7.2. LOS PEREGRINOS
265. SAN MARCIAL VISITA BENASQUE (SIGLOS XIII-XIV. BENASQUE)
En una época incierta, pero desde luego en pleno apogeo de las peregrinaciones a Santiago de Compostela, llegó un día a Benasque un peregrino solitario, cansado del viaje y de cierta edad, que regresaba de orar y hacer penitencia ante la tumba del Apóstol e iba en dirección a San Beltrán de Comminges.
No tardó el romero en ser acogido por los benasqueses, pues estaban acostumbrados a visitas semejantes, pues no en vano Benasque era hito obligado de uno de los muchos «caminos» que unían Europa con Santiago. El aspecto venerable, el trato afable y cortés, así como los hechos y las palabras sabias del peregrino —que se declaró sirviente devoto de san Marcial— atrajeron a los benasqueses, que pronto le distinguieron de los demás romeros con su amistad y con su admiración.
Mas un día, el bondadoso peregrino de la palabra consoladora, del consejo acertado y de la ayuda desinteresada desapareció para siempre de Benasque, sin dejar ningún rastro, ningún indicio. Aunque indagaron por todas las casas, nadie le había visto partir, y en los pueblos y caseríos de los alrededores tampoco supo dar nadie razón de él. Era como si no hubiera existido, como si no hubiera vivido con ellos, como si se tratara de un sueño colectivo.
Durante bastante tiempo, en los corros de la plaza y en todas las casas de Benasque todo fue hacerse cábalas acerca de la identidad de aquel hombre bueno, que tantas cosas sabía de la vida y de la obra de san Marcial: de sus curaciones milagrosas, de cómo aplacaba las más mortíferas epidemias, de qué manera resucitaba a los muertos...
Por fin, como no acertaban a darse una explicación verosímil, llegaron a pensar que aquel hombre inigualable sólo podía ser sobrenatural. Sin duda alguna, aquel peregrino únicamente podía ser un santo auténtico. De serlo, como estaban ya seguros, no podía ser otro que el propio san Marcial, y así se cree todavía.
[Ballarín Cornel, Ángel, Civilización pirenaica, págs. 127-131.]
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