lunes, 22 de junio de 2020

248. GALIANO GALINÁS ROBA UN CÁLIZ A LOS MOROS


248. GALIANO GALINÁS ROBA UN CÁLIZ A LOS MOROS
(SIGLO XIV. CHÍA Y SOS)

248. GALIANO GALINÁS ROBA UN CÁLIZ A LOS MOROS  (SIGLO XIV. CHÍA Y SOS)


En Chía, un pequeño y bonito pueblo del valle de Benasque, vivía un campesino cristiano, de mediana edad, llamado Galiano Galinás, acostumbrado desde muy pequeño a oír contar a los mayores, en repetidas ocasiones, rumores e historias sobre las supuestas riquezas que solían atesorar y esconder los moros que aún vivían en aquellas tierras. El pobre Galiano, que a duras penas podía vivir con lo que el cultivo de la tierra le daba, soñaba con llegar a alcanzar algún día parte del oro que se atribuía a aquellos infieles y poder salir así de la miseria en la que permanentemente vivía.

Un día llegó hasta sus oídos la noticia de que en Sos, la aldea vecina, los moros que allí vivían habían escondido celosamente un cáliz de oro en una cueva y, pensando que aquella presa podría sacarlo de sus penurias, decidió hacerse con el tesoro a toda costa. Así es que se dirigió andando a la cueva y, con menos esfuerzo del que esperaba, logró hacerse con tan preciado botín pensando de qué manera convertiría su valor en dinero efectivo.

Los moros de Chía, avisados por un correligionario suyo, se dieron cuenta enseguida del robo del que habían sido objeto y organizaron con rapidez una cuadrilla para perseguir al ladrón. Galiano, que se dio cuenta del acoso, corría con todas sus fuerzas, pero los agarenos se acercaban cada vez más. Cuando ya casi estaba agotado, se encontró con un obstáculo que le exigía un gran esfuerzo, el río Ésera. Cruzó a duras penas la corriente impetuosa, pero al llegar a la otra orilla cayó totalmente extenuado.

Entre tanto, los moros habían llegado también al río disponiéndose a cruzarlo. En ese momento, el fatigado Galiano Galinás se encomendó a la virgen de la Encontrada, imagen muy venerada en toda la comarca, y, como por obra de encantamiento, las aguas del Ésera crecieron de manera tan rápida y considerable que sus perseguidores no pudieron vadearlo. Como no había puente aguas abajo del río, estaba salvado.

No obstante, los moros, impotentes ante lo acababa de suceder, le gritaban con todas sus fuerzas desde la otra orilla: «Galiano Galinás, mala fin farás», pensando, sin duda, en buscarlo en otra ocasión para recuperar el cáliz que les había robado.

[Beltrán, Antonio, Leyendas aragonesas, pág. 168.]

247. LA CONVERSIÓN DE UN MORO


247. LA CONVERSIÓN DE UN MORO (SIGLO XII. CORTES DE ARAGÓN)



Durante una de las muchas batallas entre moros y cristianos, cayó prisionero de aquéllos un vecino de Muniesa. Mientras duró su cautiverio, se mostró resignado como buen cristiano, pero un día despertó con la mirada melancólica y, de pronto, rompió a llorar tan desconsoladamente que el moro que lo vigilaba sintió curiosidad y se acercó para preguntarle por el motivo de su desesperación.

El cristiano le contestó que al día siguiente se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de la Aliaga en su pueblo y él, que sentía una gran devoción por la Virgen, sería la primera vez que faltara a la cita para venerarla. El infiel, que sabía más bien poco de la religión cristiana, ignoraba la existencia de esta Virgen y siguió preguntando al cautivo.

El prisionero le contó cómo un día, una niña del pueblo de Cortes que cuidaba el ganado vio una imagen de la Virgen María sobre una aliaga e hizo que todo el pueblo se acercara a visitarla. Los mayores tomaron la imagen y la llevaron a la iglesia. Pero al día siguiente, para sorpresa de todos, la imagen había desaparecido, aunque la encontraron, sin embargo, de nuevo sobre la aliaga, en medio del campo, de modo que decidieron levantar allí una ermita y modelaron en barro una aliaga para que le sirviera de soporte.

El moro guardián no comprendió nada de lo que oía, pues su falta de fe le impedía entender el milagro. Pero la historia le pareció tan extraña que creyó que se trataba de una treta del cristiano para escapar, de modo que lo ató y lo metió en un arcón. Después de cerrarlo, él mismo tomó una manta y se tendió encima para pasar la noche.

Ya en el pueblo, cuál no sería la sorpresa de los fieles que llegaron al punto de la mañana del día siguiente al santuario y se encontraron con un moro, envuelto en una manta, durmiendo sobre un arcón. Cuando despertó el moro, sin alcanzar a saber qué estaba ocurriendo, dio un brinco de puro espanto, mientras que del interior del arcón salía el cautivo, contento por verse liberado y en su pueblo. Comprendiendo entonces todo lo que le había contado el cristiano la noche anterior, el moro guardián se convirtió, cayendo de rodillas ante la imagen de Nuestra Señora de la Aliaga.

[Sánchez Pérez, José A., El culto mariano en España, págs. 32-33.]


246. EL CELEBRADO SALTO DE PERO GIL, ESCUDERO DEL CID


246. EL CELEBRADO SALTO DE PERO GIL, ESCUDERO DEL CID
(SIGLO XI. TRAMACASTILLA)

246. EL CELEBRADO SALTO DE PERO GIL, ESCUDERO DEL CID  (SIGLO XI. TRAMACASTILLA)


En cierta ocasión, cabalgaba el Cid con sus mesnadas por las tierras altas de la sierra de Albarracín. Iba camino de Valencia, tras haber pasado unos días en el palacio de la Aljafería, junto al rey moro de Sarakusta, su aliado. Se enteró el rey musulmán de Albarracín de la presencia en sus tierras de don Rodrigo y organizó una partida de jinetes armados, ordenándoles que hostigaran simplemente a las tropas cristianas, pero sin presentar batalla campal abierta. Avanzaban con absoluto sigilo para tratar de aprovechar al máximo el factor sorpresa.

Una tarde, cuando el sol estaba todavía muy alto en el horizonte, avistaron al grueso de la hueste cristiana junto al Villar, pero, dada la diferencia de fuerzas, decidieron seguir vigilantes y esperar a la noche. Sin embargo, un vigía morodescubrió, algo separados del resto, a un grupo de cuatro o cinco caballeros, entre los que se encontraba el Cid, así es que decidieron atacar al considerarse superiores.

El Cid y los suyos, apenas repuestos de la sorpresa, se aprestaron a la lucha. El cuerpo a cuerpo inevitable dejó algunos muertos sobre el monte y don Rodrigo se pudo poner a salvo, mas Pero Gil, su fiel escudero, salió huyendo por la inmensa llanada que tenía enfrente confiando en la velocidad de su caballo. Los perseguidores, conocedores del terreno, aflojaron incluso la carrera, sabedores de que al final del llano el fugitivo se encontraría con una foz inmensa que le obligaría a detenerse y por lo que quedaría a su merced.

En efecto, el corcel conducía a Pero Gil directamente hacia el profundo desfiladero de Barrancohondo. En su estrecha base, sólo cabía el hilillo de agua del río Guadalaviar. Al llegar al borde del precipicio, su caballo se detuvo temeroso del abismo que se abría a sus pies. Mas Pero Gil aguijoneó con fuerza al bruto, se abrazó a su cuello, y ambos aparecieron al otro lado del profundo foso. Los jinetes moros, llenos de espanto y de admiración a la vez, no se atrevieron a emular al cristiano, que, una vez libre, pudo llegar junto al Cid, que celebró su regreso.

Tan inverosímil gesta impresionó tanto a todos que los juglares cristianos y moros la cantaron pronto convertida en versos, difundiéndola de castillo en castillo, de plaza en plaza, de palacio en palacio.

[Tomás Laguía, César, «Leyendas y tradiciones...», Teruel, 12 (1954), 146-148.]