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martes, 12 de septiembre de 2023

LOS GITANOS Y SU DIALECTO. Francisco Quindalé,

LOS GITANOS Y SU DIALECTO.

(Noticia histórica.)

LOS GITANOS Y SU DIALECTO.  (Noticia histórica.)


https://es.wikisource.org/wiki/Diccionario_gitano/Los_gitanos_y_su_dialecto

https://es.wikisource.org/wiki/Diccionario_gitano

https://es.wikisource.org/wiki/Diccionario_gitano/Ep%C3%ADtome_de_gram%C3%A1tica_gitana


https://es.wikisource.org/wiki/Diccionario_gitano/Vocabulario_cal%C3%B3-castellano

Nombres varios e indicios del origen.


Hombres doctos y razonadores de todos países han discurrido desde muy antiguo acerca del origen y peculiaridades de los gitanos. Las conjeturas más ingeniosas, los argumentos más sutiles, las deducciones más o menos plausibles han entretenido el discurso para no aclarar nada y casi para convenir que es un problema dónde, cuándo y de qué modo esa raza extraña tuvo su nacimiento, emigró y se dispersó por toda Europa, viéndosela hoy día desde las alturas del Himalaya hasta las orillas del Nilo y desde el mar del Norte hasta las aguas de Gibraltar.

En Persia y Turquía se los llama Zíngaros; en Rusia y provincias del Danubio, Zinganes; en Inglaterra, Egipciacos (Gypsies), lo mismo que antiguamente en España Egipcianos (Gitanos). En Francia se los designa indistintamente con el nombre de Egipcios o Bohemios, porque primero aparecieron allí como originarios de Egipto, y luego como procedentes de Bohemia. Los Alemanes los llaman Zigeuner. Pero de todas estas apelaciones, más o menos parecidas unas a otras según la pronunciación de los diferentes pueblos que las emplean, sólo se han deducido, como hemos dicho, conjeturas artificiosas para descubrir la fuente de esa raza singular.

Los gitanos entre sí, en los diversos países que habitan, y más especialmente en España, se dan el nombre de Zincalés, que puede muy bien ser otra diversa forma de pronunciar la misma palabra, o quizá la propia y primitiva apelación, esto es, atezados del Zind, hombres morenos que habitan el río Zind, Sind, Ind o Indo, al Oeste de la península índica.

Esta última interpretación adquiere sin duda mayor fuerza por una analogía - que luego explicaremos - que las que se fundan en el nombre del río Ciga en España (mencionado por Lucano) para asignar allí la patria original de los gitanos, o en el de una provincia antigua de África llamada Zeugitana, o el de Singara, ciudad de Mesopotamia, o el de Zigera, pueblo de la Tracia. También, sin buscar punto determinado las interpretaciones han ido a fijarse en apelativos más generales, como los de la Mauritania - Tingitana en África, la comarca de Zigier en el Asia Menor, y los herejes griegos Atinganes. Asimismo, dejando los nombres de lugares y naciones, la fecunda imaginación de los discursistas ha encontrado que cierta horda del campo del Gran Tamorlán en 1401 estuvo bajo las órdenes de un tal Cingo, de donde proviene llamarse gitanos a los que la componían.

Al lado de todas estas suposiciones, muestra solamente de las muchas que se han fundado dando tortura al nombre, puede mencionarse que el autor oriental Arabschah, biógrafo de ese mismo Timur-Lenk o Tamorlán que hemos citado, habla de cierta astucia empleada por dicho emperador del Mogol para deshacerse en su ciudad de Samarcanda de los Zíngaros revoltosos, cuya descripción corresponde a la de los gitanos actuales, y cuyo incidente tuvo lugar antes de 1406, época de la invasión del Indostán.

Prolijo fuera seguir en sus divagaciones a los autores que desde principios del siglo XVI hasta fines del XVIII se han ocupado de los gitanos, ya haciéndolos originarios del Bajo Egipto o de la Nubia, ya de la Arabia, Armenia o Turquía, ya de la Tartaria, ya también de la Grecia, Bulgaria o Moldavia, como igualmente de España, suponiéndolos pobladores antiguos de ella o restos de la morisma expulsada. No ha faltado tampoco quienes los han hecho originarios del Indostán; y aunque esto es seguramente lo cierto, sólo se han fundado en que allí hay una comarca, a la embocadura del Indo, cuyos habitantes se llaman Zinganes. - No es la analogía del nombre lo que explica la verdadera procedencia Indostana. Otra hay positiva, que antes hemos enunciado, y es la del lenguaje, el gran criterio en estas discusiones; mas no abordemos ese razonamiento todavía.


Aparición en Europa.

Cuando empieza a hablarse de la aparición de los gitanos en Europa es en el primer tercio del siglo XV. No se designa el punto primitivo de su marcha, ni cómo procedieron luego; pero se los ve casi a un tiempo, en 1417, errar por las inmediaciones del mar del Norte, la Hungría y la Moldavia, y al año siguiente por la Suiza y el país de los Grisones. En 1419 llegan a Augsburgo. El día 18 de Julio de 1422 aparece una banda de ellos en la ciudad de Bolonia, en Italia, y el 17 de Agosto de 1427 se presenta otra horda a las puertas de París. En 1433 invaden la Baviera, y ya desde esa época se difunden por toda Alemania, remontándose hasta Dinamarca y Suecia. Y en España, ¿qué época puede fijarse con certeza? ¿Desde cuándo se conocen en ella los gitanos? - A esto es más difícil responder, quizá porque existían ya desde muy antiguo.

Fue creencia muy admitida a fines del siglo XV que los gitanos procedían de España. Hé aquí una circunstancia curiosa, que es del caso mencionar.

La banda que cruzó por Bolonia en 1422, compuesta de unos cien hombres y dirigida por un jefe, a quien llamaban el duque Andrés, pasó después a Forli con la intención, a lo que decía, de ir a ver al Papa en Roma. Esto refiere la Crónica de Bolonia; y Pasquier describe luego la llegada a París en 1427 de igual número de individuos, entre ellos doce principales - un conde, un duque y diez caballeros - que se calificaban de penitentes, cristianos del Bajo Egipto, arrojados de allí por los sarracenos, y que, habiendo ido a Roma, se confesaron con el Papa, quien les fijó la penitencia de errar por el mundo durante siete años, sin acostarse en cama blanda ni lecho mullido. Se los alojó en la Chapelle, a un cuarto de legua de la ciudad, adonde fue a verlos una inmensa multitud. Llevaban zarcillos de plata en las orejas, y sus cabellos eran negros y crespos. Las mujeres eran feas, listas de manos para robar y decían la buenaventura. - El obispo de París los obligó a alejarse, excomulgando al propio tiempo a cuantos los habían consultado.

Añade Pasquier que desde esa época se infestó toda la Francia de semejantes vagabundos o egipcios, pero que a los primeros sustituyeron los vizcaínos y otros habitantes del mismo país (España), continuando sin embargo en dárseles igual nombre.

Y, en efecto, algún fundamento debería tener ese aserto, cuando en Alemania durante mucho tiempo estuvo en gran valía la opinión de que los gitanos tan prodigiosamente extendidos por toda Europa nada tenían que ver con los primeros que aparecieron como penitentes procedentes de Egipto. Y esos nuevos gitanos de tipo diferente, de atezada piel y cabello lacio, de formas graciosas, son los que han dado tanta margen a las polémicas de los discursistas.

El español Francisco de Córdoba, en su Didascalia, repugnando admitir que el origen de los gitanos fuera de su país, huye de fijar fechas acerca de su antigüedad en la península, y aduce razones de toda especie para demostrar que donde primero fueron conocidos fue en Alemania. Sus argumentos sólo han servido para acreditar otro error, que se ha conservado entre algunos eruditos hasta nuestros días, a saber, que los gitanos formaban parte de las dos razas hebrea y mora, y que huyeron de España cuando comenzó la expulsión de esas dos razas por los Reyes Católicos en 1492. Si absurdas podían ser las opiniones sobre el origen de los gitanos que llevamos indicadas, la de suponérselos hebreos, o, como algunos han afirmado recientemente, restos de los moriscos que libraron de la última expulsión de Felipe III, es opinión más absurda todavía.

La persecución de que fueron objeto los gitanos por parte de los poderes constituidos ha sido de muy diferente género, y por eso los vemos que han resistido a ella durante trescientos años. Cualesquiera que fueran sus culpas, y cualesquiera que pudieran ser las animosidades que concitaran, tenían en su favor un escudo maravilloso: su pobreza. De todos tiempos ha sido un dicho proverbial: más pobre que cuerpo de gitano. Y hoy día, que la historia se ilustra con datos desapasionados, explícase ya que judíos y moriscos fueron perseguidos para ocuparles sus riquezas y atender con ellas en un principio a la conquista de Granada.

Las rentas ordinarias de la corona de Castilla habían menguado de tal modo durante el reinado de Enrique IV, que sólo importaban 3.540.000 rs. (reales) (reducidos a nuestra moneda actual) de 26.550.000 a que habían ascendido en los anteriores reinados de Enrique III y Juan II. Por eso se ideó el plan de confiscar los bienes de los judíos, creando primero el tribunal de la Inquisición; mas, como no bastasen sus ejecuciones, se decretó el medio expeditivo de la expulsión en masa en 1492. ¿Cómo había de alcanzar a la mísera gente gitana una persecución sólo dirigida a la riqueza? Así que el Santo Oficio nunca se ocupó de los gitanos, y éstos sólo tuvieron que habérselas con los cuadrilleros de la Santa Hermandad, cuyas atribuciones eran de muy diversa índole.

No; los gitanos no pasaron de España al resto de la Europa. Si algunas bandas pudieron penetrar por el lado de Vizcaya, y se difundieron en el Mediodía de la Francia, fue anteriormente a la gran expulsión de judíos y moriscos, como verdaderos gitanos tales, como vagabundos que no eran de raza vascongada, ni ibérica, ni hebrea, ni sarracena.


PROCEDENCIA DE LA INDIA.


Aquí, mejor que lo que nosotros pudiéramos decir, reproduciremos las mismas palabras de un escritor español de actualidad, que nos servirán para proseguir en esta relación histórica.

Dice así el autor de Miserias imperiales:

Desde que ese pobre pueblo errante y vagabundo, arrojado del fondo del Asia,- bien por Timur-Lenk, conocido por el Gran Tamorlán, o más bien por otros guerreros anteriores, - se extendió por Europa, había excitado contra sí la sorpresa primero, la curiosidad después, y la animadversión en seguida. Por dos puntos diferentes penetraron los gitanos en Europa: primero, en pos de los ejércitos sarracenos, que, recorriendo el litoral africano desde la Arabia y el Egipto, venían a desembarcar a España en sus periódicas incursiones: segundo, acompañando también a las huestes invasoras de los turcos por Hungría y Bohemia. De aquí nace el llamarse todavía a los gitanos Egipcios o Bohemios del primer nombre con que se los designó, según el punto más inmediato de donde parecían provenir. Su amarillenta tez, sus esbeltas formas, sus facciones expresivas, su agudo ingenio, su carácter eminentemente material y positivo, que revelan el conjunto perfecto de las cualidades primitivas de la raza de Sem, y como consecuencia de esas cualidades las singulares costumbres que los distinguen, debían sorprender naturalmente a las naciones europeas. Aún se conservan en el vasto espacio de la península índica, y más especialmente en las márgenes del Sind, algunos restos de la raza semítica en toda su pureza, que son de la misma familia que los gitanos, profesando sólo algunas vagas nociones de la religión natural, sin culto ni adoración ninguna, sin conocimiento de otra moral que el más absoluto materialismo, sin jefes ni leyes, sin propiedad y sin asilo.

Por una remotísima tradición, se ha guardado entre ellos una regla única de conducta, de la cual procede todo su código de legislación, a saber: la libertad de obrar según la propia voluntad y necesidad.

De aquí se deriva ese otro principio, o, mejor dicho, carencia de principio, cual es la no existencia del tuyo y el mío; nada es de nadie y todo es de todos. De esta manera, no habiendo propiedad, no hay robo.

Y si una fuerza extraña obliga a someter el cuerpo, a perder el ejercicio de ese libre albedrío... contentarse con la libertad del espíritu que no puede ser encadenada, y no ver en una muerte forzada sino la más perfecta de todas las libertades.

Con esas ideas... la vida sexual en común, el robo y la insensibilidad a la muerte, son las cualidades propias de esa raza indolente y voluptuosa del Indostán; y las mismas, más o menos modificadas según la mayor o menor tolerancia de los países en que habitan, son las cualidades de los gitanos. 

Pero ¿cómo habían de hallar acogida semejantes hombres y semejantes ideas al aparecer en Europa?

Por el lado de España era un combate encarnizado entre moros y cristianos, en que, proclamando un símbolo de creencia, la cruz o la media luna, se disputaba realmente la posesión del suelo y del dominio.

Por la parte de Alemania existía otra lucha no menos sangrienta entre las diferentes sectas en que se había dividido el cristianismo, y en nombre de esos opuestos principios se discutía el goce de las temporalidades y la supremacía de unos potentados sobre otros potentados.

¡Y llegaban los gitanos, que nada creían, y con su indiferencia y materialismo se presentaban ante unos pueblos exaltados o fanáticos!

Pasada la primera extrañeza, el odio y la persecución fueron la natural consecuencia.

Pero los gitanos han podido resistir y conservarse, a pesar de todo, porque nunca han pretendido ni ejercer predominio ni aún mezclarse tampoco con las otras razas.

No han pretendido ni aún siquiera enriquecerse.

El gitano vive apartado con los suyos y para los suyos, contentándose con menos quizá de lo necesario. Cual la fiera del desierto, viene solo al poblado a procurarse el alimento para sus cachorros, y lo toma allí donde lo encuentra.

Para el gitano las leyes son trabas, las ceremonias del culto son supersticiones, el amor de la patria afecto imaginario de lugar, los derechos del ciudadano quimeras políticas...

De ese modo, siempre humilde, siempre extraño, siempre miserable, el gitano ha llegado hasta nuestros días; y al revés de los judíos, que persisten todavía en alternar con las otras razas, en ejercer influencia, en acumular riquezas, en no modificar su culto y sus ceremonias, puede pasearse seguramente por toda nuestra España, en este país donde un hebreo no se atrevería a calificarse de tal paladinamente, aunque muchos existan bien acomodados desde Gibraltar a Bayona, desde las Baleares a Lisboa.

Ladrón y bellaco, truhán y encubridor, fullero y rufián, decidor de ventura, embustero, y tratante de caballerías estafador, tales son hoy día las señas del gitano español; y, conociéndole por ellas, cada cual sabe ya cómo guardarse de él.

Después del anterior bosquejo a grandes trazos, vamos nosotros a ir deslindando los datos que comprende.

Un misionero francés, el presbítero Dubois, que residió en la India cerca de treinta años, fin del siglo pasado y principios del presente, ha descrito minuciosamente las instituciones, costumbres y castas de aquel país; y, muy ajeno de las divagaciones de que era objeto entre los eruditos de Europa la historia de los gitanos, relata las peculiaridades de ciertas hordas de vagabundos en la parte occidental, esto es, en las orillas del Sind, costa de Malabar y distrito del Maisur. Los curavers o curumerus, los hanochis, los lambadis o sucaters, los kalabantrus (ladrones) y otros muchos forman una casta especial que en nada se parece a las demás de la India, y vive ambulante, sin ley, culto, habitación ni propiedad, dedicada al merodeo y a decir la buenaventura, hablando un lenguaje particular o dialecto diferente del idioma principal del Indostán. El misionero citado dice explícitamente que esos vagabundos, por sus usos, costumbres y carácter, tienen notable analogía con los gitanos errantes de Europa, que, si se los comparase de cerca con dichos curavers y lambadis, se desvanecería la opinión de los que fijan su origen en Egipto.

Prosiguiendo el presbítero Dubois en su relato, descubre una circunstancia que arroja grandísima luz para explicar quizá la emigración de esos vagabundos desde la India hasta el último confín de Europa. Esa circunstancia es que los príncipes mahometanos de aquella región los emplean como ladrones y devastadores de los Estados vecinos, aun en tiempo de paz, y en tiempo de guerra se unen ellos mismos a los ejércitos en calidad de auxiliares, no para pelear, sino para el servicio de trasportes y otras faenas, cayendo después de la batalla sobre el país para el pillaje y el saqueo. De igual suerte, añade el autor, los emplearon los ingleses en la última guerra que tuvieron con el Sultán de Maisur.

Y hé ahí, pensamos nosotros, cómo pudo el Gran Tamorlán tenerlos en su campo, que se sabe lo componían, no tan sólo tártaros mongoles, sino hordas de todas castas asiáticas. Y cómo también todo hace presumir que, mucho antes que él, los diferentes guerreros mahometanos, al partir de las comarcas vecinas de la India y recorrer el litoral del Mediterráneo hasta desembarcar en la costa de España, pudieron venir seguidos de esas mismas hordas asiáticas auxiliares, primeros gitanos que, confundidos con la chusma sarracena, no hubieron de fijar una atención especial de parte de los cristianos españoles hasta después de la conquista de Granada, cuando empezó a predominar la política del arzobispo Jiménez de Cisneros contra las razas del Oriente.

Y hé ahí también cómo por igual circunstancia el sultán turco Bayaceto I, después de ocupar el Asia Menor, después de derrocar el imperio griego, después de penetrar el año 1402 en Europa siguiendo las márgenes del Danubio, después de deshacer en Nicópolis los cien mil cristianos que trataron de oponérsele, pudo dejar rezagadas en la Bulgaria y en la Serbia esas hordas de zinganes del Sind que le habían acompañado, con tanta mayor razón, cuanto que, enderezando sus armas contra Tamorlán, fue derrotado a su vez el mismo año cerca de Angora, en esa gran carnicería de tres días en que tomaron parte trescientos cuarenta mil combatientes, y en la que, de seguro, los gitanos del emperador tártaro y los gitanos del Sultán turco no se dejarían matar, sino que preferirían dispersarse en el nuevo país a que habían venido antes que volverse con el Tamorlán a la ciudad de Multan y demás lugares que bañan las orillas del Sind hasta su desagüe en el mar de Omán.

Durante el primer período del siglo XV, en que las comarcas limítrofes del Asia, del África y de la Europa cambian de aspecto; cuando la raza turca las invade y las somete, imponiéndoles leyes, costumbres y religión diferente; mientras las relaciones entre el Eúfrates, el Nilo, la Jonia, el Pireo, el mar de Mármara y el Danubio se concentran de nuevo, puede decirse, bajo un mismo impulso nivelador, ¿qué tiene de extraño que en todas esas comarcas, o en alguna - más especialmente la Bulgaria - hayan hecho su primer asiento, una parada de quince años, los gitanos del Sind que siguieron a los ejércitos de Bayaceto y Tamorlán? ¿Y qué tiene de extraño que, una vez conocedores del nuevo suelo, se decidiesen, según sus instintos erráticos, a traspasar el Danubio, y marchando en todas direcciones, cruzasen la Valaquia (Rumanía) y la Moldavia, llegasen a Rusia y Polonia, atravesasen la Bohemia y la Hungría, pasasen por la Alemania, se introdujesen en Italia, salvasen las fronteras del Este de la Francia por la Lorena y la Alsacia?

Y esto que decimos no es una mera hipótesis. Ya hemos señalado anteriormente las fechas en que dan cuenta de su aparición por esos países las crónicas y documentos contemporáneos.


Calificación de Egipcios y falsa leyenda.


Pero ¿quién los calificó de Egipcios, y agregó a esa calificación una historia, que ciertamente no fue inventada por los vagabundos gitanos? ¿Quién, tomando por fundamento los versículos de Ezequiel, los asimiló a los antiguos Egipcios, a quienes el profeta israelita anuncia la destrucción de sus ciudades durante cuarenta años, su dispersión entre las gentes y su reunión al cabo de ese tiempo en su asolado reino? (Ezequiel, cap. XXIX y XXX.) ¿Qué interés político o qué celo religioso condujo a difundir la anécdota de que los nuevos desterrados llegaban de Egipto a Europa, condenados a esparcirse por las otras naciones durante siete años, en penitencia de haber negado la hospitalidad (¡catorce siglos antes!) a la Virgen María y su Hijo Jesús cuando su huida de la persecución de Herodes?

No es fácil averiguarlo. Pero esa apócrifa leyenda fue admitida favorablemente durante el primer tiempo de la invasión de los gitanos en Alemania, y tanto, que Aventino (Annalibus Boiorum) consigna el hecho de que se reputaba como un crimen maltratar a los seudo-peregrinos Egipcios, a quienes se les dejaba por otra parte asaltar, robar y cometer mil desmanes con perfecta impunidad. Y, aunque más o menos comprobados, cítanse diversos salvoconductos, pasaportes o diplomas concedidos a esas hordas errantes por varios potentados, entre otros el emperador Segismundo, el rey de Hungría Uladislao II, los príncipes de la casa de Bathory, y hasta el Papa Eugenio IV. El profesor Lorenzo Palmireno dice en El Estudioso cortesano que los gitanos de España mostraban todavía el salvoconducto de Segismundo en 1540, y los designa como penitentes, si bien añade que en ello mienten, pues la vida que llevan, no es de tales penitentes, sino de perros y ladrones.

De todos modos, desde su aparición en Europa, ya entrando por los países a la derecha del Danubio y por las costas de la Andalucía, no simultáneamente sin duda; ya cruzándose los de ambas inmigraciones en Italia y Francia; ya llegando algunos pocos hasta el estrecho de Gibraltar, y algunos otros hasta los últimos confines de la Polonia, ello es que son todos un mismo pueblo; y que a los de ese pueblo, durante los siglos XV y XVI, las crónicas, las leyes y los juicios convienen en designar como gentes que se dicen procedentes de Egipto... mientras el vulgo, primero con crédulo respeto, después con extraña aversión, los considera como penitentes cristianos, descendientes de aquellos perversos paganos que rehusaron hospitalidad a la Virgen María y al Niño Jesús.

Pero ese pueblo ignorante, que nunca supo nada de Egipto, ni del pecado en que incurrió, ni de las profecías primitivas de Ezequiel desterrándole por cuarenta años, ni de los anatemas posteriores castigándole con siete años de igual dispersión; ese pueblo, que no conserva idea alguna de dónde procedieron sus padres, ni qué culto observaron, se conforma, sin embargo, con el apelativo de Egipcios, adopta ese mismo apelativo y se vale de él para excitar la caridad de las gentes por entre las cuales vaga errante y despreciado, miserable y con superstición temido.

Tracemos un cuadro anterior a su persecución legal en España.


LA GITANA DE SEVILLA EN 1491.

Declinaba ya el estío de 1491... Las huestes de los Reyes Católicos combatían a los moros granadinos en su último reducto.

Los gitanos, considerados ya como una raza diversa de los musulmanes, vivían entre los cristianos como vivían los hebreos, si bien estos últimos habían alcanzado una influencia por su saber y sus riquezas que aquellos nunca pudieron tener...

A esa hora, en que los rayos caniculares se hacen sentir con mayor fuerza, vaga por las calles en aquel momento solitarias de Sevilla una haraposa gitana, de atezada piel, pero más atezada todavía por la intemperie que destruye sus esbeltas formas, que tuesta su fina complexión.

Camina pausadamente y con ojo avizor, cual el tigre al salir de su cueva observa en su derredor la extensión de la llanura.

Lleva colgando a su espalda, sostenido por una manta ceñida al talle, un chicuelo de diez o doce meses, tan atezado como ella, y con iguales ya tan cautelosos ojos, apoyada la barba, cruzados los brazos sobre el hombro y cuello maternos.

En esas miradas de extraña fijeza, de subyugante resplandor, que aun en la tierna infancia distinguen al gitano, podéis ya adivinar que su raza tuvo origen en lejanas tierras; que es del país donde desde remota antigüedad se halla separada de las otras castas, bien porque perdiera su igualdad en el principio mismo de los siglos, bien porque fuera desde su formación eternamente maldecida.

Sí, la raza de los zinganes, de esos habitantes de Multan en los bordes del Zind, reducida a la vil especie de paria, profesa odio inextinguible a las demás razas, y mataría su cuerpo y bebería su sangre, y aniquilaría sus cadáveres, y arrojaría al viento y al mar sus más tenues despojos...

Sí, de esa raza viene, pura y sin mezcla de otra casta ninguna, la andrajosa gitana que a tres mil leguas de distancia de su origen camina por las calles de Sevilla en 1491.

Párase en el umbral de una espléndida morada. A través de la verja que intercepta la entrada puede distinguirse el patio circundado por una galería pintada de vivos colores y revestida de moriscos azulejos. Un toldo de lona resguarda del sol la parte descubierta; una fuente de mármol en cuya cuenca vierten sin cesar hilos de purísima agua, refresca el ambiente, y multitud de macetas y tres o cuatro limoneros difunden aromática fragancia.

Bajo la galería se ve a una noble dama, con sus tres lindas hijas, notables todas ellas por sus negros ojos, oscuro cabello, torneadas formas y flexibles ademanes. Ocúpanse en recamar con lentejuelas y matices de oro un suntuoso ornamento de altar.

La gitana tira del cordón de la campanilla...

¿Quién es? responden... y al mismo tiempo gira la verja sobre sus goznes impulsada por una soguilla del interior.

- ¡Ave María purísima!... - es la exclamación de aquellas damiselas al ver avanzar a la gitana, lentamente, pero con una expresión de vigor y agilidad, que la hacen parecer al milano cuando en lo alto de la roca bate sus alas dispuesto a caer sobre la paloma temblorosa.

¡Ah! Doncellas de Sevilla, que os asustáis del aspecto de la mujer extraña. ¡Si supierais cuánta saña alberga en su alma, ella, la de casta romaní, contra todas las demás castas, contra los busnés, como en su lengua se llaman los que no son de sangre gitana!... (N. E. payo)

¡Ay! Entonces bien pudierais exclamar con mayor motivo o con mayor sorpresa: ¡Ave María purísima!

Y, en efecto; hé aquí cómo habla ella, y cuál piensa cuando habla:

¡El Dios de Egipto sea en esta casa! ¡Él os bendiga, mi noble dama! 

(¡Mal fin tenga tu cuerpo, vil cortesana!)

Bendiga Dios también a esas tres rosas virginales que os acompañan. (¡Mil moros furiosos las deshojen con violencia insana!)

Compadeceos, señoras, de esta pobre vagabunda, cuyo pueblo viene de allende el mar, a purgar un grave pecado. Dios quiso castigarle porque negó asilo a la Virgen María y a su Hijo Jesús, cuando huían del rey Herodes. Hasta un poco de agua del río Nilo, que en Egipto corre para todos, rehusó mi pueblo a la Santísima Madre y al Divino Niño.

Y Dios quiso que hiciésemos penitencia, y nos lo quitó todo: tierra, pan, techo y cama. Sólo nos dejó la ciencia de lo futuro, el don de conocer la suerte de las otras gentes, para que así pudiéramos mendigar nuestro sustento mísero.

¡Oh! ¿Quién como los Egipcios puede leer en las estrellas? ¿Quién como los Egipcios puede leer en la palma de las manos? ¿Quién como los Egipcios puede anunciar la alegre nueva? La pobre mendiga entra en esta casa para deciros vuestra buenaventura. (¡Las llamas devoren la casa y los que en ella moran!)

Mi noble dama, (¡Mil serpientes te muerdan!) vuestro marido se halla ante los muros de Granada con el rey Fernando combatiendo al bárbaro Moro. (¡Alcáncele una bala y deshaga en mil trozos su cabeza!)

Antes de tres meses estará de vuelta con veinte cautivos agarenos, ostentando en su cuello rico collar de acendrado oro, premio de su valor heroico. (¡Que cuando entre en casa se derrumbe un poste y su cuerpo aplaste!)

Y a los nueve meses justos de su regreso, Dios os dará un hermoso niño, fruto merecido de bendición por vuestro prolongado anhelo. (¡Que la sal que le pongan al bautizarle tenga veneno!)

Vuestra mano, señora, vuestras manos, doncellas; mostradme vuestras palmas, que a todas pueda decir la ventura que os espera. (¡Que un rayo sea el que espere para consumiros a vosotras todas!)

Mas permitidme antes cantar la canción de Egipto para que el espíritu de la sabiduría caiga de lleno sobre la pobre vagabunda.

Y diciendo esto, la gitana cambia súbitamente de expresión. Antes, su lenguaje, aunque rápido, era acompasado, sin violentas inflexiones. Pero comienza a entonar su voz, a agitar sus miembros, a lanzar agrestes miradas.

Su acento es desconocido, sus posturas son singulares, sus ademanes causan pavor.

Acompaña su cántico con las manos, bien batiendo ambas palmas, bien apoyándolas sobre sus dos caderas...

Ya se cantonea, ya trenza los pies, ya se alza sobre las puntillas, ya se dobla a derecha e izquierda, ya salta en mil giros diversos.

El chiquillo arroja también agudos gritos en compás con su madre; y ésta, arrebatándole en sus brazos, le lanza en el aire, le recoge al caer, vuélvele a lanzar como una bala, vuélvele a recoger...

Ni la noble dama, ni sus hijas, ni las sirvientas, que presencian aquella escena, mudas de espanto, comprenden el estribillo de la canción gitana:

Corajay diquelo abillar, 

Ta ne asislo chapescar, chapescar. 

(Al moro veo venir, 

Pero no acierto a huir, huir.)

- Vuestras manos, vuestras manos, que a todas os diga la buenaventura, - añade la gitana en lenguaje comprensible.

Y la noble dama, y las lindas hijas, y las curiosas sirvientas, aunque aterradas y con supersticioso temblor, alargan todas a una las palmas de sus manos...

Tal era la gitana en los tiempos de Fernando y de Isabel, los Reyes Católicos; y en ese relato nada hemos inventado nosotros; así lo han trasmitido los contemporáneos de entonces.


OCUPACIONES Y SUPUESTAS CULPAS.

Al aparecer en Europa, algo de extraño y sorprendente debería haber en aquellos primitivos gitanos; y al decir primitivos, entendemos, no los seudo-penitentes de pelo crespo y fea catadura de que habla Pasquier, sino los de lacio cabello, hombres esbeltos, mujeres agraciadas y de brillantes ojos cuando la miseria y las penalidades no destruyen su complexión, cuyo tipo ha venido conservándose hasta nuestros días. Pero, ¿qué aspecto presentaba en aquella sazón el carácter moral de Europa?

Aun sin remontarnos más allá de la segunda mitad del siglo XV, la Europa se encontraba bajo el régimen del misticismo. Los hombres se habían acostumbrado a gobernar todas sus acciones bajo la pauta del culto religioso, y el soberano como el guerrero, el señor como el siervo, no daban paso desde la cuna al sepulcro sin someterse a las prácticas del templo.

La invasión mahometana no hizo más que cambiar de forma: si las poblaciones del destruido imperio griego, desde el Asia Menor hasta la Hungría habían adoptado el culto del Corán, no por eso se regían menos por las ritualidades del misticismo.

El sacerdocio estaba en posesión de la supremacía; sólo él dispensaba gracias; sólo él confortaba los espíritus; sólo él tenía la ciencia para ser consultado y el prestigio para ser creído.

Llegan los gitanos; espárcense por todas partes; plantan sus aduares en medio del bosque o en la margen del río o en el interior de la montaña. Allí encuentran modo de criar algunos caballos y jumentos, de establecer una fragua con que manufacturar baratijas de hierro; allí hallan recurso para tejer cestos y canastas, para labrar zuecos y gamellas; allí se ingenian para lavar las arenas de oro del torrente. Lo mismo en la Selva Negra que en el Aranyosch, lo mismo en Sierra-Nevada que en el Darro, los primeros gitanos se dedicaron a esas ocupaciones manuales.

Algunas de las balas de hierro que el rey Fernando lanzó contra los moros de Granada en 1491 fueron forjadas en las cuevas de la vecina sierra por los gitanos, lo mismo que cinco años después, en el otro extremo de Europa, el obispo Segismundo les encomendó en Fünfkirchen iguales proyectiles contra los turcos que amenazaban la Hungría. El rey católico y el obispo guerrero hallaron útiles los servicios del gitano, del vagabundo sin culto que no bautizaba sus hijos, no pedía la bendición del cura en sus desposorios, no llamaba al clérigo a sus exequias, no acompañaba con la vela en las procesiones, no se acercaba al altar ni al confesonario, y no llenaba las alforjas del fraile mendicante.

Al propio tiempo la mujer del gitano era consultada por las damas principales como por las hijas del pueblo, por los señores de toga y blasón, de cota y arnés, como por el humilde campesino y plebeyo pechero. A todos decía la buenaventura, a todos hablaba palabras de esperanza, frases misteriosas que respondían a ciertas ansias del corazón. A ellas vendía la gitana filtros de amor, a ellos consejos para ser amados.

La gitana entraba libremente en lo más recóndito de las habitaciones, y muchas veces era buscada en lo más apartado de su caverna.

La gitana era una especie de sacerdotisa que ejercía su ministerio sin las pompas exteriores del culto religioso; pero sus prácticas no eran por eso menos expresivas, su poder oculto no era menos reverenciado, su influencia no era menos temida; sus artes singulares alcanzaban quizá más prestigio que las ceremonias del misticismo. Y esto, sin embargo, en la sazón en que, como hemos dicho, Europa se hallaba bajo la supremacía y régimen del sacerdocio.

Muy pronto empezaron a divulgarse de uno a otro confín las acusaciones más extrañas y las relaciones más absurdas. Espías, ladrones, caníbales, hechiceros, incendiarios, envenenadores... todo el capítulo de culpas de la Edad Media recayó sobre los gitanos.

¿Serían acaso los que saludaron su llegada a Europa, inventando la leyenda de su penitencia, los mismos que inventaron luego esas horribles historias? No hay datos precisos para afirmarlo, aunque sí haya circunstancias vehementes para presumirlo. Tal vez en su origen fue celo religioso sólo lo que posteriormente pudo ser además interés político.

En efecto, durante todo el siglo XV el pueblo gitano es considerado como un pueblo extranjero, sí, pero no perseguido sin embargo. Las crónicas alemanas, italianas y españolas hacen mención de los jefes que dirigían sus hordas, y de la protección que encontraban de los soberanos en cuyos territorios paraban ya de asiento, ya de tránsito. El rey Zindelo, los duques Miguel, Andrés, Manuel, el conde Juan y el noble caballero Pedro, el Jefe Tomás Polgar, que en 1496 prestó auxilio contra el Turco al obispo Segismundo... todas estas denominaciones indican que la raza gitana alternaba con cierta reputación entre las razas europeas.

De repente comienza la desconfianza. Los jueces levantan procesos en que se oyen deposiciones extrañas. Un gitano ha llevado cartas al campo musulmán o ha descubierto al enemigo cosas importantes de la guerra... Otro ha robado las caballerías o las aves de un corral... Otro ha incendiado una granja... Otro ha hecho mal de ojo a toda una aldea y se ha declarado la peste en ella... Otro ha asesinado a un viajero solitario, y ha desaparecido el cadáver comido por los gitanos en medio de una selva... Otro ha echado veneno en el comedero de una piara de cerdos, que han muerto todos, y cuyos cuerpos, casi corruptos, han sido devorados luego por los envenenadores...

Después hay testigos que dicen que los gitanos tienen pacto con el diablo; que maldicen de Dios y de sus santos; que echan sortilegios; que ejercen la magia negra; que, al resplandor confuso de las chispas de la fragua en una cueva, se ha visto allá en el fondo un pájaro ceniciento de rara forma revolotear alrededor de una gitana, ponerse en su hombro y murmurarle al oído voces que debían venir del infierno, si no es que el pájaro gris era la persona del mismo Belzebut.

Poco a poco empieza a prohibirse a los gitanos que trabajen el hierro, que hagan herraduras, que fabriquen calderos y sartenes, que trafiquen en caballerías, que habiten los sitios en que hay minas o arrastres de pajuelas de oro.

Los gitanos, inocentes de esos crímenes imposibles, y aun quizá de algunos de los que posiblemente pudieran cometer, resisten a esa persecución parcial, a pesar de las insinuaciones del clero, hasta que el celo religioso se confunde con el interés político. Entonces aparece al descubierto la gran persecución legal.


PERSECUCIÓN EN TODA EUROPA.

Entre las persecuciones horribles a que se ha entregado la humanidad, lo fue sobremanera la de 1348, en que, de resultas de una peste mortífera en Europa, se acusó a los judíos de haber envenenado las fuentes y cisternas para deshacerse de los cristianos, como si ellos mismos no hubiesen sido víctimas también de la enfermedad mortal.

Todas las prisiones estaban llenas de aquellos infelices a quienes se condenaba a los más atroces suplicios. Apenas bastaban los días para las ejecuciones, continuando durante la noche al resplandor de grandes hogueras dispuestas en derredor de los cadalsos.

Los judíos que escapaban al rigor de los tribunales eran sacrificados por la saña del pueblo, que atacaba sin distinción de edad ni de sexo. Algunos de los perseguidos lograron refugiarse en lugares ocultos e inaccesibles, de donde no salieron hasta cincuenta años después en que la herejía de los Hussitas y otros ocupó con mayor vehemencia los espíritus.

(De esta circunstancia nació que algunos eruditos-discursistas hayan supuesto conjeturalmente también que los gitanos eran esos judíos escondidos, que volvieron al seno de las poblaciones negando su origen israelita y llamándose egipcios.)

Después de esa gran persecución espontánea y popular, en que el espanto, la ignorancia, la superstición de las masas fueron los principales móviles, vino luego otra no menor en España, calculada con un fin codicioso y político, cuando en Enero de 1481 empezó a actuar el tribunal del Santo Oficio.

En Marzo de 1492 se decretó la expulsión total de la raza hebrea, y este decreto de los Reyes Católicos sirvió de norma para otras expulsiones en masa que fueron adoptando sucesivamente los soberanos de Europa.

A su ejemplo comenzaron a dictarse, dos años después, algunas disposiciones contra los gitanos; pero hasta 1499 no se publicó la gran pragmática firmada en Medina del Campo bajo la influencia del arzobispo Jiménez de Cisneros, pocos meses antes que ese mismo personaje fuese a Granada a romper los tratados solemnes celebrados con los moros cuando la conquista de aquel reino, obligándoles así a expatriarse, o a bautizarse con peligro ulterior de sus vidas y haciendas. En la época en que esta pragmática se publicó ya los gitanos se hallaban dispersos en España, vagando por los despoblados, e imposibilitados de ejercer libremente las ocupaciones que trajeron cuando su primera aparición.

El decreto de Medina del Campo manda que los Egipcianos y caldereros extranjeros, durante los sesenta días siguientes al pregón, tomen asiento en los lugares y sirvan a señores que les den lo que hubieren menester, y no vaguen juntos por los reinos; o que al cabo de esos sesenta días salgan de España, so pena de cien azotes y destierro perpetuo la primera vez, y de que les corten las orejas y los tornen a desterrar la segunda vez que fueren hallados etc.

A ejemplo de los Reyes Católicos, la Dieta de Augsburgo los expulsa el año siguiente de 1500 de todo el sacro Imperio germánico, con la misma cláusula de la pragmática de Medina del Campo, revocando todas las cartas de seguros y provisiones anteriores en favor de los gitanos.

Pero ni una ni otra disposición surten efecto durante el primer tercio del siglo XVI. En España algunos gitanos que tomaron vivienda en las poblaciones prosiguieron su oficio de herreros y caldereros, y en la novela de El Lazarillo de Tormes aparece uno de esos caldereros vendiendo una llave vieja al héroe de la narración, así como en los capítulos de la misma obra suprimidos por el Santo Oficio se narran ciertas particularidades relativas a los gitanos y al gitanismo.

Así, bajo el gobierno del emperador Carlos V, se renueva la pragmática de sus abuelos en las Cortes de Toledo de 1525 y de Madrid en 1528 y 1534, con el aditamento de que a la tercera vez que se hallaren vagando, sean cautivos por toda su vida de los que los tomaren.

Del mismo modo la ordenanza de la Dieta de Augsburgo fue renovada en 1530, 1544, 1548 y 1551, y corroborada por un reglamento de policía dado en Francfort en 1577.

En 1515 el tribunal superior de Utrech dio sentencia contra un gitano por haber desobedecido a la ley de destierro, condenándole a ser azotado hasta brotar sangre, a sajarle las ventanas de las narices y raparle el cabello antes de conducirle al último límite de la provincia.

En otros puntos de Alemania, después de azotarlos y perseguirlos como bestias feroces en correrías de caza, llegaron hasta quemarlos, alguna vez a petición de las mismas víctimas, para librarse cuanto antes de un mundo en que se los consideraba como seres tan réprobos.

Enrique VIII de Inglaterra dio su sanción en 1531 a un bill del Parlamento persiguiendo a los gitanos, el cual cayó brevemente en desuso, y fue publicado de nuevo bajo el reinado de su hija Isabel.

Apenas hay Estado ninguno de Europa que no arroje a los seudo-egipcios, sin fijarles sin embargo el lugar de su destierro, ni darles los medios de trasladarse allende el mar.

Así es que los gitanos, a pesar de los crímenes que les imputan y de los castigos que les aplican, resisten a todas esas medidas de opresión y destierro, multiplicándose las leyes e introduciéndose en ellas al propio tiempo penas contra los magnates y autoridades que les prestaban seguro y protección.

También en Francia, bajo el reinado de Francisco I, se acordaron disposiciones contra los gitanos, las que fueron solemnemente renovadas en tiempo de Carlos IX, agravándose la persecución por acta de los Estados generales reunidos en Orleans en 1561 para que se los exterminase por el hierro y el fuego. Con todo, esto no bastó, y en 1612 hubo que lanzar otro edicto de exterminio.

El emperador Carlos V, además de los decretos de persecución ya citados que durante su gobierno se promulgaron en España y Alemania, lanzó otros igualmente en los Países Bajos arrojando a los gitanos bajo pena de muerte, decretos que fueron confirmados en 1582 por los estados de las Provincias Unidas.

En Polonia se dio una ley en 1578 prohibiendo la hospitalidad en favor de los gitanos, y desterrando a los que los acogieran.

Pío V en los Estados Pontificios, los ducados de Parma y de Milán, la república de Venecia, la Dinamarca y la Suecia también los arrojan de su seno. La ley de expulsión de Suecia de 1662 era severísima, y sus dos confirmatorias de 1723 y 1727 lo fueron aún más todavía.

No hay código puede decirse en Europa que no contenga alguna disposición bárbara contra la raza gitana. Después de leídas todas esas leyes, en cuya formación tomaron parte durante el siglo XVI, y aun el XVII, los hombres más principales del parlamento y de la magistratura, pregunta la imaginación asombrada: ¿qué tenía esa raza para concitar tanta ira? Pero ¿qué tenía sobre todo para resistir por espacio de trescientos años a tanta persecución?


CANIBALISMO. - LEYES ESPECIALES.

No era ya únicamente la falta de religión, la hechicería, las artes maléficas que en aquellos tiempos daban pretexto a procesos abominables; hubo también un momento en que se persiguió a los gitanos por un delito que los mismos jueces reputaban no probado: el canibalismo.

Don Juan de Quiñones, en una obrita sobre los gitanos publicada en 1632, refiere algunas sentencias judiciales mandando ahorcar a gitanos que, después de pasarlos dos y tres veces por la rueda del tormento, confesaron haber muerto en el bosque de las Gamas, entre Jaraicejo y Trujillo, a varias personas y frailes, y comídose sus miembros asados y condimentados. El juez que en 1629 ejecutó esta proeza y otras por el estilo se llamaba Don Martín Fajardo.

Y no solamente en Extremadura. Iguales ejecuciones tuvieron lugar en Guadix de gitanos caníbales, que ejercían en Sierra de Gador su industria de sorprender al viajero, matarle, dividirle en cuartos, curar los trozos al aire libre, tostarlos, aderezarlos y comerlos en gran festín.

Esa acusación de canibalismo contra los gitanos fue muy general en Europa, y ha durado hasta fines del siglo último. La Gaceta de Francfort hace relación en 1782 de varias ejecuciones horribles de pobres gitanos seudo-antropófagos. Decapitaron a las mujeres y quebrantaron los huesos o descuartizaron a los hombres en número de cuarenta y cinco, mientras esperaban su suerte en los calabozos otros ciento cincuenta gitanos. Esto bajo el reinado de la emperatriz María Teresa.

Sería imposible referir todas las absurdas acusaciones dirigidas contra los gitanos. Sin salir de España, una de las más singulares es la mencionada por Córdoba en su Didascalia de que, pocos años antes (escribía en 1615), habiendo estallado la peste en la ciudad de Logroño, invadieron los gitanos la población en medio del conflicto, y la hubieran saqueado a no haber encontrado prevenidos a sus habitantes (¡moribundos!) por aviso de un cierto librero que había mantenido antiguas misteriosas relaciones con la horda de caníbales...

Preciso era sostener vivo ese espíritu de acusación para que en cada reinado se renovasen las leyes de opresión y perseguimiento.

Cuando Felipe II regresó a España de los Países Bajos, y celebró en Toledo sus bodas con Isabel de Francia, Febrero de 1560, formaron parte de los públicos festejos danzas de gitanas; y ese mismo año se dio un decreto moderando el rigor antiguo y estableciendo reglas para que los gitanos morasen de asiento en las villas y lugares. Este decreto fue en cierto modo el origen de las gitanerías o barrios habitados por gitanos en las grandes poblaciones.

En 1586 el mismo monarca dio otra ordenanza disponiendo las formalidades a que debían sujetarse los gitanos, proveyéndose de un testimonio ante escribano público que acreditase su residencia y la propiedad de los objetos que querían vender, sin cuyo requisito no se les permitiría tráfico ni entrada en las ferias y mercados.

En 1619, hallándose en Lisboa Felipe III, firmó un decreto para hacer salir a los gitanos de toda la península en el espacio de seis meses, con pena de muerte a los que volviesen. Lo notable de este decreto es que parece ser a consecuencia de la condición 49 de las Cortes celebradas aquel mismo año otorgando el servicio de millones, cuya cláusula marca esa expulsión.

Y por si el timorato Felipe III demoraba hacerlo, no falta quien le recuerde la obligación en que estaba su real conciencia al cumplimiento de las condiciones con que fue otorgado el dicho servicio de millones. Este celoso consejero es el doctor Sancho de Moncada, catedrático de Sagrada Escritura en la Universidad de Toledo, quien dirigió al rey un famoso discurso para probar que los gitanos debían ser expelidos, y que podía condenárseles a muerte por ladrones, receptadores, hechiceros, adivinos y maléficos, no sólo a ellos, sino a las mujeres y niños, pues no hay ley que obligue a criar lobillos.

Felipe IV en 1633 prohíbe el traje y el dialecto; prohíbe que vivan en barrios particulares; prohíbe que se casen entre sí; prohíbe hasta el nombre de gitanos; manda, en fin, su fusión con las demás razas.

Carlos II repite en 1692 las mismas prescripciones y prohíbe a los gitanos otro modo de procurarse el sustento, otro oficio o empleo que el de labrar la tierra. En 1695 se renuevan con mayor severidad esas disposiciones, vedándoles especialmente el oficio de herreros.

El art. 16 de esta ordenanza, que comprende veintinueve nada menos, es notable por establecer penas contra las personas de todas clases y condiciones, nobles como del común, a cuyo favor, protección y ayuda se debe que los llamados gitanos continúen en estos reinos.

En 1726 Felipe V destierra de Madrid a las gitanas que acudían a pedir por sus maridos perseguidos, y en 1745 ordena que todos los gitanos que se hallen fuera de su domicilio vuelvan a él en el término de quince días, y que se los obligue por medio de la fuerza armada, haciéndoles fuego y hasta persiguiéndolos dentro de los lugares sagrados, si en ellos se refugiasen. Esta terrible cédula fue renovada en 1746 y 1749.

En el mismo sentido fueron las demás medidas opresivas que terminan con la cédula de 1780, hasta que, bajo la influencia de las ideas filosóficas de los enciclopedistas, tanto en España como en Alemania se adoptó otro sistema humanitario en favor de los gitanos.


CONDICIÓN ACTUAL.

Aunque, según el buen criterio, no merezca sino escasa importancia la designación de rey, duque, conde, capitán, que se da a los jefes de los primeros gitanos, nombres adoptados por imitación después de su llegada a Europa... (según Córdoba era un dicho vulgar en 1615: Tan ruin es el conde como los gitanos.) ello es que en el espacio de casi un siglo, al menos desde 1417 en que comienzan a hablar las crónicas, ello es que fueron considerados como un pueblo distinto que vivió entre los otros pueblos dedicado a ocupaciones especiales, en las que pudo seguir viviendo honradamente, si una persecución general no le hubiese lanzado a la condición hostil del réprobo que, durante trescientos años, ha hecho del gitano un vagabundo, un truhán, un bellaco, un estafador, quizá un salteador... crímenes reales y no apócrifos que en verdad de justicia pueden atribuirse a esa raza desgraciada.

Cuando, después de tanta persecución y tantas leyes dictadas como a porfía por todos los gobiernos de Europa, el gitano subsistió y aun se multiplicó, era indicio que los encargados de perseguirle se convertían muchas veces en protectores. Que así era ciertamente lo atestiguan esas mismas leyes al fijar penas contra los protectores.

Ya hemos apuntado la influencia que ejercía la gitana decidora de buenaventura para captarse protección, y más adelante explicaremos otra peculiaridad tanto o más influyente que distingue de una manera especial a la mujer gitana para captarse voluntades.

Pero anduvieron los tiempos. La escuela filosófica francesa fue ganando partidarios en toda Europa. Los ministros de casi todos los monarcas, por absolutos que éstos fueran, se acostumbraron a discurrir bajo otros principios y otro orden de ideas que el que había dominado hasta entonces; y así se vio que el emperador de Alemania José II en 1782, y el rey de España Carlos III en 1783, promulgasen leyes de un carácter muy opuesto a las que habían prevalecido desde la pragmática famosa dictada por Jiménez de Cisneros en 1499.

Ya no se llamó egipciano a ese pueblo; ya no se dijo que era extranjero y distinto del pueblo entre el cual había nacido, crecido y multiplicádose por espacio al menos de cuatro siglos; ya no se le prohibió vivir en familia y casarse entre sí; ya no se le vedó ocuparse en los trabajos permitidos a los demás súbditos. Por esas nuevas leyes, al gitano sólo se exigía que no llevase un vestido especial; que no hiciese pública gala de su dialecto; que fuese honrado en sus tratos, y que adoptara en cambio el oficio y profesión que mejor le conviniese.

En vez de las penas contra los corregidores, alcaldes y alguaciles que, mediante retribución o soborno, prestaban ayuda al gitano, atenuando el rigor de la ley o disimulando sus depredaciones, la pragmática de Carlos III imponía penas contra aquellos que pusiesen obstáculo al gitano para ejercer sus oficios o entrar en sus gremios.

En una palabra, el gitano fue declarado explícitamente, no miembro extraño de una raza impura, sino súbdito igual a los demás súbditos.

A consecuencia de esta nueva tendencia en la legislación, no sólo en Alemania y España, sino en el resto de Europa, ha ido variando la condición del gitano. Pero como los errores de tres siglos no se corrigen en algunos años, por eso no vemos hoy día al gitano confundido ya con las demás castas, si bien le vemos habitar las ciudades y mostrar menos repugnancia a contraer enlaces fuera de su raza.

Es un dicho proverbial entre ellos; y lo fue más aún a principios de este siglo: A lirí ye crally nicabé a lirí es calés: la ley del rey destruyó la ley de los gitanos. Y ¿cuál es esa ley tan cara en todos tiempos a la familia gitana? Tres prescripciones la componen, a saber: No te separes del gitano; sé fiel al gitano; paga tus deudas al gitano.

Para mejor comprender el significado de esa ley, debemos decir que en el texto original se emplea la palabra rom, que traducimos por gitano, y que en rigor significa, hombre casado, marido, palabra puramente sánscrita de la cual se deriva romanó, perteneciente a esposo, familiar, doméstico, propio de la casta de los gitanos.

Como se ve, las dos primeras prescripciones van dirigidas a la mujer; la tercera al hombre; y que al menos aquellas dos han sido rigurosamente cumplidas, lo prueba que la casta de los gitanos no ha degenerado, y que el tipo que hoy la distingue siempre la ha distinguido.

Sin embargo, cada día va haciéndose más frecuente, en ellos más que en ellas, el casarse fuera de los suyos, el renunciar al gitanismo y a sus modos ordinarios de subsistir, tales como el oficio de chalanes, esquiladores, cesteros, herradores, y en su lugar ejercer tratos importantes, además del de carniceros y mesoneros; y ¡cosa singular en lo antiguo! hacerse ricos y acomodarse a todas las necesidades del lujo y del bienestar.

Y esto se explica fácilmente. Con las leyes draconianas que perseguían al gitano, empleando el hierro y el fuego, se le convertía en enemigo declarado de la sociedad, en bestia fiera del desierto; al paso que con las leyes de José II y Carlos III se le asigna su puesto legítimo en la obra de la creación. Las leyes de esos soberanos destruyeron, en nombre de la humanidad, la ley de casta, la ley especial de los gitanos.

En efecto, algunos gitanos que echan de menos aquellos tiempos en que, bajo el mando de sus condes, se abrigaban en las fragosidades de los montes de Toledo, de Sierra-Morena y de las Alpujarras, y recorrían las márgenes del Ebro, del Tajo y del Guadiana, aseguran que el gachó (el que no es gitano) no es ya tan engañado o burlado como antes; que el busnó (el extraño en general a la raza) no es ya tan aborrecido como en lo pasado.

Quéjanse también que, a la par que esos sentimientos de repulsión van desapareciendo, el espíritu de confraternidad gitana desaparece también; que los que se han hecho ricos no tienen caridad de sus hermanos pobres; y, lo que es más, que ya se mira con indiferencia el ser deudor; que el punto de honra de la lirí es calés, de pagar en cosa o en persona, en efectos o en servicios, ha dejado de existir. El zincaló se ha hecho busnó, el gitano se ha convertido en extraño.

Y estos lamentos no son exclusivos a los gitanos españoles. Lo mismo acontece entre los de Rusia y Provincias Danubianas, lo mismo entre los de Hungría, Italia e Inglaterra.


COSTUMBRES. - MODOS DE VIVIR.

Donde más se ven los efectos de esa igualdad evangélica aplicada a los gitanos es en Rusia. Además de la ocupación favorita de chalanes y decidores de buenaventura, que parece característica a su raza en todas las comarcas que habitan, ejercen en grande escala la profesión de criadores de ganado, a lo cual se prestan favorablemente las inmensas dehesas al Sur de aquel país.

Las mujeres en Moscou (Москва, Moskva, Moscú) se dedican al canto, el cual las ha hecho famosas, procurándoles posición, fortuna y hasta enlaces con la nobleza rusa. Aún se recuerda cuando la célebre Catalani visitó la antigua capital de aquel imperio, quien, después de oír en uno de los salones de la aristocracia a una cantante gitana, se quitó de encima de los hombros el rico chal de cachemira, regalo del Papa hecho a su privilegiado talento, para ponerle sobre los de la gitana como más merecedora de una prenda destinada a la cantante sin rival.

Si bien no puede decirse que toda la familia gitana ocupe una posición espléndida en Rusia, al menos no es allí, desde muy antiguo, una raza abyecta, y alterna con las demás sin distinción alguna.

En las comarcas del Danubio, especialmente en esas dos provincias, la Valaquia y la Moldavia (Rumanía), donde siete millones de habitantes hablan un lenguaje tan parecido al castellano (como procedente del mismo origen, de la lengua latina que habló la gran colonia militar que los romanos establecieron en aquellos parajes), se cuentan más de doscientos mil gitanos.

Su ocupación principal es la de colectores de pajuelas de oro en los afluentes del Danubio, y más especialmente en los arroyos y torrentes de la Transilvania. También se dedican al contrabando.

Su condición es miserable, sobre todo la de una de las dos clases que no se pertenece a sí misma, sino que depende en cierto modo como sierva de los boyardos o magnates del país.

En Hungría hay lugares enteros habitados por zinganes o gitanos, y en las grandes poblaciones ocupan también barrios enteros. En ninguna parte se advierte mejor el efecto de la constitución legal y social del país sobre la familia gitana como en Hungría.

Allí existe todavía el régimen feudal en todo su vigor primitivo. La condición del siervo ruso es envidiable comparada con la del siervo húngaro; y al paso que en Rusia todas las tendencias van encaminadas a la emancipación, en Hungría los magyares, que tanto claman por sus antiguos fueros y privilegios, sólo tienden a esclavizar más y más a la clase que depende de ellos.

Puede decirse que en Hungría hay tres clases: la del magnate, la del siervo, la del gitano; y ¡contraste peregrino! allí el gitano vil, miserable, es libre como el magnate en medio de su vileza, ostenta la frente erguida en medio de su miseria, al paso que el siervo húngaro baja los ojos sumiso y degradado.

Allí los nobles están por encima de la ley, los zinganes por debajo de ella. A los primeros como tales, como vestidos ricamente, nadie les pide peaje al pasar un puente o un portazgo; a los segundos, andrajosos, o casi desnudos, nadie los detiene tampoco en su paso. Pero al labrador, al menestral, a la clase pechera, mil oficiales, tan siervos como ellos, les imponen trabas y gabelas.

El gitano húngaro es un ser singular que vegeta en medio de la más espantosa suciedad, y se nutre del más corrompido alimento, y aunque dedicado al oficio de chalán, de calderero, de herrero, de adivino y echador de cartas - por supuesto - hace de cuando en cuando sus excursiones de merodeo y robo, que duran muchos meses, a través de la Francia, de la Italia, hasta la misma campiña de Roma.

Y tanto en sus hediondas chozas, como en sus correrías vagabundas, se le ve siempre gozoso, siempre cantando, siempre tañendo algún instrumento, sobre todo el violín, en el que es reconocida su habilidad hasta en los espectáculos de París.

En Inglaterra, donde la tolerancia y la buena policía (: política) es más antigua que en ningún punto del continente, los gypsies o gitanos han podido confundirse más presto con las otras castas, y apenas se cuentan diez mil hoy día, que viven, o ya sedentariamente como chalanes y caldereros, o ya un poco nómadamente, plantando sus tiendas o los toldos de sus carromatos en la vecindad de algún bosque, no lejos de las pequeñas poblaciones.

Las gitanas dicen la buenaventura y venden filtros de amor; y la crónica de los tribunales revela de cuando en cuando asesinatos de amantes o maridos por mujeres celosas, demasiado confiadas en las sugestiones de esas astutas hechiceras, que lo mismo encuentran creyentes entre las personas de alto rango de la moderna Inglaterra, que encontraban entre las principales de la antigua España.

Otro tanto puede decirse de los gitanos de Italia y Francia, sólo que en este último punto, donde la gran revolución de 1789 fue más especialmente fecunda en igualdad que en libertad, apenas existen visiblemente los gitanos.

En Francia, donde no se conoce odio ni antipatía propiamente dicha de raza, religión ni lenguaje; donde el extranjero no infunde extrañeza; donde católico, protestante, israelita o mahometano alternan y se casan sin repugnancia ni traba legal o social; donde todos los dialectos y todos los idiomas se hacen calle con un poco de plata que los ayude... ¿cómo había de poder subsistir el gitano ni dejar de quebrantar la lirí es calés, la ley de vivir con los suyos y para los suyos?

En España, donde no se han arraigado esos principios, será más lenta y difícil la asimilación del gitano con las demás castas. Sin embargo, de los cincuenta o sesenta mil que, según algunos estadistas, existen al presente, cada día van afluyendo más y más a las grandes poblaciones, cada vez abundan más en Sevilla, Cádiz, Málaga, Granada, Córdoba, Ciudad-Real, Madrid, Murcia, Valencia, Barcelona, Pamplona, Valladolid y Badajoz.

En el Alto Aragón algunos viven todavía en cuevas, lo mismo que en varios puntos de las Alpujarras, pero no como hordas vagantes, sino dedicados a oficios honrosos.

Hasta en las provincias del Norte como por la parte de Castilla la Vieja, Asturias y Galicia, donde antes se los odiaba y temía, se los va ya mirando con menos extrañeza y dejándoles tomar asiento.

Que la asimilación vendrá por completo lo demuestra la posición que han sabido adquirirse en Cádiz, Málaga y algún otro punto de la península. No diremos, como algún escritor ha dicho, que los gitanos de esas poblaciones son civilizados y los de otros parajes no lo son. Este es un modo de decir desnudo de criterio.

El gitano no ha sido nunca salvaje en España: ha sido únicamente ignorante y rudo como los de las demás castas no educadas; y en un país donde apenas hay veinte entre ciento que sepan leer, los ignorantes deben ser muchísimos, sin excepción de clases. No está muy lejano el tiempo en que un grande de España no entendía de más ocupaciones que las que profesaba el chalán y el torero, es decir, las mismas del gitano...

En Cádiz y en Málaga hay gitanos dueños de grandes establecimientos de carne, y trafican en ganado, y tienen mesones importantes. Alternan con los principales de la ciudad, y sus casas y familias participan del lujo de los más lujosos.

Por lo demás, se ha conservado la tradición gitana. Los hombres se ejercitan en comprar, cambiar y esquilar bestias; en correr y picar caballos; en torear, más particularmente en las poblaciones de Andalucía; en hacer clavos y herraduras como en Granada y Córdoba; en tejer canastas de colores como en Murcia, Valencia y Barcelona...

Las mujeres venden el menudo de las reses, componen y fríen morcillas de sangre en las tabernas, asan castañas, hacen buñuelos, trafican en prendas viejas y en géneros de contrabando, y dicen sobre todo la buenaventura, que es el producto más lucrativo de su industria.

¿Existe en todos esos tratos la suficiente lealtad? ¡Ay! Al estado que ha llegado la sociedad española, ¿quién habla de moralidad?


PECULIARIDADES DISTINTIVAS.

Hemos descrito la condición de los gitanos de Occidente. Sería repetir lo mismo hablar de los de Oriente.

En efecto; los que habitan la Turquía, el Norte del Egipto y la Persia, y que descienden de los mismos que procedieron de Multan o Guzerat en el tiempo de Bayaceto y Tamorlán, o posteriormente de la misma cuna en las márgenes del Indo, muestran igual carácter, costumbres y cualidades que sus hermanos de Europa.

Una de esas cualidades que más los distingue es su prodigiosa fuerza pasiva para resistir la intemperie. Lo mismo aguantan bajo sus tiendas en la llanura la impresión glacial de las nieves de Moscou que la acción abrasadora del sol del Cairo.

Donde más abundan es en Constantinopla (Estambul, Istambul). Los hombres se ocupan igualmente, además del chalanismo, en el comercio de piedras preciosas y drogas venenosas; las mujeres entran en los harenes, donde se les permite curar a los niños del mal de ojo e interpretar sus sueños a las odaliscas.

Se ve también a las zíngaras, como allí se llaman, en los cafés, cantando, tocando varios instrumentos, y acompañando la música con danzas licenciosas. Nada más voluptuoso que esos cantos y esas posturas; pero ¡ay del musulmán o del cristiano que quiera obtener de esas bayaderas otra cosa que su exhibición provocadora!

Desde las orillas del Indo hasta el campo de Gibraltar, esa ha sido siempre la peculiaridad distintiva de la gitana. Obscena en sus gestos y ademanes, obscena en sus palabras, obscena en sus cantares, pero casta en su cuerpo. Ese es el don preciado de la gitana: a lacha ye drupo, la castidad corporal.

La madre le enseña desde niña a guardar ese don para el rom, para el marido gitano, no para el busnó, no para el extraño a su raza. En ningún lupanar de Europa se encuentra una prostituta gitana.

En la misma India, donde las castas privilegiadas venden las primicias de sus hijas, el paria gitano conserva incólume la flor de sus polluelas.

Y esa peculiaridad, a que antes hemos aludido sin mencionarla, fue uno de los incentivos poderosos de la gitana para captarse voluntades durante los tiempos de su persecución.

La gitana tiene en sí, además de la regularidad de sus facciones, de sus esbeltas formas, de su ligero talle, de sus agraciados modales, una mirada especial, a la que se atribuye el poder de engendrar grandes pasiones.

Los ojos del gitano poseen cierta peculiaridad que le hacen reconocer, cualquiera que sea el disfraz que adopte. Bajo el traje más ceremonioso, como bajo el harapo más cómico, se descubre al instante la singular y brillante fijeza de la mirada del gitano.

Podrá distinguirse el ojo pequeño del judío o el ojo oblongo del chino; pero el ojo del gitano, aunque regular y bien proporcionado, e igual al de las demás castas, se le distingue siempre por su fulgor; y ese fulgor, en ellas sobre todo, es la luz del fósforo. Añadid a ese incentivo la volubilidad, la facundia en el decir, la licencia en las maneras, y junto con todo eso la repulsión más obstinada a otros favores, la punta quizá de una daga para contener al busnó que se desmanda, y comprenderéis entonces que aquellos enamorados hijos de los corregidores y magnates que frecuentaban la compañía de las gitanas en sus asilos, y tomaban parte en sus danzas y fiestas nocturnas, fueran durante el día los favorecedores de la casta proscrita juntamente con sus hermanas y sus madres, a quienes la gitanilla había predicho venturas sin cuento.

Y no sólo venturas. La gitana, además de sus filtros de amor, vendía - ¿y quién sabe si vende aún? - la raíz del buen barón, la yerba de Satanás, para uso de ciertas mujeres que quisieran no dejar ver los resultados de ciertos pasos. (N. E. ruda, romanicha, es abortiva)

Cada día van siendo menos frecuentes las antiguas prácticas de las gitanas, quienes, mientras sus hombres chalaneaban en las ferias y mercados, ellas tenían especial habilidad de manos para hacer desaparecer las monedas en los cambios, ustilar a baste, coger a la mano.

Entre esas prácticas, una muy añeja y que Jerónimo de Alcalá refiere en su novela Historia de Alonso, mozo de muchos amos, escrita a principios del siglo XVII, es la de la gran socaliña, jonjanó baró, en la cual caían -¿y caen todavía? - con más facilidad ciertas viudas ricas y avaras, que, por sugestión de la gitana embaucadora, reunían en un sitio oscuro y apartado gran porción de alhajas, como cebo que atraería o haría descubrir un tesoro escondido de muchísimo valor. Inútil es añadir que el tesoro no parecía, y la gitana socaliñaba para sí el cebo de las prendas o alhajas.

En todo este relato siempre hemos hablado con encomio de las formas de los gitanos. En efecto, es una raza a la que sólo afea, según el modo de pensar de los europeos, el color atezado de su cutis; por lo demás, aun en medio de las penalidades y de la miseria, es una raza hermosa. Pero esas penalidades son a veces tan grandes, que la belleza de la juventud desaparece presto, y en las mujeres, sobre todo, la vejez es horrible y repugnante.

Cuando disfrutan de algunas comodidades, los hombres tienen especial afición a la ropa blanca, a la camisa limpia y bien almidonada, a la chorrera vistosa, a la pechera bordada.

El traje en rigor es el mismo que gasta el pueblo bajo en Andalucía, más o menos rico, de pana o terciopelo, de paño o algodón; chaqueta o zamarra bordada, con alamares o botonadura de plata; chaleco y faja de seda; pantalón ancho por abajo; alpargatas o zapatos, botines o borceguíes, todo de colores chillones, celeste o encarnado; sombrero calañés, ancho en general, o gorro encarnado en la costa de Cataluña (barretina).

De las mujeres puede decirse otro tanto. Su traje es el que las andaluzas han llevado hasta hace pocos años, y que las gitanas no han cambiado. Así se las ve con su saya corta y de poco vuelo, adornada de randas de volantes, su mantón más o menos grande sobre los hombros, su pañuelo de puntas a la cabeza, hecho un nudo a la garganta, echado sobre la frente o caído sobre la nuca a voluntad, flores y cintas por adornos, colores también chillones en todas sus prendas.

Pero, ¿cuál es el traje peculiar que llevaban en lo antiguo y al que las leyes aludían para prohibirlo? La tradición no ha conservado vestigio alguno auténtico. Quizá en España, como en el resto de Europa, sea eso quizá lo único que consiguió la legislación: hacer abandonar al gitano el traje de su origen. Y como la Andalucía ha sido una de las comarcas donde desde el tiempo de los árabes han habitado con mayor predilección, por eso adoptarían para sustituirle el corte andaluz.

Además hay cierta similitud de garbo y maneras entre el andaluz y el gitano, que explica esa preferencia dada al modo de vestir. Esa similitud procede, a no dudarlo, de cierto tinte gitanesco en la sangre andaluza.

Sabido es que los andaluces son una mezcla de romano, vándalo y moro, en cuya mezcla ha debido ingerirse una parte de gitano, a quien no obliga con tanto rigor la lirí es calés. Dícese que la misma pasión que inspiran ellas, las gitanas, inspira el gitano a la mujer del busnó...

Entre las peculiaridades de los gitanos hay una extraña circunstancia que suele arruinarlos para el resto de sus días, y es la inmensa prodigalidad a que se entregan en sus bodas.

Durante los tres días que se prolonga el festín y el jaleo, son convidados a él, no sólo los gitanos del lugar, sino los conocidos y allegados de sangre blanca. El gachó toma parte en esa disipación de manjares, dulces y bebidas, para la cual contrae deudas el novio, cuando no tiene nada propio, y que son luego una carga de la vida que le es muy difícil desquitar.

¡Peculiaridad singular! Todavía se conserva entre muchas familias gitanas la costumbre antigua española que desapareció con la ascensión de la casa de Austria al trono de España y a la que se sujetó Isabel de Castilla cuando se casó en Valladolid con Fernando de Aragón, esto es, la de mostrar a los convidados el día de tornaboda el cendal de la desposada, la prueba justificativa...

No terminaremos el capítulo de las peculiaridades sin hacer mención de un uso, quizá perdido ya en España, pero conservado todavía entre los gitanos rusos y húngaros en sus expediciones lejanas: el de poner señales en los caminos para reconocer la senda que han tomado otros que los han precedido.

Estas señales son o unos montoncillos de distancia en distancia de yerba recientemente arrancada, o una cruz trazada en el suelo, cuyo brazo más largo indica el rumbo o el camino de los varios que se cruzan en un punto, o un palo clavado al lado de la vía con otro atravesado que indica igualmente la dirección. Cualquiera de estos signos, pateran o trail, conducen seguramente a los rezagados en pos de los que han pasado adelante.

De esta suerte los primitivos gitanos se siguieron unos a otros por en medio de la fragosidad y el desierto.

LENGUAJE ÍNDICO.

Hasta mediados del siglo pasado no empezó a sospecharse que pudiera haber en el globo alguna región donde fuese generalmente hablada la misma lengua que hablaban los gitanos y que nadie entendía en Europa. Habíase creído que era un lenguaje inventado, una jerga convencional para comunicarse parcialmente entre sí y que no era general a las diferentes hordas diseminadas por todos los países.

Al despertarse la afición de los eruditos en favor de los estudios filológicos, al dedicarse a la comparación y análisis de los múltiples y diversos idiomas usados en todas las vastas comarcas que no eran europeas, debió naturalmente descubrirse, no sólo que el dialecto de los gitanos era uno mismo por do quiera existía su raza, sino que este dialecto era el mismo también que estaba en uso en el Occidente de la India. Y como el único criterio racional que puede conducir a averiguar el origen de un pueblo es el idioma de ese pueblo y el país donde este idioma se habló primeramente o continúa hablándose, pronto se relegaron al olvido las absurdas suposiciones sobre la nación de los gitanos, conviniendo los hombres estudiosos en que debía buscarse su origen en la India.

La turba de pedantes, en tanto, que halla más fácil divagar por el campo fantástico de las conjeturas que examinar el terreno positivo de la ciencia, prosigue considerando todavía a los gitanos como descendientes de moros, etíopes o judíos.

Desde las primeras páginas hemos enunciado la verdadera procedencia Indostana, atendiendo, no a analogías de nombres, sino al gran criterio del lenguaje. Vamos ahora a fundar los hechos.

A fines de 1765 publicó la Gaceta de Viena una relación muy interesante comunicada por el capitán Szekely de Deba. Aparece de ella que el predicador protestante Esteban Vali, hallándose estudiando en la universidad de Leiden, trabó conocimiento con unos jóvenes del Malabar, pensionados allí por su gobierno. Oíalos hablar con frecuencia el idioma de su país, y parecióle que tenía semejanza con el que muchas veces había oído a una tribu de gitanos que habitaba en Almasch, su pueblo natal, en el condado de Komora. Agregóse a esto que aquellos jóvenes le dijeron que muy cerca de su provincia, en el Malabar, había un distrito llamado Zigania, nombre muy parecido al de Zigeuner (gitano en alemán). Ocurrióle, pues, tomar por escrito unas mil voces con sus correspondientes significados del idioma índico que le dictaron los estudiantes malabares, y de regreso a Almasch las repitió a varios de los gitanos. Con gran asombro de Vali fueron comprendidas sin dificultad y explicado su significado en el mismo sentido que él había aprendido de sus camaradas orientales.

Poco tiempo después de esta circunstancia empezaron a publicarse en Europa varias gramáticas de lengua Indostana, entre ellas principalmente la escrita para los ingleses en 1773 y para los portugueses en 1778, con lo cual Grellman, Richardson, Marsden, Ludolf y otros acabaron de demostrar la perfecta afinidad entre el dialecto de los gitanos y algunos de los diez y ocho dialectos derivados de las lenguas madres de la India.

Dos son esas lenguas madres, el Sánscrito y el Zend, ambas en desuso hoy día, si no es en los libros religiosos, donde las estudian aquella los bracmanes y ésta los eruditos.

Con el Sánscrito se relacionan el bengalí, idioma que se habla en la parte del Oriente o región del Ganges, el alto Indostán, o gran idioma popular de casi toda la India, y algunos dialectos de la parte meridional, como asimismo la jerga mongolo-Indostana, mezcla de persa, turco, árabe e índico, que empezó a usarse después de la conquista por los mongoles.

Del Zend, lengua en que fueron escritas las obras atribuidas a Zoroastro, se deriva el persa moderno, idioma que introdujeron sucesivamente los guerreros conquistadores en el Indostán desde los tiempos de Walid y Mahmoud hasta los tiempos de Tamorlán y Nadir.

Los dialectos que se hablan en las comarcas occidentales o región del Sind desde Amretsir, Multan, Haiderabad, hasta la costa de Malabar, son los que más afinidad tienen con el persa moderno, e igual la tiene el dialecto gitano. Y esa afinidad es tanta, que aún se la reconoce distintamente todavía por haber conservado las raíces de su origen, a pesar de las modificaciones que no podía menos de imprimirle el trascurso de los siglos y el contacto con los diferentes pueblos en cuyo seno han venido viviendo los que le trajeron.

Resulta, pues, que, sea por conexión más o menos afín con el Sánscrito, sea por derivación más o menos directa del Zend, fuente del persa, el gitano tiene un linaje de los más ilustres, linaje especialmente índico, sea el que quiera el punto de la India de donde partieran los primeros gitanos. Pero ¡coincidencia singular! al penetrar en Europa por los dos parajes opuestos por donde penetraron, la Andalucía y la Bulgaria, en ambos tuvo que rozarse su lenguaje con otro lenguaje inmediatamente derivado de un común origen. Ya hemos dicho que el roumano (rumano) de las provincias del Danubio, lo mismo que el castellano, tiene por madre la lengua latina. ¿No corrobora esta circunstancia el hecho de que los gitanos aparecieron en Europa por dos puntos diferentes, aunque en distintas épocas, pudiendo coincidir en su idioma las mismas modificaciones sin que hubiesen llegado hasta España los del Danubio ni avanzado hasta el mar del Norte los del Darro y Guadalquivir? De todos modos, después de haberse demostrado por los filólogos de fines del pasado siglo que el dialecto gitano es de procedencia Indostana, otros filólogos en el presente siglo han puesto en evidencia la similitud y analogía o identidad más o menos expresiva en el habla de los gitanos de todos los países. El eminente erudito inglés Jorge Borrow ha publicado noticias especiales, después de lo cual no es ya permitido dudar, si bien poco tiempo antes el célebre Mezzofanti, profesor de Bolonia, que hablaba treinta y dos lenguas, había hecho encomios científicos del dialecto gitano prefiriéndole a otros idiomas, y de tal modo, que al volverse loco en 1832 no le confundió con ningún otro cuando embrollaba en su parla tanto lenguaje. Mr. Borrow no se ha circunscrito a elogios. En 1857 vertió al caló de España el evangelio de San Lucas con rara y gramatical precisión; y si, para ser mejor entendido de los rudos e iletrados gitanos, prefirió conservar en su versión algunas palabras castellanas del padre Scio, en vez de parafrasearlas o formar otras con las raíces del caló, vale esto mucho más que la literatura y poesía que los aficionados al gitanismo cultivaron en Andalucía a principios del presente siglo.

En efecto, introdujéronse barbarismos que revelan, no sólo ignorancia de los fundamentos del idioma gitano, sino de otros idiomas, no ya el árabe o el griego, pero ni aun siquiera el latín; y eso que entre los tales aficionados se contaba al fraile agustino Manso de Sevilla y varios monjes de la cartuja de Jerez, quienes, por la famosa yeguada que criaban en los herbajes de su convento, se hallaban en frecuente trato con los primeros chalanes gitanos de toda la Andalucía.

Los gitanos españoles tienen su poesía peculiar improvisada al rasguear de sus guitarras, y reducida generalmente a simples cuartetas, que, si no aparecen siempre irreprochables por las ideas que expresan, es quizá porque se les aplica cierta severidad sin discernimiento de una moral mal entendida. Esas cuartetas quedan impresas en la memoria de los oyentes, y muchas de ellas han recorrido de boca en boca todas las provincias de España.

No así la poesía de que antes hemos hecho mención, y a la que aplicamos con Mr. Borrow el calificativo de espuria, pues aun cuando haya obtenido los honores de la circulación escrita, y aun impresa, los verdaderos gitanos no la entienden, o la entienden difícilmente, y quizá, quizá, muchos de los aficionados al gitanismo, muchos de esos andaluces que, haciendo asco de los estudios lingüísticos y de la corrección gramatical, se dedican sin embargo a aprender el caló, no la comprenden mucho mejor tampoco.

Terminaremos haciendo una advertencia importante para los que sólo han tenido ocasión de oír cierta clase de vulgaridades. El caló no es un lenguaje rufianesco; no es lo que en lo antiguo se llamaba germanía y cuyas voces se encuentran en el Diccionario de la Academia; no es tampoco el habla particular de las cárceles y presidios, como muchos creen: es, sí, un dialecto derivado de otros que aún hoy día se usan en el Indostán, de donde proceden los gitanos, como nos parece haber demostrado en esta noticia histórica.

En los tiempos en que vivimos se considera ya como una aberración de los pasados siglos el odio de razas y su brutal exterminio. La casta de los gitanos ha resistido a la persecución, y es una buena obra ayudar a su asimilación con las otras castas. El lenguaje es el gran medio de asimilación, pero no el lenguaje del fuerte que trata de absorber, sino el del débil que va a ser absorbido. Para asimilar al gitano a la gran masa de la familia española hay que hablarle su propio idioma: por eso al ordenar una Gramática y un vocabulario del caló, según nuestro leal saber y entender, hemos adoptado por lema las palabras de Montaigne, ya adoptadas por otro filólogo: C’ est icy un livre de bonne foy, lecteur: libro es este de buena fe, lector.

FIN DE LA NOTICIA HISTÓRICA.


PREFACIO AL VOCABULARIO CALÓ-CASTELLANO.

José Manuel Mójica Legarre. (Es como una versión de Francisco Quindalé 1867)


Andiar sangue penelo, que sinará osuncho anglal es majarés de

Undebel por yeque chor sos querela aberucó.

“Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios

por un solo pecador que se convierte.


PRÓLOGO.

No es la primera vez que se publica un vocabulario gitano, pero desgraciadamente los que han aparecido hasta el día carecen completamente de forma científica y de orden gramatical. Bien es cierto que hay alguno de esos vocabularios en que se dan las definiciones de las palabras castellanas; pero mal puede satisfacer al curioso hallar explicaciones de su propio idioma allí donde busca el significado de las voces del caló.

En esos vocabularios se incluye también inútilmente todo el catálogo de las voces de germanía, - en grandísima parte desusado hoy día, - que publicó en Zaragoza a mediados del siglo XIX Juan Hidalgo, y ha sido textualmente reproducido en el Diccionario de la Academia. Las voces de germanía nunca fueron gitanas; antes por el contrario las pocas que lo son las tomaron del caló los rufianes de la época de Quevedo, en aquellos tiempos en que la raza perseguida de los gitanos ocupaba con tanta frecuencia los mismos calabozos que la gente rufianesca de sangre blanca.

Al publicar de nuevo un vocabulario gitano, hemos prescindido, pues, de todo ese fárrago inútil, fijando más bien nuestro cuidado en presentar las palabras bajo su forma científica más genuina, e ilustrar las dudosas con frases de correcto caló, según las reglas gramaticales que hemos condensado en un Epítome (resumen, hay dos versiones), cuyas cortas páginas sin embargo no adivinará quizá el lector son fruto de la consulta de obras filológicas y gramáticas orientales, sin cuyo estudio habría sido imposible metodizar un dialecto puramente oral y conservado sólo de generación a generación en la memoria de la raza que lo habla.

Por eso se han introducido en el lenguaje de los gitanos corruptelas de pronunciación, trasposiciones de sílabas y permutaciones de letras, que hacen parecer como voces diferentes las que sólo son una misma voz en su origen. Con arreglo a este origen, hubiéramos debido acaso omitir esas diversas forman silábicas que la práctica ha adoptado en el caló; pero, así como resueltamente hemos prescindido del fárrago antes mencionado, por no pertenecer al gitano, no así debíamos proceder con lo que, aunque vicioso, es al fin un uso admitido. Esto no puede racionalmente omitirse en la parte primera del Diccionario, en el vocabulario caló-castellano. En la segunda parte, en el vocabulario castellano-caló, es donde, o deben fijarse las formas silábicas más genuinas, o suprimirse las absolutamente corrompidas o bárbaras.

A este último género pertenecen las palabras espurias (adulteradas) inventadas por los seudo-literatos no gitanos, que tampoco hemos querido desechar en esta primera parte, pues preciso es darlas a conocer para entender las muchas composiciones que, aunque no todas bien comprendidas por los gitanos, andan de boca en boca entre ellos, y las cantan y entonan en sus fiestas y jaleos, así como los dilettanti (entusiastas) de las clases elevadas tararean y recitan las arias de las óperas italianas sin entender su letra ni sentido.

Muchas de esas palabras proceden de haberse tomado por base la estructura filológica del castellano para crear voces nuevas, en vez de adoptar francamente las palabras castellanas y gitanizarlas con las inflexiones propias del caló. Citaremos un ejemplo para patentizar eso (ese) modo extravagante de inventar. Halló un literato de sangre blanca la palabra más o menos gitana mericlen, que significa coral. Puesto que en castellano doblando la r se forma otra palabra de muy distinto sentido, supuso el inventor que en caló debía acontecer lo mismo. Dobló, pues, la r de mericlen, y creó la palabra barbarísima merriclen, que se le antojó significaría corral.

Esos barbarismos son tales, que, si se hubieran generalizado y adoptado, se habría ya borrado completamente el lenguaje de los gitanos. Para éstos ha sido quizá una fortuna que su dialecto haya sido meramente hablado y no escrito, pues así ha podido preservarse de la corrupción con que le habrían desnaturalizado los seudo-literatos de sangre blanca. Al revés en esto de los vascos, que han tenido hombres científicos y estudiosos, quienes han procurado ilustrar su idioma, nacido asimismo en las regiones del Asia, - aunque no de la familia índica, sino de la familia tártara, - (esto no está en la otra versión) los gitanos no han podido nunca entregarse a esa clase de estudios cuando la saña de los otros hombres los obligaba a pensar de preferencia en la propia seguridad y conservación.

¡Pueda este ensayo que ahora publicamos dar origen a obras más extensas, y despertar el gusto hacia un dialecto tan digno de fijar la atención del erudito cual otro cualquiera de los que se hablan en la península ibérica!


INTRODUCCIÓN.

El pueblo gitano, también llamado bohemio o zíngaro, era nómada.

Cuando en el siglo XII llegan los primeros gitanos a Europa procedentes del este, tienen una sola lengua, la romaní, cuyo origen puede buscarse en el sánscrito.

Por esta época la lengua romaní estaba muy influenciada por las

lenguas iraníes - lo que parece indicar una larga permanencia gitana

en estas tierras - y con un gran peso, sobre todo gramatical y

sintáctico, de las lenguas balcánicas (griego, rumano y búlgaro). 

Se puede decir que se trata de una lengua “balcanizada”.

El romanó original, al contacto con las otras lenguas, se fraccionó en

diferentes dialectos que finalmente dieron lugar a nuevas lenguas

catalogadas como neo-romaní y que, posteriormente, se fusionaron con

las lenguas vernáculas. La primera mención al pueblo gitano en España

se remonta a 1425. Tras un periodo de tolerancia que llega hasta 1499,

la corona española persigue al pueblo gitano, obligado a elegir entre el

abandono de sus costumbres y el destierro. A partir del siglo XVII

comienzan a crearse comunidades gitanas sedentarias, principalmente

en Andalucía, llegando a reemplazar a las morerías o barrios moros de

los arrabales o extramuros.

Es importante comprender este aspecto marginal - que a veces lleva a la confusión entre la germanía o jerga de maleantes y el caló - ya que influye negativamente en las adopciones de términos del romanó, pues es corriente que tan sólo se adapte el significado más negativo. Este es el caso de camelar, verbo que significa “querer”, “amar”, “enamorar”, y que pasó al castellano con el sentido de “engañar y seducir”; al igual que ocurre con el verbo caló mangar que significa “pedir”, “mendigar”, que se adopta con el significado de “robar”.

El caló es, pues, el resultado de un proceso de cambio lingüístico en el

que se ha asimilado la fonología y la sintaxis del castellano y se ha

mantenido multitud de términos del romanó. Y no solamente se ha

influenciado la lengua gitana, el castellano ha adoptado multitud de

vocablos del romanó que han pasado al castellano coloquial, y con tal

arraigo que realmente llega a sorprender este origen.

El caló, también conocido como zincaló o romaní español, es una

lengua variante del romaní, donde se encuadra dentro del grupo

septentrional, subgrupo ibérico/occidental, utilizada por el pueblo

gitano, fundamentalmente en España, que no tiene una distribución

territorial fija. Lo habla una población estimada de entre 65.000 y

170.000 personas en España, Francia, Portugal y Brasil. Posee una

marcada influencia de las lenguas romances con las que convive,

fundamentalmente del castellano y, en mucha menor medida, del

euskera, que no es lengua romance. Tiene varios dialectos: caló

español, caló catalán, caló vasco o erromintxela, caló portugués y caló brasileño.

No se encuentra protegida por España en la Carta Europea de las

Lenguas Minoritarias o Regionales porque no la nombran las

comunidades autónomas para su protección, ya que España consideró

en la firma del tratado como lenguas minoritarias las que las

autonomías señalasen en sus Estatutos de Autonomía. En ninguna de

las comunidades autónomas se menciona esta lengua no territorial.

Tampoco ha sido considerada para su protección ni por Francia ni por

Portugal, que no han ratificado la protección de ninguna lengua que no

sea la oficial de cada Estado. En todo caso, como el resto del romaní, es

una lengua minorizada por los idiomas dominantes.