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domingo, 8 de mayo de 2022

REVISTA DE ESPAÑA Y SUS PROVINCIAS DE ULTRAMAR, tomo 1, parte 2

CRÓNICA QUINCENAL. 

Aunque de un mes a esta parte no ha habido una alteración radical en los sucesos políticos de Europa, no han dejado de complicarse, unos por nuevos accidentes sobrevenidos, otros por falta de una resolución satisfactoria. 

Cualquiera diria que dentro de poco estamos llamados a presenciar grandes acontecimientos, según la inquietud que reina y las dificultades que la diplomacia encuentra para decidir pacíficamente todas las cuestiones de su competencia. En el conflicto suscitado entre la corte pontificia y el gobierno piamontés, nada ha conseguido hasta ahora. S. S. se negó a recibir al señor Pinelli y sostiene implícitamente la causa del arzobispo de Turín, que cuenta además con el apoyo del alto clero de la isla de Cerdeña. Por su parte, el ministerio lleva adelante sus órdenes, procesa al prelado disidente y aguarda, confiado en su derecho, la aprobación de las Cámaras. Por una rara coincidencia el mismo gabinete que prendió a monseñor Franzoni y desterró a los padres servitas, acaba de conceder un generoso asilo a las comunidades religiosas, expulsadas por el duque de Parma de sus Estados a instigación de los jesuitas, si hemos de dar crédito a la voz pública. (Los jesuitas fueron expulsados de España dos veces)

Tampoco alcanza nada la diplomacia en los ducados. Su ejército y el de Dinamarca se entretienen en practicar reconocimientos, en fortificar puntos estratégicos y en continuas escaramuzas, pero sin comprometer una batalla decisiva como se temió en un principio. Esta situación anómala es tanto más incomprensible cuanto que al parecer el Austria y la Prusia se hallan de acuerdo en los puntos capitales de sus antiguas disidencias, sometiéndose la segunda a la resurrección de la dieta germánica con ligeras modificaciones, y decidiendo ambas la intervención armada para reponer al Elector de Hesse-Cassel (Kassel, en Hessen), que huyó a Francfort (Frankfurt) después de su vana intentona de revocar la constitución. Téngase presente sin embargo, que respecto a los asuntos de Alemania no puede decirse nada de seguro, pues son tantas las noticias contradictorias y tantos los cambios de opinión en los consejos de Federico Guillermo (Friedrich Wilhelm III), que el pronóstico es aventurado por más que se apoye en las mayores probabilidades. Cuando la vacilación se apodera de la política no hay nadie capaz de seguirla en su tortuoso camino con la guía del raciocinio. Bastante se hace con observar sus infinitas peripecias, sin perderse en un laberinto de dudas.

La paz de la Italia se ha turbado nuevamente con la aparición de algunas partidas en la Calabria, cuyo objeto es echar abajo el gobierno del rey de Nápoles. Como años pasados empezó por el mismo punto la revolución, que a muy poco se propagó por Sicilia, no falta quien se figura que este chispazo producirá un incendio, teniendo en cuenta el estado de los ánimos y la marcha que sigue Fernando II.

Fernando II de las dos Sicilias


Para cumplir los compromisos contraídos en su motu propio, el Papa ha publicado dos decretos, estableciendo un consejo de Estado y creando cinco ministerios, en los cuales entrarán indistintamente eclesiásticos y seglares. No obstante la prosecretaría de Estado, cuyas atribuciones son la presidencia del consejo, la dirección de las relaciones exteriores y la confección de las leyes pontificias, queda como siempre a cargo de uno de los cardenales. No sabemos si se reducirá a esto la reforma, ni si los franceses que garantizaron sus derechos a los romanos, se conformarán con semejantes innovaciones que nada hablan de consulta, de elecciones municipales, de secularización de los destinos públicos ni de libertad de imprenta.

A juzgar por el silencio que guarda la prensa periódica de París, el presidente se dará por satisfecho.

Bien es verdad que los diversos partidos en que se encuentra dividida la Francia, tienen bastante de que ocuparse sin salir de su propia esfera. El viaje de Luis Bonaparte a varios departamentos no ha sido tan favorable como se suponía a las miras de los que desean el imperio o la prolongación de la presidencia. En cambio, los legitimistas se presentan con más ánimo que nunca después de las conferencias de Wiesbaden. El conde de Chambord se ha reservado la alta política y el nombramiento de sus agentes autorizados en Francia y en las demás potencias, declarando antes que nunca apelará a la soberanía nacional por ser un principio contrario a aquel en que está cimentada su monarquía. Por mucho que se haya asegurado la reconciliación de las dos ramas de los Borbones, nos parece que los hijos de Luis Felipe no harán causa común con los enriquistas, porque amaestrados por la experiencia, comprenden demasiado bien que son ya imposibles los tronos de derecho divino. Tal vez, aceptando la actual forma de gobierno, tratarán de alcanzar los sufragios de sus conciudadanos en la elección de 1852, si es que no sufre variación alguna la índole del poder ejecutivo.

Esta es la cuestión que se agita actualmente entre los republicanos. El partido democrático avanzado no quiere presidencia y sí un consejo de ministros revocable por la Asamblea; otros opinan por dos cámaras a e ejemplo de los Estados Unidos; y algunos se muestran partidarios del statu quo, si bien ampliando la duración del presidente.

Mientras la Francia se mueve hacia todos lados para colocarse en una posición conveniente, la Inglaterra prepara la gran exposición universal de la industria y la celebración del congreso de la paz. El espectáculo que ofrecerá la opulenta Londres en 1851 será portentoso y sublime. Allí se reunirán los productos de todo el globo, y se discutirán los medios para que las naciones arreglen amistosamente sus divergencias, concepciones ambas que hubieran tenido por utópicas nuestros padres, y que quizás veamos nosotros realizar a medida que los adelantos vayan asimilando las diversas civilizaciones y promoviendo los intereses permanentes. Las guerras eran inevitables cuando pasaba por un axioma político el que el beneficio de los unos envolvía un perjuicio para los otros; pero ahora que la ilustración ha enseñado la utilidad de la unión de los pueblos, promovida por la celeridad de las comunicaciones y por la libertad de los cambios, es muy posible que las rivalidades no traspasen los límites de una emulación noble. ¡Ojalá que así lo comprendieran todos los gobiernos del mundo!

No tendríamos entonces que insistir en las indicaciones que siempre dirigimos al nuestro tocante a los proyectos de la Unión americana, cuya debilidad o mala fé autoriza otra expedición como la de Cárdenas, según nos anuncian en numerosas correspondencias. La duda está en la fecha y aun en los jefes que han de mandarla. Quién asegura que el designio de López es apresurarla para salir antes que empiece la causa que tiene aplazada en los tribunales: quién sostiene que se tomará tiempo para hacer grandes preparativos y que mandarán las tuerzas, además de aquel, Flórez y Garibaldi. De cualquier modo que sea, esperamos que el ministerio y el nuevo capitán general de la Habana manifestarán en sus reclamaciones la entereza que a nuestra dignidad corresponde, seguros de que esta causa es la de todos los españoles sin distinción de partidos. Para dejar bien puesto el honor del pabellón español; para castigar cual corresponde los atentados de unos cuantos piratas vendidos al oro de sus Estados Unidos, para evitar los males que produciría al comercio floreciente de Cuba una intentona como la pasada, y para exigir, en su caso, al gobierno federal una satisfacción cumplida por la punible apatía, cuando no complacencia, con que mira como se fraguan y realizan planes inicuos contra un país amigo, no ha de faltarle apoyo al gabinete de Madrid, no sólo entre los propios, sino también entre los extraños, para quienes la justicia no sea una palabra vana.

El 22 de agosto se sintió en la Habana un fuerte huracán, y aunque no tan terrible como los de 1844 y 1846, causó muchos estragos en los campos, haciendo desaparecer las lisonjeras esperanzas que se habían concebido por la siembra.

Leemos en un periódico que está próxima a estallar la guerra entre el Brasil y la república del Río de la Plata

Para disipar las ideas hipocondríacas que engendran los asuntos públicos y las noticias de trastornos e invasiones no conocemos nada mejor que salir a las tres de la tarde con dirección a la calle de Alcalá, bajo un purísimo cielo y vivificados por un sol brillante. Notamos este año más agradables que otros las ferias de la corte, y no porque el comercio ganase en extensión o en calidad, pues siguen invariables los trastos viejos, las obras descabaladas, los juguetes y los melocotones, sino porque la concurrencia a ellas es más numerosa, los trajes y adornos de las concurrentes más ricos y vistosos, y sus rostros más encantadores. Quizás sea ilusión nuestra esta mejora, pero juraríamos que nunca habían sido tan bellas las madrileñas como en 1850, coloreadas sus mejillas por los rayos del imprudente astro que penetra por entre las ramas de los árboles, y animados sus ojos por la electricidad que resalta (resulta) del continuado choque con los ojos masculinos. A nuestro juicio, esta es la fruta más rica de la estación, mal que les pese a los aragoneses

Los teatros comparten con la calle de Alcalá la posesión de los elegantes. A pesar de que todos ellos se esmeran en las funciones, ninguno tiene los atractivos que el Circo. La Catinari, Moriani y Ronconi llaman a este coliseo una afluencia de gente tal, que es preciso proveerse de billetes con tres o cuatro días de anticipación. Las óperas que han ejecutado hasta hoy fueron Lucrecia y María di Rohan, la primera para el tenor de la bella morte, y la segunda para el rey de los barítonos. Moriani conserva su voz como en 1845, simpática, argentina y llena en los puntos medios. De aquella garganta digna de las observaciones de un anatómico, salen los sonidos más puros sin esfuerzo, como si los produjese un instrumento. Las inflexiones que hace en los cantos sentimentales llegan al corazón, y llenan el alma de esa vaguedad indefinible, que no es el placer de un sentido, sino un arrobamiento, un éxtasis semejante al que nos pintan los magnetizadores en la lucidez del sonambulismo.

Ronconi es siempre el gran artista y el eminente actor, que a fuerza de genio ha logrado dominar a la naturaleza. Su semblante expresa las pasiones del drama, su figura se eleva cuando pisa el tablado, y aun cuando a la entrada su voz parece algo áspera y suele no afinar bastante, a los pocos momentos se apodera de la escena y dice su parte con la precisión de un piano. Este barítono, admirable en todo, está inimitable en los papeles que requieren energía, y en que le es dado lucir la acción al lado de sus elevadas dotes de cantante. Sus fermatas son el non plus ultra del arte.

La Catinari reúne a su hermosura una voz agradable, ya que no de mucha extensión, y un buen método de canto. Gusta entre los dos colosos del Circo, y este es su más cumplido elogio.

De los coros y la orquesta no queremos acordarnos. Aunque todavía tardará cerca de dos meses en abrir sus puertas el teatro Real, continúan haciéndose los abonos con un afán que indica el deseo de no perder las treinta primeras representaciones. Parece que el día de la inauguración se cantará la Favorita o el Moisés. Han corrido rumores, y creemos que no sin fundamento, de ciertas proposiciones hechas a la Alboni para que diese seis o siete funciones en el Circo antes de presentarse en el Real, recibiendo en cambio por cada noche la no despreciable cantidad de tres mil francos. No dudamos que la célebre contralto caiga en la tentación, pero los obstáculos vendrán de otra parte.

El señor Mirall ha sido contratado de bajo cantante del Circo. Figura sin sueldo como Moriani y Ronconi, los cuales no quisieron admitir ninguna subvención fija hasta que se vieran los ingresos. Esta conducta les honra y demuestra que la generosidad del empresario es conocida en toda Europa.

Cuando escribimos nuestra última crónica, ni el señor Madrazo había presentado en la exposición de pinturas el retrato del Sr. Pidal, ni los pensionados de Roma sus obras. El primero es bueno, pero no lo mejor que tiene en la academia aquel célebre artista. Los segundos nos han dejado completamente satisfechos. Las tres figuras de estudio pintadas al óleo, sin contar las otras muchas que hay al lápiz, manifiestan los adelantos rápidos que hacen en Roma los jóvenes alumnos. De ellos lo que más nos gusta por la actitud y por la expresión es la que representa a un soldado romano en el acto de ser herido. Si mal no recordamos, pertenece al Sr. Montañés. Las otras dos de los señores Madrazo (D. Luis) y Sáenz no son inferiores a la anterior. Notamos en todas gran corrección de dibujo que es la cualidad de la escuela romana, observando con gusto al mismo tiempo que no se la ha seguido en el color y la entonación que es su capital defecto. 


A. U.

Madrid 28 de septiembre de 1850. 




ESTUDIOS ADMINISTRATIVOS. 

DE LA CENTRALIZACIÓN EN ESPAÑA. 

ARTÍCULO I. 

Dos escuelas se dividen el imperio de la política y de la jurisprudencia; la escuela histórica y la filosófica. Esta supone que la sociedad y los gobiernos son obra del espíritu y de la ciencia, conduce a doctrinas absolutas y acaba por sustituir lo real con lo imaginario. Aquella parte de tradiciones y reconoce derechos positivos, producto de las antiguas leyes y costumbres de cada pueblo de donde nazcan, como de las entrañas mismas de la sociedad, instituciones fuertes que sean la expresión viva y fiel de sus hábitos, ideas e intereses. La constitución filosófica significa una regla deducida de cierta teoría general, un principio vago o una verdad abstracta erigida en máxima de gobierno con sus caracteres de universalidad, de fijeza, de coacción: la constitución histórica resulta de hechos preexistentes, es indígena, espontánea y no crea, sino modifica instituciones dotadas ya de una existencia á se, de una vida propia. En el sistema filosófico la sociedad debe ajustarse a la idea, y la constitución cambiar según el viento de las doctrinas: en el sistema histórico, la constitución se amolda al estado, es variable como el hombre, flexible como los hechos y sucesiva como el tiempo. 

¿Por qué vemos a los pueblos correr sin aliento tras un porvenir desconocido, saltando de constitución en constitución sin hallar en ninguna un punto de sosiego? ¿Por qué esta nave del Estado tan azotada de la tempestad no halla paraje seguro donde aferrar el áncora y dar siquiera treguas a lo presente? Porque el legislador, al dotar a tal nación de instituciones nuevas, no consulta los tiempos antiguos: la ley siguió a la filosofía y abandonó la historia. Olvidan que un siglo es la continuación de otro siglo, y que esta larga cadena de las edades no permite al hombre derribar la obra de sus mayores y levantar en aquel suelo mismo otra más duradera. Si queréis instituciones vigorosas y permanentes, sondead los profundos senos de la historia y buscad en las antiguas leyes y costumbres del pueblo los cimientos de la nueva constitución. No temáis las mudanzas tan temidas, que el huracán derriba el árbol joven y sólo mueve las ramas del tronco secular a quien sostienen hondas raíces. 

Paz a los escritores que la censura del vulgo ha dado en llamar coleópteros porque en el cieno de lo pasado rebuscan las semillas de lo presente: hagamos justicia a su sistema y sin reñir con la filosofía, imitémoslos en cuanto nos fuere posible al examinar ciertas cuestiones de gravedad y consecuencia, sean relativas a la política o tocantes a la administración. 

Entre estas cuestiones campea por su dificultad o importancia la de la centralización y aceptada poco há como un dogma, y hoy ya fuertemente combatida, y de cierto imposible de resolver de una manera conforme a las necesidades y deseos de esta inquieta sociedad, no consultando sino los preceptos de una dudosa teoría, y dejando a la aventura el seguir o no seguir las huellas de la tradición.

Había el imperio de Occidente trasmitido a la antigua Hesperia las instituciones de Roma. Dividíase la España en los tiempos de Augusto en tres provincias que, aunque al principio se diferenciaban por la manera de gobernarse, según que eran senatoriales o imperiales, al fin todas vinieron a depender de la autoridad exclusiva de los emperadores, desapareciendo las denominaciones de procónsules y legados y confundiéndose ambas en la única de presidentes. Por aquella época empezaba la concentración despótica en el gobierno de la gran ciudad, que mientras tuvo alientos para defender sus libertades, sojuzgó todo el orbe con sus legiones.

Mas sin embargo quedaban en el fondo de las provincias algunos restos de la organización republicana. Las ciudades, último asilo de aquella libertad moribunda, se regían de muy diverso modo, pero siempre por magistrados de elección popular. Las colonias gozaban de todos los derechos y prerrogativas del ciudadano romano y obedecían las mismas leyes: los municipios se gobernaban por las suyas propias, y aunque por regla general estaban excluidos de los derechos de ciudadanía, podían sin embargo participar de los cargos honoríficos de Roma, y aun obtener el sufragio a título de recompensa. Eran villas latinas las pobladas por habitantes del Latium que sin tener participación en el derecho de ciudadanía, formaban un todo con el pueblo romano; y las villas aliadas y las tributarias no influían en el régimen municipal. 

Es muy esencial a nuestro propósito la exposición anterior, no sólo porque las leyes romanas han sido nuestras leyes durante algunos siglos, sino en cuanto esta organización política y a la vez administrativa penetró muy hondamente en nuestras costumbres; de suerte que si grandes trastornos y revoluciones profundas pudieron acaso adormecer el régimen municipal heredado de Roma, no lo han extinguido jamás; y así vemos que se perpetúa por la ley o la tradición hasta el siglo XI en que aparece como una institución antigua, y desde entonces al XV crece con mayor pujanza y domina casi enteramente la sociedad. Durante la monarquía goda propendióse también hacia la centralización, siguiendo el legislador una conducta hábil en extremo para confundir las distintas razas establecidas en la península, borrando los nombres de vencedores y vencidos con el enlace de las familias e introduciendo por otros medios suaves y de poderosa eficacia la unidad en el Estado. Tal era y tan elevado el espíritu de la ley visigoda que mandaba juzgar a todos por el liber judicum, y de la otra que levantaba la antigua prohibición de casarse el hombre romano con mujer goda y viceversa: código cuya modesta sabiduría resplandece en medio de la oscuridad universal, merced al influjo de la ciencia y de la virtud del clero junto con la nobleza en los concilios, digan cuanto quieran Montesquieu y otros políticos que en tan remoto lugar descubrieron las semillas de la Inquisición; como si las leyes debiesen responder a todas las generaciones venideras hasta el fin del mundo del abuso que otros hombres y otros siglos, en quienes no vive ya el espíritu de su época, hicieren de los principios de justicia y de pública conveniencia allá en lejanos tiempos consagrados; o como si fuese razón filosófica caminar a campo travieso por los confines de la historia, y sin atender a las ideas, a las edades, ni a los sucesos ligados a nosotros con una filiación rigorosa, sustituir la verdad con la paradoja, y ostentando una profundidad superficial, colgar tal efecto a tal causa en los abismos del tiempo escondida, por sólo haber descubierto entre estos dos términos algún punto de semejanza o algún átomo de analogía.

Eran los reyes godos electivos como los de todas las naciones germánicas, pues si bien no faltan publicistas que señalen en la Escitia la cuna de aquel pueblo invasor fundados en ciertas desemejanzas de costumbres, la identidad de su constitución primitiva con la de todas las gentes conocidas en la historia con el renombre de bárbaros del norte es mayor autoridad para atribuirles un común origen; y cuando así no fuese, basta a nuestro propósito la identidad de instituciones. La potestad del rey hallábase limitada por la participación del clero y de la nobleza en el poder legislativo, y aun por la indirecta que al pueblo correspondía, según aquella fórmula de incierto sentido, omni populo assentiente, usada en algunas leyes.

Componían la corte grandes dignatarios amovibles al principio, hereditarios desde Ricardo (Recaredo), llamados duques y condes; oficios los unos puramente palatinos, y los otros autoridades constituidas para el mando civil y militar de los ejércitos y provincias. Había jueces instituidos para sentenciar los pleitos, a quienes era dado el poder de juzgar por mandado del rey o del señor de la ciudad, reservándose el monarca la alta jurisdicción.

La feudalidad, aunque en estado de embrión, era el sistema dominante entro los godos; y como por otra parte debemos suponer vigente el régimen municipal más o menos perfecto, ya porque el fuero juzgo no lo declara abolido, ya porque los godos dejaron a los indígenas o romanos (como entonces llamaban a todos los que no eran de su raza) el goce de sus usos y costumbres, y ya en fin porque vemos al cabo de algunos siglos resucitar vigorosa esta institución, lo cual prueba la existencia en el fondo de la sociedad de una fuerza latente que la sostenía, tenemos por cierto que aquel oscuro periodo de nuestra historia era un periodo de silenciosa descomposición para el poder político, concurriendo a rebajar la autoridad del gobierno central los nobles con orgullo y el pueblo con humildad.

La invasión de los sarracenos no alteró sino un instante la constitución goda, pues consta que D. Alfonso II apellidado el Casto, restableció en su pequeña corte las leyes y costumbres de los godos, tornando las cosas a la antigua usanza de Toledo. Sin embargo, la fermentación de los nuevos elementos de la sociedad crecíay las circunstancias especiales en que el reino se hallaba, empeñado en la gran lucha de la reconquista, eran favorables a su desarrollo. El sistema feudal tuvo en España como en toda Europa, su asiento y contribuyó a desmembrar el poder de los reyes en quienes se simbolizó siempre el interés permanente del gobierno. Personificación viva del Estado, carecían por entonces los monarcas de aquellas prerrogativas que levantan su autoridad sobre todas las cabezas y cedían al torrente destructor de la unidad, recogiendo las clases privilegiadas clero y nobleza los despojos de la corona; y la nación, en vez de gravitar hacia un solo centro y obedecer a un solo impulso, reconocía un número infinito de pequeños soberanos que con el título de señores la gobernaban tratándola como a real enemigo, más atentos a juntar riquezas que solícitos en procurar el bien de sus vasallos, pasando a ser tierras y personas patrimonio de algunas poderosas familias. 

Los señores y los obispos ejercían una inmensa autoridad, porque imponían pechos (pagos, derechos), cobraban rentas, levantaban huestes y administraban justicia. En medio de ellos aparecía el rey, único lazo federal, arbitro y regulador de todas las diferencias y fuente de todo señorío; pero con poder bastante escaso para infundir respeto en aquellos turbulentos caudillos, que así cerraban contra el moro, como revolvían sus armas contra el soberano. Los reyes procuraban reprimir tanto orgullo; mas otras veces toleraban sus violencias y preferían atraerse sus voluntades por medios pacíficos y conciliadores, a fuerza de otorgarles gracias y mercedes, las cuales debilitaban más todavía el poder de la corona, privándola de sus rentas, de sus tierras, fortalezas y castillos. Y sí bien parecía que divididos los nobles en bandos y parcialidades caminaban a su aniquilamiento, hallaron todavía en las ligas o hermandades un contrapeso al espíritu faccioso; y oponiendo una resistencia colectiva a la autoridad real, lograron en mil ocasiones salvar sus amenazados fueros.

Mientras el sistema feudal abatía el trono, aparejábase otra revolución fundada en principios opuestos y a distinto fin encaminada, pero que sin embargo concurría a menoscabar las prerrogativas del rey y a disminuir la autoridad del gobierno supremo. Aquellas raíces de organización municipal nunca extirpadas de nuestro suelo, retoñaron lentamente y fueron las reliquias de la institución romana casándose poco a poco con las instituciones godas, tal vez sin nadie reparar en ello, hasta que los pueblos se sorprendieron de hallarse fuertes, y entonces apellidaron lo que en su origen no era sino tolerancia y después privilegio, franquicias y libertades.

Varias causas coincidieron para enaltecer el régimen foral: la opresión de la nobleza, el renacimiento de las artes, la colonización del territorio conquistado, la defensa de la frontera amenazada, y sobre todo el presentir los reyes que sólo concertándose con el pueblo y apoyando en él su autoridad lograrían domar la fiereza de los grandes, cuéntanse como los gérmenes principales de este parto laborioso de la sociedad, cuyo fruto fue la creación de la clase media tan preponderante a lo sucesivo por el número, la ciencia y la riqueza.

Las franquicias municipales son el fundamento de la libertad política; mas la verdadera libertad no existe mientras no hay garantías que las completen y defiendan: así, consultando la historia, observamos que el sesgo natural de las ideas y de los sucesos constituyó primeramente el gobierno de los pueblos, pasando después el privilegio a ser ley común, el vecino a ser ciudadano y erigiéndose el concejo (ayuntamiento) en un poder del Estado. Por estos términos y pasos llegaron los pecheros de Castilla a tener asiento en las cortes del reino, mucho antes que alcanzasen tamaña conquista en Francia, Inglaterra y Alemania.

No paró aquí el influjo del estado llano en los negocios del gobierno, pues lograron además penetrar en los consejos del rey y obtuvieron su parte en varias regencias. 

Eran los fueros y cartas de población verdaderas constituciones, aunque no sujetas al principio de la unidad nacional: eran un linaje de contratos particulares entre el rey y las ciudades, villas y lugares del reino, en los cuales aparecía el monarca como mediador en vez de que ahora se presenta como parte contratante. Estipulábanse privilegios y garantías o fueros, buenos usos y libertades según el lenguaje de la época; y así en medio de las tribulaciones de la guerra y del desorden interior, caminaba la democracia a su organización sin representar por eso una idea general, sino solamente los intereses locales. El vínculo federal vino de grado o por fuerza cuando ya el poder se hallaba establecido y afirmado, y el estado llano entró en la plena posesión de sus derechos sin violencia.

Los fueros protegían las personas y propiedades, establecían penas, otorgaban privilegios, ordenaban la administración de justicia, contenían reglas de policía municipal, determinaban servicios, reglamentaban las artes y el comercio, autorizaban el levantamiento de milicias, y en suma eran unos códigos, si bien incompletos, en los cuales no sólo se comprendían las leyes relativas a la constitución de cada pueblo, sino otras muchas tocantes al orden civil y a las relaciones de las comunidades con el Estado.

Las ciudades, villas y lugares aforados se gobernaban por concejos y alcaldes de elección popular, y por lo común pactaban con el rey que ellos instituirían autoridades para administrar justicia en lo civil y criminal a quienes llamaban jueces de fuero a diferencia de los jueces de salario o de nombramiento de la corona; y cuando no gozasen de este privilegio, obtenían a lo menos el de que dichos cargos no pudiesen recaer sino en naturales de la tierra.

Tan grande era el apego de las comunidades a sus franquicias que solían pedir su confirmación solicitando nuevas cartas, y de ordinario al tiempo de rendir pleito homenaje a un nuevo rey o de celebrarse las cortes, otorgándolo así los monarcas bajo juramento y sometiéndose, si lo quebrantasen, a las más extrañas y terribles maldiciones. 

Podían también los pueblos formar ligas o hermandades a semejanza de los nobles, cuyo privilegio llamado fuero de la unión entre los aragoneses, era un pacto de prestarse mutuo auxilio para mantener sus derechos contra el poder de los reyes o las pretensiones de la nobleza; llevando las cosas al extremo de juntar sus huestes y nombrar diputados que proveyesen a la común defensa. 

Sin desconocer los beneficios que el régimen foral ha producido en aquellos tiempos de revueltas en cuanto a su sombra gozaban las personas de mayor seguridad y las haciendas de más protección, de donde provino el aumento de la población y de la riqueza general, la sociedad bajo el punto de vista político presentaba un cuadro lastimoso.

Cada comunidad era una república independiente con sus leyes, usos y costumbres aparte, pronta a sostener sus franquicias y libertades por amor a  su pequeño estado, pero sin ligar este amor a ningún interés nacional, a ningún sentimiento de justicia. El pueblo lo era todo: la nación nada. 

El espíritu de bandería (bandos) despedazaba sus entrañas y atizaba el fuego de la discordia entre nobles y plebeyos: estos luchando en defensa de sus fueros, y aquellos ganando las voluntades de unos, empleando con otros el cohecho, y en fin tentando todos los medios de avasallar los concejos con la mira de acaudillar sus mesnadas. De aquí se siguió la ruina de las comunidades, porque se obtuvieron del rey oficios concejiles y se sucedió en ellos por derecho hereditario, y hubo regidores perpetuos y se inventaron otros caminos para socavar a la callada el poder de las villas en provecho ya de la nobleza, ya de la corona. Las comunidades miraban como extraños y tal vez como enemigos a cuantos no eran vecinos de la villa o su alfoz; causa de las frecuentes guerras que mantenían entre sí durante la edad media. Por otra parte la nobleza invadía los pueblos, asesinaba a los moradores, arrebataba sus ganados, talaba sus campos; y mientras tanto el clero también limaba sordamente la autoridad real obteniendo exenciones, amortizando la propiedad y extendiendo de una manera desusada los confines de su jurisdicción.

En medio de este caos espantoso ¿dónde está el rey? ¿dónde el gobierno? - No lo busquéis en la corte gozando de las dulzuras de la paz y haciéndolas gustar a sus vasallos: en la hueste le veréis al frente de sus escuadrones. 

Allí concurren los nobles y los obispos como quien tiene estrecha obligación de seguir las banderas de su señor natural, y los concejos envían sus contingentes o rescatan el servicio, salvo si han por fuero no ir en fonsado o no pechar fonsadera. El Rey ejerce el mando supremo de las armas y tiene la dirección de los hechos de la guerra. El feudo es el lazo federal y la unidad se conserva en la disciplina. Restablecida la paz, los caudillos recogen su gente, los concejos su milicia, las fuerzas se dividen, el poder se desmiembra, y el Estado vuelve a su antigua condición mixta de servidumbre y libertad, rigiéndose los pueblos por leyes distintas, gobernándose por autoridades diversas según fueren de señorío, de realengo, abadengo o behetría. 

                                        M. COLMEIRO. 


ESTUDIOS COLONIALES. 

ARTÍCULO QUINTO. 

CONTINÚAN LAS CONDICIONES QUE HAN DE GUARDAR LAS COLONIAS CON SUS METRÓPOLIS PARA SU MEJOR CORRESPONDENCIA Y SU MÁS DURABLE UNIÓN. 

Al consejo de Ultramar debe seguir la creación de un ministerio especial del ramo. - Se aducen las razones que prueban esta necesidad y los males de su falta. - Principios administrativos que deben presidir a su establecimiento y por qué exceptuamos de la influencia de su unidad gobernativa los negociados hoy existentes en los ministerios de Gracia y Justicia y de Hacienda. - Objeciones que se pueden hacer a su creación, y solución que para las mismas damos. - Organización que debía tener. - Condiciones personales del jefe que lo desempeñase.

En el artículo anterior hemos abogado por la existencia de un nuevo cuerpo o consejo en el gran centro de la gobernación española, y al pasar ahora a hacerlo en defensa de otra nueva rueda en la acción ejecutiva de nuestro poder ministerial, ningunas otras razones opondremos en su apoyo, que las que se desprenden de las propias que ya hemos sentado al ocuparnos de lo primero. Allí hemos hablado de la corporación o de la institución consultiva; entremos ahora con el poder consultado, con el poder ministerial o ejecutivo. 

No se nos oculta que más de un individuo de los que se dan por muy versados en estos negocios de Ultramar, nos reprocharán lo costoso de nuestra demanda pidiendo consejo y ministerio, o nos dirán cuando más, que con el consejo basta. Nosotros, sin embargo, respetando sus convicciones, tenemos el derecho de pedir el fundamento de las suyas, cual nosotros desde ahora les vamos a ofrecer las nuestras. Sobre lo primero, sobre lo costoso del presupuesto, responderemos más adelante: mas sobre lo segundo diremos, que no se concibe lo uno sin lo otro o que nosotros al menos lo juzgamos así, según los buenos principios administrativos. Asociado en efecto lo consultivo a lo ministerial como el consejo a la práctica, como la inteligencia a la acción, si estos pueblos necesitan de una corporación ilustrada que siga con su luz y su experiencia el bien de sus particulares intereses y el mejor despacho de sus negocios; indispensable es que tengan también el jefe responsable de este departamento, el funcionario elevado y especial que con ellos se entienda y que emplee la experiencia y la madurez de aquella, siendo el resorte verdadero del regularizado movimiento que su felicidad exige. Y si de la teoría pasamos a la práctica, a la lógica inflexible de los hechos, nunca como hoy aparece más esta necesidad probada, estando rota la unidad administrativa que otras veces ligaba la muestra (nuestra) con la de aquellos dominios. Son muy tristes en efecto, los resultados de los diversos centros o ministerios que hoy sin el abolido consejo de Indias influyen por separado sobre estos países. A veces por el ministerio de Hacienda se dan órdenes que contradice (n) terminantemente el de la Guerra. A veces el de la Gobernación expide una real orden enteramente opuesta a una carta-orden del de Gracia y Justicia, de todo lo que pondremos más de un ejemplo. Ordenes repetidas se han dado ya por el de Hacienda para la centralización de los fondos en una misma arca, y hoy es el día en que nada se ha cumplido sobre la materia, oponiéndose siempre aquella capitanía general, so pretexto que no se le ha comunicado así por el suyo respectivo. Hoy mismo acontece por una anomalía especial, que el nombramiento de la secretaría política de la Habana en vez de hacerlo directamente el ministro de la Gobernación como empleo unido al cargo de jefe superior de aquella isla y como departamento donde reside en el día todo lo perteneciente a la gobernación de Ultramar, se hace al revés por el de la Guerra, y para mayor extrañeza, baja de aquel departamento la imposición o la orden de dicho nombramiento a fin de que dé por su parte las suyas el ministro de la Gobernación. Desearíamos saber en qué país del mundo pueden llegar a regularizarse y hasta llegar a formar una administración práctica semejantes anomalías. Pues esta misma falta de unidad en la gobernación suprema respecto a estos países, se deja conocer mucho más en las tendencias y hasta en la letra de los diferentes mandatos u órdenes que para allí se expiden, habiendo repetidas ocasiones que hasta en su particular redacción hay una contradicción manifiesta con la especial legislación allí vigente, produciendo todo esto entre aquellas autoridades ciertos conflictos que si la prudencia sabe evitar a veces, acarrean otras consecuencias graves, y cuando menos, refluyen en desdoro del alto gobierno a cuyos diversos miembros se le supone casi en desacuerdo. Sirva de ejemplo de lo primero lo que ha tenido lugar con los últimos capitanes generales que han cesado en el mando superior de la isla de Cuba. Sabido es que por la legislación indiana sus gobernadores quedan sujetos a un juicio legal o de residencia sobre todos los actos de su gobierno por el tiempo que lo han desempeñado. S. M. en este día despacha por medio del supremo tribunal de Justicia la comisión, y nombra el juez que en ella debe entender. El buen sentido aconseja por lo tanto y siempre así se practicó hasta nuestros tiempos, que ínterin este juicio no tocara a su conclusión, ni el propio rey ni persona alguna estaban en el caso de prejuzgar o calificar a la persona sometida a semejante fallo, porque entonces, inútil fue el nombramiento del juez y más inútil aún la residencia misma. A pesar de todo, al relevo de los últimos capitanes generales de Cuba y Puerto Rico, las reales órdenes por las que han cesado en sus mandos todas agregan ya: quedando S. M. muy satisfecha etc.; reservándose S. M. utilizar sus buenos servicios etc., cláusulas todas que son puestas por personas, que no comprenden o no han llegado a calcular lo que este agrado o desagrado de S. M., lo que esta voluntad o propensión del monarca a favor del mismo concausado, pueden obrar o no en el ánimo del juez residenciante; y sobre todo, cuán demás está ya el fallo cualquiera que sea y que se ha de elevar al conocimiento de S. M. cuando tan augusta persona o su gobierno lo han resuelto ya a priori, sin conocimiento de causa. Suprímase mejor este derecho de residencia ya casi inútil según hoy se practica, o no se hagan semejantes calificaciones en el caso de querer admitir siquiera la necesidad de las formas. Cualquiera de estos dos extremos sería un poco más consecuente que lo que hoy se ejecuta entre tantas anomalías.

Probada ya la necesidad de esta unidad y centralización gubernativa para los negocios de nuestras posesiones de Ultramar; no apetecemos por ello esa centralización que ahoga, esa centralización que mata, esa centralización extrema vital sólo para gastos y empleados. Abrazamos, sí, las doctrinas de la unidad esa unidad que activa, que fortifica, que protege, que da el espíritu nacional: pero no esa centralización transpirenaica, buena sólo para las instituciones del imperio, y mucho más que funesta para los hábitos, las tradiciones y las tendencias de nuestra antigua monarquía. Por esto proponemos que el ministerio de Ultramar reúna todos los negocios que hoy tienen los de la Gobernación, Comercio, Instrucción pública, Marina y Guerra pertenecientes a estos países, y que se entienda con los de Hacienda y Justicia en los de su dirección completa. ¿Y por qué no sois más lógicos, nos dirán? ¿Por qué separáis lo de Justicia y Hacienda? Lo primevo, porque como la Justicia y su administración es siempre una, tanto para el pueblo español que está allende, como el de aquende, con algunas leves excepciones en materias de esclavitud y otras de organización social; no encontramos un motivo para su separación, y antes por el contrario, vemos en esta medida esa asimilación que quisiéramos existiera siempre en todos los ramos administrativos de nuestra Metrópoli y sus colonias. 

Otra razón moral encontramos a favor de esta propuesta: nuestra nacionalidad, el mejor espíritu público de estos pueblos, con particularidad el de Cuba. Es un consuelo hoy para estos (aun a costa de exorbitantes gastos) acudir de tan lejos a la madre patria para mejorar las ¡providencias de sus inferiores tribunales, y dicho sea en prez y gloria de nuestra magistratura: siempre aquí alcanzan la cumplida justicia que ellos proclaman, cualesquiera que sea la riqueza de sus opuestos y la jerarquía social de sus colitigantes. No les mermemos, pues, estos diferentes centros a donde pueden acudir con sus demandas. No embotemos estos medios consoladores que como tenues lazos de una completa hermandad apenas restan ya entre este pueblo y su Metrópoli. No obstruyamos estas relaciones que por precisión se forman entre los que piden y los que otorgan, ya que harto se han cercenado otras en estos últimos tiempos! (1). 

(1) Hace tiempo que se propone por algunos el establecimiento de una sala o de un tribunal superior para ciertos negocios de alzada. Nosotros admitiríamos uno de segunda instancia para los militares, pero no quitaríamos la última súplica de los civiles por las razones expuestas y por otras que en su lugar expondremos.

Tampoco queremos separar la Hacienda, porque el sistema económico de la Península debe estar enlazado siempre con todos los pueblos que de ella dependan, principalmente en todo aquello que contribuya más a elevar o disminuir la prosperidad, como los aranceles y demás derechos sobre su respectiva riqueza (1). 

(1) Por no atenderse hoy a esta uniformidad, rechazamos con un derecho casi prohibitivo una producción tan propia cual es la de nuestros tabacos, y una nación que por su fortuna cuenta el mejor que se conoce en el mundo, no sólo se ve privada de este producto sin favorecer ningún otro peninsular, sino que disminuimos las arcas del tesoro con una rendición menor de la que en ellas se debía encontrar. Tenemos ya concluida una memoria especial sobre el ramo de esta producción que pensamos dar a la luz pública, y no otros extremos nos proponemos probar en la misma. 

Por esto no queremos separar tales negociados de una mano directora, por esto no queremos que dejen de tener una uniformidad misma en cuyo principio vemos también el más elevado de nuestra nacionalidad, y por esto no creemos discreto, que se deba agregar su peso a la balumba que ya debe gravar con sólo los demás, sobre los hombros del funcionario que sostenga más especialmente este departamento ministerial. Hé aquí los principios que tenemos presentes para pedir, a más del consejo de Ultramar, un especial ministerio. Queda sólo en pie la objeción de su costo y de las economías invocadas como el inconveniente principal para su establecimiento, y de este inconveniente pasamos a ocuparnos.

Desgracia es que en nuestra España desde la muerte del último monarca todas las economías hayan principiado por el sueldo de los auxiliares y porteros, en vez de comenzar por el de los jefes; siempre se han suprimido plazas inferiores y se han multiplicado secciones y oficinas. Curioso es que se trate con rigor al ministerio de Gracia y Justicia a cuyos jueces no hay valor para aumentar las pensiones de su decoro, y para otros ministerios que no nombraremos, no hay tasa ni medida en su lujo y esplendor. Tal vez por esta marcha se nos oponga lo insostenible de nuestra propuesta, habiéndose ya creado de poco tiempo a esta parte el ministerio especial de Instrucción pública cuyos sueldos se lamentan y de cuya utilidad se duda. Esto ha sido lo más grave que se nos ha replicado al proponer el que hoy quisiéramos ver establecido. Pero nosotros responderemos bien sencillamente: ¿porque se haya conocido ser no tan conveniente la existencia del uno, deja de ser indispensable y necesaria la creación del otro? Y cuenta que cuando así nos expresamos salvamos todos los méritos del personal distinguido que hoy desempeña el primero: hablamos en la hipótesis de la opinión, sin entrar a sondear aquí el verdadero peso de este desvanecimiento sobre los frutos que haya dado o pueda dar semejante rueda. Nosotros sin embargo manifestaremos sobre este ministerio de Instrucción pública y de Comercio, que jamás por nuestras ideas habrían tenido sus negocios proporciones bastantes para formar con sus dos negociados juntos un especial ministerio. No del propio modo pensamos respecto a la importancia y gravedad que ya deben tener nuestros intereses coloniales en la gran escala con que urgen ser atendidos los que contamos todavía en las cuatro partes del globo. Por motivos tan fuertes nosotros juzgamos que si hemos de ser ricos en nuestro interior y fuertes por nuestras dos armadas, debe establecerse ya el especial ministerio de Ultramar y suprimirse el de Instrucción pública, con lo que se orilla por completo la cuestión de gastos y economías, si deben llamarse tales las que una nación deja de hacer a favor de su mayor grandeza y prosperidad. Hasta lógica nos parece esta supresión. ¿Quién mejor que el ministerio de Marina debe tener el negociado de comercio? ¿Cual otro que el de la Gobernación debe tener el de Instrucción Pública, ya se atienda a la moral o a la pública instrucción?

Nosotros, pues, propondríamos un ministerio especial a cuyo cargo estuvieran todos los ramos de la gobernación ultramarina con todas las facultades que tienen hoy los respectivos jefes de los demás ministerios. Queremos lo que el mismo obispo Abad y Queipo ya nombrado en el artículo anterior, aconsejaba al rey diciéndole: “dígnese V. M. poner el ministerio universal de Indias al cargo de un español que merezca la confianza de la nación y sea capaz de desempeñar un cargo tan difícil, ordenando al mismo tiempo que el ministerio universal de Indias no tenga en cada ramo más facultades que las que tienen los otros ministros de la península en sus ramos respectivos." De intento nos valemos de estas autoridades para que no se crea que nuestras ideas reformadoras, que nuestras propuestas de mejora sobre la gobernación de Ultramar son sólo hijas de un empirismo estéril o producto tal vez de un prurito vano de llamar la atención en época en que tanto se escribe, y en que se dan a la prensa tantos proyectos y teorías. Aquí se ve que nuestras propuestas se han anunciado ya en una época de inamovilidad y de principios políticos muy distantes por cierto de los que hoy reinan. Aquí se ve cómo estos hombres a pesar de su posición y carácter y a quienes no se puede inculpar la nota de innovadores aconsejaban entonces al monarca lo propio que hoy pedimos y rogamos a la opinión, a las cortes y al gobierno de S. M. en obsequio de estos pueblos. Pedímosle un sistema en vez de particulares opiniones; le aconsejamos los medios del acierto en vez de los actos de una administración personal y ciega.

Esto fue le propio que ya se propuso conseguir el gran Carlos III cuando en su ilustrado reinado se estableció el ministerio universal de Indias, ministerio que dio lugar a la nueva ordenanza de intendentes de nueva España y que fue para aquellos países el primer código administrativo que conocieron a semejanza del que ya más perfecto y deslindado se dio en España a sus gobernadores civiles en el año de 1834 siendo ministro de la corona el señor don Francisco Javier de Burgos. Al frente de aquel ministerio universal colocóse en 1814 a don Miguel Lardizábal, si bien en la reacción de 1815 se resolvió su abolición por aquel espíritu partidario que tanto distinguió al reinado del último monarca, y más que para las Américas, para la triste España. 

¿Y cuáles fueron hasta este día los bienes que reportaron las primeras de esta institución indispensable? El señor Zamora, magistrado no desconocedor de estos países, nos lo dice como compilador en su Biblioteca de legislación ultramarina. “Crecieron y se fomentaron en tan memorable 

época más que lo que se había obtenido en siglos." Tal es la eficacia de la acción y de la unidad y tales son los frutos que apetecen con su establecimiento los hombres pensadores de la Metrópoli, y los que de aquellos países pueden hacer oír hasta nosotros su débil clamoreo (1).

(1) Hé aquí cómo se expresaba un corresponsal de la Habana al periódico que había en esta corte el día 6 de febrero de 1847 titulado La Opinión

Si el gobierno de esa corte hubiera fijado su atención, decía, como debe fijarla siempre un buen gobierno en las desgracias que afligen de algún tiempo a esta parte a la isla de Cuba, quizá no hubiera permanecido indiferente a nuestros clamores y frío espectador de los acontecimientos. 

Yo no sé por qué todos los que ocupan en España las sillas del poder proceden de un mismo modo en cuanto pertenece a esta isla.

En vano esperamos un día y otro día alguna medida auxiliadora y acertada que tienda a favorecer nuestros intereses que tan ligados se hallan con los de la Metrópoli; en vano, repetimos. Si alguna cosa pedimos aunque vaya apoyada por nuestras autoridades, vuelve a esta para que informe el capitán general, sin cuyo requisito nada puede despacharse: 

de modo que la medida más justa y equitativa depende del mayor o menor talento de los capitanes generales, que por lo común son muy versados en la táctica militar pero poco conocedores de lo que es la administración. Esto indica si se quiere, que el gobierno español confiesa su ignorancia respecto de las cuestiones coloniales, y esto que es por demás vergonzoso pudiera remediarse nombrando un ministerio especial de Ultramar, para cuyo encargo no faltarían hombres entendidos que poseyesen los conocimientos necesarios. No hay proyecto beneficioso para este país que logre un buen éxito siempre que su resolución dependa del gobierno metropolitano, porque en idas y venidas trascurren meses y meses y perdida la oportunidad se pierdo todo. Si hubiese un ministerio de Ultramar, habría autoridades dedicadas exclusivamente al cuidado de las colonias, y como para conseguir que la prosperidad de las provincias ultramarinas sea una verdad que descanse sobre bases sólidas, es preciso que las colonias se rijan por medio de una economía política más liberal y previsora; las autoridades indicadas procurarían cumplir con sus respectivos deberes, probando que es imposible que nuestro comercio ultramarino llegue a adquirir su completo desarrollo, sin que el comercio nacional reporte iguales ventajas.  

¿Y a quién cometeríamos este ministerio especial, qué circunstancias exigiríamos del que mereciese a la opinión y a la Reina semejante honra? Este ministerio pide un jefe especial, hombre metódico, de mucho pulso, de conocimientos vastos, que a ser posible, conociese por algún motivo la índole particular de estos pueblos, íntegro, digno, flexible ante sus verdaderas exigencias, conciliador entre sus encontradas ideas e intereses, reformador con tino, civil sobre todo. ¿Y por qué? Porque nuestras convicciones, que podrán ser erradas pero que parten de un sistema dado y de un plan completo en la administración; consignando nosotros en el plan de gobierno que más adelante propondremos, que el gobernador de las Antillas mande con su carácter militar las dobles fuerzas que allí se encuentren, si otro militar desempeñase a la vez el ministerio de Ultramar, 

los instintos guerreros del ministro sancionarían siempre los del gobernador, y nosotros para el interior de estos pueblos no deseamos la violencia sino la previsión: no la fuerza, sino la justicia: no la prevención, sino la dignidad y la ley. Mas si nuestra opinión, por justa que sea, deja de estar suficientemente autorizada, invocaremos en su apoyo la que menos podrá rechazarse por venir de hombres de más alta opinión y valía. El señor Oliván que ha sido ministro y que a sus cualidades de hombre público pocos podrán tildarle las de empírico o teórico, se ha expresado más enérgicamente que nosotros en el seno mismo de las Cortes sobre esta propia materia, y hé aquí lo que decía con una elocuencia sardónica en cierta ocasión solemne (1): 

(1) Nueve de diciembre de 1847. En este día también habló su señoría de la necesidad del consejo o corporación de que nos hemos ocupado en nuestro artículo anterior, y hé aquí lo que dijo en su apoyo, razones que trasladamos aquí por no haber tenido a la mano dicho discurso cuando aquel artículo extendimos: "Falta, decía, formar inmediatamente en Madrid otra comisión de sujetos que por haber mandado u obtenido empleos en nuestras posesiones de Ultramar, o por haberlas habitado, las conozcan a fondo, los cuales unidos a algunos naturales y propietarios de las mismas de los que se encuentran en la Península, procedan al mismo trabajo de proponer las leyes especiales, teniendo a la vista (no para copiarlas, sino para estudiarlas) la legislación colonial inglesa, y sobre todo la francesa, que en 1833 ha llegado a un alto grado de perfección relativa. Por mucho que sea el celo de esta comisión, siempre llegarán los trabajos de Ultramar a tiempo de rectificar y perfeccionar las leyes, sea que estén o no presentadas al examen de los dos cuerpos colegisladores de la monarquía.

"Falta sobre todo crear el ministerio de Ultramar, pues el que existe no es una realidad, sino una apariencia. No abraza más que el ramo llamado de Gobernación, y aun este está sujeto a frecuentes disputas y competencias por parte de otros ministerios. Es cosa sabida que nuestros oficinistas, desde los más elevados hasta los más inferiores, regatean los negociados y los defienden como si fuesen mayorazgos, no para trabajar más ni mejor, sino para darse más importancia y tener mayor clientela. Así sucede, que por un mismo correo van de aquí reales órdenes contradictorias, sin que se sepa cuál es la que tiene más fuerza: los jefes más escrupulosos suelen confrontar las fechas y atenerse a la más reciente, aunque sólo sea de un día; otros obedecen la que se les antoja y otros ninguna. Así se dice allí que en un mismo asunto si es algo complicado y de competencia, el rey de Hacienda ha mandado esto, el de Guerra aquello otro y el de Ultramar lo de más allá, dando que reír a los que han de obedecer. Solamente en España existe semejante anarquía: y no me refiero, señores, a los expedientes que han pasado por mis manos, ya en los ministerios, ya en el consejo de Indias; me refiero únicamente a lo que he visto en Ultramar. Todas las demás naciones que tienen colonias las manejan por una sola mano; y con efecto, es preciso que la autoridad sea una si ha de ser fuerte." Hé aquí, para concluir, todas las razones que hemos tenido presente para que hayamos formulado el primero de los artículos que proponemos en el proyecto de gobernación que expondremos más adelante y cuyo contenido es el siguiente: "Artículo 1.° - El mando y la dirección suprema sobre todos los ramos de la gobernación de las Antillas,. estará exclusivamente al cargo del ministro o jefe que desempeñe al lado de S. M. el ministerio llamado de Ultramar. 


                MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.


¿PUEDE SER PERJUDICIAL NUESTRA REVISTA EN CUBA?

CAUSAS QUE VAN GASTANDO ALLÍ EL BIEN DE NUESTRA NACIONALIDAD. 

El día 3 del actual, un periódico de esta corte al hablar de nuestra Revista y al considerarla con una indulgencia que saben agradecer sus redactores, se ha expresado de este modo: “A pesar de no tratar más que doctrinalmente las cuestiones políticas y administrativas y eso con una circunspección extraordinaria, tenemos entendido que ni sus prospectos ni los números hasta ahora publicados han podido circular por las Antillas con daño de los intereses coloniales y de su empresa... Pero nos han asegurado que el general Concha piensa revocar una providencia tan desacertada y tan poco conforme con las ideas de tolerancia y rectitud etc.” (1)

(1) Este general, en efecto, recibía aquí sus números y no deja de ser exacta  su promesa.

Por desgracia, parece ser muy cierto lo que indica nuestro colega; pero ignoramos los fundamentos, los términos de la orden, y sí sólo que se había mandado así por aquel censor regio o por alguna de aquellas autoridades. 

El hecho es, que no habían podido correr en Cuba sus prospectos, ni llegar ningún número a manos de los que allí la esperaban a la salida del último correo inglés.

Respetuosos por convicción y carácter al principio de autoridad, no extraños a ciertas disposiciones de los gobernantes porque lo hemos sido, no desconocedores de las providencias que se toman en nuestros dominios de ultramar porque hemos estado allí y visto y observado mucho; todavía nos admiramos de la medida, no la comprendemos, y a ser cierta, nos pasmamos, pero no sabemos por esto a qué poderla atribuir. Nosotros además no tenemos los pormenores de esta resolución, y mientras no los poseamos, consideraríamos aventurado el formular un cargo. Pero ya que esto no sea, permítasenos al menos consignar aquí una razonada queja. 

¿Cómo comprender esta medida con una publicación tan marcada desde su prospecto a favor de nuestra nación y de la prosperidad colonial? 

¿Es preciso, acaso, no mentar para nada nuestras posesiones de Ultramar y observar sobre ellas un silencio profundo, y esto precisamente hoy, cuando nunca los extraños han hablado más de las mismas, cuando hay periódicos fundados expresamente en el extranjero para tratar de lo que ellos llaman sus agravios, y cuando por último hay expediciones que las amenazan y que a viva fuerza las invaden? Y en este estado ¿no merecíamos a la inversa cierta protección y reconocimiento, respecto al apoyo moral que les damos en defender una nacionalidad que es tanto la suya como la nuestra? ¿Por ventura, desde su prospecto, no hemos protestado defenderla a toda costa considerándola como el objeto más alto de nuestro culto? ¿En nuestro anterior número no hemos llegado a invocar la ley y a pedir con ella su escarmiento contra los anexionistas o invasores de todas aquellas tierras que constituyen parte de nuestro patrimonio nacional? Es verdad que nuestra Revista se ha comprometido a señalar los abusos y las reformas de aquella administración secular en la alta esfera de las doctrinas; pero procurando que haya un eco que los señale, y queriendo que haya una gobernación ilustrada que de ellos se ocupe; ¿no deseamos a la par el que se quite todo pretexto de descontento para los unos y que se aumente más y más para los otros su antiguo amor nacional? ¿No es esto querer un bien a favor de nuestra ilustración y también de nuestra nacionalidad? ¿Cómo podemos merecer el que no se favorezca allí nuestra publicación cuando hemos protestado no una vez sola, que si abogamos en pro de los que no han dejado nunca de invocar la protección de la madre patria, no dejaremos tampoco de ponernos al lado de la autoridad y del gobierno, siempre que de guerra y de invasión se trate? Por ventura ¿hemos denotado partido o bandería alguna entre nuestras doctrinas? ¿Resolvemos la situación de aquel país porque discutamos con pulso algunas de sus circunstancias? ¿Hemos desprestigiado ni desprestigiaremos jamás la ley y los que la representan, cuando jamás hemos descendido a las personas y siempre estamos hablando del mejor modo de enaltecerlas allí, en tan distantes dominios? 

Sí, somos justos, y estas impresiones tan desagradables no nos harán ocultar las contrarias ideas, las miras ilustradas de que recibimos más de una prueba al fundar esta misma Revista por parte de los encargados en el cumplimiento de las últimas determinaciones sobre la libertad de imprenta, y nosotros no creemos haber faltado tampoco por la nuestra al principio doctrinal, a la discusión alta y razonada que desde entonces nos impusimos. 

Mas aquí no nos quejamos del gobierno de S. M.; apelamos sólo al buen juicio de aquellas autoridades y de cuyo pensar se encuentra este ciertamente muy distante.

Nos dirigimos por lo tanto a la conciencia nacional, y si de estas consideraciones de un orden superior intentáramos descender a las economías y materiales que deben reunirse siempre en provincias españolas a empresas que son también españolas; ¿cuál podría ser nuestra severidad para con los que en Cuba no dudan aconsejar estas prohibiciones con tanto provecho de la librería y de los periódicos extranjeros? ¡Cerrar las puertas allí a los periódicos y a las revistas de la España, y abrirlas sin tasa ni medida a los periódicos y a las revistas de ambos continentes pero que no son de España! ¡Donosa protección por cierto! ¿Qué idea democrática o revolucionaría contiene nuestra Revista? Ninguna: nuestra Revista no merecerá la aprobación de algunos en aquel país, y no por eso dejarán de verse sobre las mesas de sus liceos y los mostradores de sus librerías todas las producciones que en Inglaterra, Francia y Alemania vomitan sus prensas. ¿Qué idea puede contener nuestra Revista a favor de principios políticos, de derechos y de instituciones republicanas? Ninguna: nuestra Revista sin embargo, si no pudiera correr por Cuba porque así lo conceptuasen dichos señores a ser cosa española, para eso que todos reciben en su lugar los periódicos de Londres y París, los de los Estados Unidos y los de las repúblicas hispanoamericanas. Es cierto, repetimos, que nuestra Revista se ha propuesto presentar datos y razones sobre las cuestiones de ultramar para cuando en su día el poder a quien competa pueda enmendar y reformar lo que reformarse y enmendarse deba. Pero ¿no es esto como un antídoto a favor del espíritu público de aquel pueblo, no es esto como una esperanza ante los periódicos insurgentes que recibe y que no pueden impedirle todos los censores del mundo ante la comunicación extraordinaria de su libertad mercantil? ¡Ah! ¡Su libertad mercantil! … ¡Que estos hombres quiten a Cuba este bien económico que posee, que la cierren al comercio de los dos mundos, que la cerquen de una segunda muralla de la China, y todas estas providencias sobre periódicos y revistas estarían en su lugar! Pero de lo contrario ¿se quiere saber lo que representa esta conducta tan anómala respecto a nuestra librería y nuestra prensa? La pérdida de todos los intereses, de todos los cálculos de las empresas españolas, ante la ganancia y la fortuna de las que son extranjeras (1). 

(1) Testigo sea Mr. Gallardet que hizo allí una colosal fortuna con sólo extender la suscripción del Courier français.

Pero lejos de nuestro ánimo la idea de sujetar a números miserables otros intereses más morales, más grandes y más elevados. ¿Cómo se alimenta, sino, la nacionalidad de pueblos tan distantes si les faltan estos medios de opinión, estos periódicos y revistas que se fundan en la Metrópoli para defender o abogar por su situación moral o económica como los hilos y los lazos más firmes que unen a la madre con las hijas a pesar del mar y las distancias? ¿Cómo se anudan sino, sus gustos y sus afecciones cuando no se corresponden sus ideas, ideas que trasmite la una para las otras, por medio de su movimiento intelectual por su parlamento y su prensa? Si la Metrópoli ejerce una gran influencia literaria, si quiere que por sus obras se juzgue de su ilustración, sólo la librería puede cumplir con este deber. 

Pero pónganse censores para sus aduanas, obténganse menos los libros propios que los extraños porque el censor no entiende a veces el lenguaje de estos últimos, sean en fin de mayor costo los españoles, y los españoles escasearán sobremanera. Pues esto es por desgracia lo que sucede en Cuba. Visítese, sino, la famosa librería de Charlains en la Habana, diríamos a ciertos hombres: allí encontraréis cuantas obras francesas e inglesas queráis: pero pídase una obra española que sea un tanto rara, y sólo alguna que otra clásica encontraréis en su lugar. ¿Y cuál es de esto el resultado? Que se aprecia y se tienen allí en mucho las naciones extranjeras, y que no se conoce y no se tiene en nada el saber de nuestra patria. Lo propio sucede con la opinión pobre que allí se forma de nuestras cortes, de nuestros oradores y de nuestros hombres públicos, comparados con la aventajada que poseen de los parlamentos, de  los oradores y de los hombres de Estado de las demás naciones. Porque allí se sigue sin dificultad las discusiones de las cámaras francesas e inglesas, de los Estados Unidos, de las repúblicas confinantes, los actos de lord Palmerston, de Lamartine, de Prudon mismo; pero no se copian sino los pequeños extractos de nuestras cortes y aun muchas veces no se ha permitido el que se publique el discurso de la corona. ¿Y qué ha de resultar de aquí? Que su juventud será cada vez más Norte-americana, inglesa o francesa y cada vez menos española. ¿Y quién es la que pierde más en esto? Nuestra nacionalidad, nuestra patria. Hoy no tenemos la homogeneidad del gobierno con que otras veces les ofrecíamos a aquellos habitantes una hermandad completa; hoy la legislación no es igual; hoy la administración no es la misma; hoy a nuestras publicaciones no se permite el que corran por allí, y ni los frailes siquiera que todavía por allí existen tienen ya el lazo con que estaban antes unidos a nuestra Metrópoli con sus conventos, con sus generalatos y sus órdenes monásticas. ¿Qué es pues lo que les transmitimos hoy de nuestra nacionalidad? ¡Triste reflexión es esta para el repúblico pensador! 

Para nosotros al menos, nos produce una sensación dolorosa y una convicción triste que se apodera de nosotros sin quererlo. Ya hoy, empero, la vamos a decir, no respondiendo a la provocación que se nos hace, sino a la lealtad de nuestros sentimientos a favor de una patria que adoramos y de un país que hemos visitado con entusiasmo y recorrido observado con un particular estudio. Nosotros no podemos creer que tales sean los fines que se proponen allí los hombres que aconsejan de pocos años a esta parte medidas tan indiscretas como las que parece que se han tomado con nuestra Revista: pero si tales actos producen tal vez sin quererlo otras consecuencias fatales, permítannos que les digamos lo que podría resultar a la isla de Cuba de ese silencio tan profundo en que desearían sumirla. La isla en ese caso tendrá un mal impalpable, visible a algunos, engañoso a otros, pero no menos verdadero y trascendental que la úlcera que trabaja oculta y paulatinamente las partes de una entraña. Este mal sería el más completo silencio. No, ningún país que alcanza la civilización y la riqueza del pueblo cubano, podría mantener por largos días una situación semejante. Colón mismo cuando pusieron a sus pies los grillos de la injusticia, se poseía al menos del consuelo de que venía pasando el golfo a cuyo fin iba a encontrar unos reyes y una patria que debían oír sus penas y sus desahogos. Y estos medios de una respiración justa nunca ha dejado de tenerlos la isla de Cuba en su Metrópoli querida. El consejo de Indias otras veces, las comisiones de sus pueblos y ayuntamientos que a esta corte llegaban, respiros eran, fieles vehículos que en otros días ponían a los pies del Trono el amor y las exigencias de aquellos pueblos distantes, además de las comunicaciones oficiales de sus respectivos gobernantes. Mas si los consejos de estos individuos prevaleciesen;.. hoy que no existe el consejo de Indias a donde las súplicas lleguen, que no se permiten comisionados ni representantes, que la imprenta allí no puede decir nada, que la imprenta de acá no tiene medios para hacerse oír por allá, ni aun a favor de la causa más justa y más santa; ¿a dónde se iría a parar con tanta compresión moral, con toda esa enajenación de todo medio que hiciese sentir las ideas patrias de por acá, sobre los corazones patrios y leales de por allá? Créannos de buena fé: todo ese silencio, todo ese misterio sobre el orden interior de Cuba, todo ese empeño de no hablar más que de la prosperidad de sus balanzas y nunca de su estado moral y de sus necesidades morales, todo esto podía ofrecer cierta prueba mientras que pudieran creer iban a ser escuchados ciertos ecos o que se permitía siquiera que corriesen por allí periódicos como nuestra Revista en que se tratase de sus reformas administrativas ante los poderes constituidos de nuestra nación. Pero si este pernicioso silencio hiciera imposible toda esperanza, entonces tras de la desconfianza vendría la indiferencia, y tras la indiferencia, el peor síntoma de los pueblos.

A pesar de todo, nos complacemos en creerlo: el gobierno de S. M. con la elevación de miras que le es propia, no dejará de influir por que se unan a la voz de nuestros senadores algunas otras que sean indígenas de aquel suelo y que puedan hablar de ese país y sus necesidades; así como el que sus representantes no se opondrán por allí, a publicaciones tan nacionales como nuestra actual Revista. 


MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 



LA ESPAÑA Y EL PERÚ. 

CONTESTACIÓN AL SEÑOR ZUFIRIA. 

Un artículo con aquel epígrafe inserto en el número primero de nuestra Revista, movió al señor Zufiria, agente comercial de dicha república en esta corte, a tomar la pluma y publicar en El Heraldo una breve respuesta, en la cual rectificando unos hechos, disculpando otros y enmendándolo todo, procura debilitar la impresión de nuestras doctrinas. 

Ahora nos cumple satisfacer, hasta donde nos fuere posible, las observaciones del señor Zufiria, empezando por hacer justicia al sentimiento de amor patrio que guía su pluma, y a la buena voluntad de que le somos deudores.

Tal vez hubiéramos incurrido en el error de suponer que el dictamen de la comisión favorable a la autorización legislativa solicitada por el poder ejecutivo para enviar una legación a Madrid fuese desechado; error disculpable, porque con tan escasos medios de comunicación como existen entre ambos estados, mal podemos seguir punto por punto la marcha de la política. El señor Zufiria poseerá sin duda documentos oficiales de que nosotros carecemos para esclarecer esta parte de la cuestión, y así rendimos la palma a su mayor competencia. Mas no así podemos adherirnos a su modo de pensar, cuando dice el señor Zufiria que la oposición manifestada en las Cámaras más se fundaba en motivos de hostilidad hacia el ministro plenipotenciario que se designaba para esta misión, que en otra causa alguna. Nosotros por el contrario, hallamos protestas de amistad y de respeto al ilustre personaje destinado por el gobierno para aquella legación extraordinaria, y alarde continuo de patriotismo en boca de los diputados hostiles al proyecto del poder ejecutivo. 

Observa el señor Zufiria por qué no hicimos mención de los discursos que pronunciaron los oradores en pro, así como referimos las palabras de los oradores en contra; pero olvida que hicimos más todavía, haciendo merecida justicia al poder ejecutivo que tan inclinado se mostró a seguir la senda de la reconciliación.

Si nuestras palabras parecieron duras y amargas al señor Zufiria, reflexione que habiéndonos herido los legisladores del Perú en lo más vivo que es para un español el sentimiento de honor nacional, por el tamaño del agravio hemos medido la defensa; y así a las expresiones caídas de la tribuna, opusimos otras de igual temple por medio de la imprenta, como a las observaciones prudentes y sosegados del señor Zufiria contestamos con templanza y con aprecio. 

Por último, rogamos al Heraldo que se tranquilice en cuanto al efecto de nuestra voz en esta cuestión internacional, pues si según observa el señor Zufiria la opinión particular de un diputado no significa el voto de la Cámara, 

mucho menos las palabras de un escritor, sin carácter público, que nada representa sino sus ideas, puede influir en un negocio de Estado. Donde hay libertad de imprenta, el gobierno no responde legal ni moralmente sino de las doctrinas que emiten sus órganos, y por tanto las nuestras no tienen ni merecen tener más valor que el de una opinión privada. 


M. COLMEIRO. 



VIAJES. 

LA REPÚBLICA DE STO. DOMINGO 

VISTA POR DENTRO.

Según las últimas noticias, la Inglaterra ha reconocido la independencia de los dominicanos aceptando a la vez los oficios de mediadora en la lucha de estos con los Haitianos. Se creía por lo tanto en que pronto se ajustaría la paz. Las de Haití por el contrario dicen, que el negro emperador preparaba una expedición para sujetar a los dominicanos. Con este motivo creemos del mayor interés publicar el documento que llegó a nuestro poder encontrándonos por aquellos países y cuya copia debimos a la fina deferencia del comisionado que por parte del gobierno español pasó en el año de 1841 a explorar el orden interior en que se encontraba esta república respecto a los planes de invasión que se le supusieron por entonces sobre la isla de Cuba. En este documento se encuentran datos preciosos sobre los medios que pudieran tener para la ofensiva y los recursos de su defensa, datos circunstanciados en los que aparece la disposición y sagacidad con que este comisionado correspondió a su cometido. Mas como conocen nuestros lectores hay extremos que deben permanecer siempre reservados y por lo tanto sólo vamos a publicar aquellos otros que satisfacen el interés de la curiosidad y que pueden ser útiles a súbditos y gobernantes sin quebrantar la prudencia que ciertas materias no pueden menos de exigir entre las condiciones recíprocas de los gobiernos. Después de este relato aquella república ha sufrido una nueva revolución y hoy cuenta un emperador. Pero este acontecimiento, como se verá, se profetizaba ya por este documento a la muerte de su anterior presidente.

“A las cinco de la tarde del 21 de abril (dice el comisionado) salí de este puerto en el vapor inglés Fuety y en treinta horas llegamos a Cabo Haitiano o Güarico (Guarico). Este punto es una población de 10 a 12 mil almas situada a la falda de las montañas en la orilla del mar; tiene a su entrada un fuerte de 14 piezas montadas de calibre de a 12 y una batería en la plaza de 10 cañones más, de a 24 pero muy mal cuidadas: se reputa el segundo puesto de la isla por su importancia mercantil y más hermoso aun que Puerto Príncipe. Hay un capitán general y mil hombres alistados en la milicia, cónsules francés e inglés y algunas casas de comercio de ambas naciones: en la bahía encontré cinco buques mayores ingleses y americanos y otros tantos más de cabotaje: al lado opuesto del puerto hay una corbeta de guerra del Estado que monta 12 piezas de a 12 con cincuenta hombres, todo con bastante abandono: se halla actualmente recorriéndola su jefe, y dicen que se ocupa alguna vez al año en dar la vuelta a la isla. Cada 15 días llega al Cabo un paquete de Falmut que recoge la correspondencia conducida por el vapor de Jamaica, Cuba, etc, y regresa a Inglaterra, dándole esta circunstancia bastante importancia al Puerto por la rápida comunicación que sostiene con estas islas y Europa, y por la constante frecuencia de pasajeros que allí suelen reunirse de todos puntos. En cuanto salté en tierra visité al jefe de Marina con el motivo de conocer a su hermana, y tuve con él el diálogo siguiente: ¿Qué tropa tiene el Estado? Cuarenta mil hombres. 

¿Y para qué tanto costo? Para que nos respeten. ¿Cuánta marina tiene? 

No más que esa corbeta y dos guarda costas, y no la aumentamos más por no excitar recelos a todos nuestros vecinos. ¿Qué piensa Vd. de Cuba? 

Que es un país muy rico a costa del sudor de sus esclavos, pero si nosotros 

quisiéramos con dos o tres mil hombres que podemos desembarcar en menos de una noche desde el muro San Nicolás lo incendiaríamos todo, pues contamos con simpatías bastantes: mas no lo haremos, pues nuestra constitución nos prohíbe el tomar la ofensiva contra nación alguna. Este jefe es un negro que ha navegado mucho con los ingleses.

Visité al general y teniente Rey de la plaza, mulatos y militares antiguos del tiempo de la revolución: son hombres muy instruidos, y el primero, hijo de europeo francés, ha sido educado en Francia y conserva en la población concepto de valiente. La mañana del 25 presencié en la plaza de armas el acto de pasar revista a las milicias: eran dos batallones vestidos a la francesa y bastantemente aseados: tenían armamento muy viejo, y la fuerza efectiva de ambos era sobre 300 hombres: evolucionan mal y sin subordinación: el general se presentó con su estado mayor medianamente lucido y observando las mismas formalidades que nuestras tropas: después de recorrer la línea desfilaron los cuerpos y reparé que al pasar por su frente le rendían bandera casi hasta el suelo. Después de la revista nombran los que están de guardia por una semana entera, y en toda ella sólo estos tienen pré de cuatro reales sin distinción de clase: los demás quedan con libre albedrío de retirarse a sus casas o a sus campos: bajo este mismo arreglo está toda la milicia de la isla.

El 26 salí para Puerto Príncipe por tierra y llegué el 28. Puerto Príncipe, capital de Haití, morada del Presidente y demás autoridades superiores, es una población regular de 15 a 20 mil almas situada al Sur de la isla distante 35 leguas del muro San Nicolás, y al S. E. de una grande ensenada: el palacio del Presidente se halla al Este de la población y es de aspecto magnifico: tiene algunas fortalezas pero bastante deterioradas como las del cabo Haitiano: hay cónsules francés e inglés y 50 o 60 hombres blancos dedicados al comercio: en su bahía encontré 20 buques mayores extranjeros y bastantes nacionales de cabotaje. Suponen sus moradores que sus milicias alcanzan a 10 mil hombres, pero yo no vi en formación más que cinco mil vestidos como los del Cabo y con igual armamento, joven y robusta la tropa y algo viejos los oficiales. Esta notable diferencia de la guarnición de la plaza me indujo a tomar informes los más ciertos sobre la total fuerza armada de la isla, y he podido averiguar que no obstante estar alistados los 40 mil hombres de milicia sólo existían armados sobre 22 mil que asisten a la revista los domingos para después volverse a sus quehaceres. 

Una particular recomendación del cónsul francés del cabo me hizo realizar los deseos que tenía de ver al Presidente. Es un mulato de 65 años, fino en su trato y de maneras nobles; acciona con mucha majestad y dicen que es de bastante talento: recibe con toda sencillez, vestido de levita y sin insignia alguna.

Hay en esta ciudad dos periódicos diarios, bastante bien redactados y abundantes siempre en noticias de Europa. 

La población total de la isla se calcula en 800 a 900 mil almas (inclusa una fracción de blancos que aún existen en la parte española descendientes de sus antiguos colonos), mulatos y negros en razón de un mulato para cada diez negros. La capital y el Cabo son puertos bastantemente ilustrados, las casas bien aseadas aunque sin ningún lujo; pero en lo general de la isla hay bastante miseria e ignorancia, y los caminos por donde yo he transitado, no obstante ser muy buenos hasta para carruaje, indicaban el total abandono en que se hallan todos los trabajos del campo. Sólo veían mis ojos innumerables bohíos con pequeñas plantaciones de plátanos, y algunas estancias de café que sus dueños cultivan con la mayor pereza.

La agricultura está tan destruida, que sólo se reduce en toda esta grande isla, según buenos informes, al producto siguiente:

Cosecha de café al año de 500 a 600 mil quintales.

Id. de azúcar id.

Id. de algodón id. nada.

Hay otras producciones de palos de tintes, pimientas etc. y algunos minerales de cobre que los ingleses empiezan a explotar en la parte española. Casi ningún dinero en metal circula en el país, y en sus compras y ventas, usan de un papel moneda que garantiza el Tesoro del Estado, pero con tal descrédito que una onza española vale en papel hasta 50 pesos. Yo he cambiado algunas a 46 pesos de papel. El comercio es de poca extensión y los puertos habilitados para él son los siguientes: Puerto Príncipe, cabo Haitiano, el Cayo, Gonaives, Jacmel Feremie, Puerto de Plata y Santo Domingo: ningún extranjero puede domiciliarse en la isla a no ser en estos puntos de comercio. La Inglaterra disfruta de un superior influjo político y mercantil sobre toda la isla, y se calcula el valor de propiedades inglesas en ella existentes, en 30 millones de pesos.

Téngase muy presente que los buques haitianos de los puertos del Norte tienen fácil y frecuente comunicación con nuestros puertos por medios de patentes inglesas que toman en islas turcas.

Desde el Presidente hasta el último habitante miran con la mayor prevención a todos los de la isla de Cuba y Puerto Rico, porque tienen esclavos a sus hermanos de casta: abundan en deseos de evitarlo, pero no se atreverán, a no ser que los ingleses los impulsasen y ayuden. El gobierno actual tiene desconfianza de sus generales y jefes subalternos, especialmente negros; pero obra con la mayor energía para que lo obedezcan.

El pueblo en general tiene su pretensión contra el presidente porque es mulato, y porque ha reconocido la deuda con la Francia, que afirman jamás la pagarán. 

Los negros y mulatos se tienen entre sí mucho rencor y es opinión de personas bastante respetables que a la muerte del actual presidente indispensablemente habrá revolución (1: Ya se ha realizado.).

El gobierno de Haití solicita con ansia de la reina Victoria la libre comunicación de las dos islas, esta y Jamaica: dos diputados haitianos están en Londres desde el año pasado en solicitud de ello; pero hasta ahora no han podido alcanzarlo (2: También han conseguido ya esta solicitud), y si lo lograran, es seguro que tendrían el más insolente orgullo y osadía. La juventud de los puertos principales de Haití parece sumamente entusiasta de su revolución: la citan con frecuencia y como para dar una idea de su vigor guerrero recitan el artículo 1.° de su constitución que dice así: "En sonando el cañón de la alarma, se incendiarán las ciudades y saldrá la nación a campaña.”

El pueblo en general es indolente, bárbaro y muy supersticioso: hay varias religiones, entre ellas algunas que adoran la culebra, y tienen sus habitantes carácter apático, que contentándose sólo con el goce de su libertad absoluta mira con indiferencia los demás goces de la vida." 

Hasta aquí esta curiosa relación: llamamos sobre ella la atención de los habitantes de Cuba y Puerto Rico respecto a los instintos que abriga esta raza africana y que tan fielmente expresa él artículo de su constitución que en ella se copia. No es este lugar para que entremos a discutir (filosóficamente hablando) los móviles particulares que puede y debe tener para abrigar tales impulsos de desesperación y destrozo. Nosotros sólo llamamos la atención de los gobernantes y de los súbditos de la raza blanca en aquellos países; y nunca será bastante bien recomendada la prudencia con que unos y otros deben precaver a su país de todo acontecimiento que afecte fuertemente su actual reposo, de cuyo estremecimiento podría salir al punto el eco tremendo del artículo a que nos referimos: "SE INCENDIARÁN LAS CIUDADES Y SALDRÁ LA NACIÓN A CAMPAÑA!” 


SECCIÓN LITERARIA. 

POETAS CUBANOS. 

Por causas independientes a nuestra voluntad no podemos dar en este número el artículo que con semejante epígrafe daremos a luz en el próximo. Pero publicamos en su lugar un soneto inédito del célebre vate Heredia, cuyo original merecimos en la ciudad de Matanzas de la isla de Cuba a individuos respetables de su familia, para que formase como un recuerdo entre los varios autógrafos que contiene nuestro álbum. Hé aquí este nuevo rasgo del cantor del Niágara

A MI QUERIDA.

Ven, dulce amiga, que tu amor imploro; 

luzca en tus ojos esplendor sereno, 

mientras desciende en ondas a tu seno 

de tus cabellos fúlgidos el oro. 


¡Oh mi único placer! ¡Oh mi tesoro! 

cómo de gloria y de ternura lleno 

estático te escucho, y me enajeno 

en la argentada voz de la que adoro! 


¡Oh! llégate a mi pecho apasionado: 

ven, hija celestial de los amores, 

descansa aquí donde tu amor se anida. 


¡Oh! nunca te separes de mi lado, 

y ante mis pasos, de inocentes flores 

riega la senda fácil de la vida. 


CRÓNICA QUINCENAL. 

Desde nuestra última Revista siguen complicándose cada vez más los sucesos políticos de Europa, en lugar de obtener, cual sería de desear, una decisión pronta y pacífica. Procuraremos presentar a nuestros lectores, con la exactitud que nos sea posible, el actual estado de las diversas cuestiones que se suscitan. 

Principiando por la Italia, esa interesante península en que tienen fijos sus ojos todos los hombres pensadores, llamaremos la atención con especialidad sobre ese lamentable desarreglo que reina entre la corte de Turín y el Santo Padre, a consecuencia de los procedimientos del gobierno del Piamonte contra los arzobispos de Turín y Cagliari. El tribunal de apelación ha lanzado contra los venerables prelados sentencia de expulsión de los Estados sardos y secuestración (secuestro) de bienes; los periódicos de aquella nación se han apoderado de este notable acontecimiento, comentándolo de varios modos; la irritación de los diarios religiosos sube de punto y acusan enérgicamente al gobierno. El clero regular, favorecido hasta ahora, viendo lo obrado respecto del secular, parece teme por sí, y tanto más cuanto que algunas diputaciones provinciales y varios ayuntamientos han pedido la supresión de las comunidades religiosas con la aplicación de sus bienes a la nación De resultas de los sucesos de Turín, no siendo factible ningún avenimiento con la corte romana, se esperaba de día en día la salida del señor Pinelli de la capital del orbe católico. 

La expulsión de monseñor Fransoni había sido muy mal acogida por el gobierno de la vecina república, y aun se aseguraba la partida de un correo con pliegos para su ministro plenipotenciario en Turín, encargándole manifestase al de Negocios extranjeros de S. M. sarda el desagrado con que el gabinete francés había visto las medidas tomadas contra aquel arzobispo. 

La municipalidad de Florencia ha decidido dirigir al gran duque un respetuoso mensaje, recordándole su adhesión a los principios constitucionales, y manifestándole su vivo dolor por la suspensión del gobierno representativo dispuesta en el decreto de 21 de septiembre. Hablábase de renuncia de Leopoldo a favor de su hijo y de una regencia austríaca.

No ofrecen mejor aspecto las cosas de Alemania. La cuestión del electorado de Cassel se encrudece más cada día. Continúa la discordia entre el gobierno y la comisión permanente; pero el pueblo no toma parte en sus disidencias. El Austria y la Prusia hacen revivir su antigua rivalidad, escogiendo esta cuestión como palenque de su lucha. La Prusia tiende a la unidad germánica; el Austria a la federación; esta última potencia ha apoyado las decisiones de la dieta de Francfort favorables al Elector de Cassel; y el gobierno de Berlín ha declarado en consecuencia, y como por un efecto de su despecho, que apoyará las pretensiones del pueblo. El gabinete prusiano se ha alarmado con semejante complicación, estallando en su seno una crisis de la cual no se alcanza cómo saldrá. Mr. de Radowitz opina por que la Prusia sostenga con energía su política; pero sus colegas prefieren contemporizar. Federico Guillermo parece estar por lo primero, y así se aseguraba se retirarían el conde Brandeburgo (Brandenburg) y Mr. de Manteuffel. 

Mientras dejamos que el tiempo despeje las incógnitas de los problemas arriba indicados, echemos una ojeada sobre nuestras provincias de Ultramar, tan codiciadas del extranjero por su posición y por la riqueza de sus producciones. En Puerto Rico reinaba la más completa tranquilidad. 

El superintendente de aquella isla D. Miguel López de Acebedo había salido el 10 de julio con el objeto de visitar las aduanas de los principales puertos, retornando a fines del mismo mes, complacido de la buena acogida que ha encontrado en aquellos leales y sencillos habitantes.

Pasando ahora a Cuba, sólo podemos decir que el 5 del presente mes ha salido de esta corte para Cádiz, en donde debe embarcarse con dirección a la Habana, el general don José de la Concha. Este jefe va al frente de una expedición compuesta de cuatro batallones de infantería, 500 hombres de caballería, 150 soldados de la clase de zapadores y una batería de artillería. La expedición se dará a la vela el día 15. También se embarcarán, con el mismo rumbo, los generales Manzano y Leymery, los brigadieres Rosales y Vargas, los coroneles Ayllón, Morales de Roda, Castro, y varios ayudantes del señor Concha.

Con este motivo La España, periódico moderado, dice que cree excesivo el número de oficiales generales que van a la cabeza de la división, y añade: "No quisiéramos que se diese tanta importancia al tránsfuga López y a sus allegados auxiliares, mariscales de este emperador pirata; sus planes no necesitan grandes y complicadas operaciones para ser combatidos: y en cuanto a los bríos de su gente y a los suyos propios, la vergonzosa derrota de mayo nos ha dado ya su exacta medida. No se olvide que el objeto de la expedición no es asegurar una victoria que de todos modos sería indudable, sino hacerla rápida, fulminante, ahorrando tiempo y trastornos." En seguida excita al Excmo. Sr. ministro de Estado para que exija del gobierno de los Estados Unidos las explicaciones más precisas, y concluye con este párrafo: 

“Porque, entiéndase bien, nuestra principal pretensión no es evitar las intentonas de López, respecto del cual, lo que deseamos solamente es que se ponga al alcance de las fuerzas españolas: nuestro anhelo es destruir la idea de que los Estados Unidos protegen esa conspiración perpetua contra la isla de Cuba, idea que altamente nos perjudica por falta de recursos para combatir sus efectos, en vista de la actitud ambigua tomada por el gobierno americano. Desvanézcanse, pues, las dudas, salgan a luz todos los misterios, y dígasenos de una vez si en la primera potencia del nuevo continente hay valor para cumplir deberes sagrados, o si se declara sin fuerzas, siempre que le conviene, a la manera que los rapaces jacobinos se declaraban sans culottes, que era, según Andrés Chenier, cuando, no sólo los tenían, sino que intentaban desnudar a los demás para enriquecerse con sus despojos."

Después de haber dado un paseo por algunos Estados de Europa y dirigido el rumbo de nuestras embarcaciones hacia Puerto Rico y Cuba, esas dos joyas americanas de nuestra corona, recorramos lo que de notable ha ofrecido el interior en la última quincena. La paz de que disfrutamos puede llamarse verdaderamente Octaviana. Ferias, besamanos, funciones teatrales, paradas, serenatas, nada ha faltado para solemnizar, en cierto modo, la hermosa temperatura con que Dios ha regalado a la corte de España durante los primeros quince días de octubre.

El día 10, cumpleaños de S. M. la Reina, se ha celebrado en la capital de la monarquía con la solemnidad que era de esperar del amor que los españoles profesan a sus reyes y muy particularmente a la joven Soberana que dirige hoy los destinos de la nación. La víspera por la noche dieron las músicas militares una serenata a S. M. El concurso era inmenso. Al día siguiente, a las once y media de la mañana, se verificó la inauguración de la estatua de la reina en la plaza de Isabel II.

La estatua, obra del señor Piquer, ha sido fundida y cincelada en Madrid, en el establecimiento de don Juan Bautista Naury. El pedestal ha parecido generalmente mezquino, mucho más comparándole con el de la estatua de 

Cervantes; pero, visto que El Heraldo dice que debe tenerse en cuenta que es provisional, puesto que se va a construir otro suntuoso, el cual se hallará probablemente concluido para el 19 de noviembre, suspendemos nuestra censura. Y ya que de estatuas tratamos, permítasenos, por vía de paréntesis, indicar aquí la necesidad de corregirse por quien corresponda, el yerro que se cometió colocando el hermoso grupo de Daoiz y Velarde en los nuevos jardines del Retiro y no en la plaza Mayor, donde ocuparía un lugar digno de su mérito. Al expresarnos así nos mueve, además del interés artístico, un sentimiento de justa nacionalidad. Todos reconocen los defectos del caballo que hoy está en dicha plaza; pues bien, estos defectos aparecerían menores, colocándosele en el vasto espacio del Retiro. Por la inversa, el grupo de Daoiz y Velarde, que no tiene nada que temer y sí que ganar de lo reducido del punto cuyo centro ocupe, debe venir a la plaza Mayor, como un monumento de nuestras glorias nacionales. Llamamos sobre esto la atención del Excmo. señor marqués de Santa Cruz, digno corregidor de esta corte.

Los teatros, por su parte, no han dejado de contribuir al solaz de los moradores de la coronada villa en esta quincena. El de la ópera, después de María di Rohan, cuyo tercer acto es el triunfo del célebre barítono Ronconi, ha puesto en escena la Lucía, radiante creación del genio de Donizetti, y cuya ejecución tantas palmas ha valido al no menos célebre tenor Moriani. Sin embargo, fuerza es confesar que el cantor de la bella morte no ha estado tan igual como otras veces en el desempeño de su interesante papel. El eminente artista no ha podido, por efecto de la enfermedad, que según se dice le aqueja, mantenerse a la misma altura en los distintos pasajes de la ópera que exigen grande expresión; pero en cambio, siempre que ha hecho un esfuerzo, ha estado verdaderamente admirable. Háblase de que se retirará del Circo y de que le reemplazará el señor Carrión. ¡Terrible responsabilidad artística va a gravitar sobre este último!

También se susurra algo acerca de la partida a París de Ronconi: si tal acontece, la empresa del Circo habrá perdido sus dos grandes notabilidades, y no sabemos cuál será su destino ulterior.

Faltaríamos a la justicia si no elogiáramos en este lugar, como lo merece, a la bella cantatriz señora Catinari. Progresivamente la hemos visto irse ganando las simpatías del público; y tanto en María di Rohan como en Lucía los repetidos aplausos de los espectadores han coronado sus esfuerzos. Su afinación es perfecta, su gusto mejor cada día.

Los teatros de verso han estado regularmente concurridos. El Español volvió a poner en escena a Don Francisco de Quevedo y las Travesuras de Juana. Ambas obras han sido ya juzgadas por la prensa. La única novedad que ha ofrecido su representación es la de los actores: Valero reemplazando a Romea; la Noriega ocupando el lugar de la Pérez. ¿Hemos ganado o perdido en el cambio? Respecto de las Travesuras todos están acordes en que hemos perdido; respecto del Quevedo unos opinan que sí y otros que no. Lo que hay de indudable en la cuestión es que el drama ha sido muy aplaudido, y que la inverosimilitud de algunos de sus incidentes no ha estorbado que se llamase al autor a la escena. El señor Pizarroso desempeñó cumplidamente el papel del conde duque y la señora Lamadrid (doña Bárbara) agradó en el de la infanta Margarita, personaje que nosotros, a ser el señor Sanz, hubiéramos omitido enteramente. En seguida se representó Doña Mencía, drama defectuoso, casi ininteligible, que sirvió sólo para mostrarnos lo trocado que está el señor Latorre de lo que un tiempo fue; y por último salió a luz el Tesorero del Rey y original de los señores García Gutiérrez y Asquerino. 

La estrechez de nuestras columnas nos impide hablar hoy de este drama como composición; lo haremos en el próximo número: en cuanto a su ejecución, nos ha parecido esmerada, si bien muy lenta en el primer acto. 

El señor Osorio en la escena pantomímica del rapto de la joya fue muy aplaudido: todos los actores lo fueron en el cuadro final del tercer acto, pues sus posiciones eran verdaderamente académicas.

A esta novedad seguirán otras; por ejemplo, la tragedia Remismunda del señor Ariza, y el drama Bernardo de Cabrera del señor García de Quevedo. Además con el plan adoptado por la junta de lectura, de repartirse sus individuos, divididos de tres en tres, la confección de una comedia nueva, que se ha de dar acabada en el plazo de quince días, nada nos quedará que desear; y el arte ganará y los ingenios se estimularán y el público tendrá obras que aplaudir; aunque a nosotros, y a otros sin ser nosotros se les ha venido con este motivo a las mientes aquello de un médico cura, dos ponen la vida del enfermo en duda y tres le mandan a la sepultura.

El teatro de la Comedia con él Sr. Arjona, la Sra. Samaniego y el señor Dardalla ha atraído un numeroso concurso a su recinto. El Sí de las niñas ha sido, como lo es siempre, un triunfo para el primero. No cabe llevar a más la perfección. El de Variedades continúa favorecido del público, y lo merece porque está lindísimo después de su reconstrucción. Hasta ahora nos ha dado las zarzuelas Colegialas y soldados, Tramoya y el Duende. El señor Salas canta admirablemente en la segunda. Se prepara El tío Caniyitas, tan aplaudido en los teatros de Andalucía, y la segunda parte del Duende. El coliseo de la calle de Valverde está clamando por la aparición del Sr. Lombia: entonces revivirá. Entretanto, se acerca el día en que los demás teatros van a tener un terrible rival. Las obras del coliseo de la plaza de Oriente están casi terminadas. Su apertura será definitivamente el 19 de noviembre. La Frezzolini en Beatrici di Tenda, Baroilhet y la Alboni en la Favorita, el Don Sebastián con todo su aparato, los excelentes coros; la numerosa y buena orquesta, El Diablo cojuelo bailado por la Fuoco, por esa sílfide, ¡cuántos manantiales de sabroso entretenimiento!

La literatura nos ofrece también sus novedades. Ya ha principiado a salir la Biblioteca universal que dirige don Ángel Fernández de los Ríos, cuya baratura excede a todos los cálculos y que va a poner la instrucción al alcance de las clases menos acomodadas. El sólo nombre del señor Ríos es una garantía de esta publicación.

Vamos a tener un periódico francés Le Conciliateur, redactado en Madrid, y que reunirá a la par las ventajas de los diarios franceses y españoles.

Dentro de unos días verá la luz pública la traducción de la célebre obra de M. George Ticknor History of spanish literature, llevada a cabo por los distinguidos literatos señores Gayangos y Vedia, con anotaciones, rectificaciones y apéndices interesantísimos, que aumentan considerablemente su extensión. Es lamentable que las obras de más  importancia, escritas sobre esta materia, lo hayan sido hasta ahora por extranjeros. Sin embargo, útil es que aprovechemos el trabajo de otros, puesto que se nos han adelantado en su ejecución. Ya hablaremos a su tiempo de esta interesante obra, que desde luego recomendamos a nuestros lectores. 

Igualmente lo hacemos del Boletín bibliográfico español, periódico quincenal, destinado a seguir el movimiento intelectual de nuestra península. Esta publicación cuenta siete años de vida, y es indispensable para el estante de todo literato y para el bufete del médico y del abogado. 


13 de octubre de 1850, 


SANTANDER, NUESTRAS ANTILLAS Y REFORMA COMERCIAL DE LA ISLA DE CUBA. 

Según los periódicos que tuvimos a la vista en el anterior correo de la isla de Puerto Rico, el capitán general de aquella antilla contestó a una comunicación del señor superintendente de la misma D. Miguel López Acevedo (Acebedo) y aprobó la modificación del subido arancel que hoy rige en aquellas partes sobre la introducción de las harinas extranjeras.

Esta medida, como era de esperar, ha molestado fuertemente a los que están en la posesión hace tiempo del monopolio lucrativo de este ramo, y ya algunos periódicos se han apresurado a publicar la exposición que hace a S. M. con este motivo la junta de comercio de Santander, manifestando los conflictos que originaría a aquella localidad la sanción de semejante medida; y otros han agregado también que a la interposición de varios diputados y de otras personas influyentes, se había ya mandado por el gobierno de S. M. que no se hiciese sobre este punto novedad alguna. De cualquier modo que sea, son demasiado duras las expresiones que vierte en esta comunicación la junta exponedora, es acre por demás su lenguaje y destempladas las calificaciones que se permite contra aquel jefe de Hacienda, notándose en este documento una pasión de que queremos apartarnos, porque nuestra Revista no conocerá otra en este asunto que la razón y la justicia. Pero prescindiendo de sus formas, no son por cierto más razonables y justas las observaciones que presenta. No lo primero, porque en esta cuestión económica no debe entrar para nada el encono y la declamación. No lo segundo, porque siendo este cuerpo tan riguroso contra la autoridad de Hacienda, nada agrega contra la de aquel capitán general que no sólo ha aprobado lo que aquella ha propuesto, sino que ha fundado en una comunicación oficial su más vivo convencimiento. Y para que no se crea que ligeramente la interpretamos, hé aquí lo que aquel capitán general consigna en su comunicación al superintendente de Hacienda. "Reconozco, dice, los principios de justicia que V. S. y la junta de aranceles han tenido presentes para recargar un poco la harina nacional; puesto que este recargo no afectará sensiblemente el comercio que se hace de ella, después que nuestros productores harineros han ido perfeccionando y poniendo este artículo en estado de que pueda ventajosamente competir con la harina de los Estados Unidos porque no hay duda que la disminución sucesiva que han sufrido nuestros cambios con ellos y comenzó desde que se recargaron los derechos de sus harinas de una manera que equivalió a prohibición absoluta; cuyo proceder por más que se quiera decir lo contrario produjo grandemente el contrabando de este artículo de mil modos ingeniosos." 

Cuestión es esta, pues, en que hoy muy por encima entraremos, sin perjuicio de ocuparnos otra vez de ella con los datos y los números que su importancia exige, no ya solamente con relación a este acto de las autoridades de Puerto Rico, sino a favor de esta misma medida, mirada absolutamente en sí, y con relación a todas nuestras Antillas, siempre que nos anuncie la prensa, que el señor ministro del ramo trata de llevar este asunto a las cortes y de fijar por medio de una ley estable, intereses tan graves. Nuestro convencimiento sobre esta cuestión tan debatida se ha formado allí, sobre los propios lugares en que los efectos de este crecido arancel produce una queja perpetua; y hoy que la ocasión nos presenta un motivo para justificarla, creemos ser tan españoles haciéndonos cargo de las razones de las victimas, como si defendiéramos las protestas de los que quieren sobreponerse a ellas pudiendo invocar para mayor fortuna suya las respetables voces de patria y nacionalidad. Cuestión es esta, repetimos, que bien merece dilucidarse en la esfera alta de los principios económicos, sobre el vidrioso campo de intereses particulares, más lejos aún de las pasiones partidarias, y presentarla bajo todas sus fases, bajo todas sus conveniencias, a la luz de las buenas doctrinas y sin olvidar los mutuos intereses de la Metrópoli, y de aquellas provincias que no por estar más distantes pueden dejar de ser por ello menos españolas y menos atendidas. Pertenece además a nuestro carácter cierto impulso por el que nos ponemos siempre al lado del débil contra el fuerte, y por él sólo prohijaríamos esta causa, cuando no vinieran a nuestra ayuda los más sanos axiomas de la ciencia, y los no menos elevados de la política. Y en efecto, siendo esta cuestión de intereses locales de unas provincias con otras, de algunas peninsulares con otras ultramarinas, si todas tuvieran sus órganos, si todas contaran con sus representantes, la lucha sería igual, y tal vez entonces nuestra débil influencia no la prestaríamos a ninguna, satisfechos de que otras plumas y otras capacidades saldrían a su demanda mutua. Hoy sin embargo, no nos encontramos en este caso: las provincias de Castilla que son en esta cuestión por una parte las interesadas, tienen sus periódicos, sus diputados, sus representantes más influyentes cerca del gobierno de S. M. Las ultramarinas por el contrario, no tienen lo primero, no pueden invocar lo segundo, no llegan a alcanzar lo tercero, y no tienen otro eco de varios años a esta parte en una cuestión tan vital, que la exposición ilustrada de sus gobernantes, que las reclamaciones repetidas de hombres tan leales para la Metrópoli como el señor Superintendente Conde de Villanueva en la isla de Cuba, el general Pezuela y el actual superintendente de la isla de Puerto Rico el señor don Miguel López Acebedo. Partiendo, pues, de estos antecedentes, entra en los fines nacionales que se ha propuesto nuestra Revista el presentar más de un artículo razonado sobre esta materia, sin que por esto dejemos de anteceder desde hoy los extremos siguientes: 

1.° Que protestamos altamente al tomar parte en esta contienda económica, que la hacemos un campo de pasiones partidarias.

2.° Que en esta cuestión no vemos más que los agricultores de las Castillas por una parte, y por la otra, los habitantes de nuestras Antillas, sin que deba traducirse por cuestión política la que sólo es meramente económica y de una mayor o menor susceptibilidad provincial.

Es muy triste verdaderamente, cuando la discusión es justísima, entrar con armas de cierto temple en un palenque que es únicamente de ideas económicas, y que se apele por otros a las políticas parapetándose detrás de nombres tan santos como los de patria, y un españolismo y una nacionalidad, en cuyo culto, por cierto, nadie podrá excedernos. Sí, nosotros también invocamos la patria, pero esta patria para serlo, tiene que ser justa y es de su justicia oír a todos, y es de su ilustración tomar en cuenta sus razones si hemos de ser alguna vez hombres de gobierno y no instrumentos de intereses de particulares o de asociación y clases. Nosotros somos los primeros en alabar el celo y la buena intención con que los escritores o diputados de las provincias castellanas son consecuentes defendiendo el monopolio de las harinas en nuestras Antillas, en virtud de sus compromisos y de la capacidad que los distingue. Pero por lo mismo que ellos son leales y entendidos, que son buenos defensores y que son bien escuchados; por esto propio, apelamos a su consideración, para que nos reconozcan los justos títulos con que nos hacemos defensores de otras provincias hermanas de las Castillas, hijas también de una patria común y que por una fatalidad que no es del caso explicar, no cuentan como aquellas con escritores diarios, con diputados influyentes y con otros medios de protección que a su lado sobran. Escúchennos por lo tanto con pasibilidad, y no den tormento, si abogamos por causa tan desvalida, ni a nuestro patriotismo ni a nuestras ideas.

La cuestión puede reducirse a lo siguiente: Que los agricultores de las Castillas se ven como ahogados entre cosechas de trigo, el que no tiene apenas precio por su falta de extracción (1: En Soria se encuentra hoy la fanega de trigo a 20 rs.), y que quisieran que las islas de Cuba y Puerto Rico no consumieran más harinas que la nacional; y los habitantes de estas islas, que desearían por la inversa, que no se consumiera más harina que la extranjera, y no por desafección o contrariedad a la madre patria, sino por su propia conveniencia; y porque deseando y como no pueden menos de desear comprar más barato este género de primera necesidad, lo cual no puede conseguirse sino bajando los exorbitantes derechos de diez pesos por barril, o sea un doscientos por ciento sobre su valor con que está gravada la harina extranjera, desean indirectamente alejar de estos mercados la nacional, que no puede sostener su competencia sino con la ventaja de siete pesos y medio que paga de menos por cada uno de dichos barriles (2). ¿Y puede ser tanta, puede ser acaso esta la protección que una madre misma debe prestar a sus hijas, o por mejor decir, puede favorecerse así a las unas con tanto gravamen y daño de las otras? Esta es la verdadera cuestión.

(2) Memoria sobre la cuestión de harinas por don Mariano Torrente. Madrid año de 1845.

Podrían conciliarse ciertamente ambos extremos procurando nuestra Metrópoli o su gobernación central, que los derechos tan crecidos que hoy se exigen de los extranjeros sobre este comercio se supliera con tratados que formáramos con Francia, Inglaterra y Estados Unidos, cuyas naciones por su parte debían recibir nuestros frutos con derechos más equitativos. Estos últimos principalmente levantarían entonces los crecidos que han puesto por represalia a los nuestros, perdiendo así por una parte lo que aparece que ganamos por otra. Porque en efecto, se gana bastante por algunos: pero no creemos que gane tanto con ellos esa nacionalidad de que siempre en esta cuestión se abusa; que si ganan algunos harineros con derechos tan alzados, también pierde el Tesoro con los muchos barriles de contrabando que no pueden menos de entrar por las costas de Cuba y Puerto Rico. Que esto es una verdad en esta última isla, sus autoridades, principalmente su capitán general, nos lo acaba de decir. Que esto propio sucede en Cuba a pesar de la vigilancia de sus autoridades, la razón misma lo dicta. La harina vale en los Estados Unidos cuatro pesos, y sus derechos son diez. A la discreción de nuestros lectores queda el considerar, qué no hará el interés particular por introducir un género cuyo desnivel con el que se pone al consumo es tan considerable. Aunque pague fletes, seguros, gratificaciones etc., todavía, hecha la introducción, queda a los especuladores la prima más subida de un lucro clandestino. Se ve, pues, que no es esta cuestión de un provecho tan nacional como pintar se quiere. Ganan ciertos individuos: pero pierden las arcas del Estado. No es tan nacional tampoco porque favorezca a toda una provincia, a dos, a tres si se quiere, si después casi se arruinan ciertos frutos de otras, por una protección semejante. Las Castillas pueden dar más y mejor salida a sus frutos: llegamos a concederlo. ¿Pero qué es del café y del tabaco de Cuba ya casi arruinado el primero y tan recargado el otro en el mercado de los Estados Unidos, en represalia de los derechos tan exorbitantes que se han impuesto a sus harinas? Mas vengamos ya a la exposición de la junta de Santander, para hacernos cargo de los párrafos más culminantes que aparecen en la misma. 

La junta dice: "No ha muchos años, Señora, que Santander apenas veía ondear el pabellón español con un barco de cruz; de algún tiempo a esta parte su espaciosa bahía se encuentra constantemente ocupada por numerosos buques nacionales de todos portes; antes casi había quedado reducido Santander a puerto de meros pescadores; pero en el día se halla convertido en una plaza de comercio, llena de movimiento y de vida, que aspira a engrandecerse y extender más y más la merecida reputación que goza ya en el mundo mercantil. Pero a Santander le sucede lo que a casi todas las localidades; abandonadas a sus propios recursos pueden poco, favorecidas y protegidas por los altos poderes de Estado se convierten en abundantes manantiales de riqueza y pública prosperidad, cuando cuenta con verdaderos elementos." Sentimos mucho ser historiadores en Madrid para rectificar lo que hace por olvidar en esta relación la junta de comercio de Santander. Cierto que la prosperidad de aquel puerto data desde pocos años a esta parte: ciertísimo que en época no muy lejana se contaban sólo en su bahía algunos barcos de cruz: pero, ¿por qué prescinde la junta de la principal causa que produjo su prosperidad? La vida, el movimiento mercantil de aquel puerto tomó incremento con nuestra pasada guerra civil durante la que fue como la factoría más directa de donde salían las harinas, caldos y otros víveres para surtir a los dos numerosos ejércitos que se disputaban en las provincias del Norte el triunfo de sus respectivas causas. Entonces fue cuando se levantaron sus casas de comercio, cuando apareció en gran escala el movimiento de su puerto y su vida mercantil, favorecida después con el monopolio que consiguieron sus diputados sobre los aranceles de Ultramar en el ramo de las harinas. Pero esta misma prosperidad tan extraordinaria y repentina, tal vez es causa de que su comercio sea hoy poco generoso con los demás, y quiera sostener a costa de otros aquellos buenos días que entonces le dieron sus ganancias y alzaron su bien y su influencia. Sopló entonces, en verdad, un aire muy propicio para el comercio de Santander: mas aquel aire calmó, y los interesados no se conforman para prescindir algún tanto de su influjo aun a costa de los males de los demás. Para su equidad importa poco que los que son obligados a recibir las harinas protesten que se les hace de peor condición que a los demás consumidores, o que pidan siquiera que no sea tanto su castigo y que se les rebaje algo de tan crecido impuesto. Para los de Santander no hay más consideración que llenar a toda costa el vacío que dejó en su plaza la última guerra civil, ni otra nacionalidad que hacer próspero a Santander, con perjuicio de otras plazas y otros puertos que pertenecen tanto como Santander a esa nacionalidad que sin cesar se invoca.

La junta continúa: "Díganlo las provincias castellanas que en la actualidad ven sus vastos y feraces campos en estado de producción, apreciados sus frutos, cubiertos sus ríos de numerosas y bien montadas fábricas de harina, y a sus habitantes todos en posición de encontrar trabajo y ocupación que les proporcione medios para alimentarse y levantar las crecidas cargas del Estado. ¿Y cuál es la causa de tanto bien? Preciso es decir la verdad a despecho de las seductoras teorías que el genio del mal parece difundir en nuestra aquejada patria. Al derecho protector que se concede a nuestras harinas en los mercados de las islas de Cuba y Puerto Rico se debe todo: merced a su existencia hemos alejado allí a las harinas extranjeras y atendemos al consumo con las españolas que se venden a precio mucho más bajo que el que tenían las de los Estados Unidos antes de que a las nuestras se dispensara la protección. Nosotros hemos ganado, y esas islas que tanto deben a la madre patria, en vez de perder han logrado con esa medida económica el que se les dispense un nuevo beneficio. Suprímase o rebájese en lo más mínimo esa protección, y bien pronto la competencia extranjera conquistará de nuevo esos mercados, se apoderará del consumo, atará nuestra producción y quedarán por tierra tantos y tamaños beneficios como hemos conseguido." Nosotros no dudamos del halagüeño estado en que se encuentran las provincias castellanas según las pinta aquí la junta de Santander, con producción y bien montadas fábricas para surtir de harinas, no sólo a nuestras Antillas, sino a los dos continentes. Pero nosotros en este caso nos atreveremos a preguntarle: ¿por qué entonces no hace algún intento, alguna prueba nueva para darles salida por otras provincias del reino, o por otros puertos del Mediterráneo, y no que se empeña en monopolizar un mercado distante, donde no tiene establecimientos 

correspondientes a tan gran consumo que garanticen su cantidad, y lo que es más su cualidad, por la estación y el clima; donde por último, ni aun están regularizados los envíos, acaeciendo de este modo el que unas veces haya muchas harinas, y otras llegue a valer el barril por su falta hasta treinta pesos, como ha sucedido más de una vez en Santiago de Cuba? ¿Por que así como influye tanto cerca del gobierno de S. M. para que se remache más y más el clavo de estos derechos y de esta imposición a pueblos que son bastante débiles en su silencio, no es activa y poderosa cerca del gobierno mismo, para que se multipliquen las carreteras y canales, ferro-carriles y otras vías de comunicación entre unas y otras de nuestras provincias por donde corran los frutos de los graneros Castilla? ¿Por qué no gestiona también cerca de quien corresponda, para que se declare a Ceuta puerto franco y tengan sus harinas una mayor escala de mercados en las costas africanas y en el litoral de Levante? Pero la junta sólo manifiesta aquí, que si se han alejado de las islas de Cuba y Puerto Rico las harinas extranjeras no es sin duda por sus medios hábiles, sino por el derecho prohibitivo con que han sido protegidas, y por el que no en vano manifiesta tan poca templanza a la sola idea de que puede ser restringido.

Sobre si estas islas han ganado o no con semejante beneficio, más abajo se lo diremos a la junta con números muy expresivos. Nosotros no quisiéramos, ni somos de opinión, que no se favorezcan allí nuestras harinas sobre las americanas o extrañas. Pero de esto a una prohibición hay mucha diferencia y las prohibiciones son ya en economía los crímenes de la ciencia.

La junta en su exposición dice por último, entre otras cosas: "Esos intereses creados a la sombra de la ley, tienen un derecho adquirido para que se les respete, y sólo el temor de lastimarlos, debiera bastar a todo buen español, para por lo menos no tocar en lo existente; pero desgraciadamente el Sr. D. Miguel López de Acebedo se ha olvidado de lo que debe a su patria, y excediéndose de las atribuciones que como a superintendente general de Hacienda de Puerto Rico le son propias, acaba de dar un golpe mortal a los intereses nacionales, variando los aranceles de aquella isla, y fijando el barril de harina española introducida en buque nacional 3 pesos por único derecho y 5 en extranjero. A la extranjera en la propia bandera 7, y en la nacional 5. Es decir que a nuestras harinas ha cuadruplicado los derechos; que ha disminuido el derecho protector y diferencial en términos que nuestros mismos buques encontrarán ventaja en ir al extranjero en busca de sus harinas para después llevarlas a la isla." No sabemos qué derecho invocará la junta de Santander para creer que pueda ser considerado como tal, toda disposición que, desde que se da, no cuenta con el asentimiento de las dos partes interesadas. La junta está en el suyo al pedir que se le respete y que no se le toque en aquello que por esta disposición sale gananciosa: pero los pueblos de las Antillas que son los que por este derecho sufren, no están por cierto en el caso de no intentar que se reforme esta ley o disposición, sin que por eso dejen de ser españoles cuando sienten y se quejan. Mucho menos deja de serlo el señor López Acebedo, que en nada se ha olvidado de su patria y mucho menos del carácter que hoy allí lo mantiene, porque haya propuesto o mandado semejante providencia. La junta de Santander no ve más patria que el círculo de sus intereses y de su puerto, pero el Sr. superintendente de Puerto Rico es un dignatario y digno representante allí de un gobierno que debe velar tanto por Santander y las Castillas, como por Puerto Rico y Cuba, provincias todas españolas. Hay todavía más. El Sr. López Acebedo con un celo que le honra, luego que llegó a la primera, se aprestó a reconocerla y salió a principios del pasado julio con el objeto de estudiar por sí en un viaje prolijo, sus necesidades todas; y el 2 de agosto volvió a su capital después de haber hecho la visita de sus aduanas. 

Pues bien: sobre el mismo terreno, en el interior de sus oficinas se ha persuadido de la medida, se ha convencido de los males que acarrea allí la continuación de un sistema tan violento, y ni como superintendente ni como hermano de aquellos españoles ha tenido para qué olvidar a su patria, cuando cumpliendo con su conciencia y también con sus sentimientos, ha fijado el barril de harina española introducida en buque nacional a tres pesos por único derecho, y 5 en el extranjero; y a la extranjera en la propia bandera 7 y en la nacional 5. Es decir, que forma el derecho protector y disminuye el prohibitivo, sin atentar al primero que es lo que parece quiere manifestar en su párrafo la junta de Santander. 

Cuantos hombres entendidos han estado allí y escrito sobre el fomento y la riqueza de Puerto Rico han participado de las ideas ilustradas del Sr. Acebedo y se han hecho el eco de una equidad que no debe dejar de otorgarse. El Sr. D. Darío Hormachea en una luminosa memoria que aplaudió con razón la prensa, sobre la agricultura, el comercio y las rentas de aquella Antilla, no puede menos de hablar en el propio sentido. ¿Y dejará por esto de ser un español menos amante de su patria ? Conocedor de aquel suelo y de aquella administración y a quien no se le podrá inculpar semejante nota, ya decía en 1847 en su precitada memoria: "No se nos oculta que se ha procurado aliviar la suerte de los agricultores con la rebaja de los derechos, concedida a la exportación de los frutos de la isla; pero tampoco desconocemos que este alivio ha sido de poca importancia para la generalidad de ellos, que precisados a entregar el montante de las cosechas a sus acreedores, no se encuentran en libertad de buscar otros compradores para entablar competencia o rivalidad, siendo de consiguiente muy corta o ninguna la alza de los precios. Esto no obstante, creemos que la rebaja de derechos, si no ha producido grandes bienes, ha evitado muchos males; y aún nos figuramos que esa rebaja, en más extensa escala, acarreará beneficios a la agricultura y a la riqueza de la isla, si no de momento, allá cuando se adopten las medidas que reclaman su prosperidad y su bienestar.”

No seremos nosotros, repetiremos por segunda vez, los que en esta disputada cuestión dejaremos de ponernos al lado de una justa protección de nuestros frutos y de nuestra bandera sobre la preponderancia del pabellón extranjero: pero esta protección tiene sus límites y nosotros nunca pediríamos por ella una prohibición y mucho menos un odioso privilegio, que tal es en la acepción de la palabra lo que quieren en esta materia los harineros de Santander. Por ventura ¿no es uno y muy duro el permitir a una clase que venda más caro lo que se podría comprar mucho más barato? ¡Y si esta diferencia fuese al menos razonable, mediante un derecho módico y protector! Pero se quiere un sobrecargo extravagante sobre el competidor extranjero para favorecer el producto doméstico, derecho que es una verdadera prohibición, que es una verdadera contribución a las masas, contribución y sobrecargo que no va a parar ciertamente a las cajas del estado, sino a la de unos pocos individuos. Así se gasta más de lo que debía gastarse y se compra menos de lo que debía comprarse, se disminuye el trabajo útil del que paga, se provoca a quebrantar lo dispuesto, o lo que es lo mismo: se da aliento al contrabando, se exasperan los espíritus, se siembran enemistades, y se aflojan sin querer los vínculos que nos unen con nuestros hermanos de Ultramar. Pues casi lo propio que en Puerto Rico sucede en Cuba; limitadísimo es el número de los que aquí comen pan por el interior de sus campos, comparado con los que pagan la harina en la capital y en sus mejores puertos. Su carestía hace que se desdeñe este alimento, y que en su lugar se prefieran como más barato las raíces farináceas o sus tubérculos alimenticios. Ni puede ser de otro modo: la isla de Cuba está obligada a recibir la harina a 13 y 15 pesos mediante la prohibición que hoy sufre de participar de la baja que le produciría la competencia extranjera, y algunas veces a más, si no legan a tiempo y por extraordinarias causas los envíos esperados. Y para que se vea que no escribimos declamando, razonaremos con números. 

Pesos. 

La harina cuesta en España lo menos

Derecho

Gastos más crecidos

Total. 13 


La del Norte cuesta allí

Está recargada con un derecho de 10 1/2 

Flete y otros gastos

Total. 16 1/2  



Ahora bien: si en vez de estos diez pesos y medio tuviera un derecho de cincuenta por ciento la extranjera a beneficio de la nacional sobre su costo, todavía podría tomarse la harina en Cuba a ocho pesos, en esta forma: 


Costo de la harina en el Norte

Un derecho de un 50 por 100 sobre su costo

El flete y otros gastos

Total.


Está sin embargo recargada con el exorbitante ya indicado, y mientras que a la isla de Cuba se la obliga a satisfacer este recargo y recibir nuestros vinos y otros productos favorecidos, la Península en cambio, no le toma casi ningún café, muy poco azúcar, poquísimo aguardiente y ninguna miel. 

Y es esto justo? ¿Puede ser esto tan patriótico y nacional que no deje admitir ninguna modificación ni aun discusión siquiera? 

Concluiremos por hoy estas simples observaciones copiando a continuación un pasaje del autor del colvertismo, Mengotti, donde se sientan ideas que desearíamos no se olvidasen en tan interesante cuestión. No decimos por esto, que se hiciese a Cuba y Puerto Rico por ahora, una aplicación completa de las mismas: pero no se desatienda su sentido si se han de modificar siquiera en aquel arancel derechos tan subidos. "Si en lugar, dice, de tantos reglamentos económicos, cuyo objeto no es otro que favorecer una clase con perjuicio de las demás, se adoptase el sistema contrario, y se abandonase la industria a sus propias tendencias, no veríamos una fracción de la sociedad prosperar a expensas de la sociedad entera; no habría fortunas alzadas con el sacrificio del trabajo ajeno; la riqueza no sería efecto de la opresión y de la injusticia; sino que sería causa y efecto de la ventura común; cada hombre sería instrumento y partícipe de la felicidad general, y la de una clase se comunicaría a todas, como en la naturaleza física se propagan el calor y el movimiento; no se observaría ese contraste chocante entre la opulencia de unos pocos, en medio de la desnudez y la miseria de muchos; entre los goces y el hambre; entre la consunción y la hidropesía." 

Hasta aquí este escritor: por nuestra parte, no quisiéramos extremos, porque aborrecemos en todo la exageración: mas desearíamos que se escuchara la razón: que ya en esta cuestión, cedieran las pasiones a la justicia.

Aquí llegábamos, cuando El Heraldo del día 25 nos traslada a sus columnas, con gran satisfacción nuestra, las ideas que sobre estas propias reformas propone el corresponsal de un órgano tan autorizado de nuestros intereses españoles, cual es La Crónica de New-York. Aunque generalizando la cuestión, porque su objeto no ha sido como el nuestro llamar la atención del supremo gobierno sobre un ramo determinado; como quiera que sus observaciones partan del propio principio de donde se deriva la violencia del derecho sobre el que acabamos de discutir, es decir, de lo subido del arancel de nuestras Antillas y la necesidad de sus reformas; trasladamos a continuación lo que El Heraldo dice con este motivo y lo que el propio corresponsal expresa:

El Heraldo: - De una comunicación de la Habana que con fecha 17 de septiembre insertó La Crónica, tomamos los siguientes párrafos, en que el corresponsal del periódico Norte-Americano hace atinadas observaciones sobre reformas a su entender, precisas para dotar a nuestra preciosa Antilla de una legislación aduanera. Podemos desde luego asegurar que no sólo en la isla, sino en la Metrópoli, los delegados de España y su gobierno han tomado ya la iniciativa sobre algunas ideas que apunta el corresponsal; pero 

que como en toda reforma de la importancia de estas, obrará con el tino que aconseja un maduro examen y la experiencia. Dice así el corresponsal de La Crónica:

La Crónica: - "Pocos países en el mundo están mejor situados que nuestra isla para hacer de ella un centro de comercio general; también hay pocos países (en proporción) que cuenten con más costas y hermosos y seguros puertos. Yo creo, en mi pobre entender, que adoptando otro sistema enteramente diferente al seguido hasta ahora en este ramo de la Hacienda pública, ganaríamos mucho en comercio, población y riqueza, y se aumentarían extraordinariamente nuestros recursos. No estoy por el sistema de estacionarse, y menos por el de ver en cada reforma un peligro: al contrario; si las cosas no se ensayan, mal podrá saberse cuáles serán los resultados. Nuestro gobierno aquí por fortuna tiene en su mano todos los medios de hacer estos ensayos; es fuerte, cuenta con el apoyo de lo más escogido de nuestra población, y le sobran recursos para cualquier empresa útil que quiera acometer. Con diez vaporcitos de guerra y una buena ley de aranceles, sobra para llevar a cabo la utilísima mejora a que me contraigo, pues con el nuevo sistema los empleados de hacienda marítima que hoy existen sobrarían para atender a todo. Me explicaré. 

Nuestro actual arancel carga las importaciones de cuatro maneras: 

1.a Procedencia extranjera en bandera extranjera.

2.a Procedencia extranjera en bandera nacional.

3.a Procedencia nacional en esta bandera.

Y 4.a La misma en la extranjera. 

El máximum (pone máximun) de sus derechos es de 33 1/2 por 100 y el mínimun de 7 1/2. Yo propondría lo siguiente: 

IMPORTACIÓN. 

1.a Extranjera en la misma 20 100 toda. 

2.a Extranjera en nacional 10 100 toda. 

3.a Nacional en id. 5 100 toda. 

4.a Nacional en extranjera 10 100 toda. 

Se entiende los productos de esos países. 

EXPORTACIÓN. 

Todo libre. 

Consecuencias de esta reforma: 

1.a Cesación del escandaloso contrabando que en nuestras aduanas, puertos y costas se hace en provecho de sólo los contrabandistas y empleados en connivencia con ellos.

2.a Que esto vendría a ser un depósito general para todo el continente hispanoamericano, a donde vendrían aquellos consumidores a comprar lo que quisiesen en grandes o pequeñas partidas.

3.a La afluencia de gentes contribuiría muy poderosamente a la riqueza de nuestras poblaciones, pues no hay duda de que todo el que viniese a negocios algo había de gastar.

Con estas facilidades muy pocos de nuestros vecinos dañan sus órdenes a Europa y se expondrían a esperar seis u ocho meses, quizá para no recibir los pedidos. Aquí lo harían con más gusto, sabiendo que lo tenían más pronto, y que les podía costar lo mismo, y quizá emplearían nuestros propios buques para el trasporte a sus respectivos países.

Se me dirá, y es el único argumento que se me puede hacer, que tenemos depósitos en la isla para toda clase de géneros; a este argumento responderé que me digan cuántos comerciantes hay en toda la isla que hagan venir géneros a los depósitos con este objeto. Ninguno, o muy pocos. La ventaja de ver, escoger y arreglar cada uno lo que busca a su gusto no la proporciona nadie mejor que un almacenista, ya sea comerciante, ya mercader. Todos los efectos que existen en nuestros depósitos son aquellos géneros que en la época en que llegan no tienen salida por su mucha abundancia en la plaza, y los mandan allí para no pagar de pronto los derechos por completo, o bien porque aquellos géneros que mandan comerciantes extranjeros sin conocimiento del mercado serían quizá más a propósito para Siberia que para estos países. 

Estos depósitos son hasta perjudiciales, pues a la sombra de ellos se cometen fraudes todos los días, extrayendo efectos de ellos para la exportación, que en la noche misma del día en que van a los buques para que se extraen, vuelven a ser extraídos por los contrabandistas e introducidos en la plaza para el consumo. Establecido un arancel tan liberal como el que se propone, deberían cesar todos los privilegios que hay concedidos a las empresas de ferrocarriles y a la agricultura, privilegios que con tan plausibles deseos ha concedido el gobierno, y a la sombra de los cuales se cometen abusos de gran consideración. En mi concepto no debiera quedar otra franquicia que la concedida al carbón de piedra, y en los términos en que se ha hecho. También concedería una gracia especial de un 20 o 25 por 100 de rebaja en el derecho de toneladas a todo buque que saliese de la isla con un cargamento completo, compuesto de nuestros principales frutos, ya sea de un solo producto o ya surtido, azúcar, mieles, café, tabaco, aguardiente y miel de abejas.

En lo demás, ni más gracia, ni más protección, pues con esto bastaría. Se me dirá que nuestro arancel es muy liberal y que no hay por qué tocarle. Es muy cierto que tenemos quizá el arancel más liberal de todo este continente; pero en el estado en que se hallan nuestros empleados y el comercio de mala fé, no veo otro remedio más eficaz para cortar el mal de raíz. 

También es probable se me diga, que con un arancel tan bajo, las entradas no alcanzarían a cubrir los sagrados compromisos que tiene el gobierno sobre sí. Este argumento es el más fácil de rebatir. Hoy el valor de nuestra exportación sube a unos 30.000.000 de pesos, cuya suma poco más o menos es importada de todas partes del mundo por los mismos buques exportadores. Suponiendo sólo el valor de la importación, igual al de la exportación, tendríamos por el término medio de los derechos fijados (15 id. por 100) que esta suma dejaría al Erario casi tanto como lo que hoy le dejan la importación y la exportación reunidas. Tómese en consideración el grande incremento que tendría la importación, y se palparán las ventajas que proporcionaría este sistema.

Pero teniendo a la vista los resultados que está dando en la Metrópoli la escasa reforma que han sufrido sus aranceles ¿a qué más pruebas ni argumentos en apoyo de lo que se propone, y que todo el mundo sabe y conoce? Los vaporcitos a que he aludido, tendrían a su cargo la vigilancia en todos sentidos de nuestras costas, protegiendo a nuestro comercio y auxiliando en caso necesario a los buques que de ellos puedan necesitar en nuestras vecindades.

Como modelo para las dimensiones y tonelaje de dichos buques podría servir el vapor Isabel la Católica, construido en este apostadero.

Hoy que puede obtenerse el dinero en Europa a un cortísimo interés, sería lo más fácil contratar un empréstito suficiente para llevar a cabo la construcción de dichos buques por mitades, esto es, cinco en la Península y cinco en Inglaterra, proveyéndolos a todos de máquinas iguales. Con las seguridades que aquí se pueden dar, sobrarían los prestamistas en Inglaterra, quizá a menos de un 5 por 100 anual. 

Al arreglar nuestro actual arancel se puede con gran facilidad aumentar los valores fijos (que están bajísímos), que traen en su respectiva columna, para cargar sobre ellos tanto por ciento, según el buque y la procedencia, teniendo esto a nuestro favor. Los oficios que indispensablemente debieran ser de avalúo, sería bueno los avaluasen tres empleados honrados de las oficinas de la misma aduana, según el valor que aquellos pudiesen tener en la plaza, poco más o menos; pero nunca dejarlo al arbitrio de los vistas, a no ser que estos fuesen de toda confianza.”

Hasta aquí La Crónica; el razonamiento de su corresponsal no puede ser más exacto: sus deducciones no pueden ser tampoco más atinadas y nos complacemos en las seguridades que nos anuncia El Heraldo cuando habla de la iniciativa que ya han tomado sobre esta materia los delegados de España y su gobierno. El Heraldo está demasiado cerca de los hombres que lo componen, para que no dejemos de esperar con justa confianza la realización de sus indicaciones. En el entretanto creemos, como el corresponsal de La Crónica, que no se debe ver un peligro en cada reforma prudente y que si las cosas no se ensayan, mal se podrán saber sus resultados. Por ello exponemos hoy todos estos antecedentes deseosos de ilustrar esta cuestión para los que resolverla deban.

MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 


ESTUDIOS COLONIALES. 

ARTÍCULO SEXTO. 

CONCLUYEN LAS CONDICIONES QUE HAN DE GUARDAR LAS COLONIAS CON SUS METRÓPOLIS PARA SU MEJOR CORRESPONDENCIA Y SU MÁS DURABLE UNIÓN. 

Cuáles sean estas condiciones en su orden interior. - Siempre la primera fue guardada por los pueblos antiguos. - También por nuestros padres. - Francia e Inglaterra. - Conducta extraña que hoy se sigue sobre esta primera condición en las nuestras. - Segunda condición y sus fundamentos. 

- Cómo ha sido observada por la Francia desde sus primeros establecimientos en América. - Cómo la hemos venido observando nosotros hasta el presente. - Cómo la Inglaterra. - Tercera condición y medios de llenarla. 

Expuestas ya en los artículos antecedentes las condiciones que pertenecen al orden exterior o las relaciones externas de los pueblos ultramarinos con sus metrópolis, tratar debemos en este de las que miran a su orden interno o a su gobernación interior, como son: 1.° Un régimen político y gubernativo, que aunque apropiado a su organización particular, se asimile lo más posible al de la madre patria por ei desenvolvimiento progresivo de su administración municipal y provincial . 2.° Una administración de justicia independiente del poder político gubernativo. 3.° Un espíritu nacional cultivado en las colonias por una retribución equitativa en la ilustración de sus hijos, en sus afectos y servicios. Entremos en el desenvolvimiento de cada una de ellas.

Siempre ha sido como un axioma entre las metrópolis y sus colonias, la condición primera. Desde que las hubo en el mundo viejo, lo mismo que en el nuevo, siempre se ha procurado entre unas y otras esta propia relación. Sin ella Roma no hubiera sido más que una ciudad y nunca hubiera logrado mantener casi al mundo en su dependencia, si se hubiera contentado con enviar sólo a los pueblos que conquistaba un pretor y algunas legiones de soldados para cimentar su autoridad. Roma desde los primeros tiempos de su existencia llamó a los vencidos, los hizo ciudadanos romanos y cuando fue bastante numerosa para no necesitar de los conquistados les dejó sus campos y sus propiedades imponiéndoles únicamente el tributo de cierto número de fanegas de tierra que se daban a los legionarios; y se concedían a sus ciudades derechos y privilegios con que quedaban unidas a los derechos y privilegios de la ciudad romana. Después, cuando se levantaba en su foro el turbulento pueblo, despojado de sus campos ya por el enemigo, ya por la usura, el Senado decretaba el establecimiento de colonias, y partiendo estas con el augur y el agrimensor que debía repartirles las nuevas tierras, la nueva ciudad se organizaba por el propio modelo de la ciudad eterna. De este modo la colonia tenía como su Metrópoli, cónsules, censores, pretores, decenviros, quinquenales y decuriones. Libre en su gobierno interior, ella sin embargo, tenía que prestar a la Metrópoli su sumisión y su ayuda en todo lo que concernía a la paz o la guerra. De este modo, repetimos, nutriéndolas de su propio espíritu y asimilándolas a sus instituciones y tendencias, no temía que libres de sus legiones pudieran intentar por todas partes su emancipación completa. Así se servía de ellas, como dice un autor, a la manera de una espada y un escudo para atacar y defenderse; y por esto procuró tanto multiplicarlas, teniendo más de cincuenta antes de la segunda guerra púnica y todas con excepción de tres, en la Italia central.

Pues si esto pasó al pueblo rey, ¿qué otra cosa hicieron nuestros padres cuando descubrieron las Américas, y pusieron bajo su dominación aquellos tan extensos dominios? La gobernación, el régimen interior que a aquellos pueblos impusimos, siempre fueron idénticos, siempre formaron como un espejo donde se reflejaban fielmente las instituciones, las leyes, los usos, las costumbres y hasta las preocupaciones que reinaban en nuestra madre patria. ¿Fue antigua institución en ella el consejo de Castilla? Ved cual se forma a su imagen el consejo de Indias. ¿Fue palanca política, en aquella, el tribunal de la Inquisición? Vedlo trasplantado allí con sus atribuciones bastardas. ¿Sobresalió con la casa de Austria la prepotencia de las golillas? Que la historia responda de la que ejercieron en estos dominios las audiencias de santo Domingo y Méjico. ¿Ha prevalecido con la dinastía borbónica en España el influjo militar? Los capitanes generales de las posesiones de Ultramar bien han correspondido con especialidad en estos últimos años a su espíritu y tendencias. ¿No entraba en nuestro sistema civil la mezcla de lo religioso y lo teocrático? Que contesten Herrera, Torquemada, Roberston (Robertson), Villaseñor, Ulloa y Juan González Dávila con otros escritores, como se contaban por cientos en las Américas los conventos de ambos sexos (1).

(1) En 1745 la sola ciudad de Méjico contaba cincuenta y cinco. El célebre Ulloa contó 40 en Lima, y tan considerable halló que era el número de mujeres exclaustradas, que con ellas, dice, hubiera podido poblarse una ciudad. Según un distinguido historiador que nombramos en el texto (Baralt), la jerarquía de la iglesia americana se componía en 1649 de un patriarca, seis arzobispos, treinta y dos obispos, trescientos cuarenta y seis canónigos, dos abades, cinco capellanes del Rey y ochocientos cuarenta conventos: ciento doce de estos jesuitas, los que según un manuscrito de Robertson se contaban en ellos dos mil doscientos cuarenta y cinco religiosos. 

Así se ve que identificadas en un todo con nuestro pueblo y sus instituciones, 

si no las hicimos partícipes de los modernos principios de la política, la administración y economía, la culpa no estuvo en nuestra voluntad, porque así como les comunicamos la exageración de los que poseíamos sobre otras materias, lo mismo hubiésemos hecho con los que atesorado hubiéramos de mayor bondad y trascendencia: digamos a este propósito cómo se explica un razonado historiador tan imparcial como elegante. El señor Baralt, independiente un día y ya republicano, se expresaba así: "Ningún pueblo se identificó tanto jamás con otro pueblo; y si la Providencia en sus inescrutables juicios no hubiera condenado el uno a la miseria de la servidumbre, juntos se hubieran elevado al más alto grado de gloria y prosperidad." (1: Historia de la revolución de Venezuela.) Hasta la emancipación e independencia de estos dominios tuvo su origen, si bien se reflexiona, en la conformidad completa que existió siempre entre ambos pueblos. Juan Bautista Picornell, Manuel Campomanes, Sebastián Andrés y José Laz, primeros propagadores de las ideas republicanas en ambos continentes, y cómplices de la conspiración que debía haber estallado en la Península el 3 de febrero de 1796, no se proponían en su plan descubierto separar las colonias españolas de la Metrópoli, sino sólo cambiar su gobierno monárquico, en la necesidad de asentar en España una república grande a la que debían de subordinarse las demás de América. 

El pensamiento no podía ser más descabellado e irrealizable: pero él prueba la asonancia de miras y de principios que reinó siempre entre ambos pueblos, el peninsular y el ultramarino. La Francia y la Inglaterra, naciones hoy las más adelantadas de la Europa, no han desconocido jamás esta necesidad de asimilarse las colonias por medio de su espíritu, sus instituciones y sus leyes; y la Francia y la Inglaterra siempre han participado de este principio cuando han mudado en algo su orden interior, trasplantando allí sus reformas con una convicción tan profunda y una política tan previsora como nacional y digna. Veamos, si no, la conducta que han observado ambas después que comenzaron a seguir nuestros pasos en la ocupación de los pueblos que nos ofreció la fortuna en el continente nuevo.

La Francia con aquel espíritu feudal de que nosotros apenas alcanzamos, teniendo que vencer como pueblo toda la pujanza de otro extraño que acabábamos de arrojar por completo ante los muros de Granada; la Francia llevó este mismo espíritu feudal a los mares del nuevo mundo. Fijemos, si no, la vista en el Canadá cuando este país por primera vez se pobló por los hijos de este pueblo y bajo el mando de Francisco de la Roque señor de Roberval, mandado allí por Francisco I como su virrey y teniente general, después de los esfuerzos de Verrazani, y sobre todo del infortunado Cartier (1). 

(1) Santiago Cartier natural de San Malo, atrevido y hábil navegante se adelantó a su propio riesgo a explorar estas costas saliendo para ellas en 20 de abril de 1534. En 1536 volvió a Francia, cuya corte informada de que no conseguía oro ni plata, fijó poco la atención en la nueva Francia que le ofrecían y hasta 1540 no consiguió volver, y esto bajo el mando del Sr. de Roberval. Después arruinado en su salud como en su fortuna, volvió a Francia en 1549 donde murió completamente olvidado. Los extranjeros que tanto hablan de la poca protección de España para con el descubridor Colón, no debían perder de vista este notable hecho. 

El rey de Francia por aquel tiempo como gran señor feudal que era, concedió allí a otros nobles, a familias respetables, grandes particiones de terrenos llamados señoríos y cuyos propietarios a la vez se llamaban señores. Estas posesiones se adquirían inmediatamente del rey en feudo o en roture, bajo la condición de que los propietarios rindiesen homenaje y lealtad al posesionarse del señorío, y en caso de traspaso por venta, donativo o de otra manera que no fuese herencia, aquel señorío quedaba sujeto al pago de un quinto del precio estipulado, costumbre que aún existe al presente correspondiendo todavía al rey de la Gran Bretaña los derechos de que gozaba entonces el rey de Francia. ¿Y puede darse una asimilación más completa del espíritu y las leyes de la Francia entonces con sus colonias? Pues veamos su conducta en los posteriores tiempos y confirmaremos cómo traslada a ellas su identidad completa. A semejanza de sus seneschales (senescales) ella los lleva allí y los planta en cada una de sus islas nombrándolos primero capitanes generales y después gobernadores. En 1642 lleva también allí sus intendentes, y cuantos destinos e instituciones creaba en su seno, otros tantos trasportaba a ellas como fueron sus consejos de agricultura en la Martinica y la Guadalupe, sucediendo a estas las asambleas coloniales dadas por el virtuoso Luis XVI en forma de ordenanzas que fueron una verdadera carta constitucional contra las arbitrariedades del poder, cuando no se trataba sino de estas garantías en la capital de la Francia. Esta propia asimilación hubo después en dichas colonias respecto a sus códigos y sus leyes durante el periodo en que dominaron allí los agentes de la república. Igual asimilación hubo en su organización interior cuando el gobierno consular, cuando el restablecimiento de los Borbones, cuando la revolución de 1830 y mucho más en la última, que acaba de suceder en 1848. Siempre la Metrópoli ha traspasado a sus colonias su existencia moral, el principio de su nacionalidad, siempre ha hecho extensivas allí sus reformas administrativas, y más de una vez hasta el espíritu de ciertas innovaciones, con no poco daño de los intereses locales de estos pueblos y de su organización particular. Veamos ahora caminar en una línea igual la nación inglesa respecto a la conducta que ha observado siempre en la administración de sus colonias. Este propio Canadá que hemos visto dirigido feudalmente por la Francia cuando esta lo poseía, contemplemos cómo la Inglaterra lo hace partícipe de sus leyes liberales tan pronto como por su conquista llega a estar bajo su dominación. Si se duda, véase la proclama del rey de Inglaterra del 7 de octubre de 1763 a dichos habitantes. En ella les declara, que todos y cuantos se establezcan allí podían confiar en su protección real para gozar de los beneficios de las leyes inglesas. No mucho más tarde, en 1774, se pasó la primera acta al Parlamento en la que fijándose los límites del Canadá y dándose providencias para el mejor gobierno de aquella parte de los dominios ingleses, se confiaba la autoridad a un gobernador y a un consejo para formar ordenanzas, aunque no para levantar impuestos, y se ponían en uso las leyes criminales inglesas. Diez y siete años después, por otra acta del ministro Pitt, o más bien, de lord Grenville, llamada la Constitución de 1771, se concedió al Canadá un gobernador y un consejo ejecutivo de once miembros a semejanza del consejo privado de Inglaterra y un consejo legislativo en cuya organización se traslucía igual reflejo y paridad. Por último: aquí como en otras de sus colonias está en práctica el derecho del Habeas Corpus (1), concedido bajo las mismas formas que en Inglaterra, con las propias garantías, y todo en fin, como verdaderos ciudadanos ingleses. Este espíritu tan nacional y tan justo fue el que dictó la ley 18 de Jorge III, capítulo 12, en la que el Rey y el Parlamento declaran, que no se impondría de allí en adelante ninguna contribución pagadera en las colonias fuera de aquellas que sirviesen a regularizar el comercio y cuyo producto se emplearía en todo caso, en las necesidades de las colonias donde se recaudara.  

(1) Sabido es que este es un fuero de Inglaterra, por el cual la persona que ha sido presa de orden de un magistrado, de un tribunal, o del rey mismo, puede sacar un auto de ciertos tribunales de Londres, y en algunos casos de cualquier juez, para que llamen a sí los antecedentes y el preso, con el fin de determinar si ha habido un motivo o razón legal para prenderle.

Hoy por último la asamblea general de la Jamaica hace las veces de la Cámara de los comunes de Inglaterra y goza de todos sus privilegios con poder exclusivo de imponer impuestos y fijar su distribución, exceptuando solamente la asignación anual y permanente de 10.000 libras señaladas a la Corona.

Asimilación tan completa, conducta tan previsora y digna ha hecho exclamar a lord John Russell en la sesión de la Cámara de los comunes del 9 de febrero de este año, con el motivo de su grandioso discurso al presentar la nueva Constitución para las posesiones de Nueva Holanda, discurso queda una alta y completa idea de la política colonial de la Gran Bretaña. ¡En todas partes, exclama, a donde quiera que se han enviado ingleses o en donde han querido establecerse, en todas partes han llevado consigo la libertad y las instituciones de la madre patria! (1)

(1) Este gran hombre de Estado habló en el propio discurso de la patente dada al conde de Catlisle cuando era gobernador de la isla Barbada en 1627 reinando Carlos I, donde se declaró que dicho conde o sus herederos con consentimiento, y aprobación de los habitantes libres de la provincia, podían hacer las leyes que él y ellos juzgasen más convenientes, y que los hijos de dichos habitantes tendrían las mismas libertades y privilegios que los súbditos de S..M. Y como esta patente fuese dada por un rey que después sostuvo la guerra en Inglaterra por haber querido defender altivamente sus prerrogativas, el propio lord John Rusell agrega lo siguiente: “Considero, dice, que es muy notable, que el noble que había aconsejado a Carlos II que gobernara sin parlamento, noble cuyo conocimiento y capacidad habían sido utilísimos a aquel monarca, se hallase tan convencido del principio de que los ingleses en cualquier parte en que se estableciesen debían vivir tan libres como en su propio país; que en el consejo del rey cuando se le cometió la cuestión de si la población inglesa debía vivir bajo el gobierno arbitrario del soberano o bajo instituciones libres, se declaró sin titubear en favor de la libertad. Esta opinión, agrega estaba en conformidad con la constitución definitiva de las colonias y también con los principios generales de las leyes inglesas. 

Ya hemos visto, pues, cómo los pueblos más remotos, nosotros mismos, y los más ilustrados de la Europa todos han seguido este principio de asimilación entre la madre y las hijas, este espíritu de uniformidad posible entre la Metrópoli y sus colonias. ¡Ah! sólo estaba reservado a nuestros días el que olvidásemos la antigüedad, el que nos separásemos de la conducta que en esta parte observaron nuestros padres, que abandonásemos los precedentes de la historia, y que desdeñásemos los ejemplos que nos ofrecen las naciones más ilustres de la tierra. Hoy los restos que de nuestras colonias nos quedan aparecen en un estado tan anómalo, que no parece que han pertenecido a nuestra antigua comunidad y que pertenecen hoy a nuestra nacionalidad misma. Antes que (nas regenerámos) en esta última época, cuando éramos regidos por un monarca absoluto, cuando se hablaba de nuestra ignorancia, cuando vivía el padre de nuestra Reina, nuestras Antillas, por ejemplo, eran dulce y paternalmente dirigidas, sus instituciones eran las nuestras, nuestras autoridades eran las suyas, no se mezclaba al efecto la prevención u ojeriza, nuestra hermandad era completa. Hoy sin embargo, gracias a las reformas con que se inauguró el actual reinado, hoy que disfrutamos de una monarquía templada, de una ilustración más extendida, de una administración más cuidadosa e invocamos principios y doctrinas más generosas; hoy la isla de Cuba no ha participado de un goce sólo de nuestra mesa, y hoy en su extraña situación no cuenta una sola de nuestras interiores reformas, y mermada en su representación política, ni aun siquiera se la otorgan las leyes especiales que tanto tiempo hace se le han prometido. Falta por lo tanto a nuestras posesiones ultramarinas la primera condición que no en valde hemos numerado entre las internas que deben existir entre la colonia y su metrópoli, para su más durable unión y su mejor correspondencia. ¿Y cómo se ha de entender esta asimilación práctica, y el desenvolvimiento progresivo de su administración municipal y provincial con la de la madre patria? Prácticamente haremos por exponerlo más adelante cuando formulemos nuestro particular proyecto de gobernación y las doctrinas que extensamente explanaremos en defensa y apoyo de cada uno de sus artículos. Hemos puesto como condición segunda, que las colonias tengan una administración de justicia independiente del poder político y gubernativo. Nosotros para asentar esta base partimos del convencimiento, de que donde quiera que hay en la administración falta de unidad, allí no puede dejar de 

haber tardanza y anarquía; y que donde quiera que hay exceso de centralización, allí no puede menos de haber vacío y arbitrariedad. En cualquiera de ambos casos no se siente como es debido la acción benéfica de la administración, o está viciado su influjo: en cualquiera de ambos, la administración no puede cumplir con la misión tutelar que debe ejercer sobre los asociados; y en cualquiera de estos dos casos, las quejas deben multiplicarse y el descontento debe ser seguro. Entre los principales pueblos que han tenido hasta el día colonias, la Francia y la España participaron en 

lo antiguo del error de no separar en las suyas lo judicial de lo político, aunque este error fue grandemente disculpable entonces cuando lo tenían por un bien en su propia casa, y era como una de las formas de su gobernación interior y nacional. Pero veamos cómo este mal fue también siempre atendido en una y otra, ya dictando la primera nuevas disposiciones contra los efectos de su conjunto, ya combinando la segunda un sistema particular de contrapeso en el gubernativo de nuestras provincias indianas. Principiemos por la Francia. 

La Francia en sus primeros establecimientos coloniales de América no hizo separación alguna entre lo civil y lo militar: y la aplicación de las fórmulas de la justicia, y la vigilancia perpetua de la policía, todo se representaba y se 

confundía en una misma autoridad o jefe. Así es, que luego que la primera compañía estableció en cada una de las islas que allí le pertenecieron un senescal o jefe que estuviera a su frente, en su nombre se hacían los juicios y eran llamados sus tenientes jueces ordinarios, los que a veces tenían que cerrar los ojos a las injusticias que aquel les obligaba a cometer. Mas esto es casi común a toda sociedad que nace, en la que es poco complicada su administración y en la que un solo jefe reasume por lo general los distintos 

cargos de la colonia. Lo extraño por cierto es, que en 1645 estableciera todavía una disposición real que en cada una de aquellas islas hubiese un tribunal superior de justicia, y que a falta de jueces letrados se compusiese de los oficiales de la milicia, siendo su presidente el gobernador o jefe militar, tribunal que tuvo hasta el derecho de pronunciar sentencias de muerte, como el derecho de perdón y gracia. Este areópago tan informe y tan rudo, jamás lo conocimos nosotros los españoles en nuestros dominios de Ultramar. El virrey o capitán general ha presidido y preside allí nuestras audiencias. Los jefes también militares o tenientes gobernadores desempeñan todavía las funciones de justicias en primera instancia por medio de sus asesores: pero nunca presentó por allí nuestra legislación tribunales civiles tan militarmente organizados.

En 1664, cuando su segunda compañía, constituyóse en la Martinica un consejo superior para juzgar y terminar los negocios soberanamente, pero ya este consejo, aunque compuesto del gobernador que lo presidia, lo formaban seis letrados, y a su falta seis habitantes de la colonia y un procurador general. Todavía, sin embargo, no se conocían allí las cárceles, supliendo su falla los cuerpos de guardia; y hasta el tormento fue allí introducido por una disposición de este mismo consejo superior el 20 de diciembre de 1674 (1). (1) Código de la Martinica, tomo 1, pág. 24.

En 1675 ya Colbert hizo entrar estas colonias bajo el poder inmediato del Rey, y estableció un consejo superior o corte soberana en cada una, presidido por el gobernador, de seis consejeros entre sus habitantes más capaces. Después en 1743, se le reunieron cuatro asesores y se exigió de ellos el conocimiento del derecho. Otras varias disposiciones fuéronse sucediendo cada vez más a favor de los buenos principios y de las reformas interiores que iba teniendo la Francia hasta principios del siglo actual, en que con las de la revolución, se estableció allí un gran juez o comisario de justicia por el gobierno consular en la nueva organización que se dio entonces a las colonias. A ellas se hicieron extensivas también los nuevos códigos, exceptuándose sólo el jurado por lo impracticable que se juzgó allí su establecimiento con los colores y las castas. Desde esta época ya quedó completamente emancipado el poder judicial de lo político, y desde 1819 comenzóse a dar a sus consejos superiores la denominación de cortes reales, se obligó a los magistrados a motivar las sentencias, se abolió la pena de confiscación de bienes, y desde entonces no pudo ya ningún jefe 

militar o de la administración tener la presidencia de esta corte real, ni se han vuelto a renovar los escándalos provocados en la Guadalupe en 1815 por las pretensiones de ciertos jefes subalternos, que querían entrometerse en las deliberaciones de este consejo superior. La legislación que la Francia dio a estos pueblos en 1833 acabó de quitar por completo esa confusión que existía todavía en la observancia de algunos restos de las antiguas leyes y las variaciones que la ignorancia de los magistrados había hecho más peligrosas. Desde entonces, por último, un nuevo orden de cosas presenta allí los magistrados más distinguidos, y la administración judicial aparece bajo un plan, que dando a los tribunales la consideración y dignidad que les 

es necesaria, pone sus gastos en razón de los ingresos locales y ofrece a todos la imparcialidad del juicio y aquella igualdad legal tan formalmente proclamada en la Metrópoli por sus constituciones varias.

Nuestra legislación de Indias, si bien es verdad que desde su principio dio a los gobernadores políticos la facultad de conocer en los negocios judiciales de primera instancia, estos dos poderes, el judicial y el político que aparecían unidos en una misma persona, no lo estaban moralmente, pues que para lo primero las leyes mandaban a aquellos tener un juez letrado con quien necesariamente habían de asesorarse sobre estas materias, sin sobreponerse como hoy a los trámites del procedimiento, ni mucho menos valerse de su influencia para despachar por sí estos negocios sin la concurrencia del letrado, ni abreviar sus trámites y fórmulas. "Ordenamos (dice la ley 35, tít. 3, lib. 3), a los virreyes, que para las materias de justicia y derecho de partes tengan nombrado un asesor sin salario, al cual y no a otro, si no fuere en caso de recusación o justo impedimento, remitan todas las causas de que deben conocer, reservando para sí las que fueren de mero gobierno, y las de jurisdicción contenciosa, y este asesor no sea oidor, por los inconvenientes que pueden resultar de que los oidores se hallen embarazados en semejantes asesorías o consultas; y cuando se ofreciere algún caso tan extraordinario y urgente que obligue a elegir alguno de la audiencia para él, esté advertido, que en grado de apelación, suplicación, recurso o agravio, no puede ser juez. Y mandamos, que los virreyes no saquen las causas de los tribunales donde pertenecen y dejen las primeras y demás instancias a quien tocan por derecho.” Como aquí se ve en la última cláusula que hemos subrayado, nuestras leyes rendían por entonces un 

tributo respetuoso a la separación virtual de estos poderes. Es más todavía: aquellas propias leyes distinguieron siempre en el propio carácter político lo que correspondía propiamente a su acción civil y lo que debe ser su auxiliar... el mando de las armas. Así sucedió, que desde 1664 en que 

principiaron a ser tenientes generales auditores a consulta del consejo de Indias, los que eran antes simplemente asesores, nombrados por sus gobernadores para el desempeño de las fórmulas de la justicia; en las ausencias de los gobernadores les sucedían estos en lo político, a que fue aneja la preeminencia y representación del patronato real, así como tocaba lo militar al castellano del Morro o al jefe más graduado, interviniendo los dos con los oficiales reales para los cargos de la Hacienda y el servicio de las flotas. Véase, pues, cómo nuestros padres conocieron hasta donde pudieron 

la moderna división de nuestros poderes, y cómo practicaron virtualmente la separación de lo político y lo judicial, que es lo que hoy pedimos para nuestras colonias, principio que hemos consignado en la segunda condición de las relaciones internas que deben mediar entre la Metrópoli y estos pueblos. Es verdad que hoy se inculpa la confusión práctica de estos dos distintos poderes en las personas de los gobernadores de Cuba más que en Filipinas, pues que en estas partes más remotas no han llegado todavía a constituir por sí un verdadero tribunal, como acaban de hacer aquellos, extrayendo testigos de cualquiera otra jurisdicción y juzgando y fallando sobre cantidades a que su autoridad no alcanza. ¿Pero en Cuba ha sido siempre así por ventura? ¿No había hasta hace unos quince años un consejo especial, guardador de esas leyes de Indias que hoy sólo en el nombre se invocan? El que hoy no haya este consejo, el que hoy se prescinda de estas leyes, y el que hoy no se guarden estas fórmulas, nada, absolutamente nada tiene que ver esto con el régimen político, civil y judicial de nuestros padres, como hombres de gobierno, para aquellos pasados siglos.

Nada diremos de la conducta de la Gran Bretaña para sus colonias en haber tenido siempre para las mismas una administración de justicia independiente del poder político gubernativo. Los tribunales del Rey en las tres presidencias de la India no están siquiera sujetos a la autoridad de la corte de directores ni de la junta de comisionados de Inglaterra. Cuanto tiene conexión con el nombramiento o jubilación de los jueces de sus tribunales pasan sólo por sus secciones para someterlo al Rey en su consejo. En Calcuta, en Madrastra, en Bengala y en otros puntos hay un tribunal superior civil y criminal que entiende en apelación sobre todos los asuntos de la legislación y de la justicia. En su aplicación, si modifican los trámites según la localidad en que lo ejecutan, siempre en todo no se reconoce más que un principio, cual es la independencia de la Justicia. En Jamaica el tribunal supremo es igual al que ejercen los tres tribunales de Londres, y administra la justicia en la ciudad de Santiago de la Vega tres veces al año por otras tantas semanas cada vez, como los de sus respectivos condados tienen un poder igual administrándola en los pueblos que van recorriendo y en las secciones que tienen señaladas. Pero lo político nada tiene que ver allí con lo judicial. El gobernador con su consejo constituyen el tribunal de apelación de las providencias del tribunal supremo y de la de los condados o de Asisas: pero nunca forma por sí una individualidad judicial, nunca carga en el platillo de Astrea el peso de su poderosa influencia, como de poco tiempo a esta parte ha principiado a ejecutarse y a constituir cierto derecho en nuestra apartada isla de Cuba. Estos son los males que desearíamos cesasen ya allí y en todas nuestras posesiones ultramarinas para observarse la condición de que venimos hablando. La última condición de las internas es, un espíritu nacional cultivado en las colonias por una retribución equitativa entre ellas y su metrópoli según la ilustración de sus hijos, sus afectos y servicios. Sin esta condición habría dominadores y dominados, pero no la participación que debe existir entre súbditos de un mismo estado y que invocan una patria misma. Una codificación igual respecto a la administración de la justicia con las modificaciones que la organización particular de las colonias pueda exigir; unos mismos planes de estudio con otras leves variaciones que su 

situación reclame; una consideración igual para los mandos y honores, compensando en la Metrópoli los cargos que sus hijos dejaran de tener en las colonias; una participación completa de todos nuestros adelantos y mejoras, para el desarrollo y fomento de su prosperidad material...; hé aquí los medios con que debe cumplirse esta última condición entre la Metrópoli y sus hijas. Cada uno de estos medios nos ocupará larga y concienzudamente cuando lleguemos a hablar de los mismos en el proyecto que presentaremos más adelante sobre la gobernación cubana. Mientras, concluiremos ya estos artículos sobre las colonias en general, y al entrar a ver en los sucesivos el estado particular de cada una de ellas y las necesidades de su localidad, no 

lo haremos sin dejar de reasumir aquí las deducciones principales que de aquellos se desprenden y que son las propias que ha dejado consignadas en el último de sus escritos uno de nuestros más conocidos publicistas (1: De la situación y de los intereses de España, por don Andrés 

Borrego.) Este autor al hablar también de las necesidades en general de nuestras colonias así se expresa: "Sin pretender improvisar un sistema colonial cuya elaboración debe ser fruto del estudio y del celo con que se promueva, desde luego consideramos, no sólo justo y debido, sino también indispensable y urgente, que en cierta medida y del mejor modo posible aquellos naturales disfruten de las garantías políticas que sean compatibles con la seguridad de aquellos territorios, y desde luego de todas las garantías civiles que corresponden a los demás españoles. El poder arbitrario jamás produce ningún bien duradero, y la autoridad de los más elevados funcionarios debe tener freno en las colonias como en la Península, y libertar a los gobernados del riesgo de ser victimas de las pasiones de los favoritos enviados desde España para enseñorearse en aquellas hermosas regiones. - Tampoco es conforme, ni a los buenos principios de gobierno, ni a las tradiciones de nuestro país, ni a la experiencia de nuestro siglo, que las colonias carezcan a la vez de representación en las asambleas políticas de la madre patria y de representación local, la cual si bien no creemos conveniente se extienda por ahora a la política ni a la legislación general de las colonias, al menos en la parte económica y de administración interior, consideramos perfectamente aplicable a las islas de Puerto Rico, de Cuba y de Filipinas. La autoridad de sus capitanes generales o gobernadores, lejos de verse debilitada por la asistencia de un consejo colonial que ilustrase las cuestiones administrativas, se fortificaría y ganaría en popularidad, y los asuntos económicos y peculiares de aquellas islas se decidirían mucho más atinadamente en el seno de un consejo que residiese en el país, que en Madrid por los oficiales de la secretaría o por las oficinas del Consejo real. - Sin necesidad de mayores explicaciones, nuestra opinión es suficientemente clara sobre la conducta que de parte del gobierno y de las cortes exige el interés bien entendido de España y sus colonias. Crear, fomentar, dirigir en ellas una opinión pública favorable a la perpetuidad de los vínculos que nos unen a aquellos países. Establecer las reformas que reclame su estado y la corrección de los abusos existentes. Dotar a las colonias de garantías civiles que protejan los derechos privados de sus habitantes, y por último completar estas concesiones con el otorgamiento de aquellos derechos políticos que satisfagan a las más indispensables condiciones de la libertad, sin debilitar la autoridad de la madre patria, ni comprometer la tranquilidad de aquellos países." Véase cómo este autor y nosotros nos hemos venido a juntar por distintos caminos sobre el lugar de unos principios mismos y de unas mismas doctrinas. Ambos queriendo la gloria y la grandeza de la España hemos expuesto lo que creemos haría el bien de sus colonias y su más durable unión a nuestro pabellón nacional. Muchos otros patricios y no pocos hombres de gobierno nos acompañan en estas ideas. Sí, ellas son las salvadoras y las que sólo pueden afianzar en estos tiempos que alcanzamos el amor de aquellos pueblos hacia nosotros, lazo más fuerte por cierto que la prevención y la fuerza.


MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 



VIAJES. 


ESCENAS MARÍTIMAS, 

UN DIARIO DESDE CÁDIZ A LA HABANA. 


LA SALIDA DEL PUERTO. 


Cádiz 16 de marzo de 1846.

Son las dos de la tarde, hora en que el paquete gaditano número 4 está ya en franquía para darse a la vela a las cuatro.

Ya otro día he estado a su bordo y he tenido lugar de reconocerlo: es un buque de 125 pies de eslora, con 28 de manga, y de porte de 320 toneladas. En 1842 fue construido en Burdeos por los señores Arrigunaga entonces de aquel comercio, (hoy de la isla gaditana) y ha estado hasta la fecha haciendo el crucero con otros tres desde aquel punto hasta el puerto de la Habana. Botado al agua con el fin primordial del pasaje sobre el de la carga se notan en él todas las comodidades y los adelantos todos que dicta la civilización y la mayor necesidad de viajar en los tiempos que alcanzamos. ¡Qué escala de adelantos no ha corrido aquella ante el espectáculo de estos paquetes y vapores, palacios ambulantes sobre las aguas, comparados con los juncos de los chinos, las piraguas de los esquimales y las canoas de los indios!

Su espaciosa cámara adornada con pinturas que imitan el granadillo y el Haití americano, está distribuida en seis camarotes cerrados con dos alojamientos cada uno, y tiene la particular ventaja para los viajes de América de estar formada sobre la cubierta alta del buque, lo que le proporciona una claridad y ventilación apetecibles para los calores del tropicio (trópico). En su testero se da entrada a otra más pequeña con cuatro literas, la que ocupa el cierre de la popa dejando ver ventanas de cristal pintado, cortinillas con sofaes de celeste seda y una fingida chimenea que cubre la limera del timón ostentando un largo espejo con la pintura o retrato de la misma fragata. Dos anchas lumbreras comunican a esta cámara la luz de que necesita; y la adornan también alumbrándola de noche dos lámparas de bronce que de ellas penden. Una mesa corrida con bancos que corren al rededor y con cojines de seda tejida asegurados para los balances (balanceos), ocupan su principal espacio. Un barómetro, un termómetro y un soplón penden igualmente de su cubierta, y un aparador y una caja de medicinas perfectamente abastecida se advierten por último en sus dos 

extremos. Esta última hace las veces de botica y sobre ella se ve un método impreso y curativo al que se le puede aplicar aquello de "celui qui m'emporte avec lui, porte l'emedecin d'ans á poche.” Otra cámara de segundo orden tiene lugar bajo su cubierta.

Son las tres y media. - Me encamino al paquete llevado en un bote que corre al impulso de su vela y que me dirige hacia el águila dorada que parece cernerse con extendidas alas sobre el fondo negro de su popa. Pero ¡cuántos pensamientos no vienen a ocupar en el entretanto el interior de mi pecho! 

¿Y quién por la vez primera al trocar por un clima remoto los últimos lugares de su patria, no tiene que romper esas afecciones que desde la cuna nos alimentan en la infancia, extendiéndolas más tarde por la sociedad y familia?... No de otras impresiones participaba al alejarme de las murallas de Cádiz. Antes de pisarlas habían llegado hasta a mí el llanto de una madre y los solemnes votos de un padre. Dos días después, comprimía a mi corazón la despedida de un hermano. ¡Así el interior del hombre se agita muchas veces en sus afectos, como el mar que voy surcando! 

Son las cuatro menos cuarto a bordo ya del paquete. - He subido al buque y he preguntado por mi camarote para mandar disponer en él mis baúles y mis libros: pero es indecible la agitación y el movimiento que se advierte a mi alrededor. Los parientes, los amigos y los acompañantes de los viajeros, todo lo llenan y obstruyen en estos postreros momentos, la cubierta, la cámara y los camarotes. Por todas partes se notan los apretones de manos de la amistad, los abrazos del cariño y las lágrimas del amor. En vano el mar 

y sus olas van a separar dentro de poco a los que se despiden y a los que se quedan. Las afecciones luchan por arrebatarles su presa, y en aquellos supremos momentos todos sienten por un instante el hondo vacío de la separación, el triste sentimiento de la vaguedad y el misterio del porvenir. Otros botes y otras falúas se acercan sin cesar a los costados del buque para tomar sus escalas, y todo es confusión y desasosiego sobreponiéndose sólo a su bullicio la voz fuerte del capitán que prepara la maniobra para la fijada hora que está ya al caer. 

Son las cuatro. - La fatal campana de la partida ha sonado ya. Su eco corta de repente los adioses y las lágrimas, los afectuosos razonamientos y hasta las últimas palabras de los que se quedan y de los que se van, todos se dan prisa a salir, y muy pronto el silencio ha sucedido al ruido. La sobrecubierta queda entregada por completo al dominio del capitán y los marineros zarpan el ancla y dan la vela a favor de un viento O bonancible y de una marea saliente que contribuye a hacer nuestra salida rápida y favorable. Los pasajeros arrimados a los flancos del buque y a su obra muerta se descubren con sus sombreros o tremolan sus pañuelos en señal de un adiós último a los que en los botes les corresponden con los suyos. El paisaje de la bella ciudad se va alejando en el espacio. Cádiz nos va retirando cada vez más sus blancas casas y sus esbeltos miradores y a poco la vemos ya como una fantasma entre las sombras del crepúsculo. Mas al divisarla aún y al contemplar sobre su confuso horizonte, que ya no la volvería a ver en la aurora del siguiente día, el santo sentimiento de la patria vino profundamente a afectarme... Poco después me encontraba enfrente del práctico para preguntarle si se descubría aún el monte Gilbalvin, altura inmediata a mi nativo suelo, y mis ojos llegaron a divisar por última vez los restos de la torre árabe que lo corona llamada la Gilbalvina.,. Esta eminencia es también una de las primeras que se ven al volver a Europa, y me había ofrecido no muchos días antes el poder empinarme sobre sus ruinas para cortar algunas hojas de las ramas que entre su argamasa crecen, y que ya mustias y secas me servirán de símbolo elocuente en la apartada región a que me dirijo, de los lazos que me unen a los lugares que abandono.

Son las siete de la noche. - Sus sombras cubren ya el mar y el espacio. El disgusto del que no está acostumbrado a navegar, me impulsa a retirarme hacia el camarote, estrecho recinto para el vivo y fiel imagen del que ocuparemos cuando ya no sepamos elegir otro más ancho: en él me sepulto y pronto el sueño pone fin a mis fatigas. 


CRÓNICA QUINCENAL. 


La Europa obedeciendo sin duda a la estación de las nieves que se aproxima, ha hecho como una pausa en el curso de sus vicisitudes. Todo parecía provocar un rompimiento general, cuando escribíamos nuestra última Crónica, y sin embargo el statu quo continúa; si para dicha o para desdicha de la especie humana, no somos nosotros quienes debemos decirlo, puesto que ni en pro ni en contra de la cuestión es nuestra misión hablar: nos compete sólo ser meros cronistas de los acontecimientos.

Es verdad que aún permanece sin arreglarse el desacuerdo excitado entre la corte de Cerdeña y la Santa Sede, por los procedimientos de aquella contra los arzobispos de Turín y Cagliari: es verdad que el conde Pinelli, representante del Piamonte en Roma, había al fin salido de esta ciudad el 7, por no serle posible aceptar las condiciones propuestas por el gobierno de Su Santidad Pío IX para la terminación de tal conflicto; pero, según se expresan los diarios de Piamonte, con especialidad el Risorgimento (semi-oficial hoy día, por la entrada de su antiguo director el conde Cavour en el gabinete) la retirada de Pinelli no significa en manera alguna un rompimiento, ni mucho menos un cisma: lo que equivale a decir, que este lamentable asunto tendrá una solución amistosa.

Al mismo tiempo que en la Península italiana encuentra el poder espiritual de la cabeza visible de la Iglesia católica semejantes tropiezos, sus influencias se hacen sentir en Inglaterra, foco del protestantismo, como nunca. Pío IX ha expedido un breve, en forma de letra apostólica, restableciendo en la Gran Bretaña la jerarquía episcopal; y lo que es más importante todavía, el breve ha sido publicado con el asentimiento del gobierno inglés.

Las cosas de Alemania siguen en la propia confusión que estaban. Se había hablado de la abdicación del Elector de Cassel; pero la noticia ha sido desmentida completamente. A consecuencia de una nota del gabinete inglés protestando contra toda intervención extranjera en aquel punto, parece que la Dieta de Francfort desiste de su intento de intervenir. La protesta de la Inglaterra ha sido acompañada de otra igual por parte de la Francia.

Dejando la Europa y pasando a América, comenzaremos por llamar la atención de nuestros lectores sobre un notable documento que han publicado El Heraldo y La España, relativo al anudamiento de nuestras relaciones con la República peruana. Es un oficio del ministro de Negocios extranjeros al agente comercial de aquel gobierno en Madrid, participándole que en las próximas cámaras se tratará de la venida a esta corte de un agente diplomático, con el objeto de asentar las bases de la reconciliación. Deseamos, como el que más, la realización de tan dichoso suceso.

Con respecto a nuestras provincias de Ultramar, el vapor Asia nos trajo noticias de la isla de Cuba, que alcanzaban hasta el 18 de septiembre. Anunciaban una tranquilidad completa. El gobernador capitán general había autorizado al teniente general de artillería don Francisco Espinosa, comandante del arma en las fortalezas del Morro y la Cabaña, para establecer y dirigir en la Habana una academia privada preparatoria en que se adquieran los conocimientos matemáticos y ramos accesorios que se exigen para la admisión de alumnos en las facultativas de artillería, ingenieros, estado mayor y colegio general militar. Medidas como esta son las que Cuba necesita para afianzar cada vez más su amor con la Metrópoli. Otro día nos extenderemos sobre este particular; nos limitaremos por hoy a celebrar la acertada elección del señor Espinosa para director de la academia. Este ilustrado joven fue profesor en el colegio de Segovia, y reúne a sus muchos conocimientos una aplicación y un juicio que le honran. Tan valiente como pundonoroso, nadie inspirara más que él a sus alumnos la laboriosidad y el culto religioso de ese honor militar que ha sabido sellar hasta con su sangre en nuestras pasadas discordias.

Posteriormente La España dio de repente la voz de alarma. Anunció la insurrección del coronel don Ramón Sánchez al frente del destacamento de Pinar del Río. No obstante la poca importancia de este punto de la isla, bastó 

el rumor de que tropas españolas habían levantado el grito de anexión de Cuba a los Estados Unidos, para que toda la prensa, sin distinción de colores, anatematizase al mencionado coronel, justamente irritada con su supuesta traición. Y decimos supuesta porque, como desde luego auguramos, todo aquel aparato de insurrección se ha desvanecido completamente. Parece que al hablar de la defección del señor Sánchez hubo de echársele en cara su cualidad de americano; y a este propósito El Heraldo salió a su defensa expresándose en los siguientes términos: "El señor Sánchez (dice en el número correspondiente al día 24) es en todo y por todo tan español como cualquiera de nosotros. Nació en el continente americano durante la dominación española. Su padre, americano también, murió sacrificado por los insurgentes a causa de su adhesión a la Metrópoli en la guerra de la independencia de aquellos países; y para indemnizar a la familia de esta pérdida, las autoridades españolas dieron de una vez el grado de capitán al hijo de la víctima, que era entonces muy joven. Desde aquella época el coronel Sánchez ha servido con lealtad en el ejército español; si ahora desgraciadamente ha faltado a su deber, lo que no creemos, no se atribuya a que es americano, sino a que también suele haber malos españoles." 

La España que causó la alarma, se ha apresurado a reformar sus aserciones 

respecto del coronel Sánchez, tan pronto como la insurrección de Pinar del Río ha sido desmentida por conductos fidedignos. Nosotros hemos recibido por la vía de Inglaterra cartas del 22 de septiembre, y la tranquilidad permanecía inalterable.

En toda nuestra península sigue reinando la más completa paz, sin que ofrezcan ningún interés las noticias de las provincias, a no ser la de la sublevación intentada por el regimiento de Zaragoza en Torrelavega, que se sofocó en breves instantes, sufriendo la última pena sus promotores principales, a saber: el tambor mayor y un cabo de granaderos.

La crónica teatral de esta quincena no ha dejado de ofrecer sus novedades. Es una y no muy grata para nuestros dilettanti la de la clausura del Circo, motivada por la salida de Ronconi para París. Moriani permanece aún en Madrid, y se anuncia que cantará en el segundo concierto que prepara el 

célebre pianista Mr. Forgues.

Corren voces de que la zarzuela española ocupará en el citado coliseo del Circo el puesto de la ópera italiana.

El teatro Español continuó representando El tesorero del rey; luego puso en escena El mejor alcalde el rey, de nuestro gran Lope, y por último sacó a las tablas la tragedia Remismunda. En el anterior número dijimos algo del primero. La prensa ha juzgado ya la obra de los señores Gutiérrez y 

Asquerino; nosotros, por lo tanto, creemos no deber añadir más en el particular. Por lo que respecta al Mejor alcalde el rey, la ejecución nos pareció excelente. La Sra. Lamadrid (doña Teodora) y los señores Guzmán, Valero y Pizarroso, rivalizaron en esfuerzos artísticos para revelar las inmortales bellezas de una de las mejores producciones de nuestro teatro antiguo. Notamos poca animación al presentarse en la escena los cazadores. 

Remismunda ha sido mal recibida del público. Es una de las tragedias más desnudas de interés que conocemos. Nada sorprende allí; nada llama la atención: faltan los grandes sacrificios, los movimientos dramáticos, las peripecias. Hay excelentes versos; pero en ciertos instantes el autor nos 

ahoga bajo una nube de flores, cuyo aroma no puede venir más fuera de tiempo. La aparición de la niña Teodolinda es inútil y además perjudicial; porque el espectador concibe, al verla, esperanzas que el desarrollo ulterior destruye. Ataúlfo no tiene nada de grande ni de noble: no es el ilustre cuanto feroz fundador de la monarquía goda; es un tiranuelo enamorado. 

La ejecución de la tragedia estuvo esmerada. La señora Lamadrid (doña Bárbara) hizo esfuerzos laudables para conmover a un público indiferente. 

El Sr. Latorre no pudo conseguir que le oyeran lo suficiente para interesar. 

La señora Lamadrid (doña Teodora) sacó de su descolorido papel de Placidia cuanto partido es posible sacar. Los señores Calvo y Pizarroso levantaron los suyos a una considerable altura: son los mejor desempeñados por el poeta, en nuestro concepto. 

En el teatro de Variedades obtuvo feliz éxito la representación de Un matrimonio a la moda, comedia del señor Navarrete. Lo mismo ha acontecido luego con Las señas del Arch¡duque, zarzuela en dos actos. 

Los bailes de este coliseo son una verdadera notabilidad. La celebre Petra Cámara, a la cabeza de una comparsa de lindas jóvenes, que agita y pone en movimiento el talento del señor Ruiz, atrae siempre a la calle de la Magdalena un numeroso y escogido público.

En la de las Urosas alcanzó un éxito inconcebible la traducción de Scribe, El marido duende: decimos inconcebible, porque la comedia es un tejido de inverosimilitudes y extravagancias. Es verdad que abunda en lances graciosísimos: esto lo explica todo. Además, ¿quién no tolera las impropiedades en boca de actores como Arjona (don Joaquín) la Samaniego y Dardalla? La verdad sospechosa de Alarcón, ha sido en seguida representada en el propio teatro, y los hermanos Arjona han recogido buena cosecha de aplausos.

El del Drama es un eclipse continuado. La pieza que nos ha dado últimamente Fernando el pescador, o Málaga y los franceses, es un melodrama de brocha gorda, que ha disgustado a todos. Auguramos a este teatro una muerte de consunción, si es que no le administran alguna medicina salvadora; y aun así, si se deja pasar más tiempo, la defunción nos parece irremediable.

Entretanto el teatro Real se dispone a asombrar al mundo artístico con su magnificencia. Ya no se estrenará con la Favorita, sino con la Sonámbula; así lo ha exigido la Alboni, a quien se espera en Madrid de un día a otro. Los demás cantores, unos han llegado ya y otros irán llegando sucesivamente. Se pintan decoraciones sin cesar; se ensayan la orquesta y los coros. La Fuoco ejercita sus ágiles pies que se llevan tras sí tantos corazones. Dilettanti, preparad vuestros oídos para oír y vuestras manos para aplaudir, que la época se acerca.

La literatura no ha ofrecido ninguna novedad que de notar sea. Una nueva Biblioteca universal se anuncia, que habrá de rivalizar en baratura con la del señor Fernández de los Ríos. Por fin tendremos libros de valde.

Hemos leído con gusto la Revista del Mediodía, periódico que en los idiomas español y portugués se publica en Lisboa. Trata las cuestiones de inmediato interés para ambos pueblos con gran copia de doctrina y de una manera que 

contribuirá a estrechar los lazos fraternales que deben unir a dos naciones hermanas. 


28 de octubre de 1850. 





DEL DISCURSO DE LA CORONA 

EN LA PARTE QUE SE REFIERE 

A NUESTRAS PROVINCIAS DE ULTRAMAR. 


Ya estaba en prensa nuestra Revista cuando la Reina de esta monarquía constitucional dejaba oír los ecos de su voz tan querida como acatada, bajo la rica techumbre del nuevo Congreso nacional. Por ello no pudimos decir nada de sus conceptos en el número anterior, y esta es la causa por que 

aunque tarde, los vamos a repetir aquí, concretándonos únicamente a aquellos que hacen relación a nuestras provincias de Ultramar, cuyos habitantes lo mismo en América que en Asia saludan todos a un mismo pabellón y reconocen como el símbolo de su nacionalidad a la segunda 

Isabel. ¡Ah! ¿Por qué no les es dable salvar el mar y las distancias y seguir como nosotros el carruaje que conduce a esta joven reina al templo de las leyes, rodear cual nosotros su solio, y escuchar como nosotros su voz cuando dice, que se considera feliz en medio de su pueblo (1: así principia el discurso de S. M. pronunciado el 31 del mes que acaba de finar.) y su pueblo la saluda con la expresión de la hidalguía y del honor español? ¿Acaso ellos, representantes de nuestros padres por aquellas tierras lejanas, hijos de nuestra raza y producto de nuestra civilización, sentirían menos que nosotros esta lealtad heredada y los transportes de ese pacto entre la 

nación y su rey, o se considerarían menos dichosos a la vista misma de esta institución tan antigua y regenerada por nuestras actuales instituciones? 

No lo dudamos: así lo desearía la nieta de la que grande y generosa dejó su nombre a la mayor de las islas del mundo nuevo que a sus esfuerzos e debió, llamándose Isabela (1: Cuba en lo antiguo así se llamó.) Heredera de su nombre y también de su corazón, la segunda Isabel no quiere nombrar por súbditos a pueblos abatidos: que su cuna se meció entre los recios huracanes que la combatieran, cuando la usurpación y el oscurantismo hicieron derramar a torrentes la sangre de sus hijos y pusieron a la prueba más costosa el triunfo de su amor. Pues bien: muchos de aquellos hijos ultramarinos vinieron a mezclar su sangre con la nuestra en su defensa, y fueron pródigos en sus intereses, como nosotros en los sacrificios. Pero si ella no se ha podido ver cercada de todos estos hijos tan distantes, les ha dirigido al menos sus palabras, palabras que ya a estas horas irán volando sobre la espuma de los mares para imprimir en el ánimo de aquellos buenos habitantes la más justa gratitud. "Las provincias de Ultramar (ha dicho la Reina) que tanto llaman siempre mi atención y la de mi gobierno, han gozado de la misma paz que la Península. En la isla de Cuba sin embargo una expedición de piratas extranjeros sorprendió uno de sus pueblos litorales, dando lugar a escenas lamentables; pero aquellos delincuentes tuvieron que huir a las pocas horas y renunciar a su criminal tentativa ante la lealtad de las poblaciones y la decisión de las fuerzas de mar y tierra. Mi gobierno se ocupa sin descanso en el fomento de aquellas importantes provincias, y se han tomado las providencias necesarias para su mayor seguridad y defensa, y para la mejora de su administración interior en todos los ramos. Al mismo tiempo se ha establecido una línea de vapores entre la Península y las islas de Cuba y Puerto Rico, que haga más frecuente y directas las comunicaciones, y estreche más los lazos que unen a los españoles de ambos hemisferios. En las provincias de Asia se prosigue con perseverancia el afianzamiento de la seguridad en aquellos mares y la civilización de las tribus indígenas.”

Felicitamos al gobierno de S. M. por este párrafo grave, digno y maternal que ha aconsejado decir al jefe de nuestra comunidad española, al monarca de nuestra nación. Tiempo había que no se hablaba en los discursos de la apertura de nuestras cortes con una extensión tal sobre nuestras provincias de Ultramar; y criando hoy reconocemos este suceso feliz, permítasenos que nos entreguemos antes de analizarlo, a la satisfactoria idea de que nuestros hombres de gobierno van ya reconociendo toda la importancia de lo que allí poseemos; la pérdida inmensa que nos resultaría de peligrar tan sólo su orden material; todos los males, todo el desdoro que sobre nuestro mejor renombre podría recaer, si ya no fuéramos justos y cuidadosos para estos 

restos que aún nos quedan de nuestros antiguos dominios. 

"Sí, el gobierno lo ha comprendido: nuestros padres asombraron al mundo con sus proezas: pues bien, mostremos hoy a este mundo que no hemos degenerado todavía para permitir que como españoles nos arrebaten el patrimonio de nuestra raza, con la afrenta de la anexión de otra. Pero también podamos decir a estos extranjeros: aparte de su sangre que es la nuestra, con vosotros nada ganarían; que si vosotros les ofrecéis los bienes de una buena gobernación, nosotros nos adelantamos a dársela. De esta convicción parecen partir el disgusto y la indignación con que se habla aquí de los piratas de Cuba y del cabal desengaño que acaban de recibir sobre aquellas costas. De esta convicción se desprende sin duda la dignidad con que dice la reina se ocupa ya su gobierno de su seguridad; y de la previsión con que habla también de su fomento y de esa línea de vapores entre la Península y las islas de Puerto Rico y Cuba, con la que se hagan más frecuentes y directas las comunicaciones y se estrechen más los lazos que unen a los españoles de ambos hemisferios. Estos conceptos últimos sobre todo, sientan sobremanera en los labios de la que es madre común de todos. Pero ella como reina agrega también que se han tomado las providencias 

necesarias para la mejora de su administración interior en todos sus ramos. Esto pertenece a su justicia, a la ilustración de su gobierno y a la moralidad de una nación que no contó nunca colonias, sino provincias hermanas. Hasta 

en estas formas juzgamos digna de alabanza la redacción de este documento en lo que a Ultramar atañe. El primer magistrado de esta nación, la reina de las Españas no hace en esta parte más que seguir la huella de su ínclita abuela, la que nunca contó en América más que hijos. Nuestra reina como aquella acoge bajo su manto a los pueblos todos que tienen un derecho a su amor y su cuidado, y para ella todos son iguales, todos son sus hijos, ya estén en la zona tórrida, en los mares del Asia, sobre los bordes del África o en la Península ibérica. Todos han sido siempre partes o provincias de una misma patria; nunca fueron colonias en el sentido político de esta voz como en la Francia; y todos estos pueblos han pertenecido siempre por nuestra historia a la sociedad y a la justicia española.

¡Oh! ¡Plegue al cielo que esta civilización y esta justicia se dilaten cada día más, como indica nuestra Reina, allá en el Asia sobre sus tribus indígenas; y que en el archipiélago de las Antillas, en la isla de Cuba más particularmente, la dignidad y la previsión del gobierno supremo y la ilustración y la moralidad de sus delegados por una parte, y por la otra, la cordura de aquellos administrados y su esperanza justa en las medidas que de la Metrópoli reclaman (1), no alejen de aquel suelo, virgen todavía para los horrores de la guerra, los grandes bienes de la paz! Al revés: luzca allí el día en que acrezca aún más la prosperidad material que hoy alcanza, acompañando a esta la moral de que tanto necesita, cifrada en el contento y la consideración de sus hijos; sin que una voz sola tenga pretexto para no decir: Correspondo desde aquí a los acentos de mi reina: no quiero otra anexión ni otra patria que la comunidad española, y me envanezco de ser verdadero hijo de una nación grande, justa, feliz e ilustrada. 


MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 


(1) No hace mucho que el pedir mejoras para el orden interior de Cuba, era lo propio que presentarse como revolucionario o insurgente. Por fortuna el tiempo ha venido a hacer justicia a la previsión con que ciertos hombres hace años las pidieron aun a costa de aparecer como malos españoles. Los sucesos y la fuerza de los males van ya haciendo como popular esta necesidad, y la prensa de la corte y las provincias por algunos de sus órganos no cesan de inculcarla. Véase como prueba de esto lo que decía El Contribuyente de Cádiz un día después de haber pronunciado S. M las palabras que hemos alabado. El Contribuyente es además un periódico que apenas tiene color político y sí el órgano de lo más granado del comercio de Cádiz. El Contribuyente contesta al Nacional sobre lo que este había dicho de Cuba, y así se expresa: “El Nacional publica un artículo sobre la isla de Cuba, en que echando toda la culpa de lo que pasa al gobierno de Washington, lo 

pone de ropa de pascua, y luego propone como remedios, un diplomático enérgico, y periódicos que ilustren la opinión sobre los perjuicios de la anexión a los Estados Unidos! Vaya un remedio sencillo! Confesamos que nos parece a aquel otro de que con dos o tres caballeros andantes se evitarían las irrupciones del turco!

Si el gobierno de Washington es traidor o si es la verdad que carece de fuerza para hacerse obedecer en ciertos casos, pudiera ser discutible y con buenas razones. Pero para nosotros el resultado es igual, y, francamente, no estamos por desahogar bilis, sino por indicar el remedio del mal. 

Las Américas las perdimos por mal gobierno. Lo mismo sucederá con Cuba, si no remediamos el mal, en vez de comprimir sus resultados. Los periódicos son muy útiles, estamos por ellos: pero no necesitan los cubanos que les digan los males o los bienes de unirse a los Estados Unidos; harto los conocen ellos.

La isla de Cuba necesita reformas radicales. Necesita dejar de ser la tierra de promisión de los empleados, donde se va a hacer dinero en tres años y volver. Necesita mucho pulso en la elección de los que la han de administrar, permanencia en sus puestos para que tengan menos hambre, y aprendan más las necesidades del país. Necesita administración de justicia, que lo sea. - Los que conocen aquello prácticamente, saben cuanto significan esas cuatro palabras. Necesita una mayor libertad en sus aduanas y mayor también en las nuestras para sus productos. Necesita que el desestanco del tabaco le abriese un gran mercado nacional a este fruto importante.

Necesita una representación efectiva en nuestra legislatura (y no entramos ahora en la forma de proporcionársela, que no es tan difícil) u otro medio oficial y eficaz de hacer conocer en los consejos del país, sus deseos y sus necesidades, para evitar que, males verdaderos, no apreciados suficientemente por cualquiera causa, por las autoridades locales, continúen sin remedio, exacerbando los ánimos, que cuando falta conducto legal de desahogo, tienden a escapar por la tangente. Necesita frescura e imparcialidad al juzgar de sus habitantes de todos orígenes. El estigmatizar razas determinadas y luego quejarse de que son desafectos, es mucha candidez. Necesita estudiar con imparcialidad y resolver con firmeza la 

cuestión negrera. La primera parte de ella, la prohibición del tráfico, es indispensable que sea una verdad en lo posible, es decir, que no haya connivencia, sino vigilancia. La segunda parte, la sustitución del trabajo libre, es factible pero delicada. No es para tratada así incidentalmente, pero tal vez le dediquemos algunas palabras en otra ocasión.

En conclusión; si a lo dicho se atiende cual es debido, pronto se embotarán las intrigas, pues estas sólo son temibles cuando tengan eco secreto en la isla. Si lo tienen, las medidas represivas, que aumentan gastos, paralizan el tráfico, inquietan los ánimos y enervan la prosperidad del país, sólo harán más seguro un cataclismo. El juego de los norteamericanos es claro. Amagar, mantener la inquietud, aumentar gastos para que llegue el día de la desesperación. Si el gobierno, al contrario, contentándose con las fuerzas que ya tiene, sobradas para imponer a los de fuera, se convence que dentro son los habitantes satisfechos, mejor guarnición que las tropas, y emprende las reformas indicadas, se salvará la isla muy en beneficio de ella; tanto por lo menos, como en el de la Metrópoli. ¡Ojalá sea así! ¡Ojalá la ceguedad del gobierno y aun de la opinión pública aquí, no haga repetir los errores que lanzaron a la América del Sur a la anarquía, y nos privaron de una misión gloriosa y provechosa que pertenecía a la raza que descubrió aquel mundo.



¿DEBE O NO SUPRIMIRSE LA AUDIENCIA DE PUERTO PRÍNCIPE EN LA ISLA DE CUBA?


Cuando en este número pensábamos ya dirigir nuestras tareas hacia Cuba en virtud de lo que hemos dicho en el artículo del número anterior, recibimos el que a continuación publicamos y que merece, sin duda, llamar la atención de nuestros gobernantes por más de un concepto. El carácter oficial de su autor expresando las ideas y los deseos de la comarca camagueyana, el conocimiento práctico que no puede menos de tener sobre las circunstancias de aquella localidad en particular y en general de aquella hermosa isla; todo esto nos ha hecho suspender por hoy los materiales con que íbamos a 

principiar a presentar el estado que al presente alcanza este país respecto a su administración, y en la que el número y la organización de sus audiencias no será de lo que con menor extensión trataremos en la serie de nuestros artículos. Pero oigamos por hoy cómo se expresa sobre estos puntos el comisionado en esta corte por el ayuntamiento de Puerto Príncipe.


Tratándose en la actualidad por el gobierno de S. M. de resolver, si se debe o o no suprimir la audiencia territorial establecida hace cincuenta años en la ciudad de Puerto Príncipe, capital de la provincia central de la isla de Cuba, y 

siendo este un asunto de incalculable trascendencia y de alta importancia para todos los habitantes de aquella isla, y principalmente para los que viven en los departamentos oriental y central de ella, faltaría a mi deber, como vecino arraigado en Puerto Príncipe, como miembro de aquel ayuntamiento, y más que todo, como representante de esa corporación ante el gobierno de S. M., para atender a las necesidades de aquellos apartados países, si no procurase en estos momentos ilustrar esta materia con las poderosas razones que robustecen la causa de los pueblos que se ven amagados de quedar privados de uno de sus antiguos goces, y sin duda el más provechoso e influyente para la conservación y aumento de sus propiedades y riquezas. Interesado en que la isla de Cuba acrezca en su ventura y prosperidad, y en que no sufra golpe alguno que le detenga en la marcha que hasta aquí ha seguido, y en que el gobierno de S. M. proceda en este particular con entero conocimiento de todo lo que pueda hacerle obrar con acierto, paso a ocuparme de este asunto, con la confianza de que las razones que deberé exponer, tienen demasiado peso para que sean atendidas por los altos funcionarios del Estado, que deberán aconsejar a S. M., y que tanto interés han manifestado siempre por mejorar la condición de aquellos apartados dominios. 

Apenas se difundió en los pueblos de las provincias oriental y central de la isla de Cuba que las autoridades superiores de la Habana habían informado a S. M. que convendría se suprimiese la audiencia de Puerto Príncipe, como una medida de economía, quedando únicamente la pretorial de la Habana, con algún aumento de salas para el despacho de todos los negocios de los pueblos de la isla, cuando se alzó un grito general de sentimiento en todos ellos, desde Baracoa hasta Cienfuegos, lamentando los males que les esperaban, si el gobierno de S. M. daba acogida a ese pensamiento. Los ecos sentidos que de boca en boca se repetían, llegaron hasta el ayuntamiento de Puerto Príncipe, cuya corporación se apresuró a representar a S. M. la necesidad de que no se hiciese novedad en este particular, en bien de aquellos pueblos y no dudamos que esa representación que la comisión del ayuntamiento puso en manos del señor ministro de Gracia y Justicia, tenga la saludable acogida, que los gobiernos sabios otorgan siempre a sus gobernados, cuando estos les piden, apoyados en razones de pura justicia, y de conveniencia para el Tesoro público.

Desde que se trató de trasladar la audiencia de la isla de Santo Domingo a la de Cuba, data la lucha que ha sostenido siempre la Habana por poseer ese tribunal. Largas y concienzudas fueron las discusiones que mediaron en el consejo de Indias, de feliz memoria para los pueblos de América, sobre aquel, en que convendría mejor su establecimiento. Tuviéronse presente las razones que alegaron las tres poblaciones mayores de la isla de Cuba, que aspiraban a poseer el tribunal, como son, las de salubridad, baratura respectiva de los medios de subsistencia, fácil concurrencia, para que con igualdad pudiesen ocurrir a llevar sus alzadas al tribunal; y la rectitud del indicado consejo de Indias no titubeó en aconsejar a S. M. don Carlos IV, que se radicase en Puerto Príncipe, como centro de la isla, y en donde se reunían con ventaja sobre los demás pueblos las cualidades que se requerían. Así se cumplió, y las cosas marcharon bien, y sin contradicción alguna, hasta que en el año de 1812 la junta provincial de la Habana, entre las instrucciones que dio a sus diputados para las Cortes celebradas, por virtud de la Constitución promulgada en aquel tiempo, figuraba en primera, la de pedir, que se trasladase la audiencia de Puerto Príncipe a aquella capital. No se descuidaron los diputados en cumplir el cometido; mas como lejos de haber 

disminuido las razones que tuvo presentes el consejo de Indias para consultar que la audiencia se fijase en el centro de la isla, se habían robustecido, según más adelante expondremos, nada pudieron conseguir del gobierno entonces. Posteriormente en 1823, con pretexto de sustanciar con 

brevedad la causa de infidencia que se ventiló en ese tiempo, dispuso el capitán general que se trasladase una sala de la audiencia de Puerto Príncipe a la capital; y en 11 de octubre de 1824 S. M. don Fernando VII, desaprobando agriamente tal determinación, dijo: "Que semejante providencia se reducía en sustancia a dividir en dos la audiencia y daría ocasión a que se intentase la traslación de toda ella a la Habana, lo cual sería sumamente perjudicial para toda la isla y la de Puerto Rico, y extraordinariamente gravoso a la real Hacienda; cuyos fondos debían destinarse a otros objetos de conocida necesidad y utilidad." Más tarde, y en 

época en que menos hubiera podido esperarse, pasando por sobre esas consideraciones, de ser extraordinariamente gravoso a la real Hacienda el establecimiento de una sala en la Habana, se erigió la audiencia pretorial, compuesta de más ministros que la de Puerto Príncipe, y que causa seguramente tres veces más gastos que esta. No dejaron los pueblos de toda la isla de lamentar esta desgracia, sin olvidar un punto los temores que tenían de que llegase el caso de realizarse el sabio vaticinio de S. M. el difunto Rey don Fernando VII, a quien tantos beneficios debe la isla de Cuba, Desgraciadamente ha llegado el momento en que se ha cumplido ese vaticinio, y lo doloroso es, que se ha realizado, no porque se alegue para que se adopte esa medida, la conveniencia de los pueblos, y la mejora en la recta administración de justicia, sino porque así conviene por razón de economías, en las circunstancias extraordinarias que han arribado; y se encuentra una muy obvia, suprimiendo un tribunal de justicia, situado hace cincuenta años en el centro de la isla, y que tantos bienes materiales y morales ha repartido en toda ella. Siguiéndose también esa misma lógica, 

bien pudiera suprimirse el arzobispado de Cuba, que es la otra autoridad que en este caso quedaría fuera de la capital. Hasta el año de 1839 en que se erigió la audiencia pretorial en la Habana, nadie podrá decir que los asuntos que iban en apelación de la provincia occidental, sufrían retrasos, ni por el despacho, ni por los inconvenientes que se alegaban entonces, de la distancia de 150 leguas que separan a Puerto Príncipe de la Habana. Todo marchaba bien, porque para estar al corriente con las causas que entraban, 

se veía al tribunal prolongar las horas ordinarias de trabajo. Los pleitos se sentenciaban en justicia, y si hemos de ser justos y veraces, con la mitad más de economía que hoy se resuelven en la Habana, por ser los aranceles en esta capital casi dobles que los que rigen en Puerto Príncipe, en razón de ser la Habana el país más caro de toda la isla. Erigióse sin embargo, la audiencia pretorial, aumentando al Tesoro público su extraordinario gasto, pues para ser más gravoso, hasta el edificio en que está es alquilado; y muy en breve se resintió la ciudad de Puerto Príncipe de esta novedad, porque a más de haber emigrado de ella muchas familias de abogados y otros que vivían de los asuntos de la parte occidental, donde tenían sus relaciones y sus créditos bien asegurados, dejó de entrar repentinamente en la ciudad más de medio millón de pesos, que se libraba anualmente para atender a las expensas de sus respectivos negocios. Prueba de esta lamentable verdad fue la paralización singular, que experimentaron todos los ramos comerciales e 

industriales en Puerto Príncipe, y de que se resiente aún, a pesar de haber pasado once años; porque heridas de esta naturaleza, hechas en el curso ordinario del fomento de los pueblos, no se cicatrizan jamás. Y hoy que se iba ya procurando restañar ese conducto que se abrió, y por donde se vio 

deslizarse como por un torrente la felicidad de la parte central de la isla, labrada línea por línea, por sus moradores, descansando cada uno en la posesión de la propiedad que por derecho les correspondía, y que disfrutaron por espacio de cuarenta años; hoy, que en virtud de una parte de esa propiedad que les había quedado, trabajaban tranquilos fomentando nuevas industrias, facilitando las vías de comunicaciones por mar y tierra, repartiendo sus terrenos para nuevas poblaciones y nuevos cultivos; hoy que pudiera renacer en ellos la esperanza de que concentrasen en su seno las audiencias, por razón de economías, y por haberse puesto a cuarenta horas de la Habana, con su camino de hierro de Nuevitas, y sus vapores en las costas; hoy es que se dice, que se les prepara un golpe de muerte, dejándolos sin su tribunal superior de apelaciones, fuente de tantos bienes, y 

a cuya sombra benéfica han crecido hasta figurar el papel considerable que representan en la escala de los pueblos notables de la isla. Por eso es que con razón se ha alzado ese grito general y lastimero de alarma; por eso es que los vecinos han acudido adoloridos al ayuntamiento como su padre común; y por eso es que esta corporación, sin perder tiempo, ha elevado su voz hasta el solio justiciero de S. M., rogándole, que les mire con la maternal bondad que acostumbra hacerlo con sus pueblos, secundando el ejemplo de su excelso padre el señor don Fernando VII, para quien fueron siempre los habitantes de Cuba súbditos privilegiados. Díganlo, si no, los timbres que desde ese tiempo ostentan, de siempre fidelísima, siempre fieles, muy nobles y muy leales, y otros que no referimos por no cansar. Y no dudamos que el gobierno de S. M. Acoja con su natural benevolencia las razones expuestas en la representación referida; sino que nos disimulará que las ampliemos como nos proponemos hacerlo, a fin de ilustrar este punto de un modo conveniente al mejor servicio del Estado y a la recta y más cumplida administración de justicia, que es sin disputa la que forma la felicidad y engrandecimiento de los pueblos; a cuyo efecto, y para proceder con el método y claridad que necesita un asunto tan vital para los intereses de los habitantes de la isla de Cuba, propondremos las siguientes cuestiones, que procuraremos desenvolver con entera imparcialidad.

¿Convendría suprimir en la isla de Cuba la audiencia territorial de Puerto Príncipe, cuyo distrito se extiende a dos departamentos, que forman mucho más de las dos terceras partes del tamaño de la isla, forzando a los mayores y más antiguos pueblos de ella a llevar sus alzadas a la Habana que es el pueblo más caro, más rico y más lujoso de todo Cuba?

¿En la necesidad de refundir las dos audiencias de la isla de Cuba en una, por obtener economías, cuál convendría suprimir?

Prescindamos de los bienes que ha recogido la ciudad de Puerto Príncipe, por el establecimiento de la audiencia allí, y su posesión de cincuenta años, desde el grado de civilización en que hoy se encuentra, hasta el engrandecimiento de su riqueza pública, y aumento de población, porque eso es notorio si se compara con el atraso en que yacía antes del año 1801, en que tuvo lugar ese feliz acontecimiento; sin que por esto la Habana que tanto le ha ambicionado la posesión de ese tribunal, se haya desmejorado en lo más leve. Lejos de eso; merced a su situación al frente del seno mejicano, a su hermoso puerto, y a la residencia de las primeras autoridades en todos los ramos, ella ha crecido, enriquecídose, y hermoseádose, que bien lleva el nombre de la corte de Cuba. Ella contiene todo lo que les falta a las capitales de los departamentos central y oriental, porque en ella se han consumido los productos de todos los otros pueblos de la isla. En ella se ven calles 

empedradas por diferentes sistemas, y numeradas con números vaciados en relieve, sobre planchas de hierro colado, que no los tiene iguales ni la capital de Francia; elegantes paseos, magníficas calzadas dentro y a muchas leguas fuera de sus avenidas a la ciudad, vestidas con sólidos puentes, y útiles alcantarillas; lindísimas alamedas; riquísimo y benéfico acueducto, que eternizará la mano del hombre que lo planteó; prologadas líneas de caminos de hierro; caprichosas y multiplicadas fuentes; suntuosos palacios del Estado; casa de beneficencia de niñas y niños que compite con la primera del pueblo más rico del mundo, por el edificio que la contiene, el orden de su administración, fondos y arbitrios que destinan para su sostenimiento; casa cuna para recoger los niños expósitos; asilos para hombres y mujeres dementes, elegantemente sostenidos; hospitales generales de hombres y mujeres y el general militar a que no le lleva ventaja alguna el de Madrid; la universidad con todas sus dependencias única en la isla; muchas fábricas de 

varias industrias que atraen y centralizan los productos de los pequeños cultivos del resto de la isla, cambiándolos por los efectos que lleva de todo el mundo y que hacen necesarios su lujo ostentoso que por desgracia es lo único que cunde a los otros pueblos, más bien para su ruina moral, que para su provecho. En ella hay alumbrado con gas, en tan buen estado como el de la más rica capital de Europa; enormes fortalezas; numerosos y capaces cuarteles de todas armas; un presidio de muchos cientos de hombres, trabajando siempre en beneficio de su ornato y engrandecimiento dirigido por una mano inteligente e infatigable; una cárcel modelo, y por último fondos poderosos para engalanarse de todas maneras, mientras que en los demás pueblos de la isla nada de esto se conoce.

En Puerto Príncipe, se carece de todo. Ni calles empedradas; ni alumbrado público; ni una sola fuente pública; ni una pequeña calzada en sus diferentes entradas; ni una alcantarilla en sus intransitables caminos; ni un solo paseo, 

ni alameda, ni arbolado público, ni nada, nada. Poco menos se experimenta en Santiago de Cuba. De los demás pueblos no nos ocupamos, porque en ellos no se ven sino pobres y solitarias calles y en muchos gran parte de casas de paja, con numerosos solares yermos, donde pastan los animales 

por la abundancia de yerba que contienen; vecinos laboriosos y honrados fatigados por el trabajo y melancólicos por ver que apenas les alcanzan los frutos de sus esfuerzos para alimentar sus familias.

Hecha esta comparación tan fiel como la verdad, y a pesar de verse concentradas en la Habana todas las grandezas que ostentan las capitales más ricas de Europa, y de contener en sus alrededores los cultivos en mayor escala de los tres frutos que forman la riqueza de la isla de Cuba, sin embargo de que para engrandecerse ha dispuesto siempre de las pequeñas entradas y arbitrios de los demás pueblos, como pudiéramos citar los derechos de costas procesales, de captación (capitacion) de esclavos, de caldos y otros, y hasta de los brazos de los presidiarios de todos los pueblos concentrados allí; sin embargo de hacer hoy con tantas galas una figura monstruosa de la isla de Cuba, representando un ente de linda cabeza y de raquíticos y paralizados miembros; todavía quiere resaltar más monstruosa, concentrando el tribunal superior de justicia, para acabar de absorber el resto de la isla con su lujo y sus enormes gastos, tan en armonía con la carestía excesiva de los artículos de primera necesidad para la vida, y que bien puede compararse con la de Londres, San Petersburgo y París. Pero 

creemos que estas aspiraciones voluntariosas de la capital de Cuba quedarán cortadas de raíz cuando se demuestre que de cumplirse correrían a su total ruina los demás pueblos, y que lejos de ser una medida de economía para el Erario, le es sumamente gravosa bajo muchos conceptos.

La isla de Cuba tiene más de trescientas leguas de extensión de Este a Oeste cuyo territorio está dividido en tres departamentos, con los nombres de oriental, central y occidental, con advertencia, que el occidental es el más pequeño de todos, en extensión, aunque más rico en número de pobladores y en cultivo. En el departamento oriental figuran las poblaciones contemporáneas siguientes:

Capital Santiago de Cuba con habitantes 81.194 

Bayamo con id 25.244 

Holgum con id 21.681 

Baracoa con id 7.626 

Manzanillo con id 14.905 

Jiguani con id 10.744 

Santa Catalina con id 7.688 

Total 169.082 


Dentro de las jurisdicciones de estas antiguas ciudades y villas, existen otros muchos pueblos como son las Tunas, Jibara, Guisa, el Canei, el Cobre, Mayarí, Sagua, Retrete, y además muchos partidos que bien pudieran llamarse poblaciones por el número de las casas reunidas.

La riqueza de este departamento la forman la crianza de ganados de todas clases, el cultivo del café y de la (el) azúcar en Santiago de Cuba, el del tabaco y el laboreo de algunas minas de cobre, hoy en bastante decadencia. El café es de muy buena calidad, no así la azúcar y el tabaco. 

En el departamento central existen las poblaciones contemporáneas siguientes: 

Capital. Puerto Príncipe con habitantes 76.536

Trinidad con id 26.770

Villa Clara con id 33.066 

Santo Espíritu con id 32.882 

Fernandina de Jagua con id 28.997

S. Juan de los Remedios con id 15.627 

Sagua la grande con id 16.960

S. Fernando de Nuevitas con id 5.540 

Total 236.378 


Comprenden las jurisdicciones de estas ciudades y villas, los pueblos de Guaimaro, Sibanicú, San Miguel, Cubitas, San Gerónimo, Santa Cruz, Cascorro, Morón, Ciego de Ávila y otros numerosos partidos bien poblados.

La riqueza de este departamento la constituyen la crianza de ganados de todas clases, el cultivo del tabaco y de las abejas, y alguna azúcar de mejor calidad que la de Cuba (Santiago de).

En el departamento occidental no existen más poblaciones contemporáneas que la Habana, Guanabacoa y Matanzas. Las dos primeras, pueden hoy considerarse como una misma con la de regla intermedia, por la corta distancia de una legua que las separa, y la facilidad de comunicarse por medio de vapores, ómnibus y ferrocarril.

Capital, la Habana con Regla y Guanabacoa. Tiene habitantes 233.995 

Jurisdicción de Matanzas 66.745 

Id. id. Cárdenas 61.379 

Id. id. Nueva Filipina 39.726

Id. id. Mariel 38.626

Id. id. Guines 33.511 

Id. id. Bejucal 19.148 

Id. id. Santiago 8.633 

Id. id. Jaruco 2.688 

Id. id. Santa María del Rosario 2.991

Id. id. San Antonio 26.174 

Total 533.616 


Están contenidos dentro de estas jurisdicciones los pueblos de Guanajay, Alquizar, Guira, Quivicán, Batabanó, Melena y muchos otros caseríos; pero ninguno de los otros pueblos mencionados, a excepción de la Habana y Matanzas, puede alternar en número de casas y habitantes, con los ya mencionados en los departamentos oriental y central. En estos pueblos por razón de ser ganaderos, sus campos están poco habitados, reconcentrándose sus moradores en aquellos, mientras que las poblaciones de la jurisdicción de gobierno de la Habana son nuevas, y de pocas casas y vecinos, consistiendo la mayor población de sus respectivas jurisdicciones en el número excesivo de esclavos que cultivan las poderosas fincas de azúcar, café y tabaco que forman la riqueza de este departamento.

Ocupémonos de las distancias de los pueblos de un departamento a otro. Ya se ha dicho que los caminos en toda la isla de Cuba a excepción de los alrededores de la Habana, en que hay algunas leguas de calzadas, existen en el mismo ser y estado que el día que entraron sus pobladores en ella, con la mejora del desmonte en poca parte de ellos; pues jamás se ha hecho un relleno, ni un rebajo ni un puente, ni una simple alcantarilla.

De Baracoa que es la ciudad más oriental a Cuba, hay leguas 69 

De Cuba que es la capital del departamento 

oriental a Puerto Príncipe, hay leguas 80 

De Puerto Príncipe, que es la capital del departamento del centro al extremo de su jurisdicción por la parte de Cienfuegos hay leguas 80 

De Cienfuegos a la Habana que es la capital del departamento occidental 

hay leguas 69 

Total 299 

Tenemos que establecida la única audiencia en la Habana, haríamos caminar a los vecinos de Baracoa para llegar a la capital leguas 299 

A los de Cuba id 236 

A los de Bayamo, Holguin y Matanzas, término medio 204 

A los de Puerto Príncipe, Nuevitas y Santa Cruz 151 

A los de de Villa Clara, Santo Espíritu, Trinidad, 

San Juan de los Remedios, término medio 90 

Vistas las enormes distancias de los distintos e importantes pueblos de la isla de Cuba a su capital, deduciremos, que lo mismo sería forzar a los vecinos de Cádiz, Málaga, Sevilla, la Coruña, Oviedo, Bilbao, Santander, Valladolid y 

Burgos, a llevar sus alzadas a la audiencia de Barcelona que reducir las audiencias de la isla de Cuba a una establecida en la Habana que es la capital más occidental de ella, y violentar a los pueblos menos ricos de la isla a ocurrir por distancias tan largas a la capital. Y no sería lo mismo, porque en España hay regulares carreteras en que poder recorrer esas distancias en ocho días lo más; mientras que de Baracoa a la Habana ni es posible hacer el viaje en carruaje; y a caballo y en tiempos ordinarios de la estación de secas se invertirían de veinte a veinticuatro días. En la estación de primavera no es calculable el tiempo, porque eso depende de lo más o menos que llueva, y de que los innumerables ríos y bajíos se enjuguen y permitan el paso. La posta invierte desde Baracoa a la Habana catorce días, y en tiempos de lluvias ha habido ejemplares de veinte días.

Querer obligar a los vecinos de los departamentos oriental y central a llevar sus alzadas a la Habana, suprimiendo la audiencia de Puerto Príncipe, por razón de obtener economías, sería tan tirano e injusto, como obligar a todos 

los pueblos de España a venir con sus apelaciones a Madrid, porque necesitándose de buscar economías, se suprimiesen las trece audiencias de todo el reino y se refundiesen en la de Madrid, aun cuando este tribunal se engrandeciese de manera que pudiera conocer de todos esos negocios.

No caminan los habitantes de los pueblos en España más lejanos de sus audiencias respectivas ni la quinta parte de las leguas que tienen que vencer hoy los habitantes de la isla de Cuba para llegar a las suyas, ni son los caminos de España tan malos como los de Cuba; no son tan necesarias algunas de ellas para los pueblos de sus distritos, a los cuales les sería indiferente ocurrir a otra capital a llevar sus apelaciones; muchas de ellas despachan muchísimos menos negocios y de muchísimo menos interés, que los que se resuelven en la audiencia de Puerto Príncipe, según se puede 

comparar en los respectivos trabajos estadísticos de ocupación que rinden en fin de cada año; no son menos las necesidades de obtener economías para atender a las urgencias de la Península; y sin embargo, a nadie le ha ocurrido que se suprima ninguna audiencia del reino para conseguirlas. 

Los tribunales superiores de justicia bien organizados, son para la moralidad y bien de los pueblos, lo que los rayos del sol y el agua para las plantas. Sin que se administre pronta justicia, sin gran detrimento del que la reclama, no puede haber confianza en el espíritu del que trabaja para tener y para enriquecer al Estado. Sin el calor del sol y el beneficio del riego, no pueden cogerse sazonados frutos. Si por las circunstancias presentes se necesitan economías, búsquense enhorabuena entre las cosas que producen recursos 

monetarios, pero no se supriman para encontrarlas las instituciones necesarias, que sirven para moralizar los pueblos e inclinarlos al trabajo pacífico, que es el que los pone en saludable producción para el Tesoro público. 

Pasemos a ocuparnos de la diferencia enorme que existe entre los medios de alcanzar los recursos para vivir y acumular en la Habana, a los muy limitados de los otros pueblos de los departamentos oriental y central.

Como que el departamento occidental es mucho más rico que los otros dos, pues su riqueza la forma la producción de los frutos preciosos para todo el mundo, como son la azúcar, el tabaco y el café; como que en él existe el puerto de la Habana, cuya concurrencia de buques en demanda de los tres 

artículos, es igual casi a la de Londres y Nueva York y mayor que la de todos los demás puertos del mundo; como que por esta misma razón los comerciantes de más crédito, y más fondo tienen que vivir en la Habana; como que en sus almacenes se concentran los depósitos de todas las producciones, y manufacturas de todos los pueblos del mundo que van representando dinero para cambiarse por sus tres producciones; tenemos, que esta misma preponderancia hace ir a su puerto y a sus depósitos esos mismos frutos productos del resto de los pueblos de toda la isla; de manera, que el dinero que circula en ellos debe haber pasado antes por manos de los comerciantes de la Habana, dejándoles el interés correspondiente; razón porque en esta parte tan esencial a las transacciones, todos los pueblos están dependiendo del mayor o menor embarque de los frutos en el puerto de la capital, y esta dependencia, siempre es una rémora que sufre el movimiento comercial de los pueblos. Como que la única producción que forma la riqueza de los departamentos oriental y central la constituye la crianza de ganados, y el mayor consumo de ellos se hace en el departamento occidental; como para que pueda tener salida en el consumo 

por menor, se hace necesaria la mejora de un año o más de esos animales en los potreros de la Habana, de donde resulta que dobla su precio en la matanza; como sin dar más razones que estas, se deduce la mayor pobreza de los departamentos central y oriental, pues se ve que sus otras producciones de las que se venden fuera de la isla, son una miniatura comparadas con las de la Habana. ¿Por qué es, pues, que se pretende que esos pueblos pobres vayan a litigar al más distante y de más difícil acceso, al más rico, lujoso y caro; y donde para comer las carnes, únicos frutos que les vendieron, tienen que pagarlas por un duplo del precio que tomaron por los animales en sus pueblos? Esto es ponerse fuera de los límites de la sana economía política, es atentar de hecho contra la felicidad de los pueblos, es exasperarlos..., y no creo que haya quien en las circunstancias presentes quiera echar sobre sí responsabilidades tan graves.

De todos los pueblos de la isla de Cuba, se han retraído siempre sus vecinos de pasar a la capital por las dificultades que tiene que vencer el que de un pueblo de menos categoría se ve en la necesidad de pasar a otro que lleva el nombre de la corte, donde se concentran los primeros mandatarios, el lujo y la fastuosa ostentación. El provincial cuando ocurre a la corte, no sólo tiene que cambiar de traje, sino que pone cuidado en no usar de sus provincialismos; so pena de ser mofado; y esto no se echa de ver tanto en España como en la isla de Cuba, porque aquí no hay embarazo en que el valenciano, el catalán, el gallego y el aragonés recorran las calles de Madrid con sus trajes especiales, hablando el dialecto peculiar de ellos, ni que en medio de estos use de sus chistes el alegre andaluz con su chaqueta de 

alamares, su calzón corto, su sombrero calañés, su capa y su navaja. En la isla de Cuba no hay más trajes que el de etiqueta que lo forma la casaca de paño y sombrero negro, que usan todas las clases; o la camisa blanca, el calzón de pretina y el sombrero de paja que llevan los hombres en el campo, y muchos de estos se abstienen de entrar en las poblaciones si no visten la casaca. Bien que, como en todos los pueblos de la isla, menos en la Habana, se vive entre parientes, amigos y conocidos, se ha generalizado el uso del 

gabán de hilo y el sombrero de paja, que usan el pobre y el rico, y con este económico traje, concurren a los teatros, los paseos y las tertulias, hasta los empleados en los pueblos pequeños; mientras que en la Habana para concurrir a esos lugares públicos, se hace indispensable el traje de etiqueta, así es que, solamente se ven ir a la capital, o a los que van a gastar en un mes las rentas de un año, con tal de pasearse y de gozar de sus magníficos espectáculos, o a los que son arrastrados por negocios de puro interés, pues poquísimos de los que tienen pendientes apelaciones en los juzgados especiales acuden, porque ya van sabiendo que tienen que gastar a más de lo muy caro de todos los artículos que consumen, el aumento de costas que tienen sus aranceles como luego diremos. Son más caros en la Habana vendidos por menor los géneros de mercería que en los demás pueblos de la isla, aun cuando los comerciantes los sacan de los almacenes del depósito de la Habana, en razón, a que son mayores los alquileres de las casas, y los salarios de los dependientes. Cuando en la Habana se paga por el alquiler mensual de una casa 68 pesos, bien puede asegurarse que otra igual en Puerto Príncipe ganaría 20 pesos o menos. En Puerto Príncipe no hay una sola casa que gane cien duros mensuales, y las hay muy buenas de alto y bajo (1). (1) Después de escrita esta memoria hemos sabido que una casa de cuatro pisos, que antes habitaba su dueño, ha sido alquilada toda ella, por doscientos pesos al nuevo comandante general. Esa misma casa en la Habana ganaría mil duros mensuales, atendida su capacidad y su situación.

En la Habana pasan de 500 las casas que ganan de 500 y 1.000 duros mensuales, siendo la en que está la audiencia pretorial una de ellas. ¿Pero a qué cansarnos en hacer comparaciones, si los datos que confirman esta verdad, fueron cuidadosamente acumulados y puestos de manifiesto al gobierno, cuando este tuvo por conveniente aumentar los sueldos a los magistrados de la pretorial sobre los de la de Puerto Príncipe y aprobar 

el aumento de los derechos de los curiales en el arancel que rige en el distrito de la audiencia de la Habana? 

Vistos los males que se causarían a los pueblos de los departamentos oriental y central, llevándolos a litigar a la Habana, pasemos a demostrar los bienes que le resultarían a los pueblos vecinos de la Habana de ir a litigar a Puerto Príncipe si las audiencias se centralizasen allí, y las grandes economías que le resultarían al Erario, si economías deben buscarse, suprimiendo los tribunales de justicia necesarios.

No seremos nosotros los que aconsejemos que se suprima la audiencia de la Habana, porque no se nos ocultan los males que se causarían a muchísimos que han creado intereses a su sombra, lo perjudicial que es introducir novedades de ese tamaño en los pueblos; lejos de eso, aconsejaríamos que se estableciese otra audiencia en la capital del departamento oriental reconocida como están las ventajas que les resultan a la moralidad y riqueza de los pueblos, de la inmediata vigilancia del tribunal superior de alzadas; sin embargo de que, si se insistiese en suprimir la audiencia de Puerto Príncipe, por razón de proporcionar economías para llenar otras atenciones, somos de opinión que sólo en ese caso, más conveniente sería llevar la audiencia de la Habana a Puerto Príncipe engrandeciéndola de manera que pudiese atender sin ahogo a los asuntos de los tres departamentos, que refundir la de Puerto Príncipe en la de la Habana, como lo demostraremos. En los pueblos tan ricos y que centralizan los movimientos comerciales, como los reúne la Habana, por su posición geográfica, no se sienten 

pequeñas alteraciones como la de la falta de un tribunal, y mucho menos cuando le quedan otros de igual valor, de manera, que muy pronto dejaría de notarse su falta. Considerada la cuestión por el lado de intereses particulares, estamos seguros que más lugar tendrían los magistrados y 

curiales de proporcionarse ahorros en Puerto Príncipe que en la Habana, aunque los sueldos y derechos sean allí menos, por la razón dicha antes, de ser ese un país inmensamente más barato que la Habana, en donde casi nada podrán acumular, atendidas las exigencias de su lujo.

Vista la centralización de las audiencias en Puerto Príncipe por el lado de utilidades directas que del momento recibiría la real Hacienda, nos atrevemos a decir, que serían incalculables. Considérense las ventajas que recibe un pueblo de menos valor, cuando centraliza un tribunal a donde deben acudir los pueblos más ricos y más ilustrados y véanse de bulto los bienes que por instantes irían derramando estos habitantes en beneficio del engrandecimiento de la riqueza pública, y del fomento del poder intelectual de aquellos, pues es demasiado sabido que por el influjo de estos dos gruesos manantiales, es que acrece la fuente del tesoro público. Mírese lo menos que gastarla la real Hacienda por el pago que hace hoy del aumento de los sueldos de los magistrados y subalternos y el alquiler del edificio que ocupa la audiencia pretorial. Considérense las indemnizaciones que tendría que hacer a muchos de los que poseen oficios comprados al Erario si se quitase la audiencia de Puerto Príncipe. Considérese por último la tranquilidad y confianza con que litigarán los que saben que tienen que gastar la mitad menos de los derechos, pues les alimenta la esperanza de quedarse con la mitad que han dejado de gastar, para acudir al trono si se considerasen agraviados por los fallos que les resulten; y entonces se verá cuan beneficioso sería para el tesoro público, y para los pueblos de la isla la centralización de las audiencias en Puerto Príncipe. Bien podríamos citar como una prueba del mayor gasto que tiene que hacer en la audiencia de la Habana, el litigante de la provincia occidental; el desaliento que le queda para acudir al tribunal supremo de justicia, después que ha oído su último fallo allí, en los muy contados recursos que han venido a este tribunal después de 1840 hasta hoy, comparados con los que vinieron desde 1820 a 1830, y de este año al de 1840; pero no insistimos en este particular, porque no se crea que tenemos interés en que se quite la audiencia de la Habana; lejos de eso, repetimos, querríamos que se estableciese otra en Santiago de Cuba. 

Refundiendo la audiencia de Puerto Príncipe en la de la Habana, aparte de los perjuicios ya repetidos, que sufrirían la riqueza de los pueblos, de los departamentos central y oriental, los vecinos entre sí, y la recta y pronta administración de justicia, veamos los que le vendrían del momento a la real Hacienda. Se tendría que establecer otra sala en la audiencia de la Habana, porque no sería posible que con el número de magistrados que tiene hoy pudiese atender a todos los negocios de la isla en general, y a los tribunales especiales de que forman parte, como son las juntas de competencias, contenciosa de hacienda, de revisión de causas militares, juzgado de bienes de difuntos etc. Estos magistrados que por lo menos deberían de ser cuatro 

con un fiscal, gozarían del aumento de sueldo que los demás; habría que aumentar el edificio alquilando otros departamentos para esta nueva sala, cuyo alquiler puede graduarse en el mismo sueldo que el de un oidor; habría que hacer algunas indemnizaciones a los que poseen oficios comprados a la real Hacienda, que quedarían sin ocupación; habría que trasladar el inmenso archivo de esa audiencia que data desde su instalación en la isla de Santo Domingo, y sumados estos gastos que serían perentorios, creemos que no 

haya quien deje de estar por la centralización de las audiencias en Puerto Príncipe.

Para robustecer la prueba de la mayor conveniencia que le resultaría a los vecinos de los pueblos que rodean la capital, de llevar sus apelaciones a Puerto Príncipe, hablemos del estado actual de las comunicaciones por mar y tierra cuyo adelanto no se conocía cuando se erigió la audiencia pretorial en 1789 (?? pone 1989). Esta mejora es del año de 1843 a la fecha. Desde la Habana parte un ferrocarril que en ocho horas con las detenciones correspondientes en muchas estaciones, la ha puesto en comunicación diaria con Matanzas, habiendo atravesado por sus principales poblaciones de 

Santiago, San Antonio, Bejucal, Batabanó y Guines, De Matanzas parten otros dos que unen esta ciudad con Cárdenas inmediatamente, cuya población dista muy poco de Jaruco, de donde sale otro ferrocarril que dirigiéndose a Cienfuegos termina hoy más arriba de Managuises. En 

Cienfuegos se está construyendo otro ferrocarril hasta Villa Clara. En Caibarien se está concluyendo otro hasta San Juan de los Remedios, y se trata ya del que reúna esta villa con Santa Clara. A esta hora estará terminado el ferrocarril que sale de Nuevitas hasta Puerto Príncipe; y ya se han hecho los primeros trabajos del reconocimiento de la línea del ferrocarril que ha de unir a Puerto Príncipe con su puerto de Santa Cruz en la costa del Sud (Sur). De la Habana sale cada veinte días un vapor que tocando en Matanzas, Sagua la grande, San Juan de los Remedios, Nuevitas, Jibara y Baracoa llega a Santiago de Cuba en cuatro días, sin navegar en tres noches. Del Batabanó sale todas las semanas un vapor para Trinidad con escala en Cienfuegos, y en cuyo viaje invierte veinticuatro horas. Del mismo Batabanó sale todos los meses otro vapor para Santiago de Cuba con escalas en Cienfuegos, Trinidad, Santa Cruz, y el Manzanillo, en cuyo viaje invierte cuatro días. Con este sistema de rápidas comunicaciones, tenemos, que tanto la Habana como cualquiera de los pueblos de sus alrededores, están a tres días de diferencia del centro de la isla, que es Puerto Príncipe, sin los inconvenientes que tenían antes de 1843 de malos caminos y dificultades para viajar. Tenemos que los que quieran ir en persona a seguir sus apelaciones siendo vecinos del departamento occidental, lo mismo se movilizan de sus pueblos para la Habana que de ellos para Puerto Príncipe con la ventaja que allí gastarán menos en vivir, menos en sostener su pleito y menos atavíos que en la suntuosa capital. Además, que en los presupuestos de los gastos que ocasionan las apelaciones, no siempre figura 

la partida de gastos por viajes personales; porque no hay una necesidad de que las partes ocurran en persona al punto de la residencia del tribunal superior. Basta que envíen sus instrucciones y expensas a sus procuradores, y si esto hacen hoy mismo, aun estando a dos horas de la Habana, con cuánto más gusto no lo harían a un lugar donde solamente mandarían la mitad del dinero para las expensas. No temerían tanto como temen hoy seguir sus alzadas, y no quedarían confundidos sus derechos con la dificultad de acudir a un tribunal tan caro como se ha hecho la audiencia de la Habana, por sus nuevos aranceles. Pocos han sido siempre los que en persona han ido a hacerse conocer de los magistrados, y los que lo hacen, es porque consideran que por sus respetos e influjos pueden mejorar el estado de sus negocios; y si este paso es del todo voluntario, y lejos de ser provechoso a la libre administración de justicia, puede serle perjudicial, ¿no vale más poner al rico azucarero, al que vive en el país donde todo sobra, donde consigue el dinero con más facilidad, en la necesidad de irlo a gastar al país del pobre, dejando en él los bienes que siempre deja el rico por donde pasa; que forzar al pobre ganadero, al provincial del país en que todo falta, donde de cualquier manera se vive, a ir a la capital a gastar lo que sus rentas no le producen? Esto ni sería obrar conforme con los sanos principios de economía política, ni con las leyes de justicia, ni con los caminos del bien, que todo gobierno sabio debe adoptar para que los pueblos de sus estados crezcan con igualdad, y gocen todos sus moradores de derechos que les sean recíprocos, cambiándose mutuamente los productos de unos, con las necesidades de los otros.

Todos los pueblos de la isla de Cuba, están forzados a ocurrir a la Habana, por las alzadas en los tribunales de Guerra, Marina, Hacienda, Ingenieros, Artillería, Correos y competencias porque ahí reciben esos tribunales y jefes superiores (su-riores). Acuden así mismo muchos pueblos del departamento 

del centro desde el Ciego de Ávila hasta Cienfuegos y Sagua, por los asuntos eclesiásticos, por corresponder a aquel obispado. Acuden los ayuntamientos todos hasta por una licencia para gastar diez duros en beneficio de sus pueblos, que muchas veces son mayores los portes de correos que ocasiona el expediente que se forma para solicitarla, que la cantidad que se pide; acude la juventud a la universidad a los estudios de medicina, derechos y farmacia, y sin embargo de absorberlo todo la capital de la isla de Cuba, todavía aspira a contener exclusivamente el tribunal ordinario de alzadas. 

Si esto llegase a suceder sería terrible, sería peligroso. 

Además, hay una razón que alegar, para si las expuestas no han hecho inclinar el ánimo de los altos funcionarios que deberán resolver esta cuestión, en favor de las provincias oriental y central; la gravedad de ella sola bastaría sin duda para que no se pensase jamás en privar a Puerto Príncipe de su audiencia. La mayor parte de los asuntos que se sentencian en esta audiencia, consisten, o en diferencias de límites de las haciendas comuneras, que por motivo de sus juicios universales de divisiones se suscitan, o por las crianzas de ganados en comunidad, en cuya forma subsisten en la mayor parte de ellas, y dan motivo a frecuentes litigios. 

Por motivo de este sistema especial de conservar allí las propiedades rurales, se ha tenido que formar una legislación particular, que estudian los abogados del país, y que tienen que aprender inmediatamente que llegan los magistrados nombrados para aquella audiencia, para poder atender en 

justicia a las raras y extraordinarias reclamaciones que se suscitan, y que las más veces para hacerse cargo de ellas, tienen que constituirse personalmente en los puntos litigiosos. ¿Qué sería, pues, de los derechos de estos pobres ganaderos, si sus pleitos fuesen a ventilarse a un país donde ni los abogados defensores, ni los magistrados entendieran una línea de las reclamaciones; porque no conociendo las costumbres del país, no podrían comprender las leyes especiales dictadas inmediatamente sobre las necesidades que la experiencia y la repetición de hechos ha enseñado? Respondan a esto los que aspiran a sumir en completa ruina los departamentos oriental y central quitándoles su audiencia territorial. 

¿No sería más lógico, más natural y más justo, que el tribunal superior de alzadas de la isla de Cuba con el renombre de pretorial, o con cualquiera otro que quisiera dársele, estuviese centralizado en medio de los demás pueblos donde se puede acudir en tres días del punto más distante de ella, donde se gasta menos, y donde no sólo se conoce su legislación particular, sino se posee la general del reino? ¿No sería muy natural esperar que volviesen las cosas al estado que tenían en 1838, es decir, antes de la erección de la audiencia en la Habana, puesto que con esta sabia medida se 

obtendrían ventajas inmensas para los pueblos y las grandes economías que se buscan para el Tesoro público? Esperamos que el gobierno de S. M. tome seriamente en consideración todo lo expuesto aquí, y que además oiga a todos los ayuntamientos de los antiguos pueblos de los departamentos central y oriental, antes de resolver definitivamente un asunto tan importante, y que tiene en mortal zozobra a los mayores pueblos de la isla de Cuba. 

Madrid 20 de octubre de 1850. 

JOSÉ DE LA CRUZ CASTELLANOS Y MOJARRIETA. 


LOS EMPLEOS DE ULTRAMAR DEBEN SER CARGOS RETRIBUIDOS Y NO CONTRIBUCIONES INJUSTAS.


Como en la publicación de nuestros números vamos desarrollando un plan completo para entrar de lleno en el estado moral, el orden interior y administrativo que alcanza el pueblo cubano; casi nos hacemos violencia de anticipar aquí aunque muy ligeramente, algunas observaciones que más adelante extenderemos sobre la condición personal de los empleados en Cuba. Pero como quiera que haya que proveer ciertas vacantes que llevan en su nombramiento una pesada carga para el país, una contribución verdadera, y esto sucede casi sin saberse por España, y esto se repite de pocos años a esta parte con una gravosa frecuencia; nosotros persuadidos de toda la justificación del Sr. Bravo Murillo, ministro actual de Hacienda, vamos a poner ante sus ojos lo que envuelve en Cuba la provisión de uno de esos destinos que allí tienen lo que se llaman vistas, puesto que pertenece a su ramo la vacante que hay que dar, por la desgraciada muerte del Sr. D. Miguel Fuente Alcántara fiscal de aquella hacienda, joven tan entendido y a quien tributamos aquí todo el sentimiento que nos produjo la pérdida de su mérito y el afecto de su particular amistad.

Llámanse allí vistas los derechos que están en la posesión legal de cobrar ciertos funcionarios cuando llegan allí y se hacen cargo de sus destinos, mediante cierta cantidad que la ley les asigna por cada folio de los expedientes que encuentran para su despacho. Concedido esto en el tiempo 

que se otorgó, nada parecía más natural en aquellos dominios. Aquellas sociedades principiaban a desarrollarse y hasta sus poblaciones eran escasas. Después, proveído que era uno de estos destinos, su inamovilidad era casi segura o se cumplía al menos el término que aquellas leyes prefijaban. Así, teniendo pocos negocios de que conocer y siendo muy tardío el plazo en que otro juez o funcionario abocaba su conocimiento, la legislación tomó en cuenta el tiempo extraordinario que este funcionario tenía que invertir hasta ponerse al corriente de todo su despacho, y le asignó por lo tanto a costa de las partes, este proporcional tributo de su extraordinaria pensión. Pero aquellas sociedades crecieron como sucedió en la Habana, y con su aumento y su riqueza la mayor complicación de sus intereses y la multiplicación mayor de sus negocios. Donde antes hubo un asesor general, después cuatro, y hoy cinco alcaldes mayores; ha quedado todavía un solo auditor de Guerra, otro auditor de Marina, un fiscal solamente de Hacienda y otros puestos por el estilo. ¿Qué ha venido, pues, a resultar? Que a el primero como a los demás, siéndole imposible ya despachar por sí tal cúmulo de causas y expedientes, tienen que valerse de otros auxiliares, de otros abogados, lo cual no lo decimos como más adelante lo diremos por lo que de su despacho resulta, sino porque ya se concibe cuántos serán los folios o las hojas que deben ser tributarios al nuevo candidato que a estos destinos llega. Baste decir que ha habido asesor general que sólo puso un auto de "cítense a las partes para la resolución general” y cuando ya lo iba a despachar llegó su relevo de la Península y hubo que dársele más de dos mil duros de vistas. Lo que el dignísimo fiscal Sr. Fuente Alcántara ha tenido que tomar en sólo tres meses que desempeñó su destino, de tanto como por el público se repite, dejamos de indicarlo. Las letras que con este motivo se han girado a su desconsolada familia dicen por sí mucho, sin dejar de ser su cantidad la más legal y admitida. Pero ¿a dónde va a parar la suma de estas exacciones sobre un país mismo, sobre una propia ciudad, por causas extraordinarias tan repetidas? Sólo en el departamento de Marina, entre auditores en propiedad e interinos, han pasado de trece en un periodo de diez y seis años.

Nada más decimos, porque nos reservamos hablar más detenidamente de estas materias cuando en los sucesivos números vayamos tocando todos los ramos interiores de aquella tan desconocida administración. Por hoy sólo llamamos la atención del señor ministro del ramo por la vacante que tiene que proveer en Hacienda, sometiéndole estos antecedentes. Por lo demás, dejamos a su ilustración justificada el modo de remediar este mal, sin comprometer el servicio. Esto según nuestro entender se haría, si todos estos destinos según fuesen vacando no se proveyeran ya según su antigua forma, sino bajo el pie de un sueldo proporcional y fijo, del modo que se ha hecho ya con aquellos alcaldes mayores. ¿Y cuál deberá ser este? No escaso: aquel pueblo es el más caro del mundo y estos por sí mismos son unos 

destinos donde es preciso poner al abrigo de la independencia hasta la propia virtud si lo han de merecer hombres de honra y funcionarios que puedan resistir las muchas tentaciones de un país espléndido y rico.

El gobierno de S. M., por último, debe ya determinar un nuevo sistema sobre esta clase de destinos y reconocer en todos el equitativo principio de que los empleos en Ultramar deben ser ya cargos retribuidos pero no contribuciones injustas. 


MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER. 



SECCIÓN LITERARIA. 

POETAS MALLORQUINES (1). 

(1) En nuestro número del 15 del pasado octubre prometimos para el siguiente el artículo de los poetas cubanos, cosa que no pudo tener tampoco efecto por lo que dijimos aquel día; y hoy, que íbamos a cumplir con esta deuda, nos ha parecido también suspenderlo, para dar en su lugar el que acabamos de recibir extendido por el conocido literato el señor don Joaquín María Bover, residente en Palma de Mallorca, y que viene a ser como el ensayo crítico de los poetas de aquel suelo. De este modo, habiendo ya publicado el artículo de los poetas canarios, seguirá este y después el de los cubanos, más distantes que unos y otros de nuestra madre patria. La erudición y la crítica que se notan en este trabajo no desdicen por cierto de las prendas que este autor ha manifestado en otros. Hubiéramos querido en obsequio de su pensamiento y del gusto de nuestros lectores darlo íntegro: pero, no nos lo permiten los límites estrechos de que disponemos para las demás materias. 

Mallorca, madre fecunda de hombres en todos conceptos eminentes, ha producido también, desde la antigüedad más remota, vates que supieron distinguirse en los certámenes que celebraban las academias de Barcelona y Tolosa. En el siglo XIII (sólo se lee III), cuando la rima vulgar empezaba y era tan estimada la que se llamó gaya sciencia, Bernardo Mogoda, uno de los caballeros que siguieron a don Jaime I en la conquista de esta isla, creído en el instinto de vaticinar y en el influjo de las estrellas, escribió en el estilo bíblico y oriental muchas predicciones de prosperidades y de infortunios. 

Con las estrofas que siguen parece que quiso pintar la derrota que en 1343 experimentó D. Jaime III último rey de Mallorca.

Lo rey se despedía 

ab sola una galera; 

vindrá á la ribera

ja destrosada. 

Dient ab ven (veu) alzada: 

lo reina per qui sona, 

dirán: per la corona 

aragonesa." 


Els contraris l' han presa 

despres de la victoria; 

per eterna memoria 

será perduda. 


En la plassa venzuda 

corps y voltons carnatje 

faran en lo ribatje

dels homens presa. 


Por aquel mismo tiempo vino al mundo Raimundo Lulio, aquel ingenio asombroso que antes que Bacon de Verulamio alzase el noble grito de libertad filosófica y mucho antes que el célebre Erasmo diera al orbe literario días de gloria y honor a las ciencias útiles; dotado por la naturaleza de vastos y grandiosos proyectos, de sublime talento y comprensión universal, dio un agigantado paso en la escabrosa senda del saber, y sepultando en el olvido las ridículas formas del ergotismo, al través de la atmósfera de oscurantismo en que yacían sepultados los pueblos de la Europa, cultivando las lenguas orientales, y observando el majestuoso y sencillo curso de las leyes que rigen al orbe físico, dio el ejemplo, que sirvió de pauta a los restauradores de las ciencias, de establecer sobre la observación y experiencia los conocimientos físicos, que auxiliados de las matemáticas son deudores a Lulio de los rápidos progresos que Newton y demás sabios de primer orden hicieron en el vasto campo de la naturaleza. El inventor de la aguja náutica y del ácido nítrico, el hombre grande de su tiempo, el mallorquín Raimundo Lulio, escribía a sus discípulos del colegio de Miramar en esta isla: 

Rey poderos de l' alta cort divína 

quil fragil hom volgués ab vos vnir, 

teniu recort dels qui triste ruina 

de mort cruel en esta vall mesquina 

volen per vos passar y sofferir: 

Datslos esforz d' honrar y venerarvos 

yab (y ab : y con) alta veu tots temps glorificarvos. 


Frares menors ab ven (veu) clar argentina 

recordats ja de qui 's volgué vestir 

la nostra carn obrint del cel la mina, 

á Miramar á la gent mallorquina 

y al seu gran rey han fet prest construir: 

aquets, Senyor, iran tots per loarvos (pone lo-arvos) 

á convertir los moros en amarvos. 


¿Qué tarden donchs de sonar llur botzina 

los precadors que volen Deu servir, 

bísbes, abats, priors quin la fusina 

d' aquest mon trist per lór fan contramina 

los pobres tots dexant de fam perir? 

Que fan los reis que tarden en mostrarvos 

quel seu tresor es sols en exalzarvos? 


Grans y mitjans y chichs dins la cortina 

d' oprobis grans me volen escarnir; 

y amor ab plors y greus suspirs refina 

mon esperit en vos qui sou la tina 

del meu cos trist quis vol en vos languir: 

lenteniment, volér en recordarvos 

aumenten ja y en tot temps desitxarvos. 


Servir donchs vull, humil verge Maria, 

de mon poder, puis desitg esperanza 

prest m'ha tramés. Blanquerna ¿quin sabria 

dir hon teniu la vostra cetla pia 

perqu' hey servis l' Etern yo sens tardanza? 

y 'l meu desitg pogués tot saciarse 

en ell en qui tot sol pot alegrarse. 

El mismo Lulio empieza así su excelente plegaria al (pone la) Todopoderoso, plegaria que no ha visto aún la luz pública:

(Gerónimo Rosselló publica Obras rimadas de Ramon Lull escritas en idioma catalan-provenzal en 1859, seguidas de un glosario de voces anticuadas. El siguiente poema aparece con ligeras variantes) 

Alt en lo cel hont es la cort divina 

Ma pensa veu ab fervor inflamat 

que vos, Señyor, plorau de la ruina 

del mal etern á hont lo mon camina 

y est gran mal vos te granment irát. 


Plorau, Señyor, que mos ulls plorarán 

ab dolros plant vos faran compañía 

Señyor plorau que a Miramar irán (pone írán) 

faels sarvents que per vos penarán 

portant silicis dejunant cada dia. 

Mirau Señyor las nafras canceradas etc. (Atentos a: las, nafras, canceradas)

A principios del siglo XIV floreció el anónimo conocido con el nombre de mercader mallorquí, quien en una de sus poesías expresa elegantemente el desdén: 

Cercats duy may, ja siats bella e pros 

quels vostres pres e laurs eris plasents: 

car vengút es lo temps quem aurets menys; 

nom anziura vostro sguard amoros 

ne la semblanza gaya; 

car trobat nay 

altre quim play 

sol que luy playa 

altra sens vos perque lin voltray be 

e tindrem car s' amor que axis convé. 

Otro poeta floreció por aquel mismo tiempo que es notable por la pureza de versificación y por la perfección de lenguaje. Hablamos de Lorongo, hijo de Ferrario Roselló (Rosselló), consejero del rey don Jaime III de Mallorca y hermano de Saura casada con el infante don Sancho de este reino. Escribió un epitalamio al casamiento de su tía Blanca con el conde de Cardona y es de notar lo dulce y sentimental de la segunda estrofa. 

A vos jo li dou le blanque doncele, 

á vos alt Señyor de tant clar linatje: 

ella es de mon quor rique maravele, 

de vostra notblia molt brilant estrele 

y á vostra quorona será un adornatje. 


Si donchs la teniu ab molt gran valia 

y de ses virtuts n' estau molt prendat, 

el meu sperit, Blanque perla mia, 

el jorn que ixquires de ma compañya 

quedá ab plor y dol del tot ofuscat. 


Si arnesos y lansas y escuts y quoronas 

aportau señyor dels inclits passats 

qui tembran las armas dels Folchs y Cardonas 

que en tantas asañyas tan altas personas 

molts de sarrayns veren traspasats; 


La vostra motler ab roitjios pavesos 

y ab virtuts y merits yl vostro blassó 

y vostre notblía y fets gentilesos 

ab los de lurs avis serán adornesos 

ab barras y sanch del rey de Aragó. 

Generalizado el gusto a la poesía lemosina necesario era un libro que fijase las reglas para aprender a escribirla con toda perfección. Este libro apareció a mediados del siglo XIV siendo su autor el mallorquín Berenguer Noya.

Romeo Burguera, (Bruguera?) célebre dominico, privado íntimo del rey Felipe el Hermoso, a quien ayudó en la expulsión de los templarios, compuso varios tratados ascéticos en poesía lemosina. Su Biblia rimada é en romans, es una verdadera traducción de la latina llamada aurora que en el siglo XII escribió Pedro de Riga, reducida a contar aisladamente en verso los principales sucesos de la historia sagrada con algunos de los sapienciales, inclusos los macabeos. Burguera siguió el orden que tienen en la Biblia los libros históricos, sin omitir el de los proverbios, cuya traducción es graciosísima. Concluye con el Apocalipsis. Para muestra de su lenguaje copiaremos los versos con que termina el prólogo.

Asó ay de lati en romans tornat 

á honor de la contessa que Deus guard 

d'Ampurias marchessa á nom (1) 

(1) Creemos que esta marquesa de Ampurias es la hija de Guillermo de Peralta, vizconde de Cabrera, que murió a principios del siglo XIII según el historiador Bosch. 

E fo fila dun gran rich hom 

que fo vezcomte de Cabrera 

é lexá esta hereteyre 

de Muntsoriu e del vezcomptat 

tot quan havia la laxat 

de Cataluñya porta flor 

denseñyament é de valor, 

de franquea de gai parlar, 

dumilitat crey no ha par, 

de Deu li plats souen parlar 

molt dejunar e molt horar. 

La poesía académica o latina no empezó a cultivarse por mallorquines hasta principios del siglo XV. Entonces perdieron su boga los versos bárbaros y leoninos, y el canónigo Esperandeo Español, el caballero Arnaldo Descós, 

y Antonio Geraldino, escribieron hexámetros muy dignos de la época de León X. De este último copiaremos los que puso sobre el sepulcro de Raimundo Lulio. 

Clauditur hac Lulli Raimundi corpus in arca 

egregia quem stirpe tulit Gymnecia tellus. 

Mollis amator erat primaevo in flore juvente, 

mortali implicitur cura; mox pectora mutans 

in coelum tollensque oculos, peritura reliquit 

inventa est sordes; lateque est divinitus illi 

infusum ingenium, naturae arcana resolvens; 

perque omnes errans artes coelique recessus 

edidit in toto celebranda volumina mundo. 

Ipse quoque inmenso solers errabit in orbe, 

ut Christi leges alio sub sole locatos 

funderet in populos, paganaque pectora nostrae 

verteret ad cultum fidei, Christumque docéret 

esse Deum atque hominem genitrice e virgine natum

qua propter quando divis gens hunc barbara saxis

agressa est, cessit Libitis detrusus ab oris, 

dumque solum natale petit, Balearica regna, 

in patria senior prospectu fessus obivit. 

Español escribió a la memoria de su padre, que fue uno de los héroes que más se distinguieron en la defensa de Rhodas (Rodas), contra la invasión del Soldán (sultán) de Egipto que tuvo lugar en 1439, los versos que siguen: 

Hic hic Spagnolius tuus o Majorica tutor 

Cujus est a proavis durat in urbe domus 

Ausus multa quidem fungens tot honoribus urbis 

Effulsitque loco mens bona semper opum 

concordes animo natos sex forte reliquit 

creverat undeno mira nepote quies 

Trinacriam atque Rhodon ductae Hariamque triremis 

plausibus hic praetor laetitiaque fuit 

naumachia duros fausta mox fuderat hostes 

id Maetona ducem prospiciens coluit 

quumque diu Cyprus premeretur fessa tirano 

insiluit classis sub cruce vasta Rodi 

cui fervens inerat coram Balearicus ardor 

hoc acamas celebris consule mons gemuit 

contigit hinc tanden per lustra ophtalmia septem 

lumina cesserunt tabuit inde caro 

dicamus is nataeque duae Leonoraque conjux 

prima jacet simul hic natus ex alia 

nunc igitur gaudere juvat compage negata 

en à morte pius quisque resurget ovans. 

En los versos de Arnaldo Descós se observa una elegancia de lenguaje y una pureza de latinidad que pueden competir con las producciones de los autores clásicos. Descós fue uno de los literatos más conocidos de su época. En sus epístolas hace mención honorífica de su maestro el célebre Pedro Daqui, de su condiscípulo Juan de Malleon, obispo de Salamanca y de su amigo Bernardo Bohil, delegado apostólico en la expedición de Colón a las Indias. Así se expresa Descós en una de sus producciones: 

Si divum, ut fama est, servat tutela poetas, 

nunc ades, et gressus dirige virgo meos. 

Nil prossunt mussae, nil carminis auctor Apollo, 

ut possim justos nunc reperire pedes. 

Oh utinam versu tantas exponere laudes 

possem ut tam faustum nunc celebrare diem! 

Ergo subvenias inopi tua sacra canenti, 

conceptum ut referam, qui sine labe fuit. 

También cultivó Descós la poesía vulgar o lemosina, y en una, dedicada a la Purísima Concepción, son notables los versos que siguen: 

Perque es mastér que vos Verge sagrada 

ab vostro fill siau la nostra guia, 

clarificau la pensa entenebrada, 

y subveniu me llengua poc limada, 

que us puga dír ab nova melodia 

noves loors de vostre gran altesa 

qui de tot crim é pecat fou illesa.

(Se concluirá en el próximo número.) 


CRÓNICA QUINCENAL. 

Las noticias que nos vienen del exterior siguen siendo de un carácter pacífico. En Turín habían corrido voces de que el Papa tenía formulada una excomunión contra los ministros, por las disidencias que conocen nuestros lectores; pero los diarios ministeriales se han apresurado a tranquilizar las conciencias, asegurando la falsedad de tales conceptos. El 15 se abrirán las cámaras piamontesas, y se dice que el conde Pinelli renuncia voluntariamente a la presidencia para poder hablar con más libertad acerca de las cuestiones eclesiásticas y de la misión que ha desempeñado en Roma. 

El emperador de Austria, el rey de Baviera y el de Wurtemberg, marchan unidos, según convinieron en Bregent, y cuentan con el apoyo de la Rusia, que en las conferencias de Varsovia se ha declarado por su política. Así es que estos soberanos se arman a toda prisa y llevan adelante su plan, haciendo obrar a la dieta de Francfort, a la que con tales miras y de acuerdo con ellos ha acudido el elector de Hesse, como a soberano general federal. La Prusia, en vista de esto, ha retrocedido de sus ideas guerreras.

Por ahora se han terminado las diferencias que mediaban entre el presidente de la República francesa y el general Changarnier. En una conferencia que tuvo lugar en el Elíseo, el general dio a Luis Napoleón explicaciones que este juzgó satisfactorias, y todo ha quedado al parecer arreglado.

En Inglaterra ha excitado grande alarma en el clero protestante el restablecimiento de la jerarquía episcopal. Sin embargo, los católicos no desmayan, y últimamente se ha cantado en todas las iglesias y capillas de Liverpool un Te Deum, en acción de gracias por tal acontecimiento.

Hemos recibido noticias de Nueva York hasta el 23 de octubre. Nada de particular ocurría en los Estados Unidos.

Respecto de nuestras Antillas todo seguía tranquilo. Hallábanse en las aguas de la isla de Cuba dos vapores de guerra franceses, el Elan y el Mogador con instrucciones del presidente de aquella República para ponerse a disposición de las autoridades españolas y obrar de consuno con nuestra escuadra, en caso de otro ataque de piratas. Se había cantado un Te Deum en la catedral de la Habana por haber desaparecido completamente el cólera de aquella capital. Cada día se disminuían los temores de una nueva invasión. La confianza pública se iba restableciendo gradualmente, sin que por eso dejase la autoridad de estar precavida contra cualquier sorpresa. Y ya que la ocasión se nos viene a las manos, citaremos con este motivo un rasgo de clemencia que revela, como tantos otros, el generoso corazón de nuestra joven Reina. S. M. ha tenido a bien indultar a los dos capitanes de los buques piratas Susan Loud y Georgiana que habían sido condenados por el tribunal competente de la Habana a ocho años de presidio en la Península, y que acababan de llegar en un buque de la empresa de correos, bajo partida de registro. Este acto de magnanimidad surtirá saludables efectos en los ánimos de los agresores. En el interior se disfruta de una inalterable paz. El 31 del pasado abrió S. M. las cortes, con la acostumbrada solemnidad, en el nuevo palacio del Congreso. El 11 del actual se verificó la prueba general del camino de hierro de Aranjuez, que salió perfectamente. El embarcadero, situado fuera de la puerta de Atocha, y las alturas vecinas estuvieron llenas de gente desde muchas horas antes que llegase el tren. El día 10 se celebró en palacio la solemne imposición del birrete cardenalicio a los señores arzobispos de Toledo y de Sevilla: por la noche el nuncio de Su Santidad obsequió con un espléndido banquete a los dos nuevos Cardenales. Se han abierto por fin las cátedras del Ateneo, cuyos profesores son los señores Alcalá Galiano, Pastor Díaz, Pacheco, Benavides y otros distinguidos literatos. 

Las novedades teatrales de la última quincena han sido, en el Español, la comedia de tres ingenios Un clavo saca otro clavo, en Variedades la titulada Juegos prohibidos de D. Mariano Pina, y en los Basilios el drama Fernando el pescador o Málaga y los franceses. El teatro de la Comedia ha sacado a las tablas El dómine consejero y ha vuelto a representar, con singular placer de los asistentes, La verdad sospechosa de Alarcón y Las memorias del diablo, linda comedia, arreglada a la escena española por don Ventura de la Vega.

Un clavo saca otro clavo no obtuvo los honores de una segunda representación. Pereció desigual en su desempeño; y si bien los dos primeros actos habían ganado las simpatías del público, vinieron luego la desnudez y nulidad del tercero y ciertas frases mal sonantes del cuarto a desbaratar todo el edificio. En nuestro dictamen, lo que más contribuyó a la mala acogida de esta pieza fue que los espectadores esperaban ver una obra superior; y como la pena de esperanza frustrada es la más terrible de todas las penas, de aquí los chicheos con que fue saludada la comedia al caer el telón. Dispénsenos la junta de lectura que le digamos, que no es el mejor medio para sacar a un teatro de la postración, el administrarle como medicina comedias elaboradas entre tres o cuatro autores, por mucho talento que estos tengan. Dos, pase; aunque tampoco somos partidarios del doble trabajo intelectual en una misma obra; pero tres..: pero cuatro!... 

En un coliseo que lleva el título de Español, y que por lo tanto deba ser un teatro modelo, no debe acudirse nunca a semejantes recursos, propios sólo de empresas particulares; lo mismo nos duele esto que lo que nos lastima el leer en los anuncios los nombres de Ricardo d' Arlington, el Vaso de agua, etc. pues que ni Dumas ni Scribe son españoles ni necesitamos nosotros, que poseemos el más rico repertorio dramático del mundo, pedir auxilio con tanta frecuencia a los repertorios extranjeros.

Aunque no obra nueva, se ha representado con aplauso por la señora Lamadrid (Doña Teodora) y el Sr. Valero, el drama del señor Hartzembusch Los amantes de Teruel. El autor fue llamado a la escena. Los dos primeros actos nos parecen inferiores a los dos últimos; la acción se duerme, séase por la lentitud pantomímica con que se ejecuta, séase por defecto intrínseco del drama, séase por ambas cosas a la vez. Creemos que muchos versos de la obra, antes de ser refundida, estaban mejor que al presente. Si no nos apremiasen los estrechos límites de la Revista, probaríamos nuestro aserto con oportunas citaciones.

Se preparan en el mismo teatro las representaciones de Simón Bocanegra, Guzmán el bueno, Jugar por tablas y Bernardo de Cabrera; dos obras ya conocidas y dos nuevas. A las últimas les deseamos mejor éxito que a Remismunda y a Un clavo saca otro clavo.

Juegos prohibidos, original del señor Pina, abunda en chistes y es una comedia bien versificada. Los dos amantes de la viuda, el uno celoso y el otro hombre de calma, dan ocasión a lances bastante entretenidos. A nosotros nos han recordado los dos caracteres opuestos de la comedia del señor Auset Trampas inocentes. La militara vieja, con sus pretensiones de joven y sus aspiraciones amorosas, es un resorte tan gastado hoy día, que apenas excita risa. El autor fue llamado a la escena.

En Variedades se anuncia el capricho dramático lírico bailable titulado Escenas de Chamberí; le deseamos el éxito, la concurrencia y los aplausos del Tío Pinini del Instituto, con menos simplezas y chocarrerías, con más decoro y mejores maneras. El día 14 se representa la zarzuela nueva Pero Grullo, cuyo principal papel desempeña el Sr. Salas. En nuestro próximo número diremos algo sobre su ejecución, que de antemano juzgamos ha de ser buena por la excelente dirección de este famoso cantante.

El dómine consejero y la Verdad sospechosa son dos triunfos del Sr. Arjona. Nosotros le creemos inimitable en la primera de estas dos comedias. ¡Qué sencillez en la expresión! iQué candidez casi infantil en las palabras y modales del viejo dómine! ¡Qué bien realiza el señor Arjona aquel proverbio 

de que la vejez es una segunda infancia! La señora Samaniego coadyuva con su simpático modo de decir a la buena acogida que obtienen en esta temporada las funciones del teatro de la comedia.

Las del teatro del Drama continúan en decadencia. Todos los periódicos han censurado el drama Fernando el pescador, donde se ven, en confusa amalgama, reuniones de conspiradores, consejos de guerra, prisiones, reos llevados al cadalso, combates, gritos, descargas, etc. etc. y que sin embargo está enteramente escaso de interés. Anoche ha puesto en escena El mayor contrario amigo o Diablo predicador. Su ejecución, exceptuando al señor Caltañazor en el lego frai (fray) Antolín, no pudo estar peor; aun las gracias y bufonadas de este, son a costa del culto católico que admitimos. Esta pieza, prohibida unas veces y tolerada otras, pudo tener en su origen un fin piadoso; pero hoy es un verdadero escándalo su representación.

Parece que ya han llegado a esta corte la Alboni, la Frezzolini y Masset. La Alboni, según los diarios extranjeros, posee una de las organizaciones musicales más ricas y completas que se han visto hasta el día. Su voz de contralto es pura y simpática: pasa cuando quiere al mezzo soprano y al soprano más decidido, y puede cantar con igual aplomo el papel de María di Rohan, escrito para la Brambilla, y el de Rosina en El Barbero. El día 20 está destinado para inaugurar las funciones del teatro Real. Después de La Sonámbula se ejecutará un bailete en un acto titulado La reina de las flores, en el que desempeñará la principal parte la Fuoco.

Oímos en su día y hemos leído después la Oración pronunciada en la solemne apertura del curso académico de 1850 a 1851 de la universidad de Madrid, por nuestro distinguido amigo el doctor D. José Amador de los Ríos. Es un modelo de buen gusto, castiza elocución y acertado estilo. Traza con maestría el carácter especial de cada siglo, y hace ver que el del nuestro es examinarlo todo. El siglo XIX, en concepto de este escritor, es escudriñador por esencia. "Cupo, sin duda, (dice) a nuestros mayores la suerte de creer profundamente: a nosotros, amamantados por la duda, criados en la escuela del desengaño, sólo nos cumple examinarlo todo, para saciar esa febril inquietud que nos devora. Pudieron nuestros abuelos levantar suntuosos palacios y magníficos templos, cantando al par las hazañas de sus padres y sus propias proezas: nosotros estamos condenados a recoger los relieves de aquel opulentísimo banquete, siendo este quizá el único legado que podremos hacer a nuestros hijos."

Concluiremos nuestra crónica mencionando una novedad artística, que consiste en la magnifica custodia que el señor conde de Guaqui remite a Arequipa, trabajada en casa del señor Moratilla. La obra es de una ejecución sorprendente: su forma nueva y elegante, y su estilo gótico o de crestería. 

Honra tanto esta pieza a los artífices de nuestra patria, que es sensible no se resuelva el señor conde a enviarla a la exposición de Londres, por la prisa con que quiere remitirla a los que fueron un día nuestros hermanos políticos,

13 de noviembre de 1850. 



ESTUDIOS ADMINISTRATIVOS. 

DE LA CENTRALIZACIÓN EN ESPAÑA. 

ARTÍCULO II. 

Escritores diligentes y publicistas de gran nota disputan con calor si Castilla sufrió o no el yugo del régimen feudal común a toda Europa en aquel período de la historia llamado la edad media. Prolija tarea sería, y ajena por otra parte a nuestro intento, ocuparnos en profundas investigaciones con el fin de aclarar punto tan grave de nuestra constitución: bástanos con saber que, ora existiesen, ora no existiesen verdaderos feudos en Castilla, el poder político y la fuerza del gobierno se hallaban esparcidos y desmembrados.

Carecía la España por aquellos tiempos de los sentimientos y formas propias de toda asociación común: faltábanle leyes e instituciones generales: estaba el territorio despedazado: las tierras dependían unas de otras, y con ocasión de las tierras las personas. Los hombres apellidados en los antiguos documentos creationes, vivían en perpetua servidumbre y se enajenaban con la propiedad, como los servi adscripti glevae de los romanos, o como las encomiendas repartidas a los conquistadores de nuestras Indias.

Enhorabuena que la nobleza de Castilla no gozase en sus tierras de completa soberanía: pero ejercíala limitada por privilegio o concesión del monarca. El Fuero viejo expresa las prerrogativas esenciales de la corona, al decir: "Estas cuatro cosas son naturales al señorío del Rey, que non las deve dar a ningund ome, nin las partir de si, e pertenescen a el por razon del señorio natural: justicia, moneda, fonsadera é suos yantares:" prerrogativas que a pesar de esta reserva, fueron desprendidas en parte del trono y mutiladas a cada paso con el otorgamiento de gracias y mercedes sin número a los grandes, a los pueblos y a las iglesias. En tal estado de la sociedad, mal puede admitirse la opinión de un autor distinguido, cuando establece como principio de nuestro derecho público durante la edad media, que en Castilla poseía el monarca en toda su plenitud el poder ejecutivo. 

Las comunidades, según hemos visto, formaban una confederación cuya coexistencia con el régimen feudal más o menos extendido y arraigado en España, ponía nuevos cotos y lindes a esa potestad real que tan extensa la divisan algunos escritores, en quienes el ansia de asentar nuestra antigua constitución sobre un principio absoluto puede más, que la crítica severa y la diligencia exquisita para recoger uno a uno los mil fragmentos de soberanía dispersos en la historia legal de nuestra patria.

La excentralización política y administrativa rayaba entonces en su mayor altura: la democracia invadía lentamente el poder y la aristocracia no se avenía a perder terreno. El rey oprimido y estrechado por estas dos fuerzas encontradas, era la viva imagen de un bajel flotando a merced del viento entre dos escollos.

Todo poder a quien otros poderes abaten, resiste o perece. La monarquía no debía perecer en España, porque ni la nobleza era bastante fuerte para destruirla reemplazando aquella forma de gobierno con una liga de soberanos, ni le faltaba el apoyo de los pueblos acostumbrados a considerar al rey como el protector de los flacos y como el áncora de sus libertades; por eso buscó su salvación en la resistencia. Combatir a la vez la preponderancia de los nobles y los privilegios de las comunidades, no lo consentía la condición de los tiempos cuyas ideas e intereses distaban infinito de prestarse a ningún proyecto de unidad y de acuerdo. Un vago instinto de orden, más que cálculos y miras profundas de política, condujo a los reyes a contraer alianza con los pueblos para reprimir a los señores, viniendo a ser los humildes el azote de los orgullosos. Rodaron los siglos y el despotismo pasó su nivel por encima de grandes y pequeños; pero no es menos cierto que a la sazón la causa de la monarquía era juntamente la causa de la libertad.

San Fernando fue el primer monarca que dio muestras de conocer cuanto importaba uniformar las leyes, corregir ciertas instituciones y costumbres locales y afirmar por este medio la potestad real; pero la muerte le sobrecogió antes de poder sojuzgar la opinión que apegada a los antiguos fueros, resistía con tenaz empeño toda tentativa de reforma. Tan cierto es que la vida de un solo monarca, por larga que sea, no basta para desarraigar las costumbres seculares de un pueblo.

Sin embargo los conatos de San Fernando no dejaron de producir frutos, contribuyendo no poco a centralizar el poder y a organizar el gobierno. Su compilación de los fueros municipales y la versión al romance del Liber judicum, abrían el camino a la unidad en la legislación, y el establecimiento de adelantados mayores a la cabeza de cada provincia, extendía y afirmaba su autoridad por todo el reino.

Don Alonso X, dicho el Sabio, secundó con noble esfuerzo de ánimo y de entendimiento la reforma de la antigua constitución de Castilla iniciada por su padre, si bien no le imitó en la prudencia: quiso mudar la faz de la nación en breve espacio, concitó contra sí los odios de la nobleza, siguiéronse revueltas y perdió la corona que ciñó su hijo don Sancho el Bravo con general aplauso; lección severa que da la historia a los reyes cuya sabiduría y grandeza de corazón exceden de la común medida, porque no consiste la ciencia del gobierno en procurar a los pueblos el bien absoluto, sino en escoger con tino aquella suerte y aquel grado de bondad que más se ajustan a los hombres y a las cosas de su tiempo.

Preparaba don Alonso el Sabio de lejos el terreno a la reforma, contentando a la nobleza con la concesión de tierras pertenecientes a la corona, sembrando en los pueblos las semillas de las ciencias y de las artes como un medio poderoso de civilización, y sobre todo instituyendo escuelas de derecho civil y canónico. Protegía a los jurisconsultos y derramaba los tesoros del saber a manos llenas.

La nueva dignidad de emperador, levantándole en la opinión de nobles y plebeyos, favorecía en extremo el logro de sus deseos, y su propia flaqueza, dando entrada en el pecho a un sentimiento de vanidad irreprensible, contribuyó a enaltecerle como legislador, timbre que el rey Sabio envidiaba a Justiniano. El Fuero real, el Espejo, las Flores de las leyes y el Septenario o las Partidas, son otros tantos títulos a su gloria y al respeto de las presentes y futuras edades. 

Conocidas son las causas porque ni el Fuero Real ni las Partidas empezaron a tener por entonces fuerza obligatoria en todo el reino: los grandes no llevaron en paciencia el despojo de sus antiguos fueros, y las ciudades y villas tampoco estaban aparejadas a recibir una legislación uniforme. Contempló D. Alonso X las pasiones de unos y otros; pero si aplazó para días más bonancibles y serenos su proyecto de constituir la unidad política por medio de códigos generales, siempre perseveró en la idea, siquiera el torrente de la opinión le obligase a torcer de camino. Instituyendo alcaldes para Castilla, León y Estremadura obligados a seguir la corte y sentenciar a la vista del rey los pleitos en primera instancia, sentándose él mismo en el tribunal y dando audiencia pública tres veces a la semana, revindicaba en favor de la corona una de sus más preciadas prerrogativas, y acostumbraba a los pueblos a volver los ojos y tender las manos hacia el trono, resplandeciente en medio de la nación como un sol de justicia.

La prodigalidad de don Sancho el Bravo, o más bien su política personal, hizo retroceder a la España hacia el régimen de los fueros y privilegios. Distribuyó entre sus partidarios las rentas y tierras de la corona con perpetuo dominio, que según las leyes fundamentales del reino eran inenajenables, o sólo se concedían a título vitalicio, siendo por tanto reversibles a la corona: constituyó el gobierno de los pueblos y provincias hereditario en ciertas familias, cuando siempre había sido limitado por el tiempo y por la obligación de concurrir los gobernadores al servicio militar y de administrar justicia: introdujo la jurisdicción señorial, pues hasta entonces no se conocieron sino la real y la eclesiástica; y por último, no solamente otorgó nuevas franquicias y libertades a las ciudades, villas y lugares del reino, sino que además les reconoció el derecho de formar ligas y hermandades para proveer a la común defensa de sus fueros.

La turbulenta minoría de don Alonso XI desencadenó todos los males que encerraba el doble federalismo de la nobleza y de los pueblos; y sosegado apenas el reino por la prudencia suma de doña María de Molina y después por la energía del joven monarca, entró Castilla en un nuevo período de concentración y de reposo. El Ordenamiento de Alcalá y las Partidas que publicó y mandó observar, aunque con el carácter de código supletorio, contribuyeron al establecimiento de una legislación uniforme; mientras que la institución de los corregidores que el rey enviaba a las villas y ciudades como delegados de su autoridad, unas veces de propio movimiento y otras a petición de los pueblos mismos o de las personas agraviadas por los adelantados y merinos mayores, extendía la acción del gobierno a los puntos más remotos de su centro.

Don Enrique el II hubo de enflaquecer la corona tan altiva y poderosa durante el reinado de don Pedro, en fuerza; de tantas gracias y mercedes como prodigó para recompensar a los que siguieran su bando y fueran cómplices de su fratricidio. No obstante, débele la monarquía una institución de no leve influjo en el robustecimiento de la autoridad real, a saber, la audiencia o tribunal superior de apelación creado en las cortes de Toro de 1371. Más adelante estableciéronse otras audiencias en las provincias cuya jurisdicción civil y criminal cercenaba los privilegios que los señores, los obispos y los pueblos poseían de antiguo con respecto a la administración de justicia.

El gobierno propiamente dicho, o la administración requería también el auxilio de un cuerpo semejante que ilustrase al rey en los asuntos arduos y librase por sí ciertos negocios. Don Juan I, empeñado en la guerra con Portugal y en la que le movió el duque de Alencastre, pretendiente a la corona de Castilla, halló necesario organizar un consejo permanente el cual entendiese en todos los fechos del regno, salvo los cometidos a la audiencia y los reservados al monarca. Así adquiría el gobierno mayor unidad y prometía haber más enlace enlace en los actos administrativos; y si bien no era una autoridad colectiva la más a propósito para ejecutar, siempre habremos de reconocer un adelanto en el divorcio de la administración y la justicia, y un medio eficaz de organizar un poder fuerte en este primer albor de orden y de sistema.

Tanto la jurisdicción de las audiencias como la potestad del consejo de Castilla eran puramente delegadas, pero con delegación revocable a voluntad de la corona: por manera que la justicia y la administración, derivándose del rey, no se ejercían por los jueces y consejeros en virtud de un derecho propio, sino con el carácter de instrumentos de la autoridad real. 

No contento don Juan I con haber organizado así el poder, propúsose hacerlo respetar dando leyes severas contra los sediciosos. La antigua costumbre o privilegio de formar ligas y hermandades de nobles y de villas, tenía en constante peligro la libertad civil de los pueblos y de los particulares, y amenazaba algunas veces turbar la paz interior del reino. Don Juan I prohibió en las cortes de Guadalajara de 1390, tanto a las comunidades como a las personas, confederarse en lo sucesivo “o hacer los tales ayuntamientos ni aun socolor e bien é guarda de su derecho (dice), é por complir mejor nuestro servicio."

El brillante y glorioso reinado de Fernando e Isabel es una época muy señalada en los fastos españoles por la grandeza de los hechos y por la importancia de las leyes que tanto influjo tuvieron en la exaltación del poder real y en la concentración del gobierno. La incorporación de los estados de Aragón y Castilla: la conquista de Granada y del reino de Nápoles: el descubrimiento del Nuevo Mundo: el adelanto de las artes y el desarrollo del comercio, ensanchando prodigiosamente los dominios de la España y multiplicando las necesidades de los pueblos, fueron causa de ensalzar sobre todas las instituciones la monarquía, que desde entonces se asentó en la cumbre de la sociedad, avasallando los reyes católicos cuanto les rodeaba, y sujetándolo todo a su majestuoso imperio. La paz y la guerra requerían una dirección única, un solo centro de voluntades y de fuerza, porque así la diplomacia como las conquistas necesitaban obedecer un pensamiento superior y seguir un elevado impulso.

No era esta política centralizadora particular a los Reyes católicos, sino común a toda Europa, habiendo llegado las ideas a cierto grado de madurez y los intereses a un estado de complicación tal, que todo el mundo notaba el vacío del gobierno. Declinaba ya rápidamente la estrella de la feudalidad y de los fueros, y debía aparecer en el horizonte otro luminar, para que la sociedad no se cubriese de tinieblas. 

Comprendieron los Reyes Católicos el espíritu de su época, y fueron en fortuna prósperos y prudentes en la reforma. Atrayendo al consejo de Castilla a los jurisconsultos, conseguían debilitar el influjo de la nobleza en los negocios públicos: incorporando los maestrazgos de las órdenes militares a la corona, lograban deshacerse de tan poderosos e inquietos rivales, y prohibiendo reedificar las fortalezas y castillos de los señores y grandes del reino, los citaban al llano en caso de sedición; y mientras la Santa Hermandad, aunque era su principal instituto perseguir a los criminales en los despoblados y proteger la acción de la justicia, mantenía a los nobles en respeto con la actitud imponente de una fuerza armada y pronta a ejecutar a ciegas las ordenes del monarca.

No porque los Reyes Católicos mirasen a la nobleza con suspicacia, apartaban la vista del estado llano, cuyos fueros y franquicias no enflaquecían menos el poder real, que los privilegios de los grandes. Aprovecháronse de la institución de los corregidores para dilatar su influjo en el gobierno de las ciudades, villas y lugares, introduciendo la costumbre de nombrarlos por un año, luego por espacio de dos o más y aun solían prorrogarles el mando a voluntad o por tiempo indefinido: ciñeron la jurisdicción del Consejo de Castilla a los negocios del gobierno, y descartándole de los asuntos de justicia, ensancharon su autoridad en punto a la administración: reprimieron los desórdenes y violencias de los pueblos y también, a decir verdad, fueron no poco remisos en cuanto a la celebración de cortes, cuyo poder miraban con recelo, considerando estas juntas nacionales como asaz peligrosas para la monarquía.

Estos poderosos medios de constituir la unidad política se robustecieron con el auxilio de la Inquisición, que si se ensangrentó contra los herejes bajo la influencia del clero, en el ánimo de los Reyes Católicos no fue sino una institución acomodada al objeto de conservar en el reino la unidad religiosa. En España, en donde la fé católica luchaba todavía con el judaísmo y el islamismo; en donde había muchos cristianos nuevos de fé dudosa y muchos conversos por temor o por su provecho, era muy de temer que prendiese el incendio de la reforma y estallase una insurrección general de las conciencias. Comprimir estas tentativas fue el instituto del Santo Oficio que después degeneró sin duda en persecución religiosa; pero nunca debemos considerarle como instrumento del poder real, pues no le valió al docto Arias Montano la amistad de Felipe II para librarse de la saña de los inquisidores.

La vigorosa administración del cardenal Jiménez de Cisneros continuó la obra de los Reyes Católicos y aun abrió el paso a la monarquía absoluta que cambió la faz política de la España al advenimiento de la casa de Austria. De entonces data la institución del ejército permanente cuya organización de todo punto militar y severa disciplina, en reemplazo de las tropas colecticias que antes se usaban acudiendo al rey los señores con sus lanzas y los concejos con sus milicias, depositaron en las manos del gobierno las fuerzas del Estado.

Asentados estos cimientos, empezó también a inclinarse la balanza del gobierno contra las públicas libertades. Carlos I de espíritu ardiente, de carácter belicoso, educado en tierra extranjera y por tanto ignorante de las leyes, usos y costumbres de España, extraviado además por los consejos de ministros flamencos, gobernó en los primeros años de su reinado con tan escaso tino, que excitó un descontento general, produjo la renovación de las ligas y a la postre estalló la guerra de las comunidades. Si la nobleza hubiese hecho causa común con los pueblos como en Inglaterra, acaso era llegada la época de fundar una constitución duradera, dando al rey, al clero, nobleza y estado llano la participación en los negocios públicos que reclamaban de consuno las necesidades de los tiempos y antiguas tradiciones pero siguiendo el bando del Emperador, y en los campos de Villalar quedaron sepultados los fueros de Castilla. Purgaron pronto clero y nobleza su pecado, porque desde el año 1538 jamás fueron convocados a las juntas del reino sino los procuradores de las ciudades y villas con voto en cortes: ejemplo saludable de cuánto importa oponer al ruin principio divide et imperabis, una voluntad uniforme y una resistencia colectiva. Estos simulacros de representación nacional se repetían cada vez con menos frecuencia, y sólo para otorgar nuevos pedidos; y aun así túvolos tan en poco el Emperador que hubo de responder con enojo a las peticiones del reino para que moderase sus gastos, no empeñándose en guerras inútiles, dineros pido y no consejos. Sin embargo todavía las cortes de la Coruña de 1570 se negaron al otorgamiento de nuevos servicios.

Poco a poco fueron cayendo las cortes en desuso: hacíaseles a los pueblos pesada la carga de contribuir para los gastos de su representación; y esto, junto con el descrédito que engendraba la corrupción de los procuradores, más dispuestos a solicitar del rey gracias personales que a promover el bien del reino, extinguió aquella moribunda llama de nuestras libertades.

La dinastía de Borbón (Bourbon) introdujo en España la política de Luis XIV tan amiga de ensalzar el poder real, y además pasaron los Pirineos ciertas reformas administrativas que, aumentando la fuerza de un gobierno sin contrapeso, afirmaron el despotismo en nuestro suelo. Bajo Felipe V empezó la preponderancia del estado militar, y se crearon los ministerios, y se refrenó al Consejo de Castilla, y se instituyeron intendentes para el gobierno de las provincias y se hicieron grandes esfuerzos por alejar de los corregimientos la acción de los tribunales. La administración ganó en sencillez y en energía sustituyendo a la confusión de atribuciones el deslinde de la política y la justicia y reemplazando las autoridades colectivas con autoridades unipersonales; mas ni una sombra quedaba de la libertad castellana. Los mismos concejos perdieron los restos de su grandeza en nuestros días, cuando Fernando VII despojó a los pueblos de su derecho electoral, confiriendo a las audiencias la facultad de nombrar para los cargos concejiles. Tales son en bosquejo nuestras antiguas instituciones: monarquía, nobleza, clero, pueblo, todo tiene una significación en lo pasado, una existencia en lo presente, una esperanza en lo porvenir. El lector verá nuestra antigua constitución demolida, poderes que se ensalzan y se humillan, el oriente y el ocaso de las idea, anublarse los intereses, transformarse, perecer o cobrar nueva vida. 


M. COLMEIRO. 


GRANDEZA DE LA ISLA DE CUBA.

Y NECESIDAD DE QUE YA SEA TAN CONOCIDA EN SU ORGANIZACIÓN SOCIAL Y SU ORDEN MORAL E INTERIOR, COMO ES PONDERADA DE CONTINUO POR SU RIQUEZA MERCANTIL. 

ARTÍCULO I. 

En el mar de las Antillas y en medio de las dos Américas se levanta una isla dilatada perteneciente desde su descubrimiento al cetro de Castilla, que ha sido casi siempre tan poco apreciada en su importancia, como es aventajada su posición, valiosa su magnitud y más envidiable aún su natural riqueza. Legado cuantioso de nuestros mayores y digno monumento de nuestras pasadas grandezas, la isla de Cuba es hoy para la España una de las alhajas de más precio que se engarzan todavía en la diadema variada de sus dominios ultramarinos. Si, nosotros confirmamos con Rainal (1: L' ile de Cuba pourroit seule valoir un royaume. - Lib. XII.) que Cuba sola puede valer tanto como un reino; y no dudamos afirmar también, que interiormente inspeccionada, más que simple y reducida isla, es un grande e interesante territorio. Más de una vez lo hemos comprobado así sobre sus apartadas y solitarias costas, o entre sus bosques, sus pueblos y montañas, arrasados nuestros ojos con las lágrimas de un puro patriotismo contemplando ante su aspecto el olvido de su valía y doliéndonos de no ser más que hombres para acercarla a España y exclamar ante sus hijos.... 

mirad el país que todavía conserváis: sed políticos para poseerlo, justos para conservarlo, administradores para engrandecerlo, y y todavía podréis ser respetados sobre estos mares y favorecidos cual pueblo alguno en vuestra importancia exterior, en vuestra dignidad y comercio.

No inspiran en efecto pensamientos menos alzados las tierras que como hemos dicho se levantan sobre aquellas aguas en una longitud de más de trescientas leguas pertenecientes todas a una isla, a un todo o conjunto que se llama Cuba. De situación tan envidiada como la describimos en el segundo de nuestros números (1: Véase el segundo de nuestra Revista, art. 1.° páginas 66 y 67.), siendo la mediadora de los dos mundos, y el punto convergente de las diversas gargantas de los dos océanos; el país que cuenta por sus costas los mejores puertos de la tierra; el que atesora todavía campos inmensos por cultivar (2),

(2) Por el cómputo que hizo el ingeniero don Francisco Lemaur de las caballerías de tierra cultivadas en toda la isla, asciende su número a 906.458, de las cuales no se labraban en su tiempo más de 50 a 60.000 que yo suponga que asciendan hoy hasta 100.000. Resulta de esto que sólo beneficia y cultiva algo menos de la novena parte (2.1). De consiguiente aquella rica posesión que excita la codicia de todas las naciones de la Europa, no es más que la novena parte de lo que debía haber sido y ser bajo una administración vigilante e ilustrada; pues siendo las tierras incultas y olvidadas cuando no de mayor, de tanta fertilidad como las cercanas a la Habana, y teniendo los cultivadores tanta facilidad de extraer sus frutos por mar como los de esta plaza, es cosa lastimosa que no se labren con igual esmero. (Documento oficial leído en la sesión de 21 de abril de 1811 a las cortes extraordinarias de Cádiz por el ministro de Hacienda.) 

(2.1) Según la obra del señor Lasagra que aún se está publicando en París, regula el territorio de la isla de Cuba en 486.523 caballerías de tierra, de las que da sólo al cultivo 46.305, a saber: 6.000 a la caña de azúcar, (por supuesto sin contar las de sus agregados montes y potreros) 9.000 al café, 2500 al tabaco y 28.805 a cultivos menores. Además, lejos de desmerecer las tierras que se apartan de la Habana, son por el contrario mejor a proporción que se acercan al departamento central y oriental.

una riqueza minera que explotar y bosques tan virginales como si salieran de las manos del Criador (1); el que contiene ya hoy un millón de habitantes y espacio y holgura para contar muchos más; la sociedad que progresa en un adelanto material desde que en el reinado del gran Carlos III se principiaron a fomentar los móviles de su riqueza y los primeros principios de su libertad mercantil, conquista que acabó de recabar en el de Fernando VII, y con ella todos los progresos de su riqueza pública; el que tiene un comercio exterior y tan grande como los más favorecidos del globo; el pueblo en fin que en ciertas cosas está más adelantado que su metrópoli, aplicando la potencia del vapor a los caminos de hierro con que cruza su interior y sus costas y a los magníficos buques de vapor con que pone en comunicación la capital y sus puertos; este pueblo bien ha merecido sin duda nuestra humilde admiración, como la debió un día a un hombre tan ilustre como el gran barón de Humbolt (Humboldt, 2: Léase su Ensayo sobre la I. de C.). 

(1) Otro de los ramos más importantes (decía el ministro de Hacienda a las Cortes de Cádiz de 1811 en el documento que ya hemos citado) para la prosperidad de la isla es el de maderas. Los montes de todas ellas son inmensos, etc. etc. Son en efecto tantas sus ricas especies, que hemos traído de allí una colección de más de 200 ejemplares, todas aptas para la construcción y la ebanistería. Véase con este motivo el documento número 1.° por el que se vendrá en conocimiento el objeto patriótico a que la hemos dedicado. 

No sé ocultó esta trascendencia de su importancia política a otro de estado como el célebre conde de Aranda, el que ya por los años de 1783 no pudo menos de decir al rey al ajustar en París el tratado de paz que dio por resultado la independencia de las colonias inglesas... “Que V. M. se desprenda de todas las posesiones del continente de ambas Américas quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional con el fin de que nos sirvan de escala o depósito para el comercio español.” Después agrega: "Con las islas que he dicho (Cuba y Puerto Rico) no necesitamos más posesiones fomentándolas y poniéndolas en el mejor estado de defensa; y sobre todo disfrutaremos de todos los beneficios que producen las Américas sin los gravámenes de su posesión.” ¡Tan alta era la idea que no en vano tenía de las circunstancias de estas dos islas un consejero tan profundo y previsor! Pero hé aquí lo que mucho más tarde, en 1811, decía a las Cortes extraordinarias de Cádiz el ministro de Hacienda, sobre la gran importancia de esta propia isla, después de hablar de su extensión y de su agradable clima: "Su superficie, decía, es de una feracidad asombrosa y produce con abundancia casi todos los frutos de las dos Américas y los de Europa. Abunda en ganado vacuno y caballar, y parece que la naturaleza la ha destinado para ser el domicilio de las abejas. Son muy celebrados sus montes y sus abundantes y exquisitas maderas. A estas ventajas se agrega la de haberla enriquecido el autor de la naturaleza con multitud de buenos y medianos puertos, de suerte que es facilísima la exportación de frutos por todos ellos; y a poca diligencia se podía haber formado un reino poderoso, si a estas proporciones naturales hubiera ayudado la mano del gobierno.” Razonamientos tan autorizados y tan solemnes harían inoportuno y cansado cuanto quisiéramos aducir más sobre la importancia física y política de esta grandiosa isla.

Este pueblo sin embargo parece condenado de antiguo por cierta fatalidad, a que su Metrópoli en general ignore la superioridad de esta importancia, el verdadero estado de su orden interior, y que a falta de este conocimiento desconozca, lo que es más doloroso aún, sus sentimientos morales, sus necesidades y deseos. Así, se advierte, que cuando ya las naves de los dos mundos la saludan y cuando cada día se va extendiendo más su fama entre las naciones extrañas, apenas es hoy conocida por algunos (1), y es casi popular la ignorancia de sus cosas entre la madre patria. Es más todavía: ambicionada al presente por los norteamericanos y vigilada de continuo por sus padres los ingleses, apenas nuestros hombres de estado han dado señales de vida para reconocer esta importancia y con ella el estado moral de los que la habitan, en cuyo amor y en cuyo espíritu español debe estar la garantía mejor de su pertenencia española. Al revés: ha sido tal hasta nuestros días el abandono y la ignorancia sobre nuestros puntos coloniales, que públicos funcionarios han llegado a desconocer hasta las más vulgares noticias de su cualidad geográfica (2).


(1) Los mismos ministros de la corona lo han manifestado así en medio de las Cortes, y el señor Mon cuando lo era de Hacienda en 1849, no dudó decir en una de las sesiones del mes de marzo, que el gobierno no conociendo aquella localidad tenía que valerse de los pocos que la habían conocido y visitado.  

(2) En una de las secretarías de la Habana se mostraba una real orden donde se leía a su conclusión: "Excmo. Sr. Capitán general de la isla de la Habana." Por ello se conoce, que el que la extendió no tenía noticias más exactas sobre Cuba que lo que popularmente se cree en nuestra España, de que no hay más ciudad en la isla que la Habana, y que sus diversos habitantes y sus distintos frutos, todo ha de ser habanero, por más que procedan de otros pueblos y ciudades que constituyen hasta capitales distintas en sus tres departamentos diferentes. También se nos dijo allí por jefes respetables, que en tiempos del señor marqués de la Torre se recibió otra para que saliesen los dragones del Rey en persecución de los piratas en la sonda de Campeche. Pero ¿qué mucho? Folch, brigadier y gobernador que fue de Pansacola, llegó a exponer que nunca se le contestaba a las observaciones que hacía sobre aquel gobierno, y que si alguna vez lo ejecutaban estaba cierto que no lo hacía ni el general, ni el secretario, sino algún oficial que con su dedo no podría señalar en el mapa, dónde estaba Pansacola. 


en los números sucesivos el estado que alcanza este pueblo, primero en su organización social, después en su opinión, y por último, en su administración interior, cuyo conjunto nos dará a conocer el espíritu público y el sistema de las leyes que forman siempre la parte moral de todo pueblo. Tal vez de su presentación y estudio se deduzcan los males que en sí esconde y los peligros que le aguardan, si la opinión y el gobierno no se fijan ya sobre los primeros y no se adelantan a conjurar los segundos. Sobre estos últimos particularmente, nos cuesta cierta pena decirlo, pero no debemos por más tiempo ocultarlo. Pasaron ya los tiempos de nuestra quieta y pacífica posesión sobre esta grande Antilla (1). Su conservación principia a mostrarse cada día más y más cuidadosa y acabará por sernos muy trabajosa mañana. Indicado hemos ya los pueblos que con particularidad la codician, y estos enemigos comienzan a ser tanto más temibles, cuanto que no comprometiéndose por ahora en una lucha material y de fuerza, lo esperan todo del porvenir y usan de otra clase de conquista, tanto más segura e indefendible, cuanto que no es vista ni palpable. Nos referimos a la comunicación cada día mayor de sus intereses industriales, a la propaganda de sus ideas y a ese sistema paulatino, pero continuo e inteligente de la raza anglosajona.  

(1) El mundo ha presenciado ya el escándalo de la invasión pirática tanto tiempo ha preparada sobre las costas de Cuba. Presente está a todos, que Taylor hizo esfuerzos por evitarla por ser del partido de la paz, como su sucesor actual: pero ¿y cuándo venga otra elección y con ella la candidatura de Cass el de la propaganda armada? Hasta el día, si aquella república ha cumplido con los tratados, no se olvide lo que puede la opinión y el sesgo que pueda tomar allí sobre este punto. A esta eventualidad sin duda aludía el señor Oliver nuestro plenipotenciario que ha sido en Méjico, el que decía en el Senado: "Todo el mundo sabe que los periódicos de los Estados Unidos hace mucho tiempo que se ocupan de la isla de Cuba, y aun cuando yo no temo nada de la lealtad del gobierno de aquella nación, temo sí la opinión pública que es más fuerte y poderosa que los gobiernos." 

No se le ocultó este porvenir al gran conde de Aranda, cuando en otro pasaje de su dictamen citado así decía: “Engrandecida dicha potencia angloamericana, debemos creer que sus primeras miras se dirigirán a la posesión entera de las Floridas para dominar el seno mejicano." Ya hemos visto el cumplimiento de este pronóstico: ¿y la experiencia no nos hará más cautos para el porvenir? Para colmo de desgracia, a la invasión de estas influencias extrañas, nosotros los poseedores hemos mermado las propias, y mientras más ensanchan los extranjeros sus particulares intereses y sus afecciones bastardas, más robamos a aquel país con nuestra conducta moderna y rara, las nobles y puras que nuestros padres mantenían con sus hijos en situación más tranquila, las naturales y antiguas de una familia misma, más relajamos por último los lazos que constituyen la nacionalidad y la fuerza. En tan sensible estado de cosas, deber es de un buen patricio indicar las causales que a este punto nos han traído y pedir se opongan a semejantes influencias, otras influencias; a estas calculadas afecciones, un espíritu generoso y nacional; a los deseos norteamericanos, los buenos sentimientos españoles; a las quejas, el consuelo y la justicia; y a las exigencias por último, el remedio de los abusos, el planteamiento de un sistema y el bien de una administración. 

Entonces, cuando este país no esté como hoy casi separado de la comunidad y del espíritu español, embotará con un sentimiento nacional y propio el que traten de infundirle aquellos republicanos en sus tratos y relaciones y hasta en sus invasiones armadas, si un día se llegase a olvidar el derecho santo de las naciones. Entonces, no deseará otra organización ni otras leyes que las que debe recibir con previsión ilustrada de la nación española, ¿Y cómo no se conocen, por qué no se aprecian más estas conclusiones por los hombres que están llamados a regir los destinos de nuestra amada patria? Vamos a decirlo. La Isla de Cuba se atavía de pocos años a esta parte con el manto deslumbrador de una riqueza tan improvisada como acumulada en su capital y en algún que otro punto de su extenso litoral, y no parece sino que desde esta época ha huido de su suelo todo estudio moral, toda observación profunda; y sus jefes y sus administradores, y sus empleados, únicos peninsulares que han podido estudiarla y conocerla al ejercitar en ella sus destinos, todos tornan a la madre patria cantando en coro los dos principales móviles de su dicha... su legislación paternal, la riqueza de su balanza mercantil. Nosotros participamos un día de las gratas impresiones de semejantes relatos: nosotros oímos también ponderar muchas veces su ventura enmedio de los cuerpos colegisladores (1: Cuando se discutía la última ley sobre la trata.); nosotros repasamos entonces cálculos los más placenteros en los trabajos de los hombres que se daban por entendidos en la riqueza y régimen de estos pueblos; y nuestro entusiasmo como español y nuestra efusión como hermanos de los que tanta prosperidad reportaban, ilusionaban nuestro orgullo nacional y satisfacían a la vez la expansión de nuestros sentimientos. ¡Corto tiempo nos concedió la suerte abrigar por completo estas ideas! El destino a poco permitió que pisásemos su suelo; y hoy, cuando ya lo hemos recorrido, y averiguado el origen de su moderna opulencia cerca de las causas, de los hombres y las cosas que han podido producirla; cuando hemos procurado comprobar su prosperidad, no sólo en las capitales y en los pueblos, sino en los hogares de sus propios campos; cuando hemos observado de continuo y de continuo escuchado, estudiado, meditado y escrito; cuando al cabo nos hemos acercado más a esta estatua decorada y hemos querido escudriñar la realidad hasta en su interior; muy pronto llegamos a advertir la deformidad del esqueleto que sostiene el manto fascinador de su riqueza y de su dicha; muy pronto hemos cedido casi aterrados ante el penoso espectáculo de los males que en sí esconde, tan sensibles a los que los sufren callados por convicción o hábito, como interés tienen en ocultarlos, quienes ganan más en pregonar prosperidad y orden, que en reformar abusos y violencias. Y no por cierto declamamos (1); que tales son nuestras convicciones ante la sociedad que perturba más y más sus leyes de población con la diversidad de razas que introduce (1: En su lugar expondremos los males que han resultado de traer asiáticos en vez de negros, y en pensar en todo menos en una buena y entendida colonización.) sin ningún colonizador sistema; que tal es nuestro juicio ante la isla que ostenta una plétora de vida y movimiento en varios de sus puertos, para ofrecer la inamovilidad y la muerte en la mayor parte de sus campos; que así pensamos ante el país que conquista el monopolio de ciertos productos para entregarse a una triste eventualidad, provocando de este modo las crisis comerciales que acaba de sufrir (2: El huracán de 1844 causó mil cajas menos en la exportación del azúcar. El de 1846 otra casi igual; y los acontecimientos de Europa de 1848 le produjeron un déficit de 3.660.640 comparado con el año común del anterior cuatrienio; y de 6.405.359 atendido el anterior. ¡Tan eventual es su ponderada riqueza!)  

(1) Ya antes que nosotros los señores Benavides y Oliván han dicho en la tribuna pública: El señor Benavides. - "Se dirá quizá que aquellas provincias han prosperado con tal sistema: no, señores. Son dos hechos distintos y de ninguna manera el uno es consecuencia del otro: ¿a qué punto no hubieran llegado con leyes y con reglamentos ilustrados? Y que si echamos una ojeada sobre la isla de Cuba, no nos sorprenderemos al ver como circunstancias particulares han hecho que el olvido de las leyes más sagradas vaya en aumento, cuando debieran en razón a estas mismas circunstancias prestarse el mayor desvelo en restablecer su imperio. En efecto, señores, solamente en este último año se ha empeorado la situación de aquella isla (y será un cargo para los anteriores gobiernos y para el actual por no haber remediado el mal) estableciéndose ese sistema de terror en que se procede contra particulares sin oírles, con secuestros o desterrándolos a países remotos" . El señor Oliván: "Aquí será bien hacerme cargo de una objeción rebatida ya por el señor Benavides, y cien veces repetidas con respecto a Ultramar: se dice que aquellas posesiones, y especialmente la isla de Cuba han llegado a punto prodigioso de prosperidad, y que en su consecuencia toda innovación nos expondría a dejar lo cierto por lo dudoso. Aquí hay una equivocación y un sofisma. Todos los países intertropicales, tanto islas como continentes en América, África y Asia, han recibido un incremento notable desde la paz general de 1814. Cuba ha seguido el mismo impulso, mas no de la manera prodigiosa que se supone. Tres circunstancias particulares la han favorecido exclusivamente: primera, la llegada de los colonos franceses emigrados de Santo Domingo o Haití (pone Haity) durante su revolución: segunda, la llegada de emigrados españoles del continente americano, cuando este proclamó su independencia, a que se agrega la proximidad de los Estados Unidos de donde pasan diariamente brazos útiles y capitales: tercero en fin, el libre comercio. - Pues a pesar de estas ventajas exclusivas, sucede que una isla vecina que no las disfruta, y cuya superficie es seis veces menor que la de Cuba, tiene sin embargo mayor producción territorial que ella. Esto se ve en Jamaica, y este hecho lleva consigo una demostración. Pero son muy comunes las exageraciones, ya por efecto de vanidad pueril, ya por ignorancia, ya en fin por adulación a la corte, pues de todo se ha sacado partido, y con todo se ha traficado. Y no podía suceder otra cosa respecto a la isla de Cuba: ha prosperado, si, pero es muy susceptible de prosperar más. Allí se puede decir que la justicia ha sido casi siempre incierta; lo uno porque no todos los jueces han dejado el buen nombre que el señor Benavides en Puerto Rico por su rectitud, por su saber, por la elevación de sus sentimientos y por las demás prendas que lo adornan; y lo otro, porque los tribunales no han estado bien organizados, ni bien situados siquiera. Añádase a eso la intolerancia religiosa y la susceptibilidad política que generalmente han distinguido al gobierno español, y no se extrañará que millares de europeos que anualmente cruzan los mares en busca de trabajo y de una patria, prefieran a un clima suavísimo y feraz, los fríos bosques norteamericanos. - Las leyes especiales, al dar consistencia a un buen régimen en nuestras Antillas son las únicas que podrán proporcionarles el verdadero desarrollo y el progreso material de que son capaces.." 

Después agrega: "Y en la parte económica serán los efectos tan de bulto, según ha indicado el señor Benavides, que con un poco de inteligencia y tino, en llegando a inspirar confianza a aquellos habitantes, y castigando oportunamente los presupuestos de gastos, me atrevo a asegurar (y aquí llamo la atención del Congreso) que producirán sus rentas un sobrante anual, capaz de cubrir los intereses y amortización de un empréstito, bastante a terminar la guerra civil que devora a la península". 

Discursos pronunciados en el Congreso de señores diputados en la sesión del 9 de diciembre sobre el párrafo de contestación a la corona, año 1837.

y las nuevas que le amenazan; que así lo afirmamos en los gubernativo por los efectos de una administración que no conoce en sus providencias más que las necesidades de la capital gigante donde se encastilla, haciéndolas extensivas a los diferentes miembros de su cuerpo tan distintos en su organización, costumbres y riqueza, como es deforme su cabeza; por el vacío que advertimos en sus intereses provinciales respecto a la institución de los cuerpos que fomentarlos debieran; y por los recuerdos vetustos, las innovaciones parciales y las grandes anomalías que se notan en sus cuerpos municipales. ¿Y en la administración de justicia? El exceso de las antiguas y modernas leyes que en confusa mezcla le ofrecen una legislación particular invocando el nombre de la de Indias; la multitud de tribunales aforados que aumentan la úlcera de su afamado foro, ese poder de las fórmulas, tan santas en todas partes para la inocencia, y tan funestas allí por sus corruptelas para la mala fé de los unos, la avaricia de los otros, la arbitrariedad de estos y el favoritismo de aquellos. Respecto a la alta administración o a la gobernación política, en vano es que como hombres de gobierno buscásemos en su interior ese influjo civil, ese prestigio moral y santo de que necesitan estar revestidos los funcionarios públicos: entre sus mandos y sus poderes revueltos, sólo se encontrarán más altos, los instintos personales de sus gobernadores mudables y más extraños aún, al régimen interior de los pueblos (1). 

(1) Hay tenientes gobernadores que a la vez que son jefes civiles de los pueblos que mandan, lo son de los regimientos que los guarnecen como sucedía cuando por allí viajamos en Holguin y Puerto Príncipe. Este término de acción y simplificación de mando podrá ser consecuente en países militarmente ocupados, o se tendrá por bueno en un estado social tan atrasado como el interior de las islas Filipinas: pero es ya insostenible si se atiende al carácter, susceptibilidad e influencia moral de pueblos que han alcanzado de poco tiempo a esta parte la particular civilización de la isla de Cuba. 

Pero qué decimos! Hasta la religión... esa palanca poderosa de todos los gobiernos y de las sociedades todas, hasta la religión es tenida allí en un culpable olvido, sin cuidarse de los seminarios que fueran el plantel de sus pastores (1), y con los que no se tendrían por curas a hombres concausados (2); y antes por el contrario, se ha abatido el carácter de sus ministros y se ha llevado la espada hasta el recinto de los derechos canónicos (3). 

¡Tan triste es el cuadro que nos ofreció, al recorrerlo y estudiarlo, este tan ponderado país! ¡Y cuán varias, cuán opuestas, cuán ingratas y profundas son las ideas de que participamos, desde que recibimos sobre su suelo este cruel desengaño! Por una parte sentimos manifestar ahora nuestro desvanecimiento, alimentando por unos y otros pasiones mal apagadas, llamas dolorosas que lo alumbran todo menos la razón. Por otra, contemplamos toda la intensidad de ciertos males, teniendo motivos para creer que su aumento en estos últimos años ha ido en proporción de un criminal silencio. Confesamos que hemos fluctuado entre estos temores y deseos y que nos ha sacado de tal incertidumbre la convicción de que la España ignora en general el interior de este país, siendo muy sensible tener que acusar a la madre, por lo que han dejado de hacer, revelar o pedir algunos de sus más autorizados hijos (4). 

(1) Luego que llegó a la Habana el nuevo obispo, el señor Fleis y Solans, han cesado muchos escándalos y ha organizado de cierto modo aquel seminario conciliar. Nosotros nos adelantamos a hacer a este prelado ilustrado semejante justicia. Pero todavía es preciso hacer mucho más.

(2) Tales eran, cuando por allí viajamos, los curas de Mayarí, Jibara y otros. 

(3) Nos referimos a las medidas que tomó el general Tacón con el cabildo catedral de Santiago de Cuba sobre la elección de su gobernador sede vacante, queriendo que se nombraran dos, como si hubiera dos Jesucristos.

(4) Tenemos una satisfacción en indicar aquí entre otras excepciones, la que se refiere al Sr. conde de Mirasol. Los trabajos que este presentará al gobierno de S. M. como resultado de su comisión importante sobre el país cubano de donde acaba de llegar, no podrán menos de estar calcados sobre la observación y el buen criterio que le asiste, siempre que se le oye razonar sobre las cosas de este país. Sus altas relaciones en el mismo, su amor a la justicia y la persuasión de que ella y la política lo deben hacer todo allí, son razones más que suficientes para esperar que los efectos de su cometido deben ser tan útiles a la madre como a la hija, y tanto a la mayor gloria de la metrópoli como a la felicidad mejor de la isla. 

¿Y cuál sería el efecto de seguir por más tiempo este profundo silencio sobre el orden moral y político de esta Isla? Su peor espíritu público: el que llegue un día que la Metrópoli no pueda contar con él, sino con la fuerza de sus armas y no con la voluntad de sus hijos, la fuerza moral de la opinión, y el espíritu nacional de los que se han mostrado hasta aquí como españoles, por más que en estos últimos tiempos no los hayamos tratado siempre como nuestros verdaderos hermanos. Nosotros, pues, arrostrando tal vez la intolerancia de los que nos creerán o imprudentes o cándidos en demasía porque así vayamos a poner de manifiesto la apreciación moral de todo un pueblo, creemos por el contrario en bien de un españolismo verdadero, turbar la tranquilidad del deudo exponiéndole la verdadera situación del paciente para mejor salvarlo; y nos proponemos ver si la isla de Cuba es hoy tan feliz, social, política y administrativamente considerada como en la parte material de su riqueza; y si en el estado en que se encuentra no le resta que hacer más al gobierno español para no perpetuar su disgusto y alejar por el contrario todo pretexto que contribuya a enajenarse la buena voluntad de sus hijos y la preciosa protección de su nombre. A la opinión de nuestra patria, a sus cortes, a la discreción de su gobierno presentaremos el estado real en que esta isla se encuentra, diseñado no como hasta aquí según los hombres y las cosas de su capital la Habana, sino cual aparece juzgado por la prolija inspección que le hemos hecho del uno al otro de sus cabos. 

Algunos varones insignes la han dado ya a reconocer de un modo científico o de una manera estadística. Hacemos con esto un homenaje justo a los Sres. Humbolt y Lasagra por sus obras respectivas sobre la isla de Cuba. Personas más o menos conocedoras de su suelo han secundado después sus huellas sobre esta o la otra cuestión de sus necesidades interiores (1). Nadie sin embargo que sepamos se ha dedicado hasta el día al estudio y a la revelación de su conjunto, a la apreciación de las leyes que componen su sociedad, su gobernación interior, el vacío de su administración y el juicio de las disposiciones en que descansa la existencia de un pueblo culto y civilizado. Por lo tanto, si nosotros al pretender hacerlo distamos mucho de la capacidad de que estas tareas necesitan, válganos al menos el ser solos y que vamos a caminar los primeros por este terreno tan virgen como áspero, sin otro guía que nuestro buen deseo y el gran faro de nuestro entusiasmo español. Si, bastante se ha juzgado ya a la isla de Cuba por la balanza de su movimiento mercantil: justo es también justipreciarla en la no menos fiel de las condiciones de su existencia social a las que deben servir como de base los principios constitutivos de la justicia, de la razón y de una mutua conveniencia (2). 

MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.  


(1) La Revista de España, de Indias y del extranjero ha publicado artículos muy luminosos sobre la administración de justicia de esta isla, si bien suspendió la continuación de sus ideas tanto sobre este punto, como sobre los jefes de su gobernación (habló sólo de Vives) por causas que ignoramos, pero que no nos evitan el hacer aquí esta justa conmemoración.

No podemos hacer lo mismo con otra publicación muy fútil, sin tener de original más que lo novelesco, y que sin embargo fue premiada con la cruz de Carlos III o de Isabel la Católica y en cuya deferencia hacia su autor pudo haber cierta galantería para con las cosas y los hombres de la nación vecina por aquel tiempo: pero no la justicia del premio, pues que las páginas con que se viste en todo aquello que no lo trata bajo la ficción de la novela y los rasgos de una adulación mal disimulada, no merecerían por cierto una distinción española. Hablamos de la obra impresa en el extranjero titulada "L' ile de Cuba, por Mr. Rosemonel de Beauvallon primer vol. 1844. Después, por los meses de octubre y noviembre del pasado año han salido en la Patria una serie de artículos luminosos sobre nuestras posesiones de Ultramar y en particular sobre Cuba y Puerto Rico, artículos en los que no sabemos qué alabar más: si el gran conocimiento que muestra su autor sobre estas materias, su redacción o el espíritu justo y filosófico que en los mismos se advierte. De más mérito que el libro de M. Beauvallon es otra obrita que acaba de salir titulada “La reine des Antilles, ou siltuacion actuelle de l' ile de Cuba, par Dharponville.” Este autor que se nombra antiguo capitán de caballería al servicio del rey de España, no es nada original en lo que presenta, pero ha tenido el don de regularizar todos los trabajos de estadística de un modo metódico, y su obra es curiosa al menos, por el sistema con que arregla y presenta estos datos oficiales y los demás trabajos que ya existen sobre esta isla. Pero como buen viajero francés, apenas se aparta de lo que copia, cuando habla disparates, como el que las señoras de la Habana pidieran al general Tacón el perdón de algunos hombres de color sus queridos. Este autor infama como hombre, y como escritor no comprendió aquellas costumbres. ¡En la Habana ser amantes de los hombres de color! Como buen legitimista y carlista no lo oculta mucho en sus alusiones a nuestra reina Isabel y sólo se ocupa de la parte gubernativa de aquella isla para alabar al general Tacón. Es en fin una colección de datos muy ingeniosamente presentados; pero nada estudia ni razona. 

(2) Sin duda se extrañará que no hayamos nombrado al ilustrado autor de la obra titulada dictamen fiscal sobre la población blanca de la isla de Cuba. Nada está sin embargo más presente para nosotros. Por el contrario: a este ilustrado funcionario tendremos el honor de seguirlo en su exacto conocimiento sobre los males de este apartado pueblo, si bien nos acompaña la desgracia de no poder suscribir también a todos los remedios que propone, por parecemos demasiado somero en estos, siendo muy graves aquellos, según el mismo los presenta. 

DOCUMENTO NUM. 1.° 

A QUE SE REFIERE LA NOTA PRIMERA DE LA PÁGINA 402.

Hé aquí la comunicación que pasamos no hace mucho a la Escuela de montes y plantíos situada en Villaviciosa, al dirigirle una colección de estas maderas para el conocimiento y estudio de sus alumnos.

“Excmo. Sr.: Hecho cargo de las utilidades que deben reportar nuestros montes y arbolados del establecimiento de esa escuela de montes y plantíos, entrego a la misma por el conducto digno de V. E. una colección de maderas, con otras hojas y frutos que contiene el cajón adjunto y de que habla el índice que lo acompaña. No son pertenecientes a nuestro suelo peninsular estos objetos: pero sí a tierras españolas, siquiera sean los restos grandiosos que todavía nos quedan allá en medio de las dos Américas. Viajero por estos puntos, quise un día traer a la madre patria algunas muestras de los muchos ramos de riqueza natural que ofrece su hija la gran isla de Cuba, y con este objeto he donado otras zoológicas y mineralógicas a los establecimientos de esta corte (1); como ahora lo hago a esa naciente escuela de algunos de los botánicos que he recogido por aquel suelo. A esta última clase pertenece el dibujo de la palma fenomenal que le acompaño y cuyo descubrimiento puse en noticia de la ilustre Sociedad Económica de la Habana según de todo se enterará V. E. por el adjunto impreso que me devolverá después. Con tales objetos a la vista, quizá los discípulos de esa escuela sentirán cierto orgullo de descender de aquellos que con tanta fama adquirieron el mundo nuevo donde tales producciones se han criado, y nuestros hermanos de Cuba, cuando a esa escuela envíen sus hijos, recordarán con cierto placer su favorecida patria. ¡Quiera el cielo que vengan muchos de aquel país a esa aula, y que la ilustración que adquieran en las mismas, vayan después a derramarla allí, sobre tantos campos feraces, sobre aquellos montes y sobre aquellos bosques todavía virginales, y en donde el hacha y el fuego destructor van causando cada día los más trascendentales males.

Dios guarde a V. E. muchos años. Madrid 7 de septiembre de 1850. 

- Miguel Rodríguez - Ferrer. 

Excmo. Sr. D. Bernardo Latorre, director de la Escuela de montes y plantíos en Villaviciosa." 


(1) Con fecha 10 de mayo se dirigió al jefe local del museo de ciencias naturales de esta corte, don Mariano de la Paz Graells, la real orden siguiente: - "Ministerio de comercio, Instrucción y Obras públicas. - He dado cuenta a la Reina (que Dios guarde), de la comunicación de V. S., fecha 25 de abril último, dando parte de haber recibido los objetos de historia natural que, procedentes de la Isla de Cuba, regala el Sr. D. Miguel Rodríguez-Ferrer, jefe político e intendente que ha sido, y S. M. apreciando este donativo en favor de las ciencias naturales, tanto más digno de elogio, cuanto que el señor Rodríguez-Ferrer no pertenece al profesorado, se ha servido mandar que en su real nombre, y por conducto de V. S., se le den las gracias, debiendo conservarse los mencionados objetos en ese museo como prueba de lo muy grato que ha sido a S. M. semejante acto de patriotismo. De real orden lo digo a V. S. para los efectos correspondientes.  


SECCIÓN LITERARIA. 

POETAS MALLORQUINES

(Continuación.) 


Raimundo Lulio, como dice Quadrado, era en aquel tiempo la fuente que inspiraba a los poetas y en que bebían nuestros sabios: en su honor y en su nombre se exigían cátedras, en su honor se celebraban certámenes como el famoso de 1502, y la prensa mallorquina apenas ha sudado sino comentarios a sus obras. ¡Bien merecía esto y mucho más el hombre extraordinario que por dos siglos tuvo por discípulo al mundo entero! En el citado certamen de 1502 se distinguieron los poetas Antonio Massot, Gaspar de Verí (Veri), Jorge Albér y Juan Odón Menorca. De todos ellos hay excelentes composiciones: todos se lucieron a la par, y Gaspar de Veri, a quien se adjudicó el premio, recitó una larga poesía en la que es notable esta estrofa: 


Ram, on se cull, de flors molta natura 

l'ull qui preveu, en evitar lo mal 

segura mar, qui en lo temporal 

lo navegant, eximeix de presura 

rosa suau, als doctes qui refrega 

pom redolent, de un saber infús 

capsa d'unguents, on no ha res confús 

aigua de font, qui los provectes rega. 


El esclarecido literato Nicolás de Pax uno de los primeros catedráticos de la universidad de Alcalá, muy favorecido de su fundador el célebre cardenal Jiménez de Cisneros, habla del monte de Rauda, monumento que la naturaleza quiso prevenir para mostrar al orgullo mallorquín el teatro de las visiones misteriosas del gran Raimundo Lulio, en los términos siguientes: 

Rauda tenens regni centrum Balearis, ab alto 

aequor et ingentes undique monstrat agros. 

Panditur ad Phoebi radios, umbracula passim 

prospectus varios concava saxa parant. 

Elevat ingenium, curas expectorat omnes 

totaque vivaci pectora membra novat. 

Hic bibit infusum Raymundus dogma supernè; 

hic quoque mirandum condidit artis opus. 

Angelus hic illi visus, pastoris amictu, 

praebuit et meritis oscula multa libris. 

Dixit eos varia passuros multa sub hoste; 

sed foire pro sancta fortia tela fide. 

Tunc erecta sacrum collustrans cella cacumen, 

plena venustatis Gratia nomen habet. 

hinc manare potest doctrinae splendor in orbem, 

hinc sibi perniciem secta maligna timens. 


Por este tiempo el virtuoso sacerdote Francisco Prats ya había publicado en prosa y verso su devotísima contemplació y su poema del Sacrament de bona gracia. Empieza este último con la estrofa que sigue: 


Caritat me forsa, y ley me incita 

loar lo misteri de laucaristía 

lo poc exercici los señys me desvía 

en loc baix me posa y el desitg limita 

la ploma es presta y no gos escriure

perque la invidia rependre amenasa

las nafres ya em dolen y treball me brasa

sol Crist Deu y home men pot fer desliure. 


Jaime de Oleza y Zanglada hijo de una familia ilustre en la que se radicó el cultivo de los conocimientos humanos, escribió en excelentes dísticos latinos un libro de lege cristiana et de cuadruplici peste mundi, en el que apoya su doctrina con bellas razones y sólidas sentencias. En esta obra reprende los vicios, detesta la escuela de los nominales, demuestra la vanidad de las predicciones astrológicas, y confunde la filosofía de Averroes y de todos los antiguos. Este mismo Oleza escribió en rima otras varias obras y un cancionero teologal y espiritual. Como muestra de su numen poético copiaremos el epigrama que dirigió al doctor Caldentey con motivo de haber publicado un tratado del maestro Gerson; 


Perstrinxit legis praxim: moresque Joannes 

cui de Gersono nomen habere datur. 

Si ergo tuum lector pectus coelestia tangunt: 

hunc eme: plus solus que ubi mille dabit. 

Iste docet mores sacros: animunque perornat: 

vitaque sit nobis qua peragenda via. 

Quid sit honestum: quid justum: quid denique sanctum: 

quidve pium monstrat: quae fugienda mala: 

detegit hic coelum: et callem flagrantis averni: 

neu phleget honteis afficere malis. 

Ad summam hic vigili ducit rectore carinam: 

quae mundi immergi naufraga possit aquis. 

Huic igitur grates tanto pro munere lector 

redde: sed est nobis gratia habenda magis. 

Ille opus exegit: fateor: sed copia habendi: 

nostra est per terras multiplicata manu. 


Del citado Jayme de Oleza fue hijo Francisco, quien con motivo del dolor que le causó la muerte de su esposa doña Beatriz de Sant Martí, escribió el excelente poema titulado menosprecio del mundo, anticipando en él la versificación majestuosa y pura de León y Garcilaso. Con dificultad se encontrará elegía más tierna y suave. Empieza así: 


Ab manta de plors el cel se cobria. 

Y tota la terra mostrava gran dol, 

mirand d'aquest mon del tot se partia 

la qui de virtuts granment resplandia 

tristor señyalava la lluna y el sol. 

Oh triste jornada! oh cruel partida! 

oh perdua digna de plor y lament 

morir la qui era de tants bens complida 

y de tantas gracias estaba ennoblida 

que loar ni plañyer nos pot dignament. 


Describiendo el día del juicio final, pone en boca del Juez eterno las palabras siguientes, dignas del poeta Dante. Dirigiéndose Dios a los buenos les dice: 


Veniu beneits del meu Etern Pare 

puis treballs y penas en lo mon sentis 

posseiu lo regna preniulo desdara 

car puis meu servit es just queus ampare 

yus done per premi letern paradis. 

Donat meu á beura cuant yo sedetjaba 

haveume vestit essent despullát 

haveume pascút cuant yo fametjava 

haveume acollit cuant peregrinava 

y essent en la carcer heume consolát. 


Con los versos que siguen habla Dios a los malos, pintándoles el horror de las penas del infierno. 


Per darvos lo sou vos crida y espera 

de plors y suspirs ab grans atambors; 

los crits serán pifres, les flamas bandera, 

fereu escuadrons de nova manera 

ab molts arcabusos de cruels dolors. 


Dins lo foch ardent feréu ordenanza 

ab gran desconcert tot temps caminant, 

tindreu dura guerra ab tota ultransa, 

de pan (pau) no tenint ya mes esperanza 

los uns contra els altres granment batallant. 


Ni es cansaran mai los potents ministres, 

ni porán morir los qui penarán; 

rebrán de continu encontres sinistres; 

seran los jamechs clarins e ministres 

qui en tal exercit tot temps sonaran. 


Miraume las nafres vui com resplandexen, 

las cuals mai volgues vivint contemplar! 

Mirau los assots cuant bells aparexen! 

Mirau vui la creu que els bons tots conexen! 

No volteu la cara que be es de mirar. 


Ni Rioja cantó con más sublimidad y energía lo vano y fugitivo de las grandezas del mundo. 


Tengan de continu en nostra memoria 

los treballs y penas de nostres pasats. 

Mirem los sepulcres dels rich (richs) y sa gloria, 

y las grans banderas señyals de victoria, 

apres de tants plers hon son arribats. 

Mirém del gran Cesar los fets valerosos 

quil mon ab batallas ha tot subyugat, 

mirem de Annibal los actes famosos 

y dels Scipions los fets gloriosos 

escer ya no res vuy tot lo pasat. 


Ahon son las honras que han alcanzadas, 

y los tants triunfos de gloria gran? 

hon las pedras finas en or engastadas 

y las ricas robas de perlas brodadas? 

mirau vui que son, mirau hon están! 


Hon son las viandas granment esquisidas 

en los convits bells tots plens de delit? (delit : deleite)

Ahont las gran casas honradas, fornidas, 

y d'or y d' atzur pintadas guarnidas? 

Mirau com es tot vui ya preterít! (pretérito : pasado) 


Al mismo Francisco de Oleza debió el mundo literario una preciosa arte poética escrita en lemosín con el título de Nova art de trovar. Tratando en el prólogo del abandono en que se hallaba la poesía dice: 


L'art estava sepultada 

en sepulcra lemosí, 

mes ara desenterrada 

y molt ben afeyzonada

para tot bon us y fí, 

la us dona un malorquí. 


Entre los varios ejemplos de poesías de todas clases, es notable esta preciosa quintilla: 


Las testas y las costellas 

que tu veus en lo fossar 

spinadas y cañyellas

personas foren molt bellas, 

y tu comells has tornar. (com ells : como ellos, como ellas)


Un hijo del citado Francisco, llamado Jaime de Oleza y San Martí, escribió un hermoso poema en que Jesucristo abre una justa, y como mantenedor de ella sale triunfante de los vicios y de la muerte.

Cuando en 1541 vino a esta isla el rey don Carlos I, los mallorquines Juan Genovard (Ginovart), Pedro Autich (Antich), Gaspar Vidal, Tomás Marcer y Jayme Romañyá hicieron lucir su numen poético. Lamentándose el primero de la decadencia de Mallorca dirigió al monarca los preciosos dísticos que siguen: 


Dum fortuna dabat, titulis quod pingerer auri, 

invidisse mihi plurima regna putes. 

Non eram ab infroenis numidis direpta, sed illi 

nomine pallebant candidiore meo. 

Tunc mea tercentum complebant littora puppes, 

mercibus et variis, Carole, dives eram; 

nunc jaceo infelix: vix sum miserabilis ulli, 

vixque meo possum tutior esse sinu. 

Quare moesta, precor, prisco me redde nitori, 

ponendo numidis dura lupata feris; 

respice sollicitam, Caesar (pone Coesar), mitissime princeps; 

principis est, miseros erupuisse malis. 


Romañyá, a más de las diferentes poesías que escribió en dicha ocasión, fue autor de una comedia latina sobre el rico epulón, titulada Gastrimargus, miserable imitación de las de Plauto y Terencio. Esta comedia, ya que no por su mérito, es interesante para la historia del arte dramático, porque puede decirse que se le ve en ella en su primer desarrollo y como en su infancia. Por su asunto, tomado de la historia sagrada, pertenece a los misterios, a los que en los siglos medios debió su origen el teatro moderno, al paso que en sus formas y en su lenguaje, aunque rudo muchas veces y sin combinación métrica de ningún género, se observan reminiscencias de los autores clásicos latinos que con tanto ardor eran estudiados e imitados en el siglo XVI. 

En este mismo siglo floreció el erudito sacerdote Dionisio Pon (Pont), que solía firmar sus poesías con el anagrama de Disiponsi. En su curioso poema de la batalla de Lepanto, habla de las proezas del capitán don Juan Despuig y Mir, y dice: 


Que ilustre gent castellana 

aportaba don Joan, 

gent tudesca, italiana, 

brava gent la catalana 

que hauran fet de tallár carn. 


De Mallorca, isla dorada, 

es allí Puig capitá, 

que dels moros de Granada 

porta la gent carnisada, 

que per ell pochs turchs y há. 


Per totas parts esta nova 

fará de asó gran sentit: 

tant lo rich, com home y dona, 

tot estament de persona 

prega per ell dia y nit. 


Entusiasta Dionisio Pont por las glorias de su patria, las cantó con la exageración que se lee en el siguiente epigrama que publicó como propio el cronista D. Juan Dameto, a quien tanto imita en los plagios, aunque con menos circunspección, otro cronista de nuestros días: 


Divitias natura parens balearibus omnes 

contulit, et divum munera quisque sua. 

Insula dives opum, Neptuni pulcher ocellus, 

Mars hic imperium possidet, atque Venus. 

Palladis hic domus est, Cererisque et grata Lydi 

gaudia, cum garis aurea Flora tuis. 

Ambit aquis Nereus pro muro spumens omnem 

aequoreis largè, divitiisque beat. 

Dotibus his prestat cunctas Majorica tellus; 

hic mihi certa quies vivere, et opto mori. 


Contemporáneos a los poetas de que acabamos de hacer mención fueron el P. Antonio Pon, arzobispo de Oristañy, y el doctor Benito Español, sacerdote de gran virtud y doctrina, a quien Francisco de Oleza dedicó su menosprecio 

del mundo. Contestó a la dedicatoria con estos hermosos versos: 


Mostrau lobra vostra puis es be rimada 

y donaune copia á qui la volrá 

que vostra señyora qui visque honrada 

y ab molt bona fama está sepultada 

al cel ab los angels sen alegrará. 


Y las vostras coplas serán unas mostras 

de homens y donas segons he legit 

y ab tals sentecias per las vidas nostras 

qui volrá entendre los documens vostras 

tendrá en memoria lo mon aborrit. 


Yo per la part mia per fervos servicis 

en totas mes horas ne faré records 

que puis en sa vida fou tants beneficis 

per lanima sua faré sacrificis 

legint cada dia lofici de morts. 


Almoines, responsos, faré per aquella 

moltas oracions per ella diré 

y ab cremants civis (ciris) en vostra capella 

ofertas y misas cantaré per ella 

y sobre el sepulcre sovint absolré. 


Dos poetas mallorquines encontramos también en el siglo XVI que hacen versos en castellano, pero estos versos, desnudos de toda energía, pueden reputarse por una prosa cortada por sílabas determinadas. El doctor en artes y medicina Damián Carbó, haciendo alarde de sus blasones y de sus gloriosos ascendientes, escribió al pie de su escudo de armas: 


La banda y saetas que veis y señales 

son armas sin duda que los mis pasados 

carbones dejaron con autos nombrados 

de fama y de gloria todas inmortales. 


Y fueron fundadas por autos de reyes 

que aquellas en pago de tantos servicios 

a ellos han dado grandes beneficios 

no siendo ingratos con muy justas leyes. 


De Roma Senados leemos que fueron 

y por el mal Sila no sin guerra fuerte 

cuarenta mil dellos todos duna muerte 

con Mario Carbó juntos recibieron. 


Hernando de la Cárcel cantó el desgraciado suceso del destrozo de una nave llamada San Roque, salvada por el capitán Juan de Luca, cuyo canto empieza así: 


Suele la necesidad 

ser tan diestra en cualquier hora 

que tenga oportunidad, 

que de cualquier novedad 

es muy perfecta inventora: 

y no sólo inventa y traza 

lo que es muy dificultoso, 

que aun en lo peligroso 

se pone sin mano escasa 

con corazón animoso. 


Concluye del modo siguiente: 


Saltó en tierra Luca luego 

y contando el caso, agro, 

muchos sespantan del ruego 

mas los que tienen sosiego 

van diciendo que es milagro. 

Y pues que vino a alcanzar 

Juan de Luca tal victoria 

contra infieles, viento y mar, 

roguemos al que es sin par 

que nos de al cabo la gloria. 


Los poetas mallorquines que más se distinguieron en el siglo XVII fueron: Mateo Descallar y Damato, hijo de una familia ilustre, de quien es un excelente canto a la virgen María: Nicolás Oliver y Fullana, capitán del ejército de Felipe IV, a quien sirvió en las guerras de Cataluña, y después fue cosmógrafo y cronista de Carlos II. Describió las islas Baleares con las octavas siguientes: 


El balear dominio se compone 

de varias islas, fuerte y abundante 

sobre las ondas, y marcial se opone 

con gran castillo al émulo arrogante. 

La de Mallorca, regia se propone 

del mar mediterráneo sol brillante; 

siendo Menorca, Ibiza y Formentera, 

sus más lucientes rayos y Cabrera. 


Yace en el quinto clima, inexpugnable (pone inespugnable)  

del báleo solio el mallorquín estado, 

por sus bélicos hijos formidable, 

y sus crujientes hondas celebrado: 

de Aragón margarita inestimable, 

en la navegación aventajado, 

vestido de frondosas maravillas 

con dos ciudades y opulentas villas. 


La real Palma en la mano aragonesa, 

de Mallorca metrópoli valiente, 

dio laurel digno a la cartaginesa 

y al gran Meleto nombre permanente. 

Mahometanas coronas interesa 

de insignes reyes tronco floreciente, 

puerto de fama, población de lustre 

con mitra episcopal y gente ilustre. 


Entre dos promontorios se levanta 

ciudad Alcudia, desde que aplaudida 

al mayor Carlos su obediencia canta: 

por el coral que pesca conocida. 

Lluchmayor de sus villas se decanta 

famosa por la lid que en su florida 

campaña dio del rey Jaime tercero 

la vida y cetro al enemigo acero. 


Campos, por sus salinas es famosa; 

bellísima y fructífera Porreras; 

Bollenza por sus mirtos prodigiosa; 

Artá milagros toda y primaveras; 

Sineu de los romanos plaza hermosa; 

Felanix, Petra y Manacor guerreras; 

Alaró con castillo inexpugnable, 

riquísima Inca y Soller admirable. 


La fértil isla de Menorca tiene 

una ciudad llamada Ciudadela 

en la agradable costa que contiene 

muralla que defiende y juez que cela. 

Del gran Magon fundada se previene, 

donde el audaz contrario no recela, 

Mahón, que entre otros pueblos se encastilla; 

sublime puerto y generosa villa. 


Sigue Ibiza de pinos coronada, 

dando nombre a su isla inaccesible; 

por el fuerte castillo tan nombrada, 

como por sus vecinos invencible. 

Hoy se ve Formentera despoblada; 

Cabrera se propone apetecible; 

cobrando fama entre otras Cunillera 

del ínclito Annibál patria guerrera. 


A mediados de este mismo siglo, floreció Rafael Bover (pone Bovér), a quien Quadrado llama el Garcilaso mallorquín. La siguiente muestra de su numen lírico hará conocer a nuestros lectores la exactitud de tal comparación. 


Aldea qui ets tan trista 

y sens remei algun per me tristeza, 

si no cegar ma vista, 

puis no tinc altra cosa que aspereza, 

en un camp sens verdura 

rahó es que yo muyra ab tal postura. 


Posát en esta aldea 

un pobre y trist pastor se lamentaba

ausent per sa idea

de lo que en aquest mon mes adoraba:

ja finirá sa vida

per no haberí en el camp cosa florida. 


Cert es, señora mia, 

que ya en el mes present los camps estaban 

tots verts ab gran porfia, 

y de ells a son temps fruits aguardaban; 

mes ab seguedad tanta 

no hayá fruit que esperar ya de tal planta. 


Si lo temps fes mudanza 

convertintse me pena áb alegría, 

se creu mia esperanza 

de que lo sech de vert se vestiria, 

y la favera ab flor, 

Cullint de totas parts lo fruit millor. 


No te esquives, pastora, 

de lo que yo te escric ab esta lira, 

que mon cor te adora: 

abrassét en amor y no en ira, 

Perdona ma osadia 

que per servirte a tu yo moriria. 


En el romance que sigue, agotó Bover la suavidad de sus tonos, e hizo triunfar el tiernísimo dialecto mallorquín


No te espantes que yo cant

perque men pren com es cisna, 

qui cuant ya no te esperanzas 

contant acaba sus dias. 

Com veix que ma desventura

de poder parlarte hem priva, 

de est molt que ma vida acapia, 

puis de aliment me servia. 

Mos ulls llamentan y ploran, 

mon cor se romp com a vidra, 

mas entrañas se arrebasan, 

ma esperanza se mostia etc. 


Pertenecen también al siglo XVII Jaime Pujol abogado, autor de un poema en elogio del serenísimo infante D. Juan, y el doctor Antonio Gual, presbítero y canónigo de esta santa iglesia, digno imitador de Góngora. Entre otras poesías de este último tenemos el poema épico que escribió en 1646 con motivo de la pacificación de los partidos que dividían la nobleza mallorquina. Sus versos son excelentes, y como muestra de ellos copiaremos las octavas que siguen: 

….....

El puesto de dos vallas guarnecido, 

y en ellas dos informes arrimados 

bultos, que de lo humano se han vestido 

al yerro de las lanzas destinados: 

un duro azote de la diestra asido, 

y de sendos broqueles amparados; 

vestida ricamente de oro y grana 

el aurora salió aquella mañana. 

…....

Despertaron al sol confusas voces, 

festivo aplauso, alegres alaridos 

del vulgo y de la plebe que veloces 

se anticipan al puesto mal sufridos, 

No Ceres tal, a las villanas hoces 

los campos da de espigas guarnecidos, 

como se vieron por distancias tantas 

cubrir la arena las humanas plantas. 

…........

Juan Odón de Togores se descubre 

sobre un delfín terrestre que de estrellas 

la escama siembra de oro, que le cubre, 

de blancos grifos con labores bellas: 

su faz, que nube del plumaje encubre, 

por el campo marcial siembra centellas: 

y habiéndose ostentado reverente 

de su mantenedor se puso enfrente. 


Cuatro veces al son de los metales 

los polos de cristal se estremecieron; 

y del averno oscuro en los umbrales, 

de las herradas plantas se sintieron 

otras tantas los golpes desiguales 

con que el globo los brutos sacudieron, 

dejando con airoso movimiento 

de astillas cada cual poblado el viento. 

En el siglo XVIII florecieron don José de Pueyo y Pueyo, marqués de Campo Franco, que hizo ostentación de su excelente numen en la multitud de poesías que compuso en latín, castellano y francés: don Miguel Bover y Ramonell, autor de la comedia titulada la conquista de Mallorca, de la que habla Moratín en sus Orígenes del teatro español: el padre Ramón Nicolau, monje cartujo, que escribió en verso latino hexámetro la vida de Jesús, María y José: el doctor don Antonio González que tan al vivo expresó su melancolía y tristeza en su Teatro de la muerte, y don Luis Focos traductor de la Merope de Maffey y de la comedia El enfermo imaginario de Moliere y autor de un poema épico de la conquista de Orán. 

Difusos seríamos si hubiésemos de hacer mención de los poetas mallorquines del siglo XIX, y más difusos si hubiésemos de detenernos en el examen de sus producciones. Sin embargo, no debemos pasar en silencio los nombres de don Antonio Llodrá, don Juan Nicolau, don Juan Muntaner y García, canónigo de esta santa iglesia y arzobispo electo de Caracas, don Leonardo Planes, don Nicolás Armengol, don Nicolás Campaner, oidor de esta real audiencia, don Pedro Andreu y don Vicente Far. Todos ellos han dejado conceptuosos versos y de todos ellos hemos hablado detenidamente en nuestro diccionario de escritores mallorquines. 

De los que actualmente viven omitimos hacer mención, atendida la diversidad de su mérito, temerosos de herir la modestia de los unos, hablando de ellos con el elogio que merecen, y la susceptibilidad de los otros, pasándolos en silencio. 

Palma 19 de octubre de 1850. 

JOAQUÍN MARÍA BOVER


CRÓNICA QUINCENAL. 

El breve espacio que nos es permitido ocupar por esta vez en nuestra Revista, nos impide hablar de los asuntos exteriores. Los interiores no han ofrecido cosa que de notar sea hasta hoy 29 en que El Heraldo nos saluda con la noticia de una grave crisis ministerial. Según el mismo, el señor ministro de Hacienda, después de algunas discusiones sobre presupuestos, ha hecho su dimisión, a la que se siguió la de todos los demás señores ministros. En las altas horas de la noche S. M. se había negado a admitir la de los últimos, si bien parece una cosa consumada la del primero. Cuando salga a luz nuestro número, ya habrá tenido lugar la solución completa de esta crisis. Con motivo de los días de S. M. la Reina, hubo el 19 besamanos en el real palacio, que se celebró con el ceremonial y la pompa de costumbre, y se abrieron al público los claustros y las piezas de la planta baja del convento que fue de la Trinidad, para la Exposición general de productos de la industria española correspondiente al año de 1850. En el mismo día estuvieron algunos curiosos con los ojos fijos en las nubes, esperando ver venir el globo del Sr. Montemayor; pero lo que vieron fue disiparse sus ilusiones, y esto, a fuer de españoles, lo sentimos de veras.

La contestación al discurso de la corona ha dado margen, así en el Senado como en el Congreso de diputados, a reclamaciones por una parte y explicaciones por la otra, resultando últimamente la aprobación del proyecto, como lo había presentado la comisión. 

El gobierno ha sometido a las Cámaras, para su aprobación, un proyecto de ley sobre reemplazos y otro sobre arreglo de tribunales. Hablase de una nueva legislación de imprenta, y se preparan, al decir de los periódicos que sirven de órgano al ministerio, varias otras innovaciones importantes. 

El día 19 se inauguró el Teatro Real con La Favorita, y no con La Sonámbula, cual había anunciado anticipadamente la prensa periódica. La concurrencia fue escogidísima. Asistió S. M. la Reina. ¿Qué diremos nosotros acerca de la ópera del Teatro Real que no hayan dicho antes los diarios de Madrid? Todos han hablado largamente del local, de los cantantes, de la orquesta. Unos han elogiado sin medida; otros han censurado sin medida también. Nosotros, a pesar de estar ya agotada la materia, emitiremos nuestra opinión, que aunque débil es franca, imparcial, sin pasión de ninguna especie. Creemos que la compañía, en general, es excelente. La Alboni es, en nuestro concepto, la reina de los contraltos. Otros no opinan así; pero en esto de gustos cada uno es libre de opinar como le acomode. El aria del tercer acto la canta admirablemente: su voz sube y desciende con una facilidad que asombra; ya se confunde con un tiple, ya nos figuramos oír el más hermoso de los tenores. Tributado este homenaje a la célebre cantatriz, añadiremos que notamos en ella frialdad, escasez de sentimiento, y a esto atribuimos la poca aceptación que mereció la primera noche a la mayor parte de los espectadores: en las noches sucesivas ha dado más animación a su canto, y repetidos bravos y aplausos han coronado sus esfuerzos, lloviendo sobre ella ramos de flores. Gardoni nos agradó desde su aparición en las tablas: su voz es de poco volumen, pero simpática y llena de suavidad y de ternura; da a su romanza una entonación tan dulce que penetra el corazón de los oyentes. Baroilhet no tiene los arrebatos de genio que caracterizan a Ronconi, pero tampoco adolece de sus defectos: no es tan dramático, pero atina más: Ronconi es el Víctor Hugo y Baroilhet el Casimir Delavigne de los barítonos. 

Formes es un buen bajo profundo, aunque todavía sin formar enteramente; corcel que necesita de una hábil mano que maneje sus riendas, pero que promete mucho. Cuando después de trazado este cuadro, se añaden a él dos notabilidades como Ronconi y la Frezzolini, a quienes hemos de oír en Los Puritanos una de estas noches, no es posible negar que poseemos en el día una de las mejores compañías líricas del mundo. De los coros, la orquesta y las decoraciones no hay que decir sino que han estado admirables. Dos pensamientos amargan, sin embargo, estos placeres: el primero, lo costosos que son; el segundo, lo rápidos que necesariamente habrán de ser. Otro pensamiento triste se nos ocurre: ese magnífico teatro está dedicado meramente a la ópera italiana! ¿Conque hemos de ver para siempre desterrado de la escena lírica el hermoso idioma de los Garcilasos, de los Meléndez, de los Quintanas, a oírle sólo en zarzuelas, la mayor parte de reducidas dimensiones? 

Esto nos conduce naturalmente a hablar del teatro de Variedades y de la zarzuela Pero Grullo. A excepción de la excelente ejecución del Sr. Salas, nada otra cosa encontramos que nos agradase, ni música, ni versos, ni argumento en esa pieza. Es verdad que aquel célebre cantante ha bastado por sí solo para hacernos soportar tan gran cúmulo de vulgaridades líricas y dramáticas. En la escena de la embriaguez fue aplaudidisimo. A esta novedad siguieron las Escenas en Chamberí, segunda edición del Tío Pinini del Instituto, triunfo de la Petra Cámara, así como el Tío Pinini lo es de la Vargas. Ambas bailarinas han recogido abundante cosecha de palmadas. Ya es positivo que la zarzuela se traslada al teatro del Circo, y que el de Variedades queda exclusivamente consagrado a la comedia: aplaudimos y nos damos el parabién por esta novedad. Parece que el Circo se estrenará con el Tío Caniyitas. En Variedades se dispone la representación de una comedia nueva, titulada María Calderón: ya la veremos y emitiremos nuestro juicio sobre ella. Ninguna novedad nos ha dado el Teatro Español: el 19 puso en escena el magnífico y celebrado drama del señor Gil y Zárate, Guzmán el Bueno, perfectamente desempeñado por los señores Valero, Calvo y Pizarroso y la señora Lamadrid (Doña Bárbara). En seguida hemos tenido el placer de ver en las tablas El Alcalde de Zalamea del inmortal Calderón, muy bien ejecutado por la señora Lamadrid (doña Teodora) y los señores Latorre, Calvo, Osorío y Pizarroso. Por último, ha venido en pos de estas obras el Marino Faliero de Casimir Delavigne, en donde Latorre estuvo tan admirable en otra época, y que hoy día es su escollo; no porque su acción deje de ser excelente, sino porque la voz no le ayuda. En el Instituto la única novedad ha sido Urganda la desconocida, comedia de magia, de pésima intriga y de peores versos. La prensa la ha condenado al olvido y nosotros imitamos su ejemplo. Lo único bueno que ha ocurrido en el teatro de la calle de Valverde ha sido Maese Juan el espadero, drama de don Francisco Cea, digno de otros actores de fácil y hermosa versificación, interesante, aunque algo lánguido en el acto tercero. El argumento del drama está tomado de un cuento de Hoffman. El autor fue llamado a la escena, y tuvo la modestia de no querer presentarse. 

28 de noviembre de 1850.


CUESTIÓN POLÍTICA Y JUDICIAL. 

Importante ha sido por demás lo ocurrido en el Congreso de los diputados el día 18 del mes anterior, con el motivo de estarse discutiendo el dictamen de la comisión que por primera vez en la presente legislatura se apartaba del acuerdo de un distrito, emitiendo su voto desfavorable a la validez de la elección de Caldas de Reyes. Giraba la discusión sobre el vicio culminante de su expediente, o la falsificación achacada al alcalde presidente de aquella mesa, por haber leído unos nombres por otros en el acto de su escrutinio, hecho, sobre el que habían protestado varios vecinos electores, dando lugar al debate que en pro y en contra se estaba sosteniendo; cuando cierta circunstancia y un notable orador dieron nuevo sesgo a la sesión, elevándola a la altura de las cuestiones que más se rozan con la organización social de un pueblo, las atribuciones más delicadas de su representación nacional y los derechos más altos de su magistratura. Era esta circunstancia, la de haber acudido otros electores del referido distrito a su autoridad judicial en solicitud de que se procesase a la gubernativa. Fue este notable orador el señor Donoso Cortés, marqués hoy de Valdegamas, el que siempre especulativo y generalizador con sus habituales dotes, descendió este día al terreno práctico de los hechos, y tal vez más concreto que nunca, remontóse a un punto de alta jurisprudencia. El hecho en cuestión era, que el juez de Caldas había suspendido toda actuación sobre la demanda ya dicha. Partiendo de él el señor marqués después de haberlo presentado bajo el prisma de los principios de aplicación que verán nuestros lectores en su discurso, llegó a concluirlo con estas solemnes y lúgubres palabras: 

"Señores, gravísimo mal es que el poder judicial de un país sea subyugado y y vencido: pero cuando lo es por el huracán de las revoluciones, todavía no está muerto, y del vencimiento de hoy, hay apelación a la victoria de mañana. Mas cuando los tribunales mismos abdican; cuando los tribunales mismos declaran su impotencia; cuando los tribunales mismos se ponen en poder y a merced de los cuerpos políticos, entonces para un país en que esto sucede, si llega a suceder universalmente, no hay esperanza ninguna, ni hay apelación de ninguna clase, porque el miedo confirma siempre todas las abdicaciones."

Honda sensación debían producir necesariamente estas razones, y los magistrados que se encontraban en la Cámara no pudieron ser a ellas indiferentes tomando la palabra en seguida. Su impresión no quedó, sin embargo, reducida a aquel recinto: fuera de ella han venido también a tomar parte en tan señalada contienda dos notables escritores. Los discursos, pues, y los escritos de unos y de otros (según aparecen los primeros en el Diario oficial de las sesiones), los vamos a dar a continuación, y todo para que como antecedentes nos sirvan después para resolver esta importantísima cuestión: ¿Una vez probada la falsedad u otro vicio del sufragio en particular, lo está también la de la mayoría electoral en general? ¿Quién debe juzgar, o quién debe prejuzgar el hecho de la falsificación u otros en su caso? 

¿Lo debe hacer el tribunal o el Parlamento? ¿Son estos casos indivisibles, hechos complexos, o admiten dos consideraciones distintas y separadas?

Del modo con que se resuelvan estas premisas, pende el decidir si el juez de Caldas o cualquiera otro en su caso abdica o no su jurisdicción, según es de ley y derecho. Pero hé aquí cómo parecen concluirlas cada uno de estos oradores y los dos distinguidos sujetos que han tomado la pluma con este objeto, sin perjuicio de dar después sobre la materia nuestro parecer humilde.

El Sr. marqués de Valdegamas. - Señores, si el movimiento de curiosa expectación que advierto en el Congreso indica la creencia de que voy a pronunciar un discurso, debo apresurarme a manifestar que no pienso hacer un discurso; si significa que habiendo pedido yo la palabra en contra se cree que voy a hablar en favor de la validez de las elecciones, entonces debo apresurarme todavía con mayor empeño a manifestar que no puedo defender unas actas ni unas elecciones, de las cuales se apartan, no sólo mis ojos con horror, sino hasta mi estómago con asco.

Yo he oído, señores, al señor Mugartegui defender la validez de esas elecciones, y lo he oído, no sólo sin sorpresa, sino hasta con gusto. El interesado tiene el derecho y hasta el deber de defender la legitimidad de su victoria. Pero yo no creo que, aparte ese señor diputado a quien la elección interesa, haya un diputado aquí que se levante a defender esas actas ni esas elecciones; yo creo firmísimamente que hay actos cuya comisión es menos deshonrosa que su defensa. ¿Para qué he pedido, pues, la palabra? La he pedido, señores, para recordar aquí que el dictamen de la comisión no es un dictamen completo; no he pedido la palabra para atacar lo que la comisión dice; he pedido la palabra para atacar lo que la comisión calla; yo no voy a combatir el dictamen de la comisión, combato solamente su silencio.

Hay un artículo del reglamento que voy a leer a los señores diputados, y que dice así:

"Art. 31. Si del examen de un acta resultare culpabilidad de parte de la mesa de un distrito o sección, de los electores o de algún funcionario público, la comisión hará expresión de ello en el dictamen, y se pasará un tanto al gobierno." 

En este dictamen no se hace mención de la culpabilidad que de los documentos resulta; en este dictamen no se propone que se envíe un tanto de esa culpabilidad al gobierno; por consiguiente este dictamen ha faltado al artículo del reglamento que he tenido la honra de leer a los señores diputados. Sin embargo, señores, yo confieso que no me hubiera levantado a pronunciar estas cuatro palabras que los señores diputados me están oyendo, si sólo me hubiera impulsado a pronunciarlas un interés de reglamento; pero hay un incidente en estas actas que tiene una importancia altísima, importancia que es necesario que el gobierno conozca para que pueda resolver acertadamente, y que no puede conocer si no se le envía un tanto de ese incidente mismo. El incidente a que me refiero es el que sigue: El señor de Castro, candidato vencido en estas malhadadas elecciones, creyó deber acudir ante el juzgado de primera instancia acusando al alcalde - corregidor que había presidido las operaciones electorales, nada menos que de falsario. El juez de primera instancia, habiendo oído al promotor fiscal, se abstuvo de conocer y juzgar, diciendo que lo hacía para no prevenir el juicio de las Cortes a quienes este negocio correspondía exclusivamente. Este es el incidente y estos son los hechos; veamos ahora los principios legales que rigen en la materia, y aquí se verá la grande importancia, la inmensa trascendencia, la insigne gravedad de este negocio.

Hay un artículo constitucional en que se dice que al Congreso de diputados toca conocer de la legalidad de las actas; hay otro artículo en la Constitución según el cual la plenitud de la jurisdicción penal y civil reside en los juzgados y en los tribunales; hay finalmente varios artículos del código penal en que se dice expresa y terminantemente, que en las elecciones puede haber delitos; se marca cuáles son estos delitos, y se establece que deben ser conocidos por los tribunales civiles. Es decir, señores, que según los principios legales, según estas disposiciones, constitucionales unas, legales todas, hay en materia de elecciones dos jueces, el Congreso y los tribunales. Cuestión: la jurisprudencia que ha establecido el juez de primera instancia a quien aludo, ¿es una jurisprudencia aceptable, o es una jurisprudencia que debe ser desechada como peligrosísima? Esta es la cuestión, señores, que traigo aquí ante el Congreso, y que voy a dilucidar, si me es posible, en cuatro palabras. El juez de primera instancia dijo: hay un artículo constitucional en virtud del cual el conocimiento de la legalidad de las elecciones corresponde al Congreso de los diputados, y prescindiendo de otro artículo constitucional en que se da la jurisdicción criminal y civil a los tribunaes, y prescindiendo de los artículos del código que están en el mismo sentido, no quiero prejuzgar la decisión del Congreso. Señores, si esta jurisprudencia se adoptara, conduciría a una denegación de justicia en materia de elecciones universal y absoluta. El Congreso, si la adoptase, podría decir a su vez: se me han presentado estas actas; en nuestra Constitución hay un artículo que dice que la plenitud de la jurisdicción civil y criminal pertenece a los tribunales; en el código penal hay artículos que dicen lo mismo; por consiguiente no me toca prejuzgar la opinión de los tribunales. Y véase aquí cómo los tribunales, escudándose con el Congreso y el Congreso escudándose con los tribunales, irían a parar necesariamente, como he dicho antes, a la denegación absoluta de la justicia.

Señores, este caso no es nuevo, aunque lo parece: hay otros semejantes que pueden ayudarnos a resolver esta cuestión gravísima. En el caso de una conspiración, por ejemplo, en que haya paisanos y militares, hay dos tribunales, uno militar y otro civil, que al mismo tiempo y sin temor de prejuzgar la opinión el uno del otro, conocen de un mismo delito; y nunca al tribunal civil se le ha ocurrido decir: me abstengo de juzgar en este delito en que aparece un militar como reo por temor de que el juzgado militar vea prejuzgada su opinión por la mía; y nunca el tribunal militar se ha abstenido de fallar por temor de prejuzgar la opinión de los tribunales civiles. ¿Y qué ha sucedido, señores? Ha sucedido siempre que cada uno ha obrado amplia, libre y espontáneamente en el ancho, libre y espontáneo uso de todas sus atribuciones. Y no porque de aquí no se sigan inconvenientes; se siguen; y algunos gravísimos. En el ejemplo que acabo de citar puede suceder que el tribunal militar v. gr. diga que no ha habido delito, y por consiguiente que no ha habido reo, y que el tribunal civil asegure que ha habido delito y reo. Este fallo contradictorio es un mal grave, gravísimo, y sin embargo ambos tribunales conocen a la vez del mismo delito, ¿por qué, señores? Porque aun siendo ese un mal grave, hay otro mal mayor que evitar; y es que no se respete la independencia de todos los tribunales y la legitimidad de todas las jurisdicciones. Por lo demás, hasta aquí he supuesto por vía de argumentación, que el caso que se ventila hoy es idéntico al caso de una conspiración en que entrasen militares y paisanos; pero no lo es. En el último puede haber fallos contradictorios; pero en el que discutimos no puede, no puede haber esa contradicción de fallos en ninguna de las suposiciones posibles. Supongamos que un candidato en unas elecciones acude al juzgado de primera instancia con una querella; que el juez de primera instancia falla que ha habido delito y reo, y le impone la pena, ¿qué es lo que falla el juez? Falla una cosa exclusivamente judicial, y no una cosa política; no falla que en las elecciones haya habido o no mayoría en favor de este o del otro candidato; falla que ha habido delito. Supongamos que las actas de esas mismas elecciones vienen al Congreso, y que el Congreso acuerda lo que teme ese juez de primera instancia, es decir, que las elecciones han estado bien hechas, y acepta al candidato como diputado. ¿Hay contradicción? No, señores. ¿Qué es lo que ha acordado el Congreso? ¿Ha resuelto que no hay delito? No; ha resuelto que con delito o sin delito, la mayoría es clara a favor de ese candidato. Por consiguiente no hay contradicción ninguna. Supongamos por el contrario que el juez de primera instancia dice que no ha habido delito, y que el Congreso anula las elecciones: ¿hay la contradicción que se teme en estos fallos? No, señores. ¿Qué ha dicho el juez de primera instancia? Ha dicho simplemente que no se ha cometido delito ninguno. ¿Y qué ha dicho el Congreso? Que con delito o sin delito la mayoría no es clara a favor del candidato. ¿Son estas cosas contradictorias? ¿Quién no ve aquí, señores, que en ningún caso el Congreso y los tribunales dicen ni una misma cosa, aunque lo parezca, ni una cosa contradictoria, aunque lo parezca, sino que en todos los casos dicen siempre cosas de todo punto diferentes. Pues si dicen cosas de todo punto diferentes, ¿de dónde nace ese temor de fallos contradictorios? Esta cuestión, señores, lo he dicho al comenzar, es una cuestión gravísima, una cuestión peligrosísima; cuestión gravísima considerada en su esencia, cuestión peligrosísima por las tendencias que tiene. Es cuestión gravísima, porque introduce la perturbación en las grandes jurisdicciones del país; es cuestión peligrosísima sobre todo, señores, porque aquí veo yo despuntar una especie de corrupción disfrazada que es la peor de todas las corrupciones. Señores, gravísimo mal es que el poder judicial de un país sea subyugado y vencido; pero cuando lo es por el huracán de las revoluciones, todavía no está muerto, y del vencimiento de hoy, hay apelación a la victoria de mañana. Mas cuando los tribunales mismos abdican; cuando los tribunales mismos declaran su impotencia; cuando los tribunales mismos se ponen en poder y a merced de los cuerpos políticos, entonces para un país en que esto sucede, si llega a suceder universalmente, no hay esperanza ninguna, ni hay apelación de ninguna clase, porque el miedo confirma siempre todas las abdicaciones. Hé ahí lo que temo, y porque lo temo he levantado la voz para que de todos sea oída, y señaladamente del gobierno de S. M.

Concluyo pues, señores, diciendo por un lado a la comisión que ponga al gobierno en el caso de proceder como corresponde en este asunto, enviándole un tanto de ese incidente, según previene el reglamento del Congreso; concluyo excitando por otra parte al gobierno de S. M. poderosísimamente, y en especial al señor ministro de Gracia y Justicia, a quien siento no ver en este momento, para que por medio de circulares o por otro que crea más conveniente, haga que se reconozcan y observen estos principios que acabo de sentar, esta jurisprudencia que acabo de sostener como la única que puede salvar la honra y la dignidad de la magistratura española.

El Sr. Calderón Collantes: Señores, acababa de llegar a este augusto recinto del cumplimiento de otra obligación que tengo fuera de aquí, cuando oí de boca del dignísimo señor diputado que acaba de hablar doctrinas que, a mi entender, son tan perniciosas y tan peligrosas como S. S. ha calificado las contrarias; y precisamente para que esa teoría que el señor marqués de Valdegamas ha querido establecer aquí no prevalezca, para que no quede sin contradicción, para que no se sienten aquí principios que estarían en abierta contradicción con toda la legislación del reino, es para lo que pedí la palabra. El Congreso, después de haber oído al señor marqués de Valdegamas, y después que se digne prestar por breves instantes su atención a las pocas palabras que tendré el honor de dirigirle, decidirá de parte de cual de los dos está la razón y la justicia. 

Yo, señores, no me propongo hablar en pro ni en contra del dictamen de la comisión, respecto a la validez o nulidad de las actas. Diré únicamente de paso, que cualquiera que sea el juicio que forme el Congreso acerca de estas elecciones del distrito de Caldas de Reyes, en la provincia de Pontevedra, aun cuando con el señor Mugartegui no me liga ninguna relación, pues ni aun tengo el honor de conocerle personalmente, y sí me ligan con el señor Castro las relaciones de amistad, en cuanto a las circunstancias de los dos candidatos no hay diferencia ninguna, y es falso cuanto se ha dicho para prevenir la opinión del Congreso por escrito y de palabra fuera de este sitio. 

El señor Mugartegui, persona a quien no conozco, pero sí a su dignísimo padre, es de una de las familias principales del país, no como dice un anónimo, altamente indecoroso, que es una persona desconocida y poco menos que inclusero: el señor Mugartegui tiene tantos títulos a la confianza de los electores de Caldas como el señor Castro; no más, pero tampoco menos. Dicho esto de paso porque, repito, no pensaba ocuparme un momento de las elecciones en cuestión, vamos a examinar si con efecto el incidente gravísimo que ha tocado el señor marqués de Valdegamas, y que resulta de estas actas, puede considerarse bajo el aspecto que S. S. ha pretendido, o si por el contrario debe mirarse bajo el aspecto (con) que yo voy a presentarlo al Congreso.

No el señor Castro, candidato vencido, que en esto ha padecido equivocación el señor marqués de Valdegamas, según se dice en un documento impreso y repartido a los señores diputados, y que por interés del mismo señor Castro he tenido la paciencia de leer, es el que ha presentado la querella contra el alcalde - corregidor de Caldas que presidió las elecciones; fue un Castro sí, pero es el alcalde constitucional de Caldas, pariente, según tengo entendido, del candidato vencido, el que ha propuesto la querella acusando de falsario al alcalde corregidor que había presidido la elección. El juez de primera instancia, que desde luego conoció no se trataba de una acusación cualquiera contra un particular, y que podía sobrevenir un conflicto entre una parte integrante de uno de los poderes del Estado, y otro, que si no es poder, es un orden independiente y así lo llama la Constitución, no dijo contra lo que suele decirse en tales casos, que hubiera sido, se admite la acusación en cuanto ha lugar en derecho y recíbase la información, sino pase al promotor fiscal; y con esto calificó con mucha prudencia, por lo cual, sin conocerle, recomiendo este funcionario a la consideración del gobierno, calificó, digo, de grave esta cuestión, porque no se trata de una querella común sobre cualquier materia; se trata de juzgar los actos de un alcalde corregidor presidiendo unas elecciones; se trata de una providencia judicial antes de que recaiga el juicio único en esta materia, que es el del Congreso. El promotor fiscal dijo, a mi entender también con mucho acierto, no puedo emitir dictamen: el fundamento de este dictamen es la conducta observada por el alcalde corregidor en el acto de presidir unas elecciones: estas elecciones no están todavía juzgadas por el Congreso, y antes que el mismo Congreso a quien la Constitución y el reglamento conceden exclusivamente la facultad de decidir sobre la validez o nulidad de las elecciones y sobre la conducta que hayan observado los diversos funcionarios públicos que hayan intervenido en sus operaciones, no lo haga, este procedimiento debe dejarse intacto; porque si el Congreso declarase válidas las elecciones, habría aquí un compromiso de autoridades, pues tanto valdría declarar válidas las elecciones, como decir que no había habido falsedad; y si por el contrario el juzgado declarase que no la había y el Congreso anulase las actas, esto equivaldría a decir que había habido falsedad. Ahora el señor marqués de Valdegamas dice que el juzgado lo que debía hacer era conocer desde luego del delito de falsedad y decir si la había o no; y que el Congreso, por otra parte, se ocupase sólo de las elecciones, y declarase si eran válidas o nulas. Pues, señores, yo creo que eso sería absolutamente invertir el orden lógico y natural de las ideas y el de los procedimientos, y en segundo lugar, faltar abiertamente o contradecir lo que previene el reglamento del Congreso. Digo que era subvertir el orden lógico de las ideas, porque cuando se trata de la legalidad o ilegalidad de las actas, ¿cuál es lo primero que toca hacer? Esperar a que manifieste su criterio y su decisión legal la única autoridad a quien la Constitución concede este derecho. ¿Cuál es esta autoridad? 

El Congreso; y lo lógico es que cuando este encuentra algo que sea merecedor de castigo, mande proceder para que lo imponga al tribunal judicial que corresponda. Este, que es el orden lógico de las ideas, es también el de los procedimientos, porque así se camina sobre una base segura, incontrastable, que faltaría en el momento que se siguiese el camino propuesto por el señor marqués de Valdegamas. Estaría en contradicción con lo que previene el reglamento; y para que se vea lo que sus sabios autores, que fueron personas muy entendidas, entre ellas el señor Olózaga, pues aunque reformado este reglamento, todavía en lo principal es el mismo que hicieron las Cortes constituyentes en 1837, dispusieron a este objeto, ruego al Congreso fije un momento su atención sobre el artículo que voy a leer, para que pueda fallar con plena conciencia acerca de la cuestión que se ha suscitado, y a que tanta gravedad e importancia se le ha querido dar.

Dice así el artículo 31 del reglamento: "Si del examen de una acta resultare culpabilidad de parte de la mesa de un distrito o sección, de los electores o de algún funcionario público, la comisión hará expresión de ello en el dictamen y se pasará un tanto al gobierno."

¿Qué quiere decir este artículo? Que en todo lo relativo a la nulidad o validez de las actas, el único juez es el Congreso, y que toda vez que crea se ha cometido delito de falsedad o cualquier otro remita lo que resulte de las actas al gobierno para que este, por medio de sus representantes, mande proceder a lo que haya lugar. Así es, señores, que sin que preceda esta declaración del Congreso, ninguna autoridad, absolutamente ninguna, ni el gobierno mismo puede meterse a decir si en las actas ha habido o no delito, y que sólo cuando diga que lo hay, es cuando el gobierno, por medio de las autoridades puede decir: procédase a lo que haya lugar. Esto en cuanto al reglamento, que es la ley del Congreso. Pero el señor marqués de Valdegamas hizo una indicación que es de más gravedad todavía: dijo que tanto valdría aceptar la jurisprudencia establecida por el juez de primera instancia de Caldas como la denegación de la justicia. En primer lugar, yo diré al señor marqués de Valdegamas, aunque S. S. ya lo sabe como todo mejor que yo, que esta es la legislación que se puede llamar común hoy en España. 

Siempre que se trata de actos de cualquier funcionario público del orden gubernativo, un juez de primera instancia no tiene facultad de proceder, sin que preceda una declaración de culpabilidad y de que hay motivo para el procedimiento, primero por el gobernador de la provincia, o en su caso, por el gobierno de S. M. según la jerarquía de los diversos funcionarios; si se trata de un alcalde, es el gobernador de la provincia, antes jefe político; si se trata de un gobernador de provincia, es el gobierno de S. M. oyendo previamente al Consejo Real. Esta es, repito, la legislación común hoy en España: que ningún funcionario pueda ser procesado por el tribunal competente, sin que preceda la autorización del jefe o autoridad superior de quien dependa. Y si el gobierno niega la autorización para proceder contra un gobernador de provincia, y este para proceder contra un alcalde ¿no será esto la denegación de la justicia? Lo será, sí señores; mas para que esto suceda ¿qué es necesario suponer? Es necesario suponer en ese banco (señalando el de los ministros) la existencia de un gobierno tan inmoral, tan altamente despreciador de leyes, que sólo por mero capricho o gusto de infringirlas niegue la autorización que se le pide: pero, señores, esta no es la escuela política a que pertenece el señor Donoso y a que yo pertenezco también: el partido moderado en España como en todos los países constitucionales, porque en todos ellos hay un partido moderado, así como hay un partido progresista, no profesa hoy las teorías que antes estaban tan en boga, la del antagonismo perpetuo, la de la lucha constante entre los diversos poderes del Estado; la teoría seguida hoy es la contraria, es la de la armonía entre los diversos poderes y órdenes del gobierno. Así es que no se puede proceder contra un funcionario de cualquier orden, sin que preceda la autorización de su superior, porque se ha supuesto que un gobierno, en el mero hecho de merecer la confianza de la Corona y la de los Cuerpos colegisladores, sin lo cual no se concibe la existencia de estos gobiernos, no será tan conculcador de las leyes que se niegue a conceder autorización para proceder contra el que falte a ellas. Esta teoría es aplicable al caso en cuestión; pero supongamos que el Congreso se empeñara en decir en algún caso: no hay delito, no autorizo para que se proceda. ¿Qué supondría esto? Supondría que la mayoría de estos Cuerpos era tan prevaricadora como la autoridad que cometió el delito, y que era connivente con ella; pero ¿hay alguno que se atreva a aceptar esta hipótesis como verdadera? ¿Hay quien se atreva a hacer esta suposición? Nadie: porque si muy respetables son ocho ministros, y para mí lo son como he dicho antes, no sólo los actuales, sino todos los que merezcan la confianza de la Corona y de los Cuerpos colegisladores, ¿lo serán nunca más que el Congreso entero?

Pues cuando la ley ha dicho: sin que preceda la autorización del gobierno, no podrá procederse contra un gobernador de provincia, ni contra un alcalde sin autorización del gobernador respectivo, suponiendo que no hay gobierno tan injusto que la niegue cuando legalmente proceda, debemos nosotros inferir la misma consecuencia respecto del Congreso de los diputados. ¿Podremos nosotros decir que no hay peligro en conceder esa autorización? ¿Y podrá negarse esa autorización pedida por un juez de primera instancia contra un funcionario de la administración cuando la autorización proceda? No seguramente.

El que crea que aun conociendo que procede la autorización para la formación de causa a un funcionario del orden administrativo debe negarse, ese deberá votar con el señor marqués de Valdegamas; pero el que, como yo creo, juzgue que cuando por un juez de primera instancia o por un tribunal se pida autorización para proceder contra un funcionario de ese orden, no se debe negar la autorización si procede con arreglo a las leyes, debe votar como yo, (y entiendo que el juez de primera instancia y el promotor fiscal obraron con arreglo a las leyes), conforme a la legislación ordinaria del país, diciendo: toca al Congreso de los diputados decidir si hay legalidad; lo que hará por los medios que establece el reglamento. 


DE LA CONDICIÓN SOCIAL 

DE LA ISLA DE CUBA 

Y DE LOS MALES QUE TODAVÍA SURGEN DE SU ORGANIZACIÓN PRIMITIVA, CON RELACIÓN A SU GANADERÍA, LA AGRICULTURA EN GENERAL Y EL CULTIVO DE LA CAÑA EN PARTICULAR. LA ESPAÑA Y SUS GOBIERNOS SIEMPRE PROTESTARON CONTRA ESTAS CAUSAS. 

ARTÍCULO II. 

Presentamos en el número anterior todo el valor e importancia de la isla de Cuba considerada física y politicamente en general, y nos resta que la contemplemos ahora en particular, bajo su aspecto social, señalando filosóficamente los pasos que ha venido dando por el espacio de más de tres siglos hasta llegar al grado en que hoy se encuentra, ataviada, es verdad, con el fomento material de su libertad mercantil, pero ulcerada también por los males que le han legado una viciosa organización y el olvido de las leyes que regenerarla debían. Así, señalando la causa de estos males, se conocerá mejor el medio de remediarlos, y descubierta la fuente de sus bienes materiales, jamás se confundirán los unos con los otros, y se verá por último, que no es tan feliz en su orden social, moral y político como es ponderada de continuo por su riqueza mercantil. Descendiendo, pues, a su primer período, o a la época primera de su descubrimiento y al arrojar una mirada escrutadora por todo el espacio que media desde este suceso hasta su conquista y posesión por el adelantado Diego Velázquez; nada encontramos a parte de su parcial exploración primero y su total ojeo después, digno de llamar la atención hasta esta última época del filósofo escritor. Oculta por todo este tiempo bajo la noche de la selvatiquez de sus habitantes y de su natural independencia, descubierta o ignorada, desconocida o explorada, nada prestó a la historia que pueda servir de materia para nuestro objeto. Pero tan luego como perdida su condición primitiva, fue sometida al dominio de sus invasores; desde esta fecha, principia para nuestros trabajos esa serie de hechos que han venido señalando los unos, las huellas de la imprevisión y la fuerza, y resolviendo los otros los claros principios sobre cuyos cálculos estriba hoy la mayor grandeza de las naciones cultas. Estos son los hechos, pues, que vamos a indicar en seguida, convencidos de que los que el historiador narra, deben entrar bajo el poder del filósofo, si por acaso no pudieron ser apreciados por aquel, cual su importancia lo requería. Señalamos la segunda época de la isla de Cuba en su primitiva organización, fuente primera de los males que aún sufre y de donde se deriva a nuestro entender el atraso que hoy alcanza en su sistema social, en su agricultura, en las artes que hoy le son tan caras, y en la industria que casi al presente desconoce. Llámale a esta época de conquista y colonización, nuestro amigo el señor Latorre en su prolija cronología, y a estos tiempos preciso es remontarnos, si hemos de dar con el origen de los envidiados frutos que hoy mismo reporta. La fuerza se sobrepuso por este período a la política, a la persuasión y a la enseñanza. La dominación sofocó por este tiempo todo sistema social, fundado siempre en el trabajo y en la inteligencia, y sólo se procuró satisfacer con los vencidos, los instintos del guerrero y los del vencedor avariento. Dócil y blando por condición el pueblo que este país habitaba, en sus tierras cifraron los conquistadores su derecho, en las minas el desasosiego de su espíritu, en sus productos el plantel de su ambición, y en los brazos de sus habitantes, el único medio de sostener su agricultura, el capital único de su industria y el esfuerzo exclusivo de su inteligencia. Los mismos naturales fueron también repartidos como corderos, so pretexto de adoctrinarlos en la religión del Crucificado; (cuando no eran vendidos como esclavos o tratados como abortos de la tierra) (1); y como a Cristo les fue cara su enseñanza, pues que disponiendo de sus brazos con el nombre de encomendados los gobernadores y jueces, llegaron a ser encomendantes ávidos y calculadores más de su trabajo que de su cristiano alimento, hasta los pastores que debían haber protegido tan tímido rebaño... el propio obispo (2). ¡Maldito interés que apagando desde estos tiempos lo noble y generoso, viene imperando aún sobre esta tierra, pues que un metalizado espíritu ha llegado a infiltrarse en todo y a dominarlo todo!

(1) “Y aunque por repetidas órdenes (dice Alaman) estaba prohibido hacer esclavos a los indios, como esto se permitió con respecto a los caníbales o comedores de carne humana, bajo este pretexto eran conducidos a la esclavitud muchos en quienes no había este motivo". Esto fue tan cierto, que el historiador Urrutia se expresa así sobre la propia isla de Cuba en uno de los capítulos de su obra inédita: "Repitiéronse, dice, las órdenes más amplias sobre la libertad de los indios en dicho año de 31 no sólo a los obispos, sino a todos los gobernadores y ministros de las indias. Dirigíeronse especiales a nuestro gobernador Gonzalo de Guzmán para que hiciese experiencia de la capacidad de los naturales de la isla Fernandina de Cuba. Sin duda por la opinión que se había levantado en estos tiempos de que los indios no eran capaces de la religión cristiana hasta intentar algunos que por accidente se formarían los primeros de ellos de la putrefacción de la tierra ayudada del calor del sol.” Este error llegó a necesitar resolución de la Santa Sede, resolución que dio el papa Paulo III a representación de don fray Julián Garcés, obispo electo de Cuba, y que lo era ya de Tiascala, declarando en la bula dada en Roma a 4 nonas de junio de 1537: ser verdaderos hombres y capaces de la fé.

(2) "De la protección de los indios que el obispo hace, se puede conjeturar por los traslados que van adjuntos de algunos capítulos de cartas de Jamaica, a donde hizo repartimiento de indios sin poder para ello. Su mira es su provecho. Al veedor Mendiguren dio 60 indios por 100 ps.; al contador Juan López de Torralba 26 por una cama de Grana.” El licenciado Badillo en su carta 4.a a la emperatriz fecha 1.° de mayo en Santiago de Cuba de 1532. Extractos de D. Juan Bautista Muñoz. 

Partiendo de estos principios las docenas de hombres que a esta isla aportaron, repartiéronsela como un baldío, y es por demás curiosa la tecnología de sus porciones según el fin con que se las apropiaban (1).

(1) No olvidemos sin embargo, que en la América no se hizo más que lo que acababa de hacerse en España con los repartimientos de Granada en su última conquista. Por ocho siglos continuos había durado este derecho entre los señores y caballeros que habían ayudado a los reyes a la reconquista de la España. Véanse los repartimientos de las ciudades tomadas a los moros, por juro de heredad, y se verá que la época y no los hombres disponen de sus destinos.

Cuando los terrenos repartidos tenían por objeto la cría o ceba de los cerdos

los llamaban sitios o corrales, cual hoy se distinguen. Si eran para pastar reses o yeguas, nombrábanlos haciendas, hatos o sabanas como hoy se conocen. Si los dedicaban a algún cultivo pequeño, denominábanlos, como al presente, estancias. Andando el tiempo, los cabildos o ayuntamientos de la isla se arrojaron el derecho de hacer las concesiones de estos terrenos que los monarcas o los gobernadores en su nombre hacían con el vocablo de merced, y estos cuerpos mercedaron a su antojo sin regla ni tasa, ya para sí ya para los extraños. Estas mercedes con todo, no transferían el dominio directo y sí el derecho de usufructo, quedando reservada su propiedad al rey de tal suerte, que los usufructuarios no usaban ni podían usar por entonces de los árboles si el terreno en que se hallaban no estaba completamente acotado. Ya en 1729 se puso un límite a estos abusos prohibiendo que los cabildos mercedasen, y aunque desde esta época principiaron a considerarse como propios los terrenos cercados, el arbolado quedó siempre como propiedad real hasta los años de 1815 y 1819 en que se declararon títulos de propiedad particular y completa. Estos repartimientos además, que fueron más que arbitrarios en su origen, tuvieron después las más nocivas consecuencias, y hoy es el día que aún se siente su fatal influjo heredadas de generación en generación hasta nuestros tiempos mismos. En efecto: inventóse más tarde para la división de estos terrenos la forma irregular de círculos, los que entre otros tenían el inconveniente de los huecos o segmentos que entre sí dejaban, porciones que hoy complican más la cuestión de los realengos, produciendo esa infinidad de litigios que arruinan las más sólidas fortunas cuando se quiere hacer un deslinde entre la comunidad o comuneros que hoy juntos los disfrutan (1).

(1) Los terrenos que se repartían se principiaron a medir en forma de círculos cuyo estrambótico sistema lo trajo de España Gaspar de Torres en 1578; sistema que suplió después el agrimensor Luis de Peña por medio de un polígono de 64 lados en 1579. Berrocal usó luego el de 80 y Medina el de 72 que es el que ha prevalecido. 

Principiando pues por la agricultura; el cultivo en general no participó menos del influjo de la abundancia de los brazos indios, germen también de los brazos africanos que después se pidieron, y más que tristísimo de los amargos frutos que hoy vemos prevalecer en esta Antilla, siquiera sea resto valioso de aquel mundo conquistado por nuestros mayores, con tantas proezas de valor, y a costa de tan inauditos peligros. Que aquellos hombres buscando en sus exposiciones, en sus reveses y aventuras la pronta compensación de la riqueza, no se detenían a considerar más allá de su particular provecho la sociedad que constituían sin advertirlo, de trabajadores vencidos, y de vencedores ávidos e indolentes. Y cuenta que no culpamos sólo a estos hombres: el mal estuvo en la época y en conquistas como las de la América donde había que luchar con una tierra casi mortífera entonces con sus humedades, los obstáculos de su fragoso suelo, los contrastes de sus extremosos climas y donde no cabían como ahora teorías ni sistemas, ni política, ni filosofismo, y cuando todo era allí hostil y bravío, hombres, naturaleza y clima. Disculpamos por lo tanto aquel orden extraordinario de cosas según los tiempos y sus terribles circunstancias. Hoy empero no podemos aprobar su continuación y su cadena, y la variación de los mismos tiempos ha debido y debe impulsar ya fuertemente a los gobiernos y a los asociados a seguir diferente rumbo. Pero sigamos con la simple exposición de la historia y de sus hechos sobre estos puntos.

Entonces como ahora se decía era preciso buscar en la abundancia de forzados brazos lo que debía reproducir una menor fuerza combinada con la inteligencia, y si entonces se dedicaron con los indios a las minas y al pastoreo, hoy sus sucesores los vienen imitando habiendo sólo adelantado en el ramo preponderante de uno o dos productos de su suelo, y eso por la facilidad con que hasta el día se ha podido disponer de los brazos de otra raza no más favorecida que la primera, tan torpe e indolente como aquella, y hoy más peligrosa y temible que ninguna (1). 

(1) Según los cálculos de los señores Humbolt, Arango, Valdés, Lasagra y Saco, pasa de un millón de africanos los que han sido llevados a la isla de Cuba desde su descubrimiento, hasta nuestros días, sin que este ingreso deje de ser más o menos clandestino, como sucede de pocos años a esta parte por el cebo desmedido que este tráfico ofrece. 

En vano es por lo tanto, que la fertilidad y la abundancia de estos climas intertropicales pidan menos esfuerzos que los fríos, y necesiten más que del trabajo grosero del negro, de esos recursos intelectuales con que se alcanzan del clima y de la disposición de las tierras, las producciones más variadas. En vano es que debajo de estas latitudes brinde allí su multiplicación una naturaleza llena de vida y de un verdor perpetuo. Sus cosechas dobles y triples, los bosques de sus preciosas maderas y los arbustos de sus buscados frutos, todo, todo lo esteriliza la rutina legada desde aquellos primitivos tiempos y la idea de que sólo puede representarse allí la producción y riqueza en la fuerza de un mayoral asaz inmoral e ignorante, y en el número de sus estúpidos esclavos. Así es, que circunscrita hoy la principal riqueza de esta isla por los abundantes medios que ha tenido hasta el presente para multiplicar con estas fuerzas la producción de la caña, no sólo no ha aclimatado otras plantas extrañas a su intertropical clima, sino que hasta las propias y exclusivas las ve pasiblemente multiplicarse en otros suelos sin dar señales de despertar de tan perjudicial letargo. Y sino, veamos lo que sucede allí con la ganadería, la agricultura en general y el cultivo de la caña en particular. La sedentaria industria de los ganados, esa ocupación de pueblos nacientes y errantes, es todavía una de las mayores de esta Isla, sin que la indolencia de los que de antiguo vienen fomentándola, vean más que un gran número de bueyes y vacas que pastan a la ventura sobre ilimitados montes e improductivas sabanas. "Este estado de la vida agrícola, dice Humbolt, es el más natural y el que más se ha conservado hasta nuestros días en Méjico, en el Perú, en las regiones frías y templadas de Cundinamarca, en todas partes en que la dominación de los blancos ha abarcado vastas extensiones de terrenos." ¿Y acaso el abandono de tantos terrazgos para la ganadería llega a ser compensado en la isla de Cuba con el número o la cualidad de sus carnes? No, por cierto; su cualidad (calidad) nada tiene de buena, si se exceptúan las de Puerto Príncipe, y si su número llega a ofrecer cierto ingreso, no es el suficiente tampoco, ni se aplican a la salazón de que su esclavitud necesita, viéndose en la necesidad de pagar a los Estados Unidos por su importación al año miles de miles de pesos. Nada tampoco se encuentra en este ramo que manifieste algún sistema de observación e inteligencia, si se exceptúa de cuatro o cinco años a esta parte el progreso que hemos ya notado en los potreros de Puerto Príncipe. Por lo demás, nada de prados, no decimos artificiales, pero ni aun naturales, y a que tanto se prestaría su benigno clima. Los ganados por lo común en las grandes haciendas, discurren y vagan por los campos y sabanas sin el previo reconocimiento de los vegetales que más podrían aumentar sus fuerzas, mejorar la calidad de sus carnes y preservarlos también de endémicas y destructoras plagas. ¿Y todo por qué? Porque allí no se advierte la diligencia del hombre blanco, la del vaquero de Europa que consulta los pastos y sus parajes, el agua y sus bebedizos, la cruza (el cruce) de sus razas y la oportunidad de su ceba (cebo). Allí los criados africanos son tan negados como sus mayorales crueles; y la ociosidad de estos, como el andar o el correr vagamundo de aquellos, no pueden dar más resultados que un régimen estacionario, cuando la seca o los pantanos esterilizan de pronto su confiada esperanza. Por último: un divorcio perpetuo viene existiendo por este suelo entre la ganadería y la agricultura, y desde la conquista se viene repitiendo como un axioma, la crianza quita labranza, dicho popular y heredado, que es el obstáculo más insuperable a las reformas que se debían introducir en ambas, comunicándose los abonos y el alimento de sus auxiliares fuerzas, preciosos lazos, que con sus infinitas y benéficas consecuencias trató un día de establecer y arraigar en su país, un hombre tan benéfico como el inmortal Washington (1). 

(1) Según refiere un historiador sobre la Vida de Washington, este se condolía mucho en su correspondencia con Joung (Young) del cultivo miserable que por entonces tenía su país comparado con el de la Inglaterra, lo que entre otras cosas lo atribuía a lo siguiente. Que en la Gran Bretaña eran caras las tierras y barato el trabajo, y que en América era tan al contrario que comparativamente estaba abandonado el abono de las tierras por la idea falsa y errónea de que salía más barato desmontar y cultivar campos nuevos, que mejorar y abonar los antiguos. Washington opuso todo su influjo contra este error cuyos efectos eran producir la holgazanería y formar una población dispersa y vagabunda.

Pasemos ahora a la agricultura en general. Aunque la ganadería y su multiplicación por bosques y tierras despobladas fue la granjería a que casi exclusivamente se dedicaron los primeros pobladores de Cuba como Hernán Cortés en Baracoa, siendo la más fácil y propia de unos hombres que no podían tener por aquellos días la fijación y el reposo que el cultivo de la tierra y sus variados frutos exigen; siempre, sin embargo, les fue preciso hacer por cultivar los naturales que tan pocos esfuerzos requerían; y en esta parte se acomodaron tanto a los que los indios usaban, que todavía al cabo de tantos años corridos, la agricultura cubana no tiene otra base que las raíces farináceas del boniato o vuniato (con válbulus patatas), la yuca (tatropha manihot), el ñame (discorea alata) y otros frutos que como el plátano (musa paradisiaca), el maíz (zea mais), el arroz (oriza sativa), se reproducen naturalmente en este clima. Todos estos con la patata europea que cada día más se va extendiendo, constituyen la verdadera base alimenticia de la clase popular que es allí la campesina y esclava, llamando a los productos víveres. ¿Pero, por qué desde el principio se abandonó la aclimatación del trigo con otros cereales? Porque aunque allí produce dos veces más que en Castilla (1), es, como decía cierta persona muy entendida, ocho veces más laborioso que el fruto del plátano y tres veces menos productivo. Es verdad que las clases que no son allí campesinas y esclavas tienen que consumirlo: pero también los derechos con que pagan la introducción de estas harinas y que en un artículo anterior nos hicimos cargo (1: Véase al número 7.° de esta Revista art. 1.°), prueban la imprevisión de aquellos tiempos en que sólo se pensó en recogerlo todo del suelo sin ninguna inteligencia y trabajo, aunque se formase como decía Washington una sociedad haragana y vagamunda, pues que todo lo esperaba de la tierra y de la fuerza del esclavo. Hasta el cultivo de la caña, esos ingenios tan envidiados, esas fincas tan productivas, si a su interior, si a su personal, si a sus anticipos se desciende, mucho hay que restar de su producción y de sus utilidades tan alzadas. Y todo por no haberse cuidado desde el principio más que de los terrenos vírgenes para fundar estos establecimientos y de esclavos que supliesen con su número el abono en el cultivo y la inteligencia en la industria, como hoy se olvidan los adelantos de la química y la maquinaria en la elaboración   

(1) Véase una curiosa memoria presentada a la Sociedad económica de la Habana, siendo presidente de su sección de agricultura D. Antonio Bachiller y Morales. De ella resulta, que según las siembras antiguas y los experimentos hechos por don José María Velázquez, en cuya huerte lo vimos ya recogido, las ventajas del clima de Cuba sobre el de España para este cereal son: 1.° la de invertirse cinco meses en la cosecha, y no cumplidos, mientras que aquí nunca bajan de siete. 2.° que naciendo pronto no permite que nazca con él mucha yerba, ahorrando tiempo y gasatos de escarda: 3.° que un solo grano ha contado en Villa Clara cincuenta vástagos y otras tantas espigas hijadas. 4.° que cuando en Murcia da 4 a 7 tallos, aquí da 20 a 24 si bien tantos brazos impiden el que nutran bien y granen las espigas. Con este motivo dijo también un periódico de la Habana: - “Con admiración hemos oído hablar del cultivo del trigo en la Vuelta-abajo como cosa nueva. En las Memorias de la Real Sociedad Económica de la Habana se hallará que hay años que se trajo la semilla desde Villa Ciara, con pormenores bastantes a satisfacer la curiosidad del historiógrafo. Asistimos a una junta de aquella corporación en que se hizo presente un manojo de espigas cosechadas las más en Alquizar (como Alquézar en Huesca, Al Qsar, el castillo, la fortaleza), las otras en el Cuzco, que no desmerecían de las mejores que ha podido dar, no sólo Castilla sino la misma Sicilia, y sin embargo ya se conocía de antemano, notándose el que se mandó a Villa Clara por semilla habiéndola en el país." 

No se ocultó esta fertilidad para la aclimatación del trigo al propio almirante descubridor, quien así decía: - Somos bien ciertos, como la obra lo muestra, que en esta tierra así el trigo como el vino nacerá muy bien; pero hase de esperar el fruto, el cual si tal será como muestra la presteza del nacer del trigo, y de algunos poquitos de sarmientos que se pusieron, es cierto que non fará mengua el Andalucía ni Sicilia aquí, ni en las cañas de azúcar, según unas poquitas que se pusieron han prendido; porque es cierto que la hermosura de la tierra de estas islas, así de montes e tierras y aguas como de vegas donde hay ríos cabdales (caudales) es tal vista que ninguna otra tierra que el sol escaliente (caliente) puede ser mejor al parecer ni tan fermosa. - Memorial del almirante (á) Antonio de Torres para los señores reyes católicos. Colección de viajes, p. 229.   

completa de su fruto ante el más preponderante deseo de brazos africanos. Sí, su prosperidad material, su mayor agricultura la (no) hay duda que están vinculadas en los grandes terrazgos de la caña cultivadas por numerosas negradas. Es verdad que sus productos aparecen muy crecidos, pues que regulada a onza cada caja de azúcar una dotación de 400 negros no dará menos de 237 pues que se regulan poco menos de una por cabeza de negro (1: La caja hace 16 arrobas, pero son 3 ½  las que se regula a cada negro.). ¡Pero a cuántas vicisitudes no está sujeto el que sólo a este especial ramo fía su honra y su fortuna, sin otros auxiliares con los que pudiera compensar sus pérdidas y sus percances! En Europa puede venirle mal al gran labrador la siembra del trigo: pero le viene mejor la de las semillas: no ganará en estas, pero puede hacerlo con usura por particulares causas, en la venta de sus diversas ganaderías. Allí por el contrario, la variedad de un año, la falta de lluvias, los huracanes, todo pone a prueba y da un golpe, el enorme capital que se aventura en las refacciones de la dotación y en el entretenimiento anual de las fábricas y maquinaria. Después, aparte de estos accidentes de la naturaleza, sobrevienen los de los hombres, no menos destructores y decisivos. Un fuego de intento o casual, una sublevación en los esclavos, alguna causa criminal a que estos han dado lugar, ¿no tienen comprometida a cada paso y para siempre una gran riqueza que viene a parar en una pobreza instantánea? Pero sin descender a estas repentinas calamidades que tanto se multiplican, ¿puede darse mayor ruina que el sistema casi general con que estas fincas llevan su administración en poder de refaccionistas, que es como llaman por allí a los que por un tanto se encargan de abastecer los víveres de sus negradas y los demás anticipos que para la recolección del fruto necesitan? Estos especuladores celebran con el prop¡etario contratos tan onerosos, que a veces sube el interés de sus adelantos a más de un 1 ½ al mes, que sale a un 18 anual. Las más (la mayoría de las veces) estos contratos son falsos para evitar la responsabilidad de la usura que prohíben las leyes sobre todo préstamo cuyo interés pasa de un 6 por 100, interés que en el interior llega a exceder de un 3 por 100 al mes, como tuvimos lugar de ver entre los hacendados de la parte oriental, cuando aquellas comarcas recorrimos. ¿Y cuáles son los resultados? Los que preparan una ruina cierta, calamidad que se aminoraría sin duda con el establecimiento de unos bancos provinciales, pues de lo contrario llegará día en que disminuirá la producción, sin ser posible oponer una mejor a la competencia de otros mercados. Además, los extraordinarios gastos que estas fincas requieren, son causa, como dice Humbolt, de frecuentes desarreglos domésticos, ocasionados por el lujo, el juego y los demás desórdenes que ponen al propietario bajo la dependencia absoluta de los comerciantes. Más en obsequio de la verdad, es deber nuestro confesar, que desde Humbolt acá sé ha mejorado mucho todo esto, y si bien acrecen hoy los gastos de necesidades más refinadas de placer y vanidad, la disipación de aquellas grandes fortunas ya no es tanta, y se va notando una mayor inspección de los propietarios sobre sus fincas, cuya atención los aparta más y más de una antigua ociosidad. Y todo esto es durante la vida del propietario: pues que muera, y ya su generación no alcanzará de seguro el mismo grado de felicidad, porque la finca tiene que dividirse y aquí principian nuevas pérdidas y desdichas. Un ingenio es la finca de más difícil división, y como los legítimos herederos tienen una parte en él, de aquí el que uno por lo regular lo siga y se haga cargo de pagar a los demás. El hijo mayor es por lo común alcanzado en esta administración, tiene un pleito, le sobreviene una desgracia.... todos son ya pobres de ricos y afortunados que eran. Y esto es lo que revela aquel dicho vulgar que dice, refiriéndose a estos países, donde tan pronto se improvisa una fortuna como desaparece sin llegar apenas a la tercera generación:

El padre tendero,

el hijo caballero

y el nieto pordiosero. 

No es por lo tanto (la) agricultura cubana la que ofrece en sus privilegiados campos aquel arado que ennobleció a Ciro, que empuña todos los años el Emperador de la China, y que labra la honra y la ventura de nuestras provincias peninsulares. Allí por el contrario, abandonadas sus faenas a una institución abyecta, en vez de moralizar con su sencillez y trabajo a pueblos tan morigerados como los asturianos, los vascongados y gallegos, da origen por el contrario, a cierta clase de campesinos, mezcla rara de independencia y servidumbre, siendo señores de los del color, y siervos a la vez de su relajada ignorancia, cuya generalidad compone por aquí lo que se llama clase baja, conocidos allí con el nombre de guajiros. Así en efecto son llamados los que de la clase blanca se dedican a las haciendas, vegas o estancias, teniendo bajo de sí esclavos propios o arrendados; y de esta suerte confiando a estos los trabajos más penosos, se reservan ellos el mando y la dirección, andan de acá para allá en ligeros caballos, calzan espuelas de plata, restos de pasadas grandezas, y armados siempre de un lujoso machete o sable, sienten toda la vanidad grotesca de su mando y sus arreos; y truecan la sencillez que dan los campos, por los vicios de su vida aventurera y lo ladino de su maliciosa ignorancia (1). 

(1) Estos guajiros suelen decir en la Habana que si los letrados tienen letras, ellos tienen tretas. M. Merlain describe sus misteriosos amores y la poesía de sus costumbres. Pero M. Merlain pinta sólo con su imaginación y nosotros los describimos con la severidad del juicio. 



¡Raro conjunto, clase indómita y vagamunda que no es el resultado menos sensible de las que han perturbado la organización social de esta isla desde sus más remotos tiempos! ¿Pero qué hemos de encontrar en los infortunados campos que principió a cultivar un día con su sangre el indolente indio, campos que afrentan hoy a los europeos que quieren cultivarlos por regarllos y envilecerlos con su sudor el desgraciado esclavo? Nosotros hemos seguido muchas veces a este hijo de la africana costa en alguna de las fincas en que se ocupaban arando, y al verlo tras el arado con paso más tardío que el del perezoso buey a quien guiaban, observamos en sus araños (arañazos), en vez de surcos, lo poco que puede esperarse de estos operarios que prosiguen su tarea ante la imagen de la crueldad y holgazanería, representadas allí a su vista en el inactivo mayoral que lleva por todas partes el afrentoso signo que tanto lo envanece... el látigo. 

¡Pero qué decimos! Los propios animales llevan todavía impreso para el observador profundo este sello de violencia y degradación, y el propio buey que es dirigido por el ágil andaluz, o por el grave vascongado con el punzón de su sola ahijada, es allí martirizado de continuo por el tirón despiadado de la cuerda o narigón que traspasa sus narices, horadadas un día con furia y con innecesario intento. ¡Otra corta pero ingrata prueba de la influencia que han tenido en las cosas más secundarias de esta sociedad sus principios primitivos! Y hé aquí cómo el bastón del implacable encomendero ante los grupos de sus repartidos indios que trabajaban un tiempo en los campos o en las minas de su particular provecho, fue causa y origen del látigo que cruje hoy el feroz canario tras la humillada raza que vino a sustituir con sus mayores fuerzas la debilidad de aquellos. No contribuyó poco a este desquiciamiento social desde el origen de estos pueblos su propio descubridor, un hombre tan grande por otra parte como don Cristóbal Colón, siempre que del oro y de las riquezas de las Indias se trataba: "Genoveses, venecianos, decía, y toda gente que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de valor, todos las llevan hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir en oro: el oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso.” (1) Duro parece el creerlo, pero así nos presenta la historia su modo de pensar sobre el interés y sus consecuencias. Aquella alma de tan nobles arranques y de sentimientos tan religiosos, descendió sin embargo al materialismo de otros, y su trascendencia como jefe principal de las primeras expediciones, no contribuyó poco al vuelo que tomaron después las especulaciones particulares, cuyo sistema como dice Alaman, "si bien era muy adecuado para acelerar el curso de los descubrimientos, fue también una de las causas que más contribuyeron a la ruina y desolación de lo que se iba descubriendo." Colón fue el que llegó a proponer a los propios males que este sistema producía el que se tolerase por uno o dos años más el servicio personal de los indígenas y que fuesen esclavos los que se hiciesen en las guerras y sublevaciones; pues como dice Muñoz en su malograda historia lib. 6.°, pág. 332, "ni al parecer se le ofreció duda en orden al derecho de obligar los indios al servicio de los españoles, y de adjudicar a estos desde luego el usufructo, y pasados cuatro años la propiedad de cualesquiera terrenos, sin exceptuar los labrados, en los que daba tantos millares de matas o montones de yuca y ajos en el señorío de tal o tal cacique. Consideraba la isla como país conquistado, y atribuíase todos los pretensos derechos de conquista en nombre de los reyes por quien militaba. De consiguiente los compañeros de la empresa debían tener su parte en lo ganado, y ser establecidos y heredados allí en calidad de señores, reducidos los naturales a la condición de villanos feudatarios. Tal gobierno se introdujo en esta ocasión con título de repartimientos, y adelante se extendió a cuanto se fue ocupando sucesivamente.” 

(1): Carta de Colón a los reyes sobre su cuarto viaje. = Colección de N. para 309. Su anotador D. M. F. N. dulcifica en parte esta última cláusula diciendo que Colón quiso manifestar que con el buen uso de las riquezas se pueden redimir los pecados en limosnas, etc. recordado el texto que dice: -  "Elemosina a morte liberat et purgat peccata et facit invenire misericordia et vitam aeternam. Tob. 12. 8. - Beatus qui intelligit super ejenum et pauperem: in die mala liberabit eum Dominus. - Salmo 40. 

Preciso es, pues, decir, que el propio Colón con ser un héroe, no dejó de ser un hombre, y un hombre de aquellos tiempos y de la clase de los que por su carácter o aventuras se arrojaban sobre los mares y conquistaban y fundaban estas remotas sociedades a costa de las empresas y peligros mayores que han podido conocer los humanos. Pero no se pierda de vista, cómo los dominadores pasados y presentes han clamado siempre con diferentes pretextos, por el excesivo número de estos brazos, olvidando ante el modo fácil de obtenerlos, no sólo la inteligencia, sino el exceso de esta fuerza bruta, la humanidad y la sociedad en sus respetos morales, la agricultura y las artes en sus aumentos y adelantos.

Mas sobre este punto y sobre estos tiempos, si explícitos hemos sido, no ocultando por cierto la conducta y el sistema de los primeros pobladores de esta isla, justo se nos hace también el levantar la voz con toda la satisfacción que da el consuelo de una alta y buena defensa respecto a la noble nación de que procedían, personificada en el Monarca, y en sus cortes (1: Véase al final el documento núm 1.°) que siempre protestaron a una contra las fatales consecuencias de los principios que aquellos querían sancionar y aplicar a las nuevas sociedades que a sus esfuerzos plantaban. Nos referimos al espíritu contrario que siempre tuvieron los reyes y los gobiernos de España, cuyas paternales providencias de continuo estuvieron en contra de la codicia de los aventureros qua se derramaban por aquellos días sobre los mares en busca del oro y de la fortuna. Sí: la voz de una gran Reina, la de aquella Isabel a cuyo nombre se asoció siempre una gloria o un beneficio, esa voz resonó desde el origen de estos males contra tales excesos, y sobreponiéndose a la época y hasta a los concilios que después decretaron la exclusión de los indígenas como hombres, sus postreras palabras, aquellos ecos ya exhalados desde el lecho mortuorio, no consagraron otro precepto que la observancia de su piadoso y último voto por la libertad de los indios (1). Pero como quiera que los abusos siguieran entonces como después y hoy lo permite la distancia, la sociedad naciente se impregnó de estos males, y la tierra y el trabajo, la aplicación y la inteligencia que hubieran podido moralizarla participaron de su influjo. “Mas luego que faltó aquella princesa, dice un historiador noble y laborioso, y se perdieron de vista sus ejemplos, no se atendió o no se acertó a refrenar la codicia y los desórdenes de los pobladores castellanos. Descuidóse el importante asunto de fomentar el bien de las colonias y preparar su prosperidad futura, y no se trató sino en traer oro y plata a la Península de cualquier modo. En 1509 bajo el modesto nombre encomiendas, se reprodujo el sistema de repartimiento de Indias que había de haber desaprobado y abolido la Reina; origen funesto de la despoblación de las regiones de Ultramar, de la degradación de sus naturales, de su aversión al trabajo y de su odio más o menos encubierto a la Metrópoli (2: Clemencin, disertación 11 p. 274. Elogio de la Reina Católica.)."

Estos fueron por desgracia los frutos que han reportado aquellas tierras y el pueblo de Cuba en particular, de la primitiva organización que su sociedad tuvo. Hemos venido viendo el influjo de sus principios en los ramos de su pasada y su presente agricultura y hasta en los rasgos más marcados de sus clases y costumbres. Dejemos para el artículo venidero, cómo no deja todavía de divisarse también en las artes de que necesita, en las industriales y en todo lo demás que contribuye y armoniza una civilización, a la que por otro lado se dirige con tanto progreso de pocos años a esta parte aquel retirado pueblo. 


MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.  


(1) Artículo del codicilo de la reina católica, otorgado en Medina del Campo a 23 de noviembre de 1504 años, en que trata de los indios.

"Item, por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede apostólica las islas y tierra firme del mar océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al papa Alejandro VI, de buena memoria, que nos fizo la dicha concesión, y de procurar inducir y traer los pueblos dellas a nuestra santa fé católica y enviar a las dichas islas y tierra firme perlados (prelados) e religiosos y clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios para instruir los moradores y vecinos de ellas en fé católica, e les enseñar e doctrinar buenas costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según como más largamente en las letras de la dicha concesión se contiene: Por ende suplico al rey mi señor muy afectuosamente, e encargo y mando a la dicha princesa, mi hija, y al dicho príncipe su marido que así lo hayan y cumplan, y que este sea su principal fin, e que en ello pongan mucha diligencia, e non consientan ni den lugar que los indios vecinos y moradores de las dichas islas y tierra firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes; mas mande que sean bien y justamente tratados. Y si algún agravio han recibido lo remedien y provean, por manera que no se exceda en cosa alguna de lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es inyungido e mandado." (Historia general de España del P. Juan de Mariana, edición hecha en Valencia por D. Benito Montfort - Monfort - en 1596 tomo IX Apéndices pág. XXVI). El día 26 del mismo mes y año falleció la reina


DOCUMENTO NUM. 1.°

A QUE SE REFIERE EL ANTERIOR ARTÍCULO. 

El noble espíritu de nuestros Reyes, en particular el de los señores Reyes Católicos en cuanto tenía relación con las Indias y sus habitantes, más bien que de los propios, nos valdremos de los extranjeros para presentarlo al mundo. Hé aquí como se expresa Prescot en la historia que ha publicado sobre aquellos Monarcas, al describir la santa indignación con que los sentimientos de la inmortal Isabel rechazaban cuanto tendía al principio de fuerza y esclavitud que el almirante Colón comenzó a aplicar a aquellos naturales enviando no pocos bajo esta triste condición a la Península. 

"Así que, dice, cuando llegó a oídos de la Reina que habían venido de las Indias dos carabelas con 300 esclavos que el almirante había otorgado a los sediciosos, no pudo contener su indignación y exclamó exaltada: ¿Cómo se atreve Colón a disponer de esta manera de mis súbditos?” Y no paró en esto su regia protesta. Dejando a Prescot, hé aquí la carta - orden que se dio al punto para evitar que tales hechos volvieran a tener lugar, y que entresacamos de los curiosísimos documentos que publicó el señor Navarrete. (la é se deja e)

“El Rey e la Reyna: Pedro de Torres, contino de nuestra casa: Ya sabeis como por nuestro mandado tenedes en vuestro poder en secuestracion e depósito algunos indios de los que fueron traidos de las Indias e vendidos en esta ciudad e su arzobispado y en otras partes de esta Andalucía por mandado de nuestro almirante de las Indias; los cuales agora Nos mandamos poner en libertad, e habemos mandamos (mandado) al comendador Fr. Francisco de Bobadilla que los llevase en su poder a las dichas Indias, e faga de ellos lo que lo tenemos mandado. Por ende vos mandamos que luego que esta nuestra cédula vieredes le dedes e entreguedes todos los dichos indios que asi teneis en vuestro poder sin faltar de ellos ninguno por inventario e ende escribano público, e tomad un conocimiento de como los recibe de vos; con el cual y en esta nuestra cédula mandamos que non vos sean pedidos ni demandados otra vez. En non fagades ende al. De Sevilla a veinte dias de junio de quinientos años. 

- Yo el Rey. - Yo la Reyna. - Por mandado del Rey e de la Reyna. 

- Miguel Perez de Almazan." 

Consecuente a esta disposición y mandato, fueron entregados en 23 de junio a Torres los referidos indios, depositándose 21. De estos quedó uno enfermo en Sanlúcar, y una niña se quedó por su propia voluntad en casa de Diego Escobar (pone Escovar) para ser educada, repitiendo no quería volver a Indias. Restituyéronse por lo tanto 19, los 16 varones, según consta todo de la propia colección del señor de Navarrete. Y no quedaron en sólo esto sus prevenciones: que ya para el cuarto viaje que dio Colón cuidaron mucho los Reyes que entre las instrucciones que para este viaje se le dieran, se intercalase esta cláusula: "Otrosí, al tiempo que Dios queriendo, vos hubiéredes de volver, ha de venir con vos el dicho nuestro escribano e oficial, e habeis de procurar de traernos la mas cumplida, e larga, e entera relacion de todo lo que descubrieredes, e de las naciones de la gente de las dichas islas e tierra firme que fallaredes y no habeis de traer esclavos."

¡Pero qué decimos! La nación misma representada en sus antiguas cortes, no pudo menos de hacer valer iguales ideas de amor a lo bueno y a lo justo; y este propio sentimiento nacional se expresó más solemnemente en la junta que los comuneros tuvieron en Tordesillas el año de 1520, y entre las demás reclamaciones que al Emperador hacían, era una de ellas, "que no se hiciesen mercedes de indios y que se revocaran las hechas, porque además de otros daños, era tratarlos como esclavos.” Este hecho redimiría por sí solo a la España de la nota con que algunos de sus hijos han podido desnaturalizar el noble carácter de este pueblo por sus propios enemigos confesado. 


SECCIÓN LITERARIA. 

D. JUAN BAUTISTA MUÑOZ 

Y SU HISTORIA DEL NUEVO MUNDO.

Los hechos de los españoles en Indias, sus atrevidas navegaciones y portentosas conquistas, aún esperan una elegante pluma que se dedique a ilustrarlos. Oviedo, Herrera y otros de nuestros autores antiguos, aunque muy apreciables por sus exquisitas y numerosas noticias, sólo pueden ser útiles a los eruditos; no ser el pasto de la curiosidad de la mayor parte de los lectores que al lado de la utilidad quieren encontrar el recreo. Cuantos conatos se han hecho después para escribir esta historia han fracasado. A fines del siglo trascurrido, D. José Vargas Ponce bajo la protección del sabio ministro el baylío D. Antonio Valdés proyectó la de la marina, en que naturalmente debían tener muy principal lugar nuestros descubrimientos; pero después de recogidos innumerables documentos no llegó a verificarse por las vicisitudes de nuestra patria, y de su vasto plan sólo dio las biografías de algunos de nuestros heroicos varones que se hicieron célebres en los mares. La obra que por mandado y bajo los auspicios del gobierno publicó muchos años después su amigo D. Maríin Fernández de Navarrete con el título de colección de Viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, aunque de distinto género por no ser más que un almacén de materiales para la construcción de tan gran monumento, ha dado lugar en el extranjero a dos obras clásicas como son la Historia de Colón y la de los compañeros de este héroe, que luego siguieron por su cuenta investigando mares y tierras incógnitas, ambas de Washington Irving, y auxiliado a la de la Conquista de Méjico de los William Prescot, pero nada por el estilo ha producido en España; y últimamente por muerte del autor hubo que suspenderla en el V tomo sin que el gobierno, que de los últimos años la facilitó bien pocos auxilios, dio señales de querer perseguirla. 

Antes de estas tentativas había abrazado el grandioso pensamiento de una historia de América el cosmógrafo Don Juan Bautista Muñoz, sabio escritor (aparece en la Biblioteca Valenciana de Justo Pastor Fuster, que he editado), que reunió todos los requisitos indispensables para llevarla a cabo. Humanista de purísimo gusto, no menos versado en la lengua del Lacio que en la castellana, era conocido por las cátedras que obtuvo en la universidad de Valencia donde había sido condiscípulo del abate Eximeno, y de cuya provincia era natural; por su empeño en introducir en ella la buena filosofía moderna, y por varios elegantes escritos. En 1779 recibió del rey la comisión de formar la historia general de las Indias; y como la academia posee el título de cronista mayor de ellas, hízose que lo admitiese en su seno por respeto a este derecho, escribiendo para su recepción la erudita y filosófica memoria sobre la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de Méjico, impresa en el tomo V de (de) las de aquel sabio cuerpo. Veinte años trabajó incansable en desempeñar su comisión; paciencia y actividad para recoger papeles, criterio para discernirlos, juicio para coordinarlos y talento para extraer de ellos su narración, todo lo poseía en alto grado.

A los 14 años de profundos estudios publicó el primer tomo de su Historia del Nuevo Mundo, en Madrid imprenta de Ibarra en un hermoso volumen en 4.° Nada se había visto en todo el siglo que igualase su mérito literario. Puro en su lenguaje sin afectación; conciso en su estilo sin oscuridad; nervioso sin dureza, trasladó a la historia moderna aquella elegancia continua que sólo se encuentra en los historiadores griegos y romanos, y que no han sabido alcanzar los modernos. La severidad de las formas de Muñoz representa a nuestra mente el rigor de las líneas arquitectorias (arquitectónicas) de Don Ventura Rodríguez su contemporáneo. Clásico por ciencia, dio la narración libre y desembarazada de citas, disputes (disputas) y combinaciones, procurando que fuese rápida y nutrida, midiendo las palabras con las cosas, poniendo cada especie en su lugar propio, de suerte que llevasen aquel orden y encadenamiento que conduce a facilitar la inteligencia. Imitó en la tersura de su narración a los antiguos clásicos: pero para satisfacción de los literatos que desean que el autor les abra las fuentes de su erudición, pensaba poner al fin de cada reinado los fundamentos en que apoyaba la verdad de los sucesos referidos, dando en primer lugar un apéndice de pruebas e ilustraciones, y preparadamente una buena colección de documentos y escritos inéditos con razón individual, de los que no publicase por ser de menos importancia o de excesivo volumen. 

Preparaba !a impresión del tomo II que pensaba publicar con otro de apéndices y documentos concernientes al reinado de los reyes católicos, cuando al anochecer del día 18 de julio de 1799 le acometió un accidente apoplético (ictus, apoplegía, etc) de que no volvió. Sus amigos lloraron su pérdida, y en especial aquellos que conocían lo que perdía la patria en que quedasen interrumpidos sus escritos. El sentimiento fue tanto mayor cuanto que su edad (sólo tenía 55 años) aún podía dar esperanzas de que terminase lo comenzado para honor de la nación y de las ledas españolas. Sus papeles se recogieron y el tomo próximo a publicarse aún duerme en paz. D. Antonio de Uguina, tesorero que fue del infante D. Francisco, hombre de talento y condición, muy versado en la historia, poseyó la mayor parte de la colección preciosa de Muñoz, e hizo participante de ella a Irving igualmente que de otros documentos de su cosecha que le comunicó con un agrado y generosidad que convendría más hubiese usado con el público español. 

Si a lo menos hubiera publicado el tomo inédito de la Historia del Nuevo Mundo, ya que no la gozásemos concluida tendríamos el gusto de leer completo uno de sus principales cuadros. El impreso concluye con la rebelión de Adrián de Mojica en la Española; publicado el otro poseeríamos todos los hechos del Almirante.

La Academia de la Historia ha tomado a su cargo imprimir lo que hasta el día ha permanecido arrinconado de la Historia natural y general de las Indias de Oviedo, y celebramos tan laudable empeño; pero por lo anticuado de su lenguaje y poca amenidad de su estilo, la lectura de esta obra no puede hacerse común y queda relegada a los eruditos; y aun estos tendrán que manejarla con desconfianza y reserva, porque la excesiva candidez del autor lo conduce con frecuencia a admitir como verdades, fábulas y patrañas. Las mismas empresas de librería han sacado del polvo alguna obra sobre América, dignas de dormir en él. Rivadeneira en la novísima colección de Autores españoles, ha impreso la parte inédita de las Elogias y elogios de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos, presbítero beneficiado de Tunja en el nuevo reino de Granada, que cantó en verso la variedad de sucesos acaecidos en los nuevos países desde su descubrimiento, aunque no es despreciable el autor respecto a las cosas de su tiempo; en lo demás añade a los cuentos de Oviedo otros tomados del fértil campo de su imaginación y de las tradiciones populares sin ser más apreciable por la bondad de la poesía. Harían bien la Academia o los editores que encuentran medios para estas impresiones o ventajas en ellas, en no olvidarse en proporcionar a lo lectores todo lo que sobre el asunto dijo Muñoz, con lo cual les darían una historia de Colón en castellano castizo escrita por un español, y no inferir a la obra de Irving, por más que este escritor angloamericano haya podido utilizar gran número de investigaciones posteriores. Sobre todos los ramos de la historia como sobre otros del saber humano, tenemos los españoles rollizos tomos en folio, que prestan la actividad intelectual de nuestros mayores, pero que no satisfacen al gusto y conocimientos de la edad presente. Entre tantos cronicones una historia que una el mérito literario a la profundidad de las investigaciones históricas, es difícil de hallarse. Los modernos en general no han escrito obras extensas; o se han ocupado en frailerías, o no han tenido otra tarea que traducir. Aún carecemos de una historia de la dinastía austriaca escrita en España; hasta ella puede suplir la de Mariana: de una de nuestra dominación en Italia, de la dinastía de Borbón, de nuestras cortes, de nuestra legislación, de nuestra literatura, de... ¿de qué no nos falta historia? Más sencillo es enumerar lo que tenemos que todo lo que nos resta por hacer. A pesar de esta pobreza literaria la mayor parte de lo que se ha escrito reposa plácidamente en el sosiego de los archivos y ninguna nación nos gana en el número de preciosidades que tenemos entregadas a la polilla. Culpa es esta de nuestro gobierno que no auxilia ni protege, porque los libreros no pueden arriesgarse a imprimir obras que no les ofrecen una especulación segura. Sin embargo, pase que estos abandonen aquellas cuya oportunidad ha pasado, o que por antiguas no tienen el mérito suficiente para excitar la curiosidad de nuestro siglo, pero es bien triste el concepto que el resto de Europa debe formar de nuestro gusto, cuando entre en este número la historia del cosmógrafo D. Juan Bautista Muñoz, El amor patrio exige que se publique hasta el último renglón que quedó escrito de una obra que es uno de los más gloriosos timbres de la literatura española. 

EUSTAQUIO FERNÁNDEZ DE NAVARRETE. 


CRÓNICA QUINCENAL. 

Los negocios públicos de Europa continúan en su marcha pacifica. Sólo la Alemania se empeña en mantener la expectativa general. Cuando parecía inminente una declaración de guerra entre el Austria y la Prusia, vinieron las conferencias de Olmutz entre Mr. Manteuffel y el príncipe de Schwartzemberg a aquietar los temores de las demás potencias. Las cortes de Viena y Berlin, no obstante sus protestas belicosas, sancionaron el acuerdo de los dos ministros, cuyo espíritu es que las tropas prusianas y federales cooperarán en el electorado de Hesse al restablecimiento de la autoridad legítima, y que un comisario prusiano y otro federal pasarán al ducado de Holstein y presentarán una intimación a la regencia para que deponga las armas. En el caso de que no bastase esta intimación, un cuerpo de tropas prusianas y otro de las federales tomarán las medidas coercitivas que se consideren necesarias. Hasta aquí el convenio; pero, como muchos preveían, las dificultades de la posición en que se encuentra la Alemania no se han removido enteramente. La mayoría de la cámara de los diputados se muestra contraria a las resoluciones que preceden; y en prueba de ello ha retirado el proyecto de mensaje que tenía preparado, poniéndose a redactar otro concebido en términos enérgicos. Los diputados de la izquierda se reunieron y firmaron un manifiesto contra el ministerio, suplicando al rey que no ratifique las estipulaciones de Olmutz. A consecuencia de estas novedades, el presidente interino del Consejo de ministros conde de Lademberg presentó su dimisión que le fue aceptada; y según parte telegráfico de Berlín, fecha del 4, se sabe que han sido suspendidas las sesiones de las cámaras hasta enero próximo. Nada de particular ocurre en Italia. En una de las últimas sesiones de la Cámara de los diputados de Cerdeña se ha debido tratar de los asuntos de Roma. Se hablaba en la capital del orbe católico de una negociación que se seguía entre los gabinetes de Francia y las Dos Sicilias con la Santa Sede, para el establecimiento de guarniciones permanentes en Roma y otros puntos de los Estados pontificios. El diario de Roma del 27 del pasado publica un edicto, firmado por el cardenal Antonelli, con la nueva organización municipal de aquel país. Se ha tratado en la asamblea francesa de los caminos vecinales. En la sesión del 5 comenzó la discusión del proyecto de ley sobre el crédito necesario para el mantenimiento de los 40.000 hombres llamados últimamente al servicio de las armas: la asamblea lo adoptó por una gran mayoría. El episcopado anglicano ha dirigido a la reina Victoria una exposición, suplicándole que rechace por todos los medios constitucionales las usurpaciones de la corte romana. Continúan en Inglaterra los debates sobre la cuestión religiosa. Los teólogos protestantes se esfuerzan en demostrar la incompatibilidad de la libertad de cultos con el catolicismo; los católicos se defienden enérgicamente: es una lucha cuyo desenlace se muestra aún oscuro y dudoso. Lo único interesante que ha ocurrido en Turquía es la insurrección de Alepo. La plebe, unida a una turba de beduinos, bajo pretexto de evadirse de una leva alzaron el grito de rebelión. La ciudad tenía de guarnición 600 hombres que se encerraron y atrincheraron en un cuartel. Los insurgentes se abandonaron a todos los excesos imaginables contra la inerme y pusilánime población cristiana indígena. Pasan de 400 las familias cristianas que de acomodadas y ricas que eran han quedado reducidas a la mayor indigencia. Por fin se consiguió sofocar la insurrección. Según se asegura, la Puerta ha ordenado que se les confisquen los bienes a los jefes del levantamiento, debiendo servir su valor en venta para indemnizar a los cristianos y reconstruir las iglesias destruidas.

En toda la isla de Cuba se disfrutaba, hasta la venida del último correo, de la más completa tranquilidad. El tiempo había estado muy variable. Sin embargo, los hacendados parecían hallarse contentos, prometiéndose una abundante cosecha. Al Heraldo le dicen de Nueva York que seguían adelante los preparativos de una nueva intentona, perpetrada por López y sus cómplices. Nosotros tenemos la firme convicción de que la llegada del general Concha y un plan de reformas administrativas en el país, desvirtuarán los proyectos de los invasores hasta convertirlos en insignificantes. La Patria de hoy 14 trae un notable artículo de fondo, en que se hace cargo de esto mismo, y habla de los deberes que tenemos que cumplir con nuestros hermanos de Ultramar, recordando con este motivo la comisión que llevó allí el señor conde de Mirasol.

Las noticias del interior no contienen nada de particular. La crisis ministerial de que hablamos en nuestra última crónica quedó limitada a la retirada del señor Bravo Murillo. Le ha sucedido el señor Seijas Lozano, ministro que era de Instrucción pública, ocupando el lugar de éste el señor Calderón Collantes. Los presupuestos parece deberán presentarse al Congreso de diputados en el día de hoy. Las cortes, por lo tanto, comenzarán de nuevo sus reuniones sin interrupción, pues en sus respectivas comisiones se preparan trabajos importantes: además de los proyectos de ley que mencionamos en nuestro anterior número, se ha leído en el Senado por el señor Arrazola otro relativo al arreglo de los tribunales de fuero común, estableciendo innovaciones de suma trascendencia; también está pendiente de la aprobación del Congreso la ley de jurisdicción de Hacienda, aprobada por el otro cuerpo colegislador en la última legislatura.

Apremiados por la estrechez que nos cupo para la crónica en la precedente Revista, olvidamos hacer en ella mención de una solemne festividad militar, verificada en esta corte en los primeros días de la quincena anterior, con motivo de poner S. M. la Reina las corbatas de la orden de San Fernando en las banderas del regimiento de Ingenieros como memoria y símbolo de sus servicios. Los diversos accidentes de esta función fueron dignos sin duda del valor de aquellos soldados, especialmente uno que marca la ilustración de este cuerpo facultativo y sobre todo las dotes que distinguen a su actual director, el General don Antonio Remon Zarco del Valle. Este funcionario, que a sus respetables canas y profundos conocimientos militares une un entrañable amor a las artes y una dulzura de carácter que le recomiendan y honran, ha tenido la feliz ocurrencia de hacer acuñar una medalla en conmemoración de las glorias de aquel cuerpo, dirigiendo algunos ejemplares a varios órganos de la prensa, entre ellos al Director de esta Revista. Su ejecución no puede estar más acabada: su troquel, de un gran mérito artístico, representa dignamente la efigie de nuestra Reina.

Pasando a hablar de los teatros, diremos en primer lugar, que la ópera de Los Puritanos cantada por la Frezzolini, Ronconi, Gardoni y Formes, ha satisfecho cumplidamente a los numerosos oyentes del teatro Real. Ronconi fue saludado a su aparición con tres salvas de aplausos. En el primer acto su ejecución estuvo admirable y arrancó frenéticos bravos. Nosotros confesamos que esperábamos más de él en el célebre final del acto segundo. La Frezzolini, débil al principio, se mostró después digna de la reputación que alcanza en el orbe musical. Ejecutó con limpieza y afinación; pero se le notó que se violentaba un poco. Tal vez se resintiese aún de la catarral que le impidió presentarse antes en las tablas. A otra indisposición idéntica se ha debido el que La Sonámbula, esa hechicera creación del genio del inmortal Bellini, no se haya puesto en escena con toda la perfección de conjunto que era de esperar de una compañía lírica tan costosa como la del teatro de la Opera. En esa función lo que ha habido de verdaderamente notable es la Alboni en el papel ideal de Amina: la calidad de voz de esta cantatriz, que le permite recorrer tan extensa escala, el arte con que sabe economizar los grandes recursos de su canto, vertiendo oportunamente torrentes de melodiosas notas en los oídos de los espectadores, la magia de sus sonidos graves, todo conspiró a asegurarla el más completo triunfo. En el rondó final llegó el entusiasmo hasta el frenesí. El teatro Español, después de tantas piezas conocidas ya y apreciadas del público, nos ha dado el drama nuevo Don Bernardo de Cabrera, original del Sr. García de Quevedo. Un favorito del rey D. Pedro de Aragón, caído de su privanza por los celos de éste, condenado luego a muerte por sus enemigos y que se niega a ponerse en salvo y muere, víctima de su honor, hé aquí lo que, a nuestro juicio, ha querido pintar el autor en el drama que nos ocupa.

Los límites de nuestra Revista no nos permiten hacer un detenido análisis. Diremos, sin embargo, que aquel rey, tan celoso de repente, porque ve a Cabrera besando la mano de su reina delante de testigos, hasta el extremo de exonerar al almirante de Aragón de su empleo; aquel rey que viene; como un galán de comedia, a buscar a su esposa a la casa del favorito y cruza con este su espada teniendo su guardia a la puerta; aquel rey, decimos, representa una triste figura. La escena del tormento por gastada no causa el efecto que se propuso el autor. El recurso de derribar un muro para entrar en la prisión, es inverosímil, pues nadie cree posible que tan gran ruido deje de llegar a los oídos del alcaide o de los centinelas que debían estar guardando a un reo de estado como don Bernardo de Cabrera. La versificación, aunque buena, nos pareció a veces algo descuidada: hay mucha prodigalidad de la palabra caballero, y no nos gustó oír la expresión de embustero en boca de Cabrera y en la escena en que está colocada. Estos lunares son tanto más de extrañar, cuanto que se trata de un poeta lírico que ha figurado al lado del señor Zorrilla en alguno de sus trabajos. El drama, por lo demás abunda en bellos y nobles sentimientos. Las escenas que pasan en la prisión entre el padre y la hija, son patéticas y enternecen hasta lo sumo. Por lo que respecta a la ejecución, el señor Valero dio a su papel todo el realce de que era capaz, y en la hermosa escena en que rompe la espada arrancó bravos y aplausos. Los demás actores se esmeraron, en particular las señoras Lamadrid y el señor Calvo. Feliz ocurrencia debió ser la de encargar el papel del príncipe real al señor Capo, pues con eso no faltó su parte cómica al drama. Jugar por tabla es la pieza que seguirá a Don Bernardo de Cabrera. También se anuncia un nuevo drama del señor Ariza, titulado El primer Girón: le deseamos buen éxito, tanto por él cuanto por los intereses y la reputación del teatro Español.

En Variedades fue mal recibida la comedia María Calderón. Quién dice que este fiasco lo ocasionó el ser la obra demasiado seria para el coliseo de la calle de la Magdalena; quién que la causa de la silva (silbidos) fueron los defectos de la pieza, sus interminables escenas, el poco interés del argumento, etc. En lo que no cabe duda es, en que a unos caracteres tan elevados en la historia como los de López, Calderón, Montalván se les hizo representar el papel de casi mudos caricatos. La versificación pareció bien, la ejecución mal; sólo el Sr. Catalina consiguió agradar al público. Al revés de María Calderón, la comedia titulada Con un palmo de narices obtuvo el asentimiento de los espectadores. Su autor fue llamado a la escena. En nuestro sentir, no cabe comparación entre ambas obras: María Calderón podrá tener defectos, pero no adolece de las chocarrerías y extravagancias que constituyen el fondo de la farsa Con un palmo de narices. Por supuesto que en esta pieza se saca a plaza la vieja enamorada y celosa, eterno tema, sin variaciones, de las comedias que parecen estar por ahora de moda en este teatro. Tenemos además un viejo, también enamorado y celoso, que sueña en el siglo XIX con Amadís de Gaula y todos los caballeros de la tabla redonda. ¿Y qué diremos del galán que miente a destajo, y cuyas mentiras son de tan mala gracia? El autor hubiera podido estudiar al célebre Alarcón en su Verdad sospechosa, ya que nos quería divertir con fútiles enredos. Hay animación de sobra; la comedia, en lugar de titularla como se ha hecho, pudiera haberse denominado mejor Una casa de locos; tales nos parecieron todos los personajes. En el Instituto ha sido muy bien acogida la comedia del señor Gálvez Amandi Deudas de amor y amistad. En nuestro dictamen es débil de concepción, y su versificación no tiene bastante soltura ni espontaneidad. A pesar de todo, abunda en dotes recomendables. El señor Gálvez fue llamado a la escena al final del 2.° acto y al terminarse la comedia. Entretanto se acerca la instalación de la zarzuela española en el teatro del Circo. El señor Salas se prepara a recoger laureles en el Tío Caniyitas, tan popular, tan aplaudido en Cádiz y Sevilla. Se habla de la señora Villó como cantatriz ajustada para el mismo coliseo. En fin, en vez de cinco teatros va a tener seis la coronada villa. Lo que las diversas empresas hayan de ganar con tal multiplicidad de espectáculos, pronto lo veremos; en cuanto al público de Madrid de seguro ganará, porque así no le faltará donde escoger sus diversiones, siempre que se sienta con estímulos de buscarlas. 

14 de diciembre de 1850. 


Continúa en la tercera parte.