. cap. 1. pag.4. et seq:

(b) Wphilas, a quien Philostorgio llama Urphilas, Otros Ulphillas, Wulfilas, Galphilas y Gilfulas, obispo de los Godos en el siglo IV de la Iglesia por los tiempos del Emperador Valente, tradujo a la lengua goda toda la Sagrada Escritura, a excepción de los cuatro libros de los reyes, porque en ellos se contiene la Historia de las batallas del pueblo de Dios: y los Godos, como dados a guerras, tenían en esta parte más necesidad de freno, que de incentivo. Esto dice Philostorgio Hist. Eccles. Lib. II. cap. v. Con el cual convienen Sozomeno y Sócrates, en que esta es la primera versión gótica de la santa   Escritura. Tratan de ella Sócrates Hist. Eccles. lib.IV cap. 33. Sozomeno Lib.vi.cap. 

37. Nizéphoro Hist. Eccles. Lib. XI. cap. 48 y S. Isidoro in Chronic. Gothorum.

De los Códices que quedan de esta versión dan noticia Kortolt De variis Scripturae editionibus cap.29. edit. Kilonii 1686. pág. 364. seq. y Ricardo Simón Hist. crit. du N. Testam. cap. 19. pág. mihi 219. seq.

Ulphilas se hizo arriano, no en los principios de su obispado, en que a ejemplo de su antecesor Teóphilo, siguió en orden a Cristo la fe de la Iglesia católica, ni se  apartó de ella en nada, como lo enseñan Sócrates Hist. Lib.11.cap.41. Teodorito Lib.  IV cap. 37. Y así no puede asegurarse que hiciese esta versión siendo ya arriano, como afirmaron Belarmino De Sacram. in genere Lib. II. cap. 32 y Juan Magno Lib. XV Histor. Gothor. cap. 1 diciendo que Ulphilas fue el primero que tradujo las Santas Escrituras a la lengua gótica, ut suam insignem impietatem efficacius stabiliret, immixto, quod imbiberat, pernicioso veneno. Pero Sixto Senense y los de Rems in Praefat. Novi Testamenti apud Usser. loc. laud. c. III, pág. 62 dicen que Ulphilas era todavía católico cuando hizo esta traducción, lo que prueba Ángel Roccha in Biblioth. Vatic. p. 152. Pero aun cuando hubiese trabajado su versión siendo hereje, no es este bastante argumento para probar que hubiese mezclado en ella su error. Áquila Póntico de cristiano se hizo prosélito de los judíos, como Ulphilas de católico se hizo arriano; y no obstante, dice S. Gerónimo in Esai. XLIX 5 que en su traducción verbum de verbo expresserit. Y en la carta 138 le llama verborum Hebraeorum diligentissimus explicator. Y en la carta 74 dice que en su edición hay muchas cosas que conducen para corroborar nuestra fe. Y en el comentario sobre el cap. III de Habacuc dice: Judaeus Aquila interpretatus est ut Christianus. 

Teodocion, de hereje marcionita que era se hizo prosélito de los judíos, y con todo se leía públicamente en otro tiempo la versión suya de la Escritura, diciendo S. Gerónimo (Praefat. in Danielem) Danielem Prophetam juxta LXX interpretes Domini Salvatoris Ecclesiae non legunt, utentes Theodotionis editione. De Ulphilas y de su versión habla largamente Eric. Benzelio en el prólogo a la versión gótica de los IV Evangelios que Eduardo Lye publicó en Oxford el año 1750.


y así fue siguiendo la costumbre de leer los libros sagrados en griego y en latín.

Esta es a mi ver una de las causas, si no es la única, de la uniformidad que desde luego se observó, y se observa ahora por punto general en las iglesias de Occidente, de leer la Escritura públicamente en latín, sin embargo que dejó de ser vulgar esta lengua muchos siglos ha (a). Pero en medio de esta práctica general de la santa Iglesia, los pastores y prelados de ella jamás retrajeron al pueblo del uso de los libros sagrados. Por el contrario se observa que para fomentar en los fieles el conocimiento de la Escritura, se valieron de dos medios principalmente. El primero fue disponer que los sacerdotes declarasen al pueblo en lengua vulgar la Sagrada Escritura y el oficio eclesiástico que se leía en latín. Por los tiempos de Carlo Magno tenemos un testimonio de esto en los Capitulares que recogió Benedicto Levita al libro VI cap. 376. Y una de las cosas que los obispos cuando visitaban sus diócesis debían preguntar a cada uno de los presbíteros, era si podía leer bien la Epístola y el Evangelio, o declarar su sentido a lo menos a la letra (b). 


(a) Sobre el con que en la Iglesia Romana cuando celebra el Papa con toda solemnidad, se cantan la Epístola y el Evangelio en griego y en latín; y en la Iglesia griega en las mayores festividades del año se canta en varias lenguas el Evangelio, léase el erudito Esteban Borja de Cruce Veliterna cap. 51 edit. Romae 1780 pág. 187. De esta misma costumbre observada en algunas iglesias desde el siglo IX trata Benedicto XIV De Sacros. Missae Sacrif. Lib. II. cap. 2.

(b) Vid. Inquisit. solemn. ap. Reginonem de Ecclesiastica Disciplina Lib. I.


El Concilio III de Turon, celebrado por los años 813, proveyó que las homilías del oficio se tradujesen con claridad a la lengua Romana rústica o Tudesca (o sea la de Alemania que estuvo sujeta al Emperador Carlo Magno) para que con mayor facilidad pudiesen entender todos lo que se decía. 

El segundo medio de que echaron mano entonces los prelados para evitar en el pueblo el olvido y la ignorancia de las Escrituras, fue disponer que se fundasen escuelas públicas donde se enseñase a todos la lengua latina. De estos mandatos quedan vestigios todavía, así en los cánones de la Iglesia, como en los edictos de los Emperadores. Las principales y más esclarecidas escuelas se fundaron en los monasterios. Algunos presbíteros fueron también compelidos a que ayudasen a esta parte de la enseñanza pública, poniendo escuelas en sus mismas casas. Así se ve que introducidas en los reinos de Occidente las lenguas de sus conquistadores, se procuró fomentar en el pueblo cristiano el conocimiento de aquel idioma, en que por conservar la uniformidad, y por amor de la venerable antigüedad se leía públicamente la Santa Escritura (a). Aunque ahora para conservar esta antigua e inviolable costumbre tiene ya la santa Iglesia otras muchas y muy graves causas que no son del propósito de nuestra obra (b).

(a) En confirmación de esto trae muchos ejemplos de los siglos VIII y IX en que se fue perdiendo en el Occidente el uso general de la lengua latina, Henric. Wharton in Auctario Historiae Dogm. Jacobi Usserii Armachani de Scripturis et Sacris Vernaculis cap. 4 pág. 345 et seq. 

En el cap. 7 prueba con otros ejemplos el zelo con que introducidas en el Occidente las lenguas bárbaras, procuraron evitar los prelados que se introdujese en el pueblo la ignorancia de las Escrituras. 

(b) Léase acerca de esto el lugar citado de Benedicto XIV

CAPÍTULO X.

Demuéstrase cuan sin fundamento dijeron algunos que los libros santos no se escribieron en lenguas entendidas de los pueblos o gentes a quienes se dirigían. 


Pero en medio de tantas y tan varias razones con que estos autores pretendían que el pueblo fuese excluido para siempre de la lección de la Escritura, lo que más admira es, que algunos de ellos intentasen apoyar su opinión en la misma Historia Sagrada y Eclesiástica. Mas como para esto suponían o presumían demostrar hechos que no hubo, y que tenían contra sí el testimonio de la antigüedad; sus mismos esfuerzos debilitaron y pusieron de peor condición la causa que pretendían ganar, dejando desacreditadas las razones que se fundaban en aquellos hechos. Una de las cosas que algunos de ellos daban por averiguadas en esta materia, era que la Ley de Moyses fue escrita en lengua no entendida de todo el pueblo judaico (a), y que el Nuevo Testamento se escribió en la griega, propia de la gente de letras, no en la que hablaba el vulgo (b). 

Tan en su raíz tomaban este negocio, para que el cuidado con que a su parecer ocultó Dios la Santa Escritura, dándola en lenguas que el pueblo no entendía, sirviese de freno a los seglares para no pedir nunca versiones vulgares de ella.

Pero cuán débil sea la razón que de aquí pretendían sacar, lo muestra la falsedad del hecho en que la fundaban. Porque negar que los libros sagrados así del Antiguo como del Nuevo Testamento fueron escritos en las lenguas de los pueblos o gentes a quienes se dirigían, sólo cabe en quien no tenga presentes los rudimentos de la Historia Sagrada.

En primer lugar es indubitable que no son las lenguas como las ciencias, cuyo conocimiento parece haberse reservado a ciertos talentos, y negádose a los demás. 

El hablar es y ha sido siempre común a sabios y a ignorantes, a ingenios grandes, medianos y pequeños; por ser propiedad inseparable de la razón que conviene a todos los hombres. Y así ninguna de las lenguas que hoy se conocen y aprenden por arte, dejó en sus principios de ser vulgar. Porque como el natural uso de las palabras sea para que unos hombres se comuniquen con otros, y manifiesten sus conceptos; su primer origen había de ser en el trato y uso de ellas. De la misma suerte como el escribir sea hablar por letras al que no está presente, necesario era que fuese en lengua que entendiese: de otra manera lo uno y lo otro fuera sin provecho.


(a) “Divinae Legis volumen Hebraeo peculiari sermone non Judaico omnibus noto conscriptum fuisse, ex adductis probatum videtur.“ (Petrus Lizet. loc. laud.)  

(b) "Quo fit sermonem illum (Graecum) artificiosum indocto vulgo neutiquam communem, sed viris littcratis peculiarem fuisse, et non vulgari sermone Graeco &c. (Licet. loc. laud.) Epistolas suas Apostoli unico tantum idiomate, et unicam dialecto scripserunt, cum tamen populi, ad quos scripserant, diversarum essent dialectorum et idiomatum.” (Ledesima loc. laud. cap. 7. § VIII.)

Paulus Romanis scripsit Graecè, Petrus et Jacobus Judaeis per Orbem dispersis scripserunt Graecè, quibus haec lingua non erat vulgaris.... Divini Scriptores non sunt usi vulgaribus, scribendo Latinis Graecè et pariter Judaeis.” (Ludov. Tena Isagoge in totam Sacram Scripturam lib. 1. Diffic. IX. Sect. 1 et 2 pág. mihi 48.)


Después que en la Torre de Babel se dividieron los hombres por la confusión de las lenguas con que fue su soberbia castigada, la casa de Heber ascendiente de Abraham, en quien comenzó el pueblo de Dios, retuvo la que con bastante razón se tiene por la primera del mundo, y única hasta entonces, llamándose de su nombre hebrea. Con la lengua conservó también aquel pueblo el arte de escribir, poco menos antiguo que ella, en opinión de algunos. Para nuestro propósito basta que en tiempo de Moisés tuviesen ya los hebreos, como los tenían, sus caracteres o letras, por cuyo medio comunicaban con los ausentes.

En esta lengua pues común y vulgar a aquel pueblo, escribió Moyses los cinco libros de la Ley, y sucesivamente los demás escritores sagrados fueron publicando en ella los demás libros del Testamento Antiguo (a). Aun el de Job que se escribió en la siríaca, que era la vulgar de su provincia, le tradujo Moisés al hebreo (b). 

Esto duró hasta la cautividad de Babilonia, en que con el trato y señorío de los caldeos, comenzó el pueblo a olvidar su propia lengua, mezclándola con la caldaica (caldea); que es puntualmente lo que con la latina sucedió a los españoles cuando los sojuzgaron los romanos, y después con la arábiga en la irrupción de los Moros. 

En los israelitas, a juicio de algunos, sucedió esto con tan maravillosa rapidez, que al cabo de solos setenta años que duró aquella cautividad, restituido el pueblo a su Patria, para poder entender los libros de la Ley, tuvieron que aprender el hebreo, como aprendemos nosotros el griego o el latín. Otros creen, y al parecer con más razón, que no fue tan rápida esta mudanza. Sea de esto lo que fuere, aun cuando los hebreos tardasen en perder el conocimiento de su lengua nativa, los sabios y doctores versados en ella, que la conservaban cuanto cabía pura y sin mezcla, por esta necesidad de tratar con el pueblo se fueron acomodando a hablar en la lengua caldea, que iba ya siendo vulgar entre ellos.

(a) "Omnes Divini Libri Veteris Testamenti Hebraeorum lingua ab initio fuere compositi, et in hoc nobiscum consenserint omnes.” (S. Joan. Chrisost. in cap. 1. Geneseos Hom. IV n. 4. Op. t. IV pág. 25. 26.) 

(b) Mariana Praef. in Lib. Job.

Esta necesidad era mucho mayor cuando se trataba de religión, esto es, de ordenar el culto debido a Dios, y de acrecentar la reforma y santidad de costumbres. Por esta causa, al paso que algunos escritores sagrados aun desde esta época en todos o en parte de los libros canónicos que escribieron, hacían uso de la lengua hebrea mientras no dejó de ser entendida del pueblo: como por ejemplo el autor del libro de Ester, y los tres últimos profetas; otros prefirieron para este fin la lengua caldea, que era vulgar y más fácilmente entendida. Así Daniel que acabó de escribir su libro a los dos años de haber recobrado el pueblo su libertad, en cinco capítulos enteros, y en la mayor parte de otro usó de la lengua siríaca.

"Esdras y Nehemías, dice un docto español (a: Alderete Varias antigüedades de España, África y otras Provinc. Lib. VII c. 39.), aunque también sabios y peritos en la Ley, profetas e historia, que los declaraban al pueblo que no los entendía; con todo, lo que ambos dejaron escrito, y lo está en su nombre, no es hebreo, sino caldaico, como ello mismo lo muestra, y lo testifican todos los padres antiguos y modernos. De la manera que Moisés y los profetas escribieron puro hebraico sin alguna alteración, como era el que usaba el pueblo de Israel: así Esdras y Nehemías tuvieron y usaron la lengua caldea; y porque se redujo al modo y forma de la hebrea la llaman judaica, siendo como era caldea, y lo es la que hoy tienen sus libros. De lo cual se colige con evidencia, que aunque los sabios y doctores del pueblo de Israel por la lección de los libros sagrados supiesen muy bien la lengua santa primitiva, no dejaron de usar y hablar la que su pueblo usaba; pues los principales de ellos Esdras y Nehemías no sólo de palabra, sino también por escrito la hablaron, y usaron para mejor ser entendidos del pueblo, para cuya enseñanza hablaban y escribían.” 

“Además de los libros de Esdras y de Daniel, dice el mismo, están en caldeo también los libros de Tobías y de Judit.... Todo lo que se escribió después de la cautividad de Babilonia en las sagradas Letras está en lengua caldea, y de ella se halla algo en Hieremías (Jeremías), como lo notó S. Hierónimo (Jerónimo, Gerónimo).” (a)

Hasta aquí este español. En cuya nota no se comprehenden algunos de los libros del Viejo Testamento escritos en los tiempos más cercanos a nuestro Salvador, después que los griegos, apoderados del Asia, habían hecho general en ella su lengua. 

En griego se escribieron por esta causa el libro de la Sabiduría, y el II. de los Macabeos, publicado para uso de los judíos que en la persecución de Epífanes Antíoco se habían dispersado por Egipto, y refugiádose principalmente a Alejandría, que era la ciudad más griega de toda el Asia: debiendo escribirse, como dice nuestro Miguel de Medina (b), en lengua que aprovechase a todos ellos, y no a uno u otro de los maestros de la Ley.

Sin embargo, en los pueblos de Palestina se fue conservando la lengua caldea o siro-caldea, aunque la mezcla de la griega ocasionó en ella varios dialectos y mudanzas que no son de nuestro propósito, hasta que venido al mundo nuestro señor Jesu-Cristo habló en ella, y predicó al pueblo hebreo y a los de la marina de Tiro y de Sidón, ciudades muy populosas en la playa de la Fenicia, que la entendían y hablaban igualmente, por haber sido sojuzgadas también por los babilonios (c).

San Gerónimo advierte, que todo lo que en los Evangelios se escribe con las mismas palabras que nuestro señor Jesu-Christo lo dijo, está en la lengua sira, esto es, en la vulgar de las gentes a quienes hablaba (d): y si alguna expresión habló el Salvador en la lengua antigua de los hebreos, como por ejemplo, algunas palabras del Salmo XXI que en alta voz dijo desde la cruz, aunque en el Evangelio se refieren a la letra como Cristo las dijo, se añade luego la significación de ellas en la lengua siríaca, para que el pueblo las entendiese. (Matth. XXVII. 46.)

(a) Alderete ibid. lib. 1. cap. 37. Vid. Martinus Martini Cantapetrensis Hipoteseon Theologicar. lib. 1. cap. 4. Edit. Salmant. 1582. pág. 28. 29.

(b) Mich. Medina Christ. Paraenesis sive de recta in Deum Fide lib. VI. cap.13. pág. 208.  

(c) S. Hieron. lib. V in Hierem. cap. 15. 

(d) S. Hieron. De Nominibus Hebraicis in Evang.


Los apóstoles para anunciar el Santo Evangelio no aprendieron más lengua que la sira, que con la leche habían mamado (b): aunque por el don del Espíritu Santo fueron entendidos de todas las gentes y naciones como si a cada uno le hablaran en la suya.

Pero este milagro de las lenguas no quiso extenderle Dios a las Escrituras. De suerte que los libros santos del Nuevo Testamento se escribieron a semejanza de los del Antiguo, en lenguas sabidas de los pueblos y gentes a quienes se dirigían. San Mateo quiso escribir su Evangelio antes de partirse de Jerusalén a los XV años de la Ascensión de Cristo de los que se habían convertido de la sinagoga; y lo escribió en la lengua siríaca, esto es, en la vulgar de Judea y su comarca, a la que llaman hebrea S. Gerónimo y otros padres, por haberla adoptado ya y hecho como suya los hebreos. Y así dice Eusebio claramente, que san Mateo, habiendo de predicar a Cristo en otras regiones, antes de partirse escribió el Evangelio en la lengua de su país, para que los judíos a quienes le había ya predicado, supliesen con este escrito la falta que aún les hacía su presencia (c).

San Lucas y S. Juan que escribieron su Evangelio, el primero en Alejandría, ciudad de la provincia de Acaya, y el segundo en Éfeso, y no en obsequio de los judíos de Palestina, como S. Mateo, sino de los que estaban dispersos por Egipto y Alejandría y otras regiones, entre los cuales la lengua griega era común y generalmente entendida (d), y asimismo de de los gentiles llamados a la fe; por este respeto dejaron la lengua de su propio país, y usaron de la griega. 

(b) Euseb. Demonstrat. Evang. lib. III. cap. 7 et 9. 

Nuestro cisterciense Pedro de Lorca, en  el tratado de Locis Catholicis que va junto  con sus Comentarios a la 2. 2. de Sto. Tomás de la edición de Madrid de 1614. pág. 416, después que supone haber escrito los apóstoles en las lenguas hebrea, griega y latina, las cuales él no puede alcanzar que fuesen entendidas de los pueblos o gentes a quienes se dirigieron los sagrados libros, dice: Neque unquam providerunt ut eam (S. Scripturam) vulgarem facerent, et vernaculis linguis scriberetur. ¿Mas qué podía esperarse en esta materia de quien afirma que ni sermones se habían de permitir impresos en lenguas vulgares? Véase la nota (a) de la pág. 61. 

(c) Mattheus cum Hebraeis primum fidem praedicasset, inde ad alias quoque gentes profecturus, Evangelium suum patrio sermone conscribens, id quod praesentia sua adhuc superesse videbatur, scripto illis, quos relinquebat, supplevit. 

(Euseb. Hist. Eccles. Lib. III. cap. 24.) 

(d) Con cuán poco fundamento dijo el cardenal Belarmino de Verbo Dei lib. II cap. 15 que a los judíos dispersos por estas regiones no era vulgar la lengua griega, lo convence Pedro Daniel Huet Demonstr. Evang. Prop. IV De lib.II. Machab. donde demuestra que a estos judíos no por otra causa se les dio nombre de helenistas, sino porque siendo judíos en su origen, usaban de la lengua griega. De aquí se colige también que no tuvo razón Jayme de Ledesma para suponer que los fieles de la Iglesia de Alejandría, a la cual llama Medina (loc. laud.) omnium Asiaticarum Urbium Graecissimam no entendían el Evangelio de S. Marcos su fundador, porque estaba en griego. (Jac. Ledessimae de Scripturis Divinis quavis linguam passim non legendis cap. 7 n. 4.)

De S. Marcos que escribió en Roma, donde se hallaba con el apóstol S. Pedro, es opinión común entre los siros (sirios) que usó de la lengua latina (a); y de este parecer es el Padre Mariana: porque es verosímil (verisimil), dice, que el que escribía en obsequio de los romanos, escribiese en la lengua materna de ellos, y no en otra extraña (b). Pero ademas de ser contraria esta opinión a S. Gerónimo, a S. Agustín y a otros doctores, no hay necesidad de recurrir a ella, si consideramos que la lengua griega en que se cree comúnmente haber escrito este Santo Evangelista la habían aprendido en el Asia y la Grecia los judíos que se hallaban entonces en Roma, y aun entre los romanos era tan universal, que podía muy bien usar de ella el que quisiese ser entendido de todos (c).

(a) Joseph Simón Asseman. Biblioth. Oriental. Clementino Vatic. T. III. P. I. pág. 8.

(b) Mariana Praef. in Evang. Marci. 

(c) Juvenal (Sátira III. 61.) llama a Roma ciudad griega. De Octavio Augusto cuenta Suetonio, que en agradecimiento al obsequio que le hicieron unos navegantes de Alejandría, mandó entre otras cosas, que sus compañeros romanos hablasen con ellos el griego (lege proposita, ut Romani Graeco habitu et sermone uterentur) lo cual no pudieran haber hecho de repente a no serles familiar este idioma. (Suet. in vita Octavii Aug. cap. 98.) A S. Policarpo, obispo Esmirna (Smirna), cuando estuvo en Roma dio facultad el Papa Aniceto para que administrase en aquella ciudad la Santa Eucaristía: lo cual no era regular se hubiese concedido entonces a un griego, a no entender su lengua los romanos (V. Eusebii Eccles. Hist. lib. V cap. 24 et not. Valesii in hunc locum). Aquí se ve cuán poca fuerza hace el argumento de Ledesma y del cardenal Belarmino, que de ser vulgar entre los romanos la lengua latina, y haberles escrito S. Pablo en la griega, pretenden concluir que escribió en lengua que el pueblo romano no entendía (Paulus Romanis Graecé scripsit, cum tamen Romanis non Graeca, sed Latina esset vulgaris. Belarmin. de Verbo Dei lib. II cap. 15 V. Ledesma loc. laud. n. II) Puede muy bien una lengua sin ser vulgar, ser general en un pueblo, y entendida de todos: como la castellana, por ejemplo, que no es la vulgar de los Reynos de Valencia y Cataluña, (¿reino de Cataluña, dónde lo has leído? Principado) y de las tres Provincias de Vizcaya; y no deja de ser común y generalmente entendida.

¿Qué diré de S. Pablo, que siendo hebreo de nación, y habiéndose criado y educado en la escuela de Gamaliel, esto es, en el centro de Judea, donde se hablaba la lengua siríaca, a los mismos romanos y a los corintios y a los colosenses, y a los de Filipos, y a los demás extranjeros, a quienes envió cartas, escribió en la lengua griega que era generalmente entendida (a), dejando de usar la suya propia que hablaba con mayor perfección, si es cierto, como dice Mariana, que la carta a los hebreos es más elegante que las demás, por haberla escrito el apóstol en su lengua materna? (b)

La salida que da Alfonso de Castro a esta demostración, es ingeniosísima. Confiesa contra el dictamen de los que impugnamos, que fueron escritos los libros canónicos en las lenguas de los pueblos a quienes se dirigían; pero dice que esto fue por no haber en ellos otra lengua distinta en que pudiesen dárseles (c): que aunque en la Torre de Babel se dividieron las lenguas según la diversidad de las provincias, no hubo división de lenguas en cada pueblo, de suerte que hubiese una vulgar, entendida de todo el pueblo, y otra que sólo entendiesen los doctos (d). Esto dice Castro. Luego si entre los israelitas, por ejemplo, hubiera habido estas dos lenguas, sabia y vulgar, ¿escogiera Dios para las Escrituras la sabia, y dejara la vulgar, con el fin de ocultarlas al pueblo? 

A lo menos esto da a entender el que atribuye a una cierta necesidad el haberse escrito en lenguas vulgares los sagrados libros (e). Pero cuan ajeno sea esto del fin porque se dignó Dios darnos las Escrituras, se declarará en el capítulo siguiente.

(a) Cicerón en la defensa del Poeta Archias, dice de su tiempo: Graeca leguntur in omnibus feré gentibus. S. Gerón. (Praef. lib. II. Commentarii in Epist. ad Galat.) dice, que en todo Oriente se hablaba el griego. Tirino (de Epistolis Apostolicis) dice que el griego era lengua general y entendida aun de los hebreos, mayormente de los que habitaban fuera de Judea.

(b) Mariana Praef. in Epist. ad Hebraeos.

(c) Quando Sacra Scriptura condita fuit, in lingua vulgari fuit tradita; quia non erat tunc alia lingua in Populo illo in qua tradi posset. Alf. a Castro de justa Haereticor. punitione lib. III cap. 7.

(d) Nam etsi post constructionem Turris Babilonis linguae fuerint juxta diversitatem. Provinciarum divisae; non tamen fuit in eodem Populo diversitas linguarum, ita ut altera esset vulgaris, quam totus Populus intelligeret, et quam totus Populus uteretur; altera esset quam soli viri docti intelligerent. Id. loc. laud. 

(e) Sacram ergo Scripturam tradi in lingua vulgari... quantò est antiquius NECESSITATE COMPELLENTE, tantò postea factum est damnabilius experientiam ipsam docente. Id. ibid. 

CAPÍTULO XI.


Pruébase contra Alfonso de Castro que la Escritura se nos dio para que su uso fuese común a todos. Espíritu, origen y antigüedad de las versiones de la Sagrada Escritura en lenguas vulgares. 


Alfonso de Castro, que, como hemos dicho, no negó haberse escrito los libros sagrados en las lenguas de los pueblos a quienes se dirigieron, se resistía a confesar que se les dieron para que su uso fuese común a todos (a). En lo cual si anduvo lejos no sólo de la verdad, pero aun de la evidencia, dígalo Fr. Luis de León, cuyas son las siguientes palabras: "Notoria cosa es, que las Escrituras que llamamos sagradas, las inspiró Dios a los profetas que las escribieron, para que nos fuesen en los trabajos de esta vida consuelo, y en las tinieblas y errores de ella clara y fiel luz; y para que en las llagas que hacen en nuestras almas la pasión y el pecado, allí, como en oficina general, tuviésemos para cada una propio y saludable remedio. Y porque las escribió para este fin, que es universal, también es manifiesto que pretendió, que el uso de ellas fuese común a todos, y así cuanto es de su parte lo hizo. Porque las compuso con palabras llanísimas, y en lengua que era vulgar a aquellos a quienes las dio primero (b).” Esto es del M. León.

(a) Etsi olim Sacras litteras toti Populo traditas esse constaret, ut a quolibet vulgari homine sine ullo discrimine legi possent, quod ego constantissimè nego &c. Alf. a Castro ibid.  

(b) Nombres de Cristo lib. 1. pág. 1.

Y aunque el negar una cosa tan manifiesta en la teología era ajeno de todo buen teólogo, lo era mucho más de Alfonso de Castro, que tiene dadas mil pruebas de estar muy versado en la Santa Escritura. Porque no en un solo lugar de ella, sino a cada paso se echa de ver que no fue dada para solo uso de los ministros de la Iglesia y de las gentes sabias, como Castro afirmó, sino para todo el pueblo.

Moyses luego que hubo escrito la Ley, según el mandato de Dios, la entregó a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, y dijo a Josué: Leerás las palabras de esta Ley delante de todo Israel, oyéndolas ellos, y congregado en un lugar todo el pueblo, así los varones como las mujeres, los pequeños y los advenedizos que están dentro de tus ciudades; para que oyéndolas aprendan y teman al señor Dios nuestro, y guarden y cumplan todas las palabras de esta Ley. Y asimismo los hijos de ellos que ahora no entienden puedan oírla, y teman a su señor Dios (a). Este mandato de Moyses observó puntualmente Josué, de quien dice la Escritura: Leyó todas las palabras de bendición y de maldición, y todo lo que estaba escrito en el libro de la Ley. Nada omitió de lo que Moyses había mandado: todo lo puso de manifiesto delante de todo el pueblo de Israel, de las mujeres y niños, y de los advenedizos que moraban entre ellos (b). 

No fue menos observante de esta Ley Esdras, sacerdote y doctor de la sinagoga, el cual congregado el pueblo de Israel el día primero del mes séptimo, sacó el libro de la Ley de Moisés delante de la muchedumbre de hombres y mujeres, y de todos los que podían oír... y leyó en él claramente en la plaza que estaba delante de la puerta de las aguas, desde el alba hasta el medio día... y todo el pueblo escuchaba con atención el libro (c). Y más abajo se dice que los levitas mandaban callar al pueblo, para que escuchase la Ley, y que el pueblo estaba en el lugar que le correspondía; y que leyeron en el libro de la Ley de Dios distinta y claramente para entenderlo, y lo entendieron cuando se leía (d); siendo tales los lloros y suspiros del pueblo al oír esta lectura, que Esdras y Nehemías y los levitas tuvieron que consolarle (e).

Igual ejemplo vemos en el profeta Baruch, el cual por mandato de Jeremías (f) leía las palabras de su profecía a la entrada de la puerta nueva de la casa del señor, escuchándolo todo el pueblo (g). 

(a) Deuter. XXXI II. 12. (b) Josué VIII 34. 35. (c) II. Esdr. VIII 2. 3. (d) III. Esdr. VIII 7. 8. 

(e) II. Esdr. VIII 9. (f) Jerem. XXXVI 6. (8) Jerem. XXXVI 10. 

Y el libro que él mismo escribió en la cautividad de Babilonia, no lo reservó para sí y para los maestros de la Ley; lo leyó a los oídos, como la Escritura dice, de Jeconías hijo de Joaquín, rey de Judá, y a los oídos de todo el pueblo que acudía al libro, y a los oídos de los grandes y de los hijos de los reyes, y a los oídos de los ancianos, y a los oídos del pueblo desde el más pequeño hasta el más grande de todos los que habitaban en Babilonia a la ribera del soberbio río (Eúfrates). Los cuales escuchándolo lloraban y ayunaban, y estaban en la presencia del señor (a). Y no sólo los libros de Moisés y los profetas, sino los demás también se suponen escritos para aprovechamiento y edificación de todos. En el prólogo del Eclesiástico se hace un convite general a todo el pueblo del señor sin exclusión de nadie, para que lean este libro con atención y buen deseo (b): y en el principio de los Proverbios de Salomón se dice haberse escrito estas Parábolas para que sea dada discreción a los pequeñitos, y a los mancebos ciencia e inteligencia (c). Y así dice Benito Arias Montano, que aquellos libros fueron dados para que los leyesen todos, niños y viejos, hombres y mujeres, para que conforme esta regla pusiese cada cual en su vida el orden conveniente (d).

El ejemplo también de los Macabeos demuestra como después de tantos siglos se observaba en el pueblo de Dios el mandato de Moisés acerca de la lección de la Escritura. Porque escribiendo a los de Esparta Jonatás Sumo Sacerdote, para renovar la hermandad y amistad que en tiempo de Onías había tenido el pueblo de Israel con aquella república, dice que enviaba aquella embajada para no dejar que se olvidase la buena correspondencia antigua, no porque en las apreturas y trabajos en que se hallaba el pueblo hubiesen de valerse de su confederación y alianza. Nosotros, dice, de nada de esto tenemos necesidad; porque tenemos consuelo en los santos libros que están en nuestras manos (e).

(a) Beruch I. 3. 4. 5.

(b) Prólog. Lib. Ecclesiastici.

(c) Prov. I. I. 4.

(d) Illi Libri omnibus et pueris et senibus, viris et foeminis legendi propositi sunt, ad quorum normam omnes singulorum vitae rationes institui debuere. (Bened. Ar. Montan.) 

Praef. in Masoreth.) 

(e) II. Mach. XII 9.

Conforme a esta ley y práctica del pueblo de Israel, reconvenía Jesu-Cristo a los fariseos con varios lugares del Antiguo Testamento, suponiendo que los habían leído (a). Aun después de Cristo duraba entre los hebreos la costumbre de leer todos los Sábados (sabbath) la Ley de Moisés y los libros de los profetas en la sinagoga a presencia del pueblo (b). De los judíos nobles de Berea, escribe S. Lucas que recibieron el Evangelio con santa codicia, y creyeron después de haber escudriñado las Escrituras, para ver si era verdad lo que de Cristo se les anunciaba (c). La cual

conducta, ni el Evangelista, ni otro alguno de los apóstoles desaprobó, como fundada en la institución misma de las antiguas Escrituras, y sostenida con el ejemplo de tantos siglos, y lo que es más que confirmada con aquellas palabras que dijo el mismo Salvador a los judíos: Escudriñad las Escrituras, pues juzgáis tener en ellas la vida eterna: ellas son las que dan testimonio de mí (d).

(a) Matth. XII 3. 5. Matth. XIX 4. Matth. XXII. 31. 32.

(b) Act. XIII 27. XV 21. Además de la lectura del Sábado, en que eran siete los Lec tores de la Ley; observan algunos que para el día de la expiación tenían destinados los

judíos otros seis lectores: para los días festivos cinco: en los Novilunios y algunos otros

días solemnes cuatro: y en el segundo y quinto día de la semana tres, que era el más corto número de los que podían leer la Ley, y estos se sucedían uno a otro según su grado: primero leía un sacerdote, después un levita, luego un Israelita. (Samuel Basnag. Annales Politico-Ecclesiastici an. DCXLV. Edit. Roterod. 1706. T. 1. pág. 278.) 

De aquí nacía que cualquier hebreo, como Josepho dice, recitaba la Ley con más facilidad que su propio nombre, porque desde muy niños la aprendían y la grababan en su ánimo (Joseph. Lib. II. contra Appionem.) Como de Timoteo dice el apóstol (II. Tim.

III. 15.) Y de Izates rey de los Adiabenos, que con su madre Helena se convirtió a la religión de los judíos, cuenta el mismo Josepho (Hist. Lib. XX cap. 2.) que 

habiéndole visitado desde Galilea el judío Eleazar, le halló leyendo el Pentateuco de Moyses. (Ap: Basnag. T. 1. pág. 488.) De donde se colige también que no sólo en público, sino privadamente en sus casas leían los judíos la Escritura, como dice R. Jehuda (ap. Buxtorf. Lib. de Antiquit. punctor. vocalium pág. 17.) por estas palabras: Etsi audivit homo singulis Sabbatis in coetu universam Legem, tenetur nihilhominus et ipse suam legere Prophetiam illius Septimanae. A este fin estaba mandado a los israelitas que cada uno de su propia mano escribiese la Ley. Del cual precepto hace memoria R. Maimonides (Hil. Tephilini cap. 3.) diciendo: Praeceptum affirmativum est, omnibus et singulis Israelitis datum, ut pro se quisque scribat Librum Legis, iuxta illud: Et nunc scribite vobis canticum istud; id est, scribite vobis Legem, in qua est hoc canticum. V. Frassen. Disquis. Biblic. Lib. I. cap. 1. §. III. 

(c) Actor. XVII. 11. 12. 

(d) Joan. v. 39. 

Los libros del Nuevo Testamento tampoco hay señales de que se escribiesen para solo el linaje sacerdotal, o cristianos doctos, sino para todo el pueblo. Antes bien para que no quedase de esto la menor duda, procuraron decirlo claro algunos de los sagrados escritores. San Pablo, en las cartas que dirige a algunas iglesias, cuantas veces dice que las escribe no para solo el obispo y el clero y los doctos de aquella ciudad o provincia, sino para todos los fieles, comprendiendo a mozos y viejos, a mujeres y niños, a fuertes y flacos, a los que comían pan de doctrina sublime, y a los que no podían digerir sino sola leche? Y así vuelvo a decir, que me causa grande admiración ver en una cosa clara como esta lo es, desviarse de la verdad un teólogo tan docto en las Escrituras como Alfonso de Castro. Porque persuadirse que S. Pablo ninguna de las cartas que escribió a las ciudades, a excepción de una sola, dirigió a todo el pueblo, sino al obispo y al clero solamente (a), no cabe al parecer sino en quien no las haya leído, ni aun saludado (b). La carta a los romanos la dirige sin restricción alguna a todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados para ser santos (c). 

La primera a los de Corinto, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los fieles santificados por Cristo Jesús, llamados para ser santos, y a todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro señor Jesu-Cristo (d). La segunda, a la Iglesia de Dios que está en Corinto con todos los santos (esto es los cristianos) que están en toda la Acaya (e). Con semejante universalidad escribe a las iglesias de Galacia, de Éfeso, de Filipos, de Colosa en Frigia y de Tesalónica, como lo manifiestan, a más del contexto de estas cartas, sus mismos epígrafes. Y como si esto no bastara, suele alguna vez conminar a los prelados a que se lean sus cartas a todos los fieles, como lo advirtió en la primera a los de Tesalónica (f); y aun encarga a las iglesias que se las comuniquen mutuamente, para que las lean aun aquellos pueblos a quien no las dirigió (g).

(a) Epistolas Pauli, quas ad Civitates ille scripsit, credendum est illas non toti Populo, sed Episcopo soli, et clero illius Civitatis datas esse, ut illi postea Populo manifestarent ea, quae Paulus illis per Epistolas suggesserat. (Alf. a Castro ibid.)

(b) Nihil autem de titulis interest, cum ad omnes Apostolus scripserit, dum ad quosdam. (Tertullian. adv. Marcionem Lib. V cap. 33. ubi agit de Epistola ad Laodicenos, initio.)

(c) Rom. 1. 7.

(d) I. Corinth. 1. 2. 

(e) II. Corinth. 1. 1.

(f) I. Thessalon. v. 27. 

(g) Coloss. IV 16. 

No tuvo esto presente Alfonso de Castro cuando dijo, que la primera carta a los tesalonicenses fue la única que S. Pablo mandó leer delante de todo el pueblo: 

Hoc speciale fuit in hac Epistola (I .ad Thessal.) ut coram omnibus illam legi praeceperit. (Alf. a Castro loc. laud.) 


Igual observación pudiéramos hacer en las cartas de los otros apóstoles, dirigidas por la mayor parte a todos los fieles, sin excepción de estado, de edad ni de sexo. Santiago escribió a todos los fieles de las doce Tribus, dispersas por fuera de Judea (a). San Pedro envió su primera carta a los fieles que estaban como advenedizos y dispersos por las provincias del Ponto, de Galacia, de Capadocia, de Asia y de Bitinia (b): la segunda a todos los que como él habían sido llamados a la fe (c). San Judas Tadeo escribió igualmente su epístola católica a los que habían sido llamados al Evangelio, y hechos salvos por Jesu-Cristo (d), esto es, a todos los cristianos. 

San Juan Evangelista en su primera carta, escrita, como juzga S. Agustín, a los fieles que estaban esparcidos por el antiguo Imperio de los persas, poseído entonces y

dominado de los Partos, con ser así que establece en ella verdades altísimas en orden al misterio de Jesu-Cristo y a la economía de la salvación (e); porque de estos documentos no se creyese excluido alguno de aquellos fieles, les dice entre otras cosas las siguientes palabras: Escriboos, hijuelos, porque vuestros pecados os son perdonados por el nombre de Cristo. Escribo a vosotros, padres, porque conocisteis a aquel que es desde el principio. Escribo a vosotros, mozos, porque habéis vencido al maligno. Escribo a vosotros, niños, porque habéis conocido al Padre. Escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno (f).

Este espíritu con que fueron escritos los libros canónicos, movió en los primeros días de la Iglesia a algunos de los escritores sagrados y de los discípulos de ellos, a que

los tradujesen o mandasen traducir en varias lenguas para uso de los pueblos que no entendían los originales. En sentencia de Pedro Víctor Cayetano (g), el ejemplar de la Sagrada Escritura que leía el eunuco de la reina Candace, estaba en la lengua etiópica (etíope). 

(a) Jacob. 1. 1.

(b) I. Pet. 1. 1.

(c) II. Pet. 1. 1.

(d) Epist. Cathol. Judae cap. 1 v. 1.

(e) Puede verse un cotejo de la doctrina altísima de esta carta de S. Juan con el Evangelio que el mismo apóstol escribió en Eusebio Cesariense. (Hist. Ecclesiast. Lib. VII cap. 25.)

(f) I. Joan. II. 12. seq.

(g) In Paradigm. linguae Aethiop. Ap. Usser. loc. laud. c. 8. Sect. 1. pág. 218.

"Los apóstoles, dice Bernardo Lami, que deseaban ver muy en breve convertidos a Cristo todos los pueblos, debieron proveer que la lección del Evangelio fuese luego común y vulgar a todos. Lo cual se hizo por medio de las traducciones de la Sagrada Escritura a varias lenguas (a).” S. Pablo cuenta entre los ministerios de que había proveído Christo a su Iglesia, la gracia y habilidad de interpretar la Escritura, y añade que no todos la tenían para ello (b). Es observación constante, confirmada por la tradición y por otros monumentos de la Historia antigua, que en aquellos primeros tiempos hubo oficio de intérpretes, que traducían en varias lenguas los libros sagrados, y otras qualesquiera exhortaciones o palabras de los apóstoles, conforme lo pedía la necesidad o el deseo de quien no los entendía (c). De S. Mateo se dice que tradujo su Evangelio en la lengua griega (d). Algunos hacen a S. Bernabé autor de esta traducción (e); otros a S. Juan Evangelista (f); otros a Santiago, primer obispo de Jerusalén (g); otros la atribuyen a S. Lucas y al apóstol S. Pablo (h). Pudieron ser estas versiones distintas unas de otras, siendo muchas las que de este Evangelio se hicieron en aquella edad, como afirma Papias (i): y en esta razón se funda el mencionado Lami para responderá los que objetan haberse escrito este Evangelio en la lengua hebrea, sabida entonces de pocos. "Sabía el Evangelista, dice este docto escritor (j), que la mayor parte de los habitadores de Jerusalén y demás pueblos de Judea, fuera de su lengua nativa sabían también la griega. 

(a) Lami de Erudit. apóstol. In Append. Dissert. ad cap. XV quae inter annotationes collocanda est n. 5. et seq. pág. mihi 1076.   

(b) I. Cor. XII. 10.

(c) Ric. Sim. P. 1. Hist. Crit. N. Testam. c. 10 et 17.

(d) Calmet Prolog. in Matth.

(e) Isaac Casaubon. Exercit. XV in Baron. XII et Ittig. Dissert. de Haeresiarch. Saec. Apostolorum.

(f) Theophilact. Praefat. in Matth.  

(g) V. Addit. ad Synops. Pseudo-Athanasii. 

(h) Anastas. Synaita Serm. VIII in Genes. 

(i) Ap. Euseb. Histor. Eccl. lib. III. c. 39. Merece leerse sobre esto nuestro teólogo 

Pedro García Galarza Evangelicarum Institutionum lib. I. cap. 8. edit. Mantuae Carpetan. ann. 1579 pág. 12 et 13.

Por donde entendió que luego sería traducido su Evangelio en la lengua griega

universalmente entendida, y que por este medio vendría a noticia de todos. 

Acaso de esta razón fue impelido S. Marcos para escribir en griego su Evangelio, copiando casi el de S. Mateo, y traduciéndolo de una lengua difícil y entendida de pocos, a otra común y fácil de entender. Otro tanto puede decirse de la carta de S. Pablo a los hebreos... a los cuales escribió en la lengua hebrea, para que con más suavidad, atraídos con la elegancia de su propio idioma, cediesen a su razón. 

Porque pudiera haber parecido a los judíos cosa dura y fastidiosa, que un hombre de su misma nación les escribiese en lengua extraña. Pero bien sabía el apóstol que los suyos la habían de traducir presto a la lengua griega, por cuyo medio saliendo de las paredes de Judea, use divulgaría a todos los pueblos. Y cierto que los originales hebreos de la dicha carta de S. Pablo, como del Evangelio de S. Mateo fueron pronto traducidos a la lengua griega, y del hebreo se sacaron muy pocas copias; con cuyo descuido a poco tiempo se fueron perdiendo. Tanto que algunos llegaron a negar que el Evangelio de S. Mateo hubiese sido escrito en la lengua hebrea, no habiendo uno solo que en ella lo hubiese visto.” Esto es de Lami.

S. Pedro, hebreo o galileo de nación y lenguaje, para ser entendido de las gentes a quienes escribía, se valió de intérpretes que tradujesen sus pensamientos y palabras en la lengua griega. San Clemente Alexandrino (a) hace memoria de un traductor o intérprete de este santo apóstol, llamado Glaucias. Papias (b), S. Ireneo (c), Tertuliano (d), S. Epifanio (e), S. Juan Chrisóstomo (f) y otros llaman a S. Marcos discípulo e intérprete de S. Pedro. Lo cual asegura también Erasmo de aquel Silvano o Silas, de quien hace memoria el mismo apóstol en su primera carta (g). 

(a) Stromat. lib. VII. (b) Ap. Euseb. lib. III. c. 39. (c) Lib. III. c. I. (d) Lib. IV cont. Marcion. 

(e) Haeres. LI. (f) Homilia LIX in Matth. (g) I. Pet. V. v. 12. Vid. Lami ubi sup. c. 15. p. 658.

Por donde habiendo tenido este santo apóstol diversos traductores, no es de maravillar que en sus cartas se eche de ver la variedad de estilo y de carácter, y aun de la estructura de las palabras que dejó advertida S. Gerónimo (a). De S. Pablo también  dice el mismo Padre, que no pudiendo explicar en lengua griega con toda propiedad y decoro la alteza de las cosas divinas, tenía por intérprete a Tito (b).

Entre los Siros es cosa recibida que S. Tadeo, discípulo de Cristo, habiendo sido enviado a Abgaro rey de Edesa, tradujo a la lengua sira los libros del Nuevo Testamento (c). Aunque Fabricio es de parecer que la versión siríaca de esta parte

de la Escritura no fue hecha por S. Tadeo, sino a instancia suya y con su dirección (d). Con lo cual conviene la opinión de algunos Siros, que desviándose de la común sentencia atribuyen esta versión al Evangelista S. Marcos (e). Pero aun cuando sea falsa esta opinión, como a mi parecer lo es, no habiéndose escrito el Evangelio de 

S. Juan y el Apocalipsis hasta después de la muerte de S. Marcos, que sucedió según 

S. Gerónimo el año VIII de Nerón: digo que aunque esto sea así, es verosímil que aquella versión sea de los tiempos apostólicos, bien la hiciese alguno de los apóstoles o sus discípulos. Lo uno, porque así se conserva por tradición en todas las iglesias de Oriente, la cual es de grande autoridad en estas materias, cuando no hay razón evidente en contrario. Lo otro, porque en los códices primeros de esta versión, como observa Walton, faltan algunos libros del Nuevo Testamento que hasta después no se tuvieron por canónicos. Esto en cuanto a las versiones de la Sagrada Escritura a las lenguas orientales. Las latinas, sin las cuales no era regular estuviese la Iglesia latina, crecieron tanto desde los mismos tiempos apostólicos, que ya en el de S. Agustín, como el mismo Padre asegura (f), no se podían contar.

(a) S. Hieron. ad Edib. Quaest. XI. 

(b) Id. ibid.

(c) V. Lami ibid. p.655. Walthon. Proleg. ad Bibl. Polygl. p. 89. Asseman. Biblioth. Orient.Clementino-Vatic. T.1. P.1. pág. 212.

(d) Jo. A. Fabric. P. 1. Apocryph. Vet. Testam. § 188.

(e) V. Guib. Faber Boder. Praefat. T. v. Polygl. Antuerp.

(f) S. Aug. De Doctr. Christ. lib. II. c. II. Véase el cap. V del mismo libro, y la carta XLVIII ad Vincentium, y el comentario al salmo CV.  

Por lo que toca a las demás lenguas baste lo que Teodoreto, autor gravísimo asegura, que después de la muerte de los apóstoles todos los pueblos y gentes gozaban del tesoro de las Escrituras, “no sólo los romanos, dice, y los sujetos a su Imperio, sino también los persas, los scitas (escitas), los masagetas, los sármatas, los indios, los etíopes, y por decirlo de una vez, todos los moradores de la tierra (a):” y lo que Eusebio dijo en menos palabras, que la Escritura había sido ya traducida a las lenguas bárbaras (b), que es nombre que convenía a todas menos a la griega.

De todo esto se colige no sólo lo que pretendemos contra Alfonso de Castro acerca del uso universal de la santa Escritura, sino cuan sin conocimiento de la antigüedad eclesiástica se arrojó el P. Jayme Ledesma a escribir estas palabras: "Consta que

los apóstoles no escribieron el Nuevo Testamento en todas aquellas lenguas (de los pueblos a quienes predicaban el Evangelio) y que por sí mismos no lo tradujeron; ni leemos que mandasen hacer esto a otros, como de hecho no se hizo. (c)” y con cuanto desacierto dejó impresas nuestro Pedro de Lorca las proposiciones siguientes: 

“Rara vez, dice, ha habido una traducción de la Sagrada Escritura en lengua vulgar: frecuente y común jamás lo ha llegado a ser. Y esta costumbre comenzó desde los apóstoles, los cuales nunca procuraron hacerla vulgar, ni que fuese escrita en lenguas vulgares (d).” 

(a) Theodoret. Serm. VIII de cur. Graecor. affectibus. V.Petr. Dan. Huet de Claris Interpret. pág. mihi 101.

(b) Euseb. Caesar. Orat. de laud. Constantini cap. 17. V. Ernest. Grab. T. II. Spicileg. Patrum pág. 253. Leg. S. Joan. Chrisost. Homil. VIII inter XI Homilias hactenus non editas Op. T. XII pág. 371 et de utilitate lectionis Script. in princ. Actor. III. n. I. Op. T. III pág. 72. 

(c) Constat non eos (Apostolos ) omnibus iis linguis scripsisse Nov. Testamentum... neque ipsos id vertisse, sed neque legimus id eos imperasse, ut fieret; neque factum est. Ledesma ubi sup. cap. 7 n. 3.

(d) Lorca de loc. Cathol. inter Comment. in. II. II. D. Thomae pág. 416. Rarò enim existit traductio Sacrae Scripturae in linguam vulgarem: nunquam vero fuit communis et frequens. Quae consuetudo ab Apostolis coepit... neque umquam providerunt ut eam vulgarem facerent, et vernaculis linguis scriberetur.

Nuestro teólogo Pedro de Soto hace también esta pregunta: “Mille prioribus annis, quando aliquid auditum fuit de transferenda Scriptura in vulgarem linguam, tempore scilicet Augustini, Ambrosii et aliorum gravissimorum Patrum Latinorum?” Pet. a Soto Ord. Praedicatorum Defensionis Catholicae Confessionis et Scholiorum circa Confessionem Illustrissimi Ducis Witemberg. nomine editam adversus Prolegomena Brentii cap. 23 quod inscribitur: De transferenda Scriptura in vulgares linguas, vel non.

Por donde no es de extrañar que el Abogado Pedro Licecio en su tratado de Sacris utriusque Testamenti Libris in vulg. eloq. minime vertendis paulò post init. llame regla constante y perpetua de la Iglesia latina no dar al pueblo traducciones vulgares de la Escritura, y novedad el intento de aquellos prelados que pretendían dar al pueblo el pasto de los libros sagrados por medio de semejantes versiones: Quum igitur, dice, hactenus haec regula in Ecclesia latina fuerit, ut vernaculo sermone Divini Codices rudi plebi minime invulgarentur, non debuit HAEC NOVITAS a quoquam Praesule tentari. 

V. Nicol. Sanderus in Monarchia Lib. VII et Hieron. Harts, in Defensione Decreti Episcopalis contra promisc. lect. Sacrae Script. in lingua vulgari § III pág. 26. et seq.  

  

¿Quién podrá fiar de autores que venden por cosas averiguadas y constantes, las que o ellos mismos se fingen, o toman de otros poco instruidos o preocupados, o que tienen de todo?


CAPÍTULO XII.

Prosigue la materia del pasado. Declárase cómo pensaron los padres y doctores eclesiásticos acerca del uso universal de la Santa Escritura.


Aunque lo dicho en el capítulo antecedente convence que la Sagrada Escritura fue dada por Dios para doctrina y consolación, provecho y bien universal nuestro; sin embargo, no para añadir peso y autoridad a lo que dicen los libros sagrados, sino para asegurarnos en su verdadero sentido, y mostrar juntamente las razones que tuvieron los apóstoles y sus discípulos para traducir desde luego, o procurar que se tradujesen las Escrituras en las lenguas de los pueblos recién convertidos a la fe, o que deseaban convertir, expondremos los pareceres de algunos santos y doctores de la Iglesia acerca de este uso universal de la Sagrada Escritura. Y en primer lugar oiremos a S. Juan Chrisóstomo, el cual en una de sus declaraciones del Génesis, dice así: "¿Habéis visto como todo lo que se contiene en las Escrituras no se escribió por otra causa sino por nuestra utilidad, y por la salud del humano linaje? Piense esto cada uno de nosotros, y aplique a sus llagas los emplastos convenientes. Porque con este fin se nos proponen a todos (a).” (a) S. Joann. Chrisost. in cap. IX Genes. Homil. XXIX n. 1. Op. t. IV pág. 279. 

Esta misma sentencia leemos en san Basilio: "Toda Escritura, dice, es inspirada de Dios y útil: escribióla el Espíritu Santo, para que como en una oficina común donde sanan las almas, podamos todos los hombres escoger medicina para curar nuestra dolencia (a).”

Con más brevedad, pero con no menor energía dice san Ambrosio: "A todos edifica la Escritura Divina. En ella encuentra cada uno con qué curar sus llagas, o con qué asegurar sus méritos (b).” Y en otro lugar escribe así: "Hay fuego que se aviva con la meditación de las celestiales Escrituras.... Por eso vino el señor, para pegar este fuego en la tierra, con el cual alumbrase las almas de todos, encendiese los deseos, quemase los pecados (c).” 

San Hilario también, obispo de Poitiers, exponiendo el Salmo 118 dice así: "Por eso está lejos de los pecadores la salud, porque no tuvieron deseo de las justificaciones de Dios; siendo así que no por otra causa están en la Escritura, sino para que lleguen al conocimiento y noticia de todos (d).”

Pero a ninguno de los padres he visto declararse más por extenso en esta materia que a S. Agustín, el cual en una parte dice que una de las cosas que le conciliaron mayor veneración y fe hacia la autoridad de la Divina Escritura, fue el ver que se ofrecía a todos para que la leyesen, dándose a todos con sus palabras claras y lenguaje humilde, para recibir en su seno a todos los pueblos (e).

Y en otro lugar dice: "Como un espejo muy terso se han propuesto a los hombres los Oráculos de la Divina Escritura, para que allí vea cada uno la gravedad de todos los pecados, los cuales por ventura serán enormes, y la ciega costumbre de los malos hace que se desprecien (f). 

(a) S. Basil. Homil in Ps. 1. initio Op. edit. PP. S. Mauri T. 1. pág. 90.

(b) S. Ambros. in Ps. XLVIII. v. 3. n. 5.

(c) S. Ambros. in Ps. XXXVIII. v. 4.

(d) S. Hilar. Pictav. Episc. Tract. in Ps. 118. Litt. XXI Op. edit. París. 1693. col. 359. 

(e) S. August. Confess. lib. VI c. V. Op. T. I. col. 88.

(f) Id. contra Epist. Parmeniani lib. III n. 9 Op. T. IX col. 40.

Hay malos en la Iglesia, dice en otra parte, pertenecientes a Esaú... Estos participan del rocío del Cielo y de la fertilidad de la tierra: del rocío del Cielo todas las Escrituras, todas las palabras de Dios; de la fertilidad de la tierra todos los Sacramentos visibles... Todas estas cosas son en la Iglesia comunes a buenos y malos... Sobre todos bajó del Cielo la palabra de Dios (a).”

Y en el libro VI contra Fausto, declarando como en el antiguo Testamento no era lícito uncir el buey con el asno para la labranza, lo cual en la ley evangélica no se prohíbe, pregunta: ¿Pues por qué leemos esto ahora, cuando es ya lícito lo que entonces se vedó? Y después de responder con el apóstol que por nosotros dijo esto la Escritura, añade aquella admirable sentencia: Impiedad es que no leamos nosotros lo que está escrito por nosotros, porque más se escribió por nosotros a quienes se manifiesta, que por aquellos en quienes se figuraba (b).

Cuán al revés de san Agustín dijo Alfonso de Castro, que la lectura del viejo Testamento no puede ya servir al pueblo rudo sino para cebo de su curiosidad (c). Sirvieron de edificación los libros de la Ley, y las profecías a los rudos de la sinagoga, a quienes se dio la verdad en figura, ¿y a los rudos del Evangelio a quienes Cristo descubre de lleno esta verdad, no servirán sino para curiosidad? 

Aprovecharon a los hebreos cuando vivían entre sombras, ¿y no servirán a los cristianos que estamos en medio de la luz? Porque la curiosidad en sentencia de san Agustín, no es sino de aquellas cosas que nada nos importan (d). 

(a) Id. Serm. IV de Jacob et Esaú. Op. T. V. col. 17.

(b) Id. cont. Faustum lib. VI. cap. IX Op. T. VIII col. 152. Vid. Enarrat. in Ps. 144 v. 13. n. 17. T. IV col. 1208.

(c) "Veteris Testamenti lectio populo rudi et idiotae ad nullam potest servire necessitatem, sed ad solam curiositatem.” (Alf. a Castro de iusta Haeretic. punit. lib. III. cap. VI.)

Pedro Licecio no contento con lo que Castro dijo, extendió esta censura a las versiones vulgares de ambos Testamentos: Hanc, dice, Divinorum Librorum e latino in vernaculum translationem, et rudi plebi invulgationem... curiositatis esse, palam facere, operae pretium erit. Y luego añade: Scripturarum lectionem et exercitationem aliis quam Ecclesiae administris... praeseferre planam curiositatem. (Petr. Licet. loc. laud.) Gerónimo Harts todavía pasó más adelante: Parum adiuvat, dice, imo retardat quandoque alta Scripturae pagina: quae dum lectione lactat curiosum, curiositate sciolum non raro in fide relinquit infirmum. (loc. laud. § 5 pág. 41.)

(d) Curiosus tamen ea requirit, quae nihil ad se adtinent.

(S. Aug. de utilitate credendi cap. IX n. 22. Op. T. VIII col. 43.)

Y así sobre ser esto poco conforme a la providencia y sabiduría de Dios, que por nosotros dejó escritos aquellos libros, es hacer grande injuria a todo el pueblo cristiano (a). Porque Castro no se ciñe al daño que esta lectura pudiera hacer o hacía de hecho entonces por la calamidad de aquel tiempo: habla absolutamente de la lectura del viejo Testamento respecto de los rudos, para colegir de aquí como de principio incontrastable que de ningún modo, ni bien, ni mal, ni con notas, ni sin notas, conviene traducir estos libros en lengua vulgar para que los lea el pueblo (b). 

¿Tan inútil, tan sin uso, tan por demás está el viejo Testamento para los sencillos y rudos, esto es para la mayor parte de los cristianos? No tuvo presente Alfonso de Castro cuando esto escribía aquella sentencia de san Juan Chrisóstomo, que es mucho peor que no leer la Escritura, el tenerla por cosa demás y superflua (c). 

Si alguno dijera otro tanto y con la misma generalidad de los libros de los filósofos gentiles, o de las historias de los lacedemonios, griegos o romanos, o de los cuerpos de legislación de las naciones más bárbaras del mundo, apenas habría hombre cuerdo que se lo pasase. Porque no sé yo, si de entre todos estos libros se podrá entresacar alguno tan inútil y despreciable, que deje de dar algunas máximas útiles, no para cebo de la curiosidad, sino para el bien de la sociedad, y acaso de la religión. Lo que no se consintiera decir de libros de gentiles, esto lo afirma Castro confiadamente del Testamento antiguo, esto es, de aquella porción nobilísima de las Escrituras, en que se cuenta la maravillosa creación del Cielo y de la tierra, la sucesión de los Patriarcas, la formación, conservación y progresos del pueblo de Israel a costa de tantas y tan estupendas maravillas, en que hacía el señor como alarde y gala de su Omnipotencia. Pasto serán solamente de la curiosidad los ejemplos de la misericordia de Tobías, y aquellos consejos suyos a su hijo que son el alma de la paz de las familias, y aun de las repúblicas.

(a) Scis etiam curiosum non nos solere appellare sine convicio. (S. Aug. loc. laud.)

(b) Testamentum autem vetus constantissimè assero non esse in linguam vulgarem transferendum, ut populo rudi legendum tradatur. (Alf. a Castr. ib.) 

(c) Longè peius est quam non legere (Scripturam) superfluam rem esse putare. 

(S. Joan. Chrisost. in Matth. Homil. 2. n. 5. Op. T. VII pág. 30.)

Para cebo de la curiosidad servirán la fortaleza de Judit y su esperanza en Dios, con que libertó a su pueblo. Y diría lo mismo de Job y de Ester, y de los demás libros sapienciales e históricos del viejo Testamento, si antes de mí no hubieran millares de santos y de varones piadosos demostrado los grandes bienes que puede acarrear al pueblo sencillo la lectura piadosa y bien ordenada del viejo Testamento (a).

Aún esto se entenderá mejor por otro lugar de san Agustín, con que volvemos al propósito de nuestro capítulo. "De la Escritura, dice este Santo, bebe la liebre y bebe el asno montés, la liebre tímida y el asno feroz: ambos beben, pero cada uno para apagar su sed. No dice el agua: basto para la liebre, y echa de sí al asno; ni menos dice: llegue el asno, la liebre, si llega, será arrebatada de la corriente. Fluye con tal fidelidad y templanza, que sacia al asno y no aterra la liebre. Suena el ruido de la tuliana (Tulio) elocuencia; léese Cicerón, algún libro es, o diálogo suyo, o de Platón, 

o de otro tal: óyenlo los ignorantes, los flacos, los pusilánimes: ¿quién osará rayar tan alto? Ruido es de agua y acaso turbia, pero que corre con tanta rapidez que el tímido animalejo no se atreve a llegar a ella y beber. ¿Quién oyó jamás: En el principio hizo Dios el Cielo y la tierra, y no tuvo aliento para beber? ¿A cuyas orejas suena algún Salmo, y dice: mucho es para mí? Pues cierto lo que suena el Salmo misterios son ocultos; pero de tal manera suena, que a los niños deleita el oír, y los ignorantes se llegan a beber, y los hartos, cuando cantan, eructan (b).”

(a) S. Aug. lib. de utilitate credendi cap. 6. n. 13. Op. T. VIII col. 54. Léase sobre esta materia Fr. Luis de Granada en la introducción al símbolo de la fe P. II. c. 9. 

(b) S. Aug. in Ps. 103. Enarrat. Serm. III. v. II. n. 4. Op. T. IV. col. 864. seq.

Al lado de san Agustín pondremos a su fiel discípulo san Próspero de Aquitania, el cual con la alteza de su ingenio divino dijo poéticamente aquella misma sentencia en esta forma:

Para desterrar Dios del Universo 

La negra obscuridad, hizo ardiese 

La luz de la apóstolica doctrina, 

A toda edad e ingenio acomodada. 

La cual con leche riega al tierno niño, 

Y con pan alimenta a los robustos. 

Aquesta luz ni tiempo la resiste, 

Ni sexo, ni otra cosa; A todos sana, 

Sustenta, justifica, robustece (a). 


Sentencia es también de nuestro esclarecido español san Isidoro, que la Escritura Sagrada según lo histórico parece humilde en las palabras a los que son flacos y pequeñuelos en el sentido; pero con los varones más aventajados camina por más alta vereda, descubriéndoles sus misterios: por donde viene a ser común a los unos y a los otros, a los pequeñuelos y a los perfectos (b).

Y prosigue diciendo: "La Escritura Sagrada se varía según la inteligencia de cada uno de los que la leen; no de otra manera que el maná sabía de varios modos al paladar del antiguo pueblo, según el deleite de cada uno. A cada uno se acomodan las palabras del señor, conforme a la capacidad de su inteligencia. Y con ser a proporción de la inteligencia de cada uno diferentes; en sí mismas siempre son unas (c).”

(a) S. Prosp. Epigramm. ap. Biblioth. Vet. PP. edit. Lugd. 1677 T. VIII p. 87.

(b) S. Isid. Hispalens. Sent. lib. 1. cap. 18. Op. edit. Matriti 1778 T. II. pág. 26.  

(c) S. Isid. ibid.

De entre los escritores más cercanos a nuestra edad copiaré un lugar, que vale por muchos, del insigne Ruperto abad del monasterio de san Heriberto, del orden de 

S. Benito, que florecía en doctrina y virtud a principios del siglo XII.

“Este campo, dice, de que hablábamos, es la Escritura del viejo Testamento. Y con razón se llama campo; porque es una cosa pública y colocada en descubierto, y propuesta a todos los hombres, o más bien a todos los pueblos que tuvieren deseo de leerla, o de oírla. De aquí es lo que en el Salmo con verdad se dijo: El señor contará en las Escrituras de los pueblos. Porque decir en las Escrituras de los pueblos, 

¿qué es sino como decir: En las Escrituras que se ponen de manifiesto a los pueblos, o que los pueblos pueden leer? Y no tuviera necesidad de hablar así, si no hubiera algunas Escrituras, o algunos escritos que no son de los pueblos, por ejemplo, los de los platónicos y aristotélicos. Para no confundir pues las sagradas Escrituras con lo

que escribieron aquellos filósofos, se las llama con propiedad Escrituras de los pueblos, porque no desechan de su lección a los pueblos, esto es, a los sencillos: 

pues aunque desde luego no perciban los misterios que en ellas se encierran, a lo menos alcanzan fácilmente el sentido literal y el moral (a).

De estos testimonios y otros semejantes que omito por no ser menester, no sólo se concluye que en sentir de los padres y doctores, pretendió Dios que el uso de las Escrituras fuese común a todos, como el M. León dice; sino que en la manera de enseñar esta doctrina se acomodó a la variedad de condiciones y talentos de todos los hombres.



CAPÍTULO XIII.


Cuan siniestramente se aplicaron en esta controversia aquellas palabras de Jesu-Cristo: No queráis dar lo santo a los perros &c. Confírmase esto con las exhortaciones que así los libros sagrados, como los santos DD. hacen al pueblo para que lea la Escritura. 


Dirá alguno, que ¿cómo pueden haberse dado los libros divinos para que su uso fuese común a todos, cuando en aquellas palabras de Jesu-Cristo a sus apóstoles: No queráis dar lo santo a los perros, ni arrojéis ante los puercos vuestras piedras preciosas, encuentran algunos teólogos una solemne prohibición de las versiones vulgares de la Biblia? (b)

(a) Rupert. Abb. de Glorificatione Trinitatis et Processione S. Spiritus lib. 1. cap. 2. Op. edit. Venet. 1748 T. II. p. 7. 

(b) Albert Pius in respons, ad Erasmi Epist. 1. Alf. a Castr. adv. Haeres. lib. 1. cap. 13. Hoss. Cardinal. de expresso Dei verbo ap. Kortolt. loc. laud. pág. 121. Licetius loc. laud. penes medium. De donde los herejes tomaron motivo para decir calumniosamente que esta era común sentencia de la Iglesia Romana. Usser. loc. laud. cap. 9 pág. 256.


A los que esto objetan debemos advertir, que los que así entienden este lugar, y le aplican a la presente disputa, sobre no dar en el hito de su verdadera inteligencia, se apartan mucho de las reglas que nos tienen dadas los santos para interpretar la Escritura. Y como no es bien atribuir al Espíritu Santo las aplicaciones que de sus palabras se hacen; torciendo su obvio y natural sentido; harían injuria a la verdad si creyesen hallar en estas la prohibición que se fingen aquellos intérpretes. Porque el argumento que de aquí forman, si prueba algo en esta materia, es el desacierto a que

suele llevar una preocupación a hombres que por otra parte tienen dadas muestras de saber y de tino. Primeramente, ¿a quién se le hace creíble de la blandura y suavidad con que trataba a todos generalmente nuestro Salvador, que a los fieles legos de

quienes ahora se trata, aun cuando quisiese prohibirles la lección de los libros divinos, les diese el áspero tratamiento de perros y de animales inmundos? Porque este lugar, si contiene la prohibición que pretendían aquellos teólogos, ha de ser por medio de esta razón: Jesu-Cristo prohíbe a los apóstoles que den lo santo a los perros, y que arrojen las piedras preciosas a los puercos. Es así que por perros y puercos entiende el Salvador los fieles del Estado Secular indiferentemente. Luego a todos ellos se ha de negar la lección de la Escritura en su propia lengua. ¿Quién oye esto, y no se conmueve? Semejante argumento no se puede hacer sin injuria de Cristo, sin torcer sus palabras (a), sin apartarse del espíritu con que las interpretaron generalmente los padres y los doctores. Habla aquí Jesu-Cristo, no de los fieles legos indiferentemente, ni tampoco de los ignorantes y rudos, sino de los perversos y viciosos, como el mismo contexto denota, añadiendo: No sea que las pisen con sus pies, y vueltos a vosotros os despedacen. Perros llama, dice san Juan Chrisóstomo, a los que viven en la impiedad sin esperanza de remedio: puercos a los que de continuo se revuelcan en el cieno de una desenfrenada lujuria: todos los cuales dijo que eran indignos de esta doctrina (b). 

(a) Es de notar que en la Sagrada Escritura nunca se da tratamiento de perros, sino a los que son desleales a la vocación de Christo, o envidiosos o perturbadores de la paz de la Iglesia. En cuyo sentido decía S. Pablo: Videte CANES, videte malos operarios (Philip. III. 2.) Y S. Juan: Foris CANES, et venefici, et impudici. (Apocalips. XXII. 15.) 

(b) S. Joan. Chrisost. in hunc locum.

San Agustín entiende aquí por perros a los impugnadores de la verdad, y por animales inmundos a los despreciadores de ella (a). Perros y puercos llama, dice también san Gregorio, a los que menosprecian los divinos misterios, y los mofan y pisan: y da el señor este aviso a los predicadores indiscretos, que no reparan en descubrirlos a quien mira con desprecio las cosas espirituales (b). Y en otra parte aplica este Santo la palabra perros a los que están fuera de la Iglesia católica, a los cuales no se da parte en la Sagrada Eucaristía (c). En cuyo sentido nuestro sabio y venerable prelado D. Juan de Ribera, Patriarca de Antioquía y arzobispo de Valencia, en el primer papel que escribió a Felipe III sobre la causa de los moriscos en enero del año 1602 ponderando el escrúpulo que debían tener los prelados; de bautizar a gente que con evidencia moral, nacida de muchos años de experiencia, sabían que habían de apostatar, dice entre otras las siguientes palabras: No podemos dejar de temer mucho, si contra el mandamiento de Jesu-Cristo nuestro señor se dan las cosas santas a los perros, y las piedras preciosas, esto es, los santos sacramentos, que encierran su preciosísima Sangre, a los puercos (d). Por donde san Cirilo Jerosolimitano entendió por perros y por animales inmundos a los hipócritas, que siendo indignos de recibir el bautismo, fingen deseo de llegarse a la sagrada fuente (e). Y san Cipriano a nadie dio este tratamiento en todas sus obras, sino a aquel juez o consejero de Cartago de África, llamado Demetriano, enemigo de la cristiana religión, de quien dice; que con boca sacrílega y con palabras impías hablaba contra el único y verdadero Dios (f), 

(a) S. Aug. de Serm. Domini in monte secundum Matth. lib. II. cap. 20. n. 68. Op. T. III. P. II. col. 163. 

(b) S. Greg. M. in 1. Reg. lib. III. cap. 3. Op. T. III. P. II. col. 142.

(c) S. Greg. Moral. lib. XXXV in cap. XLII 13. Job. c. 8. n. 13. Op. T. 1. col. 1149.

(d) Hállase este papel impreso en la vida del V. Sr. Ribera, escrita por Francisco Escrivá cap. 33.

(e) S. Ciril. Hierosol. Catech. 1. n. 3. Op. París. 1720. pág. 19. Et Catech. XVII n. 36. pág. 282. 

(f) S. Cyprian. lib. ad Demetrianum initio. Op. París 1726 pág. 216.

y le escribe que había despreciado sus ladridos, “porque se nos manda, dice, que guardemos dentro de nuestras conciencias las cosas santas, y no las expongamos a que los perros y los puercos las pisen, diciendo el señor: No deis lo santo a los perros, y no arrojéis vuestras piedras preciosas ante los puercos, no sea que con sus pies las pisen, y vueltos contra vosotros os despedazen (a).

Si los que se propusieron aplicar estas palabras de Jesu-Christo a la presente disputa, no se desviaran de la interpretación de estos y otros santos doctores (b), no hubieran dado motivo a que los herejes (c), contra toda razón, nos echasen en cara que tomamos en boca aquel dicho de los basilidianos, que S. Epifanio refiere en la historia de las herejías: Nosotros somos hombres, los demás son todos perros y animales inmundos (d): y a que calumniosamente digan de los sacerdotes que comprehendemos en este tratamiento a los reyes y príncipes seculares (e).

Por otra parte, ¿cómo era posible que de un modo tan áspero y sin limitación alguna apartase el Salvador al pueblo del conocimiento de la Escritura Sagrada, al cual en mil

partes y por mil medios, con muy eficaces y poderosas palabras le exhorta la misma Escritura? "Es ilustrísimo, dice Fr. Luis de Granada, y eficacísimo para rendir todos los entendimientos el (testimonio) de Moysen, el cual, después de propuesta y declarada la Ley de Dios, dice así: Estarán estas palabras que yo ahora te propongo, en tu corazón, y enseñarlas has a tus hijos, y pensarás en ellas estando en tu casa, y andando camino, y cuando te acostares y levantares de dormir. Y atarlas has como una señal en tu mano, y estarán y moverse han delante de tus ojos, y escribirlas has en los umbrales y en las puertas de tu casa (f).

(a) Matth. VII 6. S. Cypr. ibid.

(b) Véase el libro V de las Decretales tit. VII cap. 12.

(c) Christian. Kortolt de lectione Bibliorum in linguis vulgo cognitis § CLXXIV. Edit. Ploaene 1692, pág. 122.

(d) Basilid. ap. S. Epiphan. contra Haereses lib. 1. T. II. Heres. 24. 

(e) Stanisl. Orichov. in Chimaera fol. 97. ap. Kortolt loc. laud. 

(f) Deuter. VI. 6. seq.

 No sé, prosigue, con qué otras palabras se pudiera más encarecer la consideración y estudio de la Ley y mandamientos de Dios, que con estas. Y como si todo esto fuera poco, vuelve luego en el capítulo XI del mismo libro a repetir otra vez la misma encomienda con las mismas palabras, que es cosa que pocas veces se hace en la Escriptura. Tan grande era el cuidado que este divino hombre que hablaba con Dios cara a cara, quería que tuviésemos de pensar siempre en la Ley de Dios: como quien también conocía la obligación que a esto tenemos, y los inestimables frutos y provechos que de esto se siguen (a).”

Conforme a estos repetidos encargos de Moyses cuidaban los padres de leer y enseñar a sus hijos las sagradas letras, donde estaban escritas las grandezas y maravillas de Dios, como entre otros lugares consta de aquel nobilísimo y elocuente Salmo de David, en que para llamar la atención de todo el pueblo a que escuchase las misericordias del señor para con él, dice: Abriré mi boca en parábolas: hablaré en enigmas lo que en lo antiguo sucedió, cuanto hemos oído y entendido, y nuestros padres nos han contado. No lo encubrieron a sus hijos ni a su posteridad, mas publicaron las alabanzas del señor y sus poderíos, y las maravillas suyas que obró. Porque hizo un ordenamiento en Jacob, y puso una ley en Israel; las cuales mandó a nuestros padres que hiciesen saber a sus hijos, para que también las otras generaciones tengan de ellas noticia (b). Lo cual no sólo se refiere a las verdades conservadas de padres a hijos por tradición, sino también a las que se contenían en la Divina Escritura. Y hablando Moyses en otra ocasión de lo que debe hacer el que eligiere Dios para rey de su pueblo, entre otras cosas dice lo siguiente: Después que el rey se hubiere sentado en el trono de su reino, escribirá para sí el Deuteronomio de esta Ley en un libro, copiándolo de los sacerdotes de la Tribu de Leví: y lo tendrá consigo y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a su señor Dios, y a guardar las palabras y ceremonias suyas, que están mandadas en esta ley (c). 

(a) Fr. Luis de Granada prólogo Galeato § II.

(b) Deuter. XVII 18. 19. 

(c) IV. Reg. XXII. 

Por haber sido despreciada esta ley en tiempo de los reyes Amón y Manases, padre y abuelo de Josías, se cometieron tantas maldades en el pueblo de Dios, y se derramó tanta sangre de profetas, como la historia de aquella época nos refiere. Y acaso hubiera tomado más cuerpo esta maldad, si con la lectura de los libros santos, que a presencia del rey Josías y del pueblo todo se leyeron por mandato de Dios, no hubiesen caído en la cuenta de sus yerros, y hecho penitencia de su maldad, y procurado aplacar con sacrificios el enojo del Cielo (a).

Y no sólo Moyses de parte de Dios, sino el mismo Dios entre las palabras que habló a Josué cuando le hizo caudillo de su pueblo, llegando a tratar del libro de la Ley, le dijo: El libro de esta ley no se aparte de tu boca, mas meditarás en él de día y de noche, para que guardes y cumplas todo lo que en él está escrito: entonces prosperarás tu carrera, y la entenderás (b). Y el cántico que Moyses y Josué escribieron de orden de Dios, para que fuese perpetuo testigo contra la prevaricación del pueblo, les mandó el señor que lo enseñasen a los hijos de Israel, para que lo retuviesen en la memoria y lo cantasen (c). Pero donde yo encuentro no sólo la eficacia que hemos visto hasta aquí, sino una cierta suavidad y dulzura en exhortar al pueblo a la lección de los libros divinos, es en la Sabiduría, donde el Espíritu Santo no como señor con imperio, sino como Padre con palabras de amor y regalo convida, y convidando atrae como si con rigor lo mandara, a la lectura de lo que allí nos enseña. En una parte dice: Hijo mío, no se aparten estas cosas de tus ojos (d). Y luego prosigue: Reciba mis palabras tu corazón; no te olvides ni te desvíes de las palabras de mi boca.... Oye, hijo mío, y recibe mis palabras, y sean multiplicados los años de tu vida.... Hijo mío, escucha mis palabras, y a mis dichos arrima tu oreja: no se aparten de tus ojos, guárdalos en medio de tu corazón (f). 

(a) Ps. LXXVII 2. seq. (b) Josué I. 8. (c) Deuter. XXXI. 19. (d) Prov. III. 21. 

(e) Prov. IV 4. 10. 20. 21. (f) Prov. VII 2. 3.

Y más abajo: Hijo, guarda mis mandamientos y vivirás; y mi Ley como las niñas de tus ojos: átala en tus dedos, escríbela en las tablas de tu corazón (f). Con estos y otros estímulos inclina el Espíritu Santo los pechos de los fieles, y los aficiona a esta santa lectura.

Del Nuevo Testamento pudiéramos añadir lo que a este propósito escribe el apóstol 

S. Pablo, el cual habiendo ponderado los grandes bienes que pueden alcanzar los que

desde niños aprenden la Escritura, esto es, ser adoctrinados para la salvación por medio de la fe en Jesu-Cristo (a); para estímulo de los que quisiesen coger este fruto, prosigue diciendo: Toda Escritura inspirada de Dios es útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para formar en la justicia, para que sea perfecto el hombre de Dios, aparejado para toda obra buena (b). Y a los romanos decía: Todo lo que está escrito, para enseñanza nuestra está escrito: para que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza (c).

El apóstol S. Pedro, exhortando a los hebreos del Oriente a que perseverasen en la doctrina de los apóstoles y en el ejercicio de las buenas obras, sin dejarse engañar de falsos maestros, entre otras cosas les dice: Tenemos por más firmes las palabras de los profetas, a los cuales hacéis bien de atender, como a una antorcha que resplandece en lugar obscuro (d). San Juan llama bienaventurado al que leyere y oyere las palabras de su revelación, y guardare lo que en ella está escrito (e). Sobre las cuales palabras dice un sabio español: "Todos los hombres andan a caza del mayor gozo que se puede tener, el cual se dice Bienaventuranza, que pone S. Juan en esta vida en oír y leer la Divina Escriptura; esto es, entendiéndola, porque poco aprovecha leer y no entender. Y así dice S. Pablo, que si no acabamos de entender el Evangelio, no somos para el Cielo (f).” Con estos y otros alicientes incita el Divino Espíritu al pueblo fiel a la santa y bien ordenada lección de la Sagrada Escritura.

(a) II. Timoth. III. 15. (b) Ib. v. 16. 17. (c) Rom. XV. 14. (d) II. Petri 1. 19.

(e)  Beatus qui legit et audit verba Prophetiae huius: et servat ea quae in ea scripta sunt. (Apocal. 1. 3.)  (f) Fr. Francisco Ortiz Luzio, de la orden de S. Francisco, en su prólogo a la obra intitulada: Jardín de Divinas Flores &c. I. P. impresa en Madrid año 1599. 

Tampoco creo yo que los padres y doctores de la Iglesia, depositarios de la inteligencia de la Escritura, si advirtieran en aquellas palabras de Cristo la prohibición que vieron después estos impugnadores, hubiesen exhortado a la lección de los libros santos a los mismos a quienes la vedó Jesu-Cristo. Pero vemos que después que ellos con increíble diligencia y estudio, y mucho más con el uso y experiencia de la virtud, y con luz del Cielo llegaron a paladearse y regalarse con el sabor de la Divina Escritura, deseosos de que conociendo también los demás fieles por propia experiencia a qué sabía esta comida, se enamorasen y alimentasen de ella, unánimemente y con abrasado celo y eficacia en exhortaciones privadas y públicas, les estimulaban a que leyesen y meditasen los sagrados libros. Y no con silencio, como quien calla y sufre un abuso, así consentían que anduviese la Biblia en lenguas sabidas del pueblo; sino con muy sentido clamor, como quien provee de un medio de grande importancia y utilidad para la salvación de los fieles, así les exhortaban a esta santa y fructuosa lectura.

“Sentado en tu interior (dicen a cada uno de los fieles las Constituciones Apostólicas) lee la Ley, los libros de los Reyes y los Profetas: canta los salmos de David, lee también con atención el Evangelio, en quien todo esto se cumplió (a)." 

¿Qué te falta en la Ley de Dios, prosiguen, para que así te dediques a leer fábulas de gentiles? Si deseas leer historia, tienes los libros de los Reyes: si Filosofía y Poesía, tienes los Profetas, a Job y al escritor de los Proverbios; más ingenio hallarás en estos escritos, que en todos los Poemas y en los razonamientos de los filósofos: porque aquellas son voces del Señor Dios, a quien privativamente compete el ser sabio. 

Si buscas escritos líricos, tienes los salmos: si antiguos orígenes, el Génesis: si leyes y preceptos, la esclarecida Ley del Señor Dios. Y así guárdate constantemente de todo lo ajeno y diabólico (b).”

(a) Constit. Apost. lib. 1. cap. 5. ap. Coteler. in Collect. PP. Apostolic. Antuerp. 1698. 

T. 1. pág. 204. (b) Ibid. cap. 6. 

San Cipriano, dirigiendo a su amado Quirino los libros de los Testimonios que le había pedido, para que con sentencias de la Sagrada Escritura le instruyese en las principales verdades de nuestra religión, le dice estas palabras: "Mayor brío recibirá, y más y más obrará la inteligencia del corazón en el que más de lleno escudriñare las antiguas y nuevas Escrituras.... Nosotros de las Divinas fuentes hemos llenado este pequeño vaso, para enviártelo por ahora. Tú podrás beber más abundantemente y apagar la sed, si conmigo te llegares a beber en estos mismos manantiales de la Divina plenitud (a).”

San Cirilo arzobispo de Jerusalén (Jerusalem), exhortando a su pueblo, decía: 

"Apacienta tu alma con la lección de los libros divinos: porque esta mesa espiritual el señor es quien te la preparó (b).” Y en otra exhortación hablaba de esta suerte: 

“Lee las Divinas Escrituras, estos veinte y dos libros del Viejo Testamento, que los setenta y dos intérpretes tradujeron.... Estos son los que únicamente has de meditar y leer con afán, los cuales con cierta confianza leemos también en la Iglesia.... 

Si deseas aprenderlos, procura fijarlos en la memoria como los voy nombrando (c).”

San Pacomio abad, discípulo de S. Antonio el grande que floreció en el siglo IV, estableció este precepto en su regla: "No haya en el monasterio ni uno solo que no sepa de memoria algo de la Escritura, a lo menos el Nuevo Testamento y el Salterio (d).” San Basilio dice: "A más de la pureza de la vida, se requiere un continuo ejercicio en la Escritura, para que con la no interrumpida meditación se imprima en el alma lo majestuoso y arcano de las Divinas palabras (e).” 

(a) S. Cyprian. Ep. ad Quirinum, quae libros Testimoniorum antecedit Op. París. 1726. pág. 274.

(b) S. Cyrill. Hierosol. Catech. I. n. 6. pág. 19.

(c) Id. Catech. IV n. 35. pág. 68. 

(d) Regula S. Paconii Abb. Praecept. LXXX.

(e) S. Basil. Comment. in Esaiam Prophetam Prooem. n. 6. Op. T. 1. in Append.

Y en otra parte: "Las palabras de la Escritura inspirada por Dios serán nuestros jueces en el tribunal de Cristo: Reprehenderte he, dice, y echarte he contra tu rostro tus pecados: por tanto pongamos cuidado y atención a lo que dice la Escritura (a).” 

San Juan Chrisóstomo por mil caminos con gran celo exhortaba a su pueblo a que leyesen la Escritura. "Gran bien es, amados míos, les decía, la lección de las Divinas Escrituras. Ella deja al alma adoctrinada en la verdadera filosofía, y la arrebata al Cielo, y hace que el hombre no olvide el beneficio. Ella es causa de que no nos admire lo presente, y de que tengamos clavado el corazón en la vida venidera... Por tanto os ruego que con gran cuidado nos dediquemos a la lección de las Divinas Escrituras: porque así alcanzaremos la ciencia, si a menudo nos llegamos a lo que allí está escrito (b).”

En otra parte la antepone a un ameno y deleitoso jardín, para aficionar a los fieles a su lectura, y dice: "Suave es el prado, suave el jardín; pero mucho más suave es la lección de las Divinas Escrituras. Allí hay flores que se marchitan, aquí sentencias siempre vivas: allí sopla el céfiro, aquí el aire blando del Espíritu: a aquel las espinas le cercan, a estas defiende la providencia de Dios: allí cantan a menudo las cigarras, aquí entonan dulcemente los profetas: allí el mirar deleita, aquí el leer aprovecha. 

El jardín está en un lugar, la Escritura en toda la tierra. El huerto está expuesto a la intemperie de las estaciones, las Escrituras en invierno y en estío están lozanas con hojas, y cargadas de frutos. Apliquémonos, pues, a la lección de las Escrituras (c).”

“El que se sienta a escuchar (las Santas Escrituras) dice en otro lugar, gime frecuentemente y condena su vida pasada. Dediquémonos, pues, amados míos, a las Escrituras, a lo menos leamos con cuidado los Evangelios. Luego que abras el libro, verás el nombre de Cristo.... Por tanto os ruego, que adquiráis estos libros, que percibáis sus sentidos, y los grabéis en vuestras almas (d).” 

(a) Id. Homil. in Ps. XXXVII n. 1. Op. T. 1. pág. 362. 

(b) S. Joan. Chris. in cap. XIII. Genes. Homil. XXXV n. 1. Op. T. IV pág. 349.

(c) Id. Homil. de Capto Eutropio, et de Divitiarum vanitate Op. T. III. p. 386. 

(d) Id. in Joan. Homil LIII. n. 3 Op. T. VIII pág. 314.

Iguales exhortaciones leemos en su Comentario sobre el Salmo XLVIII y en otros lugares, las cuales acaso tendrán más oportuno lugar en el discurso de esta obra. 

Sólo quiero advertir cuan sin fundamento y cuan contra el espíritu de este santo doctor, como defendiéndole de algún grave delito que le acriminase, dijo Fernando Vellosillo, que estas y otras semejantes exhortaciones, como palabras que son de orador, no se han de tomar rigurosamente en su obvio y natural sentido, sino como hipérboles de quien habla llevado del torrente de su elocuencia (a).

San Ambrosio con no menor celo exhorta a los cristianos a esta misma lectura, diciendo en su Comentario sobre el Salmo CVIII: "A la manera que el que ejercita sus miembros para la lucha, los ejercita por mucho tiempo para fortalecerlos: así el que ejercita su alma en las Escrituras Divinas,... la debe ejercitar mucho tiempo (b).”


Y luego dice: "El luchador si de antemano no está acostumbrado a luchar, no se atreve a entrar en la pelea. Unjamos, pues, con el aceite de la lección los miembros de nuestra alma. Ejercitémonos todo el día y toda la noche en una cierta lucha de las Escrituras celestiales, y la saludable comida de los espirituales alimentos fortalezca los miembros de nuestras almas (c).”

Y más abajo: “Come tú también el manjar de las celestiales Escrituras: y cómelos para que permanezcan en ti para la vida eterna: y cómelos todos los días, para que no tengas hambre: cómelos hasta quedar harto: cómelos hasta que eructes la gordura de las celestiales palabras. Los manjares espirituales por lo común no dañan, sino aprovechan a los que de ellos se hartan (d).”

(a) Pro Chrisostomi defensione respondemus... Concionatorum verba non sem per esse eo vigore accipienda, quo primum ad aures auditorum perveniunt: multa enim per hyperbolem saepe enuntiant, vel occasione locorum, temporum, ac personarum adducti, et cursu orationis rapti: hoc et Chrisostomo contigit potissimum hoc argumento loquenti. (Ferdin. Vellosill. Aillionens. Episc. Lucensis Advertent. Theologiae Scholasticae in B. Chrisost. et quatuor Doctores Ecclesiae in B. Chrisostomi Tom. IV. Quaesit. XXII. Edit. Complut. 1585 pág. 41. b.) 

(b) S. Ambros. in Ps. CXVIII v. 27. serm. IV n. 13. Op. T. II. col. 386. 

(c) Id. ibid. v. 92 serm. XII T. II. col. 534.

(d) Id. ibid. v. 175 serm. XXII  Op. T. II. col. 706.


Casiano, que floreció en el mismo siglo en el Imperio de Teodosio el menor y Valentiniano, encarga igualmente que sin cesar se lean las Escrituras, y se encomienden a la memoria (a). San Gerónimo decía a Rústico: "Ama la ciencia de las Escrituras, y no amarás los vicios de la carne (b).” 

(Ver la novela del Decamerón en la que sale Rústico https://lo-decameron.blogspot.com/2018/12/tersera-jornada-novela-dessima.html  ) 

Pero de este Santo doctor alegaremos a este mismo propósito otras autoridades en sus lugares correspondientes.

Entre las muchas exhortaciones que hacía S. Agustín a su pueblo a que leyese la Escritura, las cuales no caben en este capítulo; merecen no omitirse aquellas sentidas palabras, que escribía a todos los fieles de su diócesis que se hallaban en una gran calamidad: "Oxalá leyeseis la Escritura de Dios con tal solicitud, que no necesitaseis en ningún escándalo del socorro de nuestras palabras. Más bien os consolaría el mismo que nos consuela a nosotros; el cual no sólo profetizó los bienes que tiene guardados a los santos, sino también los males de que había de abundar este mundo. Y procuró que esto quedase escrito, para que fuese mayor nuestra seguridad en esperar los bienes venideros, que el sentimiento en los males presentes, anunciados también antes del fin de los siglos. Y así dice el apóstol (Rom. XV 4): Todo lo que está escrito antes, para enseñanza nuestra está escrito, para que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras, tengamos esperanza en Dios (c).”

Pero todavía es más eficaz la exhortación suya al pueblo, que se contiene en aquellas enérgicas palabras: "A nosotros toca no callar; pero a vosotros, aun cuando nosotros callemos, oír de las Santas Escrituras las palabras del Pastor (d).”

(a) Casian. Collat. XIV de Spiritali scientia cap. 10.

(b) S. Hieron. ad Rustic. Monach. Ep. CXXV n. II Op. T. 1 col. 933.

(c) S. Aug. Epist. LXXVIII. Clero, Senioribus, et universae plebi Ecclesiae Hipponensis. Op. T. II. col. 138. 

(d) Id. Serm. XLVI de Pastoribus in Ezechiel 34. Op. T. V. col. 236.  

Oigamos ahora a S. Próspero, el cual después de manifestar como la Santa Escritura es acomodada a toda edad y sexo, como arriba se vio, bajo la semejanza de una mesa abundante que nos prepara el señor, nos convida a leerla y dice:

“Las manos extended a los manjares

Que en su abastada mesa 

Colocó la eternal Sabiduría, 

Y sabed convertir en vuestro pasto

La rica variedad de sus deleites (a).”

De san Gregorio Papa es aquella admirable sentencia: "Como bebida miraba a la Sagrada Escritura el profeta cuando decía: Todos los sedientos venid a las aguas (b).”

Según este principio exhortaba al pueblo en uno de sus sermones diciendo:

"Ruégoos, hermanos muy amados, que procuréis meditar las palabras de Dios; no apartéis de vosotros los escritos de nuestro Redentor, que a nosotros fueron enviados. Mucho, mucho es lo que por medio de ellos se acalora el ánimo, para no quedar entorpecido con el frío de su maldad (c).”

San Paulino obispo de Nola en uno de sus poemas, escrito por los años de 400 de Cristo, exhortando a Citerio a que cuide de que su hijo viva en carne según la ley del espíritu, no contento con decirle una vez que en las sagradas Escrituras corra todo el reino espiritual que se le ha confiado, lo repite luego diciendo:

En las Letras sagradas 

El Reyno del Señor gire en contorno: 

Porque la Escritura 

Por el Divino Espíritu inspirada 

Madre es del Reyno que por siempre dura (d). 

San Cesáreo, obispo de Arlés, a los que para no leer la Santa Escritura alegaban la falta de tiempo, responde las siguientes palabras: "Apartemos de nosotros las fábulas sin ser, las chanzas mordaces, las palabras ociosas y lascivas, y veamos si no nos queda tiempo para leer la Escritura (e).” 

(a) S. Prosp. loc. sup. laud.

(b) S. Greg. M. in cap. 1. B. Job. lib. 1 cap. XXI v. 29. Op. T. 1. col. 26.

(c) Id. in Ezechiel. lib. II. Homil. II. n. 18 Op. T. 1. col. 1337.

(d) S. Paulin. Poëm. XXI ad Cytherium de filio, v. 827 seq. Op. París. 1685. T. 1.

(e) S. Caesar. Arelat. Homil. XX. 

Y luego prosigue: "Ruégoos y amonéstoos, hermanos, a todos los que sabéis leer, 

que leáis una y otra vez a menudo la Escritura Divina: y a los que no sabéis, que oigáis con atención cuando otros la leen.... ¿Cuántos hombres y mujeres del campo cantan cantares de amores torpes y diabólicos? Pueden aprender lo que el Diablo enseña, 

¿y no podrán aprender lo que Cristo declara? (a).”

Oigamos después de estos padres a nuestro esclarecido español san Isidoro: 

"Nadie, dice, puede conocer el sentido de la Santa Escritura, sino familiarizándose con su lección, como está escrito: ámala y te ensalzará, glorificado serás por ella cuando la abrazares (b).”

San Juan Damasceno después de haber pintado la Escritura como un huerto hermoso y deleitoso, lleno de flores y frutos, por donde se nos comunican mil bienes, concluye exhortando a todos a su lectura por estas palabras: "De la fuente de este huerto saquemos aquellas vivas y limpísimas aguas que saltan hasta la vida eterna. Aquí nos entretengamos con insaciable gozo y deleite (c).”

El V. Beda dice: "Por cuanto nos es imposible desterrar del todo los vanos pensamientos, ahuyentémoslos en cuanto pueda ser, introduciendo pensamientos buenos, y mucho más con la frecuente meditación de las Escrituras, conforme al ejemplo del salmista que dice: ¿Cómo amé tu ley, Señor? Todo el día se me va en meditarla (d).”

Flaco Alcuino, abad del monasterio de S. Martín de Turón, y discípulo del V. Beda, escribía a un amigo suyo exhortándole a leer los santos libros por estas palabras: "Ruégote que leas los Evangelios de Cristo, y los demás libros canónicos (e).”

Y en otra parte dice: "Necesaria es la lección de los santos libros; porque en ellos encuentra cada uno lo debe seguir y que debe huir (f).” 

(a) Id. ibid.

(b) S. Isidor. Hispal. Sentent. lib. III. c. 9. n. 1. seq. Op. T.II. pág. 100. seq. 

(c) S. Joan. Damasc. Ortodoxae fidei lib. III cap. 18 Op. París 1603. pág. 291.

(d) V. Beda Homil in Dominic. vocem iucunditatis. Op.edit.Coloniae Agripp. 1688. T. VII col. 25. 

(e) Flac. Alcuin. Ep. XXIX ap. Jacob. Basnag. Thesaur. monument. Eccles. et Histor. edit. Antuerp. 1725. T. II. P. 1. pág. 420. 

(f) Id. Epist. XVI ap. Basnag. loc. laud. pág. 405.

Teodulfo, obispo de Orleans, célebre poeta del siglo IX al cabo de una larga y elocuentísima descripción que hace de los bienes que causa la lección de la Escritura: para alentar y esforzar al pueblo a que se ocupe en este ejercicio, dice entre otras las siguientes palabras:

"De Dios en la ley santa 

Medita de continuo: a su consejo 

Te arrima noche y día: 

En el pecho la lleva y en la mano: 

Nunca jamás te caiga de la boca. 

En tu lecho descanse: de tus ojos 

Sea pasto: en el cuello 

La cuelga, y tu rodilla 

Y tu encorvado brazo la sustente. 

Arrimada la pon a tu cabeza 

Al tiempo de dormir, y cuando el sueño 

Huya de ti, ella te busque ansiosa (a).” 

(a) Theodulph. Episcop. Aurelianens. 1728. Tom. II. pág. 767. Carmin. lib. II. ap. Sirmond. Op. Venet.

En este mismo siglo IX el ilustre español Pablo Álvaro, llamado comúnmente Álvaro Cordobés, recomendable por su distinguida erudición y piedad, no menos que por la amistad estrecha que profesó con el Santo mártir Eulogio, declamaba contra el abuso que en España se había introducido de que algunos legos no leían la Escritura en su lengua vulgar, que aún lo era en muchas partes la latina, al mismo tiempo que estudiaban la arábiga para leer los libros profanos que en ella corrían. Estas son sus palabras: "¿Quién se hallará entre nuestros fieles legos tan diligente y estudioso, que dedicándose a las Santas Escrituras revuelva y mire los libros de qualesquiera de aquellos maestros escritos en latín? ¿Quién está abrasado del amor de los Evangelios? ¿quién de los profetas? ¿quién de los apóstoles? ¿Por ventura todos los mancebos cristianos, hermosos, bien hablados, que en el traje y en el gesto llevan los ojos tras sí, esclarecidos en las letras gentiles, aventajados en la lengua arábiga, no se dedican con afán a los libros de los caldeos, y los leen atentísimamente, y hablan de ellos con gran calor, y juntándolos con codicia, con dulce lengua los divulgan; ignorando al mismo tiempo la hermosura eclesiástica, y menospreciando como cosa muy vil los ríos de la Iglesia que nacen del Paraíso? ¡Ay gran dolor! Los cristianos no saben su ley, y los latinos no ponen los ojos en su propia lengua (a).”

Así lamentaba nuestro Álvaro la desolación a que vino a parar España en aquel tiempo, por no dedicarse sus naturales a la lección de la Escritura. Con cuyo espíritu ponderando a nuestros mismos pueblos muchos siglos después santo Tomás de Villanueva cuanto nos recomendó Jesu-Christo la Sagrada Escritura, pues con autoridades de ella venció todas las acometidas del diablo, prorrumpe en estas graves y sentenciosas palabras: "¡O cuán útil es la lección de la Escritura Sagrada, y cuánto aprovecha! Sobre apacentar el alma, fortalece el corazón en toda virtud, y le defiende contra la tentación...Porque no hay tentación alguna, o adversidad, o infortunio, o calamidad, para la cual la Sagrada Escritura no provea de medicina o de socorro, bien sea consolando, o aconsejando, o dando algún otro remedio (b).”

Con esta uniformidad han hablado los PP. y escritores eclesiásticos de todos los siglos acerca de los bienes que trae al pueblo la lección de la Santa Escritura. Sólo cerrando los ojos a la verdad se pueden torcer estos y otros testimonios sin número de la misma naturaleza. Impiedad sería creer que los depositarios de la inteligencia de las Escrituras, los celadores del cumplimiento de la voluntad de Dios, y promovedores de la sumisión y obediencia del pueblo cristiano a su cabeza Jesu-Cristo, con el celo que se echa de ver en estas exhortaciones estimulasen a los fieles a una lectura que con tanto rigor como pretenden aquellos teólogos les prohibió el mismo Cristo.

(a) Alvar. Cordubens. in Indic. lumino so penes finem. Ap. Enric. Flórez España Sagrada T. XI in Append. pág. 274.

(b) S. Thomas a Villanov. in Dom. 1. Quadrages. Conc. 1. n. 6. Oper. Tom. II. col. 244

CAPÍTULO XIV. 

Explícase una autoridad de S. Gerónimo, y otras de S. Basilio y de S. Gregorio Nacianceno, que se alegan contra la lección de la Escritura en lenguas vulgares.


Cuando los que intentaban apartar al pueblo para siempre de la lectura de los santos libros, quisiesen persuadirnos que este modo de pensar lo habían heredado de los santos doctores; no sería extraño que para darnos por vencidos les pidiésemos otros testimonios tan claros, y cuando menos tantos en número como los que yo acabo de reproducir, que harto pocos son, respeto de lo mucho que sobre esto hay escrito. 

Pero es cosa de maravillar que todo este ruido de autoridad de padres con que quieren atemorizar a los que abogan por las versiones vulgares de la Escritura, apurado el negocio, viene a reducirse a uno u otro lugar de tal o tal santo, que examinado a buena luz, o no dice lo que se le imputa, o no puede de ello colegirse lo que estos pretenden, sino arrastrando y a pura fuerza.

Para que esto se vea claramente traeré primero un lugar de san Gerónimo con que pretenden triunfar algunos, no sólo de nuestra sentencia, que esto fuera poco, sino de todos los padres y doctores que la defienden, y lo que más es, de san Gerónimo mismo que en mil lugares, y por mil modos exhorta a toda clase de gentes a que lean la Escritura (a). 

(a) Belarmin. loc. laud. El P. Joseph de Sigüenza en la vida de S.Gerónimo lib. IV Discurso 5. edit. Madrid 1595. pág. 389. Ambrosio Catarino in Quaestione: An expediat Scripturas in maternas linguas transferri. Jayme de Ledesma de Scripturis Divinis quavis linguam passim non legendis cap. XXX. Luis Tena Isagoge in totam Sacram Scripturam lib. 1. Difficult. 9. Sect. II.

Este lugar, tomado de la carta del santo doctor a Paulino, es como se sigue: "Lo que es propio de los médicos, prométenlo los médicos: trata cada artífice lo

que toca a sus obras. Sólo el arte de las Escrituras es el que todos se usurpan... Este la vieja parlera, y el anciano que desvaría, y el sofista hablador, todos finalmente se lo apropian, y lo destrozan, y lo enseñan antes de haberlo aprendido. Otros hay que pesando con afectada gravedad palabras grandiosas, filosofan entre mujercillas de las Letras Sagradas. Otros, ¡o vergüenza! aprenden de las mujeres lo que han de enseñar a los hombres: y por si esto parece poco, hay otros también, que con su verbosidad, mejor diré, con su osadía, declaran a otros lo que ellos no entienden (a).” Este es el famoso lugar de san Gerónimo, de que se pretende concluir en el santo doctor aversión y repugnancia a que leyese el pueblo la Escritura: "Como enojado de este atrevimiento, dice el P. Sigüenza, y de lo que algunos en aquellos tiempos sentían que se había de hacer común la Santa Escritura, dice S. Gerónimo esto (b).” 

Pero examinadas y pesadas bien sus palabras, hallamos que están muy lejos de significar lo que se le atribuye. El objeto del santo en aquella carta era exhortar a Paulino, no a una sencilla lección y meditación de la Escritura, cual es la que en el pueblo se recomienda; sino a un estudio de ella profundo y magistral, como el mismo contexto de la carta demuestra. De aquí toma ocasión para declamar contra los que sin guía, sin luz, faltos de principios, y ajenos de los conocimientos necesarios para interpretar la Escritura, querían apropiarse la enseñanza de esta Arte, que así la llama, y venderse por maestros de lo que no entendían, ni habían procurado estudiar. Por eso para reprenderles, dice que cada artífice trata lo que toca a sus obras, usando del verbo tractare, que comúnmente significa entre los padres latinos enseñar o declarar (c), lo cual no es propio del pueblo, ni equivale a leer, y mucho menos a leer con sumisión a la enseñanza de los pastores. 

(a) S. Hieron. Epist. 103. ad Paulin. 

(b) Sigüenza en el lugar cit. pag: 390. 

(c) S. Cyprian. (Epistol. 83. ad Cler. et Pleb. Carthagin.) Secundum quod me tractante saepissime didicistis. Prudentio (in Agone Cypriani) Disserit, eloquitur, tractat, docet &c. Vicente Lirinense (Commonitor. 1.) doctores qui tractatores nunc appellantur...per eos Prophetarum mysteria populi aperiuntur. S. Ambros. (Ep. XXXIII) Post lectiones atque Tractatum, id est concionem, dimissis Catechumenis. S. Aug. (in Ps. CXXIII. 5.) 

Potui illud dicere cum tracto vobis, hoc est explico Psalmun Davidicum. Optato Milevitano (Append. lib. VII.) Tractare est Episcoporum. Sulpicio Severo (Dial. 1. cap. 3.) Tractator Sacrarum Litterarum peritissimus. 

Quéjase justamente de los que movían cuestiones de cosas altas y difíciles de 

la Escritura delante de mujercillas, esto es, de mujeres cargadas de pecados, como las describe el apóstol (II. Timoth. III. 6. 7.) arrastradas de sus pasiones, que siempre aprenden, y nunca llegan al conocimiento de la verdad.....Culpa a los que iban a oír de boca de tales mujercillas lo que por su oficio tenían que enseñar a otros. Declama en fin contra los que midiendo su saber por su verbosidad, o más bien por su presunción, pretendían declarar a los demás lo que para ellos no era menos obscuro. A esto se reducen aquellas declamaciones sentidas y justas del santo doctor (a).

(a) Véase el Comentario de nuestro español Alfonso Tostado a esta carta de S. Gerónimo que se halla en el Tomo 1. de sus obras. Edit. Coloniae Agrippinae pág. 27. col. 2. 

Pero ¿qué tiene que ver esta invectiva con lo que ahora tratamos? ¿Acaso es lo mismo enseñar e interpretar la Escritura el que no tiene ese oficio, ni el caudal de doctrina que para ello era menester, que leerla para su propia instrucción y edificación el que se sujeta con docilidad a la interpretación de la Iglesia? Lo primero condenó y detestó san Gerónimo; de lo segundo no habla aquí, y las veces que en sus escritos habló, fue al revés, para encomendar mucho esta lectura a gentes de todas clases y estados, como hemos visto y veremos.

Y aún si por entretanto necesitásemos de apoyar esto con algún testigo, nadie lo sería mejor que el mismo P. Sigüenza a quien impugnamos. El cual no pudiendo negar lo

que tenía bien visto en las obras del santo doctor, impelido de la verdad dejó impresas en su misma vida las siguientes palabras: "Osa decir nuestro gran doctor que el que ignora la Escritura, ignora a Cristo... Quiero traer aquí un lugar suyo que baste a convencer el entendimiento, y derribar en esta afición la más apartada voluntad. 

En el Proemio de sus Comentarios sobre Esaías le dice así a la santa Virgen Eustoquio: "Quiero pagarte la deuda y salir de la obligación, obedeciendo al precepto de Cristo que manda, Escudriñad las Escrituras: y otra vez, Buscad y hallareis; por no oír aquello que les dijo a los judíos: Erráis porque no sabéis las Escrituras ni la virtud de Dios. Porque si según el apóstol san Pablo, Cristo es la virtud de Dios y la sabiduría de Dios: y el que no sabe las Escrituras, no entiende ni sabe la virtud de Dios ni su sabiduría; por legítima consecuencia se saca que ignorar la Escritura, es ignorar a Cristo. Esta es la razón de san Gerónimo, que yo no le hallo solución: y cuando esta no nos derribara y forzara a tratar con mucho calor estos estudios, dejando algo de otros tan menos importantes, otra que es del mismo seno y peso, es razón que nos haga fuerza. En otro Proemio dice hablando con madre y hija: Si alguna cosa hay, Paula y Eustoquio, que detenga en esta vida a un varón sabio, que le traiga sosegado y de un ánimo igual enmedio de tantos torbellinos y mudanzas tantas, es a mi juicio la primera y principal la meditación y conocimiento de las santas Escrituras. Porque como el punto importante en que nos diferenciamos de las bestias, sea el ser racionales, y poder hablar: y toda la razón y palabra esté contenida en los divinos libros, por los cuales deprendemos a Dios, y conocemos la razón porque fuimos criados; maravíllome que haya algunos que o entregados al sueño, flojedad y pereza, no se quieran poner a deprender cosas grandes, o que se atrevan a reprender a los que tratan de esto. 

En estas dos eficacísimas razones ha concluido Gerónimo: lo uno que quien quisiere deprender qué cosa es Christo, este único bien nuestro, esta vida nuestra, esta virtud y sabiduría de Dios; y lo otro, quien quisiere pasar con igual ánimo, corazón largo las mudanzas, las olas rabiosas, los encuentros peligrosísimos de este mundo, trate de estudiar, meditar y pensar las Santas Escrituras: y finalmente quien quisiere saber lo que sólo hay que saber, la palabra eterna, la ciencia que no se muda, las razones que exceden toda razón, entregue el alma a los divinos libros, que en ninguna parte se halla sino en ellos: "aquí es el origen, aquí se bebe en la misma fuente (a).” 

(a) Sigüenza en la Vida de S. Gerónimo ya citada lib. V Disc. 3. pág. 566 y sig.

Esto dice el P. Sigüenza, y todavía confirma este modo de pensar de san Gerónimo con el remate de la carta a Paulino.

Ni el que encarga, o manda una cosa en sí buena, se corta la lengua o las manos para hablar o escribir contra los abusos que de ella ha hecho o puede hacer en adelante la humana malicia. Si esto fuera así, los santos doctores que tanto encargaban al pueblo la frecuencia de la Sagrada Eucaristía, no hubieran tenido aliento para declamar contra los indignos y profanadores de ella; y no sería buen lógico, el que oyendo por ejemplo alguna de las Homilías de Chrisóstomo, contra los que, como Judas, comen para su condenación el Cuerpo de Cristo, alegase este lugar contra todos los que reciben el Cuerpo de Cristo. Las declamaciones contra el abuso del bien en ninguna manera tocan a los que no sacan daño, sino provecho de aquel mismo bien.

El otro lugar que se alega contra las versiones vulgares es la respuesta que dio 

S. Basilio a un cocinero del Emperador Valente, la cual refiere el obispo Teodorito por estas palabras: "Habiendo mandado Basilio al Emperador que entrase a la parte interior del sagrado velo donde él estaba, le habló largamente de la recta doctrina de la fe, y Valente le escuchaba con gusto. Hallábase presente un hombre llamado Demóstenes, cocinero mayor del Sacro Palacio, el cual queriendo reprender al maestro de toda la tierra, cometió un barbarismo. Entonces el divino Basilio, sonriéndose: Hemos visto, dijo, a un Demóstenes sin letras; y como él poseído aún más de la ira prorrumpiese en amenazas, continuó el gran Basilio diciéndole: A tu cargo está sazonar la comida; los divinos dogmas no los puedes oír, porque tienes tapadas las orejas (a).” (a). Theodorit. Histor. Eccles. lib. IV. cap. 19.

No sé qué vieron en este lugar el padre Sigüenza y el cardenal Belarmino, para colegir de él, que S. Basilio estaba mal con que el pueblo leyese la Escritura. Primeramente, 

¿dónde se habla aquí del uso de leer la Escritura en lenguas entendidas del pueblo? 

Ni una palabra se halla de semejante costumbre en toda esta contestación. Reprehende S. Basilio a aquel cocinero, porque siendo seglar y del número de aquellos habladores, que, como dice S. Pablo, quieren hacerse maestros sin entender lo que hablan, ni lo que aseguran (a); en el Templo, delante del Emperador, y cuando este con algún deseo de no proteger ya la facción de los arrianos, había ido de buena fe a escuchar la doctrina católica, tiene la osadía de cortarle la palabra, y reprenderle con ira y mal modo. Esto es lo que Teodorito refiere; ni dice que las réplicas de aquel Demóstenes ignorante se tomasen de la Escritura, como aseguran Sigüenza y Belarmino (b), que fuera algún color para lo que de ahí concluyen: aunque ni el abuso de este, ni su osadía en reprender a un obispo que era maestro de toda la tierra, tendría nada que ver con que los fieles sencillos y bien intencionados lean para su propia utilidad versiones bien hechas de la Santa Escritura.

No faltaron otros que junto con los santos Gerónimo y Basilio alegasen también a 

S. Gregorio el teólogo como enemigo de las traducciones vulgares de la Escritura. Fundábanse en que este Padre alaba la ley o costumbre que tenían los hebreos, de que nadie hasta los XXV años de edad leyese el principio del Génesis, el principio y el fin de la Profecía de Ezequiel, y el Cantar de Cantares (c).

(a) I. Timoth. I. 6. 7.

(b)  Cum praefectus culinae Imperatoris nescio quid de Scripturis protulisset &c. (Belarmin. loc. laud.) Atrevióse delante del Santo a decir no sé qué de la Santa Escritura, y díjolo mal; no sufrió el gran Padre ver en la boca de aquel ministro la Escritura. (Sigüenza en el lugar citado pág.791.) 

(c) S. Greg. Nazianz. Orat. I.

Pero lejos de concluirse de aquí que a aquel pueblo estuviese vedada la lección de la Escritura, este mismo testimonio es una prueba demostrativa de que todos los judíos de cualquiera edad y estado que fuesen, podían leer los demás libros y capítulos no comprendidos en esta excepción. Lo cual en el mismo lugar declaró este Padre, diciendo que libros sagrados desde el principio estuvieron patentes, y fueron comunes a todos. Era pues ley general entre los judíos, como arriba se declaró, que todos desde la primera infancia leyesen u oyesen leer las Santas Escrituras. De esta ley, que comprendía a todos los sexos y estados, se exceptuaron los dichos lugares, cuya lección no se negaba absolutamente al pueblo, sólo se difería hasta los XXV años, o hasta los XXX, como dice S. Gerónimo, no fuese que la gente moza por la ignorancia y poca experiencia de la edad, dejase de entender lo alto y obscuro de aquellas expresiones del Génesis y de Ezequiel, y por el fuego de la carne, que de ordinario bulle más en los primeros años, interpretase en sentido carnal los amores espirituales del Esposo y de la Esposa.

Que si el diferirse entre los judíos la lección de estos lugares de la Escritura basta para probar que toda ella debe vedarse siempre a nuestros pueblos, ¿con cuánta más razón alegaríamos nosotros la ley general en que a todos ellos se permitía esta lectura, para que la establezca también la Iglesia cristiana? El extender las pruebas a más de lo que dan de sí, debilita mucho las causas, y expone a sus abogados a que por ellas mismas se les haga confesar lo contrario de lo que intentaban probar. 

Lo que esta excepción prueba, es el orden que debían guardar los hebreos en la lección de los sagrados libros: del cual no pretendo yo, ni han pretendido nunca los padres retraer al pueblo cristiano. Porque cierto es que aún ahora en la ley evangélica han de tener los fieles método y concierto en tan saludable ejercicio: que en esto se ha de atender a la edad, a la índole, a la necesidad y al mayor o menor adelantamiento de cada uno en el camino de la virtud: que a este fin deben tomar consejo de su propio Pastor o Director, o de quien por su saber, y por su estado y dignidad, conociendo las calidades del que pide, pueda resolver con tino en esta materia. Pero de esta necesidad de ordenar la lección de la Escritura, ¿quién inferirá que se haya de prohibir al pueblo la lección de la Escritura? ¿Por ventura el que enseñase a los fieles el orden con que han de meditar en la misa los Misterios de la Pasión de Cristo, con este hecho les vedaría el oír misa? Así pues como S. Gerónimo no prohibió a la hija de Leta que leyese los Cantares, ni otro alguno de los sagrados libros, cuando señaló el orden que en esta lectura debía guardar; así el Nacianceno, cuando refiere esta costumbre de los hebreos, no da a entender que entre ellos estaba prohibida la lectura de los libros santos, ni que lo debe estar entre nosotros; sino que así nosotros como ellos estamos obligados a guardar en este ejercicio el orden, que respeto de todas las cosas que se leen o estudian, prescribe la buena Lógica: que se comience por lo más fácil, que se prefiera lo necesario a lo útil, y lo más útil a lo menos útil: que se pase de lo claro a lo obscuro, de lo llano e inteligible a lo alto y escabroso: que cada conocimiento se dé en la sazón y oportunidad que piden la edad, el talento y las demás calidades del que aprende: para que de esta suerte se evite toda turbación, se gane tiempo, y se haga fructuoso el trabajo que sin el orden fuera perdido y pudiera ser dañoso.

Otros pocos lugares de estos mismos santos alegan nuestros contrarios al mismo propósito, en cuya respuesta no es razón alargar este escrito, pudiendo cualquiera hallarla por sí y desengañarse del verdadero sentido de sus palabras, leyéndolas en su fuente. Sólo quiero añadir cuán reprensible es el conato de los que con tranquillas y cavilaciones intentaron torcer la inteligencia obvia de los padres en esta materia, en que hablaban no como promovedores de sus opiniones privadas, sino como testigos auténticos del espíritu de la Iglesia.


CAPÍTULO XV.


La costumbre antiquísima de leer en los templos la Escritura delante del pueblo, prueba que la Iglesia no entendió aquellas palabras del Salvador, como las interpretaron después los teólogos que impugnamos. 


Volviendo pues a las palabras de Cristo: No queráis dar lo santo a los perros; donde veo yo todavía con mayor claridad cuan siniestramente las entendieron aquellos teólogos, es en la práctica que desde los primeros siglos observó la Iglesia, de leer en el templo delante del pueblo cristiano los libros canónicos así del Antiguo como del Nuevo Testamento. La Iglesia, Esposa de Cristo, depositaria de su espíritu, maestra de las verdades que enseñó, e intérprete de las palabras con que las enseñó; por ningún  caso hubiera establecido las lecciones públicas de la Santa Escritura, si hubiera llegado a entender que prohibía el Salvador a los pueblos el conocimiento de lo que en ella se encierra. Sin embargo vemos que los santos obispos de aquella primera edad, no satisfechos con exhortar de palabra a los fieles a la continua y fervorosa lección de los libros divinos, por mantenerles sin caimiento ni quiebra en su primera virtud, más que por imitar en esta parte la costumbre de la sinagoga (a), dispusieron que se leyesen delante de todo el pueblo, en las colectas o juntas donde se congregaba. 

A este fin se instituyó el grado eclesiástico de lector, cuyo oficio era leer públicamente en el templo la Sagrada Escritura, según la distribución que de ella tenían hecha los prelados, con respeto a las varias festividades de la Iglesia, y a las necesidades de los pueblos y de los tiempos (b).

(a) Véase el cap. XV de los hechos Apostólicos. Rabbi Zacuth. ap. Frassen. Disquisit. Biblic. lib. 1. cap. 1. § 3 dice, que la mayor persecución de cuantas habían padecido los judíos, fue el edicto del Emperador Trajano, en que les prohibía leer la Ley así privadamente como en público. Porque desde el tiempo de Esdras hasta aquella edad no se había jamás interrumpido esta sagrada lección en las sinagogas especialmente el sábado. Del método con que se leía la sagrada Escritura en las sinagogas de los judíos habla R. Moysés Maimónides in Jad-Chasakah, id est, manu forti Tract. de praecib. et benedict. Sacerd. cap. 13. Vid. Frassen loc. laud. 

Campegio Vitringa de Sinag. Vetere lib. III part. II cap. II p. 1009 y Juan Francisco Budeo Comment. de Ecclesia Apost. cap. 7 § 4 p. 820 y otros juzgan que de esta costumbre de los judíos se movieron los cristianos a leer los sagrados libros en sus juntas. Otros por el contrario, atribuyen esta práctica a la naturaleza e índole del culto de Dios, el cual se aprende y se rectifica con el estudio y meditación de las Escrituras.  Ambas opiniones pretende concordar Juan Jorge Walchio (Histor. Eccles. Novi Testamenti Saec. I. cap. 3. Sect. 1. § 5 edit. Ienae 1744 pág. 405) diciendo que los cristianos por la naturaleza misma de la religión que profesaban, entendieron que convenía leer en sus juntas la Escritura; pero que el modo de esta lección, esto es, la distribución de los libros santos conveniente este fin, la aprendieron de los judíos. 

(b) V. S. Cyprian. Epist. XXXIII et XXXIV et Concil. Toletanum I. Can. II. et IV. 

Del método con que se leían las Escrituras sagradas en las juntas de los primeros fieles tratan largamente Walchio en la citada Histor. Ecclesiast. Novi Testamenti Sect. III. cap. 3 § 5 pág. 714 y en la Sect. III cap. 3 § 6 pág. 1076. seq. y Guillermo Ernesto Tentzelio en la Disertación de Ritu lectionum Sacrarum, y en el Compend. Antiquitatum Ecclesiasticarum que se publicó con un prólogo del mismo Walchio lib. II. cap. 2. p. 131. seq. 

De suerte que en ninguna de estas colectas, bien se celebrasen en tiempo de paz o de persecución, dejó de ser la lectura de los libros santos una de las principales ocupaciones del pueblo. Verdad es esta sentada en la historia; mas porque algunos se explican en orden a esto como si pusieran en ella alguna duda, reproduciremos aquí algunos de los innumerables documentos con que se acredita.

Entre los cuales merecen el primer lugar las Constituciones Apostólicas por su antigüedad, y por la autoridad que siempre han tenido en la Iglesia. Descríbese en ellas el orden con que se han de sentar y colocar en el templo los obispos y los presbíteros y los demás clérigos, según el grado que tuvieren en la eclesiástica jerarquía. Y después de haber señalado la separación con que han de estar los hombres de las mujeres, y el silencio que estas deben guardar, y la subordinación de unos y otros a los diáconos, prosiguen diciendo (a): "En medio de todos el lector de pie, en un lugar elevado (como el púlpito, y después de misa al pulpito) lea los libros de Moisés y el de Jesús hijo de Nave, y los de los Jueces y de los Reynos, como también los Paralipómenos, y lo que de la vuelta del Pueblo está escrito. Además de esto, los libros de Job y de Salomón, y juntamente los de los diez y seis Profetas: y concluídas que sean las lecciones por dos lectores, cante otro los salmos de David, y el pueblo responda cantando el remate de cada verso (b). 

(a) Constit. Apostolic. lib. II. cap. 57. ap. Cotel. in Collect. PP. Apostol. Antuerp. 1698. T. 1. pág. 260. seq.

(b) Por esta causa los salmistas en la Historia de Sócrates (lib. V cap. 22) son llamados *griego, amonestadores, pronunciadores o prenunciadores del Salmo. De donde se derivó el nombre de los que llaman los griegos *gr, y los latinos praecentores. A esta costumbre alude S. Juan Chrisóstomo, cuando dice (Homil. XXXVI. in I. Corinth. penes finem): El que canta, solo canta: y aunque todos respondiendo resuenan, como de una sola boca sale la voz: Esto es lo que llama S. Ambrosio, responder al Salmo; Psalmus respondetur (in Luc. lib. VIII n. 238.) y Casiano, responder a los salmos entonando o cantando uno. Uno modulante (de Instit. Caenob. lib. III. cap. 8.) Y Eucherio, responder cuando se canta el Salmo. (Serm. de Oratione.) 

Después de esto léanse nuestras Actas y las Cartas de Pablo, ayudador nuestro; las cuales por impulso del Espíritu Santo envió a las iglesias. Luego el diácono o el presbítero lea los Evangelios que yo Mateo y Juan os hemos entregado, y los que recibidos de nosotros os han dejado igualmente Lucas y Marcos, ayudadores de Pablo.” Hasta aquí las Constituciones Apostólicas.

Esta ley se miró desde los primeros siglos con tanto respeto, que Tertuliano, entre los impedimentos para que se casase fiel con infiel, alega la falta de la lección de las Escrituras, como de un fomento con que se conservaba el calor de la fe (a). 

Y Taciano Asirio, discípulo de S. Justino mártir, en su Oración contra los griegos, justamente alabada de Eusebio Cesariense y de S. Gerónimo, dice de los cristianos de

su tiempo, que todos de todas edades y sexos eran admitidos a oír la filosofía de la religión (b).

La misma ley confirmó S. Cipriano en su Iglesia, cuando mandaba al lector que puesto en lugar alto, de modo que fuese visto y respetado del pueblo, leyese los preceptos del señor y su Evangelio (c). De esta asistencia a la lección de la Escritura, ni los rudos ni los ignorantes eran excluidos, ni los que acababan de convertirse a la fe; salvo que a estos por ser tiernos aún en los misterios de la religión, se les exhortaba juntamente, como dice Eusebio, a que creyesen aquellas palabras como palabras de Dios (d). 

El mismo Eusebio dice de unos mártires que padecieron en el Imperio de Maximino, que fueron presos en Gaza al tiempo que iban a oír las lecciones de la Sagrada Escritura (e). En las Actas de S. Saturnino y Compañeros, que padecieron en tiempo de Diocleciano y Maximiano, se lee de otro mártir llamado Félix, que habiéndole dicho el juez que no quería saber si era cristiano, sino si asistía a las colectas, o tenía algún ejemplar de la Escritura; respondió: "Hemos celebrado la gloriosísima colecta. Todos los domingos nos congregamos a leer las Divinas Escrituras (f).” 

(a) Quae Christi invocatio? Ubi fomenta fidei de Scripturarum interlectione? (Tertull. ad uxorem lib. II cap. 6.)  

(b) Quicumque autem audire voluerit, omnes hoc modo admittimus, etiam si auus, etiam si adolescentes fuerint. (Tatian. Assirii contra Graecos Orat. n. 32. inter Op. S. Justini M. Edit. París. 1742 pág. 269.)

(c) S. Cyprian. Epist. XXXIV ad Clerum et Plebem. pág. 48. 

(d) Eusebius Praeparat. Evangel. lib. XII cap. 1. Edit. Coloniae 1688 pág. 573. 574.

(e) Id. De Martyribus Palaestinae cap. 8. 

(f) Act. SS. Saturnini et Soc. cap. 3. ap. Acta Sanctor. XI. Februar. T. II. pág. 517.

En la vida de S. Orsisio abad, que florecía hacia los fines del siglo IV y sucedió a 

S. Pacomio en el gobierno de su monasterio, se lee como costumbre recibida desde su fundación, que los monjes, concluido el trabajo de cada día, se congregaban a escudriñar las Escrituras, sin otro cuidado que el de su eterna salud (a). Y esto sea dicho de los demás monasterios así de Oriente como de Occidente, cuyos fundadores y abades quisieron que una gran parte de la ocupación diaria de los monjes fuese la lección de la Biblia (b).

San Cirilo obispo de Jerusalén refiriendo por partes los espirituales adornos de que resulta la belleza divina de la Iglesia, cuenta entre estas joyas la lección de la Escritura (c). Y señalando la causa de esto: "Necesidad tenemos, dice, de la gracia de Dios, de pensamiento despierto (pone dispierto), y de ojos perspicaces; no sea que comiendo la mala hierba (yerva) en vez del trigo, caigamos por ignorancia en algún pecado... 

A este fin amonesta la Iglesia, a este fin se establece el presente concurso, a este fin se tienen las lecciones (d).” Y exhortando después a la atenta y continua meditación de los libros canónicos, dice que se leen en la Iglesia con segura esperanza de coger fruto de este ejercicio (e).

A esta misma costumbre se refiere san Juan Chrisóstomo, poniéndola entre las cosas que ennoblecen la Iglesia, al lado de la santa Eucaristía (f). Y en otro lugar dice de las cartas de san Pablo, que las oía leer en el templo tres o cuatro veces a la semana (g). San Basilio confirma esto mismo diciendo: "Nuestros son los oráculos divinos, y la Iglesia de Dios los lee en todas sus juntas, como dones enviados por Dios, como un cierto alimento dado por el Espíritu Santo (h).” 

(a) Vita S. Orsisii Abb. ex Actis SS. Pachomii ac Theodori Sinaxario MS. et aliis ap. Act.SS. 15. Junii T.II. pág. 1055. 

(b) V. Constitut. Arabic. ap. Asseman. Biblioth. Orient. Clementino-Vatic. T. III P. II. Dissert. De Syris Nestorianis pág. 924. et Magnoald. Ziegelbaver. Hist. Rei Litter. Ordinis S. Bened. P. II. pág. 33. seq.

(c) S. Cyrill. Hierosol. Pro catechesi n. 4 Op. pág. 4.

(d) Id. Catech. IV de decem dogmat. n. 1. pág. 51. 52.

(e) Id. ibid. n. 35. pág. 68.

(f) S. Joan. Chris. Serm. in Inscript. altaris et in princ. Act. 1. Op. T. III. p. 53. 

(g) Id. Prooem. in Ep. ad Rom. initio Op. T. IX. pág. 425. 

(h) S. Basil. Homil. in Ps. LIX. n. 2. Op. T. 1. pág. 190. 

El Concilio de Laodicea celebrado por los años 364 de Cristo en el Canon XVI encarga que el Sábado se lean los Evangelios y las demás Escrituras (a).

San Agustín dice de su tiempo: “Concurren los pueblos a las iglesias con casto júbilo, con honesta discreción de uno y otro sexo... En donde clamando a vista de todos desde un lugar elevado la Santa Escritura y la doctrina de la justicia; los que obedecen, la oyen para su premio, y los que no obedecen, la oyen para su condenación (b).

En el Concilio de Cartago de África, celebrado por los años 419, once antes de la muerte de san Agustín, suponen los padres esta costumbre de leerse en la Iglesia los libros canónicos del Viejo y Nuevo Testamento (c), asegurando haberla recibido de sus mayores (d). Y esta práctica llegó a mirarse con tanto respeto en la Iglesia, que el Concilio I de Braga, celebrado por los años 561, entre las causas porque ponerse debía imponerse pena de excomunión, señaló el entrar en la Iglesia y no oír las sagradas Escrituras (e).

Y no sólo a oír los libros divinos, sino a recitar también parte de ellos, eran llamados al templo los cristianos. Por lo menos los salmos de David los cantaba el pueblo en todas las iglesias, desde el establecimiento que hemos citado de las Constituciones Apostólicas. Eusebio Cesariense explicando aquello del salmista: Haced oír la voz de su alabanza, dice: "Admira cómo se han cumplido estas palabras, cuando por toda la tierra en medio de las ciudades, en las calles, en los campos, por todas las iglesias de Dios, los pueblos de Christo escogidos de entre todas las gentes, a voz en grito cantan himnos y salmos no a los Dioses patrios, ni a los demonios enemigos de Dios, sino al solo Dios predicado por los profetas; de suerte que hasta los que están fuera, oyen la voz de los que cantan (f).”

(a) Conc. Laod. Can. XVI ap. Guill. Voellum Bibl. Juris Can. Vet. T.1. pág. 51. 

(b) S. Aug. de Civ. Dei lib. II. cap. 28. Op. T. VI col. 46. Merece leerse a este propósito el libro XIII contra Faustum cap. 18. Op. T. VIII col. 187.

(c) Conc. Afric. Carthagin. cap. 24. ap. Guill. Voellum Biblioth. Juris Can. Vet. T. 1. pág. 342. 

(d) A Patribus ista accepimus in Ecclesia legenda. (Conc. Afric. ap. Voell. ib. p. 343.) 

(e) Conc. Bracharense I. cap. 83. ex Collect. Martini Brachar. cap. 38. 

(f) Euseb. Caesar. in fin. Cantic. Ps. LXV v. 7. ap. Montfauc. in Collect. nova PP. et Script. Graecor. Tom. 1. pág. 325. 331.

A este mismo propósito escribía san Basilio a los Clérigos de Neocesarea, respondiendo a los que calumniaban la costumbre de cantar los salmos: 

"Entre nosotros se levanta de noche el pueblo a la casa de la oración, y confesando a Dios con amargura y aflicción y continuas lágrimas, cuando acaban la oración, pasan a la salmodia. Primero divididos en dos coros, cantan alternativamente, y por este medio se fortalecen en la meditación de las Escrituras, y concilian la atención del ánimo, y desnudan el corazón de todo distraimiento. Después encargando a uno que cante primero, le siguen los demás en el canto (a).” Y luego dice que no sólo en su Iglesia era recibida esta práctica, sino en todo Egipto, en ambas Libias, en la Tebea, en Palestina, en Arabia, en Fenicia y Siria, y en todos los que habitaban a la ribera del Eúfrates (b). Sozomeno refiriendo la traslación de las reliquias de san Bábilas mártir, que por orden de Juliano Apóstata hicieron los cristianos, desde Dafne, lugar inmediato a Antioquía de Siria, donde las había mandado colocar Galo, hermano de dicho Emperador, a otro sitio que distaba de allí como cuarenta estadios; dice que por el camino anduvieron cantando salmos de memoria todos los que acompañaban las santas reliquias, hombres y mujeres, mancebos y doncellas, viejos y niños. (c)

A estos testimonios quiero añadir el del famoso viajero Egipcio Cosme llamado vulgarmente Indico-pleusta por su navegación a la India; el cual por lo que vio en aquellas regiones y en las de Etiopía y en otras de Oriente por donde anduvo a principios del siglo VI hacia los tiempos del Emperador Justiniano, dice: "Bien público es que en todas las Iglesias del mundo se oyen cantar los salmos de David; y que no se caen de la boca de los hombres de casi todas edades, y que todos los meditan y traen a la memoria, más que los otros profetas y lo demás de la Escritura (d).”

(a) S. Basil. Epist. CCVII ad Clericos Neocesar. 1. 3. Op. T. III. pág. 311. 

(b) Id. loc. laud. V. S. Aug. de Doctr. Christ. lib. II. cap. 13. n. 20. Op. T. III P. 1 col. 20. 

(c) Sozomen. Hist. Eccles. lib. V c. 19. 

(d) Cosmae Indico-pleustae Christianorum opinio de mundo, sive Topographia Christiana lib. V ap. Monfaucon in Collect. nova PP. et Script. Graecor. T. II. p. 229.



CAPITULO XVI.

Cavilaciones con que algunos intentaban tergiversar estos hechos. Pruébase que la Escritura se leía en el templo en lenguas entendidas de todos. Respóndese a los que negaban que los libros santos anduviesen en las manos del pueblo.


¿Quién creyera que a unos testimonios tan claros de la Historia antigua de la Iglesia no cediesen los impugnadores de las traducciones vulgares? Pero en esta controversia como en todas las que penden de hechos, cuanto más ingenio tienen los preocupados contra la verdad, están en mayor peligro de dejarse llevar de su imaginación, buscando algunas veces tranquillas para probar que esto debió haber sido así, en vez de examinar si de hecho fue así. Por donde no debe causar extrañeza, que entre los que ahora impugnamos haya quien replique a esta demostración.

Concede uno de ellos primeramente que la Escritura se leía delante de todo el pueblo, porque esto ni él ni nadie lo puede negar; pero dice que se leía, no en lenguas sabidas de todos, sino en la que sólo entendía la gente sabia: que esta costumbre nacida, a su parecer, de los apóstoles, fue constantemente observada por los prelados que les sucedieron (a), y por consiguiente no podía ser que la Iglesia leyese al pueblo los libros sagrados en una lengua en que sus pastores no consentían que se tradujesen (b), "Admirable caso es, añade otro, y digno de que se considere, que jamás la Santa Escritura ha sido leída ni cantada en los divinos oficios en lengua que haya sido común para todo el pueblo en general... 

(a) Quum idcirco Apostoli ejemplo docuerint Divina ipsa monumenta haud quaquam omnibus vulgari et intelligibili sermone sed planè viris doctis peculiari exhibenda fore: hunc quoque morem et ipsa retinuit antiquitas et posteriores Ecclesiae duces perpetuo observarunt (Licet. loc. laud. pág. 70.)

(b) Manifestum fit, nunquam primitivae Ecclesiae Duces et Praepositos voluisse omnibus noto et communi sermone Sacram Litteris constare Doctrinam; quod revera curassent, si conducere rati fuissent (Licet. ibid. pág. 69.) 

Siempre a lo menos lo más y por la mayor parte, cuando esta santa Escritura se leía en los templos o sinagogas, pocos del pueblo la entendían (a).”

Para mostrar cuan sin fundamento se dijo esto, bastaría hacer presente el fin porque así en la sinagoga (b), como en la Iglesia se instituyó esta santa lección, que fue hermanar con el culto de Dios la utilidad del pueblo. La Iglesia con especialidad uno de los fines que se propuso para leer aun en la misa los libros santos, y decir de un modo claro y perceptible ciertas palabras de ella, fue la instrucción y la edificación de los que a ella asisten, los cuales efectos, como dice san Agustín, no produce lo que no se entiende (c). De manera que aunque ahora tenga la Iglesia causas justísimas para no mudar las lenguas en que celebra la misa y los oficios divinos, no obstante que han dejado de ser vulgares; al principio no fue así; sino que se decía la misa, y se hacían todas las preces y oraciones públicas en las lenguas que el pueblo entendía, conforme al espíritu del apóstol que dice: Si no entendiese la fuerza de la palabra, para aquel a quien hablo seré bárbaro, y el que habla, para mí será bárbaro (d), esto es, extraño y desconocido. 

(a) El P. Sigüenza en el lugar citado. 

(b) Los judíos desde el tiempo de Esdras, o acaso desde la misma cautividad de Babilonia tenían por costumbre que el texto hebreo que se leía en la sinagoga todos los sábados, se tradujese verso por verso a la lengua caldea que era ya vulgar en el pueblo (Eli. Levita Praefat. in Methurgeman). De aquí nació entre ellos la práctica  antiquísima de traducir los libros santos a la lengua caldea. Túvose en esto respeto a  los lectores públicos de la Escritura, a cuyo cargo estaba traducirla conforme la iban leyendo. Bartolocci (Biblioth. Rabin. P. 1.  edit. Romae 1675. pág. 406.) es de parecer que antes de salir el pueblo del cautiverio de Babilonia, se le dio la versión caldaica  del Pentateuco. A estas versiones llamaron los judíos Targumim, o Paraphrases,  aunque por la mayor parte son traducciones bastante ajustadas. Aun en el día existen muchas de ellas sobre todos los libros sagrados, a excepción de los de Daniel y de Esdras, que como escritos por la mayor parte en lengua caldea, no necesitaban de semejante versión. De estas versiones caldaicas trae un copioso catálogo Enrique Wharton (in Auctario Historiae Dogmaticas J. Usserii de Scripturis et Sacris Vernaculis cap. 1.) Eusebio César. Praep. Ev. lib. IX c. 6. edit. Coloniae 1688 cuenta con autoridad de Aristóbulo que antes de Ptolomeo Filadelfo estaba traducida a la lengua griega una parte del Pentateuco de Moisés. De los judíos de Egipto y Alejandría, que vivían antes de Cristo, dice Huet que en sus sinagogas leían los libros sagrados traducidos a la lengua griega, que era la que vulgarmente hablaban y entendían, y que por esta razón pusieron en ella la historia de los Macabeos. Huet. Demonst. Ev. Prop. IV de lib. II. Mac. 

(c) S. Aug. de Genes. ad litt. lib. XII cap. 8. Op. T. III. P. 1. col. 226.  

(d) I. Cor. XIV II.

Y así santo Tomas llama conforme a razón el haber establecido la Iglesia que sus ministros digan en alta voz las oraciones públicas y comunes, para que de esta suerte pudiesen llegar a noticia de todos (a). Aun el Concilio de Trento en el mismo lugar donde dice que los padres no tuvieron por conveniente que se celebrase generalmente la misa en lenguas vulgares; para no apartarse en un ápice del espíritu con que la Iglesia estableció en ella las lecciones públicas, encarga a los pastores y a los demás que regentaren la cura de almas, que frecuentemente durante el mismo sacrificio, declaren al pueblo por sí, o por otros, algo de lo que se lee en la misa (b).

Pero aunque esto bastaba, todavía convendrá reproducir uno u otro hecho en prueba de lo que ahora tratamos. Que en Egipto se leyesen en el templo las Escrituras en lengua egipcia, consta de que siendo niño S. Antonio abad le llevaban sus padres al templo, como dice san Atanasio, y allí escuchaba lo que se leía, y conservaba lo que

oía para componer y ordenar sus costumbres, por cuyo medio le llamó Dios después a que dejase para ser perfecto todo cuanto había heredado. Y sabemos que san Antonio nunca supo más lengua que la egipcia. Pues a los filósofos griegos que iban a tratar con él después que se retiró al desierto, no les podía entender ni hablar sino por intérprete; y cuando san Pafnucio, que era griego de nación, le visitó, dice Paladio que les servía de intérprete un solitario llamado Crosno, inteligente en una y otra lengua, porque san Antonio no sabía sino la egipcia.

(a) S. Thom. II. II. Q.LXXXIII. art. 12. 

(b) Conc. Trid. Ses. XXII de Sacr. Mis. c. 8.

En las provincias del patriarcado de Antioquía, que estaban al otro lado del río Eúfrates, aunque muchos de sus habitadores entendían la lengua griega, la siríaca era la vulgar de todo el pueblo, habiendo en el siglo V muchos obispos de Osroena y Mesopotamia que no entendían más lengua que la sira. Por ejemplo, Uranio obispo de Himera en Osroena, a quien se cometió junto con otros dos la causa de Iba, obispo de Edesa, por no entender el griego en que estaban escritas las acusaciones que se hicieron contra aquel prelado ante el Concilio, o sea juicio eclesiástico de Berito, celebrado por los años 449 o acaso en 448 siendo cónsules Flavio Zenón y Postumiano; tuvo necesidad de que se le tradujesen a la lengua siríaca, que era la suya vulgar. En lo que convinieron los jueces de aquella causa, encargándose de esto Maras, presentado al Concilio por los notarios como inteligente en una y otra lengua (a).

En el Concilio II de Constantinopla, celebrado por los años 553 en tiempo del Emperador Justiniano, muchos de los obispos de aquellas regiones subscribieron en lengua sira, sin duda porque no sabían la griega. De donde se sigue que en la lengua sira, que era la vulgar de aquellos pueblos, se leían en sus iglesias las sagradas Escrituras, no teniendo color siquiera de verosimilitud que se usase para este fin de idioma no entendido por sus mismos prelados.

Otro tanto pudiéramos decir de las lenguas armenia, etiópica (etíope) y de las demás, fundados en la historia de estas naciones, y en el testimonio de Orígenes, que de cada uno de los pueblos que habían recibido el Evangelio, dice, que alababa a Dios en su propia lengua (b).

San Juan Chrisóstomo argüía a su pueblo que no podía excusarse legítimamente de la ignorancia de las Escrituras, supuesto que las oían leer, no en hebreo ni en latín ni en otra alguna de las lenguas que eran para ellos extrañas, sino en la suya nativa que era la griega (c). Esta era la práctica general de las iglesias de Oriente. De los sármatas y de otras naciones bárbaras lo confiesan algunos de los impugnadores de estas versiones: aunque dan por razón de este uso el que aquellos pueblos no sabían las lenguas griega y latina, ni tenían ministros que en ellas pudiesen declararles la Escritura. Entre los armenios duraba todavía esta costumbre en el siglo XIII, de lo cual habla el P. Buenaventura Brocardo, como testigo de vista (d).

(a) Las Actas del Concilio de Berito en la Ac. X del Concilio Calcedonense, celebrado tres años después. Collect. Conc. Labb. ex edit. Colet. T. IV col. 1538. seq. 

(b) Orig. contr. Cels. lib. VIII pág. 402. 

(c) At nescio, inquit, quae sita sunt in Divinis Scripturis. Quare? Num enim Hebraicam, num Romanam, num aliam linguam dicta sunt? An non Graecè dicuntur? (S. Jo. Chrisost. in II. Epist. ad Thessalon. c. II. Homil IV n. 4. Op. T. XI. pág. 528.) 

(d) A quien llaman mal Borchardo los impresos, en su itinerario (P. II. cap. 2. Sect. IX.) Este pasaje con alguna variación copió por por los años 1440. Tomás Rudburn, inglés, en su Historia mayor MS. lib. V cap. 2. Tráele también Wharton in Addendis in Auctario Hist. Dogm. J. Usserii de Script. et Sacr. Vern. El P. Brocardo emprendió su viaje por los años 1283 como el mismo asegura. (P. 1. c. 7. Sect. X.)  


Por lo que toca a la Iglesia latina, cuando S. Martín fue electo obispo de Turon, cuenta Severo Sulpicio (a) que habiéndose leído en latín un verso del Salmo VIII, se aseguró en su elección el numeroso pueblo que en el templo se hallaba. Otro tanto se lee de la catedral de Milán en tiempo de S. Ambrosio. De lo cual es excusado alegar otras pruebas, supuesto que, como queda dicho, en España, en Italia, en Francia y en las demás provincias de Occidente sojuzgadas por los romanos, hablaba y entendía generalmente el pueblo la lengua latina en que se leían en el templo las Santas Escrituras. Aun un abuso que acerca de esto se introdujo después en la Iglesia, sirve de nueva confirmación a estos hechos. Porque como no hay cosa por buena que sea de que no pueda abusar la humana malicia, hubo seglares que llegaron a arrogarse el oficio de los lectores, tomándose la licencia de leer públicamente en el templo los sagrados libros; con lo cual dieron ocasión a que muchos Concilios así de Oriente como de Occidente, aun en los tiempos en que del todo no habían dejado de ser vulgares las lenguas en que se leía la Escritura, publicasen decretos para atajar este mal. Pero no tocaron en la costumbre de que asistiese el pueblo a esta santa lección (b). Convencido de estos o de otros fundamentos que ahora omitimos, confiesa de los tiempos de S. Juan Chrisóstomo uno de estos autores, que entonces los legos estaban ejercitados en la lección de las Santas Escrituras; las cuales corrían en las lenguas griega y latina, que eran entendidas del vulgo (c).

(a) Sulpic. Sever. lib. de vita B. Martini cap. 8. Op. pág. mihi 453. 

(b) El Concilio Laodic. en el Can. XV. El Constantinop. de 692. El Niceno II celebrado en 787. Can. IV. El aquisgranense de 816. lib. 1. cap. 76. 

(c) Azor. Instit. Moral. lib. VIII. c. 26. Sect. objicios in resp. ad Chrisost.

Aun de los que no negaron que la Sagrada Escritura se leía antiguamente en lenguas entendidas del pueblo, creyeron algunos que las exhortaciones de los padres y doctores con que le estimulaban a este ejercicio, no se entendían sino de la lección pública que acabamos de decir, en la cual no había daño ni riesgo de él, porque de ordinario iba acompañada de la declaración del obispo. Pero que fuera del templo y de las horas en que los fieles se congregaban, no les era permitido que anduviesen leyendo los sagrados libros. No a todos se franqueaba la Escritura, dice Alfonso de Castro, de manera que cada uno de los fieles indiferentemente la pudiese leer; solos 

los sacerdotes y doctores la tenían consigo (a). 

Admira que haya habido quien hiciese caso de un argumento que ni color siquiera tiene de verdad, desmentido con hechos notorios. Primeramente, ¿quién ignora la franqueza, y aun el afán con que los antiguos predicadores de la cruz de Cristo daban al pueblo ejemplares del mismo Evangelio que predicaban? Eusebio Cesariense lo dice bien claro de algunos celosos obreros que florecieron en tiempo de los santos mártires Ignacio y Policarpo (b). De S. Pámfilo, que padeció por los años 308, escribe S. Gerónimo que a los fieles daba las Santas Escrituras para que las leyesen y las tuviesen consigo; no sólo a los hombres, mas también a las mujeres que veía dedicadas a leer: y que con este objeto preparaba muchos ejemplares de los libros santos para darlos, lo pedía la necesidad, a quien los quisiese recibir (c). Y cierto era mal camino para que los cristianos no leyesen privadamente la Escritura, irles de propósito dando ejemplares de ella.

San Clemente Alexandrino dice de los de su tiempo que leían la Escritura antes de sentarse a la mesa, y que mientras comían y antes de irse a dormir y en el discurso de la noche, se ejercitaban en salmos y otros cantares espirituales (d).

San Cirilo obispo de Jerusalén, dejaba de explicar al pueblo muchas cosas tocantes a la doctrina de la religión, suponiendo que los más aplicados a la lección de la Escritura, podrían suplir privadamente con ella a lo que no alcanzaban sus sermones (e).

(a) Ipsa tamen Scriptura non omnibus patebat, ut ab omnibus sine ullo discrimine legi posset; sed soli Sacerdotes el Legis periti eam apud se tenebant. (Alf. a Cast. de Justa Haeretic. punitione lib. III. cap.7.) 

(b) Euseb. Caes. Hist. Eccles. l.III. c. 37.

(c) S. Hieron. in Apolog. adv. Rufinum ap. Acta SS. Mens. Junii T. II. pág. 64.

(d) S. Clem. Alexandr. Stromat. lib. VII. cap. 7. Op. Oxonii 1715. T. II. pág. 860. seq.  

(e) S. Cyrill. Hieros. Cateches. XVII de Spiritu Sancto II. n. 34. pág. 281.

Pero sobre todos los doctores y padres antiguos, en san Juan Chrisóstomo es en donde yo veo claro el espíritu de la Iglesia acerca de la privada lección de la Escritura. “No sólo cuando venís acá (al templo) decía al pueblo en cierta ocasión (a), sino también en casa tomad en vuestras manos los libros divinos, y recibid con grande anhelo la utilidad que en ellos se encierra.” Y luego prosigue: "Ruégoos no perdamos por desidia nuestra tan crecida ganancia; mas ocupémonos también en casa en la lección de las Divinas Escrituras (b).” Y en otro sermón repetía lo mismo, diciendo: 

"A una cosa os exhorto, y no dejaré de exhortaros, y es, que no sólo aquí estéis atentos a lo que se dice, que se dice, sino que además de esto, en casa os ocupéis de continuo en la lección de las Divinas Escrituras. Lo cual no he cesado de inculcar a los que privadamente han tratado conmigo (c).” Y reprehendiendo en otro lugar a los que en esto le desobedecían: “¿Quién de vosotros, dice, toma en casa un libro cristiano, y examina sus sentencias o escudriña la Escritura? Nadie por cierto. En las casas de muchos hallaremos dados; libros o no se hallan, o son pocos los que los tienen (d).” Esto dice Chrisóstomo. San Cesario Arelatense, exhortando también al pueblo a la lección privada de la Escritura, entre otras cosas dice: “Cuando son más largas las noches, ¿quién habrá que pueda dormir tanto que a lo menos tres horas no pueda leer

por sí los libros divinos, u oír como otro los lee? (e)”

Pero aún tiene esta verdad otra prueba más pública en la persecución de Diocleciano. En el año XIX de su Imperio, esto es, por el mes de febrero, o sea abril de 303 se publicó un edicto suyo, en que no contento con mandar que fuesen demolidos los templos de los cristianos, y reducidas a ceniza sus puertas y las cátedras de los obispos; siguiendo el ejemplo del malvado Antíoco (f), 

(a) S. Jo. Chrisost. in cap. IX Génesis Homil. XXIX n. 2. Op. T. IV pág. 280.

(b) Id. loc. laud. pág. 281.

(c) Id. de Lázaro Conc. III. n. 1. Op. T. 1. pág. 737. Cons. Id. de utilitate lectionis Script. in princ. Actor. III Op. T. III pág. 73 et de Lázaro Conc. I. n. 9. T. 1 pág. 719. 

(d) Id. in Joan. Homil. XXXII n. 3. Op. T. VIII pág. 188.

(e) S. Caesar. Arelat. Homil. XX. 

(f) I. Machab. 1. 59. 60.

mandaba quemar las santas Escrituras (a). Diocleciano, que, como Lactancio dice, quería perseguir la Iglesia sin derramar sangre humana; no habiendo puesto pena capital a los que se resistiesen a sacrificar a los ídolos, la puso a los que no entregasen las Santas Escrituras. Los filósofos que en su ayuda había llamado este Emperador, especialmente Hierocles, tenían creído que quemados los sagrados libros, se acabaría la religión cristiana. Por otra parte suponían que los que se entregaban a la muerte por no ofrecer incienso a los ídolos, no se dejarían matar antes que dar los Códices de la Santa Escritura. Fundábanse en que nuestra religión no tiene ley que prohíba esta entrega, así como veda todo género de idolatría. Con la esperanza pues de que procuraría cada cual redimir su vida entregando las Escrituras, condenó con pena de muerte esta resistencia, el que por lo primero no la puso (b). Los Presidentes de las provincias, y los gobernadores de las ciudades y pueblos sujetos al Imperio Romano, celaron con extremado furor la observancia de este artículo, sin duda por las penas gravísimas con que estaban amenazados los que en su ejecución se mostrasen flojos (c). Los magistrados más aduladores de la crueldad de aquel príncipe, no se valían de otros para tales pesquisas: por sí mismos iban a buscar estos libros para ponerlos en el fuego, no sólo a los templos y a las casas de los obispos y demás eclesiásticos, sino también a las de los fieles del estado secular (d).

Consta de muchos cristianos que engañados de la esperanza vana o del temor, entregaron los Códices que tenían de la Santa Escritura (e). Miróse con horror en la Iglesia este delito. Otros innumerables padecieron por no cometerle cárceles, destierros, muertes crudelísimas (f).

(a) Euseb. Caesar. Hist. Eccles. lib. VIII cap. 2. Vid. Noris. Historia Donatistar. P. 1. c. 2. p.9. 14. 15. T. IV Oper. Da una completa noticia de este edicto y de las partes que contenía, Juan Lorenzo Moshem. in Comment. de rebus Christianor. ante Constantinum Magnum Saec. IV § 2 in Not. pág. 922. seq.

(b) Moshem. loc. laud. pág. 927. 928.

(c) V. S. August. in Breviculo Collationis cum Donatistis. Collat. tertii diei c. 15. Op. T. IX col. 569 et 570. 

(d) Vid. Gesta purgationis Caeciliani a Balluzio edita Miscellaneor. T. II. pág. 92. seq. 

(e) V. Baron. II. Jan. T. 1. pág. 81. 

(f) Merece leerse lo que acerca de esto escribe S. Agustín in Breviculo laud. Collat.  tertii diei cap. 13. T. IX col. 568. et seq. 

 En el día dos de enero hace memoria el Martirologio Romano del triunfo de unos santos, que menospreciando este edicto del Emperador, tuvieron por mejor entregar sus cuerpos a los verdugos, que dar las cosas santas a los perros. En las actas de los mártires Scilitanos consta, que preguntados por el juez Saturnino qué libros eran los que con veneración leían, respondió Sperato abiertamente, que los cuatro Evangelios, las cartas de S. Pablo, y toda la Escritura inspirada por Dios. Pero entre todos estos hechos es digno de ponerse aquí lo que del mártir Emérito se lee en las actas del martirio de S. Saturnino. "Insistía el procónsul: según eso tienes en tu casa algunos ejemplares de las Escrituras; téngolas, respondió Emérito, pero en mi corazón. 

Replicó el procónsul: ¿las tienes en tu casa o no? Y el mártir Emérito dijo: en mi corazón las tengo. ¡O mártir! (prosiguen) que acordándose del apóstol, tenía escrita la ley de Dios, no con tinta, sino con el espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne de su corazón: el cual por no perder las Escrituras del señor, las colocó en lo escondido de su pecho (a). San Euplio mártir del mismo año 303, puesto en el caballete (potro), preguntado por el cónsul Calvisiano por qué no había querido entregar a los exploradores el Evangelio que le hallaron leyendo, respondió: Porque soy cristiano, y no me era lícito entregarlo: en él está la vida eterna; el que lo entrega pierde la vida eterna; por no perderla, doy la temporal. Calvisiano entonces cortándole la palabra dijo: Euplio, que, como manda el edicto de los Príncipes, no entregó las Escrituras, mas las lee al pueblo, sea atormentado. Y entonces le colgaron al cuello el Evangelio con que lo prendieron (b). Esto dicen aquellas Actas, y sería fácil traer muchos casos semejantes que ofrece la Historia de esta persecución, por donde se echa de ver que en aquel tiempo apenas había casa de cristianos, donde no hubiese uno o muchos ejemplares de la Santa Escritura (c).

(a) Act. S. Saturnini et Socior. ap. Acta SS. XI Febr. T. II. pág. 517.

(b) V. Baron. ad ann. 303.

(c) S. Agustín en el lugar citado cap. 15. col. 570. cuenta de algunos padres de familias

que por no haber querido entregar a los perseguidores los ejemplares que tenían de la 

Santa Escritura, fueron cruelísimamente martirizados. 


Ni este fervor y celo de los fieles por conservar en sus casas los santos libros se apagó o se resfrió con el edicto de Diocleciano. Al revés, se acrecentó y subió mucho de punto, de suerte que por donde el demonio intentaba despojarles de estas armas, se multiplicaron más y se extendieron por todo el pueblo de Cristo. De un mártir egipcio llamado Juan, que padeció con otros muchos en el Imperio de Maximino, cuenta como testigo Eusebio Cesariense, que siendo ciego llegó a saber de memoria todos los libros sagrados, y en las colectas los recitaba con admiración de todos como si leyese (a). 

En Antioquía, dice de su tiempo S. Juan Chrisóstomo, que llegaron las mujeres y los niños a traer colgados al cuello los santos Evangelios, llevándolos consigo a donde quiera que fuesen (b). En tiempo de S. Agustín se aplicaban los fieles estos sagrados Códices para curar los dolores de cabeza; con el cual hecho les exhorta este Padre a que se los apliquen al corazón, para sanar de sus culpas (c). Con ellos apagaban también los incendios, se defendían de sus enemigos, ahuyentaban los demonios, se libraban de otros males y necesidades y riesgos a que está expuesta la vida (d); y aun después de ella los llevaban consigo a la sepultura (e). Lo cual no pudiera hacerse cómodamente sin que hubiese en el pueblo muchos ejemplares de los libros santos, o sin que estuviesen llenas de ellos, como dice Optato (f), las manos de todos.

(a) Euseb. de Martyr. Palaest. cap.13. 

(b) S. Jo. Chrisost. Homil. XIX ad Pop. Anthiochen. Op. T. II. pag: 197. V. Gussanv. Not. in S. Greg: M. Epist. ad Theodelindam Longobard. Reginam. Registr. Epist. lib. XIV Indict. VII Ep. XII Op. T. II. col. 1270.

(c) Cum caput tibi dolet, laudamus si Evangelium ad caput tibi posueris.... Si ergo ad caput ponitur, ut quiescat dolor capitis; ad cor non ponitur ut sanetur a peccatis? 

Fiat ergo. Quid fiat? Ponatur ad cor, sanetur cor. ( S. Aug. Tract. VII in Joan. n.12.)

(d) Véase sobre esto el cardenal Esteban Borja en su erudita obra de Cruce veliterna cap. 50. edit. Romae 1780 pág. 178 y Mateo Jacuti specim. Christianar. antiquit. Veteris Bonusae et Mennae Tituli Sepulchralis &c. Exercitat. IV edit. Romae 1758 pág. 68 et seq. 

(e) Vid. Jo. Ciampinius Veter. Monum. Par. 1. cap. 16. 

(f) Manus omnium codicibus plenae sunt. (Optat. lib. VII.)

Vengamos a tiempos más cercanos. De Sérvulo cuenta san Gregorio, que no sabiendo leer compró un ejemplar de la Escritura, y a las personas religiosas que hospedaba hacía que le leyesen: por cuyo medio llegó en cierta manera a aprender

todos los sagrados libros (a). De Eutimio dice también san Fulgencio Ruspense que era digno de alabanza porque en su casa leía la Escritura (b). San Guntmaro rey de los Francos, que floreció a fines del siglo VI, de boca de sacerdotes mientras comía escuchaba los salmos de David (c). Del santo rey de Francia Luis VIII, que nació a principios del siglo XIII, cuenta el monje de S. Dionisio escritor de su vida, que en su misma cámara, después que en su Capilla Real se cantaban las Completas, pasaba un largo rato leyendo la Biblia (d). Omito otros semejantes ejemplos de que abunda la historia eclesiástica (e), muchos de los cuales, aunque a distinto propósito, se alegarán en los capítulos siguientes.

(a) S. Greg. M. Dialog. lib. IV. c. 14. 

(b) S. Fulgen. Ruspens. Ep. de remissione peccatorum ad Euthymium lib. 1. c.1. Op. edit. París. 1684. pág. 360.

(c) Act. SS. die 28. Martii. T. III. pág. 724.

(d) Vita S. Ludovici § 24 ap. Act. SS. Augusti T. V pág. 338.

(e) Merece leerse la expresión con que S. Genadio obispo de Asturias, que floreció a principios del siglo X, dejó ordenado en su testamento que a todos los monjes comarcanos se franquease el ejemplar de los libros sagrados que dejaba en su biblioteca. Ap. Luc. d'Achery Act. SS. Ord. S. Bened. Saec. V. pág. 35. 

CAPÍTULO XVII.

Confirmase esta doctrina con el uso que de la Escritura hacían aun los seglares ocupados en negocios del mundo. Rebátese la opinión de Pedro Lizet acerca de esto. 


Para que más por lo claro se vea esta posesión de leer la Escritura en que por muchos siglos estuvo el pueblo cristiano, y a nadie quede de esto la menor duda; antes de poner fin a la presente controversia demostraré con testimonios y hechos, que ni de la pública ni de la privada lección de los libros sagrados era excluida persona ninguna del estado secular, ni los hombres de negocios, ni las mujeres, ni los niños, ni los catecúmenos, ni los mismos infieles. De donde se concluirá que los que pretendieron quitar al pueblo para siempre las traducciones vulgares de la Escritura, no anduvieron cuerdos en alegar por apoyo de su pretensión la disciplina y práctica antigua de la Iglesia. Y comenzando por las gentes ocupadas en negocios del siglo, nunca los santos doctores han tenido esta ocupación por causa para eximirles de leer la Escritura, como lo juzgó uno de los impugnadores de estas versiones (a). 

Oigamos primeramente a san Juan Chrisóstomo, el cual por la necesidad en que se vio de tratar muchas veces este punto, nos dejó escrito cuanto pudiéramos desear en la materia. Explicando este Padre en un sermón aquel lugar de san Pablo: La palabra de Cristo habite abundantemente en vosotros; "Oíd, dice, gentes todas del mundo los que tenéis mujer e hijos, como a vosotros también os manda (el apóstol) con grande encarecimiento que leáis las Escrituras, y no ligera ni descuidadamente, sino con grande estudio y cuidado (b).” Y luego añade: "Oíd os ruego todos los que tenéis a vuestro cargo las cosas pertenecientes a esta vida, haced prevención de libros que son medicamentos del alma. Si no queréis otros, adquirid el Nuevo Testamento, los hechos apostólicos, los Evangelios que son maestros perpetuos (c).” Y desvaneciendo en otro lugar este pretexto con que se eximían algunos de leer la Escritura, diciendo: no soy monje, tengo mujer e hijos, cuido de mi casa; responde: "Esto es lo que tiene trastornadas todas las cosas, el que estéis creyendo que sólo a los monjes pertenece la lección de las Escrituras, siendo así que mucho más que a ellos os es a vosotros necesaria. Porque mucho más necesitan de medicamentos los que están en campo abierto y todos los días son heridos (d).” 

(a) Non idcirco communi vulgo necessariis victitandi artibus occupatissimo Scripturarum conducere potest exercitatio; quum nec absconsum thesaurum invenire, abditum, scilicet, Scripturae sensum, nec ut illum extrahant, et agrum conparent curas exuere saeculares possint, quibus eos pro se familiam que alendis intentos esse oportet. 

(Petr. Lizet. loc. laud. p. m. 95.) 

(b) S. Joan. Chrisost. in Epist. ad Coloss. cap. 3. Homil. IX n. 1. Op. T. XI p. 390. 

(c) Id. loc. laud. pág. 391. 

d) Id. in Matth. Homil. II. n. 5. Op. T. VII pág. 29. 30.

Y en otro lugar: "Nadie me oponga aquellas palabras frías y dignas de condenarse; yo estoy ocupado en causas forenses, trato negocios públicos, soy menestral, estoy casado, doy de comer a mis hijos, cuido de mi familia, soy seglar, no es para mí leer las Escrituras, sino para los que se han apartado del siglo, para los que viven en las cimas de los montes, para los que hacen profesión de esta vida. ¿Qué dices hombre? ¿No te toca a ti registrar las Escrituras, porque estás distraído con cuidados sin número? Pues por lo mismo te toca a ti más que a aquellos otros. Porque no tienen ellos tanta necesidad del socorro de las Escrituras, como vosotros que estéis azotados por todas partes de las olas de los negocios (a).” Y prosigue demostrando esto copiosamente. Donde admiro la facilidad con que un teólogo nuestro creyó haber satisfecho a estas y otras semejantes exhortaciones del Chrisóstomo, diciendo, que aunque por el torrente de su elocuencia y por una cierta exageración parece que exhorta a todos los seglares, no tenía intención de inducir a todos, sino sólo a algunos que eran hábiles y emplearían más útilmente el tiempo en la Sagrada Escritura, que en juegos y ejercicios profanos, de que pretendía apartarlos. O que no les exhortaba a que meditasen toda la Escritura, sino los lugares claros y comunes a todos (b). Así se determina este escritor a adivinar la intención del Chrisóstomo contra lo mismo que dice el Chrisóstomo. ¿De dónde consta la mente del que habla, sino de lo mismo que

habla? ¿Pues dónde cabe exhortar a todos, y tener intención de no exhortar a todos? ¿Y exhortar a que lean toda la Escritura, y no tener intención sino de que lean uno u otro lugar de ella? ¿De qué orador diríamos esto sin injuria suya? Porque esto era mentir por una parte, para lo cual no da libertad la exageración ni el ímpetu de la elocuencia; y por otra exponer al pueblo con esa exhortación general a que leyese lo que al parecer del mismo orador no le era provechoso, y pudiera serle dañoso.

(a) Id. de Lázaro Conc. III. n. 1. Op. T. 1. pág. 737. Léase lo que sobre esto mismo escribe el santo doctor in cap. XIV Genes. Homil. XXXV n. 1 et 2. Op. T. V pág. 350. seq. y no copiamos aquí por no alargar más el capítulo.  

(b) Petr. de Lorca de Locis Catholicis pág. 416. 


Pasemos a otros santos. San Teonas obispo de Alejandría consejaba a Luciano camarero de Diocleciano Emperador, que no se le pasase día ninguno sin leer y meditar algo de la Sagrada Escritura (a). San Paulino obispo de Nola exhorta a Jovio seglar, ocupado en negocios y cuidados de la tierra, a que deje el estudio de las ciencias humanas y de la filosofía, y se dedique a la lección de los santos libros (b). San Fulgencio Ruspense encarga a Teodoro senador se dedique con todo conato y deseo al conocimiento de la divina Escritura, para que allí vea lo que ha sido, lo que es y lo que debe ser (c). Del monje Simeón leemos en Casiano que aspiraba a tener un ejemplar de las cartas de san Pablo en latín, esto es en su lengua materna, para enviarlo a un hermano suyo soldado, a fin de que leyese algo de la Escritura para su edificación (d). San Gerónimo consolando a Teodora viuda en la muerte de su marido Lucinio, después de alabar las grandes virtudes del difunto, particularmente su largueza y misericordia para con los pobres: dice que no es esto lo que más alaba él en Lucinio, sino su fervor y el estudio de las Escrituras (e). 

(a) V. d'Achery Spicilegii T. XI. pág. 545.

(b) S. Paulin. Ep. XVI ad Jovium Op. París. 1685. T. 1. pág. 92. 93.

Ep. VI. cap. 9. Op. pág. 189. 

(c) S. Fulg. Rusp. Episc. ad Theodorum Senatorem de conversione a saeculo Ep. VI cap. 9 Op. pag. 189.

(d) Simeon Monach. ap. Casian. lib. V  cap. 39. 

(e) Ego in illo magis laudabo fervorem et studium Scripturarum (S. Hier. ad Theodoram Vid. Ep. LXXV Op. T. 1. col. 451.)

San Gregorio reprehende a un médico del Emperador porque era negligente en leer la Escritura, cuyas palabras por ser graves y enérgicas merecen lugar en este capítulo: “¿Qué es la Escritura Sagrada, le dice, sino una carta del omnipotente Dios a sus criaturas? Cierto, si estuvieses tú en otra parte y recibieses una carta del Emperador de la tierra, no sosegarías ni descansarías, ni darías sueño a tus ojos, hasta ver qué cosa era lo que

el Emperador de la tierra te escribía. El Emperador del Cielo, el Señor de los hombres y de los Ángeles por darte a ti vida, te ha enviado estas cartas: y tú sin embargo, ó glorioso hijo, descuidas en leerlas ansiosamente. Ruégote pues que estudies y medites todos los días las palabras de tu Criador; procura conocer el corazón de Dios, en las palabras de Dios, para que con mayor ansia suspires por las cosas eternas, y tu alma se encienda en más vivos deseos de los gozos celestiales (a).” Hasta aquí san Gregorio.

Y para que se vea cuan obedecidas fueron estas exhortaciones de los santos, traeremos algunos ejemplos por donde prácticamente se convence, que los negocios seculares a nadie han servido jamás de justo título para no leer la Escritura. Y entre todos los estados u oficios del siglo en que no puedo detenerme ahora, escojo el de los reyes, esto es, el más gravoso de la república, y que al parecer había de apartar más el ánimo de toda otra ocupación y ejercicio. Pues ha habido reyes y señores de vasallos, que sin cercenar del tiempo necesario para cumplir con las cargas de su gobierno, han hallado cada día tiempo desocupado para leer la Escritura.

Entre los cuales se me ofrece primero el Emperador Constantino, cuyo ánimo se formó, como dice Eusebio, o digamos se amoldó a la ley del señor oyendo leer las Escrituras (b). A Juliano apóstata recuerda en una carta S. Basilio como juntamente con él y con harto provecho suyo se había dedicado en otro tiempo a la lección de las letras sagradas (c). Teodosio el menor se entregó con tanta continuación y conato a esta lectura, que llegó a aprender de memoria todos los libros del Viejo y Nuevo Testamento (d). 

(a) S. Gregor. M. Registr. Epistol. lib. IV Indict. XII Ep. XXXI. Theodoro Medico Imperatoris Op. T. II. col. 712. Merece leerse la respuesta que dio el abad Tritemio a algunos que por no tener oficio de predicadores se escusaban de leer la Escritura, ap. Magnoald. Ziegelbaver. Hist. Rei litter. Ord. S. Bened. P. II. pág. 65. 

(b) Euseb. Caesar. Orat. de Laudibus Constantini cap. 9. 

(c) S. Basil. Juliano Apostatae Epist. XLI Op. T. III. pág. 124.  

(d) Socrat. Hist. Ecclesiast. lib. VIII cap. 22.

De san Guntmaro rey de los Francos hemos dicho ya que mientras estaba comiendo oía los salmos de David de boca de los sacerdotes. A Trasimundo rey de los vándalos en África alaba san Fulgencio Ruspense por su continua y fervorosa aplicación a leer la Biblia: "No porque sea cosa desacostumbrada (dice este santo) que se dedique un hombre al estudio de las Escrituras, sino porque hasta aquí raras veces se ha visto que el ánimo de un rey bárbaro, ocupado de continuo en los innumerables cuidados de su reino, arda en tan encendido deleite de conocer la sabiduría (a).” 

Lo que hasta los tiempos de san Fulgencio fue raro y pocas veces visto, lo hizo después más frecuente y común el fervor y deseo santo de muchos príncipes. Recesvinto rey de los Godos que floreció hacia la mitad del siglo VII entre otras virtudes tuvo una sed insaciable de saber los secretos y misterios de la Escritura (b). Beda dice de Alfrido rey de los Nodanumbros sucesor de Ecefrido, que fue doctísimo en los libros sagrados (c). Y en el prólogo de su historia hace memoria de otro rey llamado Ceodwlfo (Ceodwulf), dedicado a este mismo estudio de la Santa Escritura.

En una Biblia M S. del siglo IX dedicada al Emperador Carlo Magno, la cual se halla en la Biblioteca colbertina (de Colbert) que fue de san Esteban de Metz, se lee al frente con letras de oro una dedicatoria al Emperador en versos latinos, por donde se colige que este Códice se escribió para su uso (d), habiendo otros testimonios de que fue muy versado en las Escrituras. Esta afición heredó de Carlo Magno su hijo Ludovico Pío (Ludwig, Louis, Luis), del cual se dice que hizo traducir los libros santos a la lengua alemana (e), y que esta versión leían todos los pueblos sujetos a su Imperio. Aelfredo

que era rey de Saxonia (Sajonia, Sachsen) hacia fines del mismo siglo IX leía continuamente la Sagrada Escritura, y tenía consigo gentes doctas que se la enseñasen. De él dice el abad Ailredo (f), que en tiempo de paz solía ocuparse en traducir los libros sagrados a la lengua inglesa. Userio dice haber leído en un códice MS. el Viejo y Nuevo Testamento traducidos de orden de este rey. En el mismo siglo alababa Hincmaro de Rems al rey Carlos Calvo, porque diariamente según le permitían los negocios del gobierno, se dedicaba a la lección de las Escrituras (g). De Andrónico Comneno refiere Nicetas Comates (h) 

(a) S. Fulg. Rusp. Epist. ad Trasimundum Regem lib. 1. cap.2. Op. pág. 71.

(b) Illescas Hist. Pontif. lib.IV cap. 26. 

(c) Beda lib. IV Hist. cap. 26.

(d)  Ap. Stephan. Baluz. in Capitularibus Regum Francorum edit. París 1677. T. II. col. 1568. seq.  

(e) V. Cathalog Testim. Veritatis lib. 9. 

(f). Ap. Usser. loc. laud. pág. 123. 

(g) Ap. Flodoardum lib. III Histor. Rhemens. c. XV. 

(h) Lib. II de Imper. Andron. Comnent.

que tenía grande afición a las cartas de san Pablo, y que con lo que de ellas sacaba hizo muy eficaces para persuadir las suyas elegantísimas.

Roberto rey de Francia, hijo de Hugo Capet, fue tan aplicado a leer y meditar la Escritura, que llegó a ser muy docto a maravilla en las Letras Sagradas (a). Del rey 

D. Jayme I de Aragón dice Pedro Miguel Carbonell en su Crónica de España, que entendió y supo por sí mismo sin maestro las Divinas Escrituras por gracia del Espíritu Santo (muy extraño habiendo estado con los templarios en Monzón): 

que en todas las fiestas del año, en cualquiera ciudad o lugar donde se hallase, predicaba a honra y gloria de Dios nuestro señor y de los santos con mucha devoción maravillosamente, alegando a cada paso las Sagradas Escrituras, y declarándolas tan bien como pudiera un consumado maestro en la teología: y no sólo al pueblo, mas también en el Concilio de León, celebrado en tiempo de Gregorio X, predicó delante del Papa y de los prelados que allí se hallaron, y tomó por tema de su sermón aquellas palabras de Isaías: Surge, illuminare Jerusalem &c. las cuales declaró y acabó su sermón con asombro de todos (b): y que estando ya en la agonía de la muerte repetía varias palabras de la Santa Escritura en su propia lengua (c). D. Alonso I rey de España, llamado el católico, los libros de la Sagrada Escritura que andaban en poder de los infieles, los buscaba y recogía con diligencia para que no fuesen profanados, mas se aprovechasen de ellos los fieles (d). D. Alonso II de Aragón es celebrado también por la frecuencia con que leía la Santa Escritura. San Alfredo rey de Inglaterra, por dos veces copió de su mano todos los libros del Nuevo Testamento (e). 

(a) Illescas Hist. Pontif. lib. IV cap. 81. en que trata del Papa Gregorio V.

(b) A nadie parecerá inverosímil este hecho, si tiene presente que Federico III Emperador en Roma en el oficio de la Natividad del señor, vestido de ropas sagradas cantó el Evangelio con toda solemnidad a presencia de Paulo II. V. Mabillon. Musaeum Italic. T. 1. edit. París. 1724. pág. 263. seq. Sobre la facultad que tenía el rey de Francia o el de Sicilia en su ausencia para leer la Epístola en la misa que celebraba el Papa en la coronación del Emperador, y como este debía leer en ella el Evangelio. Véase Ciampin. Veter. Monum. T. 1. cap. 16. pág. 134. 

(c) Pere Miquel Carbonell Crónica de España de la Edic. de Barcelona de 1546. fol. 63.  (Era archivero de la Corona de Aragón en Barcelona, reyes Juan II y Fernando II el católico) 

(d) Illescas Hist. Pontif. lib. IV cap. 82. 

(e) Serar. in Jos. c. 1. l. II. 

Y D. Alonso el V de Aragón hasta cuarenta veces leyó toda la Escritura con sus glosas y comentarios (a). De S. Wenceslao mártir duque de Boemia, que vivía a principios del siglo X cuenta su sobrino Christiano Scala, que obligaba a sus domésticos a que en las vigilias de la noche le leyesen las Historias del Testamento Antiguo (b). Lo mismo hacía S. Luis rey de Francia en varias horas del día, cercenando muchas veces del sueño para no perder el pasto de la Sagrada lección (c).

Del rey de Francia Carlos V llamado el sabio, cuenta su historiadora Christina de Pizan (d), que aunque sabía la lengua latina, y no necesitaba de intérprete para entender los santos libros; por el amor que tenía a sus sucesores hizo que para su uso se tradujesen en lengua francesa de tres maneras; en una versión puso el texto solo, en otra el texto con glosas, en otra el texto rodeado de alegorías. Del rey de Castilla 

D. Juan el II dice Hernando del Pulgar que le placía oír lecturas y saber declaraciones y secretos de la Sacra Escriptura (e). Y el arzobispo D. Rodrigo Sancho añade que se embelesaba tanto este príncipe en la lección de los libros santos, que llegó a temerse le dañase a la salud el leer más tiempo de lo que convenía a un rey (f). 

De S. Fernando infante de Portugal, que floreció a mitad del siglo XV, dice en sus Actas Juan Álvaro, secretario suyo y compañero en la cautividad, que llegó a ser muy versado en la Sagrada Escritura (g). Francisco I rey de Francia hallaba tanto deleite en los libros santos, que hasta en la mesa y en el paseo hacía que se los leyesen: por donde llegó a ser muy docto en los más altos y difíciles misterios de la religión (h). 

(a) Pereyra en las NN. al Deuteronomio cap. XVII v. 19. V. Pedro Lopez de Montoya en el libro de la buena educación y enseñanza de los nobles, impreso en Madrid año 1595. cap. 16. pág. 85.

(b) Christ. Scala Vita S. Wences. M. cap. 2. ap. Act. SS. Septembr. T. VII p. 829.

(c) Auct. Vitae S. Lud. Regis loc. laud.

(d) Christina de Pizan, Escritora del siglo XV en su obra intitulada: Des faits, et bonnes meurs du sage Roy Charles V. P. III Chap. 12. Ap. Lelong. Biblioth. Sacrae c. 4. P. II. art. I. Sect. 1 T. 1. pág. 321. 

(e) Hernando del Pulgar de los claros varones de España T. XXIV.

(f) Roder. Sanctius (Rodericus, Rodrigo) Hist. Hispan. P. IV.

(g) Ap. Act. SS. Junii T. 1. pág. 564.  

(h) Sprit. Roter. de non vertenda Scriptura Sacra in vulgarem linguam cap. 29. pág. mihi 73.



CAPÍTULO XVIII. 

Pruébase al mismo intento que las mujeres no eran excluidas de la lección de la Escritura, como pretendió Ambrosio Catarino. 


Las razones que se alegaron para que nunca se volviese al pueblo la facultad de leer la Escritura, no faltó quien las esforzase respeto de las mujeres. ¿Cómo era posible, decían, que la Iglesia convidase y admitiese a las mujeres a la lección de la Escritura, cuando S. Pablo manda que en la Iglesia callen, y en casa aprendan de sus maridos lo que deben saber? (a) Porque fácil le fuera decir, lean en casa o mediten, si lo hubiera tenido por más conveniente, y no dijo sino callen y aprendan (b).

Esto alegaban los que intentaron apartar para siempre a las mujeres de la lección de la Escritura. Los cuales, si como hicieron alto en el ruido y en la corteza de aquellas palabras, hubieran sondeado el espíritu con que se dijeron, se guardaran muy bien de aplicarlas a la presente disputa. Porque el silencio que S. Pablo manda guardar a las mujeres en el Templo por la honestidad y recato de sus personas, y porque sus palabras aunque buenas, no sirvan de lazo a la ajena virtud; no sólo no se opone a que lean la Escritura con sumisión a la autoridad de la Iglesia; sino que en sentir de S. Ambrosio se aviene muy bien con que en el templo mismo donde se les manda callar, canten los salmos de David (e), como de hecho los cantaban en los primeros siglos, cuando con gran fervor observaba el pueblo los mandatos de los apóstoles (d). 

(a) I. Corint. XIV 34. seq.

(b) B. Paulus has (mulieres) prohibet Ecclesia loqui; jubet ut tantummodo audiant, et domi a viris discant. Non dixit legere ac quod fuisset ei promptius dicere, si etiam conducibilius id aestimasset. Ambros. Catarinus in quaest. An expediat Scripturas in maternas linguas transferri.

(c) Mulieres Apostolus in Ecclesia tacere jubet: Psalmum etiam bene clamant.... hic utrique aptus est sexui. Hunc... juvenculae ipsae sine dispendio matronalis psallunt  pudoris, puellulae sine prolapsione verecundiae, cum sobrietate gravitatis hymnum Deo inflexae vocis suavitate modulantur. S. Ambros. in Ps. 1. Enarrat. n. 9. Op. T. II. col.6. 

(d) S. Justino mártir Orat. cont. Graecos n. 33. dice: "Omnes pudicae apud nos sunt, et circum cola Virgines multò praeclariùs quam vestra illa puella (Sapho) divina Oracula pronuntiant.”

S. Clemente Alexandrino Orat. hortatoriam ad Gentes, dice de los Cantares de los cristianos de su tiempo: "Psallunt puellae.... editur sonus musicus.” Nuestro A. Prudencio en el Himno de los santos Fructuoso y Eulogio, que es el VI de su Peristephanon, hace memoria de esta costumbre diciendo:

Circumstet chorus ex utroque sexu

Heros, virgo, puer, senex, anicla

Vestrum psallite rité Fructuosum.


La Iglesia, en quien depositó Dios su espíritu, así para la interpretación de sus palabras, como para el gobierno de su pueblo, nunca reconoció semejante prohibición en este lugar del apóstol, ni tuvo por ajeno de su verdadero sentido el que se ocupen las mujeres debidamente en la lección de la Escritura. Antes, como dice Eusebio Cesariense, con justa razón las leyes de la religión cristiana admiten a toda clase de personas, hombres y mujeres, a la participación de esta enseñanza y filosofía divina (a). "Si tienes el consuelo de las Divinas Escrituras, decía a una viuda S. Basilio, ni de mí ni de otro ninguno tendrás necesidad para ver lo que te es decente: harto te fortalecerán los consejos del Espíritu Santo y su ayuda para lo que te convenga hacer (b).” A otra doncella exhortaba también el mismo santo por medio de su madre viuda, a que ocupase el tiempo en meditar las Escrituras, para que alimentada su alma con tan excelente doctrina, creciese en la virtud (c).

El autor de la carta a Celancia, que se atribuye a san Paulino, le encarga que nunca deje de las manos la Escritura, y que se ocupe continuamente en meditarla (d).

San Pámfilo presbítero, de cuya liberalidad en dar al pueblo ejemplares de los libros santos, hemos tratado arriba, no excluía de estas dádivas a las mujeres, con tal que las viese dedicadas y aficionadas a leer.

San Gerónimo, al fin de su carta a la virgen Demetria, dice: "Junto el fin con el principio, y no me contento con habértelo aconsejado una sola vez: Ama las Santas Escrituras, y amarte ha la sabiduría (e).” 

(a) Euseb. Caesar. Praeparat. Evangel. lib. XII c. 32. 

(b) S. Basil. Ep. CCLXXXIII al CCLXXXIV ad viduam Op. T. III. pág. 424.

(c) Id. S. Doc. Ep. CCXCVI al CCXCV ad viduam Op. T. III. pág. 434. Vid. Ep. XLVI al V ad Virginem lapsam n. 5. ib. pág. 138. 

(d) Auctor Epistolae ad Celantiam n. 14. inter Op. S. Paulini T. II. pág. 13; 

(e) S. Hieron. ad Demetriadem Virg. Ep. CXXX n. 20. Op. T. 1. col. 991.

Y enseñando a Leta como había de educar a su hija, entre las reglas principales de su educación señala la lectura de los libros divinos, bajo el orden que el mismo santo prescribe en las siguientes palabras: "En vez, dice, de la seda y las piedras preciosas, ame los libros divinos.... Aprenda primero el Salterio, llame su atención con estos Cantares; y en los Proverbios de Salomón sea adoctrinada para la vida. Acostúmbrese en el Eclesiastés a hollar las cosas del mundo. En Job siga los ejemplos de su virtud y paciencia. Pase de aquí a los Evangelios para nunca dejarlos de las manos. Con todo el deseo de su corazón embeba en sí los Hechos y las Cartas de los Apóstoles. 

Y cuando de todas estas riquezas hubiese henchido el almacén de su pecho, aprenda de memoria los Profetas, el Heptateuco, los Libros de los Reyes y los Paralipómenos, y asimismo los de Esdras y Ester. Por último aprenderá sin riesgo el Cántico de los Cánticos, no sea que si lo leyese al principio, sea lastimada y herida por no entender el Cantar de las bodas espirituales que se expresa debajo de palabras carnales (a)... Este plan de educación formó S. Gerónimo para una niña, y así no alcanzo con qué fundamento asegura Catarino que las mujeres a quien este Padre exhortaba a la lección de la Escritura, sabían las lenguas originales, y, por consiguiente no necesitaban de que se les diese traducida (b).

San Fulgencio Ruspense, consolando a una viuda en los trabajos de la viudez, la aconsejaba que sin cesar meditase las palabras de Dios, y que pusiese todo el deleite y gozo de su corazón en la Santa Escritura (c). 

(a) S. Hieron. ad Laetam de Institutione filiae. Epist. CVII n. 12. Op. T. 1. col. 682. 

(b) Illae mulieres nobilissimae iam erant huiusmodi versionibus. Catarinus loc. laud. Compóngase este con lo que dice nuestro Bartolomé Carranza, que a petición de Paula y Eustoquio tradujo S. Gerónimo la Escritura según la verdad hebraica. 

(c) S. Fulg. Rusp. Epist. II. ad Gallam viduam de Consolatione et de Statu viduarum cap. 21. Op. pág. 161. 

El V. Hildeberto, arzobispo de Turon, que murió por los años 1134, exhorta igualmente a una doncella llamada Atalisa a la lectura de los libros divinos por estas hermosas palabras: "Acuérdate de regar en el valle de la humildad con la blanda lluvia de la Sagrada Escritura la azucena de la castidad para que no se marchite (a).” 

Pedro Abaelardo, que vivió en el mismo siglo XII, en la carta que escribió a las monjas paracletenses, cuya prelada era la célebre Heloísa (Eloísa) que había sido esposa suya en el siglo, las exhorta a que siguiendo el ejemplo de Paula y Eustoquio, lean y

mediten la Escritura (b). Y no sólo a las doncellas y a las viudas, de que en estas exhortaciones se habla, sino a las casadas también es provechosa la lección de la Escritura, sin que los cuidados y distracciones de su estado deban separarlas enteramente de este ejercicio, como Catarino pretende (c). Oigamos lo que a las dos vírgenes Bárbara y Antonina escribía S. Gregorio en una de sus cartas: "Deseo, les dice, que os aficionéis a leer la Santa Escritura, para que cuando Dios Omnipotente os dé marido, sepáis de qué manera habéis de vivir y gobernar vuestra casa (d).”

Nuestro español Luis Vives, tratando de los libros que han de leer las mujeres de todos estados, dice: "Preguntará alguno qué libros son los que han de leer (las mujeres). De algunos a todos consta, cuales son los Evangelios del señor, los hechos y cartas de los apóstoles, los libros históricos y morales del Viejo Testamento (e).” Y luego añade: 

"Muy bueno será que antes de salir a oír misa leas en casa el Evangelio y la Epístola de aquel día, con alguna breve exposición si la tuvieres (f).”.

Mas porque el gusto y experiencia de los buenos y saludables ejercicios acredita el celo de los que impelen, y estimulan a la práctica de ellos; a las exhortaciones antecedentes añadiremos algunos ejemplos de mujeres que se han ocupado dignamente en leer la Escritura.

(a) Hildebert. Episc. lib. 1. Ep. XXI Op. París. 1708. col. 65.

(b) Ap. Magnoaldum Ziegelbaver. Hist. Rei litter. Ord. S. Bened. P. II. pág. 44. 

(c) In horum numero seponendae sunt et mulieres matris familias, quae abundè curis domesticis occupantur, quarum non est vacare Scripturis, et sensa illorum perscrutari. Ambros. Catharinus loc. laud.

(d) S. Greg. M. Registr. Epistol. lib. XI Indict. IV Ep. LXXVIII ad Barbaram et Antoninam Virgines Op. T. II. col. 1180.

(e) Lud. Viv. de Christiana Foemina lib. 1. cap. 5.  

(f) Id. loco laud. 

En las actas de santa Febronia V. y M. que padeció en el imperio de Diocleciano por los años 304 de Cristo, se hace memoria de un monasterio de religiosas que había por aquel tiempo en Nisibi, ciudad de Mesopotamia, cuya prelada Platonis estableció en él la costumbre siguiente: "Los viernes no trabajaban las hermanas, mas juntábanse en un oratorio y concluida la Salmodia, tomando (Platonis) las Divinas Escrituras, leía a las hermanas.... Después de la hora de Tercia entregaba el libro en manos de Bervena, la cual leía también a las hermanas hasta la tarde. Y así lo hacía la misma Bervena después que recibió el diaconado (a).” Santa Cecilia V. y M. que padeció en los tiempos del Emperador Alexandro, estaba tan ejercitada en las sagradas Escrituras, que en elogio suyo canta la Iglesia: Esta gloriosa virgen llevaba siempre en el pecho el Evangelio de Cristo: ni de día ni de noche cesaba de hablar palabras de Dios, ni de hacer oración (b).

Del monasterio donde estaba santa Paula dice san Gerónimo, que a ninguna de las hermanas era lícito ignorar los salmos, y que todas diariamente debían aprender algo de la Santa Escritura (c). De Marcela supone el santo doctor que se ejercitaba en esta lectura con ardiente deseo (d). De santa Paula cuenta que llegó a saber de memoria toda la Biblia; de Blesila que tenía siempre en las manos las profecías o el Evangelio. Igual amor a las sagradas Escrituras recomienda el santo doctor en Amita, en Salvia, en Demetria, en Celancia, en Principia, en Flabiola y otras mujeres de su tiempo (e).

(a) Act. S. Febroniae V. et M. ap. Joseph Simonium Assemanum Dissert. de Syris Nestorianis. Biblioth. Orient. Clementino Vatic. T. III. P. II. pág. 882. 883. 

(b) In Offic. S. Caecilia. V. et M. die 22. Nov. Resp. 3.

(c) S. Hieron. in vita S. Paulae Vid. cap. 8. ap. Act. SS. 26. Jan. T. II p. 719. 

(d) Id. Epist. XLII ad Marcellam n. 2. Op. T. 1. col. 190.

(e) Id. ad Eustoch. Ep. CVIII Epitaph. Paulae Matris. 

De santa Macrina, hermana de san Basilio, escribe san Gregorio Niseno que en su primera edad le hizo aprender su madre algunos libros de la Santa Escritura, especialmente la Sabiduría de Salomón, y de ella lo más conducente a santificar las costumbres: que sabía los salmos de David, y que recitaba parte de ellos en horas determinadas, al levantarse de dormir, al comenzar o dejar el estudio, mientras comía, cuando se levantaba de la mesa, antes de tomar el sueño, o de orar, en todas estas ocasiones iba acompañada del canto de los salmos (a). Santa Melania la joven, tres veces cada año leía toda la Sagrada Escritura, estudiando con gran cuidado su sentido, siguiendo en esto ciertamente el consejo que daba san Agustín a Volusiano, tío de la santa (b). De santa Rustícola, abadesa del monasterio de Arlés del orden de san Benito, que florecía por los años 632 dice el presbítero Florencio, que sabía de memoria los salmos y todas las Divinas Escrituras (c). En este monasterio había monjas que se ejercitaban en sacar copias de los libros divinos, entre las cuales se señalaron, como dice Mabillon, las abadesas Harnildis y Renildis y la que les antecedió en el gobierno, Cesaria, a cuya dirección se educaron otras religiosas que escribían con gran primor la Santa Escritura (d).

De santa Lioba o Leobgita, virgen de Alemania, que florecía por los años 779 dice Rodulfo presbítero y monje del siglo IX que aprendía de memoria los libros del Viejo y Nuevo Testamento: que siempre tenía por costumbre hacerse leer la Escritura mientras dormía a mediodía, o por la noche: lo cual hacían alternando por no cansarse las doncellas más jóvenes, y que si equivocaban alguna palabra o sílaba, aun durmiendo las corregía (e). De santa Wiborada V. y M. en Hungría por los años 925 se lee en su vida escrita por Hartmanno monje de san Gallo, que se dedicó a aprender los salmos de David, dictándoselos un hermano suyo sacerdote a quien amaba tiernamente (f). Santa Cunegunda emperatriz que floreció a principios del siglo XI tenía una doncella consagrada a Dios que le leía de noche la Sagrada Escritura (g), 

(a) S. Greg. Nyssenus de vita S. Macrinae paulo post init. Op. París. 1638. T. II. pág. 179.

(b) V. Surius in eius vita die 31. Decemb. § 18.

(c) Florent. in vita S. Rustic. n. 8. ap. Lucam d' Achery Act. SS. Ord. S. Bened. Saec. II. pág. 141.

(d) Mabill. Praef. 1 in Saeculum tertium Ord. S. Benedicii n. 47. Merece leerse lo que allí mismo dice este sabio escritor sobre el estudio de los libros santos que hacían las  monjas de su orden. De las mujeres que se dedicaron a copiar las Escrituras y otros libros en los primeros siglos de la Iglesia trata Bern. Lami lib. de eruditione Apostolorum P. II. cap. 16. Digress. V § III. pág. 699. seq. 

(e) Act. SS. Septemb. T. VII pág. 764. 765. 

(f) Ap. Act. SS. 2. Maii T. 1. pág. 285. 

(g) Surius die 3. Martii.

y se cree que a instancia suya Notkero Labeon tradujo el Salterio a la lengua barbárica o germánica, de cuya versión dice Goldasto (a) que poseía un ejemplar.

De santa Margarita reina de Escocia, que vivía por los años 1093 dice su mismo confesor Teodorico monje en su vida dirigida a su hija Matilde reina de Inglaterra, que entre el ruido de los negocios, y la muchedumbre de cuidados que trae consigo el oficio de reinar, se dedicaba de un modo admirable a la lección de la Escritura, y que tenía un santo afán por adquirir ejemplares de los libros divinos, para lo cual dice el mismo Teodorico que se valió de él muchas veces (b).

Isabel, hermana de san Luis rey de Francia, hasta la hora de Nona, como dice Ducange (c), leía y meditaba las Escrituras del Viejo y Nuevo Testamento. Y en una Biblioteca de París, dice Frasen, había una traducción francesa de los libros Historiales de la Escritura junto con el Salterio para uso de la hija del mismo rey. Eloísa, que como queda dicho, fue en el siglo esposa de Pedro Abaelardo, llegó a ser muy docta en la Santa Escritura, como consta de los Problemas que por escrito propuso

al mismo Abaelardo (d). En la vida de san Norberto escrita por un canónigo premostratense, coetáneo suyo, se lee que libertó el santo del demonio a una niña de doce años, de la cual se sabía que estando sana había aprendido de memoria el Salterio (e). De la B. Villana Bocia, natural de Florencia en Toscana, que vivía por los años 1360 dice Juan Caroli, del orden de predicadores, en el cap. 1 de su vida, que el tiempo que tenía de vagar lo dedicaba a la lección de los libros divinos y de las conferencias de los padres y de los hechos de los santos, y que los leía con tanta veneración y respeto especialmente las cartas de san Pablo, que muchas veces trasportada en la misma lección quedaba casi sin uso de los sentidos (f). 

(a) Gold. T. 1. Alamann. Antiq. pág. 4. 

(b) Theodoric. in vita S. Margaritae Scot. Reginae cap. 2. n. 10. ap. Act. SS. 10 Junii T. II pág. 330.

(c) Ducang. Después de la vida de S. Luis.

(d) Cons. Franciscus Amboesius in Apolog. pro Abaelardo in Epist. ad Heloisam ap. Ziegelbav. Hist. Litt. Ord. S. Bened.  P. II. pág. 44. 

(e) Ap. Act. SS. Junii T. 1. pág. 834.  

(f) Ap. Act. SS. Aug. T. V pág. 865. 866.

De santa Brígida, que murió por los años 1373 dice Birgero arzobispo de Upsalia, que leía continuamente en una Biblia que se había hecho escribir en su lengua materna (a). De Heduvigis mujer de Jagelon duque de Lituania, y después de Uladislao IV que abrazó la fe a fines del siglo XIV se dice que mandó traducir la Escritura a la lengua polaca (b). Santa Teresa de Jesús dice de sí: Siempre yo he sido aficionada, y me han recogido más las palabras de los Evangelios, que los libros muy concertados (c). 

Y refiriéndose en otra parte al tiempo en que por justas causas se prohibieron las versiones vulgares de la Biblia, dice: cuando se quitaron muchos libros que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos, y yo no podía ya por dejarlos en latín (d).

De este mismo siglo dice el arzobispo de Toledo Fr. Bartolomé Carranza de Miranda: De mi consejo han leído toda la Sagrada Escritura algunas personas... y sacaron muy gran fruto para su consolación, y corrección de vida. Entre estas fueron algunas mujeres, que ni Paula ni Eustoquio, nobles romanas, cuya petición les trasladó san Gerónimo la Escritura según la verdad hebraica, la pudieron leer más dignamente, si yo por la bondad de Dios tengo algún juicio en esto. Todos estos ejemplos demuestran cuan lejos ha estado la Iglesia de creer que el apóstol en aquellas palabras excluye a las mujeres de la lección y meditación de los santos libros.

(a) Birger, in vita S. Birgittae cap. 2. ap. Act. SS. Octobr. T. IV pág.488.

(b) Kortolt. Opusc. de versionibus pág. 368. 

(c) Camino de perfección cap. 21. n. I. 

(d) Vida cap. 26. n. 5.


CAPÍTULO XIX.

Demuéstrase lo mismo respecto de los Niños.


Mas ¿cómo había la Iglesia de apartar a las mujeres de este ejercicio, cuando no excluye de él a los niños por pequeños que sean, y faltos de experiencia y de aquellos conocimientos que da aun a las mujeres la edad misma y el uso de la razón?

Y así es una prueba muy clara del deseo que en todos tiempos ha tenido la Iglesia de que lean sus hijos la Escritura, el haber procurado desde su principio ponerla en manos de los niños, para que desde aquella tierna edad naciese y se criase en sus pechos la piedad, la obediencia y subordinación a los mayores, la afición a las cosas santas, el temor y amor a Dios, el deseo del bien y de la rectitud que esta lección inspira. ¿Qué siglo ha habido desde Cristo hasta el nuestro que se aventajase a aquella edad primera en el celo de los pastores, y de los padres de familia por la enseñanza y educación cristiana de los niños? Pues bien cierto es, como observa Fleuri (a), que en toda la antigüedad eclesiástica no se descubre rastro de catecismo para uso de los niños, ni instrucción alguna para los que hubiesen sido bautizados antes del uso de la razón (b). Estos auxilios de que andando el tiempo se ha valido la Iglesia en beneficio de los pequeñitos (c), 

(a) Fleuri Moeurs des Cretiens c. 7.

(b) Las declaraciones de toda la Doctrina cristiana o de parte de ella que se leen entre las obras de algunos padres, por lo común se dirigían o a los catecúmenos según los varios estados en que se disponían para recibir el Bautismo, cuales son las XVIII catecheses primeras de S. Cirilo Jerosolimitano, que se intitulan ad illuminandos, y los libros de S. Agustín: De Symbolo ad Catechumenos, y de catechizandis rudibus: o se escribieron o predicaron a los neófitos adultos recién bautizados. De este número son las V Catecheses últimas de S. Cirilo, los sermones de Gaudencio ad Neophitos, el libro de Mysteriis de san Ambrosio, y los sermones de san Agustín y otros padres ad infantes de Sacramento Altaris. Pero aun a estas declaraciones de la doctrina cristiana precedía ordinariamente la lección de alguna parte de la Escritura, no según el orden que guardaba la Iglesia en las lecciones diarias, sino al arbitrio del catequista, a cuyo cargo estaba proporcionar la lección con la materia de que iba a tratar. Donde se ve que este método de enseñar la doctrina cristiana usado de la antigüedad para el pueblo un nuevo fomento de la lección de la Sagrada Escritura. Véase acerca de esto el docto benedictino Antonio Agustín Touttee Dissert. II. de Catechesibus S. Cyrilli cap. 4. n. 29. 

(c) En España con especialidad no fue general el uso de los catecismos, hasta que se prohibieron las traducciones vulgares de la Escritura. Muy raras obras de esta naturaleza corrían antes de aquel tiempo por estos reinos, en los cuales y en las demás provincias católicas deseaba Alfonso de Castro que se extendiesen estos compendios de la religión para uso del pueblo. (De iusta haeretic. punitione lib. III. c. 7.) Hacia fines del siglo XVI algunos prelados y sacerdotes celosos lastimados de la extrema ignorancia a que había llegado nuestro pueblo, se dedicaron a darle en estos prontuarios la doctrina de la religión que está derramada por toda la Escritura. Señaláronse en esto D. Francisco Sarmiento obispo de Jaén, D. Sebastián Pérez obispo de Osma, el arzobispo de Toledo Bartolomé Carranza de Miranda, el de Braga Bartolomé de los mártires y el de Valencia Martín de Ayala, aun que el catecismo de este prelado se encaminaba principalmente a instruir a los convertidos de Moros. Escribieron también compendios o Sumas de la doctrina cristiana, entre otros, Fr. Antonio de Acevedo agustiniano (o agustino), Francisco Sarmiento de Mendoza, Diego Ruiz de Montoya, Fr. Diego Ximénez, Fr. Domingo de Soto, Fr. Felipe de Meneses y Fr. Luis de Granada, de cuyo excelente Catecismo escrito en lengua portuguesa se publicaron en el año 1595 dos traducciones castellanas, una en Madrid de Fr. Enrique Almeyda (Almeida) y otra en Granada de Fr. Juan de Montoya. A esta clase pueden reducirse las declaraciones de la Oración del Padre nuestro que escribieron Diego Martínez, Fr. Baltasar Pacheco, Fr. Pedro de Amoraga, y Fr. Antonio Ximénez, y otros Comentarios así del Símbolo como de los Mandamientos de Dios y de la Iglesia, que antes que se introdujese en la moral la peste de las nuevas doctrinas, se publicaron en estos reinos. 


la lección continua de la Santa Escritura hacía que no fuesen necesarios, cuando las casas de los fieles eran otros tantos templos, como dice S. Juan Chrisóstomo (a), cuyos habitadores desde niños bebían la Doctrina de la religión en su misma fuente. 

Ni la alteza y obscuridad de los libros divinos, ni la flaqueza de los niños para entenderlos, retrajo a aquellos venerables pastores de la observancia de esta costumbre. Antes bien, como dice S. Agustín, por boca de los niños y de los que toman el pecho perfeccionó Dios la alabanza, para que comenzasen por la fe de las Escrituras los que desean llegar al conocimiento de su grandeza (b). Todos los prelados en todas las iglesias conociendo lo que este Padre enseña, que inclinó Dios las Escrituras hasta acomodarlas a la capacidad de los niños (c), encargaban a los padres de familia que por este modelo formasen los corazones de sus hijos.

"Enseñad a vuestros hijos las palabras del Señor, dicen las Constituciones Apostólicas, enseñadles desde la infancia las Sagradas Letras, y entregadles toda la Divina Escritura (d).” 

San Basilio también en las reglas que da para la educación de los niños, encarga que desde la niñez se les inspire con las letras la piedad, y que sus maestros usen para este fin de palabras tomadas de la Escritura, y que les enseñen sentencias de los Proverbios (e). Y que así se hiciese lo asegura Eusebio Cesariense diciendo de su tiempo que los niños recitaban muchas veces, y repetían las Odas de los Profetas, y los Cánticos escritos en alabanza de Dios (f).

(a) Homil. XXXVI in Ep. ad Corinth. 

(b) S. August. Enarrat. in Ps. VIII v. 2. n. 8. Op. T. IV col. 31.

(c) Inclinavit ergo Scripturas Deus usque ad infantium et lactentium capacitatem sicut in alio Psalmo (XVII 10) canitur: Inclinavit Coelum et descendit. (S. Aug. loc. laud.) 

(d) Constit. Apostolic. lib. IV cap. II. ap. Coteler. Collect. PP. Apost. T. 1. p. 298.

(e) S. Basil. Regul. fusius tractat. Resp. ad interrog. 15. Op. T. II. pág. 356. 

(f) Euseb. Praeparat. Evang. lib. XII cap. 20.

De la decadencia que acerca de esto observó Chrisóstomo en su diócesis, se queja amargamente en un sermón diciendo: "Lo que quieren ahora vuestros niños son cantares y bailes de Satanás... pero ninguno de ellos sabe un solo Salmo; antes tienen esto por cosa vergonzosa, ridícula y de escarnio. Enséñale tú a cantar aquellos salmos llenos de filosofía... Cuando en estas cosas instruyeres al niño desde su primera edad, poco a poco le llevarás a otras más altas (a).” Para que creciese pues y fuese adelante esta práctica tan conforme al espíritu de la Iglesia, se fundaron en lo antiguo varias escuelas en que a los niños junto con los elementos de las ciencias humanas se les enseñaba la Escritura. De este número fue la Escuela de Edesa ciudad de Osroena dignamente celebrada en la historia por la pureza con que en ella se conservó la fe del Evangelio. Esta Escuela llamada comúnmente de los persas, después que Eusebio Emiseno siendo niño aprendió en ella la Escritura (b), fue destruida por el Emperador Zenón hacia los años 489 de Cristo. Dio ocasión a esto el haberse encargado de la enseñanza pública algunos sectarios de Nestorio y Teodoro que sembraban en los ánimos de los niños la doctrina de aquellos herejes (c). Pero de las ruinas de esta escuela se levantó el año siguiente la de Nisibi, a quien muchos llaman Antioquía de Migdonia, cuyo fundador fue Narses, la cual tuvo por maestro a san Efrén Siro en tiempo de su obispo Jacobo, y duró hasta que los persas se apoderaron de Nisibi (d). Gregorio obispo de Armenia en muchas ciudades fundó escuelas de esta naturaleza, y les señaló maestros por mandato y con ayuda del rey: y en ellas predicaba que los hijos de los armenios fuesen enviados a aquellas escuelas, donde se les enseñaría la Santa Escritura (e). 

(a) S. Joann. Chrisost. in Ep. ad Coloss. c. 3. Homil. IX Op. T. XI pág. 392.

(b) Sozomen. Histor. Eccles. lib. III. cap. 6.

(c) Excerpt. ex Hist. Eccles. Theodori Lectoris lib. II. n. 5. et 49. 

(d) V. Asseman. Dissert. de Syris Nestorianis c. XV Biblioth. Orient. T. III P. II.

(e) V. Acta Gregorii ap. Metaphrast. die 30. Sept.

Protógenes presbítero Edeseno que junto con Eulogio fue desterrado por el Emperador Valente a la ciudad de Antínoo, estableció en ella una escuela para los niños en que junto con el arte de leer y escribir les enseñaba la Santa Escritura. Porque les dictaba, como dice Teodorito, los Salmos de David, y de los libros de los apóstoles hacía que tomasen de memoria aquellos lugares que les hubiesen de ser más útiles (a). 

Igual celo cuenta san Gregorio Turonense del bienaventurado Nicecio obispo de León, el que siendo presbítero, a todos los niños que estaban a su cargo, luego que comenzaban a hablar, junto con las primeras letras, les enseñaba los salmos de David (b).

Otras muchas escuelas de esta especie se fundaron en la región de los arameos y elamitas, y en la Mesena y Persia y Corasena, las cuales habiendo visitado en el siglo IX el Patriarca Sabarjesús, y hallado que con sólo dar a los niños algunas lecciones del Viejo Testamento, les dejaban ir a que aprendiesen las artes, en una constitución que publicó por los años de Cristo 834 después de hacer memoria de la antigua costumbre de darles a leer en las escuelas los salmos de David, y enseñarles luego el Pentateuco y los profetas, con otras lecciones de la Santa Escritura; manda nuevamente que primero se les den a leer los salmos y los cánticos del oficio divino, y luego el Evangelio y las cartas de S. Pablo: y hecho esto, aprendan algunos capítulos del Viejo Testamento, o bien sean retazos de las lecciones señaladas para el oficio en las dominicas, fiestas y conmemoraciones del año: y que después de todo esto y no antes los dejen ir a que aprendan las Artes y manufacturas (c).

(a) Theodorit. Episc. Hist. Eccles. lib. IV cap. 18.

(b) S. Greg. Turon. lib. 1. de Miraculis cap. 8. 

(c) Ap. Asseman. loc. laud. pág. 939. 

Siguiendo el espíritu de esta constitución el Patriarca Teodosio, aconsejaba que a los jóvenes, bien se criasen para el estado secular o para clérigos, se les diese a leer el Nuevo Testamento y retazos escogidos del Antiguo. El cual Canon declaró Abulfaragio por estas palabras: "Todos los niños lean los salmos de David y el Nuevo Testamento, y las lecciones señaladas para las dominicas, fiestas y conmemoraciones.... En suma todos los hijos de los cristianos, antes que sean entregados a trabajar en las artes, lean a David, el Nuevo Testamento y los libros de las lecciones (a).”

Esta práctica de enseñar la Escritura a los niños en las primeras escuelas, que tan extendida estaba por las iglesias de Oriente, adoptaron también las de Occidente a ejemplo de Roma, en cuyas escuelas dice de su tiempo Simeón Metafrastes que leían y aprendían los niños la Escritura, siendo para ellos cosa de afrenta el no llevar consigo a la Escuela un ejemplar de los Evangelios. Y esto alegaba el niño S. Juan Calibita para obligar a sus padres a que le diesen este libro, como de hecho se lo dieron para que lo aprendiese (b). Y aunque podíamos confirmar esta verdad con los monasterios del orden de S. Benito, cuyos monjes se dedicaban a enseñar a los niños la Santa Escritura; sería este largo negocio, y no es bien detenernos en materia tratada de propósito por el erudito Manoaldo Ziegelbaver en la historia literaria de esta orden (c).

Pero no sólo de estas escuelas, mas de niños también que en ellas o en sus casas particulares aprendieron la santa Escritura, pudiéramos traer ilustres ejemplos. 

Porque además de Timoteo, de quien S. Pablo dice que en su infancia aprendió la Santa Escritura (d), y de otros varones de aquellos primeros días de la Iglesia; de Orígenes consta que su padre el mártir Leónides en su primera edad, antes de dedicarle a la literatura griega, hizo que se ejercitase en la Divina Escritura, mandándole aprender de memoria algunos lugares de ella, y recitarlos cada día (e). San Genulfo obispo del siglo III, entregado por sus padres a los cinco años de edad a Sixto II Papa y mártir para que le educase, desde luego fue instruido por este Santo Pontífice en los libros sagrados, de suerte que antes de salir de la infancia sabía de memoria el Viejo y Nuevo Testamento (f). 

(a) Abulpharag. in Nomocan. Arab. fol. 130. ap. Asseman. loc. laud. pág. 941. 

(b) Metaphrast. ap. Sur. die XV Januar. 

(c) P. II. pág. 18. y sig.

(d) II. Timoth. III. 15.

(e) Euseb. Caesar. Hist. Eccles. lib. VI cap. II.

(f) Vita S. Genulphi ex duob. vet. MSS. cap. 1. n. 4. ap. Act. SS. XVII Jan. T. II. pág. 82.

Juliano Apóstata, de quien arriba se habló, siendo niño fue también instruido por sus padres en la Santa Escritura (a). Con igual ejercicio fue criado también en su niñez S. Eutimio monje en el Imperio de Valente, bajo la dirección de los lectores Acacio y Sinodio (b). San Lonano, que floreció en el siglo V, en su tierna edad, por dirección de S. Patricio apóstol de Hibernia, aprendió en quince días el Salterio de David (c). 

Igual facilidad en aprender los salmos en la niñez se lee del abad S. León, natural de Mentuniaco, lugar de la diócesis Trecense, que floreció en el siglo VI (d), y de 

S. Walarico abad también del orden de S. Benito, en el siglo VII. (e).

De Austregesilo dice S. Gregorio Turonense, que siendo niño fue instruido en las Santas Escrituras, y luego le dedicó su padre al servicio del rey (f). De S. Leobardo presbítero, que vivía a fines del siglo VI, dice el mismo santo, que enviado a su tiempo con los otros niños a la escuela, encomendó a la memoria uno de los salmos (g).

Livino, entregado a la dirección de Benigno, presbítero escocés, fue instruido en los salmos de David, en el Evangelio y en otras partes de la Sagrada Escritura (h). 

De Kiliano cambien refiere el autor de su vida, que desde niño tuvo grande afán por aprender los santos libros (i). De S. Frudón, que vivía en el siglo VIII, dice el autor de la vida de san Remaclo obispo, que siendo niño se obligó con voto a edificar un templo en su misma casa y servir en él a Dios perpetuamente, si lograba aprender toda la Sagrada Escritura. El cual voto supo por un ángel que había sido agradable a Dios, y le cumplió (j). El V. Beda dice de sí, que habiendo entrado en un monasterio de edad de siete años, empleó toda la vida en meditar la Escritura (k). 

(a) Sozomen. Hist. Eccles. lib. V cap. 2. 

(b) Euthimii Vita ap. Coteler. in Eccles. Graecae Monumentis T. 2 pág. 206.

(c) Act. SS. in Vita S. Patritii XVII. Martii T. II pág. 569.

(d) Acta SS. die XXV Maii T. VI pág. 74.

(e) Ap. Lucam d'Achery Act. SS. Ord. S. Benedicti Saec. II. pág. 77.

(f) S. Greg. Turon. de Miraculis lib. IV. cap. 46.

(g) Id. Vit. Patrum cap. 20. Op. París 1699 col. 1251.

(h) Bonifac. in Vita Livini pág. 238.

(i) Ap. Canisium T. IV Antiquar. Lection.  

(j) In Vita S. Remacli Ep. et Conf. a Monacho Stabulensi anonymo conscripta 

ap. Act. SS. Septembr. T. 1. pág. 693. 

(k) Beda in Hist. Anglican. 

San Adalberto, obispo de Praga y mártir en Prusia a fines del siglo X siendo niño antes de salir de la casa de su padre, aprendió de memoria todo el Salterio (a).

Omito otros muchos ejemplos de esta especie, de donde se ve la franqueza con que en todo tiempo ha procurado la Iglesia repartir sabiamente este pasto, no menos a los niños, que a los adultos, teniendo por cosa cierta lo que Pasqual Radberto decía en el siglo IX, que niños y viejos conviene sean alimentados con la leche de las Escrituras, el niño para que crezca, y el viejo para que no desfallezca, y ambos para que medren y vayan a mejor, criados a los pechos de Dios (b).

(a) Act. SS. XXIII Aprilis T. III. pág. 179.

(b) Paschas. Radbert. Prolog. lib. IX in Evang. S. Matthei ap. Ziegelbav. loc. laud. P. II. pág. 24. 


CAPÍTULO XX.

Ni a los infieles excluyó la iglesia de la lección de las Escrituras. 

Pero aun cuando de nada de esto hubiese memoria en las Historias de la Iglesia, bastaría una sola conjetura para que no nos quedase duda de esta verdad. Porque era cosa ajena de toda verosimilitud, por no decir imposible, que anduviesen escasos en dar el pasto de las Escrituras a los fieles, los que fueron largos en esta parte hasta con los mismos infieles. Verdad es que la Escritura por sí misma está diciendo que no fue dirigida a infieles sino a fieles. Del Viejo Testamento no cabe duda que se escribió para el pueblo de Dios. El Nuevo tampoco se dirigió sino a los miembros de la nueva Iglesia. San Lucas escribió su Evangelio a Teófilo, esto es, a un fiel instruido ya en los hechos y en la doctrina de Cristo (c). S. Marcos escribió el suyo a instancia de los romanos (d), no de los infieles o de los ignorantes en las cosas del Salvador, sino de los adoctrinados por el apóstol S. Pedro. 

(c) Luc. 1. 3. 4. 

(d) S. Hier. in Cathal. Script. Eccles.  

De S. Mateo arriba se dijo, haber escrito en la lengua vulgar de Palestina para el uso de los judíos que habían abrazado la fe (a). San Juan puso por escrito su Evangelio a ruego de los obispos de Asia contra los errores de Cerinto y de otros herejes, principalmente de los ebionitas (b), no tanto por apartar a estos de su error, como por arraigar a los fieles en la fe.

Igual observación puede hacerse en los libros de los otros apóstoles. San Pablo escribió, no a romanos que ignorasen a Jesu-Cristo, sino instruidos en la ley (c), y cuya fe era celebrada por todo el mundo (d): a Corintios llenos ya de las riquezas de Cristo en la palabra y en la ciencia (e). Y entre las Colosenses y los de Galacia y de Éfeso y Filipos y Tesalónica, dirigía sus cartas a los que le constaba haber ya abrazado el Evangelio (f).

San Pedro escribía a gente guardada por la fe en la virtud de Dios para alcanzar la verdadera salud (g), y que no habiendo visto al Salvador, creían en él y le amaban (h).

San Judas dice a los que envía su carta: Quiéroos amonestar que alguna vez habéis sabido todo esto (i). San Juan hace el siguiente elogio de los fieles a quienes escribe: No tenéis necesidad de que nadie os enseñe; mas como la unción misma os enseña en todas las cosas y es verdad y no es mentira. Así como os ha enseñado, perseverad en él (j).

Pero aunque los escritores sagrados ordenaron solamente los libros divinos al uso y provecho de los fieles; desde muy antiguo se tuvo por conveniente que los leyesen u oyesen leer, no sólo los catecúmenos y los demás que se sentían llamados de Dios a la fe (k); 

(a) Id. loco laud. (b) Id. ibid. (c) Rom. VII. I. (d) Rom. I. 8. (e) I. Cor. I. 5. (f) Galat. I. 6. Ephes. I. 13. Philipp. I. 29. Coloss. I. 4. I. Thessal. I. 5. (g) I. Pet. I. 5. (h) Ib. v. 8. (i) Judae v. 5. (j) I. Joan. II. 27. (k) Sobre el Canon XCV del sexto sínodo dice Timoteo presbítero: “Eos vero, qui ab haeresibus sunt convertendi, decem aut quindecim dies jejunare hortantur, et vacare precibus mane et vespere, Psalmosque discere. Timoth. Praesb. Eccles. Constantinopol. de differentia eorum, qui accedunt ad sanctissimam nostram fidem n. 5. ap. Coteler. Eccles. Graecae Monum. T. III. pág. 422.

mas también los infieles que no trataban aún de convertirse. Pasando pues en silencio el uso que antes de Cristo hicieron de la Santa Escritura los filósofos de la gentilidad, que sería divertirnos del principal objeto de nuestra obra (a), traeré una u otra muestra por donde se descubra acerca de esto el espíritu de la Iglesia cristiana.

San Clemente Alexandrino llegó a asegurar que fueron traducidas en griego las Escrituras, para que nunca jamás pretextasen ignorancia los que están fuera de la Iglesia, pudiéndolas oír entre nosotros sólo con que quieran (b). Por donde S. Justino mártir abiertamente exhorta a los gentiles a leer las Escrituras como a un medio por donde podían conocer la verdadera fe. "Tiempo es ya, ó griegos, les dice, de que leáis las divinas historias de los profetas, y en estos escritores aprendáis la religión verdadera: los cuales no os convidan con juegos de palabras, ni hablan artificiosamente para persuadir;... mas usan de las palabras sencillamente conforme se ofrecen, y os anuncian aquellas cosas que el Espíritu Santo que bajó sobre ellos, quiso por su medio enseñar a los que desean instruirse en la verdadera religión (c).” 

"Lee con atención las Escrituras de los profetas, decía al gentil Autolico S. Teófilo obispo de Alexandría, y la luz de ellas te será más segura guía para que huyas de los castigos eternos, y alcances los bienes de Dios que siempre duran (d).” El autor de la vida de S. Alexandro Acemeta, hablando de las escuelas que florecieron en tiempo de Rábula Edeseno, dice de este maestro que dos veces al mes llamaba a los hijos de los gentiles, y en su propia casa los adoctrinaba en la verdad de la Santa Escritura (e). 

Lo mismo hizo Protógenes con los idólatras moradores de Antinoó, adonde fue desterrado por el Emperador Valente, como se dijo arriba, comenzando la conquista espiritual de aquellos ciudadanos por la instrucción de sus hijos en la Divina Escritura (f).

(a) Véase sobre esto Frassen loc. laud. lib. 1. cap. 12.

(b) Propterea enim Graecam voce expositae sunt Scripturae, ut nullum unquam ignorantiae possint pratextum afferre (qui sunt extra Ecclesiam) cum possint quae sunt apud nos audire, si tantum voluerint. (S. Clem. Alexandr. Strom. lib. 1. Op. Lugduni 1616 pág. 211.) 

(c) S. Justin. M. ad Graecos. Cohort. n. 35. Op. París 1742 pág. 32. 

(d) S. P. N. Theoph. Episc. Antioch. ad Autolic. lib. I n. 14. int. Op. S. Just. M. p. 346. 

(e) Act. SS. 15. Jan. V. Asseman. Bibl. Orient. T. III. pág. 924.

(f) V. Theodorit. Hist. Eccles. l. IV c. 18.

La Iglesia lejos de reprobar la conducta de estos celosos varones, contribuía por su parte a este mismo fin. En el Canon LXXXIV del Concilio Cartaginense IV se establece

que el obispo a nadie prohíba entrar en la Iglesia, ni oír la palabra de Dios, sea gentil o judío, hasta la misa de los catecúmenos (a). El Concilio Valentino, celebrado por los años 546, en el Canon I manda que los Evangelios se lean después de las cartas de 

S. Pablo, antes de la misa de los catecúmenos, para que no sólo estos y los penitentes, sino todos los infieles puedan hallarse presentes a estas lecciones (b).

Mas porque no se crea que acerca de esto procedieron los Concilios por conjeturas del bien que de aquí podía seguirse, y no por experiencia de este mismo bien; convendrá traer ejemplos de gentiles que fueron llamados de Dios a su Iglesia por medio de esta santa lectura. Nada diré del eunuco de la reina Candace, el cual, como admira S. Juan Chrisóstomo, sin haber conocido a Cristo, ni visto la estrella como los magos, ni milagro alguno como el buen ladrón: cuando no habían sido todavía asolados los muros de Jerusalén; por medio de la lección de las Escrituras fue trocado de idólatra en verdadero creyente (c). San Teófilo dice de sí, que habiendo sido antes infiel, la lección de las sagradas letras le sacó del error, y le abrió los ojos a la fe verdadera (d). San Poncio romano, mártir del siglo III, yendo a la escuela oyó a los cristianos en la vigilia de la mañana que cantaban el Salmo CXIII, donde están aquellas palabras: Nuestro Dios está en el Cielo, todo lo que quiso obró: los ídolos de los gentiles son plata y oro, obra de manos de hombres; boca tienen, mas no hablarán; ojos tienen, mas no verán; orejas tienen, mas no oirán; narices tienen, mas no olerán; manos tienen, mas no palparán.... Semejantes sean a ellos los que los hacen, y todos los que en ellos confían. 

(a) Schelstrate loc. laud. cap. 5. art. 2. 

(b) Id. ib. pág. *912.

(c) S. Jo. Chris. in Acta Apost. Homil. XIX Op. T. IX pág. 158. 

(d) Theophil. Antioch. loco sup. laud.

Con estas palabras entró en su pecho la gracia del Espíritu Santo, y prorrumpiendo en lloros, y levantando las manos al Cielo, dijo: "¡oh Dios! cuyas alabanzas cantan estos, dame que te conozca:” y rogando a los cristianos le abriesen la puerta, y a S. Ponciano Pontífice que le mostrase este Salmo, recibió el bautismo, y después la corona de mártir (a). San Sabiniano, hijo de padre gentil, natural de Samos ciudad de la Grecia, que padeció en el siglo III en el Imperio de Aureliano, leyendo en el Salterio este verso del Salmo l: Rociarme has, Señor, con hisopo, y seré limpio: lavarme has, y quedaré más blanco que la nieve: como el pez con el anzuelo fue atraído a la Iglesia por el Espíritu Santo (b). De S. Luxorio mártir de Cerdeña, que murió también por Cristo en el Imperio de Diocleciano, se cuenta en sus Actas que siendo idólatra leía por orden los salmos de David, y llegando a aquellas palabras del Salmo LXXXV. Todas las gentes que hiciste, vendrán y se postrarán delante de ti para adorarte, y glorificarán tu nombre, porque grande eres tú y hacedor de maravillas, tú solo eres Dios: abierto su sentido, y alumbrado su entendimiento, detestó la idolatría, y se hizo cristiano, quedando tan aficionado a los santos libros, que antes de recibir el bautismo aprendió de memoria el Salterio y algunos de los Profetas, y después de bautizado los Evangelios y las cartas de los apóstoles (c).

San Dionisio obispo de Alejandría, que floreció a fines del siglo III, se movió a convertirse a la fe por medio de la doctrina del apóstol S. Pablo; pues habiendo leído sus cartas, se presentó a Demetrio patriarca de Alexandría, para que le bautizase (d). Y así el Hagiologio o Santoral Habesino al día 9 de marzo le canta: Salve, Dionisio, doctor aventajado a todos en sabiduría, convertido del error por la lectura de las Epístolas de S. Pablo (e). Del gran Retórico Victorino cuenta S. Agustín con el testimonio de Simpliciano, que leyendo las Escrituras se convirtió a nuestra fe con gozo de los fieles y afrenta de los infieles (f). 

(a) Valerius in Vita S. Pontii M. cap. 1. Ap. Acta SS. 24. Maii T. III. pág. 275.

(b) Acta S. Sabiniani M. ap. Act. SS. 29. Jan. T. II. pág. 941.

(c) Act. S. Luxorii M. ap. Act. SS. 21. Aug. T. IV pág. 416.

(d) Vita S. Dionisii Episc. Alex. § 3 ap. Acta SS. Octobr. T. II. pág. 16.

(e) Act. SS. ib. pág. 96. 

(f) S. Aug. Confes. lib. VIII c. 2. Op. T. 1. col. 105. seq. 

Y ya que hemos hecho memoria de S. Agustín, no es bien pasar en silencio que con la lectura de aquellas palabras de S. Pablo que le puso en las manos el Cielo, fue infundida en su corazón una gran luz de seguridad que desterró de él toda sombra de duda, siendo esta la última acometida que dio la gracia para conquistarle (a).

De donde se sigue que la Iglesia en todos tiempos ha deseado poner las Escrituras en manos del pueblo, curar por este medio en los ánimos de los seglares la distracción que traen consigo los negocios del mundo, fortalecer la flaqueza de las mujeres para que sean firmes en la virtud, alimentar a los niños con esta leche celestial, para que de ella se forme el meollo y la substancia digámoslo así de sus pensamientos y deseos, y desde la primera edad comiencen a dar frutos del temor y amor de Dios que inspira esta santa lectura. Y como uno de los principales efectos de los libros sagrados es convertir las almas, ha querido también ponerlos en los ojos y en los oídos de los mismos infieles, para que esta luz del Cielo desterrase su ceguedad, y con la voz de Dios se abriesen sus oídos, y diesen acogida a la fe. Este ha sido el espíritu de la Iglesia católica, acreditado por las historias de todos los tiempos y de todos los reinos y provincias donde el Evangelio ha sido recibido y adorado. Y así no me queda duda en lo que antes dije, que se han hecho poca merced los que pretendiendo que jamás se diese al pueblo la Escritura, alegaban a su favor la práctica antigua de la Iglesia: pues si esta cuestión se hubiera de decidir por hechos, bastaban para confundirles las mismas armas con que pretenden hacer esta guerra (b).

(a) Id. ib. lib. VIII cap. 12. T. 1. col. 114. 

(b) Si l'on veut decider par la voye de fait la question qu'on agite aujourd' huy avec tant de chaleur sur ces versions en langues vulgaires, il est hors de doute qu'on doit les permetre au peuple, puis que l'usage á été uniforme la-dessus parmy toutes les nations. Ric. Simon Hist. critique des vers. du N. Test. cap. 27. pág. mihi 312.  

CAPÍTULO XXI.


Varias providencias acerca de la lección de las Escrituras desde la regla IV del índice hasta el último decreto de la inquisición de España.


Hemos impugnado tan a la larga la facilidad con que algunos católicos extendieron la regla IV del índice, para que nuestra misma impugnación desengañe a los protestantes de que las calumnias con que motejan aquella ley, no prueban injusticia en ella, sino celo indiscreto en algunos de sus defensores, y malicia refinada en los que se aprovecharon del candor y buena fe de aquellos teólogos para zaherir las providencias de la Iglesia Romana. Volviendo ahora a lo que tratábamos cuando se comenzó esta controversia, veamos las leyes y decretos más señalados que sucesivamente se han ido expidiendo en orden a la lección de las Escrituras desde la regla IV del índice hasta el último decreto de la inquisición de España.

Luego que se publicó la regla IV algunos obispos e inquisidores atemperándose a las necesidades de sus territorios (a) fueron largos en permitir a los fieles la lección de las Biblias vulgares (b) según la licencia que aquella regla les daba. 

(a) Questo Indice anche fuori d' Italia fu ricevuto, benche adattato a' vari bisogni delle Nazioni. Zacharia loc. laud. lib. 1. Epoca 6. n. 5.

(b) Alibi ob causas rationabiles ordinarii istam prohibitionem, alioquin iustissimam et de se gravem, non tam graviter urserunt; aut consuetudo seu usus aliquid de eius rigore  permisit. Herincx. disp. 4. de Scrip. Sacr. Quaest. 3.


Alguna falta de cautela debió de observar en esto la Santa Sede, cuando Sixto V, viendo que subsistían en parte los daños que dieron ocasión a aquella ley, quitó esta facultad a los obispos e inquisidores, reservándola al Santo Oficio de la inquisición de Roma. Túvose por tan necesaria entonces esta reservación, que Clemente VIII, que publicó el índice de su antecesor Sixto V, porque imprimiéndose juntamente con él las reglas de Pío IV, no creyesen los obispos e inquisidores que que se les restituía aquella antigua licencia, en su Constitución de 1 de Octubre de 1595, declaró que dejaba en su fuerza lo establecido acerca de esto por Sixto V. (a).

Sin embargo de esta nueva prohibición o sea restricción de la regla IV, se notó alguna variedad en las provincias católicas de Europa acerca de la observancia de aquella primera ley; especialmente en Francia (b), en Alemania (c), y en los Países bajos (d) hubo quien aseguró no haberse aceptado la regla IV (e), o haberse abrogado por la práctica contraria de algunos obispos, los cuales sabiendo que sus súbditos leían versiones vulgares de la Biblia sin su licencia, lo disimulaban y no se oponían a ello (f). No nos detenemos en esta disputa que no es de nuestro propósito, contentos con exponer sencillamente lo que acerca de esto ofrece la historia eclesiástica:

En el Concilio de Cambray celebrado por los años 1565, nada se dice de la regla IV, que se acababa de establecer, antes bien se encarga a los obispos que en orden a los libros prohibidos y sospechosos hagan guardar exactamente el edicto del emperador Carlos V. (g). 

(a) Not. Clementis VIII ad Regulam IV Indicis. Cons. Index Librorum prohibit. cum Regulis confectis per Patres a Trid. Synodo delectos auctoritate Pii IV. primum editus, postea vero a Sixto V. et nunc demum a SS. D. N. Clemente Papa VIII recognitus et auctus, instructione adiectam de imprimendi et emmendandi libros ratione. Romae 1593.  

(b) Cons. Veron. Praefat. 3. in Tr. N. T. 

(c) Non modo non improbant Episcopi, Parochi, Confessarii siquis Eckii aut Dietembergii nullam dissertè petitam facultate legat (Biblia Vernacula Catholica) sed probant et laudant maximè quasi iam facultas ea communis sit, neque poenam infligunt ullam, prout quotidiana docet experientia. Serarius Proleg. Bibl. cap. 20. quaest. 3.

(d) In multis locis Belgii consuetudo invaluit ut honestis quibusdam laicis Biblia Vernacula legere permittantur, dissimulatione potius piae tolerantiae quam facultate et licentiam expressam. Marchant. Trib. Sacram. Tract. 2. Tit. 2. Sect. 4. Quaest. 3. Dub. 6. Vid. P. Verjuys Ord. Praedic. de libr. prohib. Trat. 5.  

(e) El P. Paulo Layman de la compañía de Jesús en su compendio de teología moral lib. II. tract. de fide cap. 15 dice: Regula IV prohibentur Biblia Vulgari idiomate: sed non est recepta in Germania.  

(f) Los fundamentos de esta opinión y los de la contraria exponen largamente Francisco Antonio Zacaria en el lugar citado lib. 2. Dissert. 3. P. 2. cap. 1. n. 4. seq. 

Leplat en su obra intitulada: Vindiciae Assertorum in Praefat. Codic. Concil. Tridentin. praemissam ann. 1779. cap. 5. 6. 8. 

(g) Concil. Cammeracens. ann. 1565 de Libris Haereticorum suspectis et vetitis cap. 1. 

En el mes de julio del año 1570 se celebró el concilio de Malinas en Flandes, en el cual nada se dice en confirmación de la regla IV, ni se habla de esta materia. Por este mismo tiempo se imprimió en Ambers (Amberes; Antwerpen) por mandato de Felipe II el índice de los padres tridentinos juntamente con las diez reglas y un edicto de aquel monarca de 15 de febrero de 1569, mandando que en Flandes fuese recibido el índice de Pío IV (a). Mas por una ley del mismo príncipe expedida en Madrid muy pocos días después de aquel edicto, esto es, a 17 de marzo del mismo año se echa de ver que en estos reinos aún entonces se permitían los Breviarios y Horas en romance, en los mismos términos que antes de la regla IV, con tal que llevasen licencia del consejo y del ordinario eclesiástico, para que en estas obras no pudiese haber ningún vicio (b). Dos años después se publicó el índice expurgatorio que llaman del duque de Alba, distinto en muchas cosas del de Pío IV, y autorizado con una pragmática del mismo Felipe II dada en Bruselas en julio de 1571, en que manifiesta haber concurrido a su formación muchos y muy doctos varones, y entre ellos Benito Arias Montano. En este índice se copian solas cuatro reglas de las diez generales, y son la II, la V, la VII, y la VIII. La IV es una de las omitidas. Nada se lee aquí acerca de las versiones vulgares de la Santa Escritura; y en un mandato que va impreso al principio se prohíbe aumentar o disminuir este índice en alguna parte sin autoridad del gobernador y del consejo.

En el mismo año 1571, el concilio diocesano buscoducense, no ateniéndose a la regla IV, mandó a los párrocos que tuviesen para su uso y para la instrucción del pueblo versiones vulgares de los sagrados libros (c). Entretanto S. Carlos Borromeo en Milán hacía guardar exactamente la dicha regla, a cuyo fin la estableció con nuevo mandato en el Concilio III de aquella metrópoli celebrado el año 1573. (d). 

(a) Zacaria lib. 1. época 6. pág. 154. dice que de esta impresión del índice se conserva un ejemplar en la Librería de S. Pedro ad Vincula. 

(b) Ley XXVII. Tit. VII. Lib. I.

(c) Mandamus eisdem (Parochis) ut singuli habeant Biblia Latina et Vernacula. (Synod. Dioces. Buscoducensis 1571. Tit. 17 cap. 2) 

(d) De Bibliis autem vulgariter redditis, de Testamento Novo in vulgarem etiam sermonem converso... ea diligens cautio adhibeatur, ut illorum usus iis tantum concedatur, quibus Episcopus aut Inquisitor de consilio Parochi aut Confessarii permittendum iudicarit. (Concil. III. Mediolan.)

Diez años después de este Concilio, esto es, a 23 de mayo de 1583, se publicó en España un nuevo índice de los libros prohibidos por mandato del cardenal D. Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo, e inquisidor general de estos reinos, con XIV reglas generales, en que después de declarar que los inquisidores podían dar licencia a algunos hombres doctos para que tuviesen las versiones vulgares del Viejo Testamento hechas por autores herejes, permitiendo a todos que tuviesen la Biblia que llaman de Vatablo con dos traslaciones expurgada y corregida (a), se dice lo siguiente: "Prohíbense las Biblias en lengua vulgar con todas sus partes. Pero no las cláusulas, sentencias o capítulos que de ella anduvieren insertos nen los libros de católicos que los explican o alegan: ni menos las Epístolas y Evangelios que se cantan en la misa por el discurso del año: no estando de por sí solas, sino juntamente con los sermones o declaraciones que para edificación de los fieles se han compuesto o compusieren por autores católicos (b).” Al año siguiente de haberse publicado en España el índice del cardenal de Quiroga, recomendó al pueblo de Francia la lección de la Santa Escritura el concilio provincial de Bourges (c), y sólo prohibió las versiones vulgares de ella que no estuviesen aprobadas por la Iglesia católica y por el ordinario (d).

El Concilio de Cambray, celebrado por los años de 1586, e impreso en el siguiente con privilegio del rey católico, da facultad a los obispos para que no sólo por sí, como la regla IV dice, sino por medio de diputados suyos den a los fieles licencia para leer versiones vulgares de la Biblia (e). En el concilio provincial de Tolosa, celebrado en 1590, se encarga a los obispos que manden publicar y vender en sus diócesis ejemplares impresos de las reglas del índice de Pío IV (f). 

(a) En la regla V.

(b) regla VI

(c) Credentium ergo mentem illuminat non sola praedicatio verbi Dei, sed etiam  Scripturarum lectura. (Concil. Bituricense ann. 1584. Tit. IV. ap. Lud. Odespun Concil. novissima Galliae. Edit. París. 1646. pág. 397.)

(d) Omnia Biblia Sacra, et quivis alii Libri de Fide et Religione vernaculam linguam scripti, respuantur, nisi quos Ecclesiae Catholicae et ordinarii auctoritas probaverit. 

(Concil. Bituric. laud. Tit. IV Can. II. ap. Odespun loc. cit. pág. 398.) 

(e) Non permittantur cuivis de populo Libri Sacrae Scripturae linguam vulgari contra IV. Regulam Indicis Librorum prohibitorum, nisi de licentia Episcoporum aut Deputatorum ab eis. (Concil. Cammeracense ann. 1586.)

(f) Concil. Provinc. Tolosae ann. 1590. P. IV. cap. 2.

El Ilustrísimo Sr. D. Martín de Ayala supone que en España tenían en su tiempo los fieles legos libertad para leer en su lengua la Sagrada Escritura. Pues en el catecismo que escribió para instruir a los nuevamente convertidos de Moros, los remite al Evangelio para que aprendan la doctrina de Cristo, diciendo que por sí lo pueden leer (a). A fines del siglo XVI fue aprobada por Clemente VIII la traducción de la Biblia en lengua polaca, que de orden de Gregorio XIII, como arriba se dijo, emprendió el padre Jacobo Vieki (b). En el Concilio provincial de Narbona, congregado el año de 1609, por el arzobispo de aquella Iglesia Luis de Vervins, sobre prohibir la lección de la Escritura en lengua francesa a quien no tuviese expresa licencia por escrito del obispo o de su vicario general, mandó que antes se examinasen y aprobasen estas versiones, no fuera que estuviesen corrompidas por los herejes (c).

En el mismo año el concilio diocesano de Malinas por nuevo decreto renovó lo mandado en la regla IV (d). El año 1632 se publicó en Sevilla el índice de libros prohibidos y expurgados del cardenal D. Antonio Zapata, inquisidor general de estos reinos; en que a la prohibición general de las traducciones vulgares de la Escritura, se añade y se declara ser comprendido en esta prohibición el libro que vulgar y comúnmente anda de las Epístolas y Evangelios en lengua vulgar, aunque tenga algunas breves declaraciones en algunas partes y Evangelios: por ser, como es, por la mayor parte y casi todo el texto sagrado en vulgar: por el peligro de errar en su mala inteligencia la gente ignorante y vulgar, y por otros inconvenientes que se han advertido y experimentado (e).

(a) Catecismo del Sr. Ayala lib. 1. Dial. XX. pág. 171.

(b) Zaccaria loc. laud. lib. II. Diss. 3. Parte 1. cap. 1. pág. 361. 

(c) Concil. Narbonense anno 1609. cap. 3.

(d) Zaccaria ib. pág. 351.

(e) En la regla IV de las XIV generales que preceden a este índice.


de que aun entonces se seguían gravísimos daños (a); algunos obispos de Francia en Otras providencias semejantes tomaron algunos Concilios en el discurso del siglo XVII, para la puntual observancia de la regla IV, hasta que a fines de él, no bastando esto para que el pueblo de Flandes se abstuviese de leer las Biblias vulgares de que aun entonces se seguían gravísimos daños (a); algunos obispos de Francia en 19 de Julio de 1696 se quejaron a Inocencio XII de esta inobediencia y sus malos efectos que no podían atajar. Y el Papa en Breve de 24 de noviembre del mismo año respondió que observasen lo que en esta parte tenían dispuesto sus predecesores, especialmente Pío IV (b). Y este es el primer documento de la Santa Sede en que vemos modificados los mandatos de Sixto V, y Clemente VIII, acerca de las facultades que a los obispos e inquisidores daba la regla IV del índice.

Por estos medios se fue allanando el camino al decreto de la congregación del índice de 13 de julio de 1757, aprobado por el Papa Benedicto XIV, en que se revocó la regla IV del índice, permitiendo las versiones de la Escritura en lengua vulgar, que o fuesen aprobadas por la Santa Sede, o ilustradas con notas de padres o doctores católicos. Permítense, dice, estas versiones de los sagrados libros, siendo aprobadas por la Silla Apostólica, o publicadas con notas de los santos padres de la Iglesia, o de católicos doctos (c).

(a) En un edicto del Obispado de Lieja en Flandes, expedido el año 1619. se lee lo siguiente: Quum tumultuosis ac miseris temporibus à piis ac eruditis viris compertum sit, varias opiniones erroneas irrepsisse, eo quod Sacra Biblia vulgari linguam versa adeo facilé domi suae in officinis ac hospitiis habeant: Nos huic malo occurrere volentes, &c.

(b) Innoc. XII Resp. ad Episc. Belgii 24. Nov. 1696. 

(c) Quod si huiusmodi Bibliorum versiones fuerint ab Apostolica Sede approbatae, aut editae cum annotationibus desumptis ex Sanctis Ecclesiae Patribus, vel ex doctis Catholicisque viris, conceduntur. Este decreto se imprimió al principio del índice de Benedicto XIV en el año 1757 y anda también reimpreso en la segunda edición del mismo índice hecha en 1764.

Este ejemplo siguió el Santo Oficio de la Inquisición de España, copiando casi a la letra aquel decreto en el que expidió para reintegrar a los fieles de estos reinos en la facultad de leer versiones vulgares de la Santa Escritura. Fue esto por los años 1782, siendo inquisidor general el excelentísimo Sr. D. Felipe Bertrán obispo de Salamanca, de cuya doctrina y virtud quedan en España otros no menos ilustres monumentos. 

El decreto es a la letra como se sigue: "Habiéndose meditado y reflexionado mucho el contenido de la regla V del índice expurgatorio de España, por la que con justísimas causas que ocurrían al tiempo de su formación, se prohibió la impresión y lectura de versiones a lengua vulgar de los libros sagrados con más extensión que la que comprende la regla IV del índice del Concilio, cuyas causas han cesado ya por la variedad de los tiempos: y considerando por otra parte la utilidad que puede seguirse a los fieles de la instrucción que ofrecen muchas obras y versiones del texto sagrado, que hasta ahora se han mirado como comprendidas en dicha regla V.; se declara, deberse entender esta reducida a los términos precisos de la IV del índice del Concilio, con la declaración que dio a ella la sagrada congregación en 13 de junio de 1757., aprobada por la santidad de Benedicto XIV de feliz recordación, y prácticamente autorizada por N. S. P. Pío VI en el elogio y recomendación que hace en Breve de 17 de marzo de 1778 a la traducción hecha en lengua toscana por el sabio autor Antonio Martini. Y en esta conformidad se permiten las versiones de la Biblia en lengua vulgar; con tal que sean aprobadas por la silla apostólica, o dadas a luz por autores católicos, con anotaciones de los santos padres de la Iglesia o doctores católicos que remuevan todo peligro de mala inteligencia: pero sin que se entienda levantada dicha prohibición respeto de aquellas traducciones en que falten las sobredichas circunstancias (a).

(a) Hállase este decreto en el edicto de 20. de diciembre de 1782. y de todo él se ha formado la regla V. del índice último de los libros prohibidos y mandados expurgar, que en el presente año 1790 acaba de publicarse en Madrid por mandato del excelentísimo Sr. D. Agustín Rubín de Zevallos (Cevallos, Ceballos), inquisidor general, y del supremo consejo de la santa general inquisịción. 



CAPÍTULO XXII.


Que este decreto de la inquisición se ha expedido cuando ya no subsisten las causas porque se prohibieron las versiones vulgares de la Escritura. 


Las cosas de suyo buenas nunca se prohíben por ley general, a no ser que por algún incidente externo y ajeno de las mismas cosas venga a seguirse de ellas más daño que provecho. Tan movedizo es el hombre, y su condición y costumbres tan varias, y tal la mudanza y alteración de los tiempos, que una misma ley humana que hoy es útil y necesaria al bien público, mañana pueda ser y de hecho sea perniciosa. De manera que cuando legítimamente consta haber cesado el motivo porque se estableció aquella ley, vuelve a permitirse lo que por ella estaba vedado, revindicándose, por decirlo así, el bien general de la comunidad lo que siempre fue suyo, y sólo dejó de serlo en aquella coyuntura, por respeto que tuvo la legítima potestad a la ajena flaqueza o malicia. Una de las condiciones de la ley es que sea útil y no perjudique al bien común: y cierto saldría perjudicado el bien común, si durase siempre la prohibición de una cosa en sí buena y útil, aun cuando constase legítimamente haber faltado las causas externas porque se vedó.

El mandato de los apóstoles para que se abstuviesen los fieles de comer animales sufocados y sangre (a), como prohibición de una cosa que no era en sí mala, dejó de obligar luego que la flaqueza de los judíos convertidos al Evangelio, no tuvo necesidad de mantener esta abstinencia. San Agustín dice, que en su tiempo se daban ya muchos cristianos por desobligados de aquella ley, y muchos siglos ha que lo estamos todos. A los niños en tiempo de S. Cipriano se daba la eucaristía en ambas especies (b), y en las mismas se guardaba para los enfermos (c), y se administraba a todos los fieles. Bajo la especie de pan la llevaban los cristianos en sus viajes (d), y aun se enterraron con ella algunos muertos en la Iglesia latina hasta los tiempos del Concilio Trulano (e), y los obispos de la griega hasta el siglo XII. (f) 

(a) Act. XV 20.

(b) S. Cypr. De lapsis Op. pág. mihi 189. 

(c) S. Jo. Chrisost. Epist. ad Innocentium Pontif.

(d) Grancolas d' ancien Sacramentaire Part. 1. pág. 344.

(e) Conc. Trullan. Can. LXXXIII. 

(f) Balsamon in Can. LXXXIII Trullan.

¿Qué es en nuestro tiempo de la observancia de estas leyes? ¿Dónde están ahora las diaconisas? Luego que fue abolido el bautismo de inmersión, en que asistían las mujeres, y cesaron los otros fines para que servía este grado en la Iglesia, cesó por consiguiente la Ley que lo estableció; de suerte que con ser de institución apostólica, en el siglo XI sólo las había en la Iglesia de Constantinopla: después ni en aquella ni en otra alguna. El Concilio Iliberitano, celebrado en tiempo del Papa Marcelo I hacia los años 305, prohibió en el Canon XXVI que se pintasen en las paredes imágenes de aquellas cosas a que da culto la religión cristiana. Pero luego que la Iglesia auxiliada del poder y autoridad de los príncipes no tenía como antes porque temer en estas pinturas las irreverencias de los gentiles, dejó de obligar aquella ley; y el que obrase ahora según ella, no menos procedería contra el espíritu de la Iglesia, que si 

entonces la hubiera quebrantado.

Aún podemos dar otro ejemplo más cercano y más a nuestro intento en las mismas reglas del índice. Porque la VI en que se prohibieron las versiones vulgares de libros de controversia entre católicos y herejes (a), ha dejado de obligar en algunas provincias (b) luego que han ido cesando las causas porque se estableció. 

(a) Libri vulgari idiomate de controversiis inter Catholicos et Haereticos nostri temporis disserentes, non passim permittantur; sed idem de iis servetur, quod de Bibliis vulgari linguam scriptis statutum est. (Reg. VI. Indicis.)

(b) En España no está abrogada esta Regla VI, aunque corren en ella sin contradicción y con aceptación algunos libros castellanos de controversia que se han escrito contra los protestantes y otros sectarios, y contra los impíos de nuestro siglo. 

"Cuando se promulgaron las reglas del índice, dice Zaccaria, los protestantes escribían muchísimos de sus libros contra la Iglesia en lengua latina; y así confutándose estos escritos en las lenguas vulgares, corría peligro de que el pueblo leyendo nuestros controversistas, entrase en mil dudas, se sintiese con deseo de disputar con los herejes, y lo que sería peor, no quedase satisfecho de las respuestas... Pero luego que los protestantes, y mucho más los modernos filósofos comenzaron a divulgar sus libros en sus lenguas maternas, vino a ser necesario que hasta los ignorantes tuviesen triaca contra este veneno. Por cuya causa en todas partes se ha dado libertad para publicar obras de esta naturaleza (a).” Esto que por conjeturas dice Zaccaria de la regla VI del índice, lo aseguramos nosotros de la IV. Porque en ella se prohibieron las versiones de la Escritura en lenguas vulgares, con el conocimiento de que la lección de los libros sagrados es cosa por su naturaleza buena, utilísima para fomentar la piedad y reformar las costumbres, recomendada por la misma Escritura, encargada y promovida por los santos doctores, y autorizada con la práctica de muchos siglos; pero que por la temeridad de los hombres había venido a ser más dañosa que provechosa (b). 

“Esto que de suyo es tan bueno, (decía Fr. Luis de León hablando de leer la Escritura en lenguas vulgares) y fue tan útil en aquel tiempo, la condición triste de nuestros siglos, y la experiencia de nuestra gran desventura nos enseñan que nos es ocasión ahora de muchos daños. Y así los que gobiernan la Iglesia con maduro consejo, y como forzados de la misma necesidad, han puesto una cierta y debida tasa en este negocio; ordenando que los libros de la Sagrada Escritura no anden en lenguas vulgares, de manera que los ignorantes los puedan leer: y como a gente animal y tosca que, o no conocen estas riquezas, o si las conocen no usan bien dellas, se las han quitado al vulgo de entre las manos (c).”

(a) Zaccaria loc. laud. pág. 356. 

(b) Palabras de la misma regla IV.

(c) M. León N. de Cristo lib. 1. pág. 2. Cons. Ferdinand. Vellosill. Aillionensis Episc. Lucens. Advertentiae Theologiae Scholasticae in B. Chrisostomum et quatuor Doctores Ecclesiae in B. Chrisostomi Tom. IV Quaesit. XXII. Edit. Complut. 1585. pág. 41. b. 

Así hablaba de la regla IV aquel sabio teólogo, donde se echa de ver que esta ley eclesiástica, ordenada como todas las demás al bien del pueblo cristiano, se estableció por causas justísimas. Dos eran estas principalmente, como dejamos dicho: 

1.a la muchedumbre de versiones que corrían entonces hechas por herejes, los cuales envanecidos con el conocimiento de las lenguas orientales, se jactaban de que ellos solos daban al pueblo la Escritura tomada de sus mismas fuentes. Tiraban en esto a que fuesen más bien recibidos los errores que en ellas sembraban, y así lo lograron. 2.a juntamente enseñaban que la Escritura no se debe interpretar según la tradición, sino conforme al parecer y arbitrio de cada uno: con lo cual retraían al pueblo de que en la creencia de las verdades reveladas se sometiese al juicio y autoridad de la Iglesia. El pueblo amigo de la novedad, y autorizado a su parecer para juzgar en estas materias, abrazaba las versiones malas de la Escritura, y con ellas los errores de que estaban sembradas, y otros que cada cual se fingía a su antojo, con abandono de la fe verdadera. Estos daños por sí mismos estaban clamando que se pusiese tasa en negocio de tanta gravedad, hasta que mudados los tiempos, como dice Fr. Bartolomé Carranza, y dada por Dios serenidad al mundo, cesando los peligros que entonces había, pudiesen los prelados y jueces de la religión dar el pasto espiritual de la Escritura más libremente como se solía hacer. Pero así el uno como el otro inconveniente han cesado ya en los reinos católicos, especialmente en España, a cuya utilidad se dirige principalmente este escrito. En cuanto a las versiones de la Escritura hechas por herejes, notorio es el celo con que el Santo Oficio ha procurado apartarlas de las manos del vulgo; con lo cual el pueblo mismo que entonces las buscaba, ahora las mira con horror, y las detesta; muchos no se cuidan de ellas; los más ni saben si las hay. Aun para los vanos y curiosos ignorantes han perdido estas versiones con los años mismos el aliciente de la novedad, que primero engañó a muchos simples. 

Esto por lo que toca al primer daño. No menos se ha desvanecido por la bondad de Dios el segundo. Ninguno de los fieles se tiene por intérprete, y mucho menos por juez de las verdades de la fe, y menos aun por árbitro de la Santa Escritura, para torcerla a sentidos ajenos del espíritu con que se escribió. Todos ellos por el contrario, confiesan que en la Iglesia como columna que es y alcázar de la verdad, está depositada la interpretación de los libros divinos: que en la declaración de los lugares dudosos u oscuros se debe proceder con su acuerdo y autoridad según la tradición de los padres, no por la privada inteligencia y parecer de los que leen. Estas son verdades que tienen echadas ya raíces en los pechos de los verdaderos cristianos: nuestras provincias por especial merced y gracia del cielo están limpias de la mala yerba que Lutero plantó; y aunque uno u otro se hallase infecto de aquel contagio, no ha querido el Santo Oficio que por este solo temor sea perjudicado en cosa de tanta importancia el bien universal de todos. La ignorancia o la malicia de los que abusan de la lección de la Santa Escritura no destruye en el común de los fieles el derecho de alimentar su fe con este pan saludable, mientras el daño no sobrepuje al provecho, como sucedía en tiempo de Pío IV, el cual privó de esta lectura a los pocos que hacían buen uso de ella por salvar el bien de toda la comunidad. Ahora desvanecidos ya los riesgos particulares que trajeron consigo aquellas herejías, sólo subsisten los generales que siempre ha habido de que la humana corrupción abuse de las cosas más santas. 

Pero el temor de estos peligros comunes no debe causar efectos que no ha causado jamás en la antigüedad eclesiástica; y mucho menos impedir que sea reintegrado el pueblo en la posesión de leer los libros sagrados que se interrumpió por causas particulares que a juicio de los superiores ya no subsisten. No deben entrar en cuenta los inconvenientes particulares para por ellos impedir el bien general. Porque las leyes y el buen juicio no miran lo particular sino lo común y general: conviene a saber, no lo que acaece a personas particulares, sino lo que toca generalmente al común de todos: los cuales no es razón que pierdan por el abuso y desorden de los pocos. Ni tampoco mira a los particulares daños que traen las cosas si son mayores los provechos que los daños (a). (a) Fr. Luis de Granada prólogo Galeato § 4.

"Muchas cosas hay, decía san Agustín, que aunque de suyo buenas y establecidas para algún fin provechoso, no son para todos útiles, sino sólo para los que usan bien de ellas. Una misma luz se derrama en los ojos sanos y en los enfermos, para aquellos es auxilio, para estos tormento: un mismo manjar a unos alimenta, a otros daña: una misma medicina cura a unos y debilita a otros: unas mismas armas guarnecen a unos, impiden a otros: un mismo vestido para unos es abrigo, para otros estorbo. De la misma manera, prosigue el Santo, el bautismo a unos vale para el reino, a otros para su juicio.... Pues del cuerpo mismo y sangre de Christo, sacrificio único de nuestra salud, sin embargo que el mismo señor dice: Si alguno no comiere mi carne, y bebiere mi sangre no tendrá vida en sí (a), ¿no enseña también el apóstol que se convierte en daño para los que usan mal de él? Porque dice (b): cualquiera que comiere el pan y bebiera el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y sangre del señor (c).” 

Hasta aquí san Agustín, donde se ve cuan general es abusar los malos de las cosas que de suyo son buenas y ordenadas para bien y provecho de todos. Mas no por cualquiera de estos daños, cuando no llegan a ser mayores que los provechos, es prudencia vedar generalmente el uso de aquellas cosas. "De otra suerte, dice el mismo santo, no se podrán tener herramientas para los oficios domésticos y del campo, no sea que con ellas se mate alguno a sí mismo o a otro: ni tampoco árboles ni sogas, porque alguno no se ahorque; ni menos se podrán hacer ventanas, por temor de que alguno se eche por ellas abajo. ¿Qué me canso en contar lo que no puedo acabar? Porque ¿qué cosa hay en el uso de los hombres bueno y lícito, de que no pueda seguirse daño (d).” 

(a) Joan. VI. 54.

(b) I. Cor. XI. 27.

(c) S. August. contra Cresconium Donatistam lib. 1. cap. 23 et 25. Op. T. IX. col. 274. 275. seq. Vid. de Doctr. Christ. lib. 2. cap. 18 n. 28 Op. T. III P. 1 col. 24.

(d) Id. ad Publicolam Epist. XLVII alias CLIV n. 5. Op. T. 2. col. 85. 

¿Qué Escrituras hay, decía en una ocasión semejante, Fr. Luis de León, aunque entren las sagradas en ellas de que un ánimo mal dispuesto no pueda concebir un error? En el juzgar de las cosas débese atender a si ellas son buenas en sí, y convenientes para sus fines, y no a lo que hará de ellas el mal uso de algunos: que si a esto se mira, ninguna hay tan santa que no se pueda vedar. 

¿Qué más santos que los Sacramentos? ¿Cuántos por el mal uso de ellos se hacen peores? El Demonio como sagaz y que vela en dañarnos, muda diferentes colores, y muéstrase en los entendimientos de algunos recatado y cuidadoso del bien de sus prójimos (próximos), para por escusar un daño particular, quitar de los ojos de todos lo que es bueno y provechoso en común (a).” Así pensaba en estas materias aquel prudente y sabio español, cuyo parecer y el de san Agustín extendió todavía más a nuestro propósito Fr. Luis de Granada (b). 

(a) Fr. Luis de León en la carta a las MM. Priora Ana de Jesús y Religiosas Carmelitas descalzas del monasterio de Madrid escrita en 15 de septiembre de 1587. 

(b) Prólogo Galeato § 4. 

"Ninguna cosa hay, dice, tan buena y tan perfecta de que no pueda usar mal la malicia humana. ¿Qué doctrina más perfecta que la de los Evangelios y Epístolas de san Pablo? Pues todos cuantos herejes ha habido, presentes y pasados, pretenden fundar sus herejías en esta tan excelente doctrina. 

Por donde el apóstol san Pedro haciendo mención de las Epístolas de san Pablo, dice que hay en ellas algunas cosas dificultosas de entender, de que tomaron ocasión algunos malos hombres para fundar sus errores. Y añade más, que de todas las santas Escrituras pretenden ayudarse los herejes torciéndolas y falsificándolas para dar color a sus errores. Y allende de esto, ¿qué cosa hay en la vida humana tan necesaria y tan provechosa, que si hiciésemos mucho caso de los inconvenientes que trae consigo, no la hayamos de desechar? No casen los padres a sus hijas, pues muchas mujeres mueren de parto y otras a manos de sus maridos. No haya médicos ni medicinas, pues muchas veces ellos y ellas matan. No haya espadas ni armas, porque cada día se matan los hombres con ellas. No se navegue la mar, pues tantos naufragios de vidas y haciendas se padecen en ella. No haya estudios de teología, pues todos los herejes usando mal de ella, tomaron de ahí motivos para sus herejías. Mas ¿qué diré de las cosas de la tierra; pues aun las del cielo no carecen de inconvenientes? ¿Qué cosa más necesaria para el gobierno de este mundo que el sol? Pues ¿cuántos hombres han enfermado y muerto con sus grandes calores? Y ¿qué digo de estas cosas; pues de la bondad y misericordia, y de la pasión de Cristo nuestro Salvador (que son las causas principales de todo nuestro bien) toman ocasión los malos para perseverar en sus pecados, ateniéndose a estas prendas?” 

Esto dice aquel sabio y celoso español. Y ponderando luego la maldad de los pontífices y fariseos que de un milagro tan grande como el de la resurrección de Lázaro tomaron ocasión para condenar a muerte al que le resucitó, y querer quitar la vida al resucitado, prosigue diciendo: "Pues si la malicia humana es tan grande, que

de aquí sacó motivo para tan gran mal, ¿quién ha de hacer argumento del abuso con que los malos pervierten las cosas buenas, y las tuercen y aplican a sus dañadas voluntades, para que por eso se impida lo bueno? Todo esto se ha dicho, para que se entienda que ninguna cosa hay tan buena que carezca de inconvenientes, más ocasionados por el abuso de los hombres, que por la naturaleza de las cosas. Mas no por eso es razón que por la desorden y abuso de los pocos pierdan los buenos y los muchos el fruto de la buena doctrina. Lo cual abiertamente nos enseñó el Salvador en la parábola de la cizaña: donde dice que preguntando los criados al padre de la familia si arrancarían aquella mala yerba porque no hiciese daño a la sementera, respondió que la dejasen estar: porque podría ser que arrancando la mala yerba, a vueltas de ella arrancasen la buena. En la cual parábola unos enseña que ha de ser tan privilegiada la condición de los buenos, que muchos inconvenientes se han de tragar, a cuenta de no ser ellos agraviados.” Esto es de Fr. Luis de Granada.

La inquisición de España gobernándose por principios de tan sabia prudencia, viendo por una parte mudados los tiempos, y que no subsisten en nuestros reinos las causas porque se estableció la regla IV, teniendo presentes al mismo tiempo los grandes bienes que causa en el pueblo la lección de la Santa Escritura y los males que puede ocasionar su ignorancia; siguiendo el ejemplo de la congregación del índice, ha dado facultad a nuestros naturales para que puedan leer como antes la Escritura en su lengua materna. 


CAPÍTULO XXIII. 

Sosiéganse los temores de los que aún ahora desaprueban que se dé al pueblo la Escritura en su lengua materna. 


Mas porque aún ahora hay algunas gentes pías y bien intencionadas, que de este decreto del Santo Oficio para que el pueblo lea la Escritura se recelan otros daños, como dijimos en el prólogo, para sosegar a los que así temen donde no hay por qué, convendrá mostrar cuan vanos son los fundamentos en que su miedo estriba.

Y en primer lugar, los que hacen alto en el caudal de doctrina que es menester para la inteligencia de los libros santos, y coligen de aquí que el leer la Escritura no es para los fieles legos que carecen de estos principios, yerran en la substancia de su argumento. Porque como todo este aparato no lo exigen los santos doctores sino para adquirir un perfecto conocimiento de las Escrituras, lo que de aquel principio se sigue es que sin estas disposiciones nadie llegará a ser perfecto en la ciencia sagrada. Pero ¿qué tiene que ver el estudio sólido y fundamental de los libros santos con la lección de ellos sencilla y humilde? ¿Es lo mismo estudiar la Escritura para interpretarla a otros y declararla los que son o se crían para ser pastores y maestros en la Iglesia, que leerla para su propia edificación los que son en ella súbditos y discípulos? Claro está que son cosas enteramente distintas. Y así el pretender que por esta causa se vede siempre al pueblo la lección de la Escritura, es sacar la cuestión del estado que tiene. Porque no se trata de hacer a los seglares maestros de la religión, encargándoles la enseñanza de la Escritura. Si de esto se tratara, sería muy del caso el argumento. Lo que se pretende es ponerles en la mano los santos libros para que en ellos aprendan a huir del mal y a obrar el bien, aspirando a la perfección de la vida cristiana. Dicen otros que por varias leyes eclesiásticas está prohibido a los seglares disputar de la fe, y que acaso algunos de ellos viéndose instruidos en la Santa Escritura se entrometerán a disputar con los herejes en punto de religión. Pero un peligro como este tan remoto sin razón se tiene por causa para que nunca jamás se dé al pueblo la Escritura. Porque en leyéndola ellos para aprovechar, que es el fin porque se les da, y no para disputar, se acabó el argumento. Después de esto la disputa en materias de religión se prohíbe a los legos, lo uno porque no es de su oficio, ni aun cuando se hiciese por legos doctos se haría sin escándalo y sin detrimento de la autoridad de los pastores a quien esto toca: lo otro porque comúnmente es cosa en que se arriesga la buena causa por el mal abogado. Porque el convencer a los enemigos de la religión pide ciencia, elocuencia y otras disposiciones que dificultad se hallan juntas aun en los mismos eclesiásticos. 

Y así los tales legos con su osadía expondrían la fe al menosprecio de sus enemigos, y a sí mismos pondrían en riesgo de apostatar, si por desgracia les parecían más fuertes las razones de ellos mal entendidas. Pero en la lección de las Escrituras no hay nada de esto: ni el que a ella se llega con fe, con humildad y con las demás disposiciones que para esto se requieren, saca de aquí soberbia e inobediencia a los decretos de la Iglesia, sino muchos bienes que redundan en provecho suyo y de todo el cuerpo místico cuyo miembro es. Y cuando esta razón probara algo contra los seglares, no se extendería a todos ellos, sino a aquellos únicamente que con demasiada libertad, sea por el deseo de parecer doctos, o por otra indisposición de su ánimo, se dedicasen a leer la Escritura para levantarse con el oficio de doctores que no es suyo. A estos, si les hay: prohíbaseles enhorabuena la lección de la Escritura, del mismo modo que a los que por su dañada conciencia sacan juicio de la Eucaristía deben apartar los confesores de la sagrada mesa. Mas por el temor de estos pocos, que aunque en otro tiempo los haya habido, acaso ahora no los hay sino en la imaginación de los que esto objetan, vedar siempre la Escritura a todos, es como si por temor de uno u otro que puede llegarse a comulgar siendo indigno, se negase a todo el pueblo la santa Eucaristía.

Recelan otros, que si al pueblo se dan estas versiones, importunarán a la Iglesia para que celebre también la misa en lengua vulgar. Pero témase esto enhorabuena de los herejes, los cuales en odio de la Iglesia católica excitan semejantes deseos en sus ministros y sectarios, logrando que las ceremonias y ritos sagrados de sus templos se hagan en lengua vulgar. Mas no de los católicos, que así como tienen a la Iglesia por juez de las Escrituras, así la miran como dispensera de los sagrados misterios en la lengua que conviene sean celebrados. Por donde contentos con lo que se les da, no piden con importunidad lo que se les niega, ni turban la paz, ni se oponen a esta loable costumbre, ni examinan y mucho menos censuran las graves causas porque se lleva adelante.

Pero entre todos estos temores sobresale el que causa en algunos la oscuridad misma de los libros santos. Si el fin, dicen ellos, porque se da al pueblo la Escritura es su edificación y enmienda de vida, ¿cómo se logrará esto por medio de una lección altísima, oscurísima, superior a la capacidad del pueblo? Como este argumento tiene color de celo el bien de los mismos fieles a quienes se da la Escritura, ha arrastrado a una gran parte aun de los que deseaban este decreto. Y por lo mismo conviene que se declare lo que tiene de excesivo este miedo, y hasta donde debe llegar para que no sea contrario al espíritu de los superiores eclesiásticos que dan al pueblo esta licencia.

Primeramente no es cierto que todo lo que hay en la Escritura sea oscuro. Cosas hay en ella altísimas, superiores a la capacidad humana, llenas de misterios que suspenden al que las lee, y le dejan atónito: esto no se puede negar. Pero hay otras muchas, y acaso más en número, fáciles de entender, deleitables, que con una luz y resplandor como del cielo alumbran y alegran el entendimiento, y dejan penetrado y abrasado el corazón. Tales son comúnmente los libros historiales y gran parte de los sapienciales, esto es la mayor de las Escrituras. Aun los proféticos que por lo general son elevados y oscuros, están llenos de máximas muy claras, útiles para todas las clases y estados de la república. Y así no es causa para vedar los libros santos la oscuridad de algunos lugares de ellos, cuando en otros hay cosas fáciles que enamoran con su claridad y atraen suavemente a los lectores.

San Juan Chrisóstomo dice que no puede ser que el que lee la Escritura ignore todo lo que lee. Porque el disponer Dios que los escritores sagrados fuesen publicanos, pescadores, fabricadores de tiendas, pastores de ovejas y de cabras, gente ruda y sin letras, fue para que nadie por idiota que sea pueda alegar esta escusa; para que lo que en la Escritura se halla fuese por lo común inteligible, de modo que el artesano, y el sirviente, y la viuda, y el más indocto de los mortales sacase provecho y fruto de oírla leer. "Los apóstoles, añade, y los profetas, todo lo manifiesto y claro que escribían, lo pusieron a la vista de todos, como maestros universales del mundo, para que cada cual por sí mismo con sola la lección pueda aprender lo que en la Escritura se dice (a).” De aquí es que los padres llaman a la Escritura río que vadean los corderos y donde nadan los elefantes (b), llana para los pequeños y profunda para los altos, común a unos y otros como el maná que llovió en el desierto (c), suavísima para los perfectos, compasiva para los imperfectos, mansa para los medianos, tolerable para los delicados, suficiente para los fuertes, moderada para los flacos, blanda y suave para los humildes (d). Fuera de esto, ¿no dice san Agustín (e) que el que tiene el corazón lleno de caridad, así como fácilmente guarda lo que se encierra en la abundancia y amplísima doctrina de las Escrituras, así también sin trabajo ninguno lo comprende? 

(a) S. Joan. Chrisost. Homil. III de Lázaro c. XVI Luc.

(b) S. Greg. Pap. Epist. ad Leandr. in Moralem exposit. Job. cap. IV

(c) Isidor. de summo bono lib. I. cap. 18.

(d) Petrus Blesens. in cap. 2. Job. 

(e) Sermons XXXIX de temp.

Pues esto ¿por quién se ha dicho sino por los que leen las Escrituras con el espíritu con que Dios nos las dio, y con las demás disposiciones que diremos después, aunque no estén preparados con el profundo conocimiento de las ciencias que son necesarias para los maestros y declaradores de ellas? Por donde en otra parte da a entender el mismo santo que aun cuando no penetremos bastantemente los libros sagrados, leamos siempre en ellos; porque en todos estos libros, dice, los temerosos de Dios y los que tiene amansados la piedad, buscan la voluntad de Dios (a). De este espíritu están llenas las siguientes palabras de Luis Blosio: “Cuando en la Escritura Sagrada se te ofrece algún lugar oscuro que no lo puedes entender, baja la cabeza con reverencia, y pasa simplemente adelante.... Esta virtud tienen las palabras divinas, que no sólo cuando se entienden perfectamente aprovechan mucho al alma fiel; mas también cuando no se entienden, si se reciben con devoción y espíritu. Porque no dijo el señor sin causa: Las palabras que yo he hablado son espíritu y vida (b).” 

Aún esto se entenderá mejor, si consideramos el fin porque mezcló Dios muchas cosas oscuras en los libros sagrados. Que no fue ciertamente para apartar de ellos a los sencillos y menos inteligentes, sino para avivar con esto el estudio y deseo de los lectores (c), y darles ocasión de ejercitar la humildad, la oración, y las demás virtudes con que se alcanza del cielo la inteligencia de las Escrituras, y luego después premiar y regalar con esta luz altísima a los que no se fiaron de sí mientras duró la noche de su ignorancia (d). Conforme a esto dice S. Próspero con la gallardía que acostumbra (e):

(a) S. Aug. de Doctr. Christ. lib. II. cap. 9. Op. T. III P. 1. col. 19. Véase la excelente carta del santo doctor ad Volusianum XIII, y el comentario al salmo CXVIII. v. 165. Serm. XXXI n. 5 t. IV col. 1019. 

(b) Blos. Vit. Spirit. cap. 16.

(c) Ad hoc enim clauduntur quaedam Sacramenta Scripturarum, non ut denegentur sed ut pulsantibus aperiantur. S. Aug. Enarrat. in Ps. XCIII. n. 1. Op. T. IV col. 749. V. Serm. XXXI de verbis Ps. CXXV. Qui seminant in lacrymis &c. Op. T. V col. 109 et S. Isidor. Hispal. lib. 1. cap. 18. Op. T. 2. pág. 26.

(d) In quibusdam locis obscurioribus tantò maiore dulcedine inventa (Scriptura) reficit, quantò maiore labore fatigat animum quaesita. S. Greg. M. in Ezechiel. lib. 1. Homil. VI. n. 1. op. t. 1. col. 1213. V. S. Basil. Comment. in Esai. Prooem. n. 6. t. 1. in Append.

(e) S. Prosp. Epigramm.

Aunque de la Divina Escritura 

Que quieres entender, halles cerrada 

La entrada en muchas cosas y obscura, 

Vela con santo afán: con la tardanza 

Del don ejercitada 

Queda el alma: es el fruto más sabroso, 

Cuanto más se dilata su esperanza. 

Lo que se da de grado y se presenta, 

En vil precio es tenido. 

Es el misterio al alma deleitoso 

Aun cuando está escondido. 

El que da que busquemos 

Su divino sentido, 

Darános igualmente que le hallemos. 

Esta es doctrina común de todos los santos, en los cuales es muy frecuente, como lo hace aquí S. Próspero, tomar motivo de la oscuridad de las Escrituras, no para retraer al pueblo de su lección, sino para exhortarle a la frecuencia, a la atención, a la hambre con que deben ejercitarse en ella, y al respeto con que han de acudir a los pastores y doctores de la Iglesia para que se la declaren (a). Que si la oscuridad de las verdades altísimas de las Escrituras bastara para apartarlas de las manos del pueblo, también podrías echar del comercio de los hombres, dice nuestro Martín de Ayala, la filosofía y la que los filósofos llamaron sapiencia, porque con grandísima dificultad las puede rastrear el humano entendimiento. Por eso el Evangelio y el Espíritu Santo que se promete y da en él, nos provee de fe y de lumbre interior, con que los buenos cristianos se aseguran y quietan en el sentido que han de tener de estas cosas remotas. Son al fin cosas reveladas, y de que Dios ha dado testimonio por profetas santos y amigos suyos, y por evidentes milagros que ha hecho para comprobación de estas verdades. 

Y al fin, si por no alcanzarse bien una cosa se había de menospreciar, hartas dificultades hay en las ciencias que hasta hoy no se han podido averiguar: luego echémoslas de la conversación de los hombres (b).

(a) Vid. S. Jo. Chris. Homil. III. de Lazaro iam laudatam. S. Aug. in Ps. CXLVI. et Serm. XI. de verbis Domini secundum Matthaeum. S. Gregor. M. Moral. in Job. Lib. IV cap. 12. S. Nil. Epist. IV Didymo Lectori. Edit. París. 1657. pág. 38. 

(b) Catecismo del Sr. Ayala lib. 1. Diálogo 20 pág. 174.

Otra cosa me ocurre, la cual reflexionada debiera hacer mirados a los que alegan la oscuridad de los santos libros como causa para que se vede al pueblo su lectura. Y es

que al paso que los santos doctores de la oscuridad misma de la Escritura tomaban ocasión para exhortar al pueblo a que la leyese; los enemigos de la Iglesia católica por

el contrario se valían de este pretexto para retraerle de tan suave ejercicio. 

Teodoreto hace memoria de algunos herejes que decían ser temeridad penetrar las verdades inaccesibles de los libros sagrados. Esto decían; pero lo que realmente deseaban era mantener a los pueblos en esta ignorancia, para que no cayendo en la cuenta del error que les enseñaban, tragasen por verdad la mentira (a).


Orígenes cuenta de Celso que no pudiendo entender algunas palabras de las antiguas profecías, llevado de la ira maldecía de ellas, diciendo que allí se hace ostentación y jactancia de cosas oscuras y fanáticas, no entendidas de los sabios, y que a los ignorantes dan ocasión de que las tomen en el sentido que quieran. "Pero a mí me parece, añade Orígenes, que esto lo dijo con dolo, queriendo cuanto era de su parte apartar a los lectores de que estudiasen con diligencia los sentidos de los profetas (b).” San Atanasio confuta la falsedad de los apolinaristas, o sean otros herejes que tenían por superfluo todo estudio de las Escrituras, no sólo porque a cada uno, como decían ellos, le basta su propia fe, sino porque con la investigación se oscurecen más las verdades que hay en los santos libros (c).

Otros herejes pretendieron que los apóstoles no habían revelado todas las cosas a todos, sino unas en público a unos, y otras a otros ocultamente. De la cual locura hace memoria Tertuliano (d), y le da este nombre, y la rebate con su acostumbrado nervio y valentía, diciendo: 

(a) Ap. Biblioth. Criticae Sacrae Dissert. Prooemial. Q. 2. art. 2. Sect. 1. T. 1. pag. 33.

(b) Orígenes adv. Celsum lib. VII. Véanse otros ejemplos semejantes en la Biblioth. Crit. Sacrae loc. laud. 

(c) S. Athanas. T. 2. Edit. Comelin. pág. 248.

(d) Lib. de praescript. Haeretic. penes med. § mihi 8. Op. Edit. Basileae 1562 p.104.

"El señor habló en público; y no dio a entender que en ello había algún misterio que se debiese callar. Él mismo había mandado que lo que hubiesen oído en tinieblas y secretamente, lo predicasen de día y en los terrados. Él también había dicho figuradamente por una semejanza que ni un talento siquiera, esto es, ni una sola palabra suya reservasen en lo escondido sin fruto. Él enseñaba que la antorcha no suele esconderse debajo del celemín, mas se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.” Y luego añade: "Increíble es que los apóstoles o ignorasen la plenitud de la predicación, o no hiciesen patente a todos el orden de esta regla.”

A otros herejes, que por caminos semejantes a estos calumniaban la Escritura, confuta S. Ireneo (a: Lib. III. cap. 15.), diciendo: "La doctrina de los apóstoles es manifiesta y firme, y nada esconde, y no es enseñada parte en secreto y parte en público.” De donde se colige, que al paso que los padres antiguos se aprovechaban de la oscuridad de la Escritura, para exhortar al pueblo a que la leyese; los herejes se valían de este pretexto para que nadie se dedicase a tan útil y saludable ejercicio. Sé yo muy bien que los herejes de estos últimos siglos que de toda flor sacan hiel y no miel, y de toda yerba veneno y no medicina, y hasta el vino más puro acedan y corrompen; pasando en esto más allá de lo que debieran, pretenden sacar de aquí consecuencias muy contrarias al espíritu de la Iglesia Católica: que de tal manera admiten a la lección de la Escritura a los rudos e indoctos, que en la inteligencia de ella los igualan con los doctos: que en la declaración de los libros santos no inspiran deferencia y sumisión a la autoridad de la Iglesia, sino independencia y orgullo, para que cada cual sin contar con maestro ni con pastor alguno, la entienda y declare como le parezca: que suponen tan clara toda la Sagrada Escritura que a su parecer de ellos no hay una sola expresión de que el menestral y el hombre del campo más grosero e indocto no pueda ser declarador y juez, determinando tan bien como pudiera su obispo lo que quiso decir allí el Espíritu Santo.

Pero estos y otros errores que intentan sacar los malos de la misma verdad, o injerir en ella, ¿en qué perjudican a la verdad? Porque ellos abusan de unos principios contestados por los padres y doctores de la antigüedad, ¿negaremos nosotros aquellos principios? ¿Ha sido este el modo como los apologistas de la religión han desarmado a los herejes y derribado las herejías? Los novadores dicen que los indoctos entienden la Escritura de la misma suerte que los doctos: ¿y nosotros para desmentir este error, quitaremos las Escrituras a todos los indoctos? Ellos en la lección de la Escritura no inspiran subordinación a la Iglesia: ¿luego siempre debe la Iglesia vedar al pueblo que lea la Escritura aunque sea con la debida subordinación? 

Y porque ellos fundan este error en otro error, es a saber, que toda la Escritura es clarísima, ¿negaremos nosotros que en muchas partes es clara la Escritura, o diremos que lo que no es claro no se debe dar a los fieles? Como si no hubiera medio entre vedar al pueblo los lugares oscuros de la Escritura, y dárselos de modo que puedan perjudicarles. Si esto fuera así, ¿de qué servirían los comentarios de los santos y demás expositores sobre lo oscuro de los libros sagrados? ¿Con qué fin se tomaron ellos este trabajo, sino para que dándolos al pueblo con esta luz, nadie yerre ni tropiece en su inteligencia? No es dañosa la lección de la Escritura, sino la mala inteligencia de la Escritura. Luego si hay medio para dar al pueblo declarada y bien explicada la Escritura, bien permitida está la lección de ella. Imprudencia es pretender que se ponga el remedio donde no está el mal.

Estemos pues nosotros en los límites que la Iglesia prescribe: pongamos en esto a cada uno el coto que señalan las leyes natural, divina y eclesiástica, para que nadie extienda la mano a lo que no debe: exhortemos a los seglares a que con subordinación a los prelados tomen en esto lo que se les da, y no roben la autoridad que no se les da ni puede dar, porque no es suya ni ha querido la Iglesia que lo fuese. De esta suerte dejaremos las cosas en el justo medio en que las ponen ahora los superiores eclesiásticos: no haremos caso de los inconvenientes generales que trae consigo la oscuridad y alteza de las Escrituras; y el tiempo que habíamos de emplear en temer estos daños, le ocuparemos en inspirar en los pueblos sumisión, obediencia, fidelidad, pureza de costumbres y las demás disposiciones, que como veremos después, hacen muy fructuosa la lección de la Sagrada Escritura.


CAPÍTULO XXIV.


Cuanto importa ilustrar con notas las versiones de la Santa Escritura, como el edicto

del Santo oficio previene. 


Lo que dicen los impugnadores de las traducciones vulgares de la Escritura acerca de su alteza y oscuridad, nos trae a la mano una ocasión muy oportuna para mostrar contra Eusebio Meisnero (a) cuanto importa que se ilustren con notas estas versiones. Bien cierto es que para remover todo riesgo en la facultad que se da al pueblo para que lea en su lengua la Escritura, no basta que se le den traducciones de ella exactas y católicas, si juntamente no se le suministra la inteligencia de los lugares dudosos u oscuros, conforme a la tradición de la Iglesia. En los primeros siglos acudían los prelados a esta necesidad, explicando continuamente los libros divinos, para que el pueblo que los oía leer en el templo y los leía privadamente en sus casas, los entendiese según el espíritu con que fueron escritos. Ahora que no es tan frecuente y general este auxilio, han resuelto los jueces de la religión que se supla esta falta con nocas tomadas de los mismos padres y doctores católicos, para que haya seguridad y uniformidad en la interpretación de las Escrituras (b), y juntamente quede advertido el pueblo de que no es él a quien toca juzgar sobre estas materias.

(a) Ap. Andr. Carol. in Memorabil. Eccles. Saeculi a nato Cristo 17. lib. IV. ad ann. 1630. T.1. pág. 749. 

(b) V. S. Greg. M. lib. IV in lib. 1. Reg. cap. V Op. T. III. P. II. col. 238. 



Esta condición del decreto del Santo oficio es tan justa y conforme a razón, que no digo yo los libros sagrados, pero cualquier otro que contenga verdades oscuras y difíciles de entender, es prudencia leerlo con alguna guía que sobre quitar todo peligro de mala inteligencia, haga útil y sabrosa su lectura. "Si no tuvieras conocimiento de los poetas y de su arte, dice S. Agustín, no te empeñarías en leer a Terenciano Mauro sin ayuda de maestro. Necesarios son Áspero, Cornuto, Donato y otros infinitos comentadores para entender cualquiera de los poetas aplaudidos en el teatro: y os arrojáis sin guía ni intérprete a leer los libros sagrados, tenidos de todos por santos y llenos de cosas divinas, haciéndoos jueces atrevidos de ellas sin doctrina de maestro (a).” Esto dice S. Agustín, donde se echa de ver la cordura de nuestros superiores eclesiásticos, los cuales de tal manera permiten a todos la lectura de los sagrados libros, que les faciliten juntamente la inteligencia e interpretación de la Iglesia, por cuyo juicio nos consta la autenticidad de la misma Escritura. Este es el camino de que el pueblo se conserve siempre lejos del orgullo de los herejes que se hacen árbitros de los santos libros, sin dar oídos a la tradición para interpretar sus verdades. Por cuya causa les es la Escritura, no antorcha que guía a la vida, sino hoyo y caverna oscura y lazo de muerte. Porque o bien procuran torcer de intento la verdad para engañarse a sí y a otros, o cuando no se propongan errar, la misma oscuridad de algunos lugares les ofusca y les indispone para que no vean aun lo que está claro. De manera que lo que dice S. Agustín, que no hay cosa tan oscura en los libros sagrados que no se halle declarada en otros lugares de los mismos libros (b), en estos por culpa de su temeridad sucede al revés; que como van sin luz por esta senda desconocida, ni entienden lo que para los humildes es llano, ni lo escabroso y difícil pueden explicarlo por lo fácil: 

(a) S. Agust. de utilitate credendi cap. 7. Op. T. VIII col. 41. Vid. ibid. cap. 17. col. 50. 

(b) S. August. de doctrina Christ. lib. II. cap. 6. Op. T. III. P. 1. col. 17.

antes bien lo claro lo oscurecen y lo llenan de las tinieblas que la soberbia cría en quien se hace sordo a la voz de la Iglesia. "Por las Historias consta, decía Fr. Bartolomé Carranza, que mientras la Escriptura estuvo sin el agua de las glosas de los santos y declaración de la Iglesia, se levantaron las más herejías que hasta ahora sabemos. Y las nuevas que en nuestros tiempos han nacido o se han renovado, no se podrían sustentar si quisiesen los herejes admitir las exposiciones de santos concilios y doctores. Pero como los furiosos teniendo los pulmones secos, desean grandemente el vino puro …. lo cual los enciende más: así los herejes (como locos del entendimiento) huyen de las glosas de los santos, y procuran beber la Escriptura sin agua ninguna: por lo cual están sin remedio (a: Fr. Bartolomé Carranza en el lugar arriba citado.).” Esto decía aquel prelado.

¿Qué cosa más clara que la historia de la creación del hombre, y de los males que le vinieron por el pecado, y de la que promesa del que le había de restablecer a la honra y dignidad primera? Pues estas verdades que tan claras están en el Testamento Antiguo, no lo fueron para los maniqueos, cuyos errores se oponen derechamente a la bondad de Dios criador y reparador del hombre. ¿Qué presumirán pues entender en la Santa Escritura los que desde el principio cierran los oídos a la interpretación de la Iglesia? Pues la Divinidad de Jesucristo y del Espíritu Santo bien claramente se expresa en mil lugares de la Santa Escritura. Sin embargo hasta ahora ningún arriano ni sociniano ha tenido ojos para ver la luz de estos testimonios. ¿Qué diré de la propagación del pecado original? Si alguna cosa hay evidentísima en las Escrituras, es que el pecado de Adán pasa de padres a hijos por la sucesión de la carne. Mas a Pelagio que se fingió una propagación de este pecado por sola imitación y ejemplo, toda la claridad de aquellos lugares de la Escritura, no le parece sino neblina, oscuridad y tinieblas. No menos sirven las notas, como al principio decíamos, para advertir prácticamente al pueblo de que no es él a quien toca decidir sobre el sentido de la Escritura, como quisieron persuadir algunos herejes. Castigo es de los que huyen de la verdad caer de error en error, encaprichados una vez en llevar adelante la mentira. Los que negaron a la Iglesia católica la autoridad privativa de interpretar la Escritura, para sostener este absurdo, apelaron a otro, si cabe, mayor, a lo menos más contrario a la evidencia. Dijeron algunos que a cada uno le es tan fácil discernir la palabra de Dios de la de los hombres, como lo blanco de lo negro, lo dulce de lo amargo, y la luz de las tinieblas (a). Pero esto no cuadra con la variedad que ha habido entre los espíritus privados de los hombres, cuando por sí solos se han empeñado en distinguir la palabra de Dios, de la que no lo es. Los judíos bien distinguen el día de la noche, y lo amargo de lo dulce; y con todo eso no ven en el Nuevo Testamento la palabra de Dios, que no resplandece menos que en el Antiguo. Sabio era Orígenes, y tuvo el libro de Hermas por canónico. En opinión de S. Clemente Alexandrino tan sagrado era el libro de los Hechos de S. Pablo y las Cartas de S. Bernabé y S. Clemente, como los Evangelios. Por el contrario, ¿a cuantos padres fue sospechosa la carta a los hebreos? ¿a cuantos también el Apocalipsis? ¿Quién estaría seguro de haber atinado con la verdad, si entre tan varias opiniones no se arrimase a la decisión posterior de la Iglesia?

Otros llamaron tan clara la Escritura, que al hombre más ignorante y grosero, y al más distraído con las ocupaciones y negocios de la vida humana hacían capaz de que por sí solo sin auxilio de nadie sacase de ella las instrucciones necesarias para rectificar su fe, y poner orden en sus costumbres (b).

(a) Calvin. Institut. lib. 1. cap. 7. n. II. 

(b) Por donde Eusebio Meisnero, que fue corrector en la imprenta de los elzevirios, decía que las Escrituras solas se han de leer sin expositor alguno. Ap. Andream Carol.

loc. laud. lib. IV cap. 4. ad. an. 1630. T. 1. pág. 749. 

Este error cuando menos nace de una muy grosera ignorancia. Cualquiera que haya leído con alguna reflexión los libros sagrados, se verá obligado a confesar que no en toda la Escritura está la verdad sin velo, clara y patente. Hay misterios en los libros santos, enigmas y parábolas oscurísimas, superiores a la inteligencia de los hombres: ¿quién de ellos por solo el espíritu humano presumirá alcanzar tan altos secretos? 

Lo que muy santos y doctos varones confesaron que no lo entendían ¿lo comprenderá por sí solo quien no tiene el caudal que en ellos había de doctrina y virtud? 

Los sectarios tienen harto desengaño de esto en sí mismos. Porque ¿cómo compondrán esta claridad universal que suponen en las Escrituras, con la variedad y contrariedad con que ellos mismos, desconcertados unos de otros, las entienden? 

Y no en cosas de poca monta, sino en aquellos artículos cuya fe es necesaria para salvarse, se ven entre ellos desavenencias maravillosas sobre atinar el sentido de la Escritura. Mil ejemplos hay de estas discordias en la fe de la Trinidad, de la Encarnación del Verbo, de la justificación de los malos, de los Sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Combaten los herejes estas y otras verdades reveladas, desaviénense unos contra otros en los mismos errores, y cada cual pretende apoyar el suyo en los lugares de la Escritura que alega otro en apoyo del error contrario (a).

(a) Sobre la contradicción de los herejes en interpretar un mismo lugar de la Sagrada Escritura, merecen leerse nuestros sabios españoles Francisco Horantes de la orden de S. Francisco, Locor. Catholicor. tum Sacrae Scripturae, tum etiam antiquorum Patrum pro ortodoxa et vetere fide retinenda lib. II. cap. 6. Edit. Venet. 1564. pág. 60. 61. y Miguel de Medina de recta in Deum fide libro VII cap. II. Edit. Venet. 1564. pág. 231. b. 

Cuando veo yo las varias opiniones de los filósofos acerca de la naturaleza del fuego, del fluxo del mar, del origen de los vientos; prudentemente concluyo que no deben de ser claras y fáciles de entender unas cosas en que tantos hombres doctos, después de haberlas meditado y observado atentamente y por largo tiempo, todavía no se pueden convenir. Esto en las cosas sujetas a la experiencia de los sentidos y a la humana razón. ¿Qué será cuando en las verdades sobrenaturales de la Escritura ven los sectarios dividirse sus mismas cabezas a quien conceden ingenio, doctrina y celo también, como ellos dicen, por la reformación de la Iglesia? ¿No concluirán de aquí prudentemente que no es siempre claro y obvio el sentido de la Escritura, ni tan fácil de penetrar que cada uno de los fieles con poco trabajo y estudio y sin ningún auxilio, antes huyendo de los que la Iglesia da, pueda sacar de ella los dogmas que debe creer, y reglas de vida que le guíen al cielo?

¿Quien llamará claras, para los indoctos, expresiones, sobre cuya inteligencia discuerdan (se lee discordan) los doctos? Si dos juristas tuviesen entre sí grandes contiendas para interpretar las cláusulas de un Testamento, quedando ambos de contrarios pareceres acerca de su declaración, ¿a quién persuadirían que estaba en ellas muy clara y evidente la voluntad del testador? Pues si seis médicos hábiles llamados para curar a un enfermo, conviniesen en que era evidente la enfermedad y claros sus síntomas y las raíces y causas de ella; y tras esto dijese el uno que aquella era apoplexía (apoplejía), y otro dolor de costado, y los demás otras enfermedades opuestas entre sí, ¿no darían con esta contradicción una linda prueba de la evidencia y claridad antes suponían? Condición es de las cosas claras, que todos los hombres, si no están fuera de razón, convengan acerca de ellas. En lo evidente no cabe opinión. Nadie pone duda en lo que se demuestra. Porque es claro que ahora es de día, nadie, a no ser algún ciego, se opone a esta verdad, o duda de ella. ¿Qué nombre merecerán los sectarios que en una cosa para ellos tan clara y evidente meten desavenencias gravísimas? No puede ser que el espíritu de Cristo, que es espíritu de concordia y unión, mueva a uno a ser contrario de todos los otros, en quien el mismo Dios mora.

Estos riesgos pues, que hay en fiarse cada uno de su propia flaqueza para sondear la profundidad de la Escritura, se remedian con que las versiones que hayan de servir para uso del pueblo, vayan ilustradas con notas de los santos y doctores eclesiásticos en que se dé como exprimido el espíritu de la Iglesia. 



CAPÍTULO XXV.


De la fe, humildad, limpieza de corazón y demás disposiciones con que se ha de leer

la Escritura. 


De poco serviría ilustrar con notas las versiones de la Santa Escritura, si el que las ha de leer tuviese en sí alguna indisposición o estorbo para entenderla, o para ordenar su inteligencia a los fines porque se nos da. En vano pues publicaríamos este escrito, si contentos con estimular al pueblo a que lea los libros sagrados, no mostrásemos juntamente cómo ha de preparar su ánimo el que no quiere exponerse a que le sea infructuosa esta lectura.

Entre estas disposiciones es sobre manera importante y necesaria la fe. Para que nos sea provechosa la lectura de los filósofos echamos mano de la luz natural que guía al conocimiento de las verdades naturales: de la misma manera, para leer con fruto los libros sagrados debemos preparar el ánimo con la luz de la fe. Porque así como la luz de la razón es la llave de las verdades naturales, así la luz de la fe lo es de las sobrenaturales reveladas en la Santa Escritura. Sobre todo esto la fe nos asegura de que nada hay en ella contrario a la doctrina de la Iglesia católica; de suerte que aunque no supiésemos cómo se debe entender la Escritura, por lo menos con el auxilio de la fe sabríamos cómo no se debe entender: y el que no alcanzase la doctrina de tal o tal lugar de ella, no menos adoraría y creería esto que no entiende, que lo demás que entiende. Los cafarnaítas (de Cafarnaúm, Cafarnaún, Cafarnaum o Capernaum - hebreo כְּפַר נָחוּם - Kəfar Nāḥūm), discípulos de Jesucristo estaban junto con el apóstol san Pedro oyendo de boca del señor: Si no comiereis la carne del hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros (a: Jo. VI. 54.). Ni ellos ni el apóstol entendieron el espíritu de aquellas palabras; pero con esta diferencia, que los cafarnaítas por no tener fe de la divinidad del que hablaba como les dijo el mismo Salvador (a), se escandalizaron y murmuraron de ellas, y las llamaron duras y que no se podían oír (b); san Pedro por el contrario, lleno de fe, aunque no las entendía, las reverenció y adoró como dichas por el Hijo del Padre, y las llamó palabras de vida eterna (c). Porque diciendo el señor a los apóstoles que si ellos también se querían ir y

dejarle como los otros incrédulos (d), respondió san Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Palabras tienes de vida eterna. Nosotros creemos y conocemos que tú eres Christo el Hijo de Dios (e). De este espíritu estaba animada santa Teresa de Jesús, la cual notando, como la Esposa dice en los Cantares: Béseme con besos de su boca, y luego como si hablara con otro: Mejores son tus pechos, añade: "Esto no entiendo como es, y el no entenderlo me hace gran regalo (f).” Y en otra parte cuenta de sí que en las Escrituras le hacían más devoción las cosas dificultosas, y mientras más, más (g).

(a) Sunt quidam ex vobis qui non credunt. Sciebat enim ab initio Jesus qui essent non credentes. (Ib. v. 65.)

(b) Durus est hic sermo, et quis potest eum audire? (Jo. VI. 61.)

(c) Ex quibus (Scripturae verbis) utilitatem capiunt qui fide sani sunt, ea iis nocent, qui ut dixit Apostolus, circa quaestiones inutilesque disputationum pugnas infirmantur. (S. Basil. adv. Eunomium lib. V op. t. 1 pág. 313.)

(d) Ex hoc multi Discipulorum eius abierunt retrò, et iam non cum illo ambulabant (Jo. VI. 67.) Sobre la fe y piedad con que san Pedro creyó que eran buenas estas palabras del Salvador, aunque no las entendía, merece leerse san Agustín en el comentario 

al Salmo LIV 

(e) Jo. VI. 69. 70.

(f) Santa Teresa: Conceptos del amor de Dios sobre algunas palabras de los Cantares cap. 1. n. 1.

(g) La misma santa en su vida cap. 28. n. 6.

Efecto es pues de la fe que reverenciemos igualmente en las sagradas letras las verdades ocultas que las manifiestas. Hay sin embargo esta diferencia entre las unas y las otras, que la luz de la verdad manifiesta, por lo común llena el alma de mayor suavidad y gozo, y la hace prorrumpir en alabanzas de Dios que no se desdeña de mostrar así su grandeza: la niebla de la verdad oculta en las palabras divinas de ordinario cría temor saludable de los juicios de Dios, cuyo efecto cuenta el P. san Agustín por estas palabras: "Maravillosa es la hondura de tus palabras, cuya corteza delante de nosotros está halagando a los pequeñitos: pero maravillosa es su hondura, Dios mío, maravillosa es su hondura. Espanto da poner los ojos en ella; pero espanto de reverencia, estremecimiento de amor (a).”

Esta fe debe ir acompañada de humildad, que es la segunda condición que se requiere para sacar provecho de la lección de la Escritura. No sólo porque la humildad es el camino más derecho para alcanzar la verdad, como dice san Agustín (b); sino porque uno de los fines que ha tenido el señor en darnos encubierta gran parte de las Escrituras, ha sido estimularnos al ejercicio de esta virtud. "Muchas cosas hay ocultas (en los libros divinos) dice san Gregorio, para que no entendiéndolas, reconozcamos la flaqueza de nuestra ceguedad, y salgamos más aprovechados en la humildad que en la inteligencia (c).

Este provecho deseaba en sus religiosas santa Teresa, hablando del espíritu con que habían de leer las cosas oscuras de la Biblia. “Nosotras, dice, con llaneza tomar lo que el Señor nos diere; y lo que no, no tenemos para que nos cansar, sino alegrarnos, considerando que es tan grande nuestro Dios y Señor, que una palabra suya terná (tendrá) en sí mil misterios, y ansí no la entendemos nosotras bien. Si estuviera en latín, o en hebraico, o griego, no era maravilla; mas en nuestro romance ¿qué de cosas hay en los salmos de David, que cuando nos declaran el romance solo, tan escuro se nos queda como el latín? Ansí que, siempre os guardad de gastar el pensamiento, ni cansaros, que mujeres no han menester más que lo que para su entendimiento bastare: con esto nos hará Dios merced (d).” Y luego añade: "Cuando su Majestad quisiere dárnoslo sin cuidado ni trabajo, nosotras lo hallaremos sabido: en lo demás, humillarnos, y como he dicho alegrarnos que tengamos tal Señor, que aun palabras suyas dichas en nuestro romance no se pueden entender (e).” 

(a) S. August. Confes. lib. XII cap. 14. Op. t. 1. col. 161.

(b) Id. Epist. CXVIII ad Dioscorum n. 22 op. t. 2 col. 255.

(c) S. Gregor. M. in Ezechiel. lib. II. Homil. v. n. 3. Op. t. 1. col. 1353. V. S. Aug. de Doctr. Christ. lib. II. cap. 6. n. 7. op. t. III p. 1 col. 16 seq.

(d) Santa Teresa Conceptos del amor de Dios cap. 1. n. II. 

(e) Id. ib. n. 3. 


El leer con esta disposición los libros divinos, sobre contribuir al aumento de tan alta virtud, que es gran bien y de mucha estima, sirve de escalón para el conocimiento de ellos. Es Dios familiarísimo a los humildes, y les da a gustar aquellas secretas dulzuras de sus palabras que nunca prueban los presumidos de sí. Principio tiene de aprovechar en los libros santos, y aptitud para entender en ellos cosas altas, y aplicar a sí mismo de lo que leyese lo conducente a su último fin, el que emprende esta lectura persuadido de que nada tiene en sí por donde merezca rayar en la alteza de los misterios de Dios (a).

No menos debe ir alimentado de piedad el que desea medrar en tan santo ejercicio. 

Y llamo piedad la docilidad y rendimiento con que debemos adorar a Dios en sus palabras. Para exagerar la importancia de este aparejo, llegó a decir san Basilio, no haberse escrito los libros sagrados sino para los que tienen oídos según el hombre interior (b), esto es, docilidad para escuchar sumísamente a Dios que en ellos habla. 

Y en otro lugar decía: "Menester es que oigamos con temor las divinas palabras, y con piedad recibamos lo que en ellas use dice (c),” que es lo que dejó avisado S. Agustín, que la Santa Escritura no quiere temerarios y soberbios acusadores, sino diligentes y piadosos lectores (d). Al que con piedad llama a la puerta de las Escrituras, responde y abre el que tiene delante de sus ojos todos nuestros afectos (e).

Muy necesaria es también la limpieza de corazón, no sólo para mejor entender los misterios de los libros santos, sino para que más se aficione a ellos el que los lee hasta quedar anegado en su suavidad y dulzura. La conciencia enmarañada con malas costumbres, la carne no domada, amadora de la pompa del siglo, cargada con el peso de las aficiones terrenas, es estorbo, como dice san Bernardo, para que obre en el alma la luz de la Divina Sabiduría (f), 

(a) S. Fulg. Rusp. Episc. de verit. Praedest. et Grat. lib. II. cap. 10. Op. pág. 465. 

(b) S. Basil. in Ps. XLIV n. II. Op. T. 1. pág. 159

(c) Id. adv. Eunomium lib. V. Op. T.1. pág. 306.

(d) S. August. lib. contra Adim. Manichaei Discip. cap. 3. Op. T. VIII col. 84.

(e) Id. Enarrat. in Ps. xciII. n. 1. Op. T. IV col. 749. 

(f) S. Bernard. in Cantica Serm. 1. n. 3. Op. T. II. col. 1267. Cons. ib. n. 6. col. 1268.

"Como el que ha de escribir en cera, dice san Basilio, primero la allana, y luego imprime en ella cuantas figuras quiere: así el corazón en que claramente se han de estampar las palabras de Dios, conviene que antes quede limpio de todo contrario pensamiento (a).” "Monte es la Sagrada Escritura, dice S. Gregorio; pero sepamos que cuando en el monte suena la voz del señor, se nos mandan lavar los vestidos, y limpiarnos de toda mancha carnal, si queremos llegar presto al monte (b).” Por esta limpieza de alma procurada con oración y fervor de espíritu, llegaron el grande Antonio y el abad Teodorito a un conocimiento altísimo de la Santa Escritura (c). Gregorio López, que en el siglo XVI dio buen ejemplo de toda virtud en la Nueva España, sin saber griego ni latín, llegó a penetrar el sentido de las Escrituras con admiración de los más sabios teólogos de aquel tiempo. Debemos empero advertir que esta regla no excluye de leer la Escritura a los que no están aún limpios de pecado, muchos de los cuales dijimos arriba haberse convertido a Dios y enmendado sus costumbres por medio de esta lectura. El Espíritu de Dios que mora en los santos libros, no sólo sostiene a los que están en pie, y hace a los fuertes más fuertes, y a los sanos y vivos conserva en vida y sanidad; también levanta a los caídos, fortalece a los flacos y da salud a los enfermos. Para hacer buenos a los malos amonestaron y reprendieron con severidad los profetas, y lo que más es, el mismo a quien ellos anunciaban, Jesucristo nuestro Salvador, cuyas palabras nada han perdido ni pueden perder de la eficacia y virtud con que se dijeron. Una de las prerrogativas de la Santa Escritura es que convierte las almas, y alumbra a los que están en la noche de sus vicios (d); 

(a) S. Basil. Homil. in Ps. XXXII. n. 7. Op. T. 1. pág. 139.

(b) S. Greg. M. Prooem. in Cantica Cantic. n. 5. Op. T. III. Part. II. col. 399.

(c) S. August. Prolog. in libros de doctrina Christian. n. 4. Op. T. III. P. 1. col. II. Cassian. Instit. cap. 33. et 34.

(d) El que deseare ver ejemplos de pecadores convertidos a penitencia por medio de la lección de la Santa Escritura, lea el Prado Espiritual de Juan Moscho n. XIX. XX. ap. Coteler. in Ecclesiae Graecae Monum. T. II. pág. 354, 355. 

si por su parte no ponen obstáculo a la eficacia de esta luz, y meditan las palabras de Dios con deseo de hallar la divina voluntad, y según ella poner concierto en la vida.

Y esta es también una de las condiciones que exigimos en los que han de leer la Escritura; que no sólo ordenen este ejercicio a alumbrar el entendimiento, sino a poner en el corazón aquella rectitud y justicia que nos hace obedientes a la divina Ley; para que lo que Dios allí enseña, el que aprende lo ame, que es lo que Jesucristo prometió a los suyos, que en su nombre les enviaría el Padre el Espíritu Santo, Espíritu de verdad, el cual les enseñaría toda verdad (a); y la enseñanza fue acompañada de fuego que abrasó la tierra. Esto es lo que san Agustín llama buscar la voluntad de Dios en todos los libros de la Sagrada Escritura (b), que es propio de los que temen a Dios,

y desean aprovechar en la piedad verdadera. Saber la voluntad de Dios, y no amarla quédese para los judíos. A los cristianos toca desear que este conocimiento críe amor y obediencia a la ley. Sin esto cuando mucho adelantemos, nos quedamos a la mitad del aprovechar. "¿Quién no sabe, dice san Agustín, que aquel se aprovecha más de la buena lectura, que más diligente es en poner por obra lo que allí se le enseña? (c).” 

No comenzó David a tener conocimiento de los secretos de Dios hasta que fue fiel en guardar su ley (d). Cuán necesaria sea esta condición en el que lea los libros divinos, san Gerónimo lo declaró por estas palabras: "No pienses que agradas a Dios con solo leer sus palabras, esto es, sus Escrituras. Entonces aprovechan las Escrituras al que las lee, cuando pone por obra lo que lee: cuando hablando de las Escrituras pueda decir: ¿Acaso queréis hacer prueba de Cristo que habla en mí? (e)” 

San Gregorio dice también que en nosotros mismos debemos transformar lo que leemos en los libros santos, para que estimulada el alma con lo que oye, concurra la vida a ponerlo por obra (f). 

(a) Jo. XIV 26.

(b) S. August. de doctrina Christ. lib. II. cap. 9.

(c) Id. lib. de opere Monachor. cap. 17.

(d) S. Hieron. Epist. CLV.

(e) Id. in Michaeam lib. 1. cap. II. Op. T. VI. col. 454. 

(f) S. Gregor. M. in cap. 1. B. Job lib. 1. cap. 24. Op. T. 1. col. 28.

Y en otro lugar nos avisas que no es segura nuestra alegría cuando conocemos muchos y dificultosos arcanos en la Escritura, sino cuando obedecemos lo que conocemos (a).

Es también de suma importancia que la lección de los sagrados libros se haga sin interrupción, quiero decir, con aquella continuación y frecuencia que sufren en cada uno de los fieles las circunstancias de su estado y oficio. Conforme a lo cual decía 

S. Ambrosio: "Come del manjar de las celestiales Escrituras, y cómelo de suerte que permanezca en ti para la vida eterna; y cómelo todos los días, para que no tengas hambre, cómelo hasta llenarte de él, para que eructes la gordura de la comida celestial. Los manjares del cielo no suelen dañar sino aprovechar a los que de ellos se hartan (b).” No se puede explicar cuanto ayuda esta frecuente lección de los libros santos acompañada de las otras condiciones arriba dichas, a la inteligencia de lo mismo que en ellos se lee. "A la manera, dice S. Gregorio, que a los hombres desconocidos les miramos la cara y no les penetramos el corazón; pero si les tratamos y hablamos familiarmente, con el uso mismo de la conversación, llegamos a conocer sus pensamientos: así cuando con frecuencia leemos las Santas Escrituras, como con la familiaridad de este trato venimos a penetrar su inteligencia y sentido (c).” 

San Nilo decía también en una de sus cartas, que el reino de los cielos escondido en las palabras de la Escritura inspirada por Dios, se revela a los que perseveran en la oración, en la paz del alma, en los salmos y en la atenta y frecuente lectura de los santos libros (d). Por donde no admiro la exageración de S. Juan Chrisóstomo, que el

que de continuo lee los libros sagrados, y se sienta reposadamente junto a estos arroyos; con sola la frecuente lección, como por medio de ciertas raíces saca utilidad de la Escritura, aunque no tenga quien se la declare (e). 

(a) Id. in cap. XXXII. Job lib. XXII. cap. 5. Op. T. 1. col. 701. 

(b) S. Ambros. in Ps. CXVIII. Serm. XXII. n. 19 op. t. 2 col. 706.

(c) S. Greg. M. in cap. III. Job lib. IV.

(d) S. Nil. Ep. IV Didymo Lectori edit. París. 1657 pág. 38. 

(e) S. Jo. Chrisost. De utilitate Lect. S. Script. in princ. Actor. III. Op. T. III. p. 73.

Pero todo este aparato que exigimos en quien ha de leer la Escritura, no sería bastante para hacer fructuoso este ejercicio, si no fuese acompañado de discreción y prudencia, no sólo para no sondear con la razón flaca los arcanos y las maravillas sin número de los libros santos (a); sino para ordenar de manera esta lectura, que demos el primer lugar a lo que haya de sernos más útil, esto es, más conducente al aprovechamiento nuestro espiritual a que este ejercicio se ordena. Conforme a lo cual decía un doctor: "El que en las sagradas letras desea hallar noticia de las virtudes y regla de vida, debe entregarse más a la lectura de aquellos libros que persuaden el menosprecio de este mundo, y encienden el alma en amor de su Criador, y enseñan el camino derecho de la vida, y manifiestan como se podrán adquirir las virtudes y desterrar los vicios (b).” 

(a). Vid. Hildebert. Turon. Archiep. Serm. IV. Sinod. ad Sacerdotes Edit. Paris. 1708. pág. 680.

(b) Hugo a S. Victore Eruditionis Didascalicae lib. V. cap. 7. Op. edit. Moguntiae (Mainz) 1617. T. III. pág. 23.

De aquí se colige que no a todos los fieles es lícito leer indistintamente cualquiera de los libros sagrados. Necesario es que emprendan con método esta lectura para que les sea provechosa. Y porque en esto no atinan de ordinario ni tienen ojos para ello los rudos y poco advertidos, a estos tales obliga en cierta manera el derecho natural a que en tan grave negocio procedan con consejo de directores sabios y piadosos, que enterados de su necesidad espiritual, les digan qué libros o qué lugares de ellos han de leer antes y cuales después, y cuales por ventura no deban leer. De manera que aun después de haberse restituido al pueblo la facultad de leer en su lengua la Escritura, no debe tenerse esta licencia por tan ilimitada, que nadie pueda ser excluido de ella; ni por tan indiscreta que a cada uno de los fieles dé libertad para usar de qualesquiera versiones, o leer todos los libros sagrados sin guardar orden ni tasa en esta lectura. Ni el encarecimiento que los buenos hacen de las utilidades de la Escritura, ni las exhortaciones de los santos doctores al regalo y suavidad de este estudio, ni la largueza de los superiores en volver ahora este pasto a todo el pueblo, nada de esto se opone a las restricciones del derecho natural que debemos guardar todos, aunque aquí no se expresen, para proceder en esto con la medida que exige de suyo el uso de todas las cosas que en sí son buenas y saludables. Loable es, por ejemplo, el uso del pan, del vino, de la carne; pero con tal que nadie use de estos manjares si están dañados o corrompidos, nadie con destemplanza o demasía, nadie que tenga tan flaco el estómago, que no los pueda digerir; mas tome de ellos cada uno lo que pidiere la recuperación, la conservación y aumento de su salud. Recomendable es y se encarga mucho a los adultos la frecuencia de la Sagrada Eucaristía; pero con estas condiciones que se dejan entender, aun cuando no se expresen, que no la reciban sino los dignos, y aun estos en aquellas ocasiones en que les ha de ser provechosa; y cuando no lo haya de ser, no la reciban, gobernándose por consejo de un prudente director.

Otras varias condiciones se requieren en el que desea leer con fruto los libros santos, las cuales o se reducen a estas, o porque son particulares y varían según el diferente estado y circunstancias de cada persona, no caben en este escrito, que mira generalmente a todas clases y estados. maestros hay en la Iglesia, con cuyo acuerdo deben proceder los fieles en cosa de tanta gravedad e importancia.


CAPÍTULO XXVI.


Utilidades de la lección de la Sagrada Escritura.


El que dijere que la lección de la Escritura es y ha sido siempre absolutamente necesaria a los fieles para su salvación, sobre hacer injuria a las leyes eclesiásticas que por justos motivos, respeto de algunas provincias, en tal o tal tiempo prohibieron esta lectura, o pusieron tasa en ella; se expone a no admitir la verdad de las divinas tradiciones. Desde Adán hasta Moisés hubo doctrina revelada sin Escritura, pasando de padres a hijos la religión y la fe por la viva voz sin quiebra ni mudanza. Justos fueron Abel, Enoc, Noé, Abraham (pone Abrahan), Joseph (José; Josué), Job y otros muchos, los cuales sin Escritura obedecieron y agradaron a Dios, viviendo en justicia y rectitud. Todo esto había de negar el que tuviese la lección de los libros sagrados por necesaria para la justificación y salvación de los fieles; no pudiendo serlo la lección de la Escritura, sin que lo fuese la misma Escritura. Venido ya Jesucristo, en el tiempo mismo de su predicación y aun después de su muerte, antes que se escribiesen los libros del Nuevo Testamento, ¿cuántos creyeron en él, y guardaron sus preceptos sin el auxilio de esta Santa Escritura? San Ireneo cuenta también de muchos que habían abrazado la fe sin leer la Biblia, de los cuales dice que eran bárbaros en el lenguaje, 

no en los sentimientos ni en las costumbres, siendo perfectamente sabios por la fe, y gratos a Dios por la justicia y pureza de su vida (a). Pero al paso que debemos suponer esta verdad en que no cabe duda; no podemos negar que la lección de los libros sagrados es sobre manera útil para la enseñanza y edificación y consolación del pueblo, para la firmeza y manifestación de la verdad, y para la enmienda y reforma de costumbres (b). Tanto, que algunos doctores a esta utilidad no han reparado en darle nombre de necesidad (c). San Juan Chrisóstomo especialmente dice, que la ignorancia de las Escrituras, sobre haber sido causa de las herejías, ha ocasionado ruina en las costumbres, y hecho infructuosos todos nuestros trabajos (d): que los que se privan de la luz de las Escrituras, forzoso es que pequen y yerren a cada paso, como que andan en tinieblas (e); 

(a) S. Irenaeus contra Haeres. lib. III. cap. 4. Vid. Tertullian. de Praescript. cap.14. et S. August. de Doctr. Christ. lib. 1. cap. 39.

(b) Véase el Catecismo para instrucción de los nuevamente convertidos de Moros

por el arzobispo D. Martín de Ayala lib. 1. Dial. 21 pág. 118.

(c) Fieri enim non potest nisi quis sedulò vacet, ac assiduus sit in oratione ac Scripturis Sacris, ut aut postulata a Deo impetret, aut Deum verè cognoscat. (Anastasius Monach. Sinait. Orat. de Sacra Synaxi initio. ap. Jacob. Basnag. Thesaur. Monum. Ecclesiastic. et Historic. Edit. Antuerp. 1725. T. 1. pág. 465. seq.) 

(d) A Scripturarum ignorantia innumera orta sunt mala: hinc multa Haereseon lues: hinc ignava vivendi ratio, et infructuosi labores. S. Jo. Chrisost. Prooem. in Ep. ad. Rom. n. 1. op. t. IX pág. 426. 

(e) Sicut enim qui luce privantur, rectà incedere nequeunt, sic qui Divinarum radiis Scripturarum non fruuntur, necessariò peccant, et errant frequenter utpote qui in densissimis tenebris ambulant. Id. S. Doctor. ibid.

que no puede salvarse el que no se ejercita en la lección y meditación de los sagrados libros (a). De tales exageraciones usa este santo doctor para mostrar cuan difícil es que ordene bien la vida, y pelee esforzadamente contra sus enemigos, y venza las pasiones, y persevere en el camino de su eterna salud el que no da oídos a las máximas y documentos saludables que siembra en los ánimos la piadosa y bien ordenada lección de la Escritura. Porque por este medio se nos da conocimiento de Dios y de su voluntad, que es gran pie para los que desean cumplirla: se nos ofrecen armas para refrenar y tener a raya nuestras pasiones, y no dar entrada a las sugestiones y ardides del común enemigo; y sobre todo esto se facilita el aumento en las virtudes, con que aprovechamos para la vida eterna.

En cuanto a lo primero, ¿quién ignora que las Santas Escrituras son llamadas libro de la vida, testamento del Altísimo, entrada al conocimiento de la verdad, por cuyo medio lleguemos a entender la voluntad de Dios en orden a nuestra eterna salud? (b) 

Por cuya causa en la misma Escritura se nos manda traer a la memoria este testamento (c): es alabado el que lo declara a los pueblos (d), premiado el que lo guarda (e), y amenazado el que lo abandona de que será residenciado y juzgado por él en el último día (f). Esta es la luz de la verdad que en frase de S. Cirilo Alexandrino, riega el entendimiento con el agua de la fe y de la pura doctrina, y deja preparado el campo de nuestro corazón para que dé fruto de buenas obras (g). La lección de todas las Escrituras, dice Chrisóstomo, inspira ideas sólidas de la santa religión, especialmente los Evangelios, donde están los Oráculos del Soberano Rey Cristo (h). 

(a) Hoc est omnium malorum causa, nescire Scripturas. Absque armis itur ad bellum; et quomodo oportet esse salvos? Preclarè nobiscum agitur si cum his salvi simus; tantum abest ut absque his salvi esse possimus. (Id. in Epist. ad Coloss. cap. III. Homil IX op. t. XI pág. 391. Vid Id. in Serm. III de Lazaro pauló post init.)

(b) Haec omnia liber vitae et testamentum Altissimi, et agnitio veritatis. Eccli. XXIV. 32.

(c) Eccli. XXXVIII. 9. 

(d) Eccli. XLV. 6.

(e) Ps. CII. 18. CXXXI. 12. 

(f) Qui... non accipit verba mea, habet qui judicet eum: sermo quem loquutus sum, ille judicabit eum in novissimo die. Jo. XII. 48. 

(g) S. Cirill. Archiep. Alexandr. in Amos cap. 37 et 57. op. París 1638 t. III pág. 292 et 313.

(h) S. Jo. Chrisost. Conc. de angusta porta et in Orat. Dominic. op. t. III. pág. 25.

San Hilario escribe, que todo cuanto hay en los Profetas conduce a nuestra enseñanza y salud, y que se escribió por nuestra causa, para que allí adquiriésemos la ciencia de Dios y el conocimiento de nuestro origen y la inteligencia de lo venidero, no sólo por esperanza, mas también por razón (a).

Cualquiera que sea santo y justo, decía S. Gerónimo, conocerá que son derechos los caminos del señor. Pero conocemos que los caminos del señor son la lección del Antiguo y Nuevo Testamento, la inteligencia de las Santas Escrituras (b). Conforme a este espíritu llaman los Padres a los Santos Libros luz, antorcha, espejo y otros semejantes nombres con que se denota el oficio que tienen de dejarnos alumbrados en el conocimiento de Dios y de su voluntad. Por donde los justos, en frase de S. Gregorio, ponen los ojos en la Escritura como en el rostro de Dios; para que, pues en ella habla el señor todo lo que quiere, estén lejos de apartarse de su voluntad, pues en sus mismas palabras la conocen (c). Y no sólo para aprender la voluntad de Dios, sino también para poner tasa en nuestros deseos, y tener a raya las pasiones malas, y alcanzar victoria del enemigo infernal, es útil la lección de la Escritura. Dejo aparte los ejemplos de virtud en personas de todas clases, estados, edades y sexos (d): 

los castigos de muchos malos que probaron la dureza de la mano de Dios: 

los documentos de bien obrar, que está como rebosando la Divina Escritura (e).

(a) S. Hilar. Pictav. Tract. in Ps. CXXXV. n. 2 op. col. 482.

(b) S. Hieron. in Osee lib. III. cap. 14. penes finem Op. T. VI. col. 163.

(c) S. Greg. M. in cap. XXIII. Job lib. XVI. cap. 35. Op. T. 1. col. 517.

(d) V. S. Hieron. in Zachariam lib. II. cap. 10. Op. T. VI. col. 868. 

(e) S. Ambros. in Ps. XXXVII. Praefat. n. 7. Op. T. II. col. III.

Tampoco quiero contar las parábolas con que por muy suave camino convida a los malos a penitencia, levanta a los caídos, estimula a los flojos, y a todos aviva para que no desmayemos en el camino de la salvación, el mercader, la oveja, la higuera sin fruta, las vírgenes (Vírgines) locas, el samaritano, el hijo que desperdició su legítima, perdido y recobrado, fugitivo y vuelto para su propio bien a la casa de su padre (el hijo pródigo). Ninguna de estas cosas diré, con ser así que resplandecen en todas ellas los varios e ingeniosos medios por donde nos alienta la Escritura al amor y seguimiento de la virtud (a). Hablo solamente del poder que sus palabras tienen sobre los afectos del corazón humano. "Dame un hombre, decía Lactancio, que sea iracundo, maldiciente, desenfrenado; con muy pocas palabras de Dios lo volveré manso como una oveja. Dame uno codicioso, avaro, pegado al dinero; yo te lo volveré liberal que reparta sus caudales a manos llenas. Dame uno sobradamente temeroso del dolor y de la muerte; que él mirará con desprecio las cruces, los fuegos, los toros de bronce. Preséntame alguno lascivo, adúltero, amancebado; presto le verás templado, casto, continente. Dame uno cruel y sediento de sangre humana; que en verdadera clemencia se mudará su furor. Dame uno injusto, insensato, pecador; muy luego será justo, prudente, inocente. Tan grande es la eficacia de la Divina Sabiduría, que derramada en el pecho del hombre empuja y echa fuera de él a la necedad madre de los pecados (b).”

Esto es de Lactancio. Donde se ve la exactitud de aquella sentencia de san Juan Chrisóstomo, que una sola palabra de las Escrituras, más que si fuera ascua, ablanda el alma endurecida, y la dispone para cualquier obra buena (c), "Por este medio (prosigue) contuvo Pablo e hizo más modestos a los de Corinto, una vez que les notó hinchados y soberbios. Porque de lo que debieran haberse afrentado, tomaron ocasión de engreimiento y orgullo. Mas luego que recibieron la carta del apóstol oíd su mudanza, de la cual nos aseguró el mismo maestro por estas palabras: Este mismo entristeceros según Dios, obra en vosotros no sólo cuidado y vigilancia, mas también satisfacción, indignación, celo, venganza (d).” Y encareciendo en otra parte la eficacia de esta lectura contra las pasiones, dice: "Imposible es, y lo vuelvo a decir, imposible es que sea vencida de malos deseos el alma ejercitada en las Historias del Testamento Antiguo (e).” 

(a) S. Basil. Epist. XLVI. ad Virginem lapsam Op. T. III. pág. 138.

(b) Lactan. Divin. Instit. lib. III. qui est de falsa sapientia cap. 26. p. mihi 329. seq.

(c) S. Jo. Chrisost. in Matth. Homil. II. n. 6. Op. t. VII pág. 31.

(d) II. Cor. VII. II. 

(e) Impossibile est enim, impossibile inquam est animum in huiusmodi historiis versantem a cupiditatibus superari.

De lo cual da razón en otro lugar, donde habiendo dicho que es grande asilo contra el pecado la lección de las Escrituras; repite una y otra vez esta misma exageración diciendo: "No puede ser, y lo repito, que no puede ser, que el que se dedica a la continua y atenta lección (de las Escrituras) se aparte de ella sin fruto (a).”

Aunque estés muerto en el pecado, dice S. Bernardo, si oyeres la voz del Hijo de Dios, vivirás: porque las palabras que habla son espíritu y vida. Si tu corazón está endurecido, acuérdate de la Escritura que dice: Enviará su palabra y los derretirá. Y en otro lugar: Mi alma se derritió luego que habló el amado. Si eres tibio y temes ser vomitado, no te apartes de las palabras de Dios, que ellas te abrasarán, porque sus palabras son muy encendidas. Pues ya si lloras las tinieblas de tu ignorancia, oye atentamente lo que te habla tu Dios y Señor, y serán las palabras del Señor antorcha para tus pies, y luz para tus sendas (b).” ¿Qué diré del esfuerzo que da esta lectura para vencer las tentaciones? San Gerónimo llama a los libros santos muro fortísimo de nuestra alma que no da en ella entrada al enemigo (c); san Ambrosio, refugio en las tentaciones (d); Pedro Blesense, mesa contra los enemigos que nos atribulan, y cítara de David que ahuyenta los malos espíritus (e). "Si se asentaren contra ti ejércitos, decía S. Bernardo, y se levantare la batalla de la tentación, empuña la espada del espíritu, que es la palabra de Dios, y con ella fácilmente alcanzarás victoria (f).”

(a) Nam fieri non potest, non potest inquam fieri, ut quis sine fructu discedat, qui assiduam attentamque (assiduâ attentâque) lectione fruatur. Id. de Lázaro Conc. III. n. 3. Op. T. 1. pág. 740.

(b) S. Bernard. Serm. XXIV de multiplici utilitate verbi Dei n. 2. op. edit. París. 1690. T. III. col. 1133. 

(c) S. Hieron. in Naum cap. III. v. 13 et 14. Op. T. VI. col. 580. 

(d) S. Ambros. de interpellatione David lib. II. cap. 4. n. 18. Op. T. 1. col. 783.

(e) Pet. Blesens. Epist. III. Op. París. 1667. pág. 171. 

(f) S. Bernard. loc. laud. n. 3.

"Creedme hijos, decía el abad Marcelo a unos huéspedes, no hay cosa que más perturbe, irrite, arruine y deje llagados y entristecidos a los demonios, y al mismo capitán y príncipe de todo lo malo, Satanás, que el vernos ocupados de continuo en la meditación de los salmos (a). Santo Tomás de Villanueva, hablando de las cuatro armas con que venció Jesucristo al diablo, que son soledad, ayuno, Escritura y oración; dice de la Escritura que en ella está toda nuestra defensa, que de ella cuelgan mil escudos con que se arman los esforzados para rebatir los tiros del demonio; que de ella está escrito en el Salmo: En mi corazón escondí tus palabras, para no pecar contra ti; y que a ella se refiere aquella exhortación del apóstol a los de Éfeso: Armaos para todo del broquel de la fe, con que podáis resistir y apagar los dardos del fuego del maligno (b).

Esto en cuanto al esfuerzo que la lección de la Santa Escritura nos da contra las tentaciones. Pues la facilidad con que por este medio crece el alma y aprovecha en la virtud y se perfecciona, ¿quién la explicará? ¿Quién no sabe la excelencia que tienen en sí los libros sagrados, que es gustarse en ellos cuando se leen debidamente, alguna parte de los de la divina suavidad? Lo cual así como es grande auxilio para los trabajos de la vida presente, así es una de las más poderosas ayudas que hay para crecer y perseverar en el bien. Porque con ella poco a poco se va dejando el amor de lo que no dura, y se levanta el ánimo sobre sí mismo, y vuela a cosas de cielo, y con el regalo de la verdadera sabiduría, pierde el sabor y la afición a la necedad de este mundo. De aquí es lo que dijo el Eclesiástico: El que busca la Ley, será lleno de ella (c). 

(a) Ex. Joan. Moschi Prato Spirituali n. 123. ap. Coteler. in Ecclesiae Graecae monumentis T. II. pág. 420.

(b) S. Th. a Villanov. in Domin. I. Quadrag. Conc. IV n. 7. Op. T. II. col. 204. V. eiusd. Conc. n. 6. 

(c) Eccli. XXXII. 19. 

Porque el que averigua y procura saber la voluntad de Dios leyendo y meditando la Santa Escritura, aprende cómo ha de subir de grado en grado hasta la altura de la cristiana perfección. Por donde los santos con varios nombres han procurado declarar este oficio tan suave y provechoso de la Santa Escritura, llamándola exhortadora de bien vivir, alentadora de nuestra esperanza, dadora de la sabiduría, tizón del amor de Dios, perfeccionadora de la piedad, aparejadora del alma para todo lo bueno, y medio por donde llegamos al trato familiar de Cristo. Una sola palabra de la Escritura, como dice S. Juan Chrisóstomo, ha sido bastante para sostener a muchos sin desfallecer hasta el fin de la vida (a). "El que bebiere del Nuevo Testamento, decía S. Ambrosio, no sólo él es río, mas de su vientre salen también ríos de agua viva, ríos de inteligencia, ríos de santos pensamientos, ríos espirituales (b), con lo cual se denota el aprovechamiento del alma en todo linaje de bien.” “Con tal ímpetu fluye el conocimiento de la Santa Escritura, decía S. Gregorio Papa, que con solo tocar a los escogidos, los aparta del amor de esta vida; y a cualquiera que se llegue a ella, con la fuerza de su corriente le arrebata a los eternos gozos. De aquí es lo que en el Salmo está escrito: El ímpetu del río alegra la Ciudad de Dios. Porque el ímpetu del río alegra la ciudad de Dios, cuando la sabiduría de las Escrituras que por el don del Espíritu Santo la inunda toda poderosamente, deja regocijada con su infusión a la Santa Iglesia, o al alma de cualquiera que la alcanzare (c).” “Como árbol plantado junto a las corrientes de las aguas, decía S. Juan Damasceno, así el alma regada con los caños

de la Escritura Divina, es llena de grosura, y a su tiempo da fruto de fe, y es hermoseada con hojas siempre verdes de obras agradables a Dios. Porque efecto es de las Santas Escrituras disponernos para toda obra buena y honesta, y levantarnos a la pura contemplación (d).” Hasta aquí el Damasceno.

Pero todavía persuade con mayor eficacia estos efectos de la Santa Escritura el ejemplo de algunos bienaventurados varones que los han experimentado en sí mismos. 

(a) S. Joan. Chris. ad pop. Antioch. Homil. 1. n. 1. Op. T. II. pág. 2, 3.

(b) S. Ambros. Epist. ad Vercellensem Ecclesiam Class. 1. Epist. LXIII. n. 78. Op. t. III. col. 1132.

(c) S. Greg. M. sup. Cantica cap. IV n. 2. Op. T. III. P. 2. col. 434. 

(d) S. Joan. Damasc. Orthodoxae Fidei lib. III. cap. 18. Op. París. 1603. pág. 291. 

Y sin contar el de Antonio el grande y otros santos de los primeros siglos, a los cuales sublimó Dios a la cumbre de la santidad por medio de la lección de la Escritura; todavía es muy esclarecido el de los santos Avito abad y Carilefo, monje en el siglo VI, a los cuales la lección de los Evangelios movió a que dejasen su casa y parentela y todo el ruido del mundo para dedicarse libremente a la meditación de las cosas celestiales (a). De san Ciríaco abad en Palestina, que floreció a mitad del mismo siglo, cuenta su discípulo Cirilo Scitopolitano haberle oído decir, que siendo joven empleaba noches enteras en la lectura de los libros sagrados, de donde resultó que traspasado de temor de Dios resolviese dejar el siglo, y refugiarse al monasterio que había edificado Eustorgio en la ciudad de Sión, con ánimo de acabar su vida en el desierto (b). 

De S. Gregorio abad Ultrayectino en el siglo VIII, dice S. Ludgero que siendo de edad de catorce o quince años, oyendo de boca de S. Bonifacio arzobispo de Maguncia (Mainz) la declaración de unas palabras de la Escritura que había leído, dejó la casa de sus padres, y se retiró a vida religiosa (c). San Pedro, también monje benedictino del siglo XII, desde su primera edad oía leer los sagrados libros, y estas semillas echaron tan hondas raíces en su corazón, que atraído de aquellas palabras del Evangelio: El que no dexáre a su padre y su madre, sus hermanos y hermanas y todo cuanto tiene, no puede ser mi discípulo, como otro Abraham resolvió alejarse de su tierra y de la casa de su padre, para servir a Dios en más perfecta vida (d). A estos ejemplos pudiéramos juntar el de S. Francisco de Asís, cuya perfección y la de sus verdaderos hijos imitadores de su virtud y observadores de su regla (franciscanos), se debe en gran parte a la prontitud con que aquel santo ponía por obra los preceptos y consejos de la Santa Escritura (e). 

(a) Vita S. Avit. Abb. cap. II. n. 7. 

(b) Cirill. Scitopolit. in Vita S. Cyriaci Abb. ex Cod. Vaticano n. 866. ap. Acta SS. Mens. Septemb. T. VIII pág. 147. seq. 

(c) Acta SS. Junii T. 1. pág. 484.

(d) Ap. Acta SS. 23. Junii T. IV pág. 609. 

(e) Thomas Celan. Vita S. Francisci cap. 3. n. 22. ap. Acta SS. Octobr. t. II. pág. 689. seq.

En estos y otros semejantes ejemplos se ve lo que decía nuestro S. Isidoro, que despierta el alma con las palabras de la Santa Escritura, es destetada del amor de la vida presente; y encendida en amor de la sabiduría, le parece tanto más vil

la esperanza de esta mortalidad, cuanto con la lección se le va aclarando la esperanza de lo eterno (a).


CAPÍTULO XXVII.

Bienes que se siguen al estado de que el pueblo lea la Escritura.


Al paso que la Sagrada Escritura como maestra que es de la religión, nos guía por camino derecho a la adoración de Dios en espíritu y verdad, y a la reforma de costumbres; inspira también máximas y principios solidísimos con que se establece y asegura la felicidad del Estado. Dios que crió al hombre para que viviese con otros iguales a él en la naturaleza y desiguales en la condición, le proveyó en la Escritura de los documentos necesarios para que cooperase al bien de esta sociedad de que le hizo miembro. La autoridad de las leyes y de los legisladores, la potestad de los jueces, la soberanía de los príncipes que son la llave de la paz pública, sin la cual vendrían a destruirse los estados y los imperios, en los libros sagrados tienen su verdadero apoyo. El que aspirase a ser buen vasallo, buen ciudadano, amador del rey y de la patria, en la Escritura hallará las semillas, por decirlo así, de esta importantísima filosofía. Porque en ella se inspira horror a toda conspiración y desavenencia privada y pública, se enseña la obediencia que se debe tener a las leyes, se infunde respeto y sumisión a las cabezas de la república, especialmente al rey, cuya autoridad se atribuye al que lo es de todos los reyes, Dios, criador y conservador del linaje humano.

En cuanto a lo primero, exhorta a todos los ciudadanos a que se abstengan de pleitos y discordias; y el sembrar desavenencia y enemistad entre los que tienen paz, lo atribuye a los malos (b): dice que la concordia de los hermanos y el amor de los próximos (prójimos) y la paz del marido y de la mujer agradan a Dios y a los hombres (c): 

(a) S. Isidor. Hispal. Sentent. lib. III. cap. 8. n. 4. Op. T. II. pág. 100.

(b) Eccli. XXVIII. 10. 11. 

(c) Ib. XXV. 2. 

encarga que no se haga daño a los desvalidos (a), que los que de fuera vengan a nuestros pueblos no sean entristecidos ni afligidos (b), que no sigamos el amotinamiento de la muchedumbre con que se hace daño (c): todo lo cual comprendió el señor en aquellas palabras que dijo a su pueblo cuando estaba en Babilonia cautivo: Procurad la paz de la ciudad en que os he hecho cautivar; y rogad por ella al Señor, que en su paz será paz a vosotros (d).

Pues la obediencia a las leyes ¿dónde está más recomendada que en la Santa Escritura? En una parte dice: Al que guarda el precepto no le vendrá ningún mal (e); en otra; El que observa la Ley multiplica la ofrenda (f); en otra: El que teme el precepto vivirá en paz (g); en otra: El obediente cantará victoria (h); en otra: La guarda de las leyes es lo sumo de la incorrupción (i). Por donde viene a concluir que el alma del justo medita obediencia, y la boca de los impíos reboza (rebosa) en maldad (j); que el que sacude de sí la disciplina, desprecia a su alma; mas el que se sujeta a las correcciones, tiene señorío sobre su corazón (k). Y aunque bastaba recomendar la obediencia a las leyes, quiso hacer también especial memoria de los legisladores y de todos los que gobiernan la república; queriendo que los súbditos suyos les guarden la obediencia debida. Así encarga san Pablo a Tito, avise a los cristianos que estén sujetos a los príncipes y a los magistrados, y que les obedezcan (l). Y a los hebreos decía: Obedeced a vuestros gobernadores, y someteos a sus ordenamientos; pues andan desvelados como que han de dar cuenta de vosotros, para que desempeñen su cargo con gozo, y no con sollozo; porque esto no os conviene (m). 

(a) Exod. XXII. 22. (b) Ib. v. 21. (c) Ib. XXIII. 2. (d) Jerem. XXIX. 7. (e) Eccles. VIII. 5.

(f) Eccli. XXXV. 1. (g) Prov. XIII 13. (h) Prov. XXI. 28. (i) Sap. VI. 19. (j) Prov. XV. 28.

(k) Ib. v. 32. (l) Ad Tit. III. 2. (m) Hebr. XIII 17. 

Ni sólo de palabra nos exhortan a obedecer, sino con ejemplos también de fidelísima obediencia, y con castigos de inobedientes, cual es el de Coré hijo de Isaar, y el de Datan y Abiron (Datán, Abirón) hijos de Eliab, que por no haber querido obedecer a Moisés que los llamaba, ni reconocerle por su legítimo señor y Caudillo, fueron castigados de la mano de Dios y muertos a vista del pueblo de Israel con espanto de todos (a).

¿Qué diré del respeto y veneración que la Escritura manda tener a las cabezas y gobernadores del pueblo? Ruégoos, hermanos, decía san Pablo a los de Tesalónica, que seáis reconocidos a los que trabajan entre vosotros, y os gobiernan según el Señor, y os amonestan; que les tengáis especial veneración conforme a la caridad por razón de su trabajo: tened con ellos paz (b).

Pero donde se ve de lleno toda la gravedad de las palabras de Dios junta con el atractivo de la divina suavidad, es en las exhortaciones que hace a los pueblos a que respeten y obedezcan con toda exactitud y amor a sus reyes. A este fin repite muchas veces que la potestad de reinar no es invención de hombres, sino establecimiento de Dios, de cuya mano viene todo lo que se ordena a la conservación de los Estados y

Repúblicas (c). Por mí reinan los reyes, dice, y los legisladores establecen lo justo; por mí mandan los príncipes (d): y el apóstol llama al rey ministro de Dios, vengador de los que obran mal (e). A lo cual sobrepuja todavía lo que a Nabucodonosor, con ser rey impío y rival de la divinidad, dijo el profeta Daniel: Tú eres rey de reyes, y el Dios del cielo te dio el reino, la fortaleza, el imperio y la gloria (f); que es advertir a los pueblos

que así como en la sociedad civil no hay mando ni señorío que se aventaje al de los reyes, ni que más semejante sea al de Dios; así el respeto de sus vasallos debe ser en su género el más verdadero, el más subido de punto, mayormente entre gente cristiana 

que tiene ojos de fe para mirar en el trono una representación muy viva de la alteza y

soberanía de Dios. Recomendada por estos y otros caminos la autoridad del rey, se vuelve a los pueblos la Santa Escritura y expresamente les manda que no maldigan del príncipe (g); que le teman (h); 

(a) Numer. XVI. (b) I. Thessalon. V. 12. 13. (c) Rom. XIII 1. (d) Prov. VIII. 15. 16.

(e) Rom. XIII 4. (f) Daniel II. 37. (g) Exod. XXII. 28. (h) Proverb. XXIV. 21.

que le den la honra debida (a); que estén sujetos a él como a cabeza, y a sus ministros como a enviados suyos para castigar a los malos, y premiar a los buenos (b); que hagan por ellos oraciones y plegarias a Dios (c); que les acudan con los tributos, alcabalas y demás impuestos que son debidos al que vela y se afana por el bien público del Estado y por el particular de cada uno de sus miembros (d). De lo cual se lee en el Evangelio el esclarecido ejemplo de Jesucristo, que aunque exento por naturaleza de toda ley y mucho más de los tributos del vasallaje (e), por no escandalizar, esto es, por no dar ocasión a que los demás vasallos con su ejemplo se eximiesen de pagar el tributo; se sujetó a esta ley, y pagó por sí y por el apóstol san Pedro (f), conforme al espíritu de aquella admirable sentencia que en otra ocasión dijo a los fariseos y escribas, y es y será siempre el alma de la subordinación de los pueblos a sus soberanos: Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (g). 

(a) I. Pet. II. 17. (b) Ib. v. 13. 14. (c) Baruch. 1. 11. 12. I. Timoth. 2. 1. 2. 

(d) Rom. XIII 6. 7. (e) Matth. XVII. 24. seq. (f) Ib. v. 26. (g) Matth. XXII. 21. 

Estas y otras semejantes máximas de obediencia y subordinación a los reyes inspira la lección de la Santa Escritura. En ella se ve hermanada la autoridad del imperio con la del sacerdocio, fundada la potestad de los reyes en la eterna e incontrastable de Dios que fortalece los quicios de los estados y los hace durar siglos y siglos, cuando no lo desmerecen las culpas del que manda o de los que obedecen. Bien seguro puede estar un rey de la fidelidad y amor de sus vasallos, si con la piadosa lección de los santos libros se van apoderando de sus pechos estas verdades a que no hay ingenio humano que pueda resistir. En los primeros siglos de la Iglesia ¿qué vasallos tuvieron los emperadores más obedientes y leales que los cristianos, colgados desde la niñez, por decirlo así, de los pechos de la Santa Escritura? ¿Quién de los gentiles atinó mejor que ellos el origen de la potestad real de los príncipes? (a) ¿Quién se reconoció más sujeto a las leyes imperiales, o las obedeció con mayor alegría? ¿Quién les hizo ventaja en pagar los tributos? (b) Pues como san Justino M. decía al emperador Antonino, movidos de lo que en el Evangelio (c) enseña a todos el Salvador, procuraban ser en esto los primeros. De los cristianos aprendieron los que estaban fuera de la Iglesia el respeto, la obediencia, el amor al rey que inspiran los libros sagrados, como lo aprendió entre otros el gentil Autólico de san Teófilo obispo de Alejandría (d). Aún se echa de ver más claramente el verdadero respeto y amor de aquellos cristianos a sus príncipes en las oraciones por su familia, por la prosperidad de sus armas hacían a Dios, aun cuando inhumana y cruelmente los perseguían. Y era esto tan notorio en el imperio, que Atenágoras en la Apología que hizo de los cristianos al emperador Marco Aurelio y a su hijo Cómmodo, para alcanzar de ellos que pusiesen fin a la persecución, alegó este mérito sin temor de ser desmentido: "¿Quiénes, dice, son más dignos de conseguir lo que piden, que los que rogamos por vuestro imperio, para que el hijo como es justo reciba el reino de su padre y crezca vuestro imperio con nuevas conquistas; quedando todos sujetos a vuestro señorío? Y esto nos importa también a nosotros para vivir en paz obedeciendo alegremente vuestros mandamientos (e).”

(a) Nos autem qui Christiani dicimur.... sanctissimè et acquissimè de imperio vestro sentientes. Athenagorae Legat. pro Christianis n. 1. inter Op. S. Justin. M. pág. 280. 

Coelitus regnum accepisti: Regis enim anima in manu Dei est. (Prov. XXI. 1.) Id. ib. n. 18. pág. 293. seq.

(b) Jubet Rex tributa pendere? Paratus sum solvere. Servire et ministrare Dominis?

Servitutem agnosco. Tatiani Assirii Orat. contra Graecos n. 4 int. op. S. Justini M. pág. 246.

(c) Illud etiam studio nobis est, ut vectigalia et census iis, quibus hoc munus commisistis primi omnium pendamus, quemadmodum ab eo (Jesu-Christo) sumus instituti. (Matth. XXII.) 

S. Justin. M. Apolog. 1. pro Christianis ad Antoninum Pium n. 17. Op. pág. 54. 

(d) Regem igitur cole, sed eum diligendo cole, eique parendo et orando pro eo. Hoc enim si facies, voluntatem Dei exequeris; ita enim praecipit lex divina: Honora, fili mi, Deum et Regem, nec eis inobediens sis. S. Theophil. Antiochen. Ep. ad Autolicum lib. 1. n. II. int. Op. S. Justin. M. pág. 345. 

(e) Quinam enim digniores, qui ea quae petunt impetrent, quàm (Christiani) qui pro imperio vestro precamur, ut filius a patre, prout aequissimum est, regnum accipiat et accessionibus ac incrementis imperium vestrum, omnibus ditioni vestrae subiectis, augeatur? Atque id quidem nostra etiam interest, quò tranquillam vitam agamus, et imperata omnia alacres ministremus. Athenagorae Legat. pro Christ. n. 37. loc. laud. pág. 313.


Estos bienes se siguen al Estado de que los fieles lean debidamente los sagrados libros. Por donde se conjetura cuan flaco poder hubieran tenido las artes de algunos falsos políticos que aprovechándose de la triste ignorancia del pueblo cuando no podía leer las Santas Escrituras, intentaron desquiciarle del amor y subordinación a los reyes que en ellas se inspira (a).

(a) Hállase tratada esta materia con la gravedad, extensión y solidez de doctrina que pide su importancia, por el sabio obispo Bosuet en su obra intitulada: Política deducida de las mismas palabras de la Sagrada Escritura; la cual traducida al castellano por D. Miguel Joseph Fernández se imprimió en Madrid el año 1743.


CONCLUSIÓN. 


Después de haber manifestado los bienes que de la lección prudente y ordenada de los sagrados libros se siguen a la cristiana república; para que en nada dejemos de cooperar al deseo con que los superiores los ponen en manos del pueblo, antes de dar fin a nuestro escrito exhortaremos a todos y a cada uno de los fieles a que aprovechándose de esta licencia que tan liberalmente se les da, con hambre del cielo se dediquen a leer y meditar la Santa Escritura. Y no ya por las utilidades generales que, como se ha mostrado, redundan de este ejercicio al cuerpo, digámoslo así, del estado y de la religión, sino por las particulares que vienen a cada uno de sus individuos, a los grandes, a los medianos, a los pequeños, a los superiores y a los súbditos, a todos en fin de cualquier estado que sean, de cualquier edad o calidad o sexo. Porque esta excelencia tiene la Santa Escritura, a diferencia de los demás libros del mundo, que sobre enseñar a todos las obligaciones comunes de la sociedad cristiana y política cuyos miembros son, advierte a cada uno de por sí las particulares de su condición y de su oficio. En ella el viejo aprende cordura, el mozo es refrenado, el niño es guiado: a los casados exhorta a la lealtad, a los solteros a la continencia, a los ministros de Dios al resplandor y buen olor de vida. Manda a los hijos que honren a sus padres, y a los padres que críen a sus hijos en temor de Dios. En los amos exige benignidad, en los criados subordinación y obediencia. A los jueces pide integridad, a los pastores celo por la verdad y por la reforma de costumbres. Esto proveyó Dios con su infinita sabiduría, dando en las Escrituras la enseñanza conveniente a los estados y oficios de que se compone la república, para que nadie pueda en medio de tanta luz alegar ignorancia.

Y no sólo cada uno de los hombres, sino un mismo hombre según los diferentes estados en que se viere su espíritu, hallará para sí doctrina copiosa en la lección de la Escritura. Con ella el justo crece en la virtud, el malo se refrena, el tímido cobra esfuerzo, el temerario se detiene, el ciego ve, y el sordo comienza a dar oídos a la verdad. Allí se levanta lo caído, recibe vida lo amortiguado y luz lo oscuro. ¿Eres tibio? En la Escritura arden como fuego las palabras de Dios. ¿Andas en tinieblas? Antorcha es la Escritura. ¿Estás atollado en suciedad? A los apóstoles limpió la palabra de Cristo. ¿Eres impelido de la tentación? La voz de Dios fortaleció los cielos. ¿Estás muerto al fervor del espíritu? Las palabras que habló el Señor son espíritu y vida. Llegada es la hora en que los muertos oigan la voz de Dios, y los que la oyeren vivirán. El que es frío para amar a Dios, por la lección de la Escritura recibirá este fuego: el que se ve acometido de odio de su hermano, o de codicia de lo que no es suyo, o de venganza de la injuria, o de ira, o de deseo carnal; en la torre de la Escritura hallará colgados broqueles sin número que le defiendan de estos dardos de sus enemigos. Ella es puerto seguro de los tentados, rocío contra el ardor de las pasiones, fuente donde bebe el sediento de la verdad, medida a la cual el temeroso de Dios ajusta sus obras y deseos y cuanto tiene dentro y fuera de sí. A los que van adelante en el camino de la salvación afianza también en su propósito, los atrae y levanta sosteniéndolos de mil maneras para que no balanceen, ni tuerzan, ni vuelvan atrás en el bien comenzado. Ya despierta en ellos celo para vengar las injurias hechas a Dios, ya fortaleza para resistir al ímpetu de los malos, y romper por los estorbos que tiene dentro y fuera de nosotros lo bueno. Una vez les exhorta a paciencia, otra les enamora de la castidad, otras muchas derrite su corazón en lágrimas de penitencia. Porque ella es el arco de la Iglesia desde el cual dispara Dios las saetas de su aljaba, aquellas palabras agudísimas que taladran los corazones y los abrasan en amor de lo eterno.

Ella a los niños pequeños de la casa de Dios, que son los humildes, enseña las alabanzas de Dios y les pone en la boca palabras de vida y de salud. Ella desata las lenguas de los que hace mudos la desconfianza de sí mismos, y a los balbucientes da

para hablar cosas altas, facilidad y soltura. Este es como el mar océano de la divina sabiduría, en cuyo seno todas las verdades saludables que están derramadas en los caños y ríos de los santos y demás maestros de la religión, se hallan juntas y amontonadas como en su propia fuente.

¿Qué diré del amor de Dios que sobresale aun en el modo con que nos preparó esta lectura? Los libros santos son banquete de la eterna sabiduría, cuyas viandas son las sentencias, los documentos y ejemplos que en ellos puso el Espíritu Santo. En esta mesa se echa de ver suavidad que atrae, variedad que recrea, grosura que nutre. Aquí está el trigo que fortalece, el vino que alegra, el aceite que alumbra; aquí el agrio de los castigos, el dulce de los regalos, mezclado lo uno con lo otro para que ni lo dulce sólo empalague a los convidados, ni lo agrio les retraiga del convite. Por un lado se sirve montería de tierra en los varones dados al ejercicio de la misericordia, por otro volatería de aves espirituales que con su vuelo nos muestran el camino de Cristo: 

allí se pone para los grandes pan de doctrina maciza, y para los pequeños leche proporcionada a su debilidad. Un manjar templa la cólera, otro corrige la melancolía, y todos y cada uno de por sí saben a mil gustos, si el vicio del comedor no lo estorba.

Esto por lo que toca al provecho de la lección de la Escritura. ¿Qué diré del deleite con que comunica estos bienes? Las sagradas letras son un jardín amenísimo, hermosísimo, deleitosísimo, lleno de flores que enajenan el alma, y le hacen perder toda afición a lo que no es Cristo o no lleva a Cristo. ¿Qué es ver allí las fuentes de la doctrina celestial, que corriendo por canales puros riegan los campos de la Iglesia, y juntas en arroyos bajan de los montes a los valles con apacible sonido? Allí los árboles sombríos defienden del calor del sol, y con el soplo del Espíritu Santo meneando sus ramas y hojas refrescan los calurosos cuerpos. Allí las avecillas con música regalan el oído, y le apartan del silbo de la infernal serpiente. ¿Cuántas plantas secas e infructuosas plantadas en el jardín de la Escritura recobraron su antigua lozanía y verdor? ¿Cuántos árboles revejidos e inútiles, puestos a ser arrancados y echados al fuego, se vistieron aquí de nuevo ramaje, y dieron sabrosos frutos, y se coparon y fueron de provecho y de adorno en la huerta de Cristo? Aquí hallan nido donde huir de los riesgos del mundo los que por su estado no pueden dejar el mundo. Y como en la tierra las peñas son abrigo de las cabras monteses, y los conejos tienen sus viveros en las quebraduras de los riscos; así acontece en la Escritura, que en ella encuentran refugio los que descarnados de su parentela quieren vivir para solo Dios, profesando más perfecta vida.

Ni sólo es la Escritura mesa donde recobra el ánimo las fuerzas perdidas, y jardín donde el espiritual sentido se deleita, sino espejo también donde se ve lo que medramos en la santidad. El que quiera entender lo que es y lo que debe ser, despliegue el lienzo de los libros sagrados, y en él verá retratado su corazón sin rebozo, como es en sí. Allí se descubre nuestro rostro interior, si está afeado, si flaco, si descarnado y ajeno de todo lo que es virtud. Allí se ve descrito el poderío de nuestra carne y la astucia del demonio para derribarnos, mayor que nuestro propio esfuerzo y diligencia para sostenernos en pie: allí se ve cuanto hemos de salir de nosotros para buscar en Dios lo que no tenemos de nuestra propia cosecha: porque en los ejemplos de los patriarcas y de los apóstoles y sobre todo del santo de los santos Jesucristo, nos hace ver que aprovechamos poco, y que estamos aún lejos de lo que es medro y crecimiento en el bien.

Si fuéramos tan celosos del bien eterno como lo somos del temporal, bastaría que se nos propusiese la menor de estas utilidades que trae consigo la lección de la Escritura, para que con gran fervor nos dedicásemos a un ejercicio tan provechoso, toda vez que a juicio de nuestros superiores no subsisten ya las causas porque se había suspendido. Y sería escusado que hiciésemos capítulo aparte de esta materia, porque

el amor de tales bienes, como un peso suave, atraería a todos los cristianos a la tesorería donde tan a manos llenas se dan. Pero la corrupción de la vida y el paladar sin gusto para lo bueno que suelen tener al pueblo desamorado de lo que siempre dura, han hecho también que pierda la afición a aquellos manjares con que se recobra el gusto de las cosas de Dios, y se toma sabor a lo bueno. Siendo pues la lección de la Escritura uno de los medios más a propósito para este fin, ahora que la Iglesia restituye al pueblo la facultad para que la lea en su lengua, estamos en cierta manera obligados los sacerdotes a revestirnos del celo con que los antiguos padres de la Iglesia exhortaban a todos los fieles a la piadosa y continua lectura de los libros sagrados. Ejercitémonos pues en ella nosotros, toquemos por nuestras mismas manos estos buenos efectos, llenémonos de su espíritu que es el de Dios, el cual no tiene emulación ni envidia, ni niega ni escasea a nadie sus bienes, como arriba se declaró, antes da los muy ricos y preciosos con mayor ahínco: y llenos de verdad y de caridad que son las principales riquezas que comunica la Escritura, volvámonos al pueblo y alentemos a todos los fieles y a cada uno de ellos en particular a que se aprovechen de tan precioso tesoro, diciéndoles: La doctrina de la sabiduría de Dios escrita en sus dos Testamentos, por la maldad de los enemigos de la religión se dejó un tiempo de franquear a todos con la liberalidad que la Iglesia quisiera. Ha llegado el tiempo en que restituidas las cosas al primer estado, vuelve a dárseos (se os vuelve a dar) este pasto de las Escrituras. Ábrese este tesoro con la franqueza que vuestros días no vieron, y se pone de manifiesto, y de él se hace un convite general a todos para que cada uno de por sí llegue a tomar de él lo que haya menester para las necesidades de su espíritu. Dad al cielo gracias muy cumplidas que ha serenado la pasada borrasca, y dado paz a la Iglesia después de tanta turbación. Esta bonanza Dios la da: los bienes que de ella se siguen dones suyos son igualmente, uno de los cuales es el podérseos entregar los libros sagrados traducidos en vuestra propia lengua. Recibidlos y aprovechaos de ellos, y no les cerréis la puerta con descomedimiento y grosería. Admitid en vuestro regazo aquella sabiduría que por mil títulos merece el nombre de heredad de Dios y mayorazgo de sus hijos. ¿Para quién sino para nosotros la anunciaron los profetas, y la declararon los apóstoles, y la puso de manifiesto el Verbo del Padre Christo Jesús nuestro Salvador y maestro? ¿Quién cerrará los ojos a la antorcha de sus pies? ¿quién mirará con tedio el camino de la verdad? ¿quién desechará aquella lectura por donde se adelanta en el conocimiento de la vida y de la salud de Dios? ¿No es esta la que pone fervor en los pechos fríos, resplandor en los tenebrosos, fortaleza en los flacos, limpieza y santidad en los sucios? ¿la que purifica las lenguas, aprueba las conciencias, ahuyenta el pecado, y desarma al demonio? 

¿la que mitiga la tristeza del siglo, y despierta la alegría del cielo? ¿la que doma la carne, encadena la liviandad, templa el dolor y renueva la esperanza? Viejos, ¿no es esta vuestra corona? mozos ¿no es esta vuestra enseñanza? niños, ¿no es esta vuestra leche? desviados, ¿no es esta vuestra senda? ignorantes, ¿no es esta vuestra ciencia? Sí por cierto. La lección de la Escritura obra y ha obrado siempre maravillas dignas de la sabiduría omnipotente que nos la dio. ¿A cuántos rústicos hizo discretos?¿a cuántos dormidos despertó? ¿a cuántos ociosos reprendió y avivó? ¿a cuántos tentados socorrió? ¿a cuántos atrasados adelantó? ¿a cuántos perfectos llevó al cabo prósperamente? ¿Quién llegó a ella con fe y humildad que volviese vacío? 

Tú eres, Escritura Santa, la tesorería de los bienes del Cielo, la escuela de la santa vida, el plantel de los buenos deseos, el despertador de los afectos que nos llevan a Dios. Tú a los pequeños en la virtud destetas de las cosas visibles y alimentas con las invisibles: a los medianos fomentas y haces crecer hasta la plenitud de Cristo: a los aprovechados perfeccionas y das perseverancia. Tú eres la ciencia verdadera; el que te posee, ese es el sabio; el que es ajeno de ti ignora al que por esencia es sabiduría y virtud de Dios. ¿Qué honra hay como saber a Cristo, y tomar las lecciones de su boca, y estar colgados del que habló palabras de vida eterna? ¿De quién aprenderemos cosas más altas y provechosas que del que en su Evangelio nos dejó lecciones y ejemplos de humildad, de caridad, de obediencia y mansedumbre? ¿del que se hizo modelo de toda virtud, y como tal quiso ser predicado y anunciado y puesto de manifiesto a todas las gentes, para que en él y por él tengamos la virtud y el principio de ella y su premio y galardón? Pues ¿por qué querréis aprender sabiduría de otros hombres, más que del mismo Cristo? el cual a los que enseña hace semejantes a él y muy a su condición, pegándoles lo bueno y lo perfecto que en su conversación resplandece. ¿Qué alegareis para echar de vosotros ofrenda tan rica? ¿Con qué pretexto cerrareis las manos que se os mandan abrir para que recibáis este bien? ¿Quién dirá: no tengo yo nada que ver con esta doctrina? o, bástanme las obligaciones de mi estado? Atraeros debía a este ejercicio el agradecimiento a Dios que en vuestros días ha desterrado de la república el veneno que obligó a los prelados a dar con tasa el buen pan. Después de esto, el no hacer agravio a la enseñanza del cielo, huyendo de un ejercicio que por mil títulos es propio de la fe que profesamos y de la perfección a que debemos aspirar. Y también, el cooperar al deseo de los superiores eclesiásticos que con largueza fundada en la caridad de Cristo os dan el pasto de esta saludable lectura. ¡O cuán dignos seríais de reprensión, si menospreciada esta oportunidad de leer el corazón de Dios en las palabras de Dios, os quedaseis por pereza en la noche de vuestra ignorancia! Por el contrario, ¡cuán loables seríais, cuán dignos del galardón celestial, si con humildad, con docilidad, con fe, con subordinación a la Iglesia, hambrientos y sedientos de la justicia os llegaseis a leer y meditar la Escritura! 

Por las entrañas de la misericordia de nuestro señor Jesucristo con todo el corazón encarecidamente os rogamos que en adelante empleéis una buena parte de tiempo en este ejercicio; para que entendiendo la voluntad de Dios, y reformando vuestra vida conforme a su ley, seáis y seamos todos hijos dignos del que a esto encaminó cuanto hizo y padeció en el tiempo de su conversación en carne Jesucristo nuestro Señor que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina un solo Dios para siempre. Amen.


APÉNDICE 1.

Que contiene varios testimonios de autores españoles acerca de la lección de la Sagrada Escritura.


PRÓLOGO.


Habiendo procurado desvanecer las falsedades y dicterios de los protestantes contra la regla IV del índice, correspondía demonstrar la sinrazón con que uno de ellos, fundado tal vez en algunos hechos no bien entendidos, o en el testimonio de uno u otro autor nuestro, de los que con su celo poco discreto habían dado ocasión a otras semejantes calumnias, dice absolutamente de nuestra España, que en ella más que en ningún reino ni provincia del mundo, eran perseguidos con furor los seglares que leyesen la Escritura. (1: “¿Quis usquam terrarum locus in Sacrorum Bibliorum lectores laicos majori furore sævit, quam Hispania? Christ. Kortolt. de lectione Bibliorum in linguis vulgò cognitis Edit. Ploenae 1692. §. CLIV p. 109).

El amor de la verdad y el interés que tenemos todos los españoles en que no se atribuyan a nuestros padres furores que no tuvieron, pedían de mí que no dejase pasar esta proposición tan universal, sin demonstrar la falsedad de ella y la preocupación y arrojo con que su autor se determinó a proferirla. Para esto creí que bastaría reproducir algunos testimonios de escritores nuestros conocidos por su piedad y doctrina acerca de la lección de las Santas Escrituras donde se echase de ver, que aunque algunos españoles, igualmente que otros que no lo eran, hablando en este punto con más generalidad de la que convenía, desaprobaron y condenaron aun lo que la Santa Sede no tocó; otros muchos no menos graves que los primeros y más que ellos en número, y por consiguiente el cuerpo, digámoslo así, de nuestra nación, habiendo bebido el espíritu de la Iglesia Romana; al paso que veneraban y obedecían, como era justo, la regla IV del índice, recomendaban al pueblo la lección de la Santa Escritura con el celo y eficacia y copia de doctrina, con que en su tiempo le exhortaban a ella los santos doctores. No era negocio este para tratado de prisa, y era fuerza cortar el hilo de nuestra obra, si se habían de ingerir en ella los documentos, que sobre esto había yo recogido. Pareció pues conveniente ponerlos en lugar separado, para que la brevedad de nuestro escrito no nos obligase a andar en esto más diminutos de lo que convenía. Esta es la causa porque hemos hecho este apéndice.


El Dr. Antonio de Porras canónigo de Plasencia, en el prólogo de su Tratado de la Oración impreso en Alcalá año 1552, después de manifestar la sencillez con que intenta proponer la verdad de las sagradas letras, finge que daba aldabadas en su entendimiento una anciana llamada querella, y le decía: ¿Qué haces hombre? ¿Para qué quieres gastar tu tiempo en escribir cosas de la Sagrada Escritura, pues apenas hallarás quien las quiera leer ni ver? ¿Qué casi todos los cristianos están ocupados y envejecidos, por no decir embobecidos en sus terrestres y mundanas miserias? 

¿No consideras que el día de hoy no hay cosa más olvidada ni aborrecida que la filosofía de Cristo y su sagrado Evangelio? ¿No entiendes que si hubiese alguno que quiera leer lo que escribes, será para buscar algo para te calumniar y burlar de ti? 

¿Y ya que alguno lo quiera leer para su provecho, será tibiamente? ¿Por qué no miras, que, en todas las otras mundanas artes que nacen de la humana industria, no hay cosa tan apartada ni escondida, que no la haya descubierto y hallado la humana sagacidad? No se puede imaginar por mar ni por tierra cosa de estas tan dificultosa, que el intolerable trabajo de los hombres no la haya comprendido y alcanzado. 

Solas las letras evangélicas y doctrina de Cristo es la que los hombres no alcanzan ni saben. ¿Qué diré del pueblo que se eleva y ensalza con el honradísimo nombre de cristiano; y está en tantas maneras justificado y santificado, que no tiene por malo dejar de saber la doctrina y documentos, que muy certísimamente llaman y persuaden a la eterna felicidad, sabiendo clara y muy certísimamente, que sólo este doctor Cristo es dado del altísimo cielo a los mortales? Sólo este pudo enseñar cosas averiguadas y ciertas; porque él solo es la eterna sabiduría, y autor de la salud humana, y solo puede cumplir y pagar lo que prometió. No quieren los cristianos poner ante sus ojos, y escribir en su memoria, que no puede dejar de ser nueva y admirable esta doctrina, que para darse al mundo el que era Dios se hizo hombre; el inmortal se hizo mortal; el impasible, pasible; el que estaba en el seno del Padre, se abatió a la tierra: y con todo esto quieren los hombres más ocuparse en leer fábulas, que no sagradas letras. 

Y esos para quien dices que quieres escribir, que es la gente vulgar sin letras, todos dirán que no hallan sabor ni gusto en esta lectura: que les parece cosa fría: y allende de esto, yo estoy ocupado en cosas de república, negocios públicos trato, oficial soy: en cosas de mi oficio entiendo de día y de noche: harto tengo en qué entender con mujer e hijos: tengo cuidado de gobernar mi casa: soy hombre ocupado en cosas del mundo: no me toca, no me es dado a mí leer sagradas letras: léanlas aquellos que se han apartado del mundo: los sacerdotes, los religiosos, los ermitaños que moran en los desiertos, que están ajenos de conversación de hombres; a estos tales toca la lección de las divinas letras, y no a mí que soy hombre mundano. Después que esta honrada vieja hubo propuesto su querella, yo respondí: ¡O santa y verdadera más que otra alguna de tu nombre ! Yo te certifico, que aquello mesmo (mismo) que tú me has propuesto para me estorvar (estorbarme), me ha puesto espuelas para comenzar y 

proseguir. ¿Como qué? ¿No toca a hombres ocupados en cosas del mundo leer sagradas letras ni libros de doctrina? Ciertamente, a mi ver, mucho más toca y conviene a los tales mundanos que a los que están apartados del mundo: como el doctor de la vida nos dice, que los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Los hombres religiosos están fuera de las plazas y de negocios públicos: y aquellos que hacen su habitación en los montes, están como en seguro puerto, sin tener importunidad de malas compañías; nosotros por el contrario, que estamos en medio de las espantosas ondas del grande y espantoso mar de este mundo, tan sujetos e inclinados a pecar todas las horas del día, siempre tenemos necesidad de consuelo y buenas amonestaciones y ejemplos de la Sagrada Escritura. Aquellos están lejos de la batalla, y son pocas veces heridos; mas el que está en perpetua guerra y es

muchas veces herido tiene más necesidad de remedios: como a quien provoca la mujer, el hijo entristece y mueve a ira, el enemigo acecha, el amigo tiene envidia, el vecino persigue, y el que come contigo te engaña: la justicia amenaza, la pobreza

aflige, y la adversidad molesta, la prosperidad hincha; y finalmente, cuidados, perturbaciones, tristezas, jactancias, inflaciones, todo acomete y persigue. Por una parte la ocasión por otra la necesidad: por todas partes vuelan saetas continuas. Por tanto, todos los que estamos engolfados en el mundo, tenemos grandísima necesidad de estar siempre en vela armados, pues siempre estamos en guerra combatidos. 

Estas armas maravillosamente nos pone la lección de la Sagrada Escritura. Mírate hombre, y verte has rodeado de mil redes y lazos: el apetito de la carne amargamente se revela contra el espíritu de aquellos que viven en conversación de muchos. 

La hermosura del rostro, la compostura del cuerpo, prenden y cautivan los ojos: las sucias y lascivas pláticas engañan y prenden los oídos: y los dulces cantares hacen deslizar la constancia del ánimo. Y pues tantas y tan grandes son las batallas y persecuciones de nuestra ánima, razón es que conozcamos la grande necesidad que tenemos de remedios para curar las llagas ya recibidas, y para nos defender de no recibir otras. Para todo esto sin duda es eficacísimo remedio la continua lección de las sagradas letras. Porque no puede ser, y otra vez digo no puede ser, que uno se ocupe en leer sagradas letras, y consuma mucha parte del tiempo en esto, que no se aproveche grandemente. Todo lo que está escrito, como dice el apóstol, está escrito para nuestra doctrina; para que por la paciencia y consolación de las Escrituras tengamos esperanza. Grande amparo y defensión sin duda ninguna es contra los pecados la evangélica lección; y grande despeñadero y profundo infierno es menospreciar, y no querer saber ni leer las sagradas letras. Pérdida grande de la salud del ánima es no saber nada de las divinas letras: y si cada día nos hieren nuestros enemigos, y no procuramos curar las llagas, ¿qué esperanza de salud nos puede quedar? Decirme ha alguno: ¿qué me aprovecha a mí leer, ni que otro me lea, si lo que se lee no entiendo? Si yo no entiendo el Evangelio, ¿qué provecho puedo sacar de él leyéndole, ni oyéndole leer a otro? A esto respondo, que la doctrina evangélica y apostólica es muy más clara y específica que todas las otras doctrinas: porque así como doctores de todos, escribieron para todos. ¿A quién no son claras las cosas que están escritas en el santo Evangelio? ¿Quién no entiende estas palabras: bienaventurados son los limpios de corazón: bienaventurados son los mansos: bienaventurados son los humildes: amad a vuestros enemigos: haced bien a quien os hace mal: rogad por los que os persiguen y calumnian? ¿A quién no son claras estas palabras y muestras del santo Evangelio? ¿Quién no entiende los milagros de Cristo y de sus discípulos? Las señales, las historias ¿quién no las entiende? ¿Quién lo deja de

entender por su negligencia y pereza? No quieren entender ni perciben las palabras, ¿cómo pueden entender las sentencias? Toma el libro en tus manos, lee toda la historia, y lo que entiendes de ella encomiéndalo a la memoria; y lo que te parece escuro (oscuro) y no lo entiendes, tórnalo a leer muchas veces; y si con todo esto no lo pudieres entender, pregunta a quien sabe más que tú, y aquel te lo declarará. Y cree firmemente y en ninguna manera dudes, que en tal caso, como Dios te vea que eres diligente y vigilante, él te lo declarará. Y si en tales cosas como estas consumes tu tiempo, podrás ser llamado bienaventurado, conforme a lo del Salmo: bienaventurados son los que escudriñan los testimonios de Dios en las Escrituras Santas. 

¿No sabes lo que aconteció antiguamente a un bárbaro idólatra, eunuco de la reina Candáz? Iba caminando y leyendo en el libro de Isaías, y lo que leía no lo entendía, y sin entender leía: y por esta curiosidad mereció que Dios le enviase al apóstol Filipo para que le declarase lo que leía, y le bautizase. Decirme han: No está ahora el apóstol san Filipo para enseñar y declarar a los que no saben ni entienden: verdad es; pero el Espíritu que enseñó a Filipo y le llevó a hacer lo que hizo, aquí está: y sin duda hará contigo lo que hizo con el eunuco, si tú haces lo que él hizo. 

Luego tras esto llamó a la puerta de mi entendimiento otro mensajero; y no poco perturbó y alteró mi sentido diciendo: que por qué escribo en lengua vulgar y común la doctrina que los santos doctores escriben y tratan en lengua latina; porque el pueblo rudo por mal entender no tome ocasión de caer en error, y que el entender estos secretos misterios no conviene sino a los teólogos; y por esto se dice: dar a los perros lo que es santo, y sembrar margaritas entre puercos. A esto respondí sin tardar diciendo: ¿Cómo? ¿Nuestro doctor Christo enseñó cosas tan escuras e inculcadas, que solos los teólogos las puedan entender? Y si es así que la doctrina que Cristo escribió es clara y distinta y necesaria a todo el universo, ¿por qué causa se ha de retraer a pocos lo que es común? Y si es así que Cristo desea que sus misterios sean universalmente divulgados y de todos entendidos y sabidos, ¿por qué se han de alzar con ellos solos los teólogos? ¡Ojalá que todas las mujeres no se ocupasen en leer otra cosa sino los Evangelios y Epístolas de S. Pablo ! ¡Y pluguiese a Dios que todas las cristianas letras estuviesen escritas y trasladadas en todas las lenguas de todos los del mundo, para que no solamente los Escotos y Vérnicos las leyesen, sino que también los mesmos turcos sarracenos lo pudiesen leer y entender! Porque el primer grado de 

la conversión de uno es conocer. Y aunque algunos burlasen; al fin, como dice san Pablo, el Evangelio es virtud de Dios, y esta no podría dejar de obrar en algunos para que lo recibiesen con buena voluntad. Si: ¡pluguiese a Dios que los labradores y oficiales no cantasen otros cantares para relevar su trabajo, sino el santo Evangelio! 

¡Y ojalá, que en tales cuentos y fábulas pasasen su camino los caminantes! ¡Que todas las pláticas de todos los cristianos no fuesen sobre otra cosa sino sobre la doctrina evangélica ! Porque sin duda, tales son las costumbres de los hombres, cuales son las pláticas que comúnmente entre sí tienen. Procure cada uno de entender esta santa doctrina lo que pudiere aunque sea poco: y aquello poco procure de declararlo a otro que no lo sabe: y el que más supiere, enseñe al que sabe menos: y el postrero no tenga envidia al primero: y el que menos sabe, pregunte a quien sabe más: y si esto se hiciese así, vendría a parar, en que aquello que el señor hizo y ordenó común para todos, se aprovechasen de ello. El sacro bautismo, que es la primera profesión de la religión cristiana, cosa es común, sacramento es común para todos los mortales, y todos los otros sacramentos son comunes a todos, y todos igualmente somos llamados a una misma gloria; y si esto es así: ¿cómo se puede creer, que solamente el saber y entender la evangélica doctrina había de querer Dios que fuese aplicada a pocos? Siendo todo lo demás universal y común a todos; ¿cómo se puede decir que a solos los teólogos escogió Dios para entender los secretos misterios de la ley cristiana, desechando de ella a todos los demás? Y si bien consideramos, no se puede llamar verdaderamente teólogo, el que habla y obra cosas terrenas, ociosas e indignas de tan alto nombre. Aquel me parece a mí verdadero teólogo, que no profesa la religión cristiana con argumentos y silogismos, sino que en el mirar, en el hablar, en el obrar y vida, muestre haber menospreciado las vanidades y riquezas del mundo. Aquel que es fácil en perdonar las injurias, y desea bien a quien le hace mal, y ruega por quien le aborrece. Quien esto hace, es verdadero teólogo, aunque sea labrador u oficial. Quien estas santas costumbres tuviere, puede ser llamado gran doctor. Si alguno preguntare a este tal, ¿qué es la causa porque los ángeles entienden? Por ventura a esta pregunta responderá otro más sabiamente que él, y aun sin dificultad disputará mejor esta cuestión un infiel que un cristiano. Mas persuadirse uno a vivir vida angélica, limpia de toda suciedad, es la verdadera doctrina y ciencia del varón teólogo. Y si alguno replicare diciendo, que es cosa grosera y sin letras, no le respondo más sino que esto grosero enseñaron Cristo y sus apóstoles principalmente; y con esta filosofía trajeron los príncipes del mundo a tantas gentes a la guarda de sus leyes. Y si los apóstoles supieron hacer silogismos y emblemas, yo lo dejo al juicio de otros; mas esto sé yo muy cierto que no lo enseñaron. Por tanto, si somos verdaderos cristianos de corazón; si verdaderamente creemos, que el Hijo de Dios fue enviado del cielo a la tierra, del seno del Padre, para enseñar la cristiana doctrina a los mortales; si verdaderamente esperamos de Christo lo que ninguno de los príncipes del mundo puede dar: ¿por qué no tendremos más devoción con estas letras que con otras ningunas? Y ¿por qué tenemos por sabios a los que saben leer letras ajenas y contrarias de estas? ¿Por qué hay tanta multitud de cristianos, que consumen todos

los días y noches en estudiar leyes cesáreas o en libros de medicina, cuyos autores son profanos; y ponen al rincón las letras evangélicas, siendo dignas de ser adoradas? ¿Y así como por burla pasan por las divinas letras, dejando a pocos lo que quiere Dios que sea más común a todos los hombres? Y este género de filosofía consiste más en obras que no en palabras oscuras: mas es vida que disputa: inspiración más que erudición. Ser doctos los hombres a pocos toca, y ser cristianos a todos universalmente. Y pues no puede uno ser buen cristiano sin ser buen teólogo, como está dicho: es claro que todos los buenos cristianos son teólogos.         

¿Qué otra cosa pensáis que es la cristiana filosofía, sino restauración de natura humana, a la cual llama Cristo renascencia? Y esto ninguno mortales lo declaró tan clara ni tan suavemente como Cristo, puesto caso que los gentiles con su lumbre natural atinaron a hallar algunas cosas que tocan a esta santa doctrina. Y después de referir algunas opiniones verdaderas de los gentiles acerca de la felicidad del hombre y de la virtud, prosigue diciendo: Tales sentencias como estas y sin comparación mejores, se hallan en cada hoja y aun en cada sentencia de la doctrina del Evangelio: y muy más suaves, y más claras, y más puras, y más abundantes. ¿No es cosa prodigiosa, que los cristianos menosprecien y desechen la suavidad de tan alta doctrina; y haya pocos que la sepan ni la quieran deprender? Y si una de estas sentencias hallan o descubren en alguno de los sobredichos autores, maravillosamente la alaban, notan y engrandecen. Y del Santo Evangelio, adonde así como preciosas margaritas a cada paso se hallan altísimas gracias, apenas hay quien las quiera ver ni oír: y ¡ojalá que no hubiese quien burlase y escarneciese de ello! 

Tengo por cosa cierta y averiguada, que los cristianos de ninguna cosa del mundo tienen tanta necesidad como de la disciplina evangélica y apostólicas letras. Porque quien piadosamente en ellas se ejercitare orando más que argumentando, y trastornando más que estudiando; sin duda descubrirá no haber cosa en el universo que a la felicidad del hombre más convenga, que la santa doctrina evangélica; y no haber cosa que convenga al uso de la vida humana, que en estas letras no se dé. 

Y si quieren o desean los hombres saber alguna cosa, ¿dónde lo pueden mejor hallar que en el Santo Evangelio? No sé yo que a ninguno de los mortales pueda contentar tanto otro autor como Cristo. Quien quisiere hallar forma como ha de vivir, ¿por qué busca otro ejemplo sino a Cristo? Quien quiere medicina para se curar de las desordenadas codicias de su apetito, ¿qué otro remedio puede hallar más a la mano? 

Quien quiere despertar su ánimo perezoso y descuidado con estudio de letras, ¿a dónde se pueden hallar aguijones inflamados, que aviven y despierten, como en la santa doctrina evangélica? A quien pareciere ser bueno sacar y apartar su ánimo de las molestias y aflicciones de este valle de lágrimas, ¿por qué busca otros tesoros ni riquezas más de los que aquí están escondidos? ¿Por qué quieren los hombres aprender sabiduría de otros hombres más que del mismo Cristo, el cual nos tiene prometido que estará con nosotros hasta la fin del mundo?  Y lo cumple principalmente en estas santísimas letras del Evangelio, en las cuales verdaderamente ahora vive pa ra nosotros, respira y habla, aína diré que con mayor eficacia que cuando conversaba con nosotros en el mundo corporal y visiblemente. Menos oían y menos veían entonces los judíos, que lo que tú ves y oyes ahora en las letras del Santo Evangelio, si tienes orejas y ojos para ver y oír.

No sin dolor de mi corazón digo esto. ¿Qué cosa es, que si un amigo escribe a otro de lejos, quien recibe la carta, la besa, la rodea, y la lee y torna a leer muchas veces, y la pone en el seno, la lee a otros, la guarda con diligencia? O! cuántos millares de cristianos hay en el mundo, que estas santas letras enviadas del altísimo cielo de nuestro Santo Pastor que dio el ánima por sus ovejas, que nunca las vieron ni las leyeron! Consumiendo la mayor parte del tiempo en letras, no hacen cuenta de estas. ¿Qué diré, sino que los Moros saben y guardan los mandamientos de su Mahoma; los Judíos desde pequeñitos crían a sus hijos enseñándoles las ceremonias de su Moysen? ¿Por qué los cristianos no hacen más con nuestro Christo? Si quiera esto solo que aquellos errando hacen, ¿por qué nosotros tan verdaderamente acertando no lo hacemos? Los que hacen profesión de la orden de san Francisco y san Agustín, procuran con gran diligencia de entender y saber muy bien la regla de sus autores: y nosotros los cristianos no procuramos de saber la regla de nuestro autor Cristo, el cual no nos le ha dado la escuela de los teólogos, sino el mismo celestial Padre nos le dio, y altísimamente le aprobó con su misma voz en el monte Tabor y en el Bautismo, diciendo: Este es mi Hijo amado, de quien bien yo me contento; a este oíd. ¡O sólida e irrefragable autoridad! ¿Qué cosa es: a este oíd, sino: Este es único doctor, de este solo conviene seáis discípulos? Ea venga quien quisiere, y ponga aquí en medio el autor de sus letras: a ver si hallará alguno de quien esto se diga, sino de solo Cristo. En este solo descendió la paloma a aprobar y firmar el testimonio del Padre. 

Este testimonio asimismo nos da el apóstol san Pedro, a quien Cristo sumo pastor, una, dos y tres veces encomendó que apacentase su ganado, sin duda con el pasto de la doctrina evangélica. Y san Juan en sus Escrituras bossó, esto es, vomitó lo que había bebido en la sagrada fuente del pecho de Cristo. Y san Pablo dice: que aprendió el Evangelio, no de los hombres, sino del mismo Dios. ¿Qué cosa semejante a estas se halla en ninguno de los doctores del mundo? Salgan los médicos con su Galeno, en  quien con tanta diligencia trabajan: y salgan aquellos que nunca entienden sino en decretos de hombres, que en sí mismos se contradicen unos a otros con contrarias opiniones y pareceres. Piensen estos cuan confusos se hallarán el día temeroso del juicio, cuando les sea pedida cuenta en qué gastaron el tiempo de su vida dada por el Señor para se aprovechar en la evangélica Ley. Cuanto yo puedo, encargo y ruego por las entrañas de la misericordia de nuestro señor Jesucristo a todos los que tuviesen hijos, que desde la cuna les comiencen a enseñar la santa doctrina de Cristo: de tal manera, que la primera cosa que el niño sepa hablar sea Jesucristo. Porque de tal condición es la naturaleza humana, que altísimamente se asienta, y grandemente se pega a los hombres aquello que en la tierna niñez se deprende (aprende).

El M. Alexio Venegas en la primera parte de las diferencias de libros que hay en el universo, en el libro. IV cap. 17. edición de Toledo de 1546. pág. 210. b. y siguiente, dice: así como dio Dios al hombre las criaturas para provecho del cuerpo: así le dio las palabras de la Escritura Sagrada para su alma. Que así como el cuerpo se aumenta y se sostiene y se conserva con el nutrimento corporal de las criaturas: así las palabras que le dio en la Escritura Sagrada son para aumentar, y nutrir, y conservar las virtudes del alma; y por eso se dicen palabras de vida. Y así como no conoce el cuerpo el modo con que se mantiene y aumenta, aunque conoce los manjares que come: así el alma aunque llana y sencillamente admite las palabras de la Escritura Sagrada, no tiene noticia de las cosas que cree, con que se ceba y se conserva en la contemplación de los misterios divinos que cree. Porque para eso se nos leen o se nos predican los libros de la Escritura Sagrada, para que por ellos enderecemos nuestras intenciones a nuestro último fin, que es Dios. Que si bien miramos, toda la Escritura Sagrada es como una carta o prenda o empresa que tienen los hombres, en señal del amor que Dios les tiene, y de los beneficios que les promete hacer. La suma de esta carta está sumada en el libro de los Cánticos, adonde se representan las bodas del Verbo Divino con la naturaleza humana: y por ellas se denota el amor de amistad que hay entre Cristo nuestro Redentor y su Esposa la Iglesia. En el Testamento nuevo se suma toda esta carta en el primer capítulo de S. Juan: y si es verdad que el estilo de las cartas ha de ser conforme a la dignidad del escribe, y a la habilidad de aquellos a quien escribe: de las cosas que la Sagrada Escritura habla, y de la autoridad y modo con que las habla, sacaremos que es carta enviada de Dios a los hombres. Y en el cap. XX. pág. 217. b. dice estas palabras: El texto latino (de la Sagrada Escritura) desde su principio quedó incorrupto: especialmente que cada uno tenía los libros sagrados, en cuya lección se ejercitaba, como ahora los cristianos devotos tienen sus horas para rezar. De aquí dice san Chrisóstomo; que todos desde niños se ejercitasen en la lección de la Escritura Sagrada. 


El bachiller Juan de Molina en el prólogo a la traducción castellana del Homiliario, visto y examinado por mandado de los señores inquisidores de la ciudad y Reyno de Valencia, y con su licencia impreso en la misma ciudad año 1552, dice estas palabras: 

Anotación v. y muy de notar: Y porque no faltan pareceres de personas ignorantes que por no saberlo hacer quieren condenar este ejercicio de pasar los libros de una lengua en otra, para consolación y confirmación de los que lo tienen por tan bueno, provechoso y necesario a la república cristiana, como lo es y todos los santos doctores lo han tenido: digo que entre todas las naciones del mundo donde hay cristianos, se ha usado y hoy en día se usa pasar los libros de una lengua en otra. Y empezando del glorioso doctor san Gerónimo, miren que trasladó todo el viejo y nuevo Testamento de hebraico y griego en lengua latina. Piensen cuanto servicio hizo y cuanta lumbre dio a la santa madre Iglesia con estas traducciones. Pues si lo saben buscar, hallarán que el mismo san Gerónimo trasladó toda la Sagrada Escritura en la lengua vulgar de su tierra que es Dalmacia. El Papa Pío II en una crónica que siendo Papa compuso de las cosas de Bohemia, cuenta que un Romano Pontífice teniendo consejo con los cardenales que respondería a Cirilo varón santo y docto, que le pedía licencia para trasladar en lengua de los Esclavones alguna parte de la Sagrada Escritura, para mejor enseñarlos habiéndolos convertido a la Santa fe Católica; oyeron el Papa y los cardenales estando en la consulta, una voz venida del cielo, que dijo aquellas palabras del real profeta: Omnis Spiritus laudet Dominum &c. Que es: Todo espíritu loe al Señor, y toda lengua confiese su justicia: y así fue otorgada licencia a Cirilo que trasladase todo lo que él quisiese en la lengua vulgar, que bien visto le fuese. 

El P. Fr. Francisco Ruiz, natural de Valladolid, monje del orden de san Benito, y abad del monasterio de san Facundo, en su obra intitulada: Regulæ intelligendi Scripturas Sacras, Lugduni 1556, en el prólogo de ella, donde trata de excellentia et sublimitate Sacrae Scripturae, dice las siguientes palabras tomadas de expresiones de algunos santos doctores: Gregorius XX. Moralium cap 1. Quamvis omnem scientiam atque doctrinam Sacra Scriptura sine aliqua comparatione transcendat; ut taceam quod vera praedicat; quod ad coelestem patriam vocat; quod aeternis desideriis ad superna amplectenda cor legentis immutat; quod dictis obscurioribus exercet fortes, et parvulis humili sermone blanditur, quod nec sic clausa est, ut pavesci debeat, nec sic patet, ut vilescat; quod usu fastidium tollit, et tantò amplius diligitur, quantò amplius meditatur; quod legentis animum humilibus verbis adjuvat; quod sublimibus sensibus levat; quod aliquomodo cum legentibus crescit; quod à rudibus lectoribus semper recognoscitur, et tamen dictis semper nova reperitur; ut ergo de rerum pondere taceam, scientias tamen omnes atque doctrinas ipso etiam locutionis suae more transcendit: quia uno eodemque sermone dum narrat gestum, prodit mysterium. Et sic scit praeterita dicere, ut eo ipso noverit futura praedicare.... Aliquando sic loquitur, ut altitudine superbos irrideat, profunditate attentos terreat, veritate magnos pascat, afabilitate parvulos nutriat. Quidquid est in Scripturis istis, altum et divinum est. Inest omnino veritas, et reficiendis instaurandisque animis accommodatissima disciplina, et plane ita modificata, ut nemo non inde haurire possit, quod sibi satis est, si modò ad hauriendum devote ac pie, ut vera Religio poscit, accedat. Haec non fortuitis motibus animorum, sed plane summae dispositione Providentiae super omnes omnium gentium litteras omnia sibi genera ingeniorum divina excellens auctoritate subjecit. Divinus etenim quasi quidam est fluvius, ut ita dixerim, planus et altus, in quo agnus ambulet, et elephas natet. Magnas praeterea affert legentibus delicias. Et unde haec? Ex Parabola aliqua scrutata et investigata, ex dulcedine inventionis, quam praecessit labor inquisitionis. Mentis oculis quasi quoddam speculum opponitur, ut interna nostra facies in ipsa videatur: ibi etenim foeda, ibi pulchra nostra cognoscimus. Ibi sentimus quantùm proficimus, ibi a profectu quantùm distamus. Narrat enim gesta Sanctorum, et ad imitationem corda provocat infirmorum. Quandoque illorum victricia facta commemorat, contra vitiorum praelia debilia nostra confirmat .… In ea enim abundat et quod perfectus comedat, et quod parvulus sugat. Ibi est et lacteus potus, quo tenera fidelium nutriatur infantia, et solidus cibus, quo robusta perfectorum juventus spiritalia sanctae virtutis accipiat incrementa. Ibi tandem est, quod omni aetati congruat, ibi quod omni professioni conveniat. Y declarando la regla 1. en que dice no haber en la Escritura frase o modo de hablar que no se halle en el trato familiar de los hombres, dice: 

Si quaecumque scripta sunt, ad nostram doctrinam scripta sunt: convenientissimum fuit Divinas Litteras ad nostrum se attemperare sermonem. Nam et Paulus [1. Cor. XI.] sapientiam loquitur inter perfectos. Et quibusdam dicit: Non potui vobis loqui quasi spiritualibus, sed quasi carnalibus [I Cor. III.]. Gregorius: Si enim quae vellet perignota nobis nomina diceret, homo pro quo haec eadem Scriptura facta est, nesciret proculdubio quid audiret. 

Y en la regla xciV, dando la causa porque la Sagrada Escritura se acomoda a las fuerzas y a la utilidad de los que la escuchan, dice: 

Quemadmodum ipsi, ubi cum pueris minutioribus oborta est disceptatio, non nostras dicendi vires attendimus, sed illorum imbecillitati nos ipsos accommodantes, non solum his consentanea fabulamur, sed ea etiam facimus, quae ad puerorum videntur emendationem satisfacere, et illis non parum conducere: sic item et Dei Verbum videtur, quae supra sunt, dispensasse. Quemadmodum vero quae ad Deum spectant denuntientur, in Deuteronomio sic proferuntur: Portavit te Dominus Deus tuus, ut solet homo gestare parvulum filium suum. Quasi humanos mores Deo Sacra Scriptura imponat, ut hominibus conferant. 

Y en la regla C en que dice como hemos de aprender de memoria la Sagrada Escritura, dice: 

Ego si possim in lege Domini meditari, et omnes Scripturas memoria retinere, memoriale Sacrificii mei Domino obtulissem. Certe si non omnia possumus, saltem ea quae nunc docentur in Ecclesia, vel quae recitantur, memoriae commendemus, ut exeuntes de Ecclesia, et agentes opera misericordiae, et implentes Divina Praecepta, sacrificium cum thure et oleo offeramus in memoriam Domino. Ex his ergo edocemini, ut quae auditis in Ecclesia, tanquam munda animalia velut rumiantes ea, revocetis ad memoriam, et cum corde vestro quae dicta sunt, conferatis. Quod si aliqua superfuerint, et intellectum vestrum superaverint, facite quod praesentis mandati auctoritas praecipit, dicens: Quod autem superfuerit, ex his manducabit Aaron et filii eius. Si quid superaverit, et excesserit intellectum tuum vel memoriam tuam, serva Aaron, hoc est, reserva Sacerdoti, reserva Doctori, ut ipse hoc manducet, ipse discutiat, ipse exponat, sicut et alibi Moisés dicit: Interroga patres tuos, et annuntiabunt tibi, presbyteros tuos,      et dicent tibi.

El P. Fr. Alfonso de Avendaño, predicador general del orden de Santo Domingo, en

su comentario sobre el Salmo CXVIII impreso en Salamanca en la imprenta del convento de san Esteban del año 1584 en el tratado II, comentando aquellas palabras del verso: In corde meo abscondi eloquia tua, ut non peccem tibi, en la pág. 74 dice así: Ideo mandata et verba tua intus in corde meo recondita gesto, ut cum opus fuerit ex tali thesauro proferam quae oportet contra peccatum. Hac potissimum de causa vir iustus in corde recondit verba Dei, ut habeat unde respondeat Diabolo, et propellat illum, sicut Christus Dominus tribus Sacrae Scripturae verbis respondit Diabolo in deserto, et vicit illum, atque a se profligavit et deterruit [Matth. IV]. Sunt enim illi limpidissimi fontes, quos de torrente elegit David, et missit in peram pastoralem, ut inde educens eos, cum illis percuteret Philisthaeum (I. Reg. XVI.). Sunt enim Dei verba arma ad feriendum adversarium. Nonne verba mea quasi ignis, et quasi malleus conterens petram? (Jerem, XXII.) Elige ergo tibi de torrente Scripturarum aliquot sententias, et absconde in pera pastorali, hoc est in interioribus carnis tuae, in corde, scilicet, et anima, ut cum adversarius adversus te steterit, de corde exeras verba Dei, quibus eum ferias et eneces .... Recurrat (Orthodoxus quisque) ad cor, et ibi inveniet quid adversario respondeat. Unde Sponsa (Cant. 1.) Fasciculus myrrhae dilectus meus mihi, inter ubera mea commorabitur. Solent mulierculae odoriferos flores in fasciculos alligare, ac inter ubera ponere, ut ad eas accedentes fragrantia boni odoris afficiantur. Sic anima devota, et vera Christi sponsa debet, ut diximus, ex Dei verbis fasciculos componere, ac inter viscera ponere, ut accedentes ad se adversarios procul tali odore, veluti serpentes depellat. Bene ergo dicit Propheta: In corde meo abscondi eloquia tua, ut non peccem tibi. Et hoc est habere praeparatum cor ad Deum, ut semper inveniat in eo quid in oratione proferat vel meditetur. C. II. Reg. 7. dixit David orans: Propterea invenit servus tuus cor suum, ut oraret te. Nihil fugacius humano corde, nisi sanctis considerationibus retineatur: qui autem eis habet refertum cor, habet praeparatum, et ideo facilè inveniet illud ad orandum. Habet enim cor domi in se ipso talibus fragrans meditationibus, non foris vagans; qui autem custodivit, invenit, ut dicitur in proverbio hispano: Quien guardó, halló. Quia ergo isti custodiunt verba Dei in corde, cum opus est inveniunt cor, quod tantis meditationibus in officio domi continetur, velut alter Jacob, et ideo surripit benedictionem, quia citius invenitur coram Deo, quam Esau vagans, et erga plurima distractus.

Y en el tratado XII pág. 403 y siguientes, declarando aquellas palabras: Nisi quod lex tua meditatio mea est, tunc forte periissem in humilitate mea, dice:

Divinae Legis meditatio animum in adversis roborat, in pressuris consolationem praebet; quare ut quis Deo servire dignè valeat, hoc etiam debet habere, ut sit frequens in Sacri Eloquii studio. Nam per Sanctorum exempla, quae ibi scripta commemorat, patientia nostra valde provocatur. Unde D. Gregorius II. Moral. cap. 1. sic ait: Scriptura Sacra mentis nostrae oculis, quasi quoddam speculum opponitur, ut interna facies nostra in ipsa videatur: ibi enim foeda, ibi pulchra nostra cognoscimus, ibi sentimus quantùm proficimus, ibi a profectu quantùm longe distamus: narrat fortia gesta virorum, et ad imitationem corda provocat infirmorum: dumque illorum victricia facta commemorat, contra vitiorum praelia debilia corda nostra confirmat: fitque verbis illius, ut eo minus mens inter certamina trepidet, quo ante se positos tot virorum triumphos videt; nonnumquam vero non solum nobis eorum virtutes asserit, sed etiam casus innotescit, ut in victoria fortium quid imitando arripere, et rursum videmus in lapsibus quid debeamus timere. Et D. Ambrosius super hunc versum sic ait: Athleta nisi officio palaestrae prius fuerit assuefactus, non audet subire certamen. Ungamus igitur oleo lectionis nostrae mentis lacertos: sit nobis tota die et nocte exercitii usus in quadam coelestium Scripturarum palaestra: artusque animorum nostrorum salubris spiritualium ferculorum esca confirmet; ut cum adversarius assistere coeperit, et pulvere nos suae tentationis asperserit, stemus intrepidi; melius percutimus verberati, si percutienti maxillam alteram praebeamus, si vindictam non requiramus, sed ei qui dixit: Mihi vindictam, et ego retribuam, causam vindictae reservemus. Cedimus aëreas potestates, si nosmetipsos castigare noverimus, exerceamus certamen, ut simus certamini semper parati, et cum frequentior adversarii ictus ingruerit, nunc inopiam, nunc rapinam, nunc orbitate, nunc corporis aegritudine, nunc moerore animi, nunc terrore mortis, et acerbitate poenarum, dicat unusquisque nostrum, qui potuerunt sustinere: Nisi quia Lex tua meditatio mea est, tunc forte periissem in humilitate mea. Ac subinfert exempla plurima ex Scriptura, Job, Joseph, Esaiae, &c. 

Et D. Hieronymus ad Rusticum Monachum ait: Ama Sacrarum Scripturarum studium, et carnis vitia non amabis: lex enim Dei armat animam, et in meditatione, et in sermone. 

In meditatione, ut hic dicitur, et I. Petri IV. Christo igitur passo in carne, et vos eâdem cogitatione armamini. In sermone, ut II. Machabaeorum ultimo: Singulos eorum armavit Judas, non clypei et hastae munitione, sed sermonibus optimis et hortationibus .... 

Nec enim dubitandum est, quin pereundum sit Legis Divinae meditatione sublata. 

Unde D Ambrosius interpretatur: Alioquin periissem in humilitate mea, quod certitudinem indicat, ac non dubitationem.

Y sigue declarando esto con autoridad de san Gerónimo y de san Hilario. Y en la pág. 406. declarando el siguiente verso: In aeternum non obliviscar justificationes tuas, dice:

Certe homo ea, in quae studium impendit, memoriae tradere debet, ne oblivioni tradantur. Sicut enim cibus in stomacho receptus, et statim reiectus, nihil homini proficit, sed magis laedit stomachum; sic et Lex Dei audita vel lecta, si memoriae non tradatur. Nam et olim Deus praeceperat ut nullatenus legis suae obliviscerentur, sed quod mandatum illud ante oculos eorum penderet: haec enim erant philacteria illa, quae Pharisaei dilatabant, nimirum quod à pilo capitis pendebant duae papiri, quibus mandatum de dilectione Dei et proximi continebatur scriptum, et haec ante oculos eorum volitabant. Et Prov. III dicitur: Fili mi, ne obliviscaris legis meae, et praecepta mea cor tuum custodiant. Nam si sic feceris (subiungit inter alia) misericordia (nempe Dei) et veritas te non deserent. Sic Hebraei legunt: Et statim circumda eas gutturi tuo, et describe in tabulis cordis tui, hoc est, firmiter et undique tibi adsint, semperque tibi sint prae oculis, velut quod circumdatur collo, et a collo dependet, undique hominem cingit, semperque ob oculos versatur. Describe non in tabulis aereis vel lapideis; in qualibus lex Moysi fuit scripta, sed in tabulis cordis tui; hoc est, imprime eas sic in corde tuo, ut eas tibi semper legas, nec oblivioni tradas, sed de exequendis semper cogites.

El Dr. Francisco de Monzón, en el libro primero del Espejo del príncipe cristiano, impreso en Lisboa el año 1571 cap. 33. pág. 75 y siguientes, hablando del uso universal de la Sagrada Escritura para todos los estados y clases de la república, y de los frutos que de esta lección se siguen, dice las siguientes palabras: 

San Agustín (1: Aug. de Doct. Christiana) declarando las excelencias que tiene la Sagrada Escritura sobre todas las ciencias humanas,  dice que su lección puede ser común y provechosa a todo género de personas, que con espíritu de humildad y de discreción la leyeren. 

Esta sentencia de este sagrado doctor declara Casiano por una comparación, adonde dice que la Sagrada Escritura es como un vergel deleitoso, adonde hay abundancia de flores, y frutos, que recrean todos los sentidos: que allí hay matices de lindas colores, y diversidad de sabrosos gustos, y multiplicidad de odoríferos olores: allí hay yerbas, que con su suavidad confortan el celebro, y refrescan el tacto: allí se hallan sazonadas frutas, que conortan el estómago, y aplacen al gusto: allí se recrean los espíritus, con ver nacer aquellas claras fuentes de sus mananciales, que corriendo por caños y canales, hacen un apacible sonido: allí los sombrosos árboles defienden del calor del sol, y con el ayre menean sus ramos y hojas, y refrescan los calorosos cuerpos: allí las chelrriadoras aves con su suave armonía hacen una agradable música a los oídos, y levantan el entendimiento a la contemplación de las cosas divinas: allí se hallan todo género de plantas, que unas se comen solamente crudas, como son rábanos, y cardos; otras solamente cocidas, como acelgas, espinacas; y otras crudas y cocidas, como lechugas y escarolas. De esta manera dice, que la Sagrada Escritura es fertilísima en todo género de lección, que como el autor principal es Dios, con su eterna e infinita sabiduría puso allí todas las cosas, que los hombres, según  la diversidad de sus ingenios, huelgan de leer y saber. 

Hay personas amigas de saber antigüedades, y en la Sagrada Escritura se hallan tan antiguas, que no paran en la fundación de Roma, ni en la edificación de la antigua Tebas, sino que allegan a la primera creación del mundo, y aun dan a conocer la eternidad, que es sin principio, que está en Dios. Hay hombres aficionados a saber hechos de varones ilustres muy esforzados, y las batallas y guerras que truxeron y vencieron; y allí hallarán las hazañas de Abraham, Josué, Gedeón, Sansón, David, Judas Macabeo, y de otros valerosos caballeros de la fama, que comparados sus animosos esfuerzos y gloriosas victorias con los de Alexandre, César, Aníbal, Escipión, y de otros nombrados capitanes romanos y griegos; parecerán los de estos poquedades. Allí se hallará, que David siendo mozo pastor, con una honda tuvo ánimo de ir a pelear con un fuerte gigante Goliat armado de fortísimas armas, y de una pedrada le mató, y con su espada le corta la cabeza. Allí un Sansón con una quijada de un asno mata mil Filisteos hombres esforzados y armados, que cierto no lo hizo Hércules con su clava, por más hechos fingidos que de él cuenten los historiadores griegos, que todos son ficciones poéticas (y lo de Sansón es verdad). Que Semiramis, ni Pantasilea, ni Dido, ni otras mujeres esforzadas y guerreras hicieron semejante hazaña, como hizo la esforzada Judit, que en medio de sus reales corta la cabeza al poderoso Holofernes capitán general de Nabucodonosor, que tenía consigo todo el poder de la monarquía de los asirios. ¿Qué hazañas hizo Aníbal en la conquista de las Españas, y Italia; ni Alexandre, cuando conquistó el Oriente; ni César en alcanzar el Imperio Romano, que iguale con las que hizo Josué, y otros capitanes en ganar la tierra de promisión desde la salida de Egipto, adonde se alcanza victoria del rey Faraón, con anegarse él y todo su ejército en el mar bermejo (rojo; vermell)? 

En esta conquista las trompetas sirven de bombardas, con que derrueca (derroca) Josué los fuertes muros de Jericó, y tiene por su soldado al sol, que le obedece a no moverse, para que alcance perfecta victoria de sus enemigos, que eran muchos y poderosos reyes juntos contra él. Si se trata de particulares hazañas, jamás las hicieron tan esforzadas y tan señaladas, como los varones del pueblo de Israel, de que hace particular mención la Sagrada Escritura. ¿Qué esfuerzo pudo ser mayor que el del príncipe Jonatas, que con solo un paje se atreve de noche a entrar por los grandes reales de los filisteos sus enemigos, y los acomete, y amedrenta, y los pone a todos en huida? Eleazar primo del rey David, viendo que todos los de su batalla iban huyendo, 

y vencidos, solo él con varonil esfuerzo se pone a resistir a los enemigos vencedores, hasta que todos se retrajeron, y él quedó vencedor en el campo. (sí, sí...) 

Abisay hermano de Joab capitán general de David, acometió solo a trescientos soldados, y peleó con ellos, mató muchos, y quedó vencedor (con una espada láser). 

Y este mismo tomando por compañero al esforzado Banayas, pasó por los reales de los enemigos, y a pesar de todos ellos trae de una cisterna de Belén, que tenían cercada, un jarro de agua, que se le había antojado a David (claro, y los demás no tendrían sed). Solo este Banayas mató dos esforzados hombres juntos, y peleó mano por mano con un león, y le mató, y salió vencedor (igual era un gato montés).    

Sabad en una batalla campal mató trescientos hombres (el mismo número que Abisay) con su lanza y espada; y por tener fin no traigo los hechos de Judas Macabeo y de sus hermanos, y de otros muy esforzados varones de aquel pueblo de los judíos, cuyas ilustres hazañas parecen fuera de todas fuerzas humanas (parecen cuentos para niños). Y como son de infalible verdad, débense más de holgar de saber, que las     

que los otros historiadores escribieron, como hombres no alumbrados por Dios se pudieron engañar, y añadir lo que quisieron. Lo que no pudieron hacer los canónicos escritores, que fueron inspirados por el Espíritu Santo, que les regía su lengua y su péndola infaliblemente. Hay personas devotas amigas de leer vidas de santos, cuyos ejemplos puedan imitar; y es cierto que en ninguna parte las podrán hallar como en la Sagrada Escritura, adonde se escriben las vidas y obras de aquellos santos Patriarcas y profetas, que florecieron en tiempo de la ley de naturaleza y de Escritura, y las de los  apóstoles y discípulos que vivieron en la ley de gracia; y sobre todos la vida y doctrina de Jesús nuestro maestro y Redentor, dador de la ley evangélica, a quien como supremo dechado de perfección imitaba san Pablo, y deseaba que así fuesen todos los hombres sus imitadores. Los reyes que desean mantener en paz y en justicia sus reinos y señoríos, en la Sagrada Escritura hallarán príncipes sabios y justos, a quien imiten; como fueron Moisés, Josué, Samuel, David, Salomón. Y con la doctrina de las leyes judiciales y morales que Dios dio a aquel su pueblo, podrán regular las leyes, que ellos deben de hacer para la pacífica gobernación de sus súbditos; pues saben que mientras aquella gente israelítica guardó aquellas leyes que Dios le dio, siempre vivieron en paz, y fueron muy prosperados en lo temporal y espiritual, aunque ahora no obliguen las judiciales y ceremoniales leyes que tuvieron.

Si los hombres son aficionados a música, y a canciones amorosas, en ninguna parte se hallará tan acordada, como en los Salmos y Cantares de David, y en los Cánticos de otros Profetas, y en el Cantar de Cantares de Salomón; adonde se explican los más dulces amores y más verdaderas dulzuras, que jamás entre un galán y una dama virtuosos se dijeron, y pasaron. 

Finalmente la Sagrada Escritura es la ciencia de las ciencias, y la arte de las artes, adonde todos los estados de los hombres hallarán que aprender, que hasta el médico halla como cure, y el pastor como apaciente su ganado. 

Por donde san Gerónimo concluye, que a todos los cristianos conviene su lección: 

y aun sin saber la doctrina, que en ella se encierra, le parece que no le conviene llamarse cristiano: Que si no se osa llamar uno filósofo académico, si no aprendió la doctrina de Platón; ni nadie se llama peripatético, si no es leído en la ciencia de Aristóteles: ni se osará llamar médico galenista, si no es versado en los libros de Galeno: como habrá hombres tan atrevidos, que se osen llamar cristianos, sin saber la doctrina cristiana, que enseñó Jesucristo, que se contiene en los libros del Nuevo Testamento expresamente, y en el Viejo se contenía debajo de la corteza de la letra, que era figura de lo que había de hacer y decir Jesús redentor y maestro del mundo en la ley de gracia? Y en la pág. 77. col. 2 prosigue diciendo: La doctrina de la Sagrada Escritura enseña a todos los estados de personas, como cada uno se debe de haber en el estado que Dios le puso. Allí se manda que los niños sean enseñados con regalo y fácil doctrina, y que los mancebos rebeldes que sean refrenados con castigo y disciplina. Manda que los viejos sean honrados, y que se use de piedad con ellos.   

Manda que los maridos sean leales a sus mujeres, y que las amen como a sus propias personas: y a las mujeres manda que sean obedientes a sus maridos, y cuidadosas en la gobernación de su casa y familia. Manda que los hijos honren y obedezcan a sus padres, y que los padres traten piadosamente a sus hijos, con tener muy gran cuidado de su buena educación. Manda a los señores que sean benignos con sus criados y vasallos: y manda a los criados y vasallos que obedezcan y sirvan a sus señores. Manda a los reyes que hagan justas leyes, y a los particulares jueces que administren a todos con equidad la justicia. De manera que Dios con su eterna sabiduría proveyó que todos en todos los estados pudiesen hallar la ciencia que les conviene en la Sagrada Escritura: salvo que siempre se tenga cuidado en su lección; que acontece que nada el mosquito, y se ahoga el elefante en ella, como dice san Gregorio. Porque acontece que el que se tiene por agudo y letrado, si llega con presunción de su ingenio, no la entenderá, antes caerá en errores en pena de ser confiado de sí: y llegará un virtuoso idiota con humildad, y de su lección alcanzará a saber divinos y espirituales misterios. Aunque a todas las personas sea provechosa la lección de la Sagrada Escritura: a los reyes y príncipes les conviene principalmente saberla más que otras ciencias algunas; porque todas son las criadas que dice el Sabio que sirven a esta señora. Por donde decía san Gerónimo: Gracias hago a mi Dios, que de las amargas raíces de las artes liberales cojo el fruto en la lección de la Sagrada Escritura, adonde se contiene la Ley divina que todos son obligados a saberla para guardarla, y principalmente a los príncipes puso Dios particular obligación. Y así particularmente mandó a Josué que la supiese, y la tuviese presente, para guardarla él, y hacerla guardar a los otros: que a esto son obligados los reyes y príncipes, según expresamente mandó Dios a todos los reyes de aquel su pueblo que tuviesen delante de sí todos los días de su vida el libro del Deuteronomio adonde se contiene la ley divina. para que leyéndole ordinariamente la guardasen, y la hiciesen cumplir a todos los otros …. Este intento tuvo aquel esforzado emperador Carlo Magno, que traía siempre consigo aquel santo y doctísimo doctor Alcuino, para que a ciertas horas le leyese algunas cosas de la Sagrada Escritura; y mandó al muy docto varón Rabano (que después fundó la insigne universidad de París) que leyese a los hijos de los  

nobles algún santo y canónico autor.  

El maestro Juan de Ávila en el libro Espiritual sobre el Audi Filia cap. 45. dice a una señora a quien dirigió esta obra: Si no queréis errar en el camino del cielo, inclinad vuestra oreja, quiero decir, vuestra razón, sin temor de ser engañada: inclinadla con  

profundísima reverencia a la palabra de Dios que está dicha en toda la Sagrada Escritura. Y si no la entendiéredes, no penséis que erró el Espíritu Santo que la dijo; mas sujetad vuestro entendimiento, y creed como san Agustín dice que él lo hacía, que por la alteza de la palabra vos no la podéis alcanzar. Y aunque a toda la Escritura de Dios hayáis de inclinar vuestra oreja con igual crédito de fe, porque toda ella es palabra de una suma verdad; mas debéis tener particular respeto de os aprovechar de las benditas palabras, que en la tierra habló el verdadero Dios hecho carne: abriendo con devota atención vuestras orejas de cuerpo y de ánima a cualquier palabra de este Señor, dado a nosotros por especial maestro por voz del Eterno Padre que dijo: Este es mi muy amado Hijo, en el cual me he agradado; a este oíd. Sed estudiosa de leer, y  

oíd aquestas palabras, y sin duda hallaréis en ellas una singular medicina y poderosa eficacia para lo que a vuestra ánima toca, cual no hallareis en todas las otras que desde el principio del mundo Dios haya hablado. Y con mucha razón; pues en lo que en otras partes la dicha ha sido hablar él por boca de sus siervos; lo que habló en la humanidad que tomó, hablólo por su propia persona, abriendo su propia boca para hablar, el que primero había abierto, y después abrió la boca de otros que en el Viejo Testamento y Nuevo hablaron. Y mirad no seáis desagradecida a tan gran merced como Dios nos hizo de querer ser él nuestro maestro, dándonos leche de su palabra, para mantenernos el mismo que nos dio el ser para que fuésemos algo. Merced es tan grande, que si hubiese peso para pesarla, y nos dijesen que en el cabo del mundo había palabras de Dios para la doctrina del ánima, habíamos de pasar todo trabajo y peligro por oír unas palabras dichas de la suma sabiduría, y hacernos discípulos suyos. Aprovechaos de esta merced, pues Dios tan cerca os la dio. 

El Padre Pedro de Abrego, de la orden de san Francisco, en la explicación del Cántico de los tres niños impresa en Cádiz por Clemente Hidalgo año 1610, al verso 30. § 4. n. 2. pág. 702. dice: Desde Adán hasta Moisés por espacio de dos mil años y más estuvo el mundo sin libro escrito con leyes, por el cual se gobernase y rigiese. Después de Moisés quiso la divina sabiduría, que el conocimiento y misterios revelados del cielo se encomendasen a las letras, para que lle vados a diversos lugares, y en diversos tiempos, y a varias y diferentes naciones y lenguas, fuese con ellos la lumbre y claridad de la verdadera religión, y para que la memoria de los hombres frágiles y de quien hay poco que fiar, particularmente después del pecado, se refrescase con ellos.

Y en el num. 4. pág. 704. dice: Sería cosa muy larga tratar de su dignidad (de la Santa Escritura) y de los provechos que pretendió el Señor en aquel pueblo y con nosotros en estos libros; mas solamente pondré aquí los que S. Pablo apunta: Quaecumque scripta sunt, ad nostram doctrinam scripta sunt, ut per patientiam et consolationem Scripturarum spem habeamus. (Rom. XV 4.) En las cuales palabras pone la utilidad que se saca de toda la Sagrada Escritura. Porque toda ella nos da ejemplo de paciencia y consolación, y nos manda levantar la esperanza a las cosas que nos mueven a paciencia Las Escrituras tratan de paciencia y consolación para nuestra salud. Y esto predicó el Espíritu de Cristo antiguamente en sus profetas. Y en el libro de Job, de Tobías, en los Salmos y en otras muchas partes, se nos propone para 

que en ellos las veamos, consideremos, e imitemos como subsidio y socorro grande de la salud de nuestras ánimas. Y en particular san Juan Chrisóstomo hablando del libro de Job, dice ser muy provechoso a cualquiera y en cualquier género de vida y de cualquiera condición, varones, mujeres, viejos, mozos, ricos y pobres que están en prosperidad o adversidad, para imitación de toda virtud, y con una semejanza abraza todo él, y en él toda la Escritura Divina.  

Y en el n. 7. pág. 706 dice: Digo que el mismo texto sacro la nos da abundantemente a las manos muchos y saludables consejos para componernos en nuestras costumbres; y que no hay en una Historia por simple que sea, una narración, y por desnuda que esté, una sentencia de tanta sequedad y dureza, de la cual si exprimimos y porfiamos en ella, no saquemos mucho jugo y utilidad; porque: Quaecumque scripta sunt, ad nostram (utilidad y provecho) doctrinam scripta sunt (Rom. XV. 4.); y nuestro Dios, dijo Isaías, docet nos utilia (Isai. XLVIII. 17). Por eso la sacra doctrina se compara no sólo a la miel y a la dulzura, no sólo al oro y a la plata y piedras preciosas que pertenecen al gusto de la vista y al resplandor; sino también se compara a aquellas cosas que son necesarias a los hombres, y provechosas a la conservación y provecho de la vida: como es al pan, al vino, al agua y cosas gruesas. Y nos mandan devorare et comedere (Ezech. II. 9. Apocal. X. 9. 10.), y convertirlo en nuestra utilidad. 

El P. Fr. Baltasar Pacheco, del orden de san Francisco, en su obra intitulada: 

Catorce discursos sobre la oración sacrosanta del Pater noster impresa en Salamanca año 1596, en el discurso XII. C. 13. § 1. pág. 772 y siguientes, dice: El sacratísimo doctor san Gerónimo en una muy larga y elegante carta que escribió a Rústico, en que le dibuja la forma de vida del verdadero y perfecto cristiano; entre los notables documentos que en ella le pone, en uno en que le dice y amonesta: Ama la ciencia de las Escrituras, y no amarás los vicios de la carne. Breves palabras, pero no menos verdaderas que importantes …. El profeta David en un Salmo (XI. 8.) compara las palabras de Dios con la plata, diciendo así: Las palabras del Señor son palabras castas, plata examinada con fuego, probada de tierra, purgada y purificada siete veces....  Trasladó san Gerónimo de lo hebreo diciendo: Las palabras del Señor son 

palabras limpias .... De manera que son de tal fuerza y vigor las divinas palabras, que hacen castos en el sentido particular que vamos tratando en este discurso: y en el general, pues valen contra todos los otros vicios.   

Y comparando después la vanidad de las letras humanas con el provecho de la santa Escritura, dice así en la pág. 775. Como las legumbres cargan el vientre, y lo hinchen e hinchan, mas no satisfacen del todo la hambre del hombre, ni lo hartan: así las letras 

poéticas y seculares no quitan la hambre espiritual, ni dan hartura que satisfaga las ánimas: que esa substancia y fortaleza está en las palabras de Dios, las cuales son manjar de refección verdadera: como lo significó el apóstol san Pablo, diciendo a Timoteo (I. Tim. III.): Desde tu juventud tienes noticia de las letras sagradas que te pueden instruir y enseñar las cosas que tocan a la salvación. Y añade: Toda Escritura inspirada divinalmente, es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para alumbrar en justicia: para que el hombre de Dios sea perfecto, instruido para toda buena obra. ¿En que libro profano se hallarán tales provechos, ni el más mínimo de ellos? Pues por esta causa las palabras de Dios se dicen castas, no sólo porque en sí son limpias y ajenas de toda mezcla de falsedad y vanidad; más también por el efecto que hacen, que castifican y hacen puros y limpios a los cristianos que en ellas se ejercitan. Por lo cual habiendo dicho el profeta en otro Salmo, que la ley de Dios es sin mancilla (Psal. XVIII 8.), luego añadió, que convierte las ánimas: es decir, apartándolas de todo error, y dándolas lumbre de verdad, para que acierten en el camino de la salvación en medio de las oscuras tinieblas de este siglo. Y en el § II pág. 776 prosigue diciendo: 

Por ser las palabras divinas tan excelentes en sí y tan provechosas para los hombres, amonesta Dios en diversas partes de la Escritura que sean leídas: y él mismo pone la grande utilidad que resulta de la tal lectura en los libros sagrados. Especificando en el Deuteronomio de su antigua Ley Mosaica (Deut. XVII.) las condiciones que había de tener el que eligiesen por rey, decía: después que se asentare en el solio de su reino, escribirá para sí el Deuteronomio de esta Ley en un libro; recibiendo el ejemplar de los sacerdotes del linaje levítico, y tendrálo consigo, y leerálo todos los días de su vida, para que aprenda a temer a su Señor Dios, y a guardar sus palabras y ceremonias, que están mandadas en la Ley. Este es el provecho que el rey había de sacar de la lección del libro; y es el mayor que en esta vida se puede interesar. Parécese esto a lo que hizo Moysen, que escribió un libro de la Ley de Dios (Deut. XXXI.), y lo entregó a los sacerdotes, mandándoles que en la solemnidad de los tabernáculos, estando junto el pueblo se leyese, congregados todos en uno, hombres y mujeres, pequeños y forasteros: para que oyéndolo, aprendan y teman al señor Dios, y guarden y cumplan todas las palabras de su ley. De manera que conforme a esto, son los buenos libros unos despertadores que acuerdan al hombre lo que debe hacer, así en lo tocante a huir de los vicios, como a procurar las virtudes, para ser perfecto en el servicio de Dios.

De que se siga este provecho de la lectura de los libros buenos y devotos, allende lo dicho hay muy ordinarios ejemplos, así en la Escritura Sagrada, como en los Santos Autores. En el cuarto de los Reyes se escribe, que el Pontífice Helcías halló un libro de la ley en la casa del Señor, y diolo a Saphan; el cual lo leyó para sí, y después al rey Josías. Oyendo el rey leer el libro, rasgó sus vestidos (que en aquel tiempo entre los hebreos era señal de gran pesar y despecho) temiendo la ira de Dios, porque sus padres no habían guardado lo que allí estaba escrito. Pide que consulten a Dios sobre el caso; y fuéle respondido de su parte: Yo enviaré sobre este lugar y sobre sus moradores los males contenidos en esa ley, porque me dejaron, y sacrificaron a los ídolos. Encenderáse mi indignación, y no se apagará. Pero diréis al rey de Judá, que porque oyó las palabras de este libro, y tembló su corazón, y se humilló y lloró: que morirá en paz, y no verá los males que han de venir contra este lugar. Dieron la respuesta al rey, el cual juntó a todos los viejos de Judá y de Jerusalén, y subió al templo acompañado de los sacerdotes y profetas, y todo el pueblo del mayor hasta el menor, y leyó aquel libro oyéndolo todos: e hizo concierto con el pueblo que guardasen lo contenido en él, y vinieron en ello: por manera, que traían aquel libro de mano en mano. Helcías lo dio a Sapha: Sapha lo leyó una vez para sí, y lo leyó otra al rey Josías: y el rey lo leyó al pueblo con gran provecho de todos, causado de haber 

topado un buen libro cuya lección obró tales efectos. 

Lo mismo sucedió cuando el sacerdote Esdras (II. Esdr. VIII.) subió en el púlpito, leyó en un libro la Ley de Dios a una multitud de gente congregada en la plaza oyendo con grande atención lo que contenía el libro. Dice la Escritura, que todos lloraban oyendo aquellas palabras; y fue tal el sentimiento, que Esdras los consolaba, como los vio tan tristes. La lección de buenos libros alumbra el entendimiento, inflama la voluntad, enternece el afecto y consuela al alma: como lo dijeron los hebreos (I. Mach. XII.) en una carta que escribieron a los esparciatas: Tenemos por consuelo y solaz los libros santos que traemos en las manos. También escribe el profeta Baruc (Baruch I.): que leyó un libro a Jeconías hijo de Joaquín rey de Judá, y a todo el pueblo que había venido a oír la lección. Los cuales oyéndolo, lloraban, ayunaban y oraban en el acatamiento de Dios. Y enviando el libro a otros, les dijo: Leed este libro en el día solemne y en el día oportuno. Y Cristo redentor nuestro (Joan. V.) también exhortó a la lección de los libros, cuando dijo: Escudriñad las Escrituras, que ellas son las que dan testimonio de mí. No remitió a qualesquiera Escrituras, sino a las que dan testimonio 

de él; y ese testimonio hállase en los libros sagrados, y no en los profanos. Pues tales se han de leer. Y de ellos decía S. Pablo a Timoteo (I. Tim. IV): Ocúpate en la lección. El eunuco de la reina de Etiopía iba en su carro leyendo el libro del profeta Isaías (Act. VIII.) Lo cual pondera S. Gerónimo, (1: S. Hieron. ad Paulin. cap. V) por haber sido tan aficionado a la ley y a la ciencia divina; que aun caminando leía las letras sagradas. No llevaba el alivio

que llaman algunos alivio de caminantes, que es entretenimiento de vanas palabras, y cuentos de donaire, para no sentir el camino; mas llevaba y leía un libro de la Sagrada Escritura. Y así lo sucedió también, que el Espíritu Santo le envió a san Felipe que le declarase el libro y lo bautizase.  

Y luego hablando de como los libros han de ser leídos para que aprovechen, dice:

Mas debe notar el cristiano, que para conseguir espiritual provecho, no basta leer ni oír los libros como quiera; pero es necesario que sea con atención cuidadosa, y con ánimo y deseo de aprovechar, y con devoción interior. Bueno era el libro que por el precepto de Dios había escrito el profeta Baruc, notándolo Jeremías (Hierem. XXXVI.). Leyéronlo a Joaquín rey de Judá; y habiendo pasado tres o cuatro planas, en presencia de los grandes de su corte hizo pedazos el libro con un cuchillejo, y echólo en el fuego, sin bastar con él los ruegos de algunos, que le pedían no hiciese tal cosa. Y aún le pone allí la Escritura por cargo allende esto, que ni el rey ni sus siervos temieron ni rasgaron los vestidos habiendo oído aquellas palabras, antes mandó prender a los que lo escribieron; y lo hicieran si los hallaran. Desagradó tanto a Dios aquel atrevimiento y poco respeto que se tuvo a su libro, que mandó a Jeremías dijese al rey: que en muriendo había de ser echado su cuerpo al sol del día y y al frío de la noche. Como quien dice: Pues echó mi libro al calor del fuego, yo echaré su cuerpo al del sol, y carecerá de sepultura en pago de su pecado. Húbose este atrevido rey, como una doncella de quien escribe un autor, haber quebrado cantidad de espejos, porque no le representaban el rostro que ella quisiera tener, sino el que en la verdad tenía por ser fea. Así este no quisiera ver en el espejo del libro la fealdad de sus culpas. 

Y porque no se las representase tan al natural, quebró el espejo cuando quemó el libro. Y quisiera hacer lo mismo con sus escritores, si los pudiera haber a las manos. Compañeros tiene en estos tiempos, cuando hay muchos que no quieren libros que sean espejos, porque no descubran la fealdad de sus ánimas; queriendo ser feos en los ojos de todos, y no en los propios. Estos no aprovechan con los libros sagrados, porque o no los leen, o si acaso toparon alguno, hacen de él poco más caso, que hizo el rey Joaquín del libro de Jeremías. Otros hay que los leen, ya que no con irreverencia ni con el endurecido ánimo de aquel rey; pero con tan poca atención y devoción, que acabada su lectura parece sucederles lo que a otro propósito mandó el profeta Jeremías hacer a Saraia: En leyendo este libro le atarás una piedra, y lo arrojarás en medio del río Eúfrates (Hier. LI.). Así a estos de quienes vamos tratando,

no les queda más memoria de la lección, que si la hubieran echado con una pesga en el río a vueltas del libro. Procede esto, no tanto de falta de memoria, cuanto de falta de atención, porque lo leían como si no lo leyeran, con descuido negligente, y no aplicando su afición al provecho que de allí pudieron sacar. Traían aquellas palabras en la boca, pronunciándolas con la lengua, mas no en el corazón. Al profeta Ezequiel mandó Dios comer un libro, y él así lo hizo (Ezech. III.): Abrí (dice) mi boca, y diómelo a comer, diciendo: Tu vientre lo comerá, y serán llenas tus entrañas del libro que te doy. También mandó a S. Juan evangelista comer otro libro (como parece en su Apocalipsis C. X.); y lo comió. No basta que el libro devoto ande en la boca, leyéndole con la lengua: mas es menester. Háse de tragar y entrañar allá en lo íntimo del corazón, para que haga efecto en las costumbres, y a manera de manjar (que si no se come, no da sustancia) alimente el espíritu de quien lo leyere. Háse de encomendar a la memoria muy de veras, rumiando como animal limpio, lo que una vez se come: volviéndolo del estómago de la memoria, a la boca de la palabra: platicando y conferiendo lo que contiene, para que no se olvide. Y ni aun esto basta, si no se lee para cumplir la doctrina que hay en él. Decía el santo Job: ¿Quién me dará un ayudador para que el Omnipotente oiga mi deseo: y el que juzga escriba un libro, para que yo lo traiga en mi hombro, y me lo cerque y ponga al derredor como corona? (Job XXXI.) Nota allí S. Gregorio (1: S. Greg. lib. XXI Moral. cap. 20.) que hablaba del libro del Nuevo Testamento, y que desear traerlo en el hombro, es cumplir la Escritura obrando. Y aun pondera en este divino texto, cuan ordenadamente se escribe primero el traerlo en el hombro, y después el cercarlo a manera de corona; porque los preceptos de la palabra divina, si ahora se traen bien en el hombro de la obra, después dan corona de victoria en la retribución. En conclusión: que los hebreos tenían los libros santos en las manos: Ezequiel y san Juan, en la boca y estómago: y Job los deseaba tener en el hombro; porque no basta tener los libros solamente en la lengua, para sacar de ellos la utilidad que conviene; mas es necesario, que de la lengua de la lección se pasen al estómago de la consideración, donde sean digeridas aquellas palabras: y del estómago a la mano de la obra: y de la mano al hombro del trabajo, poniendo los hombros a todas las dificultades que ocurrieren para salir esforzadamente con el cumplimiento de aquella doctrina: poniéndose delante al cuidadoso lector la grande utilidad que de allí le ha de resultar. El que con esta advertencia leyere los libros santos, sacará de su lectura documentos saludables con que resistir a las tentaciones, y particularmente a la del enemigo doméstico de nuestra carne: por ser las palabras de Dios tan castas y sin mancilla, como ya queda mostrado.

El P. Juan de Torres, de la compañía de Jesús, en su filosofía Moral de Príncipes para su buena crianza y gobierno; y para personas de todos estados. Lib. XXV cap. II. de la edición de Burgos de 1596, pág. 933 y siguientes, dice estas palabras:

En los Actos de los apóstoles (C. VIII.) escribe el glorioso evangelista S. Lucas, que habiendo venido a Jerusalén un criado de Candace reina de Etiopía (el eunuco), y volviéndose a su tierra; el apóstol san Felipe con particular revelación que para ello tuvo, le salió al camino, y le topó que iba en su coche leyendo las Profecías de Isaías. Con esta ocasión le comenzó a declarar lo que no entendía, y a predicar el Evangelio, de que iba bien descuidado en tan buena hora: que aquello fue el principio de su remedio, de su desengaño, de su bautismo y de su salvación, para que dijese de su lección lo que se escribe en el libro de la Sabiduría (cap. VII.): Venerunt autem mihi omnia bona pariter cum illa, et innumerabilis honestas per manus illius: o como dice otra letra: (1: Vatabl. ibid.) Innumeraeque sunt in manibus eius divitiae. Tratamos en el capítulo pasado de los provechos que siguen así en lo espiritual como en lo temporal, a los que  se dan a la lección de buenos libros, en este determinó confirmar lo dicho con ejemplos de muchos, que se han remediado por este ejercicio; para que viendo casos de personas antiguas y modernas, crezca más la devoción de los libros en el pecho real de nuestro príncipe. Sea pues el primer testigo de esta probanza el caballero sobredicho, criado de la reina Egipcíaca (era de Etiopía), al cual pone san Chrisóstomo por ejemplo contra los que por vanas ocupaciones se excusan de aqueste santo ejercicio: Ecce hic Eunuchus et barbarus erat, quae utraque ad reddendum negligentiorem sufficiebant, et ad haec dignitatis amplitudo et opum abundantia. Adde quod et in itinere erat et curru ferebatur: hoc enim modo iter facienti non est facile lectioni esse attentum, imò valdè molestum; attamen desiderium et ingens studium omnia obstacula è medio auferens, in lectione retinebat. (2: S. Chris. tom. 1 Hom. XXXV in gen.) En esta conversión veremos, que habiendo callado nuestro señor largo tiempo muchas veces con algunas almas, al fin les descubre los rayos de su resplandor por medio de la lección, dándoles clara luz de lo que les conviene. Así le aconteció a santa Eugenia, que siendo muy enseñada en la humana filosofía, andando deseosa de acertar con el verdadero camino de la salud, le vinieron a las manos las Epístolas de san Pablo, en cuya doctrina leyendo y rumiando, de tal manera conoció el engaño de los gentiles y la verdad de la sabiduría cristiana, que no sólo se convirtió a la fe del señor, pero fue martirizada por su defensa. La misma ventura tuvo la gloriosa Domna mártir de Cristo, que siendo gentil no menos discreta que ilustre, en el palacio del emperador Maximiano, acaso se topó con un libro de las mismas Epístolas, y con la historia que escribió san Lucas de los apóstoles; con cuya doctrina descubrió los errores de su infidelidad, y haciéndose cristiana, pasó cruda muerte por conservarse en la profesión que había tomado. Andaba el bienaventurado san Agustín antes de convertirse, como él cuenta en sus Confesiones, (3: Aug. lib. VIII Conf. c. 12) con dolores de parto, no sabiendo a qué parte echar; porque los errores con que vivía, y la mala costumbre de su vida desconcertada, le habían marcado por esclavo de su voluntad. Mas la buena madre Mónica, y sobre todo la verdad, daban tanta batería a aquel nobilísimo entendimiento, que perplejo e indeterminado nadaba como barco sobre el agua, llevado de olas diferentes. Estando en el mar de tantas dudas, oyó una voz que le dijo: Tolle lege, tolle lege. Obedeciendo a esta voz sin saber cuya era, tomó las Epístolas del apóstol, y abriéndolas, lo primero que se le ofreció fueron aquellas palabras escritas a los Romanos (cap. XIII): Non in comestionibus et ebrietatibus; non in cubilibus et impudicitiis; non in contentione et aemulatione: sed induimini Dominum nostrum Jesum Christum, et carnis curam ne feceritis in desideriis (1). Estas razones le hicieron tanta fuerza, que abjurando luego la herejía, se convirtió al señor: reconoció la verdad, y fue una de las más esclarecidas lumbreras que ha tenido la Iglesia católica....  Sobre todo, y sin ninguna comparación más admirable que cuanto se puede decir en esta parte, es el ejemplo de la Santísima Virgen Madre y señora de cielo y tierra, la cual al tiempo que se obró en sus entrañas el divinísimo misterio de la Encarnación con la venida del Ángel, dice san Ambrosio que estaba leyendo y meditando la Profecía de Isaías: Ecce Virgo concipiet et pariet filium, et vocabitur nomen eius Emmanuel (2). Porque se entienda, que para tan gran merced era muy buena disposición la lección de las sagradas Escrituras. Esto se confirma con lo que nota el glorioso Agustino de la Virgen, entre cuyas excelencias pone una y es, que era muy leída en los Profetas, y los entendía muy bien (3). Por esta causa los Santos Padres nos encomiendan mucho el estudio de este ejercicio. Así lo hace san Fulgencio con Teodoro senador, que se había convertido del siglo a vida recogida; al cual encomienda mucho la lección de buenos libros para conservarse en ella. (4) 

San Gerónimo escribiendo a una virgen nobilísima por nombre Demetria, la cual gastaba todo su patrimonio con los pobres, la primera cosa que la encarga es la lección de la buena doctrina; aconsejándola, que siembre la semilla de la palabra de Dios en la tierra fértil de su corazón, para que el fruto de la vida sea cual ella (5). 

Este mismo aviso da san Bernardo a una hermana suya; para lo cual la declara muy por menudo los frutos y efectos de la lección santa (6). Como quería san Pablo a su discípulo Timoteo para maestro de otros muchos, remítele la suma enseñanza que le podía hacer a los libros santos, en los cuales aprendería (pone deprenderia) todo lo que hubiese menester: Omnis Scriptura divinitus inspirata utilis est ad docendum, ad arguendum, ad corrigendum, ad erudiendum in justitia, ut perfectus sit homo Dei, ad omne bonum opus instructus (II. Tim. III) Pues si a un varón lleno de espíritu celestial tanto le encarga esta lección, ¿qué dijera a quien viera lleno de espíritu maligno? Dijérale lo que el redentor del mundo a los escribas y fariseos, el cual viendo la crudeza de sus estómagos, y que con ningunos lenitivos se podían madurar sus apostemados pechos, remitiólos a las divinas Escrituras, como a hospital general de los llagados: 

1: S. August. lib. VIII. Confes. cap. 12. 

2: S. Ambros. lib. II. in Luc. cap. 1. 

3: S. Aug. Tom. 10. de Nativ. Domini, Serm. 5 et 6. 

4: S. Fulg. Epist. VI ad Theod. 

5: S. Hier. ad Demetr. 

6: S. Bernard. ad Soror. lib. de modo bene vivendi, cap. I.

Scrutamini Scripturas (Joan. V.); para que leyendo y rumiando en ellas, conociesen que les predicaba toda verdad. Esta misma luz y conocimiento comunicó Dios al rey Josías leyendo los libros de la Ley, con cuya inspiración movido, hizo aquella gran reformación del templo y Jerusalén que la Escritura refiere (II. Paral. XXXIV), lo cual fue principio para recibir de Dios señaladísimas mercedes y favores. Uno en particular encarece S. Chrisóstomo, que mucho antes de nacer le pusieron el nombre, de la misma manera que a Sansón y san Juan Bautista: Tertius Josias est, cujus nomen prophetatum est priusquàm nasceretur: ii tres sunt, Samson, Josias, Joannes (1: S. Chrisost. Tom. II. Hom. 1. in Matth.). Esto se entiende de los del pueblo de Dios, porque también hallamos nombrado a Ciro en Esaías muchos años antes que naciese. (Esai. cap. XLIV et XLV.) Cuando quiso el señor así mismo dar un sobresalto a los corazones del pueblo, y apartarlos del mal camino que llevaban, mandó a Jeremías escribiese todas las Profecías que le había revelado contra él, y que las leyese públicamente. (Jerem. c. XXXVI.) Fue de tanto fruto este sermón predicado por el libro, que dejó espantados los oyentes: quedaron tan atónitos y llenos de confusión, que pasmados unos a otros se miran, y a todos tiembla la barba. Sólo el rey lo tomó tan mal, que rompiendo el libro santo, le echó en el fuego, no obstante que venía de parte de aquel que tenía dicho: Ad vos ergo Reges sunt hi sermones mei, ut discatis sapientiam, ne excidatis (Sapient. cap. VI.) De la misma suerte su discípulo y Secretario Baruc, (cap. 1.) cuando quiso provocar a penitencia al mismo pueblo que estaba cautivo en Babilonia, de aqueste medio se aprovechó; porque para purgarles los pecados, primero les dio unos jarabes (xaraves) de buena lección, los cuales les revolvieron tan bien los humores, que lloraron muy mucho, oraron no poco, ayunaron largos días, hicieron amarga penitencia dellos: de lo cual resultó luego recoger sus limosnas para enviar al Templo de Jerusalén: remitiendo también el mismo libro, para que leyéndole los que habían quedado allá, se aprovechasen de su lección, como ellos lo habían hecho. Acabado este cautiverio, que les duró setenta años, con la misma lección se tornó a reedificar la ciudad de Jerusalén: y así se escribe en el libro de Esdras (II. Esd. VIII.) que en el séptimo mes concurrió gran parte de la nación hebrea, viniendo desde sus pueblos a la Ciudad Santa, donde ajuntados en una gran plaza, les leyó el sacerdote Esdras clara

y distintamente el libro de la Ley y mandamientos de Dios: con cuyo calor derritiéndose el yelo (hielo) de aquellos fríos corazones, comenzó el pueblo a derramar tantas lágrimas, confundiendo la fiesta alegre con tales suspiros y gemidos, que el sacerdote santo les hubo de avisar se acordasen de la Pascua y fiesta que celebraban; para que no se turbase todo con tanta tristeza …. Cuando el rey Josafat quiso reducir su reino al culto y obediencia de Dios (II. Paral. XVII.), no le pareció haber otro mejor medio, sino hacerles leer el libro de la Ley: y por esto no fiando negocio tan grave de lo que cada uno dispondría, envió muchos sacerdotes y levitas por y todo su estado, que leyendo al pueblo y declarándole la doctrina del libro santo, le avisasen del peligro en que vivía. Esto fue de tanto provecho en los oyentes, que les dio el señor gran paz, y pagó tan de contado a Josafat por la buena traza que había tomado, que poniendo gran miedo en todos sus enemigos, nadie osó tomar armas contra él: Sed et Philistaei Josaphat munera deferebant, et vectigal argenti: Arabes quoque adducebant pecora arietum, septem millia septingentos et hircos totidem. Estando preso cierto profeta de los antiguos, y según se cree, dice S. Ambrosio, era el grande Esaías; se le apareció el demonio, y le dijo: Desdícete de lo que has predicado, que yo te sacaré libre de esta cárcel, y pondré bien con tus perseguidores. Esta perversa tentación nota el glorioso arzobispo que la rebatió el profeta con la lección de las Divinas Escrituras: por lo cual añade el santo doctor: Sit ergo nobis quotidiana lectio pro exercitio, ut quae legimus, meditemur imitari (1).

Y en el cap. III. que trata de los libros buenos para los príncipes; después de hablar de los frutos que trae consigo la lección de la Historia, en la pág. 937. y siguientes prosigue diciendo: Todo esto se halla más copiosa y verdaderamente en los divinos libros, que llama san Gregorio minas de plata: Libri Sancti ad loquendum nobis quasi quaedam argenti venae sunt (2): cuya lección encomendando mucho aquel devotísimo varón Tomás de Kempis, dice así: Lectio Sacra ignorantiam nostram erudit, dubia solvit, errores corrigit, bonos mores instruit, facit cognoscere vitia, hortatur ad virtutes, excitat ad fervorem, incutit timorem, recoligit mentem, recreat fastidiosum animum 3. Désele pues el primer lugar a la Sagrada Escritura, pues se le debe; donde como en un fértil campo, según nota Casiano, hallará cuantos géneros de flores se le antojaren (4). Si quiere dichos agudos, sentencias graves, ardides de guerra, consejos de paz, hazañas famosas, hombres sabios, victorias insignes, casos memorables y aun espantables; despliegue el lienzo de la Sagrada Historia, y verálo todo tan aventajado, que cuando piense que ha topado con lo mejor, se le ofrecerán luego una y otras muchas cosas, que le hagan olvidar de lo primero. Es un Tesoro, dice san Chrisóstomo, lleno de innumerables riquezas, del cual por poco que se tome, queda uno próspero con gran abundancia: Merito Thesauro cuipiam confertur Divinarum Scripturarum lectio: nam sicut ex illo quisquis vel parvum fructum capere valet, multas sibi parat divitias, ita et in Sacra Scriptura etiam in brevi dictione variam sententiarum vim, et indecibiles divitias invenire licet (5). Es una botica, dice Orígenes, donde hay medicinas de todas hierbas, plantas, piedras, árboles, aves, y animales, para curar cualquier enfermo que a ella venga: y así dijo el señor por el profeta Esaías (Esai. c. XLVIII): Ego Dominus Deus tuus, docens te utilia (6). Tuvo el mismo sentimiento el glorioso san Basilio; y por ser tal, escribe a san Gregorio nacianceno lo que se sigue: Proinde in qua re quisque nostrum senserit se eo quod oportet perfici, in eo assiduè incumbens tamquam ab officina quadam medicinae appositum suae infirmitati medicamentum invenire poterit (7). 

1: S. Ambros. Serm. XII in Psal. CXVIII. 

2: S. Gregor. Moral. lib. XVIII cap. 14. 

3: Thom. Kemp. lib. V de Discipl. Claustral. cap. 3. 

4: Cassian. Coll. VIII cap. 3. 

5: S. Chrisost. Tom. 1. Hom. III. in genes. 

6: Orig. Hom. VIII in Levit. 

7: S. Basil. de Vita Solit. ad S. Greg. Naz.


Lo mismo escribe san Gerónimo al Papa Dámaso: Nulli dubium quin in sacris voluminibus ex eorum lectione universa vitia purgantur (1). Quien pues se halla con necesidad de templanza, mire la historia del Santo Joseph: quien se ve hundido con las olas de las tribulaciones, y trabucado en la mar de los trabajos, mire la roca firme del paciente Job: quien se ve arder el pecho en iras y rencores contra sus enemigos, mire la magnanimidad del rey David: quien se ve lleno de pesadumbres propias y ajenas, mire la mansedumbre de un Moysen: de manera, que como nota san Lorenzo  

Justiniano: Si quando blanditur caro; si arrident prospera; si saevit mundus; si concitentur bella; si insurgant adversa; si maledicant homines; si temporalia desint; si elementa turbentur; si pestis immineat; si infirmetur corpus; si mortis atrocitas intentetur, praesto sunt in voluminibus sanctis apta remedia, quibus imminentes sol vantur languores animarum (2). De la misma suerte hallará que imitar en un Abraham la fe viva y sincera: en un Isaac una obediencia humilde: en Jacob una esperanza fuerte: con todos los demás varones famosos que las divinas letras nos proponen como espejos de nuestras vidas; cuyo arancel prosigue muy a la larga el Eclesiástico desde el capítulo cuarenta y cuatro hasta el fin de sus Sermones. Por lo cual dijo muy bien san Fulgencio, que quien se quisiese conocer y remediar, leyese los libros santos (3). Es otrosí la Divina Escritura un banquete general, según dice Eusebio Emiseno, (4) en el cual sirve Dios todos los platos y manjares que pueden dar buen gusto al hombre entendido. Hay agrio de castigos, dulce de regalos, volatería de Cielo con gente contemplativa, montería de tierra con varones dados al ejercicio de la misericordia. 

Un manjar levanta el corazón caído de los melancólicos, otro corrige el arrebatado furor de los coléricos. Tiene salsas agudas, que despiertan el apetito de los flemáticos, y otras que reprimen el ardor regalado de los sanguinos; porque es la Sagrada Escritura, dice Filon, (5) manjar que sabe a todo lo que uno ha menester: De la manera que se dice del maná, tenía todos los gustos y sabores que en él se deseaban: Deserviens uniuscuiusque voluptati, ad quod quisque volebat, convertebatur (Sap. c. XVI.). 

El P. Fr. Diego Murillo, del orden de san Francisco, Instrucción para enseñar la virtud a los principiantes, Tom. I. lib. 3. cap. 2. pág. 529. Edición de Zaragoza de 1598, dice: Todo lo bueno que se halla en los otros libros, y todas las verdades que se contienen en ellos, son como arroyos que se deducen de ella (de la Sagrada Escritura), porque en ella sola está la verdad como en su original y propia fuente. Y por eso el venerable Hugo tratando de la lección, que es medio para aprovechar en la disciplina, sólo hace mención de la Sagrada Escritura, como atribuyendo a ella todo lo bueno de los otros libros (6). Esta es, como dice Gregorio, (7) la que dice verdades, la que convida a las cosas del cielo, la que aparta el corazón de los deseos de la tierra, la que con sentencias oscuras ejercita a los fuertes, y la que con palabras llanas halaga y atrae a los humildes. De suerte, que ni es tan oscura que asombre, ni tan clara que sea digna de menosprecio; antes con el uso quita el fastidio, y tanto es más apetecida, cuanto con más atención es considerada.  

1: S. Hieron. Tom. III. Epist. ad Dam.  2: S. Laur. Justin. lib. de Inter. Conflict. c.12. 

3: Fulgent. Epist. VI. ad Theod. 4: Euseb. Emiss. Homil. Dom. 4. Quadrag. 

5: Phil. Jud. lib. de Profu. 6: Hugo Instit. Monast. c. 8. 

7: In prolog. Moral.

El Padre Nicolás de Arnaya, de la compañía de Jesús, Conferencias Espirituales Tom. II. Edición de Sevilla 1617. pág. 163. dice con palabras de san Juan Chrisóstomo: No son los libros santos para sólo tenerlos escritos en papel muy bien encuadernados, sino para tener las cosas que en ellos se escriben grabadas en el corazón.

El P. Fr. Alonso de Herrera, del orden de san Francisco, en sus Consideraciones de las amenazas del Juicio y penas del Infierno sobre el Salmo XLVIII, impresión de Sevilla de 1617. Proem. pág. 2. dice: Si estimamos en mucho los remiendos y vestiduras de los santos, y a las muy mínimas partecitas suyas hacemos singular reverencia, por haber tocado a sus santos cuerpos: ¿en cuánto más se deben estimar las palabras de Dios, y la doctrina sagrada que nos enseñó y dejó escrita, pues salió de su corazón y tocó en su benditísima boca, y la pronunciaron aquellos melifluos labios y dulce lengua     del Reparador del mundo? Y luego pág. 4. dice: Así como en una bodega hay mucha variedad y diferencias de vinos, unos buenos y otros mejores: así hay en esta (en la Sagrada Escritura) variedad de doctrina, una buena y otra mejor, para la honesta compostura y perfección del alma. Y por eso dijo san Pablo, que era muy útil para argüir, corregir y enseñar a qualesquiera (cualquier) persona de cualquiera calidad y suerte que sea.

El P. Fr. Juan Bautista Fernández, de la orden de san Francisco, provincial que fue de la provincia de Burgos, en la primera parte de las Demostraciones católicas, y principios en que se funda la verdad de nuestra cristiana religión, lib. II. trat. I. cap. 2. Edición de Logroño 1593, pág. 103 y siguientes, dice: No se contentó Dios con dar ley, sino escribirla de su mano: para que la Escritura despertase la memoria de aquel pueblo, y les acordase cual era la voluntad de Dios. Y por esta misma razón Moisés habiéndoselo mandado Dios, escribió todas las palabras, ley y preceptos, que a solas en la cumbre del Monte Sinaí boca a boca y rostro a rostro le refirió y enseñó ….

Por esta razón cuando los hijos de Israel se olvidaban de Dios y de su ley; los que de ellos eran estimulados con el celo de la honra de Dios y salud del pueblo, buscaban con diligencia el libro de la Ley, leíanlo al pueblo, para despertar la memoria, y que se acordasen los olvidados de lo que Dios les mandaba y enseñaba; y viendo que sus obras no conformaban con las divinas leyes, pusiesen rienda a sus vicios, deprendiendo (aprendiendo) a obrar bien y servir a su Dios; o espantados con el temor de las terribles penas con que eran amenazados, o atraídos con el deseo y esperanza de los bienes que les eran prometidos. Así se hizo en tiempo de aquel santo Josías rey de Jerusalén (IV. Reg. XXIII.), que contemplando la pestilencia que en las costumbres de aquel mal inclinado pueblo había entrado, y que sin acordarse de Dios ni de su santa ley vivían gentílicalicamente adorando ídolos, edificándoles templos, y menospreciando el culto del verdadero Dios y el templo santo donde quería ser honrado y adorado, y que todo esto procedía de que no se acordaban de la ley de Dios; buscó con cuidado el volumen de la Sagrada Escritura, y hallado, mandó juntar el pueblo, y que delante de todos se leyese, para que se acordasen de los preceptos dados por Dios y su siervo Moisés, y viesen cuan lejos iban sus obras de la voluntad de Dios. Leyóse, compungióse el pueblo, y luego comenzaron a reformar sus costumbres, y restaurar el culto de Dios que estaba olvidado, conformándose con lo que se contenía en el libro de la ley. De aquí es, que los Fariseos observantes y religiosos en la ley de Moisés, la traían consigo escrita en pergamino, o muy guardada en el pecho, o delante de sus ojos pendiente de sus frentes, mostrándose en esto celosos de la observancia de ella, y que ni la traspasaban, ni se olvidaban de ella, pues la traían consigo. De esto los reprehendió Cristo tan ásperamente (Matth. XXIV.); porque trayendo en sus senos o frentes aquellas cartillas en señal de observantes de su regla, que era la Divina Ley; estaban sus corazones muy lejos de guardarla.               Mandó pues Dios por este respeto (porque la memoria del hombre es débil, y fácil el olvido de la ley) en el Deuteronomio, en el cual se epilogó toda la ley y preceptos que

dio a su pueblo, que tuviesen mucha cuenta con su ley: Mira, dice (cap. VI.) atentamente, que las palabras que hoy yo te mando, estén siempre en tu corazón; y en las conversaciones que tuvieres con tus hijos, se las contarás; meditarás en ellas asentado en tu casa, andando camino, cuando te acostares y levantares; atarlas has como por señal en tu mano, estarán y moverse han siempre delante tus ojos; escribirlas has en la entrada de tu casa y en sus puertas. Notad, que les mandó trajesen sus palabras escritas consigo, y las esculpiesen en las puertas y paredes, todo esto con fin de que no se olvidasen de ellas, pues en tenerlas en la memoria les iba la vida. Por esta misma razón Cristo nuestro Redentor mandó que escudriñásemos las Escrituras (Jo. V.), las cuales daban testimonio de él, y en las cuales estaba la vida eterna; esto es, porque ellas son las que encaminan a ella. Pues en estas letras sagradas y en su lección nos debemos ocupar; porque de no las leer, vendremos a olvidarnos de Dios, y el olvido trae consigo el menosprecio, y el menosprecio dureza, y la dureza engendra impenitencia, y la impenitencia lleva al infierno. Al contrario, leyendo la Santa Escritura con ánimo piadoso, entenderemos qué es lo que pide Dios hagamos y creamos, y creyendo y obrando alcanzaremos la vida eterna. 

Y en el cap. III siguiente, hablando de la necesidad que tiene el hombre de aprovecharse en el entendimiento, y perfeccionarse en la voluntad para llegar a ser perfecto según este presente estado en Cristo Jesús, a la pág. 104. b. dice: 

Todo esto obra la Divina Escritura, como lo testificó el apóstol san Pablo diciendo (II. Timoth. III.): Toda la Escritura inspirada por Dios es provechosa para enseñar, para redarguir y convencer, para corregir, para corregir, para instruir al hombre en la justicia; para que enseñado el hombre cristiano y fiel, salga perfecto, ejercitado en toda obra buena. Habla san Pablo de la Escritura que inspiró y enseñó el misericordioso Dios para distinguirla de la profana y seglar, de la cual o poco o ningún provecho se saca, y si no se lee con piedad, su lección puede acarrear mucho daño en las costumbres.    

Y luego a la pág.105. prosigue: Quien quisiere saber e informarse qué es lo que debe creer, aconséjese con la Escritura Sagrada; y quien desea saber bien y meritoriamente obrar, ella se lo enseñará.... Todo lo que el hombre fuera de la Escritura deprendiere, si fuere dañoso, en la Divina Escritura se halla condenado; si provechoso, en ella se hallará escrito. Y cuando alguno hallare todas las cosas que en otra parte provechosa   mente deprendió (aprendió), con mucha mayor abundancia las verá en la Divina Escritura. Y en la misma página, hablando de las utilidades de la Escritura, dice: 

Es la Escritura la que muerde con áspera reprehension a los inobedientes, deshonestos, hinchados. De estas reprensiones están llenos los Profetas los Evangelios sagrados, las Epístolas de los apóstoles; y finalmente, todas las Divinas letras. No hay vicio que muy en particular no reprehenda, ni pecado que no lo condene, ni maldad que cuanto es en sí no la corrija. ¿Por ventura el pueblo de Dios no buscará de su Dios visión? ¿No se aconsejará con su Dios, y probará saber su voluntad para obrar conforme a ella?.... Y porque les había dicho que acudiesen a su Dios para que de él fuesen enseñados, declara luego donde hallarán las respuestas de Dios y sus tan oportunos consejos y divinos preceptos; acudid, dice, a la ley y al testimonio, esto es, a la Escritura de Moisés y de los Profetas, que la llama ley y testimonio, porque en ella testifica Dios cual sea su voluntad, en ella enseña y manda lo que hemos de hacer, en ella nos habla, nos reprehende, nos aconseja, y nos da su parecer. 

Y luego dice: Dijo el Eclesiástico: El que busca la ley, será lleno de ella. (Eccli. XXIII.) Aquel busca la ley, que estudia y se ocupa en la meditación y lección de la Sagrada Escritura. Este tal es lleno de ella, porque le enseña cómo ha de llegar a la plenitud de perfección …. Crecen pues los verdaderos cristianos que se ocupan en la Escritura Santa, y en virtud y santidad hacen raíces en perseverancia, acuden a su tiempo con fruto suavísimo de buenas obras, y ni el calor del mal deseo, ni el entendimiento de la concupiscencia les seca la verdura de su bondad, ni las tempestades de tentaciones los mueven del servicio de Dios, ni les hacen volver el pie atrás, sino que caminan siempre de virtud en virtud, hasta encontrar (como dice David) con aquella soberana Sión y celestial Jerusalén, donde verán a su Dios cara a cara sin oscuridad ni velo. 

Y luego más abajo: Es de notar, que diciendo el apóstol que la Escritura es útil y provechosa, da juntamente a entender que es para nosotros necesaria; no absolutamente, porque sin ella nos pudiera Dios enseñar, reprender, convencer e instruir; sino supuesta la ignorancia del entendimiento y la torpeza de la voluntad, y que Dios todo lo guía sabiamente y dispone suavemente sin alterar el orden de naturaleza; 

usó de este medio ordinario de la Escritura, para con ella ocurrir a la necesidad que teníamos de la palabra de Dios. Por lo cual, siendo útil para alumbrar al entendimiento ignorante, y convencer al rebelde, y reprehender la voluntad mal aficionada, y reglar la inobediente, y teniendo nosotros necesidad de estas cosas, y siendo la Escritura el medio ordinario para las alcanzar, síguese que nos es necesaria.    

Y en el cap. 5. pág. 108. dice: El Espíritu Santo principal autor de las Escrituras sagradas, tuvo singular cuenta de la edad y condición de los hombres; y así, para los niños en la fe y principiantes, proveyó doctrina fácil y clara, para que en vella se ensayasen y comenzasen a deletrear, a deprender, y hacerse aptos para percibir los más aventajados misterios; y para los ya varones y hombres formados en la religión, proveyó que hubiese dificultades en que se ejercitasen. Esto tenemos del apóstol Evangélico san Pablo, que escribiendo a los de Corinto, les dice (I. Corinth. III.): Como a niños os alimenté con leche, no con manjar macizo y grueso. Llama leche el apóstol la doctrina fácil y clara; y manjar sólido a los misterios encerrados en la Divina Escritura. ¿No veis como conforme a la condición de cada uno y a las fuerzas de su fe les daba el mantenimiento?.... Por lo cual contemporizando la suma bondad de Dios con nuestras fuerzas, provee a cada uno según ve tiene la disposición. A los flacos enseña doctrina clara, que como leche se pueda dulcemente chupar, y aliméntalos con ella para que vayan creciendo y aprovechando. A los ya fuertes y aprovechados y que han salido de pañales, les comunica misterios más encumbrados y altos, para que se ejerciten. El glorioso san Anselmo explicando lo que de san Pablo queda declarado, que a los de Corinto como a niños en el conocimiento de Jesucristo, les dio leche de doctrina fácil, y no manjar sólido de doctrina difícil y de cosas espirituales y altas: "Puede ser (dice) que una misma sentencia sea para los niños leche, y para los grandes manjar que se masque.” Así como en el principio y ante todo tiempo (según lo escribe el glorioso evangelista S. Juan) era la palabra, que es el Hijo del Padre Eterno, y esta palabra estaba acerca de Dios, porque era de una misma substancia con el Padre, y la Palabra era Dios; esto los niños se lo maman, y los grandes se lo mascan. Quiero decir: que los no instruidos ni enseñados, y los ignorantes e indoctos, los que aún no han pasado de la cartilla, bébenselo cuando oyéndolo sin más especular creen como lo oyen; y los doctos y enseñados, los sabios y maestros lo mascan, meditando y penetrando los grandes misterios allí encerrados .... Tenemos pues de lo dicho, que la Escritura Divina ordenándolo Dios, es en parte dificultosa, aunque en parte sea clara; y tiene juntamente dificultad con claridad, para de esta manera dar mantenimiento a todo género de fieles. Y en el Tratado IV cap. I. pág. 166. b. dice: Como dijo san Isidoro, la lección de las Escrituras Santas dos beneficios hace; o enseñar al entendimiento, o atraer al amor de Dios, apartando al hombre de las mundanas vanidades; porque porque despertados con su palabra, nos aparta del vano deseo de la vida seglar, y encendidos en amor de la sabiduría, tanto más nos parece vil la vana esperanza de esta mortalidad, cuanto más se nos manifestare la eterna leyendo. Y aún añade: 

Ninguno puede conocer el sentido de la Escritura santa sino con la familiar lección; porque escrito está: Ama la sabiduría, y ella te ensalzará; y cuando la abrazares te glorificará. (Prov. IV.) Dice más: que cuanto más uno fuere perseverante en la lección de los sagrados libros, tanto más entiende de ellos; así como la tierra cuanto más se labra, tanto más abundantemente fructifica.     

Y en la pág. 167. exhorta a esta lectura con palabras y doctrina de los santos doctores.

Grande bien, dice, es, amados hermanos, la sabiduría y experiencia de las Divinas Escrituras. Esta es la que atavía, compone y hermosea la (el) alma con costumbres excelentes. Esta es la que transfiere y transporta la mente en el cielo. Esta es la que hace que no miremos las cosas presentes, sino que perpetuamente con nuestra contemplación moremos y conversemos en la otra vida; y que teniendo puestos los ojos en el galardón y premio del señor, obremos todas las cosas, emprendamos y acometamos con alegría los trabajos de las virtudes. En ella aprenderemos (deprenderemos) la providencia divina que con presteza socorre, la fortaleza de los Justos, la bondad de Dios, la grandeza de la retribución. De aquí nos vendrá, que seremos despertados a celo e imitación de la escogida vida de los varones generosos,      y que no nos embaracemos ni entorpezcamos en la honesta guerra y pelea de la virtud, sino que confiemos en las divinas promesas antes que se cumplan. Por lo cual entreguémonos con grande diligencia a la lección de las Divinas Escrituras; porque si nos allegamos con cuidado a las cosas que en la Escritura se nos representan, alcanzaremos la verdadera ciencia y conocimiento. No puede ser que sea siempre menospreciado, aquel que se ejercita en las Divinas Escrituras con cuidadoso estudio y ferviente deseo; porque aunque le falte el magisterio y enseñamiento de hombre, el mismo señor ilustra la mente entrando en ella soberanamente, infundiéndose en nuestros corazones; y derramando su claridad en el entendimiento, revela lo oscuro, y se hace doctor de lo que ignoramos, si nosotros queremos de nuestra parte ayudarnos, y poner lo que nuestro caudal alcanza. Pues cuando tomamos en nuestras manos el libro espiritual (que así se llama la Divina Escritura, por los magisterios espirituales que contiene) apartando de nosotros todo cuidado seglar, animemos a nuestros pensamientos, y refrenemos nuestras almas para que no se turben ni distraigan; ocupémonos con piedad y atención en su lección, para que podamos ser guiados y traídos al entendimiento de su Escritura alumbrándonos el Espíritu Santo, y de esta manera cogeremos fruto abundante. (Actor. VIII.) Aquel bárbaro eunuco de la etiopisa reina, que caminaba en su coche con tanta gloria, no por esto menospreciaba la lección; antes teniendo en sus manos al profeta Esaías, ponía todo el cuidado posible, atención y advertencia, para entender lo que se contenía en el libro de que estaba ignorante. Considera, te ruego, que no porque caminaba dejaba la lección, aunque iba sentado en su magnífico carro. Por lo cual con razón se puede decir mal de aquellos, que aún no se persuaden a hacer en sus casas lo semejante, antes piensan que esta lección es vana y por demás, o porque están casados, o son soldados, o tienen cuidado de niños y siervos, o andan ocupados en otros negocios, y así se persuaden, que la lección de la Divina Escritura no es para ellos. Mirad pues, que este hombre eunuco y bárbaro era, y cada una de estas cosas era bastante para hacerlo negligente. Fuera de esto, tenía grandeza de dignidad y abundancia de riquezas, y como tal hacía su camino en carro, y de esta manera, no sólo no es fácil tener atención a la lectura, pero aun es molesto; mas el deseo y fervoroso estudio que quita todos los embarazos,   lo detenían en la lección; por lo cual no decía lo que muchos dicen, no en tiendo ni puedo entender la Escritura y profundidad de sus misterios, ¿pues para qué tengo de sufrir este vano trabajo? Leo, y no tengo quien me enseñe. Ninguna cosa semejante a estas pensaba aquel bárbaro en la lengua, pero filósofo en el ánimo; antes imaginaba que no había de ser menospreciado, sino ayudado con la Divina gracia, con tal que de su parte no se descuidase y dejase de hacer lo que en sí era, poniendo estudio y diligencia. Altamente nos enseña el facundísimo Chrisóstomo con el ejemplo de este piadoso eunuco, el provecho grande que de leer las Divinas letras sacan los que no las entienden por su oscuridad; porque cuando no las entendieren, no les faltará un Filipo que se las interprete. De aquí es también, que el mismo Chrisóstomo en otro lugar prosigue el mismo intento, y con elocuentes palabras convida vivamente a la lección de los libros santos diciendo (1): Encargoos y mucho os ruego, hermanos, que vengáis y escuchéis la sabrosa lección de la Divina Escritura, y que en vuestras casas toméis en las manos los divinos libros, y recibid con gran cuidado el provecho que en ellos está puesto, porque de esto os resultará ganancia de muchas maneras. Primeramente, con la lección se reforma la lengua, la (el) alma toma alas, vuela, se levanta, y es ilustrada con el resplandor del sol de Justicia; y por aquel tiempo que se leen, se libra de los falsos halagos de los pensamientos torpes, gozando de mucha tranquilidad y descanso.” Y luego continúa: Es la lección frecuentada la que descubre las obscuridades de la Divina Escritura, como lo dijimos del ya citado Chrisóstomo, que quiere que los idiotas se den a la lección de los sagrados libros (2). Es la que saca el verdadero sentido de ella, según lo cual dijo el acutísimo Agustino (3): "No penséis que luego lo podréis entender lo que una vez habéis leído: si queréis sacar fruto de lo que leéis, no os desdeñéis de leerlo otra y muchas veces, para que así lo penetréis y entendáis.” En qualquiera arte, testificó el bienaventurado Isidoro (4): 

1: Chrisost. in genes. Hom. XXIX. 2: Chrisost. de Lázaro, Hom. III. 

3: De correctione et gratia ad Valentinum. 4: De Summo bono, lib. III. cap. 9. 

"cuanto más el hombre se llega a ella y sube con el ejercicio, tanto más la (el) arte misma baja y se llega a él: así de esta manera, el que se llegare a la Divina Escritura 

y subiere a ella leyéndola y haciéndosele familiar, tanto más se le acercará, abaxará (bajará), y se le declarará. Subía Moisés al monte para comunicar con Dios, y bajaba Dios a él para revelársele: así de esta manera, si el hombre como otro Moisés sube a la lección de los libros sagrados, Dios bajará a él y le explicará lo que no entendiere, y juntamente le enseñará en la lección lo que le conviene para vivir concertadamente.”      El bienaventurado. Ambrosio (1: Serm. XXXV.) declarando aquellas palabras: No de sólo pan vive el hombre, con las cuales rebatió Cristo el primer golpe que Satanás (Matth. IV.) le tiró convidándole con las piedras para que las convirtiese en pan, enseña que la lección de la Divina Escritura es vida del alma. 

"Cuan bien (dice) dijo el señor, en el tiempo del ayuno, que no con sólo pan se mantiene el hombre, sino con la palabra de Dios, que es la que refecciona; para mostrar, que en el tiempo de nuestros ayunos no nos hemos de ocupar en las obras y trabajos seculares, sino ejercitarnos en las letras sagradas. Menosprecia la hambre corporal el que está intento al mantenimiento saludable de la lección santa: no podrá tener cuidado de su vientre, el que busca el alimento de la palabra celestial. Aquella refección que engorda el alma e impingua las entrañas, cuando luyendo en las divinas Escrituras comemos el manjar de la palabra eterna; la Divina Escritura es comida que da vida eterna, y destruye en nosotros las asechanzas de las tentaciones diabólicas. Que la lección de las Santas Escrituras sea vida, el señor lo testifica diciendo: 

Las palabras que yo os hablo, espíritu y vida son.” ¿No veis cómo nos enseña 

S. Ambrosio, que la lección de la Escritura es vida verdadera? Luego con razón nos debemos ejercitar en ella leyéndola. Es la Escritura como un espejo del alma, que así como el que se hace el cabello (dice Chrisóstomo) toma el espejo, y con grande cuidado y diligencia considera la igualdad de él, y no contento con mirar su imagen al espejo, no se empacha de preguntar al barbero y a los circunstantes si queda bien afeitado: así nosotros considerando que nuestra ánima no sólo está fea, pero aun muy semejante a las irracionales fieras, y que está hecha una Scilla horrenda o diforme chimera (quimera), según las fábulas lo celebran; es mucha mayor razón que tengamos cuidado de ella, y nos remuerda la solicitud de mirar su talle, composición y figura, tomando en las manos este espiritual espejo, más provechoso y más lucido sin comparación que el material, que es la lección de las Divinas Escrituras. 

Muchos ha habido, que al primer escalón o al primer paso que subieron para entrar a la inteligencia de la Divina Escritura, volvieron atrás espantados de la dificultad y oscuridad de ella, no atendiendo a que, como vulgarmente se dice, el continuo trabajo todo lo vence, y que sin él ninguna cosa ardua se alcanza. Antes que el hombre pecase, lo puso Dios en el paraíso terrenal, para que trabajase y obrase en él (gen. II. y III.); y después que pecó, le dijo, que con el sudor de su cara comería su pan. 

No quiso Dios que el hombre estuviese ocioso ni antes ni después del pecado, sino que siempre trabajase y obrase. Vergel por cierto deleitoso, apacible y ameno es el de la Divina Escritura, y tierra que si no se cultiva continuamente, no dará sustento. 

Pues el que pretendiere gozar y coger las flores suaves y odoríferas de este huerto cerrado de la Divina Escritura, trabaje en él. Quien quisiere alimentarse y comer pan de vida para no desfallecer en este camino, sudar y perseverar tiene, que lo dificultoso no se alcanza sin trabajo. Quien deseare que Dios lo clarifique como a otro Moisés, y que   descienda benignamente a transformarlo de claridad en claridad, suba y no se canse leyendo en la santa Escritura. De aquel melifluo Bernardo se cuenta, que sin maestro con la freuente lección penetró los místicos sentidos de las Escrituras. Y no sólo él, pero todos aquellos que alcanzaron la verdadera inteligencia de la Escritura, aunque se la revelaba el Cordero que abre el libro sellado, que es Cristo nuestro Redentor (Apocal. cap. v.); con todo esto, no faltaron a lo que era de su parte, leyendo sin cansarse una e infinitas veces en los libros sagrados. Cuenta Marulo (1) de un mendigo y enfermo por nombre Sérvulo, idiota e ignorante, que de las limosnas que allegó compró unos libros eclesiásticos, y cuando hallaba quien se los leyese, él los escuchaba y aprendía (dependria), y la continuación de este modo de leer y oír lo hizo tan erudito, que predicaba de memoria lo que no sabía leer. Pues si a este religioso y estudioso Pobre le hizo docto de idiota la lección de otro que él atentamente escuchaba; ¿qué será para aquel que sabe leer y lee con continuación la Divina Escritura, que es la que a los hombres hace verdaderamente sabios? Quien quisiere pues saber, lea; porque muchos se han visto que con sola la lección han sido enseñados, teniendo los libros por preceptores. El glorioso Agustino (2), en la segunda puericia a los doce años de su edad, leyó los libros de la lógica y retórica de Aristóteles, como él lo confiesa; y los entendió. De Heráclito insigne filósofo, afirma Volaterano (3), que con su industria y lección, sin otro preceptor, vino a ser tenido entre los sumos filósofos. Lo mismo cuenta Suidas de Ferecides Siro, y Plinio de Manilo senador romano (4); y aun de Virgilio lo afirma el Petrarca, y lo testifica Macrobio diciendo: que sin tener preceptores vivos sino mudos, a los cuales imitó, vino a ser el más famoso de los latinos poetas (5). Y si estos fueron hechos maestros leyendo, ¿cuánto más se podrá afirmar de los que leen en las Divinas letras que alumbran a los lectores? Pues quien quisiere saber, lea sin se cansar, que con la lección incesable vendrá a alcanzar en las sagradas letras lo que le pareciere al principio que es ininteligible.  

El Dr. Pedro López de Montoya, en su erudito tratado: De Concordia Sacrarum Editionum impreso en Madrid año 1596. lib. 1. Controv. 6. hablando de la utilidad de la Sagrada Escritura, dice las siguientes palabras pág. 31 y siguientes. 

1: Marulus lib. II. cap. 5.  2 Lib. IX Confes. 3 Volat. lib. XV. Antrop. 

4. Plin. lib. X cap. I. 5: Macrob. lib. V et VII. Saturn.


In eam temporum miseriam deventum est, ut quamvis Divina Sapientia hanc Sacram Divinae Scripturae Mensam suavissimo vino et iocundissimis cibis refertam proposuerit, et foris praedicans, atque in plateis vocem suam proferens, homines ad hoc sacrum convivium, Sanctarum inquam, Scripturarum studium vocet, invitet et alliciat; pauci tamen sint qui vocandi adsint, et tam sacro studio operam dare velint ....D. Chrisostomus, ut constat ex Praefatione in Epistolam ad romanos, molestè ferebat quod non omnes D. Pauli Epístolas, ut par est, intelligerent, et quod nonnulli ex populi hominibus sic eius lectionem negligerent, ut ne Epistolarum eius numerum plane nossent: quo ergo animo laturum putas, si eundem Scripturarum neglectum, aut longe maiorem inscitiam, non iam solum in vulgi hominibus, sed in iis etiam qui Ecclesiae ministeriis dicati sunt, deprehenderet? Et quidem ille, non solum citato loco, sed Homilia etiam de Concordia et Charitate, hinc innumera mala nasci credidit, quod Scripturae ignorarentur. Hinc (ait) erupit multa illa haereseon pernicies, hinc vita dissoluta, hinc inutiles labores. Quemadmodum enim qui luce istam privati sunt, rectam utique non pergunt; ita qui ad radios Divinarum Scripturarum non respiciunt, multa coguntur continuò delinquere.

Y tratando en particular de los grandes provechos que se siguen de la lección bien ordenada de las sagradas letras, desde la pág. 37. dice las siguientes palabras:

Quàm vero excellentius (humanam Philosophiam) Sacrae Scripturae studium mores emolliat, et ab omni feritate affectuum vindicet, sciunt et docent qui huic sacro studio non inutilem operam dederunt, Sancti inquam Ecclesiae Doctores, qui id copiosissimis et elegantissimis Orationibus prosequuntur, et docent non solum ut Doctores, sed ut testes. D. Hieronymus de vivendi forma ad Rusticum Monachum aperte fatetur, se humanam Philosophiam numquam tantum in virtute profecisse, ut ardorem libidinis,  vitiorumque incentiva domaret; imò cum neque id crebris ieiuniis assequutus fuisset, Sacrae Scripturae indefesso studio et meditatione consequutus est. Quapropter expertus ipse monuit, ut qui carnis vitia detestari cuperent, Sanctarum Litterarum studia amarent et colerent… Prope finem libri VIII Confessionum suarum aperte fatetur (Augustinus) quod cum adhuc carnis illecebras superare non posset, neque ab faeminae cuiusdam amplexibus divelli potuisset; coelesti voce admonitus est, ut Sacros Codices iterum legeret. Quod cum ille protinus fecisset, factum fuit, ut molestissimos illos libidinis laqueos abrumperet, et urentes flammas extingueret. Et eodem libro VIII cap. 3 narrat, quo pacto magnus ille Philosophus Victorinus, tot nobilium Senatorum Doctor, cui ob insigne Magisterium statua in foro Romano erecta est, Sanctarum Litterarum lectione permotus, vanum et impium idolorum cultum relinquens, Sacram nostram Religionem amplexus est .... Deficeret me tempus, si referre vellem, quot viros pietate et doctrina praeclaros hoc sacrum studium non tam reperit, quam effecerit, et peperit Ecclesiae Dei. Hoc studio, tamquam nutricis lacte, enutriti et educati sunt Sancti illi Ecclesiae Proceres Basilius, Gregorius, Cyprianus, Athanasius, Cyrillus, Damascenus, Ambrosius, Chrisostomus, et ceteri illis antiquiores, qui doctrina et sanctitate claruerunt, et Sacram Christi Ecclesiam illustrarunt. Haec enim Sacra Scientia non solum mores emollit, et humaniores reddit (quod aliae disciplinae praestare solent) sed totum hominem mirabili ratione commutat, et a terrenarum rerum cupiditate ad coelestium et divinarum amorem transfert.... Unde et D. Chrisostomus,  pluribus locis et alii sacri doctores sapienter hortantur et iubent, ut in laboribus et pressuris, quae frequenter in vita accidere solent, ex Sacris Scripturis sumamus nobis medelam: dici enim non potest, quam sublevent a moerore animi Sacrae Litterae. Lege D. August. de utilitate credendi ad Honoratum: Quidquid est (mihi crede) in Scripturis illis, id altum et divinum est. Inest eis omninò veritas, et reficiendis instaurandisque animis accommodatissima disciplina: et plane ita modificata, ut nemo inde haurire non possit, quod sibi satis est, si modo ad hauriendum devotè ac piè, ut vera Religio poscit, accedat. Hieronymus ad Paulam et Eustochium: Siquid (inquit) est, o Paula et Eustochium, quod in hac vita sapientem virum teneat, et inter pressuras et turbines mundi aequo animo manere persuadeat, id esse vel primum reor, meditationem et Scientiam Scripturarum …. D. Chrisostomus Homilia Quomodo Christianum oporteat recte vivere, hoc sacrum studium, et Sanctarum Litterarum diligentem meditationem ad depellendas corporis aegritudines prodesse docet. Quod ita esse, facilè inveniet, qui cum aegritudine oppressum se agnoverit, Sanctarum Litterarum meditatione animum reficere curaverit: quemadmodum Sanctos Ecclesiae Patres fecisse comperimus. D. Augustinus lib. IX Confessionum cap. 9. narrat se a vehementissimo dentium dolore fuisse liberatum recitato illo versiculo Psalmi IV: In pace in idipsum dormiam et requiescam. Quapropter laudanda maxime et retinenda est ea pia, sancta et salubris consuetudo legendi Sacra Evangelia aegrotantibus. Et certe Regius Vates, cum se vel aegritudine correptum, vel moerore confectum, vel hostium furore et potentia in arctum positum videret; Dei consilia eiusque legem Sacris Scripturis exaratam animo evolvens,  Divinaque illa carmina edens et cantans, animi moerorem, atque aegritudinem, et hostium impetum reprimere et depellere solitus erat. Extant plures Psalmi a Davide in eiusmodi pressuris editi et decantati, qui solatio et praesidio oppressis erunt, si quo decet animo meditentur et legantur .... Est quidem Sacrae Scripturae meditatio αλεξίκακος, hoc est, malorum omnium propulsatrix: qui enim in lege Domini meditatus fuerit die ac nocte, erit tamquam lignum plantatum secus decursus aquarum, cuius folium nullam aut imbrium procellam, aut ignis aestu defluet, neque timebit cum venerit aestus, et in tempore siccitatis non erit sollicitus. Dici non potest quantam animi pace et tranquillitate fruantur, qui hoc Divino pabulo quo decet animo reficiuntur. Quod intelligens D. Paulus, tamquam maximum omnium solatium Sacras Scripturas suis proponit: Omnia, inquit, quae scripta sunt, ad nostram doctrinam scripta sunt, ut per patientiam et consolationem Scripturarum spem habeamus. D. Augustinus Sermone illo CXII. Adhuc, inquit, bonum habemus solatium, Divinarum lectionem Scripturarum .... Hoc etiam apertis verbis significavit Jonathas, Judaeorum dux, et Summus Sacerdos, qui, ut habetur I. Machabaeor. XII Spartiatis scribens, ait: Nos cùm nullo horum indigeremus habentes solatio sanctos libros, qui sunt in manibus nostris, maluimus mittere ad vos, renovare fraternitatem et amicitiam &c. Nam, ut idem D. Paulus docuit, omnis Scriptura divinitùs inspirata, utilis est ad docendum, ad arguendum, ad corripiendum, ad erudiendum in iustitia, ut perfectus sit homo Dei, ad omne opus bonum instructus ....  Quàm verò sit utile, quàmque nobis praetiosum esse debeat vel minimum Scripturae verbum, ex eo liquet, quod non rarò compertum est acerrimi iudicii homines uno aut altero Sacrae Scripturae verbo audito, mundanarum rerum laqueos, quibus detinebantur, abrupisse, ad tantum que culmen sanctitatis properasse et evectos fuisse, ut postea magnis etiam viris exemplo et admirationi fuerint. Referunt D. Hieronymus et Augustinus D. Antonium, audito hoc Evangelii verbo, vende omnia quae habes, et da pauperibus, mirabili quadam vi, et Divini illius verbi impulsu omnes mundi opes contempsisse et abiecisse, ut Christum lucrifacere posset... Libro VIII Historiae Ecclesiasticae cap. 6. refertur de Paulo, de quo multa litteris mandavit Greg. lib. IV Dialogorum cap. 14. quod audito illo unico Davidis verbo: Dixi, custodiam vias meas, ut non delinquam in lingua mea, contentus discessit, magistrum que, a quo Sacras Litteras discere decreverat, valere iussit: satis sibi esse dicens illud quod audierat. Sunt verba Domini ignita, et quemadmodum modicus ignis magnam silvam incendit (inquit D. Jacob. cap. II.) sic unicum Sacrae Scripturae verbum, sanctissimo igne, humanorum pectorum silvam solet adurere: ¿ Nonne verba mea quasi ignis, aut quasi malleus conterens petras? Aliarum disciplinarum praecepta et assertiones lucent quidem, sed neque calore fovent, neque comburunt, ita ut non tam lumina viva, quam depicta videantur: Dei verò sermo, qui Sacris Scripturis continetur, vivus est et efficax, et penetrabilior omni gladio ancipiti, pertingens usque ad divisionem animae et spiritus, compagum quoque ac medularum, et discretor cogitationum cordis. 

Quemadmodum ergo Solis lux hoc distat a lucernis artificio hominum factis, quod istae exterius tantum lucent, Solis vero lux intus penetrat, et terram atque homines ipsos foecundos reddit: nam sol et homo generant hominem: sic lux quam Sacra haec Scientia confert, in animum hominis illapsa, immutat illum, et coelestes foetus concipere et parturire facit. Item quemadmodum in febri illa, quae dicitur ethica, calor ille qui semel medulis insedit, non divellitur, quousque vitali humido consumpto, hominem interimat; ita accidere solet Sacrae Scripturae verbis, si quo decet animo, a legente suscipiantur et menti imprimantur: ut scilicet verba illa sacra semel percepta, omni gladio ancipiti profundiùs penetrent, medulisque ipsis et praecordiis animae ita insideant, ibique adeò fixa maneant, ut nullis mundi machinis divelli possint: ita ut animus ille sic formatus, cum Paulo dicere possit: ¿Quis nos separabit a charitate Christi? In corde meo, inquit Regius Vates, abscondi eloquia tua, ut non peccem tibi. Quemadmodum strenui milites arma quaedam abscondita gerunt, ut se tueantur, atque hostium impetum reprimant: sic iusti viri verbo Dei, intimo animo tamquam praetiosissimo thesauro recondito, se adversus Diaboli insidias muniunt. Ob id D. Paulus monet assumere scutum fidei et galeam salutis, quod est verbum Dei, quo, tamquam gladio e vagina educto, propulsatur et evertitur hostis: et quemadmodum ardenter se amantium verba menti impressa et servata, amoris flammas incendunt et excitant ut mutuus ille amor nulla externa vi divelli aut dissolvi possit; sic qui in corde bono et optimo suscipientes Dei verbum, retinent, admirandos virtutum omnium fructus reddere solent. Quid enim mundanarum rerum non facilè contemnet ille, cuius menti firma atque viva insedit fide illud: Qui utuntur hoc mundo, tanquam non utantur: praeterit enim figura huius mundi? Et: Quid prodest homini si universum mundum lucretur, animae verò suae detrimentum patiatur? Aut cuius rei timore concussus ad impia facta manum extendet ille, qui corde bono constanter retinet illud: Nolite timere eos, qui occidunt corpus, sed eum timete, qui postquam occiderit, habet potestatem mittendi in gehennam? Hinc oriri consuevit admiranda constantia Martyrum: nam Sacra haec Scientia, non solum castos et pudicos Confessores et doctores, sed constantes etiam Martyres facit. Coecilia Romana, Patritii generis virgo, dicitur Evangelicum Codicem numquam dimisisse, sed secum semper deferre solitam in sinu, si quò illi eundum esset, ut Sanctarum Litterarum lectionem, et Sacrorum Mysteriorum meditationem non praetermitteret: sic castitatem servavit sic ad marty rii palmam pervenit. libro II. Machabeorum cap. VII narratur, quo pacto septem illi fortissimi Martyres unà cum Matre constantissima, Sacrae Scripturae verba meditantes et conferentes, invicem se hortarentur mori fortiter, dum Tyranni furore instante dicebant: Dominus Deus aspiciet veritatem, et consolabitur in nobis, quemadmodum in protestatione Cantici declaravit Moyses. Et in servis suis consolabitur Deus. Dei enim sermo, animae inquam praecordiis et medulis impressus, non facile evellitur aut extinguitur; sed ipse potius vivus et efficax perseverans, omnes mundanas et noxias cupiditates extinguit; neque otiosus esse aut cessare potest, quousque hominem ipsum Divino amore languere, imò et mori faciat, ita ut cum Paulo dicere possit: Vivo ego, iam non ego, sed vivit in me Christus; et quidquid cogitet, quidquid loquatur aut faciat, Christus sit. Constat ergo, Sacram Scripturam, secundum omnem sui partem utilissimam esse .... Haec enim Sacra Scientia non ad unam aut alteram rem exequendam habiles facit, ut omnes aliae disciplinae, quae certis limitibus clauduntur, et ad peculiares fines destinantur …. haec Sacra Scientia ad omne opus bonum instruit: omnium enim disciplinarum thesaurus est …. 

Item, si nihil maius ac utilius excogitari potest ab hominibus, quàm vita aeterna; ea autem continetur in Sacris Litteris; quod studium potest esse tantum aut tam utile hominibus, quod cum Sanctarum Litterarum studio conferri possit? Scrutamini (inquit Christus) Scripturas, quia vos dicitis in illis vitam aeternam contineri, et illae sunt, quae testimonium perhibent de me. Item: Haec est vita aeterna, ut cognoscant te Deum verum, et quem misisti Jesum Christum. Dei autem et Christi cognitionem ex Sacris Litteris habemus: ergo nihil hoc studio utilius aut maius est. 

D. Hieronymus in Prooemio I. Comment, super Isaiam, ad Eustochium: " Reddo, inquit, quod debeo, ne illud audiam cum Iudaeis: Erratis nescientes Scripturas; neque virtutem Dei. Si enim, iuxta Apostolum Paulum, Christus Dei virtus est, Deique sapientia; qui nescit Scripturas, nescit Dei virtutem et Dei sapientiam. Ignoratio Scripturarum, ignoratio Christi est.” Haec ille. Sed dicet quis, Deum et Christum eius ex Fidei articulis cognoscimus. Fateor ita esse; sed ex Sanctarum Litterarum studio, quàm suavis, quàm     dulcis sit Dominus ipse, gustamus, et videmus. Praeterquamquod Fidei articuli Scripturae veritate constituuntur et firmantur. "Ipsa fides titubat, inquit D. Augustinus," 

si Divinarum Scripturarum vacillet auctoritas. Porto fide titubante, ipsa etiam charitas languescit.” Et D. Gregorius Hom. VI. super Ezechielem:" Quod de Scripturis Sacris auctoritatem non habet, eadem facilitate eiicitur, qua probatur.”

Quibus laudibus, aut qualibus encomiis Sacram hanc et Divinam Philosophiam prosequemur, quae revera dux est humanae vitae, inventrix legum, et magistra morum, sine qua Christiani hominis vita et institutum, quid esse potuisset? Et nos ipsi, quo pacto inter tot mundi procellas sine hac Sacra Scientia consisteremus? Nam ut supra retuli ex D. Hieronymo, si quid est, quod in hac vita sapientem virum teneat, et inter huius mundi turbines et pressuras manere persuadeat, id in primis est meditatio et scientia Sanctarum Litterarum. Haec est quae non solum mores emollit et affectibus fraena iniicit, sed totum hominem mirabili ratione commutat, mortaliaque pectora, divinam quadam vi suaviter cogit et impellit, et a saeculi vanitatibus in meliorem affectum, ad Deum, inquam, rapit et deducit: quod, ut dixi, nunquam potuit humana Philosophia. Attingit a fine usque ad finem fortiter, et disponit omnia suaviter. Quis erit tam disertus et elegans, qui huius Sacrae Scientiae laudes et encomia recensere valeat? generositatem illius glorificat contubernium habens Dei. Sed et omnium Dominus dilexit illam: doctrix enim est disciplinae Dei, et electrix operum illius, inquit Sapiens. Ergo qui verè docti, qui sapientes, qui moribus conspicui, qui ad docendum apti, et ad exhortandum et arguendum idonei et acuti, qui, ut viros Dei decet, omni ex parte perfecti, et ad omne opus bonum instructi et parati esse cupiunt; hanc sacram disciplinam, eiusque studium amplectantur. Ergo filii hominum, ut quid diligitis vanitatem, et quaeritis mendacium? Usquequo parvuli diligitis infantiam? Quae vos dementia tenet, ut tam sacrum, tamque utile Sacrae Scripturae studium ob mundi lucra, ob voluptates, ob vanos honores negligatis? Accipite, inquit Sapientia ipsa, disciplinam meam, hoc est, Sacram hanc Scientiam. Haec est enim propriè disciplina Dei: quippè quae ipsius mente edita et ore prolata, dictata, electa, et eius impulsu scripta. Doctrinam magis, quam aurum eligite: melior est enim haec Sapientia cunctis opibus pretiosissimis, et omne desiderabile si non potest comparari. Apprehendite ergo disciplinam hanc, ne quando irascatur Dominus, et pereatis de via iusta. 

Foelices animae, quibus haec cognoscere primum 

Inque domos superas scandere, cura fuit.

Non Venus, et vinum, sublimia pectora fregit,

Officiumve fori, militiaeve labor. 

Y en la Controversia VIII, en que pregunta si es conducente a todos el estudio de la Sagrada Escritura; antes de manifestar las justas causas con que se había establecido la regla IV del índice atendida la calamidad de aquel tiempo; en la pág. 67 y siguientes dice estas palabras: Qui huius Sacrae Scientiae, eiusque studii utilitates superiori controversia enumeratas animo evolverit, aequum et valde pietati christianae consonum putabit, ut omnes qui Cristo nomen dederunt, tam sacro studio incumbant, illiusque commodis fruantur. Nam et ipsa Sacra Scientia id videtur exposcere, cum omnes in universum homines ad se invitat et allicit: Venite, inquiens, ad me omnes qui concupiscitis me, et á generationibus meis adimplemini: Spiritus enim meus super mel dulcis &c. Et quidem Sancti Patres et Ecclesiae doctores, non solum viros, sed et foeminas ad hoc sacrum studium, domesticamque Bibliorum lectionem hortabantur. D. Augustinus in Concionibus Quadragesimalibus, quas habuit ad Populum Serm. LV. LVI. XCI. et CXII de Tempore et de Sanctis Serm. XXXVIII qui est primus de anima: "Si, inquit, Scripturas Divinas aut ipsi non legimus, aut legentes alios non libenter audimus, ipsa nobis medicamenta convertuntur in vulnera: et inde habebimus iudicium, unde potuimus habere remedium. Neque vobis solum sufficiat, quod in Ecclesia divinas lectiones auditis; sed in domibus etiam vestris, aut ipsi legite, aut alios legentes requirite, et libenter audite. Si quis occupatus, ut ante refectionem Scripturae Divinae non possit insistere, non pigeat in conviviolo suo aliquid de ea re legere, ut quomodo caro cibo pascitur, sic anima Dei verbo reficiatur; et totus homo, id est, interior et exterior, sancto et salubri convivio satiatus exurgat. Nam si sola caro reficitur, et anima Dei verbo non pascitur, ancilla satiatur, domina fame torquetur: quod quam sit iniustum, sanctitas vestra non ignorat. Ideoque quod iam dixi, Divino illo desiderio legere et audire debetis, ut de his et domi, et ubique alibi fueritis, etiam loqui, et alios docere possitis”. Et Serm. XCI. "Ideo, fratres charissimi, quantum possumus, cum Dei adiutorio, lectioni divinae studeamus insistere, ut legem Dei spiritualiter mereamur agnoscere, et illud impleatur in nobis: Quam dulcia faucibus meis eloquia tua Domine! super mel et favum ori meo.” Et Serm. XXXVIII de Sanctis: “Totis, inquit, viribus, Deo auxiliante, contendite lectionem divinam in domibus vestris frequenter legere”. 

D. Chrisostomus Homil. XXI in genes. cum hortatus fuisset Populum ad diligentem Sanctarum Scripturarum meditationem, subiungit: "Neque frigida illa verba proferamus, Mundanus sum, et mulierem habeo, et puerorum curam gero: qui multis mos est, ut ita dicant, si quando eos rogamus, ut ad virtutum labores ingrediantur, vel studium adhibeant in Sacris Litteris legendis. Non est hoc meum, dicunt: numquid renuntiavi saeculo? numquid Monachus sum? &c. Oro igitur, ne nosmetipsos fallamus, sed quanto magis huiusmodi curis implicamur, tanto magis remedia Divinarum Scripturarum suscipiamus.” Et Homil. XXXIX in cap. IX genesis: "Neque solum cùm huc venitis, sed et domi Divina Biblia in manus sumite, et utilitatem in illis positam magno studio suscipite: inde enim multum lucrum nascitur &c.”

Et D. Hieronymus in Epitaphio Lucini Baetici, ad Theodoram, eius dem Lucini viduam, laudat eundem Lucinum, quod Sanctarum Litterarum amore ductus, sex Notarios missit, qui scripta eiusdem D. Hieronymi transcriberent. "Neque patriae, inquit, suae largitate contentus, missit Hierosolymorum et Alexandrinae Ecclesiae tantum auri, quantum multorum posset inopiae subvenire.”  Et idem Hieronymus sanctas illas faeminas, non solum ad Sacrarum Litterarum lectionem excitabat, sed ipse etiam eas docebat, ut constat ex illius Epistolis ad easdem sanctas et nobiles faeminas. In Epistola ad Principiam, de Marcellae Viduae laudibus sermonem faciens, et illius in discendis et tractandis Sanctis Scripturis studium referens: "Hoc, inquit, solum dicam, quod quidquid in nobis longo fuit studio congregatum, et meditatione diuturnam quasi in naturam versum, hoc illa libavit, didicit, atque possedit, ita ut post profectionem nostram, si in aliquo testimonio Scripturarum esset oborta contentio, ad illam iudicem pergeretur.” Et ipsemet Laetam monuit, ut Paulam filiam ab incunabulis ad pietatem sic institueret, Sacrisque Scripturis eru diendam curaret, ut pro gemmis et serico divinos Codices concupisceret, in quibus non auri et pellis babylonicae vermiculata pictura, sed ad fidem placeret emendata et erudita distinctio. "Discat, inquit, primò Psalterium: his se Canticis avocet: in Proverbiis Salomonis erudiatur ad vitam: in Ecciesiaste consuescat quae mundi sunt calcare: in Iob (Job) virtutis et patientiae exemplar sectetur: ad Evangelia transeat, nunquam ea positura de manibus: Apostolorum Acta et Epistolas totam cordis imbibat voluntate: quibus opibus cum pectoris sui cellarium locupletaverit, mandet memoriae Prophetas, Pentatheucum, Regum, Paralipomenon, Esdrae, Esther volumina &c.” Haec ille. Quod reipsa praestitisse nobilissimam et honestissimam illam faeminam, docet idem D. Hieronymus in Epitaphio ipsius Paulae, scribens ad Eustochium Paulae filiam. Nam de ipsa Paula loquens: "Scripturas, inquit,  tenebat memoriter.” Et paulo post: "Denique compulit me, ut Vetus et Novum Testamentum, cum filia, me disserente, perlegeret.” Et in Apologia adversus Ruffinum refert, Eusebium tres Libros elegantissimos scripsisse, vitam Pamphili Martyris continentes: in quorum tertio inter alia refert, Pamphiluin solitum fuisse Sacros Scripturarum Codices faeminis etiam dono dare, ut legerent. Et Psal. XXII referens sui temporis consuetudinem: "Solent, inquit, viri; solent Monachi; solent et mulierculae, hoc inter se habere certamen, ut qui plus ediscunt Scripturas, in eis se putent esse meliores.” Ergo si haec erat antiqua consuetudo; si Sancti ipsi Ecclesiae Doctores ad hoc sacrum studium omnes christianos homines, et denique ipsas pudicas faeminas excitabant, id consequens esse videtur, ut Sacrum hoc Scripturarum studium omnibus etiam laicis et saecularibus hominibus, et ipsis etiam faeminis, sit proficuum et necessarium. Hominum atque temporum malitia factum est, ut Sacrae Scripturae studia (adeo alioquin utilia et salutaria) perversis quibusdam hominibus Sacras ipsas Litteras depravantibus non sint omnibus proficua. Quapropter prudenter et Sanctae Ecclesiae praecepto cautum est, ne vulgari lingua Sacra Biblia evulgentur aut legantur, aut imperitae vulgi multitudini permittantur. Y sigue probando la justificación de esta ley por la calamidad de aquel tiempo, que a juicio de los superiores eclesiásticos ya no subsiste. Y en la Controversia XII pág. 116. y siguientes, dice: 

Divus Paulus inter maxima Discipuli sui Timothei praeconia, recenset, quod ab infantia Sacris Litteris enutritus fuerit: et quemadmodum alii solent, Parentum stemmata iuvenibus proponere, ut eos excitent ad studium virtutis; sic Paulus Timotheum monet, ut in fide et morum integritate persistat, proponens ei, et in memoriam revocans Sanctarum Litterarum studia, quibus ab ineunte aetate vacaverat: Tu autem tene quod habes, sciens a quo didiceris, et quod ab in fantia Sacras Litteras nosti. Cum Iulianus Apostata contenderet utiliorem esse Graecorum doctrinam iuvenibus, ob idque Cyrillo Alexandrino exprobrasset, quod Sanctarum Litterarum studio indefessè incumberet, respondit Cyrillus lib VII pueros in Sacris Litteris enutritos statim fieri religiosissimos, etiamsi minus eloquentes: de quo copiosè dixi in libro de recta nobilium educatione.

Y en la Controversia XIII en que pregunta si deben ser apartados de la lección de la Escritura los que no pueden adquirir de ella un perfecto conocimiento, propone el motivo de tratar este punto, diciendo: Dicet aliquis, Sanctarum Litterarum studia esse quidem doctis et sapientibus grata et iocunda: at verò his, qui in Sacris Scripturis versati non sunt, esse difficilia atque molesta. 

Y en la respuesta en que se propone demostrar que no es esta bastante causa para no darse al estudio y meditación de las Sagradas Escrituras; desde la pág. 129 dice las siguientes palabras: Divus Chrisostomus in Praefatione Epistolae ad Romanos, multos esse dicit, qui Sacrarum Scripturarum, et praecipuè D. Pauli studia negligant: Hoc verò, inquit, non ignorantia facit, sed quod nolint Beati huius Viri scripta in manibus habere: neque enim nos, quae scimus, ab ingenii bonitate atque acumine scimus, sed quod illi nos Viro impensè affecti, ab illius lectione numquam discedimus. “Haec ille. Qui verò tam assiduo studio aut non possunt, aut nolunt Sanctarum Scripturarum notitiam sibi comparare, non ob id ab eius lectione ob difficultatem deterreantur. Nam Sanctarum Scripturarum lectio etiam non plenè intelligentibus solet esse amabilis atque utilis. Divinus Psaltes: Declaratio, inquit, sermonum tuorum illuminat, et intellectum dat parvulis; vel (ut habent Hebraici Codices) Ostium sermonum tuorum illuminat &c. 

Quasi dicat: Sacrarum Scripturarum meditatio et assidua lectio, non solum his qui earum arcana ingrediuntur et penetrant, utilissima educatione est; sed hi etiam, qui vel ostium earum attingunt, et facili atque plano sensu contenti sunt, coelesti quodam lumine illustrantur: non enim Sacra haec Scientia a se prorsus arcet simplices et innocentes viros, quin intellectum dat parvulis. Certè Eunuchus ille Candaces Reginae Aethiopum, quamvis Isaiae Prophetiam non intelligeret, legebat tamen tantam aviditate 

et voluptate, ut neque iter faciens sacram lectionem praetermitteret. 

D. Gregorius in Prologo Moral. Sacra Scriptura sicut Mysteriis sapientes exercet, sic superficie simplices refovet: habet enim in publico unde parvulos nutriat et servet: in secreto unde mentes sublimium admiratione suspendat quasi quidam fluvius, ut ita dixerim, planus et altus, in quo et agnus ambulet, et elephas natet. "Mirabilis, inquit, fluvius qui est ita planus, quod ibi agnus simplex et illiteratus potest siccis pedibus transire, et elephas, id est, magnus et subtilis, potest natare, imò potest se submergere. Dictis obscurioribus fortes exercet, et parvulis humili sermone blanditur. Neque igitur clausa est, ut pavesci debeat; nec sic patet ut vilescat, sed usu fastidium tollit.” 

Et D. Augustinus II. super genes. ad litteram c. 19. "Sic, inquit, loquitur Scriptura, ut altitudine superbos irrideat, profunditate attentos terreat, virtute magnos pascat, affabilitate parvulos nutriat.” …. Et lib. VI. Confes. cap. 8. “Eo, inquit, mihi venerabilior, et sacrosancta fide dignior apparebat auctoritas Sacrae Scripturae; quo et omnibus ad legendum esset in promptu, et secreti sui dignitatem in intellectu profundiore servaret: verbis apertissimis et humillimo genere loquendi se cunctis praebens, et exercens intentionem eorum, qui non sunt leves corde: ut exciperet omnes populari sinu, et per angusta foramina paucos ad se traiiceret: multò tamen plures, quàm si tanto apice auctoritatis emineret, neque turbas gremio auctoritatis hauriret.” 

El mismo doctor Pedro López de Montoya en su docto y piadoso libro de la buena educación y enseñanza de los nobles, impreso en Madrid por los años 1595, en el cap. XVI, donde habla de las ciencias que se han de enseñar a los nobles; a la pág. 85 dice las siguientes palabras: La ciencia de los reyes de Israel y Judá era el estudio de la Santa Escritura. Y entre los reyes cristianos se conservó esta buena costumbre. Y de las pláticas y escrituras hechas por los reyes de nuestra España, se conoce cuan ejercitados estaban en ella, así por los testimonios que citan, como por el estilo y las palabras de que usan tan propias de la Santa Escritura, en que ellos leían y se ejercitaban ordinariamente. El rey don Alonso X de Castilla afirmó, que con todas las ocupaciones que tuvo en su tiempo, había leído cuarenta veces la Santa Escritura con sus glosas. Diodoro, libro segundo y tercero de las cosas antiguas, dice: que entre los egipcios se acostumbraba, que habiendo hecho el sacerdote su sacrificio, entrase luego a leer al rey una parte de los libros de las cosas divinas. S. Cirilo enseñaba a los niños por el texto de la Santa Escritura: y siendo notado y reprendido de Juliano apóstata, que en los Sagrados Libros no aprendían los niños elegancia en la lengua, respondió, que si no salían con ser muy elegantes, salían con ser virtuosos. Y si los maestros siguiesen a san Cirilo, y supiesen enseñar como él, verían cuan cierto es lo que él decía. Y después de poner las condiciones con que se ha de entrar en este estudio, y el cuidado con que el maestro debe encaminar a los jóvenes para que vayan tomando gusto y cobrando amor a los libros sagrados, los cuales (dice) contienen en sí toda la erudición y enseñanza necesaria para todos los estados, prosigue diciendo en la pág. 86: El haberse criado un hombre en tan graves y tan santos estudios, le pone un cierto respeto y nueva obligación a la virtud. Y por esto S. Pablo encarga a Timoteo su discípulo, que para estar muy advertido a sus obligaciones, se acuerde siempre que         desde la niñez se ocupó en aprender y saber las sagradas letras. Y bien se le pareció a Timoteo el provecho que sacó de esta ciencia.  

El Padre Francisco Arias, de la compañía de Jesús, en el libro de la imitación de Cristo nuestro Señor tom. 1, en el tratado 5, hablando de los bienes que tenemos en Cristo, y    de la necesidad en que estamos de imitarlo, por ser nuestro maestro y doctor; después de tratar largamente de la excelencia de las Divinas Escrituras, viniendo a hablar de algunas cualidades por donde se descubre ser doctrina del cielo; en el capítulo X edición de Clemente Hidalgo de 1599 (sin señalar el lugar de la impresión)  pág. 447. y siguientes dice estas palabras: Para este mismo fin que la Escritura Sagrada pretende de hacer los hombres verdaderamente justos, tiene otra cualidad y condición divina, que descubre más la fuente de donde manó, que es la infinita bondad y sabiduría de Dios; y es, que teniendo doctrina altísima y que excede incomparablemente toda la facultad del ingenio humano, y teniendo sentencias gravísimas y muy escondidas y de inefable sabiduría; explica y enseña todas estas cosas con un estilo llano, humilde y sencillo, con el cual convida y anima a todos los hombres a que la lean, y les da confianza de que la podrán entender, y los consuela y alegra y halaga con esta esperanza. Mas hay esta diferencia acerca de las cosas que enseña; que las que son necesarias para la salvación y que convienen a todos, fácilmente todos las perciben y entienden. Porque aunque los misterios sean en sí altísimos y muy sobrenaturales, 

y los preceptos y consejos muy graves; no todo lo que en ellos hay es necesario que lo entiendan todos, sino lo que pertenece a la historia, y a la letra y a la verdad del hecho. Y esto como se explica con lenguaje y modo de decir sencillo y claro, y acomodado a la capacidad de los flacos, todos lo entienden para creer lo que se debe creer, y obrar lo que se debe obrar. Y las cosas que no es necesario que todos las entiendan y sepan, sino los pastores y príncipes de la Iglesia, que la gobiernan y han de dar razón de las cosas de la fe, y confirmar las verdades, y confutar los errores contrarios; y los maestros y ministros del Evangelio que lo han de enseñar a otros; estas aunque no las entienden luego con facilidad, mas el estilo humilde y llano en que se enseñan, da confianza de que se entenderán; y trabajando los fieles con estudio y oración y pureza de vida por la inteligencia de ellas, vienen a entender con claridad y certidumbre muchas de ellas. Y cuando hallan lo que buscaban, y alcanzan lo que deseaban, alégranse con tan rico tesoro, y estímanlo mucho, y procuran conservarlo y aprovecharse de él, y gustan mucho de las verdades que han entendido, y dan gracias a Dios porque se las descubrió: y admíranse de la sabiduría de Dios que tan grandes misterios y tan altos sacramentos tenía escondidos debajo de aquella corteza de letra y de aquellas palabras humildes. Y las cosas que no entienden ni alcanzan, adóranlas y reveréncianlas como a misterios divinos, dignos de toda reverencia; y sacan de allí por una parte humildad conociendo la flaqueza del ingenio humano y la necesidad que tiene de luz sobrenatural para entender bien las verdades de Dios; y sacan también cuidado y vigilancia para disponerse mejor con más oración y pureza y con más estudio, hasta venir a entender el misterio y secreto de Dios que no entendían. 

"El maestro que ha de enseñar a otros doctrina que aprendan o virtudes que obren, dice san Agustín (1: De Doctr. Christ. lib. IV cap. 8. et 9.) que no debe poner tanto cuidado con cuanta elocuencia y elegancia de palabras ha de enseñar, como con quanta evidencia y

claridad ha de hablar para ser entendido. Y por esto algunas veces ha de dejar las palabras pulidas y elegantes, y usar de otras más llanas y humildes, para ser bien entendido y salir con su intento, que es aprovechar.” Y dice adelante: Los buenos maestros han de hablar en lenguaje vulgar, y como habla el pueblo comúnmente, para huir la oscuridad y la duda en las palabras con que enseñan; y así hablen y enseñen, que sean entendidos de todos. Porque ¿qué aprovecha la pureza y perfección en las palabras, si no se entiende lo que se dice y enseña?". Estos documentos y avisos de san Agustín que debe guardar el buen maestro y sabio y prudente doctor, se hallan por excelencia y por modo admirable en la Sagrada Escritura, como habemos dicho; porque el de ella es de infinita bondad y prudencia, y tiene por intento aprovechar con su doctrina a los que la leen y oyen, y hacerlos justos y santos; y esto lo desea sumamente y con inmensa caridad. Y por esto no cura que las palabras sean muy elegantes y el estilo muy sublime, conforme a la retórica del mundo; sino con palabras llanas y estilo humilde y claro, explica y enseña altísimos misterios y profundísima sabiduría, para que con más facilidad y suavidad su doctrina sea entendida, y todos se aprovechen de ella. Esta propiedad admirable de la Divina Escritura explica S. Agustín (2: S. August. Epist. III. ad Volussian.) por estas palabras: “El modo de decir de la Sagrada Escritura convida a todos a que lleguen a ella a leerla y entenderla, mas no todos la penetran y entienden: las cosas manifiestas que contiene, con sencillez, como si fuera un amigo familiar, las dice al corazón de sabios e ignorantes; y las cosas más secretas y ocultas; por la alteza del misterio que contienen, no las oscurece con el estilo altivo e hinchado, que pone temor a los menos sabios y de más tardo ingenio para que no osen llegar a ella; sino dícelas también con estilo humilde, con el cual convida y anima a todos: y llegando todos a ella, con las cosas manifiestas que luego perciben, da a todos pasto de doctrina, y con las cosas más ocultas ejercita los de más ingenio, para que pongan estudio y cuidado en entenderlas. Y las verdades que dice manifiestamente y que en parte luego se perciben, aquellas mismas oculta con misterio; porque hallándolas siempre manifiestas, no sientan fastidio, y tengan en menos la inteligencia de ellas; y hallándolas ocultas y deseando entenderlas, cuando con estudio las vienen a entender, renuévase la inteligencia de ellas, y estímanla más, y recíbenla con mayor gusto y suavidad. Y de aquí viene, que con las letras sagradas los vicios se corrigen, y las costumbres se informan, y los ingenios pequeños se crían y perfeccionan, y los grandes se ejercitan.” Esto es de san Agustín.               

Y en el capítulo XIII pág. 459 y siguientes, hablando de como los principales filósofos lo bueno que dijeron lo sacaron de las Divinas Escrituras, dice las siguientes palabras: 

Pitágoras y Anaxágoras, que fueron poco antes de Sócrates y Platón, hicieron peregrinaciones a la tierra de Egipto y los caldeos, y a otras partes donde habían estado los hijos de Israel; y tuvieron noticia de la doctrina que aquel pueblo tenía de Dios y comunicaba entre los gentiles entre quien habitaba. Y también algunas cosas de la Escritura Sagrada antes de los LXX intérpretes, se habían trasladado en otras lenguas: y así pudieron los griegos en estas peregrinaciones aprender muchas cosas de la Escritura Sagrada; y de aquí les vino la ventaja que en la sabiduría llevaron a otras naciones; mas con las tinieblas de los vicios que en ellos predominaban, estas cosas buenas y verdaderas que aprendieron del pueblo de Dios, y que ellos alcanzaron con su ingenio, las pervirtieron con muchos errores, como hemos probado. Para que conozcamos aqueste sumo beneficio que Dios ha hecho al pueblo cristiano de darnos la Escritura Sagrada, en la cual aprendamos la verdad limpia y pura de toda sombra de error y vanidad, y en la cual gustemos de la sabiduría de Dios en su fuente, y con la cual nos edifiquemos y consolemos, y encendamos en amor de Dios, y nos despertemos a toda virtud. 

Y en la pág. 460 dice: Otros muchos estando en la infidelidad, con el mismo deseo y favor divino han leído las letras sagradas, y sin enseñamiento de hombres han conocido, que tal doctrina y tal ley tan pura y tan santa en todo cuanto enseña y manda, que es doctrina de Dios y ley verdadera, dada del cielo para salud del mundo; y la han creído y recibido, y se han hecho hijos humildes y obedientes de la Iglesia. 

Y queriendo confirmar esto con ejemplos, en la pág. 463 prosigue diciendo: 

Digamos ahora algunos de los que siendo infieles, y leyendo la Escritura Sagrada, con la luz de la buena razón ayudada del favor divino, han conocido la verdad de ella; y se han sujetado a la fe de Cristo. Victorino orador y filósofo gentil, el más eminente y famoso que hubo en su tiempo entre los gentiles, maestro de los senadores romanos, y que mereció le pusiesen estatua pública en el foro de Roma; siendo ya de mucha edad leyó las Letras Sagradas, y con su grande ingenio y luz que Dios le comunicó, conoció que esta era la verdadera doctrina del cielo, y en la que se había de salvar: 

y dejó el error de la gentilidad, y con grande admiración de Roma y dolor de los gentiles y consuelo de la Iglesia, profesó públicamente la fe de Cristo. Y contando san Agustín aquesta (dejo aquesta y no edito esta) conversión de Victorino, alabando a Dios por ella, le dice: “Fue este hecho, Señor, de tu divina gracia muy digno de que por él mucho te alabemos: ver de qué manera aquel viejo doctísimo en todas las artes liberales y versado en toda la filosofía, maestro de tantos nobles senadores, y que por la erudición de su esclareci do ingenio había merecido estatua en el foro Romano, habiendo sido adorador de los ídolos y participante de sus sacrilegios hasta la vejez, despreciando todo esto se hizo discípulo tuyo; y como si fuera un niño se fue a la fuente del Bautismo, y sujetó su cuello a tu ley, y abrazó la ignominia de la cruz, confesándola por virtud y gloria divina. ¡O Señor! como entraste secretamente en aquel pecho con tus favores y lo alumbraste! Leía la Escritura Sagrada, escudriñábala con grande estudio; y convencido de la ver dad, dijo a Simpliciano: Sabe que ya soy cristiano.” Esto es de san Agustín (1: Confes. lib. VIII cap. 2).

Taciano que fue en tiempo de Marco Antonino Vero, fue también filósofo gentil, y doctísimo y muy célebre en la filosofía y erudición de los griegos, en quien florecían las letras. Este movido de Dios, deseó saber la verdadera ley en que Dios era servido y el hombre se había de salvar; y con este deseo encontró con los libros de Sagrada Escritura, y leyendo en ellos le abrió Dios los ojos, y vio la hermosura y perfección de la Ley evangélica, y conoció la verdad de ella y se hizo cristiano; y escribió admirablemente contra los errores de los gentiles confundiéndolos todos, y confirmando la fe santísima que había recibido. Todo esto fue don de Dios, y testimonio de su verdad y de su providencia, que no deja de enseñar y alumbrar a los que de corazón desean su salvación: y esto hemos de considerar en la conversión de Taciano y en los principios tan santos que tuvo. Hilario que después fue santo y obispo de Pictavia, siendo hombre gentil y de grande erudición y prudencia, conociendo con la buena razón y filosofía, que las sectas de los gentiles en que se había criado, eran falsas y vanas, y que no había más que un Dios verdadero, deseó mucho conocer a este Dios y Criador, y hallar la ley verdadera en que lo había de servir y salvar su ánima. Andando con este deseo encontró con la Escritura Sagrada; leyó en el Testamento Viejo las cosas que pertenecen a la divinidad de Dios y de sus divinas perfecciones, y en el Evangelio el misterio de la Santísima Trinidad y Encarnación del Hijo de Dios; y leyendo y considerando estas cosas con la luz que Dios le dio, conoció que esta era doctrina del cielo y verdad de Dios; y admiróse de la altísima sabiduría que resplandecía en la Escritura Sagrada, y alegróse sumamente de haber hallado tan precioso tesoro, y

de la esperanza que le daba de la vida eterna. De aquí se movió a recibir el Bautismo y profesar la fe de Cristo, y a ser en la Iglesia tan admirable en santidad y

sabiduría. Esto pasó a estos a otros muchos gentiles, que leyendo la Escritura Sagrada, de ver su gravedad y pureza y decoro y hermosura, conocieron ser

de Dios, y recibieron la fe. Y no es maravilla, que la Escritura que está toda tan llena de divina sabiduría, obre esto en los corazones desapasionados que la leen, pues pedazos o sentencias de la misma Escritura escritas imperfectamente en los libros de gentiles, han obrado esto mismo. Las Sibilas que vivieron entre gentiles, y fueron de nación de gentiles, y tuvieron espíritu profético, dejaron escritas algunas profecías de Cristo que guardaban los romanos en sus archivos con gran religión. De la profecía de una de estas sacó Virgilio algunas sentencias, y las puso en sus églogas en versos diciendo: Que ya había venido el siglo dorado significado por la Sibila Cumea, en el cual había de venir del cielo un nuevo varón que había de nacer niño en el mundo: y se había de levantar en la tierra una gente santa y pura como el oro, y que se habían de deshacer los rastros del pecado que tenían atemorizada la tierra (1: Virg. Eglog. 4). Y leyendo estos versos muchos gentiles sabios, conocieron que esta profecía pertenecía a Cristo y que en solo él se había cumplido: y de aquí entendieron la verdad de la ley de Cristo, y recibieron la fe. De estos fueron Secundiano y Veriano y Marceliano, que movidos de la lección de estos versos se convirtieron a la fé, y fueron mártires gloriosos de Cristo (2: Martyrol. 9. April.). 

Y lo mismo le aconteció a Papino Estacio poeta, que por la lección de estos versos se convirtió a la fe de Cristo. Si una Profecía leída en un poeta y tan mal interpretada por él, movió tanto al conocimiento de la verdad; ¿cuánto más lo hará la Divina Escritura, que está toda llena de profecías Divinas y de sabiduría del cielo?               

Y en el capítulo XLV, en que trata como la Escritura a los que ya son fieles, cuando la leen los alumbra más en la fe y los mueve a toda virtud; dice desde la pág. 465 las siguientes palabras: Como a los infieles la lección de la Sagrada Escritura los mueve al conocimiento de la verdadera fe, así la misma Escritura, a los fieles que con atención y limpia vida la leen y consideran, les acrecienta el conocimiento de la verdad y la luz de la fe, y los confirma y hace crecer más en ella: y con este conocimiento los inflama más en amor de Dios y de los bienes celestiales, y los anima más a toda virtud. 

Y después de traer los ejemplos de los santos doctores Basilio y Gregorio Nacianceno, que por la lección de las sagradas letras subieron a grande altura de santidad, prosigue diciendo: Lo que pasó a estos santos ha pasado en todos los siglos a otros innumerables santos varones de Dios, que leyendo y meditando la Escritura Sagrada y los misterios de ella, han sacado limpieza de corazón, victoria de los vicios, mortificación de las pasiones, desprecio del mundo, y grande y amor de Dios y de los bienes celestiales. Y contemplando en ella su hermosura y gravedad, su pureza y perfección y la profundidad de la sabiduría divina que en ella está encerrada y se descubre a cada uno conforme a su capacidad, y experimentando en sí mismos el fruto que de ella han sacado de virtudes y consuelos divinos, y viendo delante de los ojos el fruto que ha obrado en todo el mundo, desterrando errores y santificando almas, han crecido tanto en la luz y firmeza de la fe con los dones sobrenaturales que Dios les ha comunicado, que les parece que ven ya con evidencia y claridad, que es doctrina de Dios y verdad de Dios. Y extendiéndose más en los frutos que de esta lectura se siguen, concluye el capítulo con las siguientes palabras: 

Todos estos bienes tan grandes y tan preciosos sacan los varones justos de la lección y meditación de la Divina Escritura y de sus misterios. Y para los que no saben letras, lo mismo es la lección de los libros santos sacados de la Sagrada Escritura, y la consideración de la doctrina y misterios que enseñan y declaran: porque el mismo fruto sacan de tales libros como estos, y los mismos efectos obran en ellos. Confirmando todo esto san Gerónimo (1: Ad Paulin. et Ps. CXLVII et ad Demetriadem), como maestro que había muy bien experimentado aqueste fruto divino que se saca de las Divinas Letras, dice estas palabras: “Nuestras riquezas son pensar en la ley de Dios de noche y de día; porque ¿qué tal puede ser la vida presente sin la noticia y consideración de las Letras Sagradas, por las cuales conocemos a Cristo? ¿Qué manjares, qué panales de miel pueden ser más dulces, que conocer y contemplar en las Escrituras la sabiduría de Dios? Suavísima es la palabra de Dios; todos los deleites que se pueden desear se hallan en ella. Tengámoslas siempre en las manos leyéndolas y en el entendimiento meditando en ellas, para poner por obra todo lo que en ellas hubiéremos aprendido.”

Y porque no piense nadie, que este divino ejercicio solamente pertenece a los religiosos o a las personas que no están ocupadas en negocios y oficios de la república: por esto queriendo Dios informar las costumbres del rey y enseñarle como había de temer a su Dios y hacer vida digna de rey, le obligó para esto a escribir y leer la Escritura y a considerarla. Y parece que da a entender la Escritura, que él mismo con su propia mano la había de escribir, para que mejor se le imprimiese en la memoria y la leyese mejor y estimase en más. Esto mandó Dios (Deut. XVII) diciendo: Cuando el rey tomare la posesión del reino y se asentare en su trono real, escribirá para sí el libro de la ley de Dios, recibiendo el ejemplar de donde la ha de trasladar, de los legítimos sacerdotes del tribu de Leví; y ternálo (lo tendrá) consigo, y leerá en él todos los días de su vida; para que de aquí aprenda a temer al señor Dios suyo, y guardar todos sus preceptos y mandamientos. Y hablando Dios con Josué capitán de su pueblo y hombre de guerra, le dijo (Josué I.): Mira que el libro de la Ley lo tengas siempre en la boca leyéndolo y hablando de él; y que con el corazón consideres y medites lo que en él está escrito todos los días y las noches, para que cumplas y pongas por obra todas las cosas que en él están escritas. En estos mandamientos que dio Dios a los reyes y capitanes de su pueblo, declaró cuan necesario y conveniente es a todos los fieles de cualquier estado y condición que sean, leer la doctrina y los misterios divinos de la Escritura Sagrada, o en otros libros de santa doctrina, y meditarlos con atención y cuidado todos los días, para sacar de la tal lección y consideración el temor de Dios y el cumplimiento de su voluntad, como lo hacía aquel santo rey que decía (Psal. CXVIII): En mi corazón, señor, escondí tus palabras, abrazándolas con fe y considerándolas con atención, para no pecar contra ti.    

El mismo P. Francisco Arias, en el libro del aprovechamiento espiritual impreso en Sevilla año 1596. Trat. 4. cap. 10. pág. 212 y siguiente, dice estas palabras: Ha acontecido a hombres gentiles estando en las tinieblas de la gentilidad, encontrar con algún libro de la Escritura Sagrada y leer en él, y de considerar la santidad y pureza de   las cosas que leían, moverse luego a dejar la infidelidad, y sujetarse al yugo de Cristo y dar la vida por él. Así le aconteció a santa Eugenia, que siendo ella muy enseñada en la filosofía humana, y deseosa de acertar, le vino a las manos un libro de las Epístolas de san Pablo; y leyendo en él, conoció el engaño de los gentiles y la verdad de la sabiduría cristiana, y se convirtió y fue martirizada por Cristo. Lo mismo le aconteció a la gloriosa Domna, mártir de Cristo, que siendo virgen gentil muy discreta y muy ilustre en el Palacio del emperador Maximiano, halló un volumen en que estaban las Epístolas de san Pablo y los hechos de los Apóstoles, y leyendo en él, descubrió los errores de la gentilidad, y conoció la verdad de la Ley evangélica con grande admiración de tan alta sabiduría, y con grande gozo de haber encontrado con tan precioso tesoro. A Crisanto le pasó lo mismo: que leyendo los Evangelios y Epístolas de san Pablo, conoció la verdad, y se convirtió a la fe de Cristo y dio la vida por ella.           Pues si a gentiles leyendo la doctrina evangélica con una pequeña centella 

de buena razón, ayudada del favor divino, que a nadie se niega, se descubre tanto de la santidad y hermosura de ella; ¿qué hará a las almas fieles, que ilustradas de la fe, y ayudadas de muy copiosa gracia, consideran atentamente los misterios y documentos de nuestra santísima fe? ¡O qué alteza y profundidad de sabiduría se les descubre!

¡O qué pureza y hermosura y suavidad de ley se les manifiesta! ¡O con cuánta admiración y consuelo y amor de la verdad dicen con David: Admirables son, Señor, 

los testimonios de tu ley! ¡O qué dulces son, Señor, al gusto de mi corazón! Mi alma los guardó y los amó mucho (Psal. CXVIII.). 

El mismo P. Arias en el dicho libro del aprovechamiento espiritual, tratado V cap. XIX pág. 478 y siguientes, dice: En la Sagrada Escritura se halla esta virtud altísima y gracia maravillosísima, como lo ponderan los santos, que para los flacos y pequeños es fácil y como leche blanda. Porque hallan y entienden sin dificultad en ella todas las cosas necesarias para la salvación, y los atrae y convida con grande suavidad. 

Y para los fuertes y perfectos es dificílima y un piélago inmenso de misterios, y una alteza incomprehensible de sabiduría. De manera, que pasa en ella lo que dice 

S. Agustín (1: In Epist. III. ad Volus. et de Doctr. Christ. lib. II.): que hallando luego todos los fieles en ella las cosas necesarias para vivir bien y salvarse; si quieren entender más de ella, después de haberse ejercitado en este estudio desde la mocedad hasta la última vejez varones de acutísimos ingenios y deseosísimos de aprender; cuando parece que habían de ser consumados, y que habían de acabar de entenderla entonces se hallan principiantes y comienzan a aprender de nuevo. Y juntamente con esta facilidad y llaneza que tiene para unos, y profundidad que tiene para otros, es una mesa divina donde se hallan todos los manjares de virtudes que se pueden desear: y una sala de armas, donde se hallan todos los géneros de armas y todos los remedios que se pueden pedir contra todos los vicios y tentaciones. Porque informa las costumbres de todos los estados, enseña lo que han de hacer todos los particulares de todas las naciones de la tierra, cada uno conforme a su vocación y oficio y modo de vida: enseña lo que han de hacer los pueblos, los rectores de las pro vincias, los senadores de la tierra, los reyes y emperadores del mundo, así para sus personas, como para el gobierno de las Repúblicas. Y de tal manera enseña lo que han de hacer los hombres de todos los estados y de todas las naciones, que no les quita la naturaleza ni estado, ni el oficio alto o bajo, sino solamente les quita la malicia y desorden, haciendo que todos vivan santamente conforme al natural y al estado y oficio de cada uno. Pues esto que se halla en la Sagrada Escritura, porque es palabra de Dios puesta en público para todos los hombres del mundo, convino sumamente que también se hallase en la vida de Cristo nuestro señor, que es Verbo del Eterno Padre, y es el fin de la Escritura Sagrada, y es el Evangelio vivo: y nos es puesto por ejemplo y dechado a todos los hombres de todas las naciones y estados del mundo.                  

El P. Fr. Luis de Granada, del orden de predicadores, en su obra intitulada: Compendio de doctrina cristiana, traducida de lengua portuguesa en nuestro vulgar castellano por fray Juan de Montoya de la misma orden, impresa en Granada con privilegio real año 1595, en el capítulo 1, pág. 1. b. y siguientes, dice: ¿Con qué otras armas peleó nuestro capitán Jesucristo en el desierto con el enemigo, sino repitiendo a cada tentación una palabra de la Escritura? Pues estas armas nos tienen robadas al día de hoy en muchas partes del pueblo cristiano nuestros enemigos, dejando en lugar de ellas las armas de su milicia, que son los libros torpes y profanos de la caballería del Diablo. Allende desto, ¿qué mayor gloria tiene el pueblo cristiano que la palabra de Dios y los favores del cielo? ¿Qué gente hay, dice el profeta, tan noble, que tenga las ceremonias y los juicios y leyes de Dios que os pondré este día delante de los ojos? Y en el Salmo CXLVII loa a Dios el profeta real, diciendo que tenía declarada su palabra a Jacob, y sus juicios a Israel, la cual merced a ningún otro pueblo fue concedida. 

Pues si esta es tan alta y tan singular gloria; ¿qué me aprovecha a mí que ella en sí sea tan grande, si no me aprovecho de ella? ¿Si no la veo? ¿Si no la platico? ¿Si no la traigo en el corazón y en las manos? ¿Si no alumbro con ella mis ignorancias? ¿Si no castigo con ella mis culpas? ¿Si no enfreno (refreno) con ella mis apetitos? ¿Si no aficiono con ella mi corazón a las cosas del cielo? Que la medicina de suyo sea eficacísima y de maravillosa virtud, ¿qué me aprovechará a mí, si no quiero yo usar de ella? Porque no está el bien del hombre en sola la posesión de las cosas, por muy excelentes que sean, sino en el usufructo de ellas, porque con la participación y servicio del bien se haga bueno el que no lo es. Cosa es por cierto maravillosa como puede haber en los hombres tan gran descuido de cosa que Dios tanto les encomienda, y que tanto les encarga para su aprovechamiento. El mismo se puso a escribir con su dedo las leyes en que habíamos de vivir. El mandó hacer un Tabernáculo y una Arca con grandísimas riquezas y artificio, donde quiso que estuviese guardado y depositado este libro con suma veneración. El mandó a Josué, que nunca apartase este libro de sus ojos; porque leyendo siempre él, enseñase a los otros lo que leyese. El mandó, que cualquiera que fuese rey de Israel, tuviera a par de sí este libro escrito de su propia mano, si quisiese reinar prósperamente, y vivir largos días en la tierra. Sobre lo cual dice Filon, nobilísimo escritor entre los judíos, que no se contentó Dios con que el rey tuviese escrito este libro por mano ajena, sino que él lo escribiese de la suya propia, porque con esto le quedasen más impresas en la memoria sus sentencias, escribiéndolas palabra por palabra muy despacio. Y porque más estimase lo que él por su propia mano siendo rey hubiese escrito, teniendo tantos escribanos y oficiales a quien pudiera encomendar aquel trabajo. Y porque aquí creciese en el dicho rey la estima de la Ley de Dios, viendo que la primera vez fue escrita con su propio dedo, y después se escribía no por la mano de vulgares hombres, sino de los mismos reyes. Y como si esto no bastara, para mayor recordación de este consejo mandó a Moisés,                      que cuando entrase en la tierra de promisión alzase unas grandes piedras escribiendo en ellas las palabras de esta ley: porque los que fuesen y viniesen por aquel camino, viendo aquellas letras, oyesen la voz de aquel mudo predicador. Y conforme a esto aconseja Salomón a aquel espiritual hijo que instruye en el libro de sus Proverbios diciendo: Guarda, hijo mío, los mandamientos de tu Padre, y no desampares la ley de tu Madre: trabaja por traerla atada siempre a tu corazón, y cuélgala como a una joya de tu cuello. Cuando anduvieres ande contigo; y cuando durmieres esté a tu cabecera; 

y cuando despertares platica con ella. Porque los mandamientos de Dios es una vela encendida, y su ley es luz: y el castigo de la doctrina es camino para vida. 

Mil lugares de estos se podrían traer aquí, tomados así de estos libros, como de los otros Sapienciales: en los cuales son los hombres de mil maneras exhortados al amor y estudio de la Divina Sabiduría, que no es otra sino de día y de noche leer, oír, pensar y meditar la ley de Dios, que es aquella buena parte que escogió María, la cual asentada a los pies de Cristo, oía con silencio su palabra. Pues ¿qué diré de la virtud y efectos maravillosos de esta palabra? Cuando Dios quiso convertir a los de su pueblo de sus pecados, mandó a Jeremías que escribiendo todas las profecías que contra aquel pueblo tenía reveladas, las leyese públicamente delante de ellos. La cual lección dejó tan atónitos y tan espantados a los oyentes, que mirándose unos a otros, estaban llenos de espanto y de confusión. Cuando el rey Josías hizo aquellas tan grandes hazañas y maravillas en servicio de Dios, que nunca antes ni después de él otro semejante las hizo; ¿qué otro medio ni principio tuvo para todo esto, sino leer en aquel libro de la Ley de Dios que fue hallado en el templo? cuando el rey Josafat quiso reducir su reino al culto y obediencia de Dios; ¿qué otro medio tomó para esto, sino enviar sacerdotes y levitas por todas las partes de él, llevando el libro de la Ley de Dios en las manos, y leyéndolo al pueblo, y exhortándole a la observancia de su doctrina? Y para dar Dios a entender el fruto que de esta maravillosa invención había resultado, dice luego la Escritura: Por lo cual puso Dios un tan grande temor en todos los reinos de la tierra, que no osaron tomar armas contra el rey Josafat. Y así creció su gloria hasta el Cielo, siendo grandes sus riquezas y señorío. Todo esto se escribe en el capítulo XVII del libro II del Paralipómenon: el cual capítulo deseo yo que todos los prelados de la Iglesia cristiana tuviesen escrito en medio de sus corazones, porque se enseñasen a ser obispos del ejemplo de este rey. Porque si ellos hiciesen lo que este hizo, sin duda no florecería ahora menos el imperio de los cristianos, que entonces floreció el de los judíos, pues es ahora el mismo Dios que entonces, y tan poderoso para hacer las mismas mercedes, si le hiciésemos los mismos servicios. Que si ahora está la Iglesia por todas partes cercada de tantos males, así de guerras como de herejías; no sé a qué se puede esto atribuir, sino a la falta que hay de esta providencia.

Pues cuando el profeta Baruc quiso provocar a penitencia aquella parte del pueblo que fue llevado cautivo a Babilonia, de este mismo medio se aprovechó, juntando en un lugar todos los cautivos, y leyéndoles una parte de su doctrina. La cual lección, dice la Escritura Divina, que los hizo llorar y rezar y ayunar, haciendo penitencia de sus pecados; y ayuntando (juntando) todos en común sus limosnas, enviáronlas a Jerusalén para ofrecer sacrificios por sus pecados: con las cuales enviaron también el libro que les habían leído, para que también allá lo leyesen, creyendo que aquella lección obraría en todos los que la oyesen lo que en ellos había obrado. Pues acabado este cautiverio después de los setenta años; ¿con qué se comenzó a fundar otra vez la ciudad y el templo y la religión, sino con esta misma lección de la Ley de Dios? Y así se escribe en el segundo libro de Esdras, que al séptimo mes concurrió todo el pueblo de sus ciudades a Jerusalén con un ánimo y corazón; y juntos en una gran plaza, leyó Esdras siete días continuos clara y distintamente el libro de la ley y mandamientos de Dios, derramando el pueblo muchas lágrimas cuando esto se leía. Y a los veinte y cuatro días de aquel mes, volvieron a continuar su lección cuatro veces al día: en las cuales también oraban y loaban a Dios; y con estos dos ejercicios se movían a penitencia, renovando la religión que estaba caída, y acabando con sus oraciones una de las mayores hazañas que se hicieron en el mundo, que fue desechar y despedir las mujeres extranjeras con quien estaban casados, porque el pueblo de Dios no quedase mezclado con el linaje de los gentiles. Estos y otros maravillosos efectos obra en las ánimas la palabra de Dios. Por razón de lo cual en la Escritura Sagrada tiene muchos y diversos nombres, significando en ellos la variedad y multitud de estos efectos. Llámase pan, vino, lumbre, fuego, martillo, medicina, agua, espíritu, vida, rocío del cielo y de otras muchas maneras. Llámase pan, porque sustenta al hombre en la vida espiritual. Llámase vino, porque alegra y fortifica los corazones en el camino de Dios. Llámase lumbre, porque alumbra los entendimientos en el conocimiento de la verdad. Llámase fuego, porque enciende las voluntades en el amor de Dios. Llámase martillo, porque quebranta los corazones obstinados y endurecidos. Llámase agua, porque templa el ardor de nuestros apetitos y malos deseos. Llámase rocío del cielo y agua llovediza, porque riega la tierra de nuestros corazones estériles y secos, haciéndoles dar fruto de buenas obras. Llámase medicina, porque con ellas se curan las llagas de nuestros pecados, segun lo significó el sabio diciendo: No la yerba ni el emplastro (emplasto) sanó a hombres, sino vuestra palabra, Señor, que sana todas las cosas. Finalmente, la palabra de Dios todas las cosas obra y puede como el mismo Dios, pues es instrumento suyo. Y así con mucha razón se le atribuyen en su manera todos los efectos de la causa principal. Por lo cual dice el profeta: la voz del Señor es poderorísima, la voz del Señor es con gran largueza. Y así como es poderosísima, así           obra cosas poderosísimas. Porque la palabra de Dios resucita los muertos, reengendra los vivos, cura los enfermos, conserva los sanos, alumbra los ciegos, enciende los tibios, harta los hambrientos, esfuerza los flacos, alegra los tristes, anima los desesperados. Finalmente, ella es aquel maná celestial que tenía las virtudes y sabores de todos los manjares; porque no hay gusto ni afecto que un alma desee tener, que no lo halle en las palabras de Dios. Con ellas se consuela el triste y se anima el desconfiado, enciéndese el indevoto, consuélase el atribulado, muévese a penitencia el duro, derrítese más el que está blando. Muchos de estos efectos explicó en pocas palabras el profeta cuando dijo: La ley del Señor es limpia y sin mancilla, y que convierte las ánimas: el testimonio del Señor es fiel y verdadero, y enseña y da sabiduría a los pequeños: las justicias del Señor son derechas que alegran los corazones: el mandamiento del Señor es claro y resplandeciente, que alumbra los ojos del alma. Que tan grande sea esta sabiduría y esta lumbre, el mismo profeta lo declara en otro Salmo diciendo: ¡Cuán enamorado estoy, Señor, de vuestra ley! todo el día se me pasa pensando en ella: hízome más prudente que son todos mis enemigos, y por esto nunca de ella me apartaré: ella me hizo más sabio que todos mis maestros, por estar yo siempre ocupado en el estudio y consideración de ella: ella me hizo más discreto que los viejos experimentados, por ejercitarme en la guarda de ella. Pues si tan grandes y maravillosos efectos obra en las almas esta luz; ¿qué cosa es más para llorar, como al principio dijimos, que ver tan desterrada esta luz del mundo? ¿Que ver tantas y tan palpables tinieblas? ¿Tanta ignorancia en los hijos, tanto descuido en los padres, y tanta rudeza y ceguedad en la mayor parte de los cristianos? ¿Qué cosa hay en el mundo más digna de ser sabida, y qué cosa hay más despreciada? 

Y en el prólogo Galeato, después de casi a la letra las antecedentes palabras, § 2, prosigue diciendo: san Gerónimo escribiendo a una virgen nobilísima por nombre Demetria (la cual gastaba todo su patrimonio con los pobres) la primera cosa que le encomienda es la lección de la buena doctrina, aconsejándola que sembrase en la buena tierra de su corazón la semilla de la palabra de Dios, para que el fruto de la vida fuese conforme a ella. Y después de otros muchos documentos que allí le da, al cabo dice, que quiere, que quiere juntar el fin de la carta con el principio, volviendo a exhortarla a la misma lección. Y a santa Paula, porque era muy continua en derramar lágrimas de devoción, aconseja que temple este ejercicio, por guardar la vista para la lección de la buena doctrina. A un amigo escribe (1: Ad Florent.) pidiéndole ciertos libros santos; dando por razón, que el verdadero pasto del ánima es pensar en la ley del Señor día y noche. san Bernardo (2: de modo bene vivendi, Serm. I.) escribiendo a una hermana suya, la aconseja este mismo estudio, declarándole muy por menudo los frutos y efectos de la buena lección. Y lo que más es, el apóstol san Pablo aconseja a su discípulo Timoteo (3: I. Timoth. IV.), que estaba lleno del Espíritu Santo, "Que entre tanto que él venia, se ocupase en la lección de las Santas Escrituras:” las cuales dende (desde) niño había Timoteo aprendido. Mas sobre  todos estos testimonios, es ilustrísimo y eficacísimo para rendir todos los entendimientos el de Moysen: el cual después de propuesta y declarada la ley de Dios, dice así (Deut VI): Estarán estas palabras que yo ahora te propongo, en tu corazón, y enseñarlas has a tus hijos; y pensarás en ellas estando en tu casa, y andando camino, y cuando te acostares y levantares de dormir. Y atarlas has, como una señal, en tu mano, y estarán y moverse han delante de tus ojos, y escribirlas has en los umbrales y en las puertas de tu casa. (El pelo de algunos judíos, con tirabuzones, rizos, simula la ley escrita) No sé con qué otras palabras se pudiera más encarecer la consideración y estudio de la ley y mandamientos de Dios, que con estas. Y como si todo esto fuera poco, vuelve luego en el cap. XI del mismo libro a repetir otra vez la misma encomienda con las mismas palabras (que es cosa que pocas veces se hace en la Escritura): tan grande era el cuidado que este divino hombre (que hablaba con Dios cara a cara) quería que tuviésemos de pensar siempre en la ley de Dios: como quien tan bien conocía la obligación que a esto tenemos, y los inestimables frutos y provechos que de esto se siguen. Y en el § 4, respondiendo a los que suponen seguirse inconvenientes de esta lección, dice estas notables palabras: Otros dicen, que de la buena lección toman muchos ocasión para algunos errores. A esto se responde: que ninguna cosa hay tan buena y tan perfecta, de que no pueda usar mal la malicia humana. ¿Qué doctrina más perfecta que la de los Evangelios y Epístolas de S. Pablo? Pues todos cuantos herejes ha habido, presentes y pasados, pretenden fundar sus herejías en esta tan excelente doctrina. Por donde el apóstol S. Pedro haciendo mención de las Epístolas de san Pablo (4: II. Pet. III.), dice que hay en ellas algunas cosas dificultosas de entender, de que tomaron ocasión algunos malos hombres para fundar sus errores. Y añade más: que de todas las Santas Escrituras pretenden ayudarse los herejes, torciéndolas y falsificándolas para dar color a sus errores. Y allende de esto, ¿qué cosa hay en la vida humana tan necesaria tan provechosa, que si hiciéramos mucho caso de los inconvenientes que trae consigo, no la hayamos de desechar? 

(Se repite el texto casi a la letra que ya se leyó más arriba)

No casen los padres sus hijas: pues muchas mujeres mueren de parto, y otras a manos de sus maridos. No haya médicos ni medicinas: pues muchas veces ellos y ellas matan. No haya espadas ni armas: porque cada día se matan los hombres con ellas. No se navegue la mar: pues tantos naufragios de vidas y haciendas se padecen en ella. No haya estudios de teología: pues todos los herejes usando mal de ella, tomaron de ahí motivos para sus herejías. ¿Mas qué diré de las cosas de la tierra, pues aun las del cielo no carecen de inconvenientes? ¿Qué cosa más necesaria para el gobierno de este mundo, que el Sol? ¿Pues cuántos hombres han enfermado y muerto con sus grandes calores? ¿Y qué digo de estas cosas pues de la bondad y misericordia y de la Pasión de Cristo nuestro Salvador (que son las causas principales de todo nuestro bien) toman ocasión los malos para perseverar en sus pecados, ateniéndose a estas prendas? A todo esto añado una de mucha consideración.

Pregunto: ¿qué cosa más poderosa para convencer todos los entendimientos y traerlos a la fe, que la resurrección de Lázaro de cuatro días enterrado y hediondo, al cual resucitó el Salvador con estas palabras (1: Ioan. XI.): Lázaro, sal fuera; y esto bastó para que ni las fuerzas de la muerte, ni las ataduras de pies y manos con que estaba preso, le detuviesen en el sepulcro? Pues ¿qué corazón pudiera haber tan obstinado, que con esta tan grande maravilla no quedara asombrado y rendido a la fe de aquel Señor? Mas; ¡O increíble malicia del corazón humano! Esta tan espantosa maravilla no sólo no bastó para convencer el corazón de los pontífices y fariseos, mas antes de aquí tomaron ocasión para condenar a muerte al obrador de tan gran milagro: y no contentos con esto, trataban de matar a Lázaro, porque muchos por esto venían a creer en el Salvador. Pues si la malicia humana es tan grande, que de aquí sacó motivo para tan gran mal; ¿quién ha de hacer argumento del abuso con que los malos pervierten las cosas buenas, y las tuercen y aplican a sus dañadas voluntades, para que por eso se impida lo bueno? Todo esto se ha dicho, para que se entienda, que ninguna cosa hay tan buena que carezca de inconvenientes, más ocasionados por el abuso de los hombres, que por la naturaleza de las cosas. Mas no por eso es razón que por la desorden y abuso de los pocos, pierdan los buenos y los muchos el fruto de la buena doctrina. Lo cual abiertamente nos enseñó el Salvador en la parábola de la cizaña (2: Matth. XIII.), donde dice que preguntando los criados al padre de la familia si arrancarían aquella mala yerba, porque no hiciese daño a la sementera; respondió que la dejasen estar: porque podría ser que arrancando la mala yerba, a vueltas de ella arrancasen la buena. En la cual parábola nos enseña, que ha de ser tan privilegiada la condición de los buenos, que muchos inconvenientes se han de tragar, a cuenta de no ser ellos agraviados. A todo esto añado, que la doctrina sana no sólo no da motivos para errores, mas antes ella es la que más nos ayuda a la firmeza y confirmación de la fe. Para lo cual me pareció referir aquí una cosa que me contó un señor del consejo general de la santa inquisición de estos reinos de Portugal: la cual sirve grandemente para conocer el fruto de la buena lección y el daño de la mala. Contó pues este señor, que vino a pedir misericordia al santo oficio por su propia voluntad, sin ser acusado, un hombre: el cual confesó, que dándose a leer malos libros, vino a perder de tal manera la fe, que tenía para sí que no había más que nacer y morir: más que después por cierta ocasión que se ofreció, o porque la divina providencia lo ordenó, comenzó a leer por libros de buena doctrina; y dándose mucho a esta lección, vino a salir de aquella ceguedad en que estaba, y pidió perdón de ella, y lo alcanzó. Esto quíselo escribir aquí en favor y testimonio del fruto de la buena lección. La conclusión de todo este discurso es, que las leyes y el buen juicio no miran lo particular, sino lo común y general: conviene a saber, no lo que acaece a personas particulares, sino lo que toca generalmente al común de todos: los cuales no es razón que pierdan por el abuso y desorden de los pocos. Ni tampoco mira a los particulares; daños que traen las cosas, si son mayores los provechos que los daños; como se ve en la navegación de la Mar: porque si son grandes los daños de los naufragios, son mucho mayores los provechos de la navegación. El mismo Fray Luis de Granada en el Tratado de la Devoción, cap. II. § 6, dice: Como dice san Bernardo, nuestro corazón es como un molino que nunca para, y siempre muele aquello que echan en él; si trigo, trigo; y si cebada, cebada. 

Y por esto conviene ocuparlo muchas veces con la lección de los libros sagrados; porque cuando hubiere de pensar en algo, piense en aquello con que lo tenemos ocupado. Y por esto san Gerónimo encomienda tanto la lección de las Escrituras Santas en todas sus Epístolas; y señaladamente en aquella que escribió a la virgen Demetria, donde al principio de la carta dice así: "Una cosa te quiero aconsejar, virgen de Cristo, y repetirla muchas y muchas veces: conviene saber, que ocupes siempre tu corazón en el amor y estudio de las Escrituras Sagradas; y no permitas que en la buena tierra de tu pecho se siembre mala semilla.” Y al fin de la misma carta vuelve otra vez a encargarle este mismo consejo diciendo: "Quiero juntar el fin con el principio; porque no me contento con haber amonestado esto una vez. Ama las Escrituras Sagradas, y amarte ha la sabiduría: date a ellas y guardarte han: abrázalas y honrarte han.” 

El M. Fr. Luis de León, en el prólogo a su obra de los nombres de Cristo edición de Valencia de 1770. pág. 1 y siguientes, dice: Notoria cosa es, que las Escrituras que llamamos sagradas, las inspiró Dios a los profetas, que las escribieron, para que nos fuesen en los trabajos de esta vida consuelo, y en las tinieblas y errores de ella clara y fiel luz; y para que en las llagas que hacen en nuestras almas la pasión y el pecado, allí, como en oficina general, tuviésemos para cada una propio y saludable remedio. 

Y porque las escribió para este fin, que es universal, también es manifiesto que pretendió, que el uso de ellas fuese común a todos, y así, cuanto es de su parte lo hizo; porque las compuso con palabras llanísimas, y en lengua que era vulgar a aquellos a quien las dio primero. Y después, cuando de aquellos, juntamente con el verdadero conocimiento de Jesucristo, se comunicó y traspasó también este tesoro a las gentes, hizo que se pusiesen en muchas lenguas, y casi en todas aquellas que entonces eran más generales y más comunes, porque fuesen gozadas comúnmente de todos. Y así fue, que en los primeros tiempos de la Iglesia y en no pocos años después, era gran culpa en cualquiera de los fieles no ocuparse mucho en el estudio y lección de los libros divinos. Y los eclesiásticos, y los que llamamos seglares, así los doctos, como los que carecían de letras, por esta causa trataban tanto de este conocimiento, que el cuidado de los vulgares despertaba el estudio de los que por su oficio son maestros, quiero decir de los prelados y obispos: los cuales de ordinario en sus Iglesias casi todos los días declaraban las Santas Escrituras al pueblo; para que la lección particular que cada uno tenía de ellas en su casa, alumbrada con la luz de como regida con la voz del maestro, careciese de error y fuese causa de más señalado provecho. El cual a la verdad fue tan grande, cuanto aquel gobierno era bueno: y respondió el fruto a la sementera, como lo saben los que tienen alguna noticia de la historia de aquellos tiempos. Pero, como decía, esto que de suyo es tan bueno y fue tan útil en aquel tiempo, la condición triste de nuestros siglos y la experiencia de nuestra gran desventura nos enseñan, que nos es ocasión ahora de muchos daños. 

Y así, los que gobiernan la Iglesia con maduro consejo y como forzados de la misma necesidad, han puesto una cierta y debida tasa en este negocio; ordenando que los libros de la Sagrada Escritura no anden en lenguas vulgares, de manera que los ignorantes los puedan leer: y como a gente animal y tosca, que o no conocen estas riquezas, o si las conocen, no usan bien de ellas, se las han quitado al vulgo de entre las manos. 


El Dr. D. Juan Díez De Arze (Arce), canónigo de la metropolitana Iglesia de México, en el lib. IV de su Qüestionario (cuestionario) expositivo, dedicado al Papa Inocencio X e impreso en México el año 1648, al cap. I. Quest. VII, pág. 7. b. y siguientes, dice estas notables palabras: Prima conclusio: Generatim omnes homines cuiuscumque status, si ratione utantur, studio Bibliorum suo modo obligantur. Hinc Villavicentius lib. 1 de ratione studii Theol. cap. 1 ait: “Nullus est, cui non incumbit nosse praecipua coelestis Philosophiae capita, quo fidei suae reddat rationem poscentibus” &c. Cum ergo quilibet infimae sortis ad hanc Philosophiam, ut de fide reddant rationem, teneantur, ceteri secundum quod creverint in obligatione, scientia, statu et conditionibus ad impensiùs et ampliùs studendum obligantur. Probatur, quia ut docent S. Augustinus Epist. XLVIII et CXI ad Iulian. S. Gregorius lib. IV Epist. LXXXIV. S. Chrisost. et alii, Biblia sunt Epistolae nobis, ut filiis, a Deo Patre nostro missae, ut a malis liberemur, et de fine Beatitudinis, ad quam assequendam creati sumus, erudiamur. Sed quis ex filiis, ad quos Pater suus Epistolam mittit, si non stupidus, qui eam non legat, ut intelligat, aut sibi legi, et ab intelligente declarari conetur? Ergo omnes homines arbitrio utentes, cuiusque aetatis et conditionis Bibliis studere, et ut ea pro modulo cuiusque sibi declarentur, conari tenebuntur, ut de Divini Patris praeceptis instruantur, et monitis ipsius saluberrimis humiliter imbuantur. Quam magnam etiam gentilibus afferre possit lectio Bibliorum utilitatem, suadetur, quia, ut refert Possevinus lib. IX Biblioth. quidam Praetor in regno Sinarum cum Decalogum audivisset, multis proceribus adstantibus dixit: Lex Divina est, si enim a Rege aliquo condita fuisset, ipsius tantum regni usui. At haec universalis est, omnibusque omnium gentium et regnorum hominibus consentanea est. Ideoque ab Orbis totius auctore est. Tantum latet virtutis pondus in verbis sacris, ut homines etiam Gentiles trahat. Et apud Laurentium Soranzum in suo Othomano c. 104. habetur: Paucos ante hosce annos in aula Amurathis iuvenis Turca Divinam casu quodam Scripturam legit, divinitus ad christianam fidem conversus, ad eandem Amurathem liberrime admonuit; quare ab eo crudeliter constantissimus Christi martyr interfectus est. Ex his et innumeris aliis exemplis constat, non solum pios, sed barbaros; non solum diuturna, sed casuali Bibliorum lectione magnam posse capere utilitatem. Ergo quicumque eis attente studuerit, prout Deus iuxta conatus applicationem adiuverit, capiet emolumentum. Certe Plato, et AEgyptii quae salubria docuerunt a Bibliis et a Ieremia Propheta acceperunt. Posterior conclusio: Speciatim Christiani debent studio Bibliorum, quoad possint, applicari. Hinc Villavicentius supra: Cum enim velit Deus omnes homines salvos fieri, par sanè est, omnes legendis atque intelligendis Sacris Libris, quibus veritas concluditur, invigilare. Probatur ex auctoritate S. Augustini lib. II. de Civit. cap. 2. dicentis: Homini nulla est causa philosophandi, nisi ut beatus sit. Hinc quilibet homo ratione utens tenetur philosophari, discurrere, regulam et directionem rationis sequi, ut amplius et amplius de Deo ab ipso Deo erudiatur. 

Ergo si quicumque ratione utens etiam gentilis ratione uti tenetur, et philosophari, secundum quod potest, ut legem naturae servet, ut peccatum vitet, ne in ipso et per ipsum stet, ut a Deo deseratur, imò ad Beatitudinem disponatur: ergo magis obligabitur Christianus ad studendum Bibliis, prout ea sibi a Deo missa, cum illa, ut medium ad salutem consequendam cognoverit saltim per catechesim christianam, ut a cognitione quorundam mysteriorum ad clariorem aliorum intellectum perveniat. Quod tamen per proprium studium melius assequetur secundum propriam applicationem et capacitatem. Ostendamus amplius verbis et exemplo adducto a S. Gregorio lib. IV Dialog. c. 14. 

ubi de S. Servulo mendico ait: “Nequaquam litteras noverat, sed Scripturae Sacrae sibimet codices emerat, et religiosos quosque in hospitalitatem suscipiens, hos coram se studiosè legere faciebat. Factum est ut iuxta modum suum plene Sacram Scripturam disceret, cum sicut dixi, litteras funditus ignoraret.” Hinc deducitur inevitabile argumentum: Si S. Servulus, quia sibi Biblia legi faciebat, ex auditis tantum potuit proficere, ut iuxta modum suum plenè Sacram Scripturam disceret: quid sibi adquireret, si per se ipsum legere et studere valuisset? Ergo quilibet Christianus huius ejemplo sive per se, sive ministerio legentis simile quid vel melius, Deo favente, consequetur.  

Ex dictis rationes dubitandi facilè dissolvuntur. Licet enim usus Librorum quorum lectione offensio aliquibus timetur, bene a Republica prohibeatur; at quicumque sit studiosus, si debitè studio Bibliorum applicetur, nullum incurret incommodum, sed potius Deo bonae voluntati et studiosae diligentiae propitio commodum assequetur et emolumentum. Cum enim Biblia sint Dei Epistolae, et quicumque filii litteras Patris sui reverenter accipientes, si attentè legant et monitis pareant, paterna benedictione stabiliuntur; et si filius minor per se legere et intelligere non valuerit litteras, ut Patris praecepta et monita ad impleat, natu maiorem consuluerit, ut probè intelligat et instruatur, rectè faciet: ita nos cum simus filii Dei, et ab eo has Sacras Litteras acceperimus, ut de paterna voluntate instruamur, et eius praeceptis et monitis pareamus; sive per nos ipsos nostram qualicumque industriam et studio, sive adiumento et magisterio fratrum maiorum, scilicet Doctorum et Praelatorum, his Litteris incumbere obligamur, ut unusquisque secundum proprium conatum datam sibi capacitatem, et sibi iniunctum ministerium melius et fructuosius perscrutetur, quo quidem et Dei benedictionem, et saniorem et meliorem intelligentiam consequetur.   

Sed videamus qualiter Gregorius Lopez se ad studium Bibliorum obligatum ostenderit. Venit in Novum Orbem Christi discipulus, ut omnium incolarum Occidentalium esset condiscipulus: dispersit, dedit pauperibus quae secum ab Hispania attulerat bona; in desertum exivit penè nudus, et verè omnia sua secum portat, dum nihil aliud portat nisi Sacra Biblia. cap. 22 vitae dicitur: Las alhajas que poseía eran una Biblia y un Mapa, y un globo que hizo por sus manos, y otros dos libros que él había escrito. 

Bibliis contentus, tanquam variam et amplissimam sibi a magistro et patre Deo datam ad studendum Bibliothecam, ad idem studium omnes mortales exemplo suo provocavit, ostendens se, utpote unius Libri, studiosum notabilem. Dum Biblia solum pretio habet et cetera contemnit; omnia contemnenda docet, et sola Biblia unicè aestimanda declarat, et docet quemlibet hominem ratione utentem huic primo et praecipuo operi debitè applicandum; et licet professione silentiarius nutibus dum Biblia genuflectens legit, meditabundus ambulat, et quasi magna considerans, profundè meditatur, omnes huic studio incumbendum hortatur, et urgentius quam vocibus, operibus loquitur et proclamat. 

Y en la cuestión VIII: An liceat faeminis Sacrorum Bibliorum studio incumbere, eaque interpretari; después de probar en la primera conclusión, que María santísima con preferencia a todos los doctores, desempeñó el ministerio de declarar e interpretar la Escritura, prosigue diciendo en la pág. 10 y siguientes: 

Secunda conclusio: Faeminas a parentibus piis in Sacris Litteris erudiri, et eis ab ipsa infantia imbui, et tamquam lacte posse nutriri, a S. Hieronymo edocemur. 

In Epistola enim ad Laetam de institutione filiae, ait: “Adhuc tenera lingua Psalmis imbuatur. Ipsa per sese consuescat paulatim verba contexere; non sint ea fortuita, sed certa et coacervata de industria, Prophetarum, videlicet, atque Apostolorum, et omnis ab Adam Patriarcharum series de Matthaeo, Lucaque descendat, ut dum aliud agit, futurae memoriae praeparetur. Reddat tibi pensum quotidie de Scripturarum floribus carptum. Pro gemmis et serico divinos Codices amet. Haec Hieronymus. Sed Laetae filiolam suam a lacte ad Biblia avocare licuit, ex sententia Interpretis Maximi: ergo similiter aliis Matronis licitum erit, imò et laudabile, ut non solum in parte Bibliorum, scilicet Catechesi Christiana, sed in aliis partibus Bibliorum et filios et filias optent, et si obtineri potest, procurent erudiri, propter magnas utilitates, quae in docendis eis sequentur, ut super Psal. XLIII. I. Patres nostri narraverunt nobis, congerit S. Chrisostomus. Tertia conclusio.: Virgines Deo, praesertim instituto religioso consecrandas, Bibliorum studio assuescere, esset profectò laudatissimum, et in eo a pueritia vel ab adolescentia, sive domibus parentum, sive in monasteriis erudiri, ut in eo, prout indoles et ingenium, et, quod potissimum est, Divina Bonitas concederet, proficerent, et in dies maiora incrementa susciperent. Prosequar transcribere verba S. Hieronymi, cuius doctrinam aperio. Epistolam ad Laetam prosequitur tradere modum institutionis filiolae. Et postquam illam aetate infantili sillabicare et legere in Bibliis, et ex illis aliquas sententias memoriae mandare admonuerat; ut ordinem in discendis            praescribat, et in scientiis Bibliorum virginem illam adolescere instituat, subiungit:  “Discat primò Psalterium, his se Canticis avocet, et in Proverbiis Salomonis erudiatur ad vitam. In Ecclesiaste consuescat quae mundi sunt calcare. In Iob virtutis et patientiae exempla sectetur. Ad Evangelia transeat, nunquam ea depositura de manibus. Apostolorum Acta et Epistolas totam cordis imbibat voluntate. Cùmque pectoris sui cellarium his opibus locupletaverit, mandet memoriae Prophetas, Pentateuchum, et Regum, et Paralipomenon Libros, Esdrae quoque et Esther volumina. Ad ultimum sine periculo discat Canticum Canticorum, ne si in exordio legat, sub carnalibus verbis spiritualium nuptiarum Epitalamia non intelligens, vulneretur.” 

Vult ergo S. Hieronymus taliter eam in eruditione Bibliorum proficere, ut secundum quod profectus apparuerit, tantò ampliùs ad altiora promoveatur. Quid ergo incommodi, imò quid non commodi, si virgines Moniales futurae in prima aetate in ipsis Bibliorum sententiis, ubi de Domino Iesu et Sancta Deipara agitur, sillabicare et legere doceantur, ut statim in principio dulcissimis Iesu et Mariae nominibus, et consequenter eorundem auxiliis imbuantur? 

Y en la respuesta al 4. argumento pág. II. dice: 

Erant, ut notat Theophilactus I. Tim. II. 12. tempore Apostoli mulieres, quae donum prophetiae acceperant. Ne ergo sibi in Ecclesia docere et prophetare licitum existimarent, eis inhibet docere et dominari in Ecclesia: domi tamen et privatim concedit. Et ita Actor. XVIII. 26. Priscilla fidem docuit virum eloquentem Apollo.

Eruditae enim non solum filios et servos, imò et maritos poterant docere et in fide instruere. Sicut S. Martha Marium, S. Coecilia Valerianum, S. Anatalia Adrianum, S. Monica Patritium, Theodelinda Agilulphum Longobardorum Regem, Clotildis Clodoveum, Flavia Domitilla Flavium Clementem instruxerunt.

Y en la respuesta al 5. argumento, entre otras cosas dice pág. 11.b.

Hinc non tollitur, quod mulier (praesertim religiosa) studio Bibliorum non possit applicari ex professò, si ei contigerit, ut a parentibus aut consensu Praelatorum artibus et scientiis fuerit aliquomodo instructa, magnum sibi et sociabus ex studio Bibliorum capiet emolumentum, cum in religiosa et conscientiae puritas, et silentium a temporalibus, ut lumen Dei splendeat, reperiatur. Laudabo cum Gregorio Nazianzeno sororis eruditae silentium …. Sed admirabor Timotheum ab avia Loide, et matre Erudice ab infantia in Bibliis eruditum... Numquid virgines quae erant in Bethlehemitico Sanctae Paulae monasterio, Bibliis studentes, non servabant silentium? De eis S. Hieronymus: "Non licebat non quotidiè aliquid de Scripturis Sanctis discere.” Silentium tamen servabant.      Nec in hac quaestione, quae ad studiosam mulierem restringitur, exemplo et documento venerabilis Gregorii Lopez omninò destituimur. Quia, nullatenus existimasse ab studio Bibliorum mulieres excludendas, imò potius admittendas, colligitur, cum exemplo suo patenti, et perpetuo studendi Bibliis, non solum viros hos aut illos, sed omnem rationalem creaturam ad idem studium provocaverit et induxerit.

Y en el cap. III. Qüest. IX, en que trata de la edad en que se ha de comenzar el estudio de la Sagrada Escritura, en la pág. 13 y siguientes dice estas palabras: 

Prima conclusio: Pueri omnes cum primo matris lacte illis Bibliorum documentis imbuendi necessariò sunt, quae Doctrinam Christianam, Fidem catholicam, Dei reverentiam, amorem et timorem, peccati fugam, et virtutis sequelam concernunt. 

Haec non indigent probatione, cum ex ipsis terminis pateant. Etenim indigni Parentum nomine debuissent iudicari, qui filios suos ut balbutire incipiunt, et panem petere, a Deo petere illum, ei caput subiicere, eum revereri, et deinceps in Catechesi non instruunt, ut in pietate et doctrina nutriantur. 

Secunda conclusio: Multum interesset, si ab infantia omnes homines possent assuescere studio Bibliorum, ea legerent, memoriae mandarent, et eorum intelligentiae penitùs incumberent. Horatius: Quo semel est imbuta recens, servabit odorem Testa diù. Et vetus proloquium: A teneris consuescere multum est.... Ergo omnis et quilibet homo, cum nullum habeat negotium, nisi ut Deum agnoscat, amet, et sequatur, oportet ab ineunte statim pueritia studendo in singulis saluti convenientibus meditari. 

Mirabile huic proposito et recens exemplum, non praeteribo incliti Francorum Regis Luisii XIII (Ludovico, Ludovicus, Ludwig, Luis 13) qui lecto iacens moriturus, infanti quatuor annorum, Regnorum haeredi Sacra Biblia dedit, venerari, et osculari iussit, 

et doctrinam eorum omninò sequi, quasi grandaevum alloqueretur, docebat et hortabatur, ut filius suus (prout illi ad breve tempus concedebatur eum erudire) sibi Bibliorum studiosissimo assimilaretur. Probatur amplius ratione. Quia si in artibus minoribus et in disciplinis facilioribus rectè vigilat parentum cura, ut eis addiscendis quam primum pueri applicentur; ergo non solum laudabilius, sed prout obtineri potest, exoptandum, ut supremum, difficillimum, et nunquam exhauriendum Bibliorum studium a pueritia inchoëtur. Tertiò suadetur quàm utile sit studioso ab infantia in Bibliis erudiri exemplo eorum qui ex tunc eruditi. II. Timoth. III. 15. de suo Timotheo dicit Apostolus: scirentAb infantia Sacras Litteras nosti. Et S. Ephrem Tom. III. fol. 251. idem refert de S. Abrahamio puero nobili, in Sermone de ipso. Etiam de Origine, Sophronio, Petronio Episcopo Bononiensi, Honorato Massiliensi, S. Calybita, et aliis aliqui Scriptores referunt. V. Beda ab anno 7 in Religione educatus. Sed ii et alii pueri a prima aetate Bibliis studuerunt, et ea cum profectu noverunt: ergo istud studium aliis pueris non indecens, sed laudabile et proficuum debet iudicari.           

Quarto. Quia ut colligitur ex Iosepho II. contra Appionem, pueri ab Hebraeis antequam nomen proprium scirent, Bibliis applicabantur: et erat observatum, ut puer quinque annorum Bibliis assuesceret, ita ut post alphabetum utcumque perceptum, aliqua Bibliorum particula legenda et ad discenda eis proponeretur ….

Tertia conclusio. Cui non concessa felicitas, ut ab infantia Bibliis studuerit, et in aliis scientiis adoleverit, statim ut possit, Bibliis assuescat, et tempus quod amisit, diligentissimo studio instaurare contendat, et quod optat (Deo bene iuvante) feliciter assequetur …. Certè adolescens, si bonis moribus studium Bibliorum adiungat, et in eo exercitio proficiat; necesse est, ut incrementa capiat, et ad summam virtutis et sapientiae veniat perfectionem .... Licet ergo Christianus artibus et scientiis (prout illi munere Dei largiatur) veniat erudiendus, ut omnes scientiae ei ut Bibliorum studioso deserviant: tamen quod ut primum et principale intendendum cuicumque est studium Bibliorum, aliae artes et scientiae ut accessoriae. Etenim qui serò, aut fracti aliarum artium studio ad studium Bibliorum accedunt, aut nunquam, aut rarò, nec sine pertinaci studio et labore Biblia memoriam comprehendunt, ut in promptu aliquas auctoritates possint obtinere. At qui Bibliis principaliter, et aliis scientiis et artibus prout cuicumque ex officio et munere eligendo oporteat, incubuerit; et scientiis, ut ancillis Sacrae Scripturae deservientibus utetur, et non solum sibi ad salutem animae necessaria, sed etiam ad eruditionem aliorum pro futura exactè consequetur. Cum Iulianus Apostata contenderet, utiliorem esse Graecorum doctrinam iuvenibus, ob idque S. Cyrillo Alexandrino exprobrasset, quod Sanctarum Litterarum studio indefessè incumberet; respondet Cyrillus lib. VII pueros in Sacris Litteris enutritos, statim fieri religiosissimos, etiamsi minus eloquentes: sed ut ex S. Bonaventura infrà dicemus, S. Bernardus ex studio frequenti Bibliorum, suavissimus et eloquentissimus evasit .... 

Tertio infertur, debere omnem aetatem, et praesertim primaevam ad hoc sacrum studium, et amorem virtutum a Principibus et Dominis Christianis, tum disciplinam, tum praemio promoveri, ut ab infantia spiritu vivifico e Sacris Bibliis imbibito, ad propagationem Evangelii per immensas, tum cognitas, tum incognitas Novi Mexici terras et Nationes ire accendantur ….

Sed ad nostrum exemplum oculos convertamus, speculantes, an Vener. Gregorius Lopez ab ipsa pueritia Bibliorum studiosus splenduerit. Et quidem plus quàm probabilis coniectura suadet partem affirmativam... Cum enim eleganter legere, pulchrè scribere, et alia plurima puer sagax a parentibus et Scholae magistro didicisset, ad Eremitam secessit, ut altiori exercitio orationis et lectionis Bibliorum daretur, quorum recens imbutus, servavit odorem usque in finem. Lectioni ergo Bibliorum praecipuo Dei magisterio deditus, et interventione illius Eremitae per sex annos et plus, ut ex dictis colligitur, et prudenter debet ratiocinari, coepit erudiri in artibus variis, exercitio scientiarum, et oratione perfici, et lectioni Bibliorum assuescere... Postquam hucusque dicta satis probabilia, ut per legitimum discursum deducta scripseramus, eadem iam typographiae mandata revidendo, occurrit addere, discursum evasisse veritati adaequatum. Etenim, ut P. Fr. Franciscus Suárez, Franciscanus, iuramento testatur die 15. Aprilis anno 1622. roganti sibi a Gregorio et instanter proponenti: quomodo tot auctoritates Sacrae Scripturae afferret, cum dixisset studiis non incubuisse? Iudicans intra se ex humilitate proficere, quod studium et sapientiam occultaret; dixit vir Dei: 

quod a pueritia, et semper habuit desiderium sciendi Sacram Scripturam.   

Y en la cuestión X, An senes, qui in adolescentia scientiis non incubuerunt, debeant etiam in extrema senectute Bibliis studere, dice a la pág. 17 y siguientes estas palabras: Conclusio: Nunquam defessa aetas, ut a studio Bibliorum incipiendo quis possit deterreri. M. Villavicentius lib. II. de ratione studii Theol. c. I. de idonea ratione aetatis ad studium Bibliorum, ait: Nunquam intempestivè fit, quod salutariter fit .... Utamur ergo etiam in extrema senectute, in aegritudine usque ad ultimum vitae halitum Bibliis, ut medicamento animae et pharmaco immortalitatis …. Exemplum pro hac quaestione in V. Gregorio Lopez habemus elegantissimum. Cum per integram vitam 

(ut dictum est) studio Bibliorum vacasset, et ferè integra Biblia fideli retineret memoriam, et diù, noctuque ea meditatione volveret, ut lectione et meditatione et de faciendis instrueretur, et difficillima regularet: morti proximus, et post terribile purgatorium plurium dierum, quod pro spirituali salute proximi fideiussor substituerat, conquaestus est, quod decem diebus Biblia non legisset, contra sibi perpetuò observatam et inveteratam consuetudinem .... Itaque qui Biblia meditatur adhuc moriens, quia doloribus cruciatus a lectione prohibetur, contra suam adamantis tolerantiam quaeritur. Hinc patet, quod etiam qui gravi senectute opprimuntur, et a quibusque rebus gerendis avocantur, etiam si ab aliis studiis debeant deterreri, lectioni tamen et meditationi Bibliorum tenentur applicari, ne cum Gregorio plus de omissa lectione Bibliorum, quàm de purgatorio dolenti condoleant. 

Y en la cuestión XI An a lectione et studio Bibliorum sint arcendi, qui plenam eorundem intelligentiam nequeunt comparare; a la pág. 18. b. y siguientes dice estas palabras: 

Conclusio: Nullus, qui amare se sincerè lectionem Bibliorum ostendit, ab ea arcendus est, licet videatur plenam notitiam non assequuturus. Primo probat Montoya lib. 1. Introduct. ad Sacras Script. controv. 13. Quia haec Sacra Scientia non arcet a se simplices et innocentes viros, quin intellectum dat parvulis. Etenim Eunuchus ille Candaces Reginae Aethiopum, quamvis Isaiam non intelligeret, legebat tamen tantam aviditate et voluptate, ut nec iter faciens sacram lectionem praetermitteret; et ideo illi Philippus divinitus mittitur, ut eum instrueret. Insuper, Bibliorum lectio etiam non intelligentibus solet esse amabilis, et inde utilis. Psal. CXVIII. CXXX. dicit Psaltes: Declaratio sermonum tuorum illuminat, et intellectum dat parvulis: ubi notanda lectio hebraica: Ostium sermonum tuorum illuminat, &c. q. d. lectio assidua, et meditatio Scripturae non solum his, qui arcana ingrediuntur, et penetrant mysteria, est utilissima: verum etiam eos, qui ostium illius attingunt, et limine plani sensus consolantur, et ut ulterius procedant, illuminat.    

Secundo probatur auctoritate Sanctorum.

Y trae varios lugares de S. Juan Chrisóstomo y S. Gregorio, de donde colige: 

Ergo simplices ab Scriptura non arcendi.

Tertio probatur: Quia ut ait S. Augustinus lib. II. de Trinit. "Scriptura et creatura ad hoc sunt, ut ipse quaeratur et ipse diligatur, qui et ipsam creavit, et illam inspiravit.” Sed liber creaturarum est omnibus apertus, ut a magnitudine speciei, et creaturae mundi possit Creator investigari: et invisibilia Dei per ea quae facta sunt, intellecta conspiciantur. Ergo similiter liber Scripturae erit omnibus communicabilis, et nemo ab eo deterrendus; cum ideo inspiratus et scriptus, ut omnis homo de Mysteriis Divinarum Personarum, et de his quae pro hominum salute operatus est Deus, facilius instruatur. 

Hinc S. Chrisostomus Praefat. in Ep. ad Romanos, non solum dolet quod Ecclesiastici viri, sed etiam vulgi homines Epistolas Pauli, ut par est, non intelligant; et quod nonnulli ex populi hominibus sic Pauli lectionem negligerent, ut ne Epistolarum eius numerum planè nossent. Ad rationem dubitandi R. Felix ille, qui Bibliis suam linguam fruitur, aut qui in vulgari aliquam partem Sacrae Scripturae aliquali commentario declaratam habet, non solum a tali lectione non deterrendus, sed ad eam omninò alliciendus, cum quilibet ex hac lectione et studio aliquam possit consequi utilitatem. S. Augustinus II. super Genes. ad litter. cap. 19. ait: "Sic loquitur Scriptura, ut altitudine superbos irrideat, profunditate attentos terreat, virtute magnos pascat, affabilitate parvulos nutriat.”

Sed Gregorii non obliviscamur. Illum enim Spiritus Sanctus lectione consuetam Bibliorum ita allexit, ut licet finis solus, quem in lectione Bibliorum quotidiè primam radiante aurorae luce habuit, esset (ut cap. 10. vitae habetur) quia erat Sacra Scriptura sibi a Deo, ut eam legeret concessa: at lectionem repetebat; etiam ut si semel lecta non bene intellexisset, iteratam lectione intelligeret. Hinc secundum differentiam temporum, et secundum quod impensius lectione utebatur, et sapientiam proficiebat, et incrementa intellectionis capiebat; ut in eo sententia Augustini verificaretur, aetate et humilitate parvulus Gregorius affabilitate Scripturae in principio nutriebatur: et licet profunditate attentus terreretur, nunquam tamen ad instar superborum altitudine irrisus, sed potius inter magnos virtute intelligentiae pascebatur, ut inter quoscumque doctrina clarissimos emineret.  Exemplo ergo Gregorii nullus quantumvis parvulus, a Sacra Lectione putet aut timeat deterreri. Etenim si tantus vir excellentissimis naturae dotibus, et adquisitis illustratus, etiam si semel lecta non bene intellexisset, repetitam lectione conabatur intelligere, et a relegendo non desistebat, eo solo et praecipuo fine, quia Biblia erant Sacra Scriptura sibi a Deo, ut eam legeret, concessa: omnibus nobis liber naturae patet et liber inspiratus scriptus concessus est, ut qui parvuli, si semel lecta non intellexerimus, lecta relegentes, intellectum accipiamus, et ostium, ut ad profunda accedamus, et ad instar agni humilitate in plano litterae ambulantes, si ad esse magnorum eruditione pervenerimus, in profundo mysteriorum, Deo iuvante, ad instar elephantis natabimus, non submergemur, sed ad portum plenae intelligentiae feliciter perveniemus.

Y en la cuestion XII: Quid senserint Sancti Patres in ea Quaestione, an illiterati et idiotae possint utiliter et fructuosè studio Bibliorum applicari; desde la pág. 19. b. dice las siguientes palabras: Ferè omnes Sancti Patres dicunt Biblia ita divinitus esse composita, ut ab omnibus etiam opificibus et idiotis utiliter legi possint.  

Y después de citar muchos lugares de algunos santos y doctores eclesiásticos a este propósito, concluye, diciendo: Ergo ex doctrina Patrum omnes etiam vulgi homines ad lectionem et notitiam Bibliorum tenentur propter utilitatem consequendam.  

Conclusio: Cuicumque ratione utenti Bibliorum lectio seu perceptio, sive per se, sive per alium obtenta, afferre potest utilitatem. Patet ex dictis in praecedentibus Quaestionibus. Et confirmatur consuetudine Synagogae, unde Rabbinorum consilia Rabbi Ben Bagbag c. 5. Pii Ke, ait: Puer qui est quinque annorum, ad Biblia statim applicetur. Et Rabbi Meir in eodem tractatu c. 4. ait: Minue negotia, et legi vaca. Supponebant ergo, quod neque parva aetas aut magnitudo occupationum obstare deberent, ut unusquisque plus minusve, paucis aut pluribus adminiculis lectioni Bibliorum utili et pernecessariae applicaretur. 

Y en la cuestión XLIII: An Patresfamilias studio Bibliorum debeant applicari; en la pág. 76. dice estas palabras: Conclusio: Licet Paterfamilias rei familiari consulere et attendere omninò teneatur, non ideo debet a studio Bibliorum arceri et excusari. 

Hinc Villavicentius lib. 1. de ratione studii Theol. cap. 1. "Nullus est, cui non incumbit nosse praecipua coelestis Philosophiae capita,” &c. tum ut se excitare, confirmare, solari; tum suos liberos, domesticos, familiares instituere in doctrina et religione valeat. Probatur primo, quia si recta ratione omnia disponat, tempus erit sufficiens studio et rebus domesticis, scilicet, utendo Eubulia, quae, ut ait Arist. 6. Ethic. cap. 9. est rectum consilium, quo non solum rectum et bonum, sed cum rectis et bonis circumstantiis, modo et tempore debito finem assequimur. Omnia tempus habent ait Sapiens; tempus flendi, tempus ridendi; quae si fiant sine modo, et tempore rationi et legi debito, improbantur. Cap. Qui die 66. de Consecrat. dist. 1. Obligationem enim paternae curae alendi, instruendi, et gubernandi familiam, ita debet adimplere Paterfamilias, ut non omninò destituatur lectione Bibliorum, ut melius et filii et domestici instruantur, custodire viam Domini, et facere iudicium et iustitiam: ut si casus advenerit a S. Ambrosio assignatus cap. Sunt hi, § Necesse. 47. dist. ut a laico in Statum Presbyteri ascenderit, sciat exemplo vitae, et doctrinae esse suae domui bene praepositum. “Si in laicali habitu uxorem habuit, et filios e vitiis ad virtutum studia et verbo et exemplo provocet, ut quod postea praecepturus est populis, prius exigat a domesticis.” Ecce in coniugato requirit Ambrosius studium Bibliorum, ut prius exigat a domesticis, quod fortè praecepturus est populis. Ergo non est disconveniens coniugato studium Bibliorum...           Utrumque potest facere Paterfamilias per discretionem, ut rebus domesticis suo tempore vigilet, et lectioni Bibliorum invigilet. Et licet intellectus humanus curis carnis affectus debilis sit ad agendum circa spiritalia, melius tamen lectione sacram adiuvabitur, ut possit intra se colligi, ut non omninò intus, licet foris impediatur. 

Y en la cuestion XLVIII: An Rex et Supremus Princeps occupatione regiminis a studio Bibliorum excusetur, vel ei possit commensurari; desde la pág. 86 dice lo siguiente:

Prima conclusio: Rex ratione regiae dignitatis et regiminis tenetur Bibliis studere, et suo modo huic sacro studio commensurari. Probatur ex Sacra Scriptura. Quia olim in Populo Dei Regi creando lex Deuteronomii non solum servanda, sed studenda dabatur (Deuter. XVII. 18.) scilicet, ut sciret servare, et alios servare faceret. Et unus in exemplar sufficeret Rex David, qui a lege Domini meditanda die et nocte non recedebat. Ergo Christiani Reges, qui ut tales, evangelicam perfectione debent eminere, rationabilius affirmabitur, debere Bibliis tamquam Divinam Lege erudiri .... Rex, ut a regendo denominetur, et constituatur in esse Regis, hac ratione iustitiae debet instrui et enutriri: sed sic est, quod ut in hac virtute iustitiae, et in omnibus aliis virtutibus et humanis actionibus ipse in se dirigatur, et Reipublicae vivens proportio, mensura, et pondus sit, non potest melius dirigi et in esse perfecti artificis suae Reipublicae constitui, quàm studio Bibliorum. Ergo et propter suam et suorum utilitatem huic sacro studio tenebitur suo modo commensurari. 

Secunda conclusio: Rex quantò in Bibliis studiosior et peritior, tantò est regimini sufficientior. Probatur, quia sicut Philo de Abraham ait: "Sicut gubernator in navi, magistratus in Civitate, Imperator in Exercitu, anima in corpore, mens in anima; sic revera Sapiens est Princeps in genere humano.” Sed vera sapientia nullibi meliùs invenitur, quàm ubi omninò reconditur, scilicet in studio Bibliorum. Ergo nullibi melius illuminabitur mens Regis, quàm Bibliis, ubi de omnibus exactè eruditur, ut sit mens et anima Reipublicae. 

Secundò, quia sapientiam damnis occurritur, et Reipublicae aegritudinibus medetur.... Sed nulla aegri tudo maior, quàm ignorantia, et certè nullibi periculosior, quam in Rege: et nullus El Consiliarius peior, quàm otium. Ergo ut suis et Reipublicae damnis occurrat, et pericula praecaveat, et contracta iam curet, nullum melius ei remedium, quàm stu dium Bibliorum potest applicari; et nullus ei melior et intimior Consiliarius, quàm hoc studium potest adhiberi....  Certè Rex D. Alphonsus XI. cognomento Sapiens (Alfonso X el sabio; pone XI porque se quitó un Alfonso de la lista de reyes de Castilla), adeò pluries Biblia cum glossis legit: ut si quoties legerit referamus, necesse sit Religiosos, doctores, et Bibliorum publicos interpretes verecundiam suffundi, si toties non legerint. Hinc et sapientiam veram, et sapientis nomen per antonomasiam acquisivit, ut sibi et  

Reipublicae christianae melius consuleret. Ergo Rex tantò Reipublicae melior, quantò Bibliis studiosior.... 

Eo ipso quod quilibet Princeps iuri dirigi teneatur, et vel per se, vel per alios iuribus studere et invigilare obligetur: multò melius studio Bibliorum debet dirigi et illuminari, cum hoc sacro studio ad regimen non impediatur, sed potius melius adiuvetur.... Mensuret ergo Rex, ut mensura viva, actiones suas, et tempus illi supererit, ut Sapienti Alphonso vero Regi, quia verè Sapiens, qui, ut refert Guardiola de Nobilit. cap. 10. fol. 2. et Bobadilla tom. 1. Polit. lib. 1. cap. 10. num. 35. ter super quadraginta vicibus Sacra Biblia legit: nec defuit illi tempus, ut Rempublicam rectè gubernaret, iura partitarum conderet, de Astrologia aliisque scientiis prudenter dissereret. Et Theodosius Imperator apud S. Antoninum in Tripart. diem regimini Imperii, noctem lectioni, ut quomodo vitam suam et Rempublicam in pace gubernaret, satis instrueretur. 

Y en la cuestión XLIX en que trata: An licitum sit integra Sacra Biblia in quascumque linguas transferri et vernacula facere; después de referir las opiniones que sobre este punto había en aquellos tiempos, y hacer una defensa justa de la regla IV del índice, dice las siguientes palabras: Ex dictis primo infertur, quod si auctoritate Praelatorum Biblia Hispanica Gottorum Vulgatae Latinae, quoad fieri posset, rectè adaptarentur, et in locis difficilioribus margini brevia adiungerentur glossemmata, ablato legentibus periculo inoffenso pede currerentur, imò utiliter non solum a peritis legerentur, verum et a plebe salubriter audirentur. Sicut in Germania Germanicam Versione a viro catholico et pio Ekio edita non solum permissu, sed approbatione et laudatione Praelatorum utiliter omnes fruuntur. Secundo infertur, quod in tempore illo felicissimo adquisitionis huius Novi Orbis, quando non prohibebantur Vernaculae Bibliorum Versiones, rectè fecissent Hispani maiores nostri, quando millia millium, et plura centena millium novarum plantarum in horto Ecclesiae plantabantur... si in Linguam Mexicanam Vulgatam Latinam vertissent. Docerentur enim facilius et fructuosius innumerabiles gentes Catechesi Mexicanam, quàm Latinam, quam magnam cum difficultate dicerunt Nationes: et licet remedio illo usi fuerint ministri, ut pueri collegae latinitati studerent et assuescerent, ut melius latinum proferrent et intelligerent, et parentes suos melius instruerent; laborem intolerabilem excusassent, et maiorem fructum ex novellis plantis supra magnum profectum, quem de facto tulerunt, indubitanter accepissent: et contingeret pluribus Nationibus, ut Evangeliis fruerentur …. Si millia millium Indorum, qui per Collegia Ecclesiarum et Conventuum Religiosorum, ut monachi seu anachoritae in virtutibus et scientiis nutriebantur, Bibliis, vel saltim Evangeliis in linguam Mexicanam, ferè omnibus Indis notam, versis uterentur; sicut Latinis utentes sibi et aliis profuerunt, non amplius profuissent? De illis dici posset, quod de pueris condiscipulis suis dixit S. Ioannes Calybita apud Metaphrastem et Surium 15. Ianuarii, cum a parentibus librum Evangeliorum peteret, dixit: "Non possum prae pudore in gymnasium ire, cum omnes qui mecum unà litteras discunt, postquam res illas expedierint, quae in gymnasio exercentur, secum habeant Evangelia, et sedentes ea legant.”

El maestro Fr. Hernando de Zárate, de la orden de san Agustín, en el Tratado que compuso de los Discursos de la paciencia cristiana impreso en Valencia año de 1602. en la Parte segunda libro sexto Discurso tercero, pág. 147. y siguientes, dice:   

Compara san Gregorio (1: S. Greg. sup. I. Reg.) escribiendo sobre el libro primero de los Reyes, la Divina Escritura, a una sierra: lo cual yo entiendo considerando la Morena, que mirada desde lejos, no hay cosa más inculta y estéril, ni que menos contento dé a los ojos. Unos montes pelados, secos, ásperos y descaminados, muchos cerros tan juntos, que parece que de uno a otro no hay más que un pequeño salto: pero llegando cerca, ninguna cosa hay de más contento a la vista; los caminos llanos, a lo menos andaderos; las piedras muy hermosas, las fuentes claras, las aguas dulces, los ayres frescos, las vegas, los sembrados, las huertas, jardines, álamos, naranjos, flores, arboledas: y donde parece estar los cerros a un paso, en subiendo al uno se descubre un valle hermosísimo lleno de variedad de matas y de yerbas, grabado (pone gravado) de árboles vistosísimos, esmaltado de varias flores, con un arroyo en medio del valle que baxa culebreando, que parece una cinta de plata que va corrigiendo y disculpando el silencio de aquella soledad con un murmullo suave, y con las quejas que parece que va dando en los barrancos donde se despeña, perfumado el valle con una ensalada de olores que de la variedad de las flores se junta, donde hay a un lado y a otro pastores con su ganado gozando muy gruesos y suaves pastos (¿lo que comen lo cagarán, no?), el ayre lleno de muy hermosas aves silvestres gozando de su pacífica libertad, y dando a entender este gozo con sus alegres cantos, y a par de alguna fuente alguna venta o casa de pastores, donde el caminante se recrea, descansando y tomando noticia y razón de lo que ha visto: así que todo lo que parecía estéril y sin jugo ni fruto,  parece en viéndolo de cerca muy gustoso y alegre. 

Otro tanto acaece al que los Divinos Libros mira mira por defuera. ¿Qué cosa más estéril que una historia seca? ¿un Salmo escabroso? ¿unas doctrinas breves y cortas? ¿unas listas de nombres extraños, como se hallan en algunas partes del Génesis, en el libro primero del Paralipómenon, en el primer capítulo de san Matheo? Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliacim, este engendró a Azor, que parece que no hay que considerar sino saltar brevemente del uno al otro. Pero llegándose cerca y abriéndolos con atenta lección, no hay cosa de más gusto y consuelo para el alma. Allí se descubren fuentes, ríos de elocuencia inestimable: allí jardines, prados frescos y hermosos, vegas fertilísimas, y pastos de vida eterna, que dejan al alma confortada, harta, y satisfecha: allí música y consonancia divina, caminos llanísimos para nuestra peregrinación: descansos verdaderos, donde se toma aliento y esfuerzo para pasar adelante: variedad de flores y yerbas medicinales para qualesquier enfermedades del alma: y entre aquellos riscos de nombres incógnitos, donde no parece que había más misterio que nombrarlos, hay hermosísimos valles, mucho que ver y considerar en ellos. De manera, que no es falta en la Escritura el no sentir ni gozar de estos bienes, sino del que se retira de su trato y familiaridad. Algo de esto quiso sentir aquel famoso filósofo hebreo Filon, diciendo: "¿Queréis ver cuán profundo sea el sentido de la Escritura? Tomad las primeras cinco palabras con que comienza. En el principio crió Dios el cielo y la tierra. ¿Qué cosa más estéril al parecer del juicio humano? ¿qué más brevedad? ¿qué mayor sequedad? Pues allí se incluyen gravísimos e importantísimos misterios. Lo primero, de aquellas palabras se condenan y convencen cinco gravísimos errores: y por el contrario, allí se encierran otras tantas importantísimas y certísimas verdades. Lo primero, de allí se saca que hay Dios, verdad tan importante contra los bárbaros ateos, que afirman que no le había, y así vivían como Moros sin dueño. 

Lo segundo, se colige de allí, que Dios es uno solo: lo cual condena el general error de toda la gentilidad, que adora locamente muchos Dioses. Lo tercero, se dice allí, que el mundo fue criado de nada: lo cual confunde la opinión falsa de Aristóteles y de otros, que decían que el mundo era eterno y sin principio como Dios, porque todas las cosas era necesario que se hiciesen de otras, y aquellas de otras: y así no podía darse principio de las criaturas. Lo cuarto, se dice allí que hay un solo cielo y una tierra, en que se condena Heráclio filósofo, que afirmaba, que había fuera de este otros muchos mundos. Lo quinto, que este mundo tiene a Dios por autor y gobernador, contra los que negaban su providencia.” .Hasta aquí son palabras de Filon, el cual fue en ellas harto estéril, pues son innumerables misterios los que calló o no consideró en aquellas pocas palabras: pues que dice el Evangelio, que una jota ni una tilde no dejará de cumplirse de toda la ley. Donde se da a entender, que en las tildes hay gravísimos misterios: porque así como en las minas no hay puño de tierra, que tornado a lavar no torne a dar oro o plata; mucho más la Divina Escritura, en que no hay palabra tan estéril ni tan apurada de misterios y consideraciones, que quede vacía del todo, antes más llena que antes de grandes riquezas, aunque la cortedad del humano entendimiento no las pueda agotar de una ni muchas veces: porque el autor de lo uno y de lo otro, quiso que hubiese más de misterios que de oro: si no mirad cuantas veces, y cuantos años, y en cuantas partes se predica un Evangelio, y nunca se agota, siempre hay cosas nuevas, preciosas y admirables.

Y luego sigue: Este llegarse a la Escritura desde cerca no ha de ser sólo abrir el libro de ella, y leer como quien lee una historia profana, u otro cualquier libro ordinario, sino leer suelen decir de su lección, que ha de ser como el beber de la gallina, que tras cada gota o sorbito levanta los ojos al cielo: así se ha de leer poco a poco (poc a poc diu la gallina), y con reposo y meditación: y quien esto alcanza en esta vida, tie ne en ella un ensayo de bienaventuranza que consiste en ver, amar y gozar de Dios. Y esto quiso decir el sabio: bienaventurado el que gasta su vida en meditación de la sabiduría       del cielo, y el que piensa en el camino de la virtud, y por este mesmo tiene delante de los ojos la providencia de Dios que todo lo mira y provee, el que con cuidado deletrea sus caminos en lo escondido de su corazón, andándose en pos de ella como quien la busca, y no saliendo de sus sendas, el que tiene los ojos puestos en sus ventanas, y escucha siempre a sus puertas, el que hace su manida y descanso junto a su casa, y arma su choza junto a sus paredes. (Ecles. XIV.) En las cuales palabras da a entender que la sabiduría no la podemos alcanzar acá perfectamente, sino seguirla y asomarnos a mirar por las ventanas que son las Escrituras Santas, por donde vemos lo que hay dentro del cielo, donde ella mora. 

Y luego añade: El que fuese a ver un jardín del rey, y se volviese sin verle, no daría buena disculpa con decir que no llevaba llave para abrir, si consigo a cualquier tiempo y en cualquier puerta tenía muchos porteros con las llaves a punto. Así es el que por su estado no tiene encomendada llave de la Escritura, si cada día y en cada iglesia y en cada confesionario, y en cada rincón tiene los porteros a quien dio su dueño las llaves de ella que se la declaren. San Gregorio cuenta de un Sérvulo (1: Greg. lib. IV Dialog. c. 4. ) paralítico, pobre de hacienda y rico de espíritu, tan enfermo que no podía llegar la mano a la boca; y esto le duró hasta la muerte, y era idiota que no sabía leer: había comprado libros, y hacíalos leer a los que le visitaban, y con esto de idiota que era vino a saber mucha Escritura, y daba cada día gracias a Dios, y en medio de los dolores recitaba Himnos y Salmos, y vino a acabar paciente y dichosamente. 

Otra cosa dice el bienaventurado S. Juan Chrisóstomo que prueba más lo que aquí se dice de la virtud de los buenos y santos libros; que de solo mirarlos aun cerrados y en su estante, se saca mucho fruto porque son unos ayos que suelen corregirnos y enseñarnos: y de aquí dice, que así como el oficial herrero o carpintero u otro mecánico, por gran necesidad que tenga, no vende los instrumentos de su arte, ayunque (yunque), tenazas, martillos &c. antes toma a logro y se empeña para suplir aquella necesidad, porque con los instrumentos lo podrá reparar todo: así los libros de los apóstoles y profetas y psalmos &c. son instrumentos de nuestra alma con que la sustentamos y reparamos, y aún más y con más verdad que los artífices; porque ellos sólo mudan la figura y forma del hierro, o palo sin llegar a la materia, porque el palo se queda palo, y el oro oro, y el hierro hierro; pero el alma de palo se hace oro, y la de hierro blanda cera, como S. Pablo dice (Rom. VII.) que en una casa grande hay vasos honrados como fuentes, y vasos de oro y plata en que se bebe (el santo grial, la copa de la última cena - celebraban la Pascua - según la tradición judía, hebrea, sería de oro y/o plata, o algún otro material “honrado”; hay estudios sobre esto, sólo es un apunte) &c. y otros vasos de afrenta como ollas, y otros para viles oficios que son de barro, y que si alguno quisiere (limpiándose de lo que allí dice) se volverá de vaso de barro afrentoso en otro de oro y honrado. Así que con estos instrumentos se alcanza la obra de arte tan milagrosa: y como este santo dice, aun sin tocar a los libros, de sola la memoria de lo que en ellos está encerrado.       

Entre las grandezas de esta Divina Escritura no es la menor ni la menos estimable y preciosa el gran consuelo que da a los afligidos, lo cual dice claramente el apóstol cuando dice Rom. XV.): Todo lo que está escrito para nuestro enseñamiento se escribió, para que mediante la paciencia y consolación que de las Escrituras se nos pega, tengamos firme esperanza: a la cual esperanza el mismo apóstol llama áncora firme: porque así como el áncora tiene firme el navío en una gran tempestad que nunca muda lugar, aunque sea de vientos y ondas más combatido: así la esperanza, que por el consuelo de las Escrituras se esfuerza, nos detiene para no perecer entre las tempestades del inquieto mar de esta vida. Y este consuelo, si a los experimentados creemos, no nace sólo de entender y saber las cosas que en la Sagrada Escritura se nos enseñan, sino aun de sólo leerla y tratarla con atención y devoción, como el bienaventurado S. Agustín dice en sus Confesiones hablando con Dios (1: S. Aug. lib. VII. Confes. c. 20 et 21.), que otros sentimientos tenía y otros vuelcos le daba antes el corazón cuando leía los libros sagrados, que cuando leía los de Platón. 

Aquellos soldados de Dios, de quien se cuenta en los libros de los Macabeos (I. Machab. XII.) escribiendo a los lacedemonios con quien tenían trabada amistad, dicen en su carta, que no la escriben por necesidad alguna o aprieto en que se vean, sino por continuar y refrescar su amistad, porque en lo demás pasan su vida muy consolada y alegre en mitad de sus trabajos con la lección de los libros sagrados que de ordinario tenían. Cosa es maravillosa: unos soldados con las armas siempre a cuestas en tan grandes conflictos y trabajos como en aquel libro se lee que tenían los del pueblo de Dios, consolarse tanto con la lección de libros; pero al fin eran soldados de Dios que los de agora no se consuelan sino con nuevas ofensas y pecados. Lo que más me espanta a mí es, que aquellos capitanes hallasen descanso o consuelo en aquellos libros que entonces había, que eran todos de castigos, de venganzas y amenazas que Dios había hecho a su pueblo, de que antes suele engendrarse temor que consuelo. 

Y lo mismo se me ofrece cuando oigo decir a David (Psalm. CXVIII.) 

Acordeme (me acordé) Señor de tus juicios desde el principio del mundo, y consoleme (me consolé) mucho: porque debajo de nombre de juicios se entienden en los profetas, grandes trabajos y castigos, como parece por Ezequiel (Ezechiel. XIV.) y otros profetas: y que con todo eso sea la Escritura de tanta virtud para consolar a un hombre que se consuele con ella David y los Macabeos, ¿qué hará la Escritura donde no se dicen castigos? ¿Qué hicieran si alcanzaran el libro que con la venida del Hijo de Dios se añadió después lleno de tanta misericordia y consuelo?....

Si estos siervos de Dios leyeran este libro lleno de amor, de doctrina del cielo, de milagros, de consuelos, de perdón de pecados, y del trato y amistad entre cielo y tierra, ¿qué consuelo tuvieran, habiéndose perdido el de las guerras y venganzas de Dios? Pues esto se colige de aquí, que sólo leer estos libros y los demás santos y devotos, y las pláticas y sermones santos de la Iglesia católica, que son arroyos de esta fuente, aunque no se buscase consuelo sacado de historia ni otra cosa, basta para traer una alma consolada y  sustentada, pues ella es su manjar y sustento, y por el consiguiente su esfuerzo y consuelo, como el pan lo es de la vida del cuerpo: antes sin ella no hay vida ni sustento, como dice y confiesa David, diciendo (Ps. CXVIII.): Si no fuera por la ordinaria meditación que tengo en tu ley, ya quizá fuera muerto en mi humildad; esto es según san Gerónimo, en mis aprietos y trabajos: y en el hebreo no está aquella palabra, quizá. Pero demás y allende de esto, leyendo cualquier palabra de estos santos libros con atención de su sentido, llanamente se saca consuelo de ella para cualquier género de trabajo: porque ninguna de ellas hay que no nos declare, o quien es Dios, o su amor, o su misericordia, o su providencia, o sus beneficios, o su deseo de nuestro bien y salud, o su poder, o su sabiduría, o sus promesas fieles y cumplidas, o su paciencia y sufrimiento, o la que con su gracia tuvieron en sus trabajos aquellos excelentes varones patriarcas y profetas, que con él trataron y otros siervos suyos. ¿Cuánto padeció Noé por su nombre? ¿cuánto Abraham, Moisés? David ¿cuántas persecuciones de Saúl? los profetas trabajaban y predicaban hasta perder la vida en la demanda. Pues después que él la puso por nosotros con tanta paciencia, ¿cuántos la padecieron, apóstoles y mártires, de que la Escritura nos da cuenta con tanta certeza y fidelidad? San Pablo hablando de sí mismo dice la causa de esto a los Corintios 

(II. Corinth. I.): Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos consuela en toda tribulación, para que podamos consolar a los que se ven en cualquier aprieto. La manera como S. Pablo nos da este consuelo es, no de boca a boca, que así no podría consolar a todos, como él dice, pues no alcanzó su vida a los que ahora padecemos, sino entiéndese que quedando escritos sus trabajos en la Divina Escritura, y sus consuelos que fueron por Cristo, como él dice, mayores: el afligido que los leyere queda consolado, entendiendo y persuadiéndose que el que consuela a los humildes y afligidos, como él mismo dice, y le consoló a él y le sacó de tantos trabajos, nos consolará cuando en los nuestros le llamaremos, aludiendo en esto a lo que en otra parte dice (II. Timot. I.): Que siendo el más primo de los pecadores, alcanzó misericordia, para que en él, que era tan gran pecador, mostrase Dios su inmensa misericordia, para informar y animar a los que habían de creer cuando hubiesen pecado. Así aquí siendo él tan perseguido y trabajado, le consoló Dios para ejemplo e información de los que habían de ser afligidos, mostrando su misericordia y consuelo. Así que todo esto y más, lo que no hay lengua que pueda decir, se saca de la lección de las Divinas Letras. 

Y luego continúa: Concluye san Juan Chrisóstomo exhortando a su auditorio, que pues ven los remedios tan eficaces y de tanta virtud contra sus males, que traten a menudo las Divinas Letras, no sólo cuando oyen sermones, sino también cuando están en sus casas, gastando el tiempo en leer la Biblia y otros libros santos: porque fuera del provecho ya dicho se sacan otros muchos de esta ocupación: que se reforma la lengua, que el alma toma alas y se levanta a lo alto, y queda alumbrada con el resplandor del sol de Justicia, libre por aquel rato de sucios y malos pensamientos del mundo, y que lo que el manjar corporal obra para el sustento del cuerpo, otro tanto hace este ejercicio para el sustento del alma, que la hace fuerte, valerosa, constante, filosófica: no permite que se pegue ni aficione a cosas bajas ni sucias, indignas de su excelente naturaleza, antes haciéndola ligera, y criándole alas la traspone al mismo cielo, y a la compañía y conversación de los ángeles. Hasta aquí es lo que dice S. Juan Chrisóstomo, y son casi todas las dichas palabras suyas.             

El P. Fr. Cristóbal Moreno de la orden de S. Francisco en su libro intitulado Jornadas para el cielo, impreso en Alcalá año 1596, en la jornada primera cap. XXIII. pág. 36. b. y siguientes, hablando de los frutos que se sacan de que el pueblo lea la Sagrada Escritura, dice estas palabras: Siendo (el rey Josías) de edad de diez y ocho años, entendió muy de veras en la restauración del Templo del Señor. Restaurándole, halló Helchías Sumo sacerdote el libro del Deuteronomio, a donde está escrita la Ley del señor: el cual había mandado esconder el impío rey Manase con otros libros sagrados. Hallado el libro, enviole Helchías al rey Josías, con Saphan su Secretario, para que lo mostrase y leyese. Como oyese el rey leer el libro de la Ley de Dios, rasgó sus vestidos: y mandó a Helchías sumo sacerdote, y a otros cuatro juntamente con él, que consultasen con Holda profetisa, mujer de Selú hijo de Techuath, si había de hacer Dios castigo sobre el Pueblo, por haber sus padres escondido el libro de la Ley del Señor, y no guardarla, ni tener noticia de ella, como eran obligados ... De toda esta historia, entre otras consideraciones, sacamos una, y es, que el oír las palabras de Dios movieron al santo rey Josías a doloroso llanto y contrición de sus pecados y de los del Pueblo. Por donde entendemos que el tercer pozo o fuente de la cual o por cuyo medio se deben sacar y procurar las aguas de la verdadera contrición, es la Sagrada Escritura, que a tener la contrición en diversísimos lugares nos lo escribe y amonesta. Neque herba, neque malagma, dice el sabio, sanabit eos, sed sermo tuus Domine, qui sanat omnia (Sap. XVI.) y en el mismo capítulo: In memoria sermonum tuorum exterminabantur quiere decir: No las yerbas medicinales, ni los emplastos, sino tu santa palabra revelada en la Sagrada Escritura les dio salud, e hizo huir de ellos todos los pecados y maldades. La palabra de Dios es triaca (antídoto) para toda manera de ponzoña (veneno) espiritual, y un cuchillo contra las fuerzas del mundo, carne y demonio, según aquello que escribe san Pablo: Vivus est enim sermo Dei, et efficax, et penetrabilior omni gladio ancipiti (Heb. IV.) Viva es la palabra de Dios y muy eficaz, la cual corta y penetra más que un cuchillo por amolado que esté aunque por ambas partes. Al sonido de la voz humana se espantan los pájaros y huyen. En gran manera espanta la palabra de Dios a los demonios, y con extraña virtud ojea de nosotros la vanidad de los locos pensamientos y suciedades de los pecados mortales. Y así es cosa muy provecho sa y necesaria oír con atención la palabra de Dios.... Es un pozo este de la Sagrada Escritura y palabra de Dios muy profundo, cuyas aguas son tan abundantes, que jamás se agotarán... Con suma atención y santa meditación atendamos a lo que ella nos amonesta y manda, y sacaremos virtud y esfuerzo 

para vivir de tal manera, que oyendo al señor, el cual nos habla por medio de su Escritura, merezcamos morir sin terror y en paz, y ser acceptos a Dios, como lo fue el Santo rey Josías, y morir en su ser vicio como murió este glorioso príncipe (IV Reg. XXIII.) Y el rey Joachim, porque no sólo dejó de oír la palabra de Dios no temiendo sus juicios y castigos, pero aun con desvergonzado atrevimiento y soberbia mandó quemar el volumen del profeta Jeremías, mereció el juicio y sentencia de la divina venganza, y que ninguno de su linaje se asentase sobre la Silla de David, y su cuerpo estuviese sin sepultura al calor del medio día, y al hielo de la media noche, como le fue profetizado por el profeta Jeremías (Hierem. XXXVI.) estando encarcelado se lo profetizó por medio del profeta Baruch.     

Fr. Bartolomé Carranza de Miranda, arzobispo de Toledo, en la Historia que escribió de las prohibiciones de la lectura de la Escritura en lengua vulgar, dice: Ya que he tocado la cuestión de tener cada uno la Sagrada Escritura en su lengua vulgar, no quiero dejar suspenso a ninguno de lo que en esto siento, y del parecer que tuve en el Concilio (Tridentino) y de lo aconsejado, y del suceso que he hallado de mi consejo. 

Cuestión es, como digo, muy ventilada, y sobre la cual han escrito algunos: pero yo no curaré de traer los fundamentos de los unos, ni de los otros, que sería cosa muy prolija y sin provecho; sino lo que en esto me parece. Antes que las herejías del malvado Lutero saliesen del infierno a esta luz del mundo, no sé yo que estuviese vedada la Sagrada Escritura en lenguas vulgares entre ningunas gentes. En España había Biblias trasladadas en vulgar por mandado de Reyes Católicos, en tiempo que se consentían vivir entre cristianos los moros y judíos en sus leyes. Después que los judíos fueron echados de España, hallaron los jueces de la religión que algunos de los que se convertían a nuestra santa fe, instruían a sus hijos en el judaísmo, enseñándoles las ceremonias de la ley de Moysen por aquellas Biblias vulgares: las cuales ellos después imprimieron en Italia en la ciudad de Ferrara. Por esta causa tan justa se vedaron las Biblias vulgares en España: pero siempre se tuvo miramiento a los colegios y monasterios, y a las a personas nobles que estaban fuera de sospecha, y se les daba licencia que las tuviesen y leyesen. Después de las herejías de Alemania, se entendió que una de las astucias que tuvieron los ministros que he dicho, del demonio, fue escribir sus falsas doctrinas en lenguas vulgares, y trasladaron la Santa Escritura en tudesco (alemán) y francés, y después en italiano y en inglés; para que el pueblo fuese juez y viese como fundaban sus opiniones. Esto causó infinito daño, y puso enemistades en las casas y familias, que no hay dos de una opinión. Porque entienden la Escritura como a cada uno se le antoja. Y porque cada uno la saca como le parece que está mejor para fundar sus opiniones: como por experiencia se ha visto en la provincia de Alemania y en el reino de Inglaterra. Y después de esto como la inconstancia y variedad es muy propia y anexa a la mentira; no solamente los oficiales y mujeres y todos los que no tienen letras, están discordes; pero los mismos heresiarcas tratan entre sí grandes diferencias, escribiendo unos contra otros.

Viendo los católicos este daño, proveyeron con los remedios que convenían. Y en las partes donde no era el pueblo tan obediente como fuera menester, hicieron nueva traslación de la Escritura en vulgar, y escribieron contra los libros que estaban ya divulgados; pues no los podían vedar. En otras partes que eran más obedientes, vedaron todos los libros de los herejes, y sus traslaciones; pero dejaron las que estaban hechas por hombres píos y católicos. Lo primero se hizo en algunas partes de Alemania donde estaban mezclados herejes y católicos. Lo segundo en Italia y Francia y en los Estados de Flandes. En Inglaterra cuando los Reyes Católicos don Felipe y Doña María restituyeron la antigua y verdadera religión, de las primeras cosas que hicieron, fue la una quitar las Biblias vulgares que habían hecho los herejes. En España que estaba y está limpia de esta cizaña por merced y gracia de nuestro señor, proveyeron en vedar generalmente todas traslaciones vulgares de la Escritura: por quitar la ocasión a los extranjeros de tratar de sus diferencias con personas simples y sin letras. Y también porque tenían y tienen experiencia de casos particulares y errores que comenzaban a nacer en España, y hallaban que la raíz era haber leído algunas partes de la Escritura sin las entender (entenderlas). Esto que he dicho hasta aquí es historia verdadera de lo que ha pasado. Y por este fundamento se ha prohibido la Biblia en lengua vulgar.... 

Agora diré lo que siento en esta materia, y lo que he experimentado en ella. Paréceme que mirándose bien se podría tomar un medio con esta distinción. La Sagrada Escritura contiene dos cosas principales: la una es de los dogmas y artículos de fe. 

La otra de lo que pertenece a la devoción y consuelo de nuestras ánimas, y remedio de nuestras vidas cuanto a las costumbres. La primera no es necesaria al pueblo, porque ya la Iglesia nos ha sacado en limpio la concordancia de los dos Testamentos: de la cual resultan los artículos de nuestra santa fe. Y cualquiera que en esto se entremetiese no tocándole de profesión, haría mal y sería digno de castigo. 

Cuanto a la segunda, puesto que también están sumadas por la Iglesia las obras de misericordia, y las virtudes y los vicios sus contrarios, y los mandamientos que pertenecen a las costumbres; y que hay libros de muchos santos, llenos de todos buenos consejos y sermones y homilías; no hay que dudar sino que deberían todos leer la Sagrada Escritura y tenerla delante de los ojos, y procurar con ayuda de Dios, de poner por obra lo que allí se dice. Pero porque estas dos cosas que he dicho, andan quasi siempre mezcladas en toda la Escritura, se proveyó lo que tengo declarado. de aquí vengo a decir que si hay en la Escritura algunas partes sin esta mezcla las cuales solamente contengan consejos y preceptos y amonestaciones y ejemplos para bien vivir, que las deben leer todos, hombres y mujeres. Tales son a mi parecer del Viejo Testamento algunos libros de los que llaman Sapienciales: como los Pro verbios y el Eclesiástico: y algunos libros historiales o todos. Del Nuevo Testamento algunos Evangelios y Epístolas que sean claras, y los Actos de los Apóstoles. Verdad es que sería justo proveer en que hubiese juntamente algunas declaraciones en las márgenes que aguasen la fuerza del vino espiritual, como tengo dicho. Y aun el que trasladase estas cosas en vulgar, había de ser tan discreto, que antes fuese a manera de paráfrasis siguiendo el sentido, que no intérprete muy allegado al pie de la letra. No quiero dejar de decir, que siendo trasladada de esta manera, hay algunas personas de tan buen seso y de juicio tan reposado, y tan buenos y doctos que se les podría dar toda la Escritura, tan bien y mejor que a muchos que saben latín, y tienen otras letras. No digo esto porque las ciencias que por don de Dios se comunicaron a los hombres, no tengan su lugar en la Escritura: sino porque el Espíritu Santo tiene sus discípulos, y los alumbra y ayuda. Estos leen con gran reverencia las palabras de Dios, y contemplan lo que alcanzan, y adoran lo que no entienden, y bajan sus cabezas con humildad a los misterios que Dios tiene encerrados. Yo tengo experiencia de esto, y así lo puedo certificar con verdad, que de mi consejo han leído toda la Sagrada Escritura algunas personas, viendo que concurrían en ellas las partes que me parecían necesarias, y que sacaron muy gran fruto para su consolación y corrección de vida. Entre estas fueron algunas mujeres, que ni Paula, ni Eustoquio, nobles romanas, a cuya petición les trasladó S. Gerónimo la Escritura según la verdad hebraica, la pudieron leer más dignamente: si yo por la bondad de Dios tengo algún juicio en esto. Por el contrario aconsejé a muchos que no leyesen sino en libros de devoción: por ver que no tenían aquel reposo que yo quisiera, cuanto al juicio y entendimiento, ni las otras partes que para esto son menester. Como todas las cosas preciosas son muy raras, así lo son estas personas que digo, y es menester gran tiento y experiencia de algunos años para hacer de ellas esta confianza. Cuando los tiempos se mudaren y fuere Dios servido de dar serenidad en el mundo, y cesaren los peligros que agora hay; podrán los prelados y jueces de la religión, dar el pasto espiritual de la Escritura más libremente como se solía hacer. Entre tanto menester es la distinción que he dicho, y la mezcla del agua de glosas y prudentes interpretaciones. Finalmente todo se deja a la discreción de los pastores y médicos espirituales. Ellos son los que de tener conocidas las ovejas de Christo nuestro Señor en las confesiones y en la conversación y buen ejemplo de sus casas para concederles que puedan tener o no la Sagrada Escritura en vulgar. Esto es en lo que yo me resolví en Trento, y lo que, salvo mejor juicio, se puede tomar por medio entre estas dos opiniones que he dicho. 

El P. Francisco Ribera, de la compañía de Jesús, en el Comentario a los doce profetas menores, en el Proemio al libro de Amós, dice las siguientes palabras: ex edit. Duacensi 1611. pág. 162. Nullum esse, aut praestantius, aut utilius, aut homine dignius studium, quàm Sacrarum Litterarum, ille optimè intelliget, ac sentiet, qui eis se totum tradiderit, videbitque meritò eum beatum esse praedicatum, qui in lege Domini meditabitur die ac nocte.... Quantum est enim introduci a Rege in cellam vinariam, ordinari charitatem? Quantum ubera illa sugere, meliora vino, fragrantia unguentis optimis? Tenere Sapientiam, quam loquitur Apostolus inter perfectos: Sapientiam verò non huius saeculi, neque Principum huius saeculi, qui destruuntur, sed Dei Sapientiam in mysterio, quam nemo Principum huius saeculi cognovit, Coelestium thesaurorum largitioni interesse, gloriam Domini revelatam facie speculari? Non sunt plane non sunt condignae passiones huius temporis ad futuram gloriam, quae ubi Sacros libros probè tenuerimus, revelabitur in nobis. Sed nostri homines ad alia celeres, et prompti; ad haec studia segnes ferè sunt: atque ita statuunt ea aut ociosis hominibus, domique se continentibus, aut certè concionatoribus esse reliquenda. Quo fit, ut qui concionibus sese aptos minimè putant, etsi otio abundent, in quavis re alia potius laborem, atque operam ponant. Ego autem quantuin concionatoribus prosint Sacrae Litterae, dixi iam saepe: et quantum eisdem illi indigeant, qui in disputandi subtilitate versantur, possem dicere, ac aliquando fortasse dicam. Nunc non hoc dico, et si utilissimae sint hae Litterae ad alios iuvandos, tamen pessimè iudicare, qui putant aliorum tantum causam illas esse discendas. Nam si Sanctorum Patrum et alios Doctorum hominum libros, qui spirituales dicuntur, et sunt, cum magna utilitate legimus, ac legendo experimur nos reddi meliores; ecquis erit tam spiritualis liber, qui cum illis conferri possit, quos ipse Spiritus Dei nobis per lectissimos homines, sapientissimosque dictavit? Si iuvant et  quasi satiant tenues rivuli: quid faciet fluvius ille magnus, quem vidit Ezechiel egredientem subter limen domus Domini, quem non potuit pertransire, quoniam intumuerant aquae profundi torrentis, qui non potest transvadari? Cumque me, inquit, convertissem, ecce in ripa torrentis ligna multa nimis ex utraque parte. Quae sunt arbores multae ex utraque ripa torrentis, nisi veteres Sancti, Legi et Prophetis adiuncti, et novi qui ad Evangelistarum et Apostolorum fluentia considentes, quasi arbores pulcherrimae semper vernant, et suavissimis fructibus abundant?... De his arboribus et de his aquis dictum est: Et erit tamquam lignum, quod plantatum est secus decursus aquarum, quod fructum suum dabit in tempore suo, et folium eius non defluet, et omnia quaecumque faciet prosperabuntur. Solebam mecum mirari cum saepe apud Hieronymum legebam, mirificam vim habere studium Scripturarum ad animum hominis imitandum, ad incendia carnis extinguenda, ad contemptum saeculi, ad omne denique virtutum genus comparandum: donec intellexi ea dicere illum, quae in se fuerat expertus, et iniquum esse non credere experto. Qui non credit, discat sibi primum legere Scripturam, non quasi aliis interpretandam, sed quasi in utilitatem suam totam convertendam; meditetur in ea die ac nocte: sentiet animum durum emolliri, frigidum coelesti igne succendi; nam verba Domini quasi ignis, et quasi malleus conterens petram. Sentiet saeculi amorem evanescere, excitari in se desiderium aeternorum bonorum, perfundi animum incredibili quadam voluptate, quam qui sentiebat clamabat: Quam dulcia faucibus meis eloquia tua, super mel ori meo! Ovitae coelestis sapientia dux, ò virtutum magistra, vitiorum pestis, lucis parens, expultrixque tenebrarum! Quid nos, quid universa hominum vita sine te esse potuisset? Tu itineris et laborum comes,

tu in adversis rebus consolatrix, custos et moderatrix in secundis, adolescentiae institutrix, virilis aetatis firmamentum, dulcissimum perfugium senectutis. Venite ergo, et     ascendamus ad montem Domini, et ad domum Dei Iacob, et docebit nos vias suas, et ambulabimus in semitis eius. Nec nos terreat obscuritas.... Non est quod diffidamus, nec enim viribus nostris confidimus: sed adiutorium nostrum in nomine Domini, qui fecit coelum et terram. 

El Padre M. Fr. Facundo de Torres, abad del monasterio de S. Benito el Real de Sahagún y de toda su villa y abadía, en su Filosofía Moral de eclesiásticos, lib. II. § 2. de la edición de Barcelona de 1621. pág. 153 y siguientes, dice estas palabras:    

Orígenes dijo era la Sagrada Escritura maná divino que daba al alma sazón en todos sus consuelos y gustos, haciéndole sepa a todo cuanto desea vuestro gusto (toda es doctrina de Orígenes). Si estás triste y desconsolado por ofensas pasadas, en la Sagrada Escritura hallarás consuelo cuando dice: Cor contritum et humiliatum Deus non spernit (Psal. L.) Si te gozas con la esperanza de bienes futuros, en ella misma hallarás el aumento de esos gozos, cuando dice: Laetamini in Domino, et exultate iusti (Ps. XXXI.). Si estás doloroso y enfermo, en la Sagrada Escritura hallarás tu salud y remedio, porque en ella está escrito: Dominus sanat omnes languores tuos (Deuter. VII.). Si la pobreza y necesidad de bienes de tierra te desconsuela y consume, en la Sagrada Escritura hallas los consuelos de bienes del cielo con el seguro que da: Dominus allevat de terra inopem, et de stercore erigit pauperem (Ps. CXII.). 

Y al fin concluye: Sic ergo manna verbi Dei reddit in ore tuo saporem quodcumque volueris. Que si el maná que dio Dios a los hijos de Israel para sustento de sus cuerpos, tenía en sus bocas el gusto de todos los manjares; el maná de la Sagrada Escritura, maná infinitamente más perfecto, dará a los que le gustaren el gusto y consuelo que cada cual puede desear más a su propósito, porque es poderoso para todo. Y según esto, por cierto con mucha razón libra el Evangelista san Juan la bienaventuranza de esta vida en el conocimiento de la Sagrada Escritura: 

Beatus qui legit. 

§ 3. Junto la lección con la bienaventuranza. Porque los bienes soberanos que contiene la Sagrada Escritura, se alcanzan con la lección continua. Tesoro es la Sagrada Escritura de bienes infinitos: fuente de quien manan caudalosos ríos de suavidad y dulzura; pero estos gózalos quien se ocupa perpetuamente en su lección...  Propiedad del tesoro es enriquecer con una de sus pequeñas partes; y es tan rico tesoro el de la Sagrada Escritura, que una sola proposición bien leída, bien rumiada y entendida, basta para enriquecer en esta vida un alma con bienes del cielo. No hay que dudar: los bienes de la otra vida son los que en el alma cristiana pueden engendrar mayor deseo y codicia de ver a Dios, conocerle y gozarle con comunicación de sus infinitos bienes: ni hay más que decir, ni más que desear. Y es tan grande la perfección de la lección de la Sagrada Escritura, que aun en esta vida es poderosa para engendrar en nuestras almas una bienaventuranza que tenga estrecho parentesco con la que gozan los santos en la otra. Con la lección de la Sagrada Escritura se halla en esta vida una bienaventuranza, que es gloriosa vigilia de la que habemos de gozar en la pascua de la otra. En el conocimiento de sí mismo libró Jesucristo el gozo de los bienes eternos... Al fin, sin duda es cierto en entrambos Testamentos, que milagros y señales del cielo han sido siempre poderosas para ganar crédito a la doctrina de Dios. Y con ser estos medios tan eficaces y poderosos, dice san Chrisóstomo (1: in cap. XIII. Genes. Hom. XXXV. et in Act. Hom. XIX.), que es poderosa la lección de la Sagrada Escritura para suplir por entrambos; y así la dio Dios a su Iglesia, aun en sus primeros principios. Notable caso por cierto, que fuese tan fácil la conversión de aquel bárbaro etíope eunuco y potentado de la reina de Candacia (Actor. VIII.) No vio señales del cielo como los magos, ni los soberanos milagros que el ladrón en la cruz; y con todo eso dio crédito al Evangelio tan fácilmente como ellos. Y si queréis saber por qué, es porque bárbaro cual era, seglar, y divertido en causas del mundo, dentro de su coche iba leyendo, no fábulas ni patrañas al uso de estos tiempos; sino el lugar de Esaías, que contiene los más sagrados misterios del Evangelio: Tamquam ovis ad occisionem ductus est (tal como la oveja es conducida a la muerte), &c. Sólo con declararle san Felipe esto, dio crédito a todos los misterios de nuestra fe. Tanta res est ac tam utilis Scripturarum lectio, concluye Chrisóstomo. 

No se puede imaginar medio más importante para el fin que pretendemos; pues con la lección de la Sagrada Escritura ni son menester milagros, ni más señales del cielo. Beatus qui legit: Bienaventurado el lector de la Sagrada Escritura, porque en ella halla todo lo necesario para conseguir la última y eterna bienaventuranza: pues todo lo que los bienaventurados en la otra vida ven, lo cree en esta por la lección. Al fin, quien quisiere hallar el camino del cielo, no tiene luz ni más clara, ni más cierta (dice Hugo) que la lección de la Sagrada Escritura.... Beatus qui legit. Una y mil veces digo, es bienaventurado el que lee, si lee como debe; y si no puede leer por algún impedimento, a lo menos oye la lección de la Sagrada Escritura, que es hacer lo que puede: por eso añade et audit, para que leyendo u oyendo esté siempre meditando los sacrosantos misterios que el mismo Señor le está enseñando... Y advierto para concluir esto, que no hace bienaventurado qualquiera lección de la Sagrada Escritura; sino la que es continua, la que es de día y de noche, la que es perpetua: que sólo aquel dio el profeta por bienaventurado, que: In lege Domini fuit voluntas eius, et in lege eius meditabitur die ac nocte (Psal. I).

Y en el capítulo xIV pág. 157. dice:

Aunque es verdad que la lección de la Sagrada Escritura ha de ser común a todos: aunque es verdad que la lección de los libros profanos ha de ser prohibida a todos (dejo los tiempos de la niñez) porque todos deben aprovecharse del bien de la una, y huir del daño de los otros; de quien empero es más propio esto, es de los Ministros de la Iglesia, de los que tienen oficio de predicadores y maestros en ella con seguridad: la bienaventuranza de la lectura no se halla en otros libros que en los de la Sagrada Escritura. Beatus (dice nuestro Evangelista) qui legit et audit verba, prophetiae huius.  

Y sigue tratando de esto copiosamente. 

El P. Fr. Antonio Ximénez, regente de los estudios del colegio de San Francisco de Paula de Sevilla, en el libro que compuso cuyo título es: Erudición evangélica y arancel divino, &c. impresión de Sevilla de 1627. Tom. II. Exhortación VII. § 1. pág. 400. hablando de lo provechosos que son los libros sagrados y su lectura, dice:     

Los libros de la Sagrada Escritura tienen primer lugar, por ser autor de ellos el Espíritu Santo, y ser la fuente de toda elocuencia y sabiduría; aunque como los bienes son algunas veces tan levantados y misteriosos, y el conocimiento que los alcanza es oscuro, parecen desabridos y sin retórica a los ignorantes: y no es porque ellos no la tienen, sino porque es más alta que los hombres, y no la entienden. Ejemplo de esto sea el glorioso san Gerónimo (1: S. Hieron. Epist. ad Eustoch. Audi filia.), el cual confiesa en aquella famosa carta: Audi filia que escribió a la virgen Eustoquio, que estando con una recia calentura, fue arrebatado y presentado ante el justo y supremo juez, y allí mandado azotar con terribles y verdaderos azotes, porque no se preciaba de cristiano, sino de ciceroniano, porque gustaba de la elocuencia de Tulio, y en tomando en la mano los libros de los Profetas, le parecían de llano estilo y sin artificio sin artificio, y le eran desabridos, y por eso no los continuaba. A la verdad no eran ellos sin artificio, sino Gerónimo era el tosco para entenderlos; porque las palabras de la Sagrada Escritura (según dijo el profeta Psal. XI.) son castas y de plata; porque el Espíritu Santo las sacó de la mina de la Divina Sabiduría sin escoria, sin horrura, más que si siete veces las hubieran limpiado y purificado en fuego: son puras y castas, que convidan a pura y casta conciencia: son de plata por su lindo sonido y consonancia, y por el valor grande que tienen para aprovecharnos, según dijo el apóstol (II. ad Tim. III.): Toda la Sagrada Escritura inspirada por el Espíritu Santo a los hombres, es provechosa para enseñar, para argüir y convencer nuestros entendimientos, para corregir nuestras faltas, para instruirnos e informarnos en santidad, para que el hombre de Dios sea perfecto y consumado, instruido por ella para hacer toda obra buena.

¡O quién cogiera estas divinas palabras más de espacio (despacio) y propósito, para ponderar en ellas la excelencia grande y provecho que tienen las Divinas letras! Pero por no divertirme con larga digresión en prosecución del hilo y corriente que llevamos advierto de paso, que en ellas se nos muestra ser palabras de plata, pues son tan útiles y provechosas para que guardemos toda santidad: y aquel homo Dei nos da a entender, que el hombre que no tocare en Dios, no puede gustar de esta divina elocuencia. No habéis de tocar en Cicerón, en Demóstenes, en Horacio, Virgilio y los demás oradores poetas, nivelándola con sus elocuencias, retóricas y poesías, que no son ellos piedras de toque donde se ha de conocer el valor de las palabras de Dios. Son sucio y asqueroso barro que nos deslustran la hermosura de nuestra Divina Escritura. La piedra en que esta fina plata se conocerá, es Cristo. En Cristo se han de examinar las divinas palabras; y el que las hubiere de examinar, ha de tener fe y amor              de Jesucristo, ha de ser cristiano y no ciceroniano. Si como cristiano lees la Sagrada Escritura, esa piedad, amor y deseo de imitar a Cristo y la contemplación de sus divinas misericordias, hará que esta Escritura te descubra en él su fineza y valor. La doctrina sagrada es elegante, medida, concertada, &c. porque Dios es el autor suyo, y en Cristo se ha de examinar. ¿Qué hombre sabio hay que no descubra la verdades, y en su doctrina no pretenda enseñarlas? ¿Qué padre hay, que no pretenda dar buenos y preciosos consejos a sus hijos? Y ¿qué hombre prudente hay, que las palabras que hubiere de hablar, no sean a propósito y a su buena ocasión; no las mida, mire y examine, para que ninguna falte ni sobre; ningún otro lenguaje muestre mejor lo que pretende? &c. Pues si Dios es sumamente sabio, es dulcísimo y amorosísimo Padre, y sobre manera prudente y bien acordado; ¿por qué su doctrina no será altísima, descubridora de altísimos misterios? ¿Por qué sus consejos no serán saludables a nuestra edificación? ¿Por qué sus palabras no serán limadas, puras, acendradas elocuentes? ¿Por qué cada una no estará en su lugar y hará su oficio? Tocad con esa doctrina en el amor de Jesucristo, y veréis como son palabras castas, preciosas, &c. Per quem (dijo san Pedro II. Epist. cap. IV.) maxima et pretiosa nobis promissa donavit. Por el conocimiento y amor que tuviéremos a Jesucristo, conoceremos y gustaremos y estimaremos las preciosas palabras suyas; hallaremos la divina gracia, y virtud que por ellas se nos enseña; conoceremos ser de grande erudición y elocuencia, y que no les falta el color retórico y toda buena condición necesaria para que merezcan nombre de sabias, elocuentes y eficacísimas palabras, para conocimiento de la verdad y amor del verdadero deleite. Y en el libro XXII. Exhortación III. § 2. pág. 426 dice también: 

Veis aquí el principio de toda nuestra desventura, la ignorancia y el olvido de la ley de Dios. Muchos hay que tienen la voluntad en la ley de Dios y quisieran en todo cumplirla; pero por no meditarla y considerarla, por no abrir los ojos y estudiar para saber puntualmente lo que se ha de guardar, por no recitar, por no recitar y decir vocalmente cada día los mandamientos de la ley, caen en intolerable ignorancia y pecan, ya haciendo más rigoroso el mandamiento, ya relajándolo más que la ley contiene. Unos por carta de más, y otros por carta de menos dejan de ser justos y bienaventurados; porque no hacen lo que el profeta dice: Et in lege eius meditabitur die ac nocte. El verbo hebreo Hagha, significa meditar no sólo con el pensamiento y actos del entendimiento, sino también con los sentidos corporales, como del hablar con la lengua se dice en el Salmo LIV: Lingua mea meditabitur iustitiam tuam. Y: Os iusti meditabitur sapientiam (Psal. XXXVI.). Mi lengua y mi boca meditará tu santidad y justicia. Es necesario para vencer las tentaciones del mundo, meditar en la ley de Dios; no basta haberla sabido una vez, sino que se ha de meditar de día y de noche, no sólo con el entendimiento y memoria, pero también vocalmente se ha de recitar, y en los libros se ha de leer, y con los oídos se ha de escuchar atentamente, cuando los predicadores la enseñan. Confusión grande de los que se han olvidado de la doctrina cristiana, y se contentan con haberla sabido cuando niños en la Escuela, y nunca más la vuelven a recitar ni meditar. Los Confesores habían de apretar en esto la mano más de lo ordinario, y negar la absolución (si fuese necesario) al que no la sabe, hasta que la sepa, y entienda bien las obligaciones de la ley de Dios. Por eso mandaba Dios (Iosue I.): No se aparte el libro de la ley de tu boca, sino meditarás en él de día y de noche, para que guardes y hagas todas las cosas que en él se contienen. Entonces enderezarás bien tu camino, y la entenderás. Es digno de ponderar, que si al príncipe y capitán general Josué, entendiendo en negocios de la guerra,  obligaba Dios a que supiese de memoria, y repitiese siempre con su lengua una ley de tantas ceremonias y puntos como era la antigua: que no se escusa el rey y el príncipe, el soldado y caballero, ni aun el rústico labrador, de saber y recitar la ley de Dios, pues tan fácil, breve y suave nos la dio Jesucristo redentor nuestro en diez mandamientos cifrados en dos, que son: Amar a Dios y al prójimo (próximo): los artículos de la fe que se mandan creer pocos son: los preceptos de la Iglesia solamente son cinco: y la demás doctrina breve y fácil es, que con poco cuidado la puede aprender de memoria el que a ella quisiere aplicar la atención. 

Fray Miguel de Medina, del orden de san Francisco, teólogo de Felipe II en el Concilio de Trento, en su obra intitulada: Christiana Paraenesis, sive de recta in Deum fide, lib. VII cap. X Edit. Venet. pág. 242. b. tratando del uso antiguo de leer la Escritura en lenguas entendidas del pueblo, dice: 

Habebant Hebraei populi sub Davidis imperio Divinam legem per Mosem linguam maternam paulò ante tributam, nec prorsus tunc ea ratio loquendi, quae in lege fuerat observata, conciderat. Habebant et eius saeculi homines verum legis a proavis, qui eam per Mosem susceperant, germanumque sensum. Unde nihil illis erat in legis intelligentia praeter ipsam rerum maiestatem adversum.... Immo verò et Iudaei ipsi Davidis tempore, et usque ad Babylonicum excidium, quòd apertior tunc lex esset quàm quod magisterium requireret, nullos publicos legis Doctores aut scribas habuisse leguntur. Postea verò cum et hebraici sermonis puritas, et legis Divinae studium inclinare coepissent, non omnibus passim, sed quibusdam, quos ad id muneris eiusdem sanctae legis notitia provexerat, scripta divina tractare licebat. Unde Ezras Scriba velox omni multitudine populi audiente legem Domini legit.   

Y hablando luego de las utilidades de la Sagrada Escritura, en la misma pág. dice:  

Sancta Scriptura Divinae, quae in ea continetur, legis ratione verè lux est, verè lucerna, verè praeceptum lucidum est: non quòd omnibus hominibus, ut scripta est, sine magistro et interprete pateat, sed quod vel a doctis lecta, vel a populo audita, inter huius tenebrosae caliginis salebras (ut de Petri loco modò dicebamus) in Coelum nos ducat; et verè simplex etiam anus, quae namquam Scripturam legit, divinae legis auxilio, quasi quadam lucernam, in salutis via tutissima incedit. Atque hoc est, quod altero horum locorum David subiungit (Psal.XVI.): Testimonium Domini fidele, sapientiam praestans parvulis: quòd nimirùm per Divinam Legem aut testimonium id, quod ingentia illa mundanae sapientiae culmina Philosophi post multos exhaustos labores, post multorum hominum magisteria vel de rerum cognitione, vel de instruenda vita non potuerunt apprehendere, parvuli et simplicissimi quique Divinae legis cultores perfectissimè noverint, atque id maximè in evangelico statu, ubi Filius ipse quaecumque Divinitatis mysteria a Patre acceperat, nota nobis fecit.           

Y hablando después del conocimiento que tenía antiguamente el pueblo de las lenguas en que se le daba a leer la Escritura, pág. 244. b. dice: Sancti quidam Patres vel Graeci vel Latini, prioribus illis saeculis populum ad Sanctae Scripturae lectionem hortabantur. Nimirùm quod totum Novum Testamentum Graecè, id est vulgari Graecorum linguam fuerit penitùs editum: Vetus autem ex Hebraeo ante multa saecula, immo ante Christi adventum, non sine numine in eandem fuerit non semel conversum: utrumque verò et Vetus et Novum, ab ipsis Apostolis germanis Sanctae Scripturae interpretibus, aut ab eorum successoribus latino sermone donatum. Quamvis postea Hieronymus ex hebraica veritate, et ex multis quae antea erant, editionibus, unam omnibus puriorem Latinis praestiterit. Erant hac linguae apud Christianos non extraneae proximam illam Ecclesiae aetate in Assia, Europa et Africa, sed vulgares et vernaculae, propter Graecorum et Romanorum Imperia. Paucissimi enim erant, qui Graecè aut Latinè non scirent. 

Y tratando en el mismo capítulo de los fines que la Iglesia tuvo para conservar en latín los Libros Sagrados, cuando por las herejías de Alemania quitó de las manos de los fieles las traducciones vulgares de estos mismos libros; en la pág. 240. b. dice estas notables palabras: Non invidiam, sed christianae concordiae et unitatis conservandae zelo in universa Ecclesia Latina sapientissimè inolevit, ne amplius quàm una esset Sanctarum Litterarum versio …. Quoniam verò nulla erat latior lingua, neque quae ad plures Provincias sese propagaret, post Romanum Imperium quàm Latina, ea commodissima visa est, quae in hanc versionis unitatem Ecclesiasticae quoque unitati deserviret.... Unde apertissimè videri potest, non invidiam, sed summam benignitate latinam linguam in hanc rem electam fuisse, quae eo saeculo non Ecclesiasticis tantum, sed universis penè sub Romanorum imperio degentibus familiaris erat. Optarent profectò Theologi et Sancta Concilia, ut omnes latinè scirent. Neminem enim ex iis qui latinè sciunt, a Sanctarum Scripturarum lectione coërcent.     

Y prosiguiendo en la pág. 245. a la misma materia, dice: Nos non arcemus laicos, etiam eos, qui tantùm latinè sciunt, a Sanctarum Scripturarum lectione; sed laudamus et commendamus eos, quasi homines Christianae Religionis rationem habentes, immo verò neque faeminas, quales doctissimas multas non ignoramus: sed plerumque et illos et has cum increpationibus, quod Chrisostomus faciebat, ad Sanctos libros et Scripturas remittimus. Optamus etiam ut omnes latinè aut graecè scirent, ut loco prophanorum et plerumque pestilentium librorum, Sacras Scripturas et Sanctorum Patrum, quorum doctrinam et vitam Deo placuisse certissimi sumus, labores evolverent. Optamus deindè, et maximè optamus, lectionis publicae munus, quod non modò apud Iudaeos singulis sabbathis, sed Apostolicis quoque et multis post temporibus fuit frequentissimum, immo in quo et olim et hodie rectè peragendo lectores ordinamur, Pontificum aut minorum Episcoporum curam in Ecclesia restitui: quo illo saltem dominicis diebus quibus concio non esset, lectiones tum evangelicae, tum etiam epistolares, sensu tantùm litterali et historico populis explicarentur ….

Fuisse certè istud lectionis publicae munus in Ecclesia frequentissimum, Apostolicae Litterae docent. Attende (inquit ad Timotheum Paulus) lectioni, exhortationi, et doctrinae, dum venio. (I. Timoth. IV.) Quibus verbis Ecclesiasticum ordinem, quo tunc in docendo utebantur Evangelici ministri, planissimè ostendit. Primò enim omnium ex Sacris Scripturis aliquid legebatur, deindè exhortatio et doctrina sequebatur. Sed et huc pertinet illud, quod in Sanctorum Patrum Homiliis crebrò repetitur: Lectio quam

audistis, fratres carissimi &c. Refert Socrates (lib. V. cap. 25.) apud Alexandriam feriam quartam, et eam quae Parasceve dicitur, id est sextam, publicas lectiones fuisse, et post eas doctorum exhortationes et Sacram Synaxim. Optamus, inquam, ista restitui, tantum abest ut vel laicos doctos vel plebes, a Sanctae Scripturae lectione sincera arceamus. 

La Ven. Madre Hipólita de Jesús Y Rocabertí, religiosa del orden de predicadores en el convento de los Ángeles de Barcelona, que murió de edad de 73 años en el de 1624: en la obra que compuso de los Estados, y se imprimió de orden del arzobispo de Valencia Don Fr. Juan Tomás de Rocabertí, en Valencia el año 1682. Lib. 1. cap. XXXI. pág. 120, hablando con los reyes y príncipes y grandes señores, les exhorta a la lección de la Sagrada Escritura por las siguientes palabras: De parte de nuestro Señor Jesucristo les suplico, que lean o hagan leer cada día un poquito de la Santa y Divina Escritura. El un día del Santo Evangelio; otro del Testamento viejo. ¡O señores míos muy amados en Jesucristo nuestro Señor! No sé que tiene la Santa Escritura; tal virtud veo en ella de purificar el alma, de ilustrarla e inflamarla, y encender nuestros corazones en el vivo amor de Dios, que de mi pecador confieso, que nunca he tenido trabajo, tentación, ni enfermedad, que en leyendo el Santo Evangelio o los Profetas &c. que luego no hallase remedio y grande alivio en todos mis males, así espirituales como corporales; y sabe Jesucristo mi Dios y Salvador que digo verdad, que con tanta fe, amor y deseo de poner la palabra de Dios por obra, que cuando leo la Biblia, aunque en ese punto me enviase Dios la muerte, cierto me parece la tomaría con gusto; lo cual no siento en los otros libros.  

Y en el capítulo XLIV del mismo libro 1. lamentándose de los bienes que pierden los seglares que no leen la Sagrada Escritura, dice: Temo mucho, que excepto los predicadores y gente eclesiástica, que rezan los oficios divinos, y leen por consiguiente la Escritura Sagrada, que no hay para los demás libro, ni cosa en el mundo más olvidada, que la Divina y Santa Escritura. Y si dicen que no todos entienden el latín, respondo, que ojalá los que entienden el latín tuviesen más registrada la Sagrada Biblia, pues sin duda es él más provechoso que todos los otros libros; antes todos los otros libros toman autoridad, luz, fundamento y lustre de este. 

San Gerónimo no sólo a los hombres, pero también a las mujeres, las convida, exhorta

exhorta y dice hasta las vírgenes: “Mirad hijas, que nunca se os caiga de las manos el libro de la santa y Divina Escritura.” Escribiendo a una virgen, dice: "Mira hija, que te halle el sueño leyendo el Santo Evangelio, y con él despierta.” Yo pecador despreciado, no tengo en este mundo otro alivio en mis trabajos, ni otro entretenimiento ni consuelo, ni que más me esfuerce a vencer mis pasiones, y a más desear a mi Señor Jesucristo, que leer cada día en la Santa y Divina Escritura; y mucho me duelo ver en los cristianos tanto descuido en cosa tan importante a nuestra salvación... En una Epístola dice san Gerónimo doctor de la Iglesia, que una viuda de su tiempo, por estar tan enseñada en las divinas letras, con sus cartas y escritos destruyó y confundió a los herejes que le eran comarcanos: y de otra mujer dice lo mismo; pues en verdad estas mujeres que tanto alaba san Gerónimo, de que eran dadas a leer la santa y divina Escritura, no eran como las ignorantes y necias mujeres de nuestros desdichados tiempos, que todo su cuidado es como contentar al mundo y al diablo con cien vanidades que llevan en sus cabezas, con vestidos de gala: desear ser festejadas, ventanear es su libro y su desdichado y loco entretenimiento; pero de todo esto tienen culpa los padres y madres, que en lugar de enseñar a sus hijas de leer y ser buenas cristianas, les enseñan las locuras de Diana; y no digo más, sino que temo que si el glorioso S. Gerónimo bajara hoy del cielo, y viera tales padres y tan malas madres, como tan celoso de la honra de Dios, como otro Elías, rogara a Dios dejase bajar fuego del cielo, y quemara a todos los padres y madres, que en sus hijos ya desde niños sufren y disimulan los pecados y malas inclinaciones, y con tanta vanidad ofrecen sus hijas a los demonios: porque no perseverando en los pecados, después en el infierno no tendrían tanto tormento.... Tomó tanto a pechos S. Gerónimo esto, que de propósito enseñó a santa Paula y a su hija Eustoquio buena parte de la santa y divina Escritura; y cuando al Santo se le olvidaba algún lugar que buscaba, enviaba a santa Paula que se lo dijese: y ella con mucha humildad lo hacia. Miren lo que dice escribiendo a la Virgen Demetria, y a otras muchas en las cuales hallaba capacidad y discreción para merecer tanto bien, como es leer, tratar y estudiar en la santa y Divina Escritura; y si las mujeres incapaces e ignorantes de este tiempo, dicen que no entienden el latín, y algunos hombres seglares rudos, respóndoles que se acuerden, como se lee en las vidas de los santos padres del Yermo, que un mancebo muy triste se fue a un viejo, y le dijo: ¿qué haré Padre que no entiendo nada del Psalterio de David? Respondió el viejo: Hijo, persevera en leer, aunque no lo entiendas: porque el demonio lo entiende, y como es contra él, huirá de ti cuando dijeres: Exurgat Deus et dissipentur inimici eius, et fugiant qui oderant eum a facie eius &c.... También querría que se acordasen los cristianos, y más la gente eclesiástica, que nuestro Señor Jesucristo, como dice el Evangelista, en todas las tres tentaciones que el demonio le truxo (trajo) en el desierto, aunque su divina Majestad no tenía necesidad, por darnos ejemplo, tomó siempre por armas contra el demonio, sólo la palabra de Dios, como todo el mundo sabe; y lo mismo hicieron todos los santos. De nuestro Padre Santo Domingo se lee, que tenía mucho amor y veneración al Libro de la Santa y Divina Escritura; y cuando hallaba la Biblia o el Misal, le hacía grande inclinación y le saludaba; y lo mismo hacen, quienes, como legítimos hijos le quieren imitar. Dejemos aparte los hijos, pero aun las Monjas Dominicas, sé yo muy bien que en todas sus tentaciones, trabajos y enfermedades luego recurren a la viva palabra de Dios, y de una en particular, que sólo en leer la Santa y Divina Escritura, olvida todo lo deste mundo, y se transforma en Dios. 

El P. Juan Gabastón, de la orden de predicadores, en su Comentario del tratado de la Vida Espiritual, que compuso S. Vicente Ferrer, de la edición de Valencia del año 1614. pág. 285 y siguientes, comentando aquellas palabras del cap. III de dicho tratado: reprehende y riñe a ti mismo en todas tus acciones, palabras y pensamientos, y en la lección de algún libro bueno que leyeres, en el § 29 dice las siguientes palabras: 

Cosa era de no pequeña lástima ver a Augustino (1: San Aug. lib. VIII. Conf. c. 12.) antes de convertirse fluctuando en el mar de su indeterminación, dando largas a su conversión: replicándose a sí mismo, y respondiéndose con aquel cras, tan cansado y largo. Al cual replicaba la razón, apretando los cordeles: Si aliquando, quare non modo? Si tu conversión se ha de hacer algún tiempo, ¿por qué no será luego? 

De esta suerte se veía contrastado de falsos y vanos temores, y de dudosas perplejidades. Pues en medio de tan cruel borrasca descubrió el norte claro de su segura navegación, y como si se le abriera el cielo, fue ilustrado con nueva luz de que necesitaba. Y oyó una voz que le dijo: Tolle, lege. Tolle, lege. Toma el libro y lee. Toma el libro y lee. Y sin averiguar cuya fuese la voz, hizo lo que le mandaba con mucha diligencia. Y tomando las Epístolas de S. Pablo, las abrió, y las primeras palabras en que puso de primer lance los ojos, fueron aquellas que dicen: Non in commessationibus, et ebrietatibus, non in cubilibus, et impudicitiis, non in contentione, et aemulatione: sed induimini Dominum Jesum Christum. (Rom. XIII) No andéis en banquetes y embriagueces, no en dormir y

deshonestidades, no en altercaciones y pasiones: mas vestíos de Jesu-Christo. De tal suerte hizo mella la lección de estas palabras en su corazón, y con tal fuerza revistió la luz de la divina gracia al alma de Augustino dudoso, que al punto se determinó, y echó de ver el estado peligroso en que vivía: y abjurando la herejía de Maniqueo, que había profesado hasta entonces, reconoció la verdad, y fue de ahí adelante la más esclarecida lumbrera de la Iglesia: por la cual se comunicó abundantísimamente esa luz a los demás. Esta lección también alumbró a santa Eugenia: que como fuese muy docta en humanas letras, y desease afectuosamente topar la verdadera sabiduría, y entrar por el camino de la verdad, llegó a sus manos un libro de las Epístolas de S. Pablo: que leyendo con atención y deseo de aprovecharse, de tal suerte se desengañó del engaño de los gentiles, que hasta entonces había seguido, y de la verdad de la doctrina cristiana, que se convirtió a la santa fe católica, y murió por ella. No fue menor la luz que revistió al alma del eunuco de la reina Candace de Etiopía (1: Doroth. Tiro de Vit. Apost.), que cuenta S. Lucas en los Actos Apostólicos, llamado Indica. (Act. Apost. VIII.) Que volviéndose a su tierra, le salió al camino el apóstol S. Felipe, por particular revelación del Espíritu Santo, y halló que andaba leyendo al profeta Isaías, dentro el coche en que iba. Las palabras que leía eran estas: Quasi agnus coram tondente se obmutescet, et non aperiet os suum &c. (Isai. LIII.) Callará como el cordero que está en manos del esquilador, y no abrirá su boca. Tomando pues la ocasión por los cabellos el santo apóstol, hecho expositor divino, le anduvo declarando la profecía, y de quien hablaba allí a la letra: con cuya doctrina quedó el venturoso eunuco enseñado en la fe de Jesucristo, por la cual murió después mártir. Así en la lección santa halló este eunuco principio de su remedio, ocasión para su bautismo, luz para su alma, y desengaño para su salvación. Pondera el divino S. Chrisóstomo este caso tan admirable (2: S. Chris. Hom. XXXV in Genes. tom. 1.), y después que lo ha contado, dice así: "He aquí (mi hermano) este eunuco y bárbaro era, y lo uno y lo otro causa bastante, para hacerlo más perezoso y negligente. Y a esto añade la honra que tenía, dignidad y riquezas, y juntamente con esto que iba camino, y en coche (porque no le es fácil al que en él camina, estar atento a lo que lee, antes muy molesto y pesado) empero el deseo y afición grande que de aprovechar tenía, quitaba todo estorbo, y allanaba todas las dificultades, y hacía atendiese a su lección.” Tras las cuales palabras concluye el divino y santo doctor, para nos la persuadir (persuadírnosla), y dice: “Propterea enim hanc de Barbaro historiam in medium vobis produxi, ut ne quemquam nostrum puderet, imitatorem fieri Ethiopis Eunuchi, eius qui ne in profectione quidem lectionem neglexit... Por tanto os he contado la historia de este bárbaro, porque nadie de nosotros se avergüenze de imitar al eunuco etíope, que ni aun caminando dejó la lección.... Por esta causa el maestro de las gentes la dejó tan encargada a su amado Discípulo Timoteo: teniéndola para él por conveniente, y para sus ovejas por necesaria; y decía: Dum venio, attende lectioni, exhortationi, et doctrinae. (I. ad Timoth. IV) Entre tanto que vuelvo lleva cuidado de emplearte en la lección de los libros santos, en la exhortación de tus ovejas y su doctrina. Y advierte en este paso Teofilato (1: Theophil. sup. hunc locum. ), que entendía muy bien el apóstol santo, que nadie sino la tal lección podía suplir su falta, e henchir el vacío de su doctrina, de donde había de aprender toda virtud y perfección. "Da también este remedio S. Pablo por único y esencial (dice S. Anselmo) (2: S. Anselm. sup. hunc locum. ) para que sirviese como de antídoto divino, para las ocupaciones exteriores y distracciones de sentidos, que pueden causarse del gobierno exterior de las ovejas, en una persona pública, como Timoteo, que era obispo.... Bastaban (mi hermano) para persuadirte esta lección santa los grandes provechos que acabamos de decir se sacan de ella. A los cuales, y a los ejemplos ya dichos, añadiré el que es único y singular para los hombres, después del Hijo de Dios. Es a saber la que fue Madre suya, y lo es nuestra; y reina de los ángeles, dada para nuestro amparo y erudición. Que pues sirve de cristalino espejo de toda virtud, pongamos en él los ojos de nuestra consideración, y compongamos nuestra alma con su imitación.” 

De esta Señora dice S. Ambrosio (3: S. Ambros. lib. II. sup. Luc. c. 1. ), que quando el Ángel la trajo aquellas dichosas nuevas de nuestro remedio y Encarnación del Verbo Divino en sus entrañas, la halló recogida leyendo y meditando aquellas palabras dulces de Isaías: Ecce Virgo concipiet, et pariet filium, et vocabitur nomen eius Emmanuel: Una virgen concebirá, y parirá un hijo, cuyo nombre será Emanuel... Todo lo cual, y mucho más epilogó el devoto Tomás de Campis (4: Thom. de Campis lib. V. de Discipl. Claustr. c. 3.) en breves palabras, diciendo: “Lectio sacra ignorantiam nostram erudit, dubia solvit, errores corrigit, bonos mores instruit, facit cognoscere vitia, hortatur ad virtutes, excitat ad fervorem, incutit timorem, recolligit mentem, recreat fastidiosum animum.” La lección sagrada enseña nuestra ignorancia, suelta las dudas, corrige los errores, engendra buenas costumbres, y hace conocer los vicios, exhorta a las virtudes, mueve al fervor, causa temor, recoge el entendimiento, y recrea el ánimo desabrido. Cuando leyeres pues estos libros (dice nuestro Padre S. Vicente) y en su doctrina vieres representada con vivos matices la suma perfección, repréndete ásperamente de tu pereza y descaecimiento (decaimiento) que tienes tan de atrás: 

y de ahí toma firmes propósitos para moverte a procurarla, y cobra nuevos bríos de caminar para ella, y de no cesar cuanto fuere de tu parte hasta alcanzarla. 

Y en el § 30 después de haber hablado de cuan dañosa sea la lección de los libros profanos, y de los grandes males que por ellos vienen al pueblo, prosigue en la pág. 297 diciendo las siguientes palabras: Los libros que debes leer para tu provecho, entretenimiento y gusto, sean los de la Sagrada Escritura (si entiendes el latín) a donde hallarás pasto bastante para tu deseo (como dice Casiano) (1: Joan. Cassian. Collat. VIII. c. 3) y un vergel con todos los géneros de flores que se pueden desear. Si gustas de Historias, ahí tienes los cinco libros de Moysen, que es el Pentateuco, y el libro de Ruth, y Actos Apostólicos; donde hallarás gustosísimas Historias. Si estás aficionado a guerras, ardides y hazañas memorables, ahí tienes los libros de los Jueces, de los Macabeos, de los Reyes y Paralipómenon. Si eres poeta, y gustas de verso, ahí puedes leer el libro de los Psalmos. Si te inclinas a gobierno así de ti mismo, como de tu casa o república: para tu intento tienes campo muy ancho, en donde aprenderás mucha prudencia y sabiduría, que son los Sapienciales, Proverbios, Sabiduría, Sabiduría, Eclesiastés y Eclesiástico. Si gustas de cosas de amores, ahí podrás ver los castísimos del libro de los Cantares. Si quisieres vivir con templanza y temor de Dios, lee la Historia del Santo Joseph, y la de la inocente Susana. Si alentar tu esperanza en Dios, ahí está el libro de Ester, Judit, Tobías. Si consuelo para tus trabajos, cuando más contrastado te veas de ellos, y anegado en medio de sus corrientes, lee el libro del Santo Job, y cobrarás nuevos alientos, y ánimo incontrastable para pasarlos. Si quieres revelaciones y visiones admirables, y eso te mueve a levantar tu espíritu a las cosas del cielo, ahí tienes en esta librería divina las Profecías de todos los Profetas, y Apocalipsis de S. Juan. Y si te deleitarías de oír hablar al mismo Dios, y de verle conversar con los hombres, y ver inclinada aquella grandeza a la capacidad de nuestra rudeza, ahí lo echarás de ver en los cuatro Evangelistas; y si quisieres saber secretos maravillosos para tu alma, y como la has de guiar en el servicio de Dios, lee las Epístolas de S. Pablo y de los otros apóstoles. "En todo esto hallarás un divino y celestial tesoro (dice san Chrisóstomo) (2: S. Chris. Hom. III. in Gen. tom. I) con el cual quedes rico de todas las riquezas que puedes desear.” Y como notó Orígenes (3: Orig. Homil. in Levit.), es una botica la Sagrada Escritura de medicinas de todas yerbas y medicamentos para curar todos los enfermos que en ella entraren con deseo de salud. Pues como dijo S. Gerónimo (4: S. Hieron. Epist. ad Damas. tom. III.): In sacris voluminibus, ex eorum lectione universa vitia purgantur. Con la lección de la Sagrada Escritura todos los vicios se limpian. 

El Ven. P. Fr. Alonso de Orozco, del orden de san Agustín, en su Tratado de la suavidad de Dios, cap. XV, que se halla en la colección de sus obras castellanas de la edición de Madrid de 1736. Tomo II. pág. 499, declarando como en la lección santa halla el alma la suavidad de Dios, dice estas palabras: Tenemos para consolación nuestra los libros santos en las manos. En el libro primero de los Macabeos se escriben estas palabras, en las cuales el Espíritu Santo nos enseña, donde nuestra alma ha de hallar la consolación espiritual que desea, no en libros mundanos que engañan las almas, sino en los libros santos que enseñan a servir a Dios, y declaran los engaños del mundo, las astucias de Satanás y sus cautelas, que son tantas que no se pueden contar. san Agustín nuestro Padre hace un libro que se llama Escala del cielo, y en él solamente trata cuatro cosas, que son como cuatro grados: lección, meditación, oración y contemplación. Esta podríamos decir que es aquella escala que inflama vio Jacob (gen. XXVIII.), la cual estaba sentada en la tierra, y tocaba al cielo, y el señor estaba trabado de ella; y era cercada de luz, y no estaba sola, porque ángeles descendían y subían por ella. Todos son misterios dignos de gran consideración y sentimiento. Adelante declararemos esta figura: baste por ahora notar en este capítulo, que la primera grada de esta escala es la santa lección, consuelo de nuestros trabajos, y luz que alumbra nuestro entendimiento, y aun inflama en el amor de Dios nuestra voluntad. san Gerónimo escribe a una Santa Virgen Romana llamada Eustoquio: "Ama la lección de las Escrituras, y no amarás los vicios; y cuando viniere el sueño, reciba el libro santo tu cabeza.” Aquí nos enseña este santo doctor, que la santa lección es medicina excelente contra los pecados, pues mortifica los malos deseos de la carne.... Estás afligido y atribulado, acógete a la santa lección, que allí hallarás descanso, cual el mundo no basta a dártele. Qué bien decía la Esposa: Mejores son vuestros pechos, Esposo mío, que el vino. (Cant. II.) El Testamento viejo y nuevo son como dos pechos de Cristo: con estos, como la madre, cría el Señor sus hijos: con esta doctrina los sustenta y los consuela: y aún podríamos decir, que por tanto la sinagoga tenía tan pocos hijos, había tantos infieles, y tan pocos católicos en el mundo, porque no había entonces más de un pecho y un solo Testamento: y así dice David por gran cosa: 

Dios es conocido en Judea, y en Israel es grande su nombre (Psal. LXXV.). 

En aquel pequeño reino estaba abreviada la fe y conocimiento de nuestro Dios; mas ya después que el Esposo Jesu-Christo tiene dos pechos, y gozamos los cristianos de los dos Testamentos: En toda la tierra, dice san Pablo alegando la profecía de David (Psalm. XVIII.) ha sonado y plantádose la palabra divina, y de todas las naciones es ya conocido y adorado nuestro Salvador Jesu-Christo. Dice la Esposa ser estos pechos mejores que el vino, porque no solamente la lección divina tiene suavidad, mas aún embriaga al alma, para que olvidada de todo el mundo, se emplee en alabar a su Criador y Señor.... ¡O pluguiese a la Divina Majestad, que imitásemos a aquellos nobles varones de la ciudad de Tesalónica, de quien dice san Lucas, que cada día con hambre escudriñaban las Divinas Escrituras! (Actor. XVII.). Gran parte es el deseo de aprovechar en la lección, para que el alma saque gran fruto; y esta hambre ha de venir de mano de Dios, que de parte nuestra no tenemos tan gran bien: mas se ha de considerar, que el Señor está arrimado a la escala, para dar la mano a los que quisieren subir por ella. Supliquémosle que en la lección nos dé su favor, para que en ella nuestra alma sea consolada; que liberalísimo es en dar a los que con humildad le piden mercedes.  

El P. Fr. Diego Murillo, de la orden de san Francisco, en su obra intitulada: Vida y Excelencias de la Madre de Dios, Tomo II. edición de Zaragoza del año 1614. en el Tratado XIII. Disc. VIII pág. 720. tratando de los medios por donde se alcanza la devoción, y por donde la alcanzó la Santísima Virgen María, dice las siguientes palabras: Otros muchos medios hay para alcanzar el don de la devoción, como son la lección de los libros sagrados, la consideración de la Divina presencia, las oraciones jaculatorias, y la contemplación de las perfecciones divinas.... Mucha parte del tiempo ocupaba (María Santísima) en la lección de la Sagrada Escritura, considerando lo que después dijo S. Gregorio, que la Escritura Divina no es otra cosa, sino una carta que escribe Dios al hombre, donde le manifiesta su corazón. "Quid est Scriptura (dice este Santo doctor) "nisi quaedam Epistola omnipotentis Dei ad creaturam suam? Disce ergo cor Dei in verbis Dei.” (1) Pues como es tan natural a los que aman gustar de leer una y muchas veces las cartas de las personas en quien tienen puesto su amor; de aquí es, que la Virgen purísima hallaba particularísimo gusto en leer los libros sagrados: porque en las palabras de Dios que hay en ellos, veía los conceptos del corazón de Dios. Y como los penetraba tan intrínsecamente, sacaba de allí mil ocasiones para despertar afectos de devoción, y muchas para elevarse en altísima contemplación de los misterios que descubría en ellos. 

Y en el Discurso IX pág. 729, hablando de los escalones por donde subimos a buscar a Dios, dice: “Est autem lectio (dice S. Bernardo 2) sedula Scripturarum cum animi nadieintentione inspectio.” Es la lección una vista cuidadosa de la Escritura con ánimo atento. En las cuales palabras, aunque breves, nos enseña el glorioso santo, que la lección de los libros sagrados no ha de ser corrida, sino cuidadosa, mirando de espacio lo que se contiene en ellos; ni ha de ser distraída, sino atenta: porque (como enseñan los santos 3) en la lección de la Sagrada Escritura Dios habla con nosotros, y por consiguiente le habemos de oír con atención, diciendo aquellas palabras del profeta Samuel (I. Reg. III.): Loquere, Domine, quia audit servus tuus: Hablad, Señor, que vuestro siervo os está oyendo para obedeceros en lo que le mandáredes. Y siendo la lección de la manera que habemos dicho, alumbra el entendimiento con la luz de las divinas palabras, y provee materia copiosa, verdadera y devota a la meditación, para que pueda discurrir sin engaño el entendimiento, asegurado de que no hay error en el fundamento de sus discursos, pues se funda en las palabras de Dios reveladas en las divinas letras. Este es el primer escalón por donde el alma sube a buscar a Dios.  


(1) S. Greg. lib. IV Ep. 40. 

(2) S. Bernard. in Scala Claust. in princip. 

(3) S. August. in Ps. LXV Isidorus lib. III. de Summo Bono cap. VIII et alii. 


El P. Fr. Jayme Rebullosa, del orden de predicadores, en su Traducción española de la obra intitulada: Conceptos Escriturales sobre el MAGNIFICAT, a que él mismo confiesa haber añadido lecciones enteras; en la lección XIV edición de Madrid de 1604 pág. 200. b. dice: Bien sabido es, que en más de dos mil y seiscientos años (que tantos pasaron de Adán hasta Moysen, en cuyo tiempo se escribió la ley con divina pluma y en papel de piedra) jamás trató Dios con tinta y papel con nadie: y de aquí es, que eran muy poquitos los que acertaban a servirle. Comunicábase tan solamente a aquellos pocos Patriarcas y Santos con secretas inspiraciones, dejando envuelto todo el resto del mundo entre mil lóbregas tinieblas de su desventurada ignorancia, o porque no sabían acertar a disponerse haciéndose capaces para tamaña merced, o por otras causas ignotas, y sólo reservadas a la alteza del Divino saber. No nos trata a nosotros con tanta escazes (escasez); pues dándonos Evangelio escrito, a todos con él nos llama, a todos nos convida, a nadie deja, a justos y a pecadores con generosa mano franquea las rique zas de sus tesoros y nuestro bien. El divino Chrisóstomo, o cualquiera que sea el autor del Imperfecto sobre san Matheo, en la Homilía primera de quien lo tomó la Glosa interlineal, sobre aqueste lugar dice: In hoc libro (en el libro de los Evangelios) omnis anima quod necessarium habet, invenit. Todos los hijos de Adán, justos y pecadores, hallarán los medios necesarios para su salvación. De suerte, que en aqueste libro, sin hojear otro alguno, está epilogado todo lo que conviene para nuestro bien. Dexónos (nos dejó) la Majestad de Dios en él su voluntad declarada por escrito, para que nadie la ignore y todos puedan leerla. Y si el apóstol santo nos dice: Haec est voluntas Dei sanctificatio nostra: Que lo que Dios pretende de nosotros, y la mira de sus deseos está puesta en que todos seamos santos; los medios para no defraudar aquestos divinos deseos de nuestra santificación, están escritos en el libro del Evangelio así para el pecador como para el justo, para el idólatra y gentil, para el escita y para el judío y chino; y en efecto para todos. 

Y en la pág. 202. b. prosigue diciendo: Como dice el divino Chrisóstomo, el Evangelio Sagrado es: Apotheca omnium gratiarum: Tienda (botica; botiga; farmacia) universal de todo bien; y es franqueada en ella la voluntad de Dios, no a unos poquitos, como antiguamente, sino a todos, como lo vemos hoy: que para aqueste fin se nos dio el Liber generationis Iesu Christi, escrito para utilidad universal de todos. 

Y en la pág. 203. b. añade lo siguiente: ¿A quién no admira, ver que andando Dios antiguamente tan escaso en no comunicarse sino a unos pocos; que ahora se colemnimunique a todos, buenos y malos, justos y pecadores; y a tanta infinidad de bárbaros, como en nuestros días a gloria suya vemos en esas tan extendidas Indias convertidos a nuestra católica fe, libres de la ceguera de su gentilidad, como ahora decía? Y pues el medio de tanto bien nos viene por tener Evangelio: el habernos dejado en él su voluntad y ley por escrito, ya se ve cuan soberana gracia y cuan singular favor ha sido.

El P. Hernando de Santiago, en las Consideraciones sobre los Evangelios de los santos que con mayor solemnidad celebra la Iglesia, edición de Zaragoza del año 1605. pág. 140, hablando del conocimiento que tuvieron de las cosas de Dios algunos filósofos gentiles, y de los medios por donde pudieron haber llegado a penetrar o tocar en tan altos misterios, dice: Este conocimiento no lo pudo Platón ni estos alcanzar sino por la lumbre del cielo o por lección de la Santa Escritura, que por sin duda tengo que la leyó y estudió Platón: Que San Agustín (1: August. lib. II. de Doct. Christ. cap. XXVIII.) con san Ambrosio (2: Ambros. in Ps. CXVIII. initio octon. 18. et lib. de Noe et arca c. 8. ) (al cual alega para esto y lo dice en muchos lugares) dice: que Platón en Egipto aprendió de Jeremias la Sagrada Escritura, tanto que pudo enseñar y escribir lo que hemos dicho. Bien sé, que después san Agustín (3: Aug. lib. VIII cap. II. de Civit. Dei.) en los libros de la ciudad de Dios, se corrigió en esto, habiendo hecho el cómputo de los tiempos; porque halló haber nacido Platón casi cien años después que profetizó Jeremías: por donde halla, que antes que pudiera oírlo el filósofo, fue el profeta muerto. Y aunque este argumento convence en cuanto a no haber oído a Jeremías, no es tan concluyente otro que trae para probar que no leyó Platón la Sagrada Escritura, ni la estudió. Porque dice, que siendo griego y habiéndose traducido en su lengua por los setenta intérpretes sesenta años después de él muerto los libros Sagrados, no pudo él gozarlos en lengua que los entendiera: y esto dije que no concluye tanto; porque además de que tuvo tan gran ingenio, que aprendió la lengua egipcia; pudo aprender por intérprete la de la Escritura, y esto bien lo confiesa san Agustín: y sabiendo la egipcia, en la cual tengo por sin duda que Joseph por mandado de Faraón leyó lección del conocimiento de Dios, que como hebreo tenía por la Escritura, y por revelación en sueños en Egipto al rey y a los ancianos y sabios, como dice David claramente tratando de Joseph (Psal. CIV.): Constituit (scilicet Pharao Ioseph) eum Dominum domus suae, et Principem omnis possessionis suae; ut erudiret Principes eius sicut semetipsum, et senes eius prudentiam doceret; también por aquí pudo saber esto Platón, pues supo esta lengua. Además de lo cual, antes que se interpretase la Biblia por los Setenta con autoridad de Ptolomeo, dice Eusebio, citando para esto a Aristóbolo, que hubo traducciones de los libros de Moisés antes de Alexandro y del Imperio de los persas. Y por este camino, dice este mismo autor, la estudio también Pitágoras. Lo mismo afirma san Gerónimo de Pitágoras y sus discípulos, diciendo, que el callar los cinco años primeros de su estudio lo aprendieron de aquel lugar de Salomón: Tempus tacendi, tempus loquendi (Eccles. VII.). 

De donde se infiere, que leían estos libros Sapienciales, y enseñaban y seguían estos consejos. 

El P. Luis de la Puente, de la compañía de Jesús, en su Guía Espiritual, Tratado II. cap. II. de la edición de Valladolid de 1609, pág. 291 y siguientes, dice estas palabras: 

El primer libro en que se aprende la ciencia del Espíritu (como se ha dicho) es la Sagrada Escritura: especialmente el Santo Evangelio, donde están más expresados los principales misterios de la fe, que son objeto de nuestra consideración: y ella es también el primer espejo en que podemos ver y conocer los tres rostros que se han dicho: es a saber, el de Dios, el de Cristo nuestro Salvador, y el nuestro propio: porque en ella se descubren todas las verdades que pertenecen al perfecto conocimiento de estas tres cosas. Y a esta causa los maestros del Espíritu con mucha razón afirman, que el primer escalón de la vida contemplativa es la lección de los libros Sagrados y devotos; cuyo oficio, (como dice san Bernardo) es esclarecer nues tros entendimientos con la luz de las divinas palabras que en ellos leemos, y proveer a la meditación de materia copiosa, verdadera, fija y devota, para que no sea estéril o corta por falta de cosas en que piense, ni errada por falta de luz y verdad en lo que discurre: ni sea vaga, salpicando de una cosa en otra sin provecho, por no tener cosa determinada en que se cebe: ni sea seca y sin jugo, por no tener materia a propósito que la enternezca. Y además desto, nos provee de remedios contra los vicios, de armas contra las tentaciones, de consejo en las dudas, de consuelo en las tristezas, de aliento en los trabajos, y de medios para alcanzar la perfección de todas las virtudes. Todo lo cual con mayor abundancia se halla en los libros de la Sagrada Escritura: por ser (como dice san Dionisio) aquella mesa que la Divina Sabiduría puso en la casa de la Iglesia muy abastecida de pan y vino; porque en ella está el pan de vida y entendimiento, que son las verdades sólidas y firmes: de donde procede la vida de las virtudes, y el entendimiento de las cosas eternas: y también está el vino de los fervorosos afectos, mezclado con el agua de la sabiduría saludable, para dar salud, esfuerzo y alegría al corazón. Ella es la botilleria (botellería) del rey del cielo, y la bodega de sus vinos preciosos, donde entra a sus escogidos, y los harta la hambre y sed que tienen de la justicia. Es una general botica llena de medicinas para todo género de enfermedades espirituales: y una torre como la de David, llena de toda suerte de armas contra toda suerte de tentaciones; porque con ser mesa que regala, está puesta (como dice David) para defendernos juntamente de los que nos atribulan y persiguen (Psal. XXII.). 

Por todo lo cual dijo san Pablo, que toda Escritura inspirada por Dios, era provechosa para enseñar, convencer, corregir, e industriar en la justicia, para que cualquier hombre de Dios sea perfecto, y esté bien enseñado en toda buena obra. Como si dijera, es muy eficaz para enseñarnos las verdades necesarias para nuestra salvación: y para convencer a los enemigos que con falsas razones pretenden engañarnos: y para corregir nuestros vicios y demasías e industriarnos en el ejercicio de las virtudes y buenas obras: de modo que alcancemos la perfección para que somos llamados, y el fin de ella, que es la vida eterna, la cual se dice estar en las divinas Escrituras, porque nos descubren al que es nuestra vida eterna, y los medios que hay para alcanzarla. 

§ I. Pero todo esto con singular eminencia se halla en los santos cuatro Evangelistas, figurados (como dice san Gregorio) por las cuatro ruedas del carro misterioso que llevaban los santos cuatro animales, figura de los cuatro Evangelistas: en cuyas propiedades, como las cuenta el profeta Ezequiel, veremos admirablemente dibujadas las de nuestros santos Evangelios. Y la fundamental es, que las verdades que nos enseñan y son materia de nuestra meditación, en supremo grado son ciertas, altas, admirables, terribles, copiosas y muy profundas. Y para significar esto, las ruedas en sla teru hechura tenían firmeza, altura y vista horrible a modo de un mar. Porque todas las verdades evangélicas tienen tanta firmeza y estabilidad, que no es posible que falten en la verdad de las cosas que dicen, enseñan, prometen, o amenazan. Y antes faltará el cielo y la tierra, que falte una jota o tilde de ellas. Tienen grande altura, porque nos descubren los altísimos secretos de la Divinidad y de sus excelentísimas perfecciones, la alteza de los premios, la soberanía de las virtudes, y la más alta perfección que se puede desear. Pero también tienen vista horrible y admirable, en cuanto por una parte nos descubren la terribilidad del pecado, del juicio y del infierno, para fundarnos en el conocimiento propio; y por otra parte nos proponen la vista terrible de la Cruz de Cristo, y lo mucho que padeció en ella por nuestro remedio: y juntamente las cosas admirables que hizo en el mundo para nuestra enseñanza y ejemplo. Y de aquí es, que su vista es como de un mar, por la inmensidad de las verdades y misterios que nos enseñan, cumpliendo lo que está escrito: que en los días del Mesías la tierra se llenaría de ciencia como agua del mar que la cubriese toda. Y aunque algunos misterios de los que propone son fáciles, otros son tan profundos, que no se pueden apear: y por esto dijo san Gregorio, que en el piélago de las Divinas Escrituras el cordero anda y el elefante nada. Porque los sencillos como corderos, tienen muchas verdades llanas que leer y meditar con seguridad, vadeando este profundo mar por su orilla. Mas los que son de grandes ingenios, topan altísimos misterios con tanta profundidad, que no hallan donde puedan hacer pie. Mas no peligrarán si nadan con humildad y rendimiento de juicio, venerando los secretos que no alcanzan. Y así los unos como los otros, con su lección y meditación hecha como conviene, alcanzarán las mismas propiedades. De suerte, que si deseas firmeza en el divino servicio, grandeza de ánimo, alteza de santidad, y muy empinada contemplación, allí la hallarás. Y si quieres fundarte en temor de Dios y en la terribilidad de sus juicios, y abrazar de buena gana la cruz de Cristo, y beber del mar amargo de sus trabajos, y llorar con amargura tus pecados; esta lección y meditación te alentará meditación te alentará para todo esto: de modo, que ni la alteza te envanezca, ni la terribilidad te acobarde, ni pierdas tu firmeza por ninguna amargura o tentación que te acometa: Mas ¿de qué servirá, que los Santos Evangelios estén llenos de tales y tantas verdades, si no tenemos ojos para verlas? Pues por aquí verás su grande excelencia, que ellos mismos nos sirven de ojos para ver y conocer los divinos misterios con gran claridad y distinción y sin velos de figuras. Y por esto se dice de las ruedas, que estaban llenas de ojos por todas partes, para denotar la soberana luz que comunican a los que leen en ellos y los meditan, descubriéndoles las cosas que han de creer, los premios que han de esperar, los castigos que han de temer, los pecados que han de huir, los preceptos y consejos que han de guardar, los beneficios divinos que han de agradecer, y todo lo que han de pedir y meditar. Y por consiguiente, son como ojos de la fe, de la esperanza y caridad y de todas las virtudes, para ejercitar sus heroicos actos: y con su ayuda quedarán esclarecidos los ojos de tu alma a semejanza de los del Esposo, de quien se dice que son como palomas sobre las corrientes de las   aguas, lavadas con leche, residiendo siempre junto a ellas. ¿Y qué aguas cristalinas son estas (dice Orígines) sino las sagradas Escrituras, en las cuales como en espejos puedes ver las manchas de tus culpas, y lavarte de ellas con la leche de su doctrina y enseñanza? Allí verás las sombras de las aves de rapiña que vuelan por el aire, conociendo las astucias del demonio para huir de ellas: y allí también tus ojos se convertirán en palomas, por la sinceridad e inocencia de la vida, y por la ligereza con que volarás a seguir el bien que conoces, huyendo del mal que has visto. Y de aquí nace otra excelencia de los santos Evangelios, que no solamente nos sirven de ojos para ver, sino de pies y de alas para correr y volar con suma ligereza en seguimiento de Dios y de Cristo señor nuestro, huyendo del pecado: porque el conocimiento que nos da, no es solamente especulativo, sino afectivo y práctico, que mueve con grande fuerza a desear y procurar el bien que descubre. Y a esta causa el nombre de las ruedas era Gigel, que quiere decir Volubiles (volubles), las que se menean con ligereza; y (como dice Teodoreto) también significa vim cognitionis, fuerza del conocimiento: para dar a entender, que con la eficacia de la luz celestial que los Evangelios comunican al entendimiento, arrebatan el corazón, y le dan fuerzas para correr con alegría por el camino de la perfección, haciendo muy suave el yugo de Cristo, y su carga muy ligera. Y así con gran propiedad se comparan a las ruedas del carro, el cual sin ellas no se puede menear, y con ellas se mueve con ligereza: porque sin la lección y consideración de estas verdades, suele ser muy pesada la carga de los preceptos y consejos; pero con ella, es muy ligera y fácil de llevar: y como las ruedas solamente tocan en la tierra con una partecica muy pequeña, y lo demás está siempre apartado y levantado de ella: así esta sagrada lección te hará pasar tan de paso por las cosas de la tierra, que no se pegue el corazón a ellas con amor desordenado: de modo, que tomes de lo terreno no más que lo necesario para pasar la vida, y luego te levantes con ligereza a las cosas del cielo. Mas por ventura desearás saber, ¿de dónde proceden tantos bienes como se han dicho, para tener más firmeza y fervor en procurarlos? A esto responde el santo profeta Ezequiel con decir dos veces, que las ruedas tenían un espíritu de vida que las movía, y que donde iba el espíritu, iban ellas siguiendo su movimiento. Y ¿qué es esto, sino decir que el Espíritu Santo, autor de las Divinas Escrituras y vivificador de las almas, asiste con los que las leen y meditan, levantando sus entendimientos y voluntades para que vean, amen, y ejecuten lo que en ellas está encerrado, en razón de que alcancen la vida espiritual de la gracia, y después la vida eterna? Este Divino Espíritu abre nuestro sentido en la lección para que las entendamos, y en la meditación enciende el fuego de los afectos para que las abracemos, y en la ejecución dilata nuestro corazón con alegría, para que corramos a su paso con gran ligereza; y con un modo maravilloso (como dice san Gregorio) las verdades del libro siguen la moción del espíritu: Et quò Spiritus legentis tendit, eò divina eloquia elevantur. Las palabras de Dios vánse (se van) tras el espíritu que mueve al que las está leyendo; y siguen la buena inclinación y deseo que porentonces tiene, proveyéndole de varias razones, motivos y ejemplos que le ayudarán a la conservación y aumento de aquel buen afecto. Si te llegas a leer con espíritu de contrición o con afecto de humildad, lo que lees te moverá a mayor dolor de tus pecados, y a más encendido deseo de humillarte para ser humilde con perfección. Y si predomina en ti el espíritu de amor o agradecimiento, en la lección toparás verdades y consideraciones que aticen estos buenos afectos. Y de aquí nace, que como las ruedas estaban tan asidas con los santos cuatro animales, que cuando ellos caminaban por tierra, también caminaban ellas, y cuando ellos se levantaban en alto, también se levantaban ellas, y paraban cuando ellos se detenían: así los varones espirituales tienen tanta trabazón con la lección y meditación de los santos Evangelios, que (como se dice de santa Cecilia) no querrían soltarlos de las manos ni de los corazones, siguiendo ellos el paso y modo de vida que tienen. Porque si tú caminas por la tierra ejercitándote en obras de vida activa, van contigo acompañándote, y enderezando tus pasos para que no tropieces: porque son luz para nuestros pies, y lumbre para nuestras sendas. Y si te levantas a lo alto ejercitando las obras de la vida contemplativa, también te siguen, ilustrándote para que alcances su alta perfección. 

Y si estás parado con firmeza, no tanto obrando, cuanto padeciendo; en esto mismo te acompañan y fortalecen, porque para todos ejercicios ayudan, y a todos estados de personas se acomodan: porque como el maná, con ser un solo manjar, encerraba los sabores de todos los manjares, y se acomodaba a la voluntad del justo que le comía, dándole el gusto que deseaba: así (dice san Gregorio) la palabra de Dios que está en el Evangelio, se acomoda a la calidad de los oyentes y lectores, dando a cada uno la refección espiritual que pide su necesidad y su buen deseo. ¡O Salvador dulcísimo! que gobiernas el carro de tu gloria, que es tu Iglesia, con las ruedas de las Divinas Escrituras y Sagrados Evangelios! Ilústrame con su luz, vivifícame con su espíritu, y muéveme con ligereza a su paso, para que conforme mi vida con lo que me dicen, y alcance lo que me prometen. Amén. 

El mismo P. Luis de la Puente, de la compañía de Jesús, en su obra intitulada: de la perfección del Cristiano en todos sus estados, Trat. I. cap. 7. § 3 de la edición de Valladolid de 1612 pág. 98. dice: En medio de esta Casa (la Iglesia) puso la divina Sabiduría una mesa muy bien proveída de pan y vino, con viandas muy regaladas y preciosas; que es la Sagrada Escritura, con los Libros del Testamento Viejo y Nuevo; entre los cuales son más preciosos los santos Evangelios. En esta mesa hay abundancia de verdades para toda suerte de personas, como dice san Dionisio: unas para los fuertes como manjar sólido y macizo, figurado por el pan; y otras para los flacos, como manjar líquido y suave, figurado por el vino; para que todos tengan inteligencia de verdades proporcionadas a su capacidad, con las cuales vivan y se sustenten, confirmen y alegren su corazón. Y en el mismo Tratado 1. cap. 12. § 2 pág. 158, hablando de los medios externos de que se vale Dios para convertir a los pecadores, dice: Porque no siempre hay comodidad de oír sermones, ha trazado la divina providencia otro segundo medio para convertir a los pecadores, conviene a saber, los libros sagrados, donde están escritas las palabras que Dios habló por boca de su Hijo o por sus profetas, apóstoles y Evangelistas. Y también los libros espirituales que han escrito los santos y maestros de espíritu. Y todos son como predicadores de las palabras y sentencias que tienen, hablándolas nuestro Señor al corazón con sus inspiraciones. Porque como dice S. Agustín (1: S. Aug. in Ps. LXV. ) “cuando oramos, hablamos con Dios; mas cuado leemos Dios habla con nosotros.” 

Y en especial la divina Escritura (como dice S. Gregorio) (2: S. Greg. lib. IV Epist. 40.) es a modo de una Carta que nos envía Dios para descubrirnos lo que quiere que hagamos en su servicio. Antes podemos decir que toda ella es como las siete Cartas que Christo nuestro señor en su Apocalipsis envió a siete obispos de Asia, que representan siete linajes de hombres que hay en la Iglesia: a los cuales escribe lo que han de hacer para salvarse. A los que titubean en la fe, avisa que estén firmes: a los que han perdido la caridad, que hagan penitencia y la reparen: a los tibios, que se afervoren (enfervoricen): a los desconfiados, que confíen: a los tentados, que resistan: a los perseguidos, que sufran: a los justos, que crezcan y se perfeccionen: y a los perfectos, que perseveren y aprovechen a otros. Y en razón de esto reprehende los vicios: alaba las virtudes: amenaza terribles castigos a los pecadores: promete admirables premios a los justos: ofrece a todos grandes ayudas: confirma esto con varios ejemplos y sucesos, y alega otras muchas razones y motivos muy eficaces. Mira pues tu conciencia a qué linaje de estos siete pertenece; y llégate con humildad a leer los Libros Sagrados: porque allí hallarás la carta de Dios que habla contigo para tu remedio. Y a esta causa, dice el mismo S. Gregorio (3: Id. lib. VI Moral. c. 9.), que la palabra de Dios es como el maná que tenía todos los sabores, porque se acomoda a la necesidad de los que la oyen o leen con cualquiera de las siete conciencias que se han dicho. Comunicando firmeza a los mudables, penitencia a los pecadores, fervor a los tibios, confianza a los pusilánimes, fortaleza a los tentados, paciencia a los perseguidos, a los justos perfección, y perseverancia a los perfectos. Y si estás en pecado y con deseo de salir de él, toma el libro, Dios te llamará e ilustrará por su medio, para que del todo te conviertas. Como sucedió a san Agustín (4: Lib. VIII Confes. c. 12.), cuya conversión se concluyó con una voz que le dijo: Toma y lee. Y tomando las Epístolas de S. Pablo, leyó aquellas palabras (Roman. XIII.): No en comidas y bebidas: no en camas y deshonestidades: no en porfías y contiendas; mas vestíos de nuestro señor Jesucristo: y no tengáis demasiado cuidado de vuestra carne: ni sigáis sus apetitos. Y luego penetró su corazón un rayo de luz que le dejó trocado. Como también lo quedó S. Antonio oyendo leer otro lugar del Evangelio, tomando las   

palabras que se leían, como si para él solo se dijeran. Y si por ti solo no pudieres entender lo que lees, Dios deparará quien te lo declare para tu remedio: como sucedió al Tesorero (eunuco) de la reina de Etiopía, cuando iba en su carroza leyendo en el profeta Esaías (Isaías) sin entenderle: y el Espíritu Santo mandó a S. Felipe que se llegase a él, y se lo declarase: y con la declaración se convirtió y recibió el Bautismo. (Act. VIII.)     

El P. Fr. Andrés Núñez de Andrada, del orden de S. Agustín, en el prólogo de la primera parte del Vergel de la Escritura Divina, impreso en Córdoba el año 1600, dice: 

Pues los Evangelistas en el escribir cada uno acomodó el Evangelio a la lengua materna que se usaba; no es razón privar a nuestra lengua española y castellana, que después de estas tres (hebrea, griega y latina) es la más política y más elocuente, de este sufragio y privilegio: y que es razón que también ella alabe a Jesucristo, pues entre todas las lenguas, después de las tres, es la que más profesa y publica las grandezas de Cristo y los misterios de su cruz. Y pues todos los que profesan sectas falsas, como son Moros, Turcos y Hereges, escriben en su lengua tan malditas y falsas Sectas, más razón es que la Doctrina verdadera del Evangelio parezca descubierta la cara en todas las lenguas, y que se pueda escribir en todas como suma verdad. 

Antes había dicho: La cruz de Cristo autoriza y adorna todas las lenguas: y todas han de publicar la cruz y los grandes misterios que Cristo obró en ella. (id. ib.) 

El Padre Hernando de Santiago, del orden de nuestra señora de la Merced, en el prólogo a sus Consideraciones sobre los Evangelios de los domingos y ferias de Cuaresma, dice: No porque la Sagrada Escritura esté en lengua latina, hemos de interpretarla en la misma lengua: pues si la tiene la Iglesia en aquellas, no es por cifrarla y esconderla, sino por ponerla en la que es más común a todas las naciones. 

Y pues ya (como hemos dicho) lo es también nuestra lengua, y no está tan grosera como antiguamente, que antiguamente, que desautorizaba y no declaraba los textos sagrados, cuando se le prohibió escribir la interpretación de ellos... bien puede fiársele con estas condiciones la interpretación de la Escritura Sagrada.

El Padre Pedro de Amoraga, Instrucción del Pecador, primera parte, cap. 97. pág. 777 impresión de Madrid 1602, dice: Pon los ojos en la vida, doctrina y muerte y resurrección y subida al Padre, y asentamiento de Cristo a su diestra: lo cual aprenderás del contexto del Evangelio, y hazte capaz de las palabras y del sentido de ellas, pues todo está escrito para nuestra salud: y atentamente y con grande ahínco has de aprender esto, y no como quiera, ni a la ligera, sino que altísimamente pongas las palabras de Dios en tu ánimo. Y en el mismo cap. 97. pág. 781, dice:

Lee los divinos libros, y ten estudio en ellos, al fin que Dios quiso que se escribiesen, y acá nos quedasen, que es para particular y general aprovechamiento.     

Y en la pág. 783, dice: Si quieres saber, has de tener grande familiaridad y conversación con los libros santos: porque si aun teniendo esta con los sabios del mundo, se pega de ellos sabiduría y estilo: ¿qué hará hablando Dios, y oyéndole siempre con atención? Y así nuestro bueno y amantísimo Dios, deseoso de nuestro provecho nos amonesta: Non recedat volumen legis huius ab ore tuo, sed meditaberis in eo diebus ac noctibus. Señor, ¿y de qué ha de servir este estudio de vuestra Divina Escritura, y esta continuación en él de días y noches? Él lo declaró luego: ut custodias et facias omnia quae scripta sunt. (Jos. I.)

El P. Fr. Joseph de Jesús María, de la orden de los descalzos de la Virgen María del Monte Carmelo, en su obra intitulada: de las Excelencias de la virtud de la castidad, part. 1. lib. IV cap. 12. impresión de Alcalá del año 1601. pág. 760 y siguientes, hablando de cuan importante sea para conservar la pureza la lección de buenos libros, dice las siguientes palabras: El glorioso S. Bernardo escribe a una hermana suya, que se arme con la Escritura Divina, y que procure rumiar en la oración lo que en ella leyere, porque le servirá no solamente de defensa en esta vida, pero también de particular ayuda para conseguir la venidera.... El devotísimo varón Tomás de Campis, aconsejándonos esta lección, dice: "La lección Sagrada enseña nuestra ignorancia, resuelve nuestras dudas, corrige nuestros errores, instrúyenos en las buenas costumbres, danos conocimiento de los vicios, y exhórtanos a las virtudes; despierta los fervores, sacude el temor, recoge el espíritu, y recrea el ánimo disgustado.” 

Pero entre todas estas utilidades referidas, las principales y más comunes, dice Julio Claro, que son tres: conviene a saber: dar luz al entendimiento para que en todos nuestros hechos y consejos nos hayamos justa y prudentemente. Por lo cual dice el real profeta David (Ps. CXVIII.): Tu palabra Señor es una vela encendida para mis pies, y una luz para mis caminos. Y así cuando dio el Señor a Josué el cargo de su pueblo para llevarlo a la tierra de promisión, le mandó que truxese siempre delante de los ojos y en su boca el libro de la Ley del Señor, para meditar en ella día y noche; asegurándole que cuando esto hiciese, conocería el camino e iría por veredas derechas. (Jos. I.) La segunda de las utilidades principales de la lección de la Escritura es inflamar el ánimo en amor de Dios: y por eso dice el profeta (Ps. CXVIII.) que trae fuego consigo la palabra de Dios, y no como quiera fuego, sino vehemente: y Salomón dice (Prov. XXX.) que es la palabra de Dios fogosa. Lo cual experimentaban aquellos dos discípulos del Salvador que iban a Emaús, a quien (quienes; los que) se apareció el Señor desconocido, y les declaraba las Santas Escrituras: y cuando después le conocieron, decían como admirados, que de oír al Salvador llevaban los corazones como ardiendo. De este fuego que en el corazón enciende la lección de la Escritura, sale un maravilloso efecto. Que así como el fuego material purifica el oro, y aparta de él la escoria: así este fuego espiritual, expele del ánimo la escoria y vascosidad de las fealdades y defectos que lo manchan, y lo deja puro y acrisolado como el oro. La tercera utilidad que de esto se sigue, es una gran suavidad y afición de meditar las palabras y obras de Dios, y ejercitarse en ellas. Por lo cual decía el Real profeta David Ps. CXVIII): ¡cuán dulces son a mi boca tus palabras! Y en otra parte las comparaba al panal de miel. De aquí viene a aborrecer los vicios y los entretenimientos profanos y dañosos, y a amar las ocupaciones loables y virtuosas. Porque si nuestra flojedad y nuestras vanidades no trajesen nuestro gusto pervertido y estragado, ¿qué cosa más dulce y más suave para el ánimo compuesto, que meditar y tratar en las cosas de Dios, en que consiste la bienaventuranza, y revolver en su alma lo que le ha de dar felicidad eterna, pues aun los que ponen su afecto en cosas tan viles como las riquezas y deleites de la tierra, de sólo aquello querrían tratar días y noches? "¿Qué cosa es la Sagrada Escritura, dice Casiano, sino un campo fertilísimo donde se hallan todos los géneros de flores que pueden desearse?” Si quieren dichos agudos, sentencias graves, ardides de guerra, consejos de paz, hombres sabios, victorias insignes, casos memorables, todo lo hallarán tan aventajadamente en la Escritura Sagrada, que dice el glorioso S. Juan Chrisóstomo que es un tesoro de innumerables riquezas. San Agustín dice de ella, que es sustento del alma, camino de la salud, preservación de la caída, y socorro en el peligro. San Lorenzo Justiniano dice, que es un sol donde se descubren los rayos de la Sabiduría del Verbo Eterno, y un erario donde están guardadas las riquezas de la Divinidad. Que allí se predica la Omnipotencia Divina en la creación del mundo: la Sabiduría del Criador en el orden admirable de las cosas: y su bondad y misericordia en la amorosa reparación del hombre. Que es el manjar sabroso de los verdaderos fieles, el consuelo común de nuestra peregrinación, y un tesoro inestimable y digno de ser de todos deseado. Orígenes llama a la Escritura botica de todas las cosas saludables, para curar cualquier enfermo que a ella venga: porque el deshonesto en la castidad de Joseph y en la de Susana, hallará su medicina: el atribulado, en los trabajos de Job hallará consuelo y ejemplo de paciencia: el que arde en ira y rencor, en la mansedumbre de David hallará cura: el que anda fluctuando entre desconfianzas, hallará en Jacob esperanza que le anime. Y así los demás afligidos y dolientes hallarán también remedios eficaces para ser defendidos y curados. 

De manera que cuando la carne se rebela, el mundo se embravece, las prosperidades engríen, las adversidades abaten, las guerras amenazan, y los hombres contradicen; está firme en el propósito loable el que se arrima a esta columna. Si las cosas temporales faltan, si los elementos se turban, si se acerca la peste, si se enflaquece el cuerpo, si desfallece el ánimo, y si tenemos ya el cuchillo a la garganta; para todo hallaremos suficiente remedio en la Escritura con que pueda ser curada el alma. Banquete general llamó Eusebio Emiseno a la Divina Escritura, en el cual pone Dios todos los platos y manjares que pueden dar buen gusto al hombre bien entendido. Porque hay agrio de castigos, dulce de regalos, volatería del cielo para gente contemplativa, montería de la tierra para los que se ejercitan en la misericordia. Un manjar que levanta al corazón caído de los melancólicos, otro que corrige el arrebatado furor de los coléricos. Tiene salsas agudas para despertar el apetito de los flemáticos, y otras que reprimen el ardor regalado de los sanguinos: porque es un maná Divino que sabe a todo lo que uno ha menester, y tiene los gustos y sabores de todos los manjares que se desean y apetecen. Por estas grandes utilidades que hay en la Escritura nos aconseja el bienaventurado S. Agustín, en el sermón XXXVIII. ad Fratres, la lección de ella con tanto encarecimiento, diciendo: "Hermanos míos, leed la Escritura Sagrada, que en ella hallaréis lo que habéis de tener y lo que habéis de evitar; leedla que es más dulce que toda miel, más suave que todo pan, y más alegre que todos los géneros de vinos. Abrazadla, y hallareis como Dios es longura (longitud; longo : largo) por su eternidad, latitud por su caridad, alteza por su majestad, y profundidad por su Sabiduría inmensa. Buscad la Escritura, y hallareis en ella de la manera que este Dios nacido de una Virgen y hecho hombre nos ama como caridad, nos rige como principio, nos conserva como salud, y nos asiste como piedad. Dejad las razones sofisticas de los paganos, los versos de los poetas, y las falacias de los filósofos (que de todo esto han de dar cuenta estrecha los que lo leen, y los que lo oyen) y abrazad aquella dulcísima Sabiduría de las Sabidurías, que sola merece nombre de heredad de Dios, y posesión amable de sus hijos. Esta es la doctrina digna de ser amada sobre todas las demás cosas; la que los profetas anunciaron, los patriarcas por virtud divina conocieron, y la que el Hijo de Dios hecho hombre, y comunicando con los hombres les declaró y encomendó. Esta es la que nos amonesta como habemos de amar las cosas celestiales, y despreciar las terrenas. Esta es la madre de los fieles, que cada día nos enseña a creer como es Dios omnipotente, y que le habemos de ver en la Silla de su Majestad cuando venga a juzgar al mundo, para dar a los buenos premios gloriosos, y a los malos penas infernales. Esta es la vela de nuestros pies, y el camino de nuestra salvación: en ella somos instruidos como habemos de amar primero a Dios sobre todas las cosas, y después a nuestra alma como a la cosa más propinqua (cercana, próxima), y luego al alma de nuestro próximo (prójimo): tras esto a nuestro cuerpo, y después de él al de nuestro prójimo como al nuestro mismo. Esta es aquella Sabiduría Sagrada que salió de la boca del Altísimo, escondida a los filósofos sofísticos, a los astrólogos y dialécticos curiosos, y fue revelada a unos pescadores rústicos y groseros, y la que hoy se revela a solos los pequeñuelos y humildes. Esta es la maestra y señora de todas las ciencias y doctrinas, y la que nos enseña a conocer exteriormente los enemigos blandos, y en lo interior los engañosos. Esta es manjar de los ángeles, gloria de los apóstoles, confianza de los patriarcas, esperanza de los profetas, corona de los mártires, fortaleza de las vírgenes, recreo de los monjes, reposo de los obispos, cillero de los sacerdotes, principio feliz de los niños, remate glorioso de los viejos, doctrina de las viudas, hermosura de los casados, protección de los vivos, y resurrección de los muertos. Esta es por quien somos ilustrados con fe, confirmados con esperanza, y esforzados con caridad. Esta es joya tan preciosa que quien la hallare hallará la vida, y sacará salud del Señor. Esta la pila o vacía de cobre (Exod. XL.) que puso Moisés en el Tabernáculo, para que en él se lavasen Aarón y sus hijos sacerdotes, para entrar en el Sancta Sanctorum: porque con la ley de Dios han de purificar y disponer los sacerdotes sus almas para entrar en el templo o administrar a los fieles los misterios sagrados. Esta la que nos encamina a Dios, y nos convida para que le amemos, la que alumbra los corazones, purifica la lengua, aprueba la conciencia, santifica el ánima, conforta la fe, expele al Demonio, y desprecia al pecado. La que afervoriza las almas frías, la que despide las tinieblas de la ignorancia, la que mitiga la tristeza del siglo, la que comunica la alegría del Espíritu Santo, y la que recrea al sediento con bebida saludable. Esta es la Escritura santa y nuestra ley inmaculada, que hace sabios de los necios, grandes de los pequeños, nobles de los viles, y pone a los últimos en el lugar de los primeros. Esta la que enfrena la naturaleza, la que evita la liviandad, la que templa el dolor, y la que renueva la esperanza. Esta corona al viejo, enseña al mancebo, instruye a los que yerran, humilla a los que se desvanecen, sana a los enfermos, fortalece a los flacos, hace discretos a los rústicos, y da a los sabios estabilidad de ánimo. Esta despierta a los dormidos, reprehende a los ociosos, incita a los perezosos, da gracia a los creyentes, humilla a los reyes, levanta a los humildes, y enseña a todos las sendas más derechas. Esta es la ciencia de las ciencias, que da la sabiduría, levanta la gloria, y multiplica la honra: la que enseña humildad, caridad, obediencia y mansedumbre, y la que conserva la abstinencia, castidad, liberalidad, pobreza voluntaria y las demás virtudes.” 

Hasta aquí son palabras de san Agustín. A las cuales añade otras san Lorenzo Justiniano a este mismo propósito, diciendo: “Es la Sagrada Escritura un socorro dado de Dios, para enriquecer nuestro entendimiento, y para que en ella como en un espejo veamos la imagen de nuestra alma: porque allí se descubre lo que es verdadero y lo que es falso, lo que es propio y lo que es fingido. Allí se conoce lo que es hermoso y lo que es feo, lo que es precioso y lo que es despreciado. Allí se manifiesta sin engaño cuanto aprovecha el entendimiento, cuanto ama la voluntad, y cuanto se purifica la memoria. No hay cosa en esta vida que más consolide y aúne el ánimo que el estudio de la Sagrada Escritura: ni en toda esta peregrinación se siente cosa más dulce, se percibe cosa más suave, ni se contempla cosa más verdadera. Ninguna así aparta al apetito del amor del mundo, ninguna así fortifica el ánimo contra las tentaciones, y el entendimiento contra los errores: ninguna así despierta al hombre y le ayuda para cualquiera buena obra y trabajo loable y dificultoso como la continua lección o meditación de la palabra de Dios: y ninguno se llega a ella con pureza y humildad que vuelva vacío. Porque la Escritura es escuela de las buenas costumbres, principio de los buenos deseos, y despertador de los buenos afectos. Por medio de ella quiso el Señor instruir nuestra ignorancia, informar nuestra fe, fortalecer nuestra esperanza, destetarnos de las cosas visibles, y alimentarnos con las invisibles. Sin la Escritura estuviera ciego todo el mundo; porque ella confunde los errores, enfrena los vicios, e introduce las virtudes, amenazando a los malos con castigos eternos, y prometiendo a los buenos gozos perdurables. Pues lección tan santa, que la prueba la autoridad Divina, la encomiendan los escritos de los santos, la sigue la Iglesia, la engrandece la experiencia, la confiesa la fe, la abraza la caridad, y la persuade la razón, no es justo que deje de ser amada y frecuentada.” Hasta aquí es del bienaventurado san Lorenzo Justiniano. Y aunque estas utilidades que granjea la Escritura Sagrada a las almas son propias de aquellos que con devoción y estudio sacan de ella como de fuente original        el agua purísima y sabrosa de la palabra Divina: no por esto están excluidos de estos grandes bienes los que no pueden tratarla con tan particular estudio, pues de los libros devotos, aunque sean de romance, como de arroyos claros que de esta fuente sagrada  se derivan, pueden coger saludables ejemplos y consejos para enriquecer sus almas, y misterios soberanos, y consideraciones profundísimas para despertar en sí la devoción, y arraigarse en las virtudes. Después de la lección de la Divina Escritura, los libros más importantes son aquellos que tratan de la reformación de las costumbres, de la extirpación de los vicios, y de la fortificación de las virtudes, y particularmente de la virtud de la castidad, que es la que ampara y defiende a las demás virtudes &c. 

El P. Fr. Juan Gutiérrez de Estremera, del orden de nuestra señora de la Merced, en su libro de las grandezas del nombre de Jesús, impreso en Alcalá año 1614, al cap. 36 lección 5 pág. 358, dice: Panal de miel dulcísima es la Divina Escritura, en la cual se contienen los mandatos de la vida eterna, y los dulcísimos coloquios del Esposo con la Esposa, y sus virtudes: y están patentes y claras a los que diligentemente los inquieren y buscan. Porque así como en el panal se encierra y encubre la miel y la cera, y con lo uno somos alimentados y nos sustentamos, esta es la miel, y con lo otro encendemos la luz: así en las letras sagradas hallamos suavísimos manjares del alma, y lumbre que alumbra el entendimiento, con tal que sean buscadas con cuidado. 

El P. Fr. Rodrigo de Solís, reformador apostólico y vicario general de la orden de S. Agustín en los reinos de la Corona de Aragón, en su obra intitulada: Arte dada del mismo Dios a Abraham para le servir perfectamente: Parte primera, cap. II. de la edición de Alcalá de Henares año 1586. pág. 99, dice: Con la sangre del Cordero roció (Moisés) no solamente el Tabernáculo y sus vasos y el pueblo, como parece en el Éxodo (Exod. XXIV). sino que pondera el apóstol que aun también a ese mismo libro de la Escritura Sagrada aspergió y roció con la sangre del Cordero. Para nos significar que no sólo por la sangre del Cordero de Dios Cristo se santifica su Iglesia, y por su sangre tienen virtud sus vasos y Sacramentos, y por ella son santificados los cristianos; empero que aun también por ella se nos da la inteligencia de este Sagrado libro. De manera que ya el libro está abierto y manifiesto para que se pueda leer, y aprovecharse de tanto bien como en él estaba sellado. Y en la pág. 100 prosigue diciendo: Antes de la venida de Cristo este Sagrado libro estaba cerrado y sellado: y también los ojos del hombre de la ley común para poder gozar de este libro. Pero después que el Hijo de Dios se hizo Hijo de la Virgen, comenzóse a abrir y descubrir este Sagrado libro, así como se iban por obra cumpliendo sus misterios por Christo. Y por eso ha dicho S. Juan, que Christo abrió este libro. Empero porque era necesario también abrirnos los ojos para gozar de este libro; por eso afirma el Evangelista de Cristo (Luc. XXIV) que después de su pasión en apareciendo a sus Discípulos resucitado, les abrió el sentido para que en tendiesen las Escrituras. De manera que Cristo por su pasión mereció abrir este libro, y abrirnos también los ojos y el sentido. 

Y así el que quiere ver y gozar de los misterios de este libro, pídalo a Jesucristo que tiene el libro en su mano derecha, como ha dicho san Juan, deseoso de comunicarlo. Pídaselo para que él se lo abra, y también le abra los ojos. Y hágale con humildad aquella petición que David le hizo, cuando dijo: Descubre, Señor, mis ojos, y consideraré maravillas de tu ley. (Psalm. CXVIII.) Consta, pues, como en el tiempo del Evangelio está del todo manifiesta esta sabiduría de Dios, la cual en el tiempo de naturaleza, y aun también de Escritura estaba algo escondida. 

El P. Francisco Escrivà, la compañía de Jesús, en el prólogo de los Discursos sobre los Novísimos Gloria e Infierno: impresión de Valencia año 1615, apoyado en la doctrina de los Padres recomienda la lectura de la Biblia, y dice en varios retazos lo que copiaremos aquí seguidamente: Si esta lección de estos libros de gentiles, por ser en sí buena mueve y aprovecha tanto, ¿qué hará la de los libros sagrados, de la Escritura Santa y de los Santos, y los que están llenos de Escritura Santa y Santos? 

El mismo S. Agustín escribe en otro libro, que estando un día muy compungido y lloroso llorando sus culpas pasadas, y diciendo al Señor; ¿Hasta cuando, hasta cuando, Señor, habéis de estar enojado hasta no más? No os acordéis de mis maldades antiguas. ¿Cuándo, cuándo; mañana, mañana: ¿por qué no hoy? ¿por qué no luego? ¿por qué en esta hora y punto no se han de acabar mis torpezas? 

Estando diciendo esto, oyó una voz que le dijo: Toma y lee, toma y lee. 

Fue y tomó las Epístolas del apóstol san Pablo, y abriólas: y lo primero que se le ofreció fueron aquellas palabras de la Epístola a los romanos: Non in comesationibus et ebrietatibus: non in cubilibus et impudicitiis: non in contentione et aemulatione; sed induimini Dominum Jesum Christum, et carnis curam ne feceritis in concupiscentiis.    Dice que habiendo leído esto, no quiso leer más, ni fue menester más. Porque luego en acabando de leer estas palabras y advertir el sentido de ellas, como si se infundiera en su corazón una luz de seguridad, huyeron de él las tinieblas y la confusión de perplejidades y dudas que le tenían oprimido. ¡Qué de ejemplos podríamos traer de tantos que leemos y sabemos haber mudado la vida movidos por la lección de buenos libros! ¿Por dónde vino san Crisanto siendo gentil, a conocer la verdad de nuestra fe, y con vertirse y ser Santo y mártir de Christo? Revolviendo libros para sus estudios, por particular providencia divina topó con uno en que estaban escritos los Evangelios: leyólos desde el principio al cabo, y conoció las tinieblas en que andaba, y que la verdadera luz era Cristo Jesús. Y para entender mejor aquella doctrina que había descubierto, teniendo noticia que un cristiano llamado Carpóforo, bien enseñado en las Divinas letras, por temor de la persecución estaba escondido en una cueva; se fue a él, y le pidió le declarase la ley de Jesucristo y su Evangelio. Hízolo Carpóforo: enseñóle, bautizóle, y confirmóle en la fe de tal suerte, que de allí a siete días públicamente predicaba Crisanto por Roma, que Jesucristo era verdadero Dios. ¡Qué ejemplo este tan semejante al del criado de la reina de Etiopía Candace! El cual, como está escrito en los Actos de los Apóstoles, caminando en un coche, iba leyendo la Profecía del Profeta Isaías sin entenderla: y deparóle Dios a san Felipe que se la declaró, y luego pidió con instancia que le bautizase, y le bautizó. Et ibat, dice, per viam suam gaudens, e iba prosiguiendo su camino muy alegre y contento. No dejaré de decir lo que dice san Juan Chrisóstomo sobre este caso: "Acuérdate del eunuco y criado de la reina de los etíopes, el cual siendo un hombre bárbaro, y estando distraído con tantos cuidados y ocupado con tantos negocios, y no entendiendo lo que leía; con todo eso, leía sentado en su coche.” Dícelo por lo que había dicho poco antes, que los hombres seglares se quieren escusar de atender a la lección de los buenos libros, por estar tan ocupados como están con los negocios del mundo. Si aquel yendo caminando atendía a la lección con tanta diligencia; ¿qué haría cuando estuviese en su casa? Si no entendiendo lo que leía, con todo eso leía; ¿cómo leería cuando lo entendía? 

Conoció Dios su buena inclinación, y abrazó su buena voluntad y deseo, y envióle luego maestro que le enseñase y declarase lo que leía. Y añade el Santo: 

“Carísimos, no despreciemos y tengamos en poco la salud de nuestra alma. Todo esto se ha escrito por nosotros para nuestro enseñamiento (enseñanza). Grande arma y defensa contra el pecado es la lección de la Escritura. Porque no es posible, digo que no es posible, que deje de coger fruto el que atiende a la continua y atenta lección de ella.” El rey Josías leyendo los libros de la ley, le comunicó Dios la luz con que hizo la reformación del Templo y de la ciudad de Jerusalén: y para revocar al pueblo del mal camino que llevaba, mandó Dios al Profeta Jeremías que escribiese todas las Profecías que le había revelado contra él, y que las leyese públicamente; y fue de gran fruto esta lección. Del mismo medio se aprovechó su discípulo y secretario Baruc para el mismo efecto. Con la misma lección se tornó a reedificar la ciudad de Jerusalén. 

Del mismo modo redujo el Rey Josafat al pueblo al culto y obediencia de Dios.

El P. Fr. Facundo de Torres, abad del monasterio de san Benito el Real de Sahagún, del consejo de S. M. en su obra intitulada: Filosofía moral de eclesiásticos, dirigida al ilustrísimo señor deán y cabildo de la santa Iglesia de Toledo, impresa en Barcelona año de 1621, en folio; al libro II. cap. 13. en donde trata de como ha de tener mucho cuidado el Ministro de Dios de la lección de la Sagrada Escritura e inteligencia de ella;  después de exhortar a los eclesiásticos a la lección de la Sagrada Escritura por medio de varias razones y ejemplos, concluye el capítulo con estas palabras:

Una y mil veces digo es bienaventurado el que lee, si lee como debe; y si no puede leer por algún impedimento, a lo menos oye la lección de la Sagrada Escritura, que es hacer lo que puede.... Y aunque es verdad que esta doctrina es para muchos, es empero particularmente para los ministros de la Iglesia, por el oficio de maestros que tienen en ella, por el cual les corre obligación de tener digerida y rumiada en su pecho la doctrina que han de enseñar al pueblo... Y advierto para conclusión de esto, que no hace bienaventurado cualquiera lección de la Sagrada Escritura, sino la que es continua, la que es de día y de noche, la que es perpetua: que sólo aquel dio el profeta por bienaventurado, que: In lege Domini fuit voluntas eius, et in lege eius meditabitur die ac nocte (Ps. I). Que quien es discípulo de tal maestro y ha de ser maestro de tales discípulos, no es justo lea ni aprenda por cumplimiento. El Señor, que por su misericordia nos escogió por discípulos de su escuela, nos ayude para que aprendamos como más convenga; para que siendo discípulos suyos y maestros de otros, consigamos todos los frutos de la bienaventuranza que la Sagrada Escritura promete a los que debidamente la estudian y leen. 

Y prosiguiendo esta misma materia en el capítulo siguiente, donde declara, que la bienaventuranza de la lección se halla en sola la Sagrada Escritura, dice: 

Aunque es verdad, que la lección de la Escritura ha de ser común a todos: aunque es verdad, que la lección de los libros profanos ha de ser prohibida a todos (dejo los tiempos de la niñez) porque todos deben aprovecharse del bien de la una, y huir del daño de los otros; de quien empero es más propio esto es de los ministros de la Iglesia, de los que tienen oficio de predicadores y maestros en ella. Con seguridad la bienaventuranza de la lectura no se halla en otros libros que en los de la Sagrada Escritura: Beatus qui legit et audit verba prophetiae huius. Aquí nos libró la bienaventuranza, y no en la lectura de las Escrituras profanas. Acabando san Agustín de decir mil lindezas de la lectura sagrada en un sermón que hizo a este propósito, acomodando su doctrina a los ministros eclesiásticos; le prosigue de esta manera: 

"Eia igitur, fratres mei, qui pastores rationalium ovium nuncupamini, festinate rapere non sophismata paganorum, non carmina poëtarum, non fallacia philosophorum de quibus doctores et auditores reddituri sunt rationem, sed illam dulcissimam sapientiam sapientiarum, quae hereditas Dei et filiorum eius chara possessio nuncupatur... (1: S. August. ad Fratres in Eremo Serm. XXXVIII.) 

En que claramente confiesa el Santo ser herederos de los bienes eternos, tener acción a poseerlos, no se alcanza con la lección pueril de los poetas, con la inteligencia de sus mentiras y burlerías, sino con la santísima y profundísima de la Sagrada Escritura. 

Y sigue en todo el capítulo esta misma exhortación.

El P. M. Fr. Juan Suárez de Godoy, lector de la Catedral de Tortosa, del orden de nuestra señora de la Merced, en su obra intitulada: Tesoro de varias consideraciones sobre el Salmo: Misericordias Domini in aeternum cantabo, impreso en Barcelona año 1598; en su proemio dice así a la pág. 4. Necesario fue hallar un camino, el cual diese a todos entrada para la felicidad de la Bienaventuranza, porque no pensasen levantarse con todo los filósofos y matemáticos; cual es el conocimiento de Dios verdadero Uno y Trino, en el cual, como san Juan dice (Ioan. XVII.) consiste toda nuestra felicidad y bienaventuranza por medio de una ciencia revelada. Esto fue lo que quiso sin duda decir el apóstol san Pablo cuando dijo (Rom. XV.): Quaecumque scripta sunt, ad nostram doctrinam scripta sunt, ut per patientiam et consolationem Scripturarum spem habeamus: como si dijera: aunque por muchos y diversos modos haya Dios traído siempre a los hombres a su conocimiento con el paternal deseo y celo  que tiene de que todos se salven y vengan al conocimiento de la verdad; pero el más poderoso y suficiente que para esto proveyó el Espíritu Santo es la Divina Escritura, por la cual nos comunica el Señor los eternos tesoros de su sabiduría infinita según nuestra capacidad, con los cuales podemos entender la verdad de todo lo que debemos creer, obrar y esperar. Por esta se nos da a entender Dios conforme a como nuestro entendimiento le puede entender, y el alma contemplar en esta peregrinación. Y porque aun en parte y muy poca conocemos a Dios, como Pablo dice (I. Cor. XIII): Ex parte cognoscimus, y Joseph habla aun a sus hermanos por intérprete, sin ser conocido de ellos, como se lee en el Génesis (cap. XLII.): como en esta vida andamos con sola fe, por la cual creemos y contemplamos a Dios sin le ver aun por contemplación fruitiva y gloriosa en su Divina esencia; el intérprete por quien nos habla Dios no incóngruamente se puede llamar la Divina Escritura. Por esta nos declara quien es y lo que es, y nos representa toda su gloria y riquezas eternas: por ella entendemos los inmensos e incomprensibles beneficios que siempre ha hecho y hace al hombre, así naturales como sobrenaturales, comunes y particulares: por ella nos consta como nos crió y redimió, y la gloria que nos tiene para dar: por ella el Señor nos comunica y declara su beneplácito y voluntad, y todo lo que el hombre debe hacer para le agradar y aplacer, y para participar temporalmente de su gracia, y gloriarse eternamente con él en su gloria. Por ella finalmente nos enseña Dios el camino por donde se va al cielo, y como se debe andar por él. Esta es pues la columna de nube que guiaba a los hijos de Israel, y les enseñaba el camino por donde habían de andar de día, y la columna de fuego que les alumbraba, acompañaba, y guardaba de noche; para que los verdaderos israelitas que van para la tierra de promisión a gozar perpetuamente de Dios, en todo tiempo acierten el camino del cielo mientras peregrinaren por los desiertos tan ásperos, inciertos, y tan peligrosos de este mundo, alumbrados y guiados con la luz y resplandor de la santa y divina Escritura. Por eso aquel tan divino legislador y caudillo del pueblo de Israel Moisés, con tanto encarecimiento encomendaba a su pueblo la meditación, consideración, observancia, y continua memoria de la ley de Dios en todo lugar y tiempo, considerando lo mucho que esto importa y es necesario para el Siervo de Dios, para poderse librar de las ásperas tinieblas y nocivas nieblas de este mundo. De este mismo fin mandó también Dios a Josué, capitán y príncipe de los hijos de Israel, para les haber de repartir la tierra de promisión, diciéndole (Iosue I.): Non recedat volumen legis huius ab ore tuo, sed meditaberis in eo diebus ac noctibus, ut custodias et facias omnia quae scripta sunt in eo, tunc diriges viam tuam, et intelliges cuncta quae agis. Mira, pueblo mío, que no me contento con que este volumen le traigas allá estampado en tu corazón; pero quiero, que si es verdad que si ex abundantia cordis os loquitur; ande en tu boca de día y de noche, y de la boca vuelva al corazón, porque si de ahí llega y toca por meditación, vendrás a guardar todo cuanto en él está escrito, y de la observancia nacerá un enderezar tus caminos, y entender bien lo que haces. Y el Redentor del mundo respondió al demonio cuando le persuadía a que volviese las piedras en pan y comiese: Non in solo pane vivit homo, sed in omni verbo quod procedit de ore Dei. Dándonos a entender, no ser otra cosa la palabra de Dios y Divina Escritura, sino un divino pan cotidiano y regalado manjar, con que se sustenta y vive el alma cristiana del varón perfecto, en el temor y amor filial de Dios. 

Y en la pág. 7. b. prosigue: No faltará quien mofe, como en todas las demás obras nunca falta quien contradiga, diciendo que un Salmo de tanta profundidad, do se hallan atesorados infinitos misterios de nuestra fe, no debía ser escrito en lengua vulgar, particularmente diciendo como dice el sacratísimo Basilio (1: Lib. de Spir. Sancto. cap. XXVII.): Patres nostri in silentio quaedam servaverunt, pulcrè quidem illi nimirum docti arcanorum venerationem silentio conservari. Nuestros padres guardaron muchas cosas con silencio como doctos y sabios, por la veneración de los divinos secretos. Esto parece quiso significar aquel gran duque de Dios Moisés, el cual no permitió que todas las cosas que para el divino culto estaban en el templo del Señor, fuesen comunes a los ojos de todos... Pero a todas estas razones, las cuales parece que hacen alguna fuerza, responderé, dejadas infinitas razones de muchos, con decir que no fueron menos misteriosas las profecías en aquel tiempo de los profetas santos, cuando se batía el cobre de profetas y profecías, que en cada monte se hallaban coros de ellos, como se lee en los libros de los reyes, cuando Saul erat inter Prophetas (1. Reg. X): Saúl andaba entre los coros de los profetas, los cuales todos cantaban sus profecías en su común lengua vulgar; pues del mismo provecho son en estos tiempos. 

Y si me decís que en la Iglesia ha de haber doctores que enseñen y gente que sea enseñada, cuales son los idiotas y seculares, que andan envueltos en los cuidados del siglo, a los cuales les conviene ganar la vida entendiendo cada uno en su oficio, por lo cual no pueden estudiar artes liberales ni ciencias, y mucho menos Sagradas letras, que son de mucha mayor dificultad, en cuyo número se han de poner las matronas, mujeres de sus casas, en cuyos cuidados están de día y de noche enfrascadas, a quien no les conviene estudiar ni saber secretos de la Divina Escritura: porque san Pablo prohíbe a estas que no hablen en la Iglesia, y manda que tan sólo estén en casa y aprendan de sus maridos. Y aquel sacratísimo Gerónimo dice: “Los labradores y herreros, aserradores y pelaires, oficiales y lavanderos, y, y los demás mecánicos hombres de bajos y viles oficios, no pueden … vivir sin maestro. Mal pueden los enfermos estar sin médico, cuyo oficio es curar; trata cada cual de su oficio: sólo el arte de la Divina Escritura es la que cada cual quiere ser doctor en ella. De esta se aprovecha la parlera vieja, de esta el viejo loco, de esta el palabrero sofista, de esta presumen todos, despedázanla, enséñanla sin haberla aprendido: otros con arqueadas cejas, con hinchadas razones y palabras, van y andan entre mujercillas filosofando.” 

A los cuales podremos con el mismo Gerónimo responder, el cual enseñó a Paula, a Marcela, a Demetria, y a Eustoquio en particular, que leyese la Sagrada Escritura, diciendo: Semper suscipiat pagina sancta faciem cadentem. Cuando te arrebatare, Eustoquio, el sueño, caiga tu rostro sobre la hoja del santo libro, en el cual si en lengua vulgar se te diere ese divino manjar, no mires al plato en que se te sirve, sino a la fruta extremada; porque tal ha de ser, muy limpia de la paja de todo mal sentido: sólo siguiendo el sentido común de los doctores santos, y el aprobado por la santa madre Iglesia: y porque el mundo vende su fruta, la cual es algo ahogadiza y montañesa, y con colores vivos, pintándome dioses vanos, ofreciéndome diosas mentirosas y profanas, apregonándomelas en mi propia lengua; será muy justo que haya pregoneros en la misma lengua, que me muestren la diferencia que hay del verdadero fruto del vientre de María, y de los frutos de la caridad que lleva aquel árbol de la vida plantado a las riberas de las aguas, como dice san Juan (Apoc. XXII.). 

El P. Juan Sebastián de la compañía de Jesús, en su Tratado del Bien y excelencias del Estado Clerical y Sacerdotal, lib. V. cap. XXIII. de la edición de Sevilla del año 1620. Parte II. pág. 203. y siguientes, hablando del provecho que se saca de la lectura de las Santas Escrituras, dice lo siguiente: Entre las grandes mercedes que nuestro Señor ha hecho a su Iglesia, es una muy principal el haberle comunicado las Divinas Escrituras. Esto significó claramente el apóstol S. Pablo, cuando poniendo diferencia entre los del pueblo de Israel cuando era muy querido y regalado de Dios, y entre las demás gentes; pone por primera ventaja que hacía a todas las demás naciones, el haberle Dios fiado sus Divinas letras: Primum qui dem, quia credita sunt illis eloquia Dei (Rom. III.). Y luego dice: Son las Divinas Letras en la Iglesia, lo que fue aquella hermosa y caudalosa fuente en el Paraíso, que lo regaba todo; o como el sol en el cielo, que alumbra todo el mundo; o como el calor vital en el hombre, que conserva la vida mientras dura. Por eso se dijo en los proverbios, que la ley y sus preceptos son la luz que alumbra el mundo: y Moisés quería que se oyesen y esperasen sus palabras, que era la ley, de la manera que la tierra espera el riego (Deuter. XXXII). Y de ellas dijo el mismo señor por el profeta Jeremías: Numquid non verba mea quasi ignis? (Ierem. XXIII.) Y pasando a declarar los frutos que se sacan de leer las sagradas Letras, entre otras cosas dice: A aquel eunuco de la reina de Etiopía le dio ojos el leer por Esaías y el declararle san Felipe lo que leía (Actor. VIII): y al rey Josías que también estaba ciego, le dio ojos y vista el libro que le envió el sacerdote Helcías (IV. Reg. XXII.)... 

Y en tiempo de Esdras (II. Esd. VIII.) acabado el cautiverio de setenta años, estando junto todo el pueblo en la plaza de Jerusalén, les leyó el sacerdote el mismo libro de la ley, con cuyo calor derritiéndose el hielo de aquellos corazones fríos que venían de Babilonia, se deshacían todos en lágrimas, y celebraban la Pascua con gran devoción: y con la misma se prosiguió lo que faltaba del edificio de aquella ciudad, y en el espiritual se vio una admirable y celestial reformación; y todo esto nació de la lección del libro de la ley.... Y con haber sido tan contrarios y calamitosos los sucesos de aquel mismo reino en tiempo de los Macabeos, no les parecía faltarles cosa para su consuelo, teniendo en su poder los libros de la ley (I. Machab. XII). 

Lo mismo se ha visto después en todos tiempos y edades.... Y si tratamos de conversiones particulares, hallaremos que todas se han hecho por ese mismo camino, y muchas por manera admirable... S. Agustín se convirtió leyendo las Epístolas de S. Pablo. San Antonio el Magno se convirtió oyendo aquellas palabras del Evangelio: Ve y vende todo lo que tienes, y sígueme y tendrás un tesoro en el cielo (Matth. XIX). El glorioso san Francisco también oyendo otras palabras del Evangelio, le hizo Dios patriarca de tan grande y tan sagrada religión.... También cuenta Lipomano de santa Eugenia y de santa Domna mártires, que siendo gentiles, se convirtieron leyendo las Epístolas del glorioso apóstol san Pablo. Y exhortando con estos estímulos luego a leer las Santas Escrituras y los demás libros santos, dice (§ 1): Si son palabras de un mismo Señor, ¿por qué no obrarán las mismas maravillas? Si la eficacia de ellas les viene de aquel divino entendimiento de donde salieron; ¿por qué no la tendrán ahora? ¿Por qué no tendrán la misma virtud, pues nacen de la misma fuente? Si quitaron los abusos de todo un reino tantas veces, ¿por qué no quitarán los de su pecho? Si a tantos convirtieron, ¿por qué no le convertirán a él? Si fueron poderosos aquellos libros para hacer fáciles tan grandes tribulaciones, ¿por qué no le confortarán a él y le consolarán en las suyas? Si dijo el Señor (Ierem. I.) que velaría él sobre sus palabras para el entero cumplimiento de ellas; ¿por qué no le han de tener con él? 

Y si prometió (Matth. V.) que antes faltaría el cielo y la tierra, que una jota o ápice de su cumplimiento; ¿por qué dudaré yo del entero cumplimiento de ellas? Como la nieve y la lluvia que baja del cielo, dice el Señor, nunca más vuelve allá, sino que se embebe en la tierra y la riega y hace fértil para dar sustento y semilla a los que siembran: así la palabra que sale de mi boca, que no volverá vacía y sin fruto; sino que hará todas las cosas que yo pretendí con ella, y tendrá prósperos sucesos en todos aquellos a quienes yo la envío (Isai. IV.).


Continúa en el apéndice 2.