domingo, 28 de junio de 2020

342. LA PESTE DESPUEBLA NIABLAS


342. LA PESTE DESPUEBLA NIABLAS (SIGLO ¿XV? OTO)

Al decir de las gentes, en tiempos de los moros, es decir, hace muchos siglos, malvivía una pequeña comunidad montañesa en una aldea llamada Niablas, afanados todos sus componentes en arrancar con gran trabajo su sustento diario entre el monte, los pequeños huertos casi robados al arroyuelo, la caza y algún que otro animal doméstico que se alimentara de la propia naturaleza, puesto que ellos apenas tenían para alimentarse a sí mismos.

A pesar de lo apartado y recóndito de este lugar, uno de los muchos brotes pestíferos que asolaron Aragón se llevó consigo a todos los habitantes que vivían en él, que no eran muchos, excepto a dos resistentes ancianas, que se vieron incapaces de poder rehacer sus vidas y vivirlas solas, así es que decidieron abandonarlo todo y marchar a buscar amparo allí donde quisieran proporcionárselo.

Vagaron durante mucho tiempo de pueblo en pueblo buscando ayuda y asilo. Pasaron por Ainielle y Otal; por Basarán, Escartín y Ayerbe; llegaron a Bergua, Sasa, Cillas y Cortillas, entre otros lugares, pero todo su cansancio y su hambre fueron en vano, puesto que nadie les daba cobijo por miedo a ser contagiados. En algunos casos, como ocurriera en Ainielle, ni siquiera les permitieron pasar de la primera borda cercana al pueblo, tras parlamentar en una de las eras.
Ante tan generalizada e insolidaria acogida, decidieron dejar las tierras del Sobrepuerto para tratar de buscar nuevos horizontes donde no pudieran ser reconocidas ni saber su origen, de modo que se encaminaron hacia el valle del río Ara hasta que, por fin, fueron acogidas en el pueblo de Oto.
Las mujeres mostraron su agradecimiento dejando sus tierras a las gentes que les habían acogido, lo cual explica que la pardina de Niablas, mínimo resto de lo que fuera un pueblo entero, haya pertenecido a Oto hasta la actualidad.

[Satué Oliván, Enrique, El Pirineo contado, págs. 86-87.]

341. FUENTES DE EBRO SALVADA DE LA PLAGA DE LA LANGOSTA


341. FUENTES DE EBRO SALVADA DE LA PLAGA DE LA LANGOSTA
(SIGLO XV. FUENTES DE EBRO)

A través de la leyenda, conocido es el éxodo que los mozárabes de Sarakusta tuvieron que sufrir en un momento determinado de la dominación mora de la ciudad, dando origen al nacimiento de El Burgo de Ebro. También es sabido cómo la imagen de la Virgen por la que sentían especial predilección —cuya capilla estaba situada junto a la iglesia de San Miguel— decidió marcharse tras ellos, apareciéndose a un pastor. Para mejor guarecerla, se le construyó una ermita y pasó a ser conocida como Nuestra Señora de Zaragoza la Vieja.

Pues bien, en cierta ocasión, en torno al año 1421, todo el término municipal de Fuentes de Ebro se vio invadido por una terrible plaga de langosta que cubrió toda la huerta y los campos de secano, de manera que todo cuanto alcanzaban a ver los ojos aparecía como teñido de un color parduzco, pues no se veía la tierra.

Ante el desastre —que pronto se convertiría en hambruna— que la plaga suponía, y no habiendo entonces remedio material ni humano para luchar contra una invasión tal de insectos tan voraces, los habitantes clamaron al cielo, buscando para ello la intercesión de Nuestra Señora de Zaragoza la Vieja, a la que llevaron desde El Burgo de Ebro hasta Fuentes en solemne procesión. Una vez acondicionada la imagen en la parroquia, los atribulados labradores celebraron grandes y hermosos cultos religiosos hasta componer una novena, pero, no obstante, la plaga persistía.

Por fin, finalizó la rogativa sin aparente resultado y, vencidos por la desgracia, decidieron devolver la imagen de la Virgen a su ermita de El Burgo, aviando las caballerías y el carro para llevarla. Pero, cuando desesperanzados estaban en estos menesteres, pudieron observar cómo de repente las langostas, levantando del suelo con un ruido ensordecedor, cubrieron repentinamente el cielo hasta ocultar por completo el sol, como si de una nube inmensa se tratara. Al poco rato desaparecieron como por arte de magia. Habían ido a ahogarse al río Ebro que corre cercano.
El retorno de la imagen de Nuestra Señora de Zaragoza la Vieja a su ermita de El Burgo de Ebro fue triunfal.

[Azagra, Víctor, Cosas nuevas de la Zaragoza vieja, I, pág. 28.]

340. LA DESAPARICIÓN DE UN PUEBLO: DAYMÚS

340. LA DESAPARICIÓN DE UN PUEBLO: DAYMÚS (SIGLO XV. VELILLA DE CINCA)

En el monte de San Valero, entre los actuales Miralsot y Velilla de Cinca, en la orilla derecha de este río, alzaba sus casas el pueblo de Daymús. Sus laboriosos habitantes, dedicados fundamentalmente a la agricultura y amantes de las tradiciones religiosas, acostumbraban a asistir a las romerías de la comarca, entre ellas a la de santa Quiteria.

En efecto, llegado mayo, como todos los años organizaron la comitiva hacia El Pilaret, situado junto a la vía que discurre entre Fraga y Zaidín, para lo que tenían que atravesar el Cinca valiéndose de una barca. La afluencia de vecinos era mayor que nunca, tanto que en Daymús sólo habían quedado unos pocos ancianos y algunos niños.

Los romeros subieron a la barca. Por aprovechar el viaje y ahorrarse una travesía, embarcaron más vecinos de los que la prudencia aconsejaba. En efecto, cuando la embarcación había alcanzado la parte central del Cinca, los remeros perdieron su control hasta terminar naufragando.

La violencia y lo crecido de las aguas, pues era época de deshielo, volcaron la barca quedando atrapados bajo su casco la mayor parte de los pasajeros. De quienes pudieron salir de la trampa y buscaron la orilla pocos la pudieron alcanzar. Todos murieron ahogados. El pueblo de Daymús quedó diezmado tras tan terrible tragedia.

Sin embargo, todavía no habían finalizado ahí las tribulaciones de Daymús y sus gentes, pues poco después se declaró la peste. Los escasos supervivientes de la tragedia del Cinca temieron incluso la desaparición del pueblo. Desesperados, se aclamaron a san Valero, gracias a cuya milagrosa intercesión lograron salvarse.

No obstante, ante la psicosis colectivaque los acontecimientos habían provocado, tomaron una decisión histórica. Por una parte, edificaron junto a Daymús una ermita en honor de san Valero, su salvador, y, por otra, dejaron sus casas buscando un nuevo acomodo. Levantaron de raíz un nuevo poblado, Velilla de Cinca, e hicieron promesa de acudir todos los años a la ermita de san Valero para agradecerle el amparo y la protección prestada, costumbre que siguen cumpliendo sus descendientes.

[Datos proporcionados por Eladio Gros, Félix Montón y Juan A. Sáenz de la Torre. Instituto de Bachillerato de Fraga.]