248. GALIANO GALINÁS ROBA UN CÁLIZ A LOS MOROS
(SIGLO XIV. CHÍA Y SOS)
En Chía, un pequeño y bonito pueblo del valle de Benasque, vivía un campesino cristiano, de mediana edad, llamado Galiano Galinás, acostumbrado desde muy pequeño a oír contar a los mayores, en repetidas ocasiones, rumores e historias sobre las supuestas riquezas que solían atesorar y esconder los moros que aún vivían en aquellas tierras. El pobre Galiano, que a duras penas podía vivir con lo que el cultivo de la tierra le daba, soñaba con llegar a alcanzar algún día parte del oro que se atribuía a aquellos infieles y poder salir así de la miseria en la que permanentemente vivía.
Un día llegó hasta sus oídos la noticia de que en Sos, la aldea vecina, los moros que allí vivían habían escondido celosamente un cáliz de oro en una cueva y, pensando que aquella presa podría sacarlo de sus penurias, decidió hacerse con el tesoro a toda costa. Así es que se dirigió andando a la cueva y, con menos esfuerzo del que esperaba, logró hacerse con tan preciado botín pensando de qué manera convertiría su valor en dinero efectivo.
Los moros de Chía, avisados por un correligionario suyo, se dieron cuenta enseguida del robo del que habían sido objeto y organizaron con rapidez una cuadrilla para perseguir al ladrón. Galiano, que se dio cuenta del acoso, corría con todas sus fuerzas, pero los agarenos se acercaban cada vez más. Cuando ya casi estaba agotado, se encontró con un obstáculo que le exigía un gran esfuerzo, el río Ésera. Cruzó a duras penas la corriente impetuosa, pero al llegar a la otra orilla cayó totalmente extenuado.
Entre tanto, los moros habían llegado también al río disponiéndose a cruzarlo. En ese momento, el fatigado Galiano Galinás se encomendó a la virgen de la Encontrada, imagen muy venerada en toda la comarca, y, como por obra de encantamiento, las aguas del Ésera crecieron de manera tan rápida y considerable que sus perseguidores no pudieron vadearlo. Como no había puente aguas abajo del río, estaba salvado.
No obstante, los moros, impotentes ante lo acababa de suceder, le gritaban con todas sus fuerzas desde la otra orilla: «Galiano Galinás, mala fin farás», pensando, sin duda, en buscarlo en otra ocasión para recuperar el cáliz que les había robado.
[Beltrán, Antonio, Leyendas aragonesas, pág. 168.]
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