hermana Marica
A Córdoba, soneto
a-cierta-dama-que-se-dejaba-vencer
Aquí entre la verde juncia
Quiero (como el blanco cisne
Que envuelto en dulce armonía,
La dulce vida despide)
Despedir mi vida amarga
Envuelta en endechas tristes,
Y querellarme de aquélla
Tan hermosa como libre.
Descanse entre tanto el arco
De la cuerda que le aflige,
Y pendiente de sus ramos
Orne esta planta de Alcides,
Mientras yo a la tortolilla
Que sobre aquel olmo gime,
Le hurto todo el silencio
Que para sus quejas pide.
Bellísima cazadora,
Más fiera que las que sigues
Por los bosques cruel verdugo
De mis años infelices:
Tan grandes son tus extremos
De hermosa y de terrible,
Que están los montes en duda
Si eres diosa o si eres tigre.
Préciaste de tan soberbia
Contra quien es tan humilde
Que, considerados bien,
Todos los monteros dicen
Que los dos nos parecemos
Al roble que más resiste
Los soplos del viento airado:
Tú en ser dura, yo en ser firme.
En esto sólo eres roble,
Y en lo demás flaca mimbre,
No sólo a los recios vientos,
Mas a los aires sutiles.
Ya no persigues, cruel,
Después que a mí me persigues,
A los ciervos voladores
Ni a los fieros jabalíes.
Ni de tu dichoso albergue
Las nobles paredes visten
Los despojos de las fieras
Que, como a mí, muerte diste.
No porque no gustes de ello,
Sino porque no te obligue
El encontrarme en la caza
A que siquiera me mires.
Los monteros te suspiran
Por todos estos confines,
Y el mismo monte se agravia
De que tus pies no le pisen,
Por el rastro que dejaban
De rosas y de jazmines,
Tanto que eran a sus campos
Tus dos plantas dos abriles.
Haz tu gusto, que yo quiero
Dejar (pues de ello te sirves)
El espíritu cansado
Que mis flacos miembros rige.
Conseguiremos en esto
Ambos a dos nuestros fines:
Tú el de cruel en dejarme,
Yo el de leal en morirme.
Tú, rey de los otros ríos,
Que de las sierras sublimes
De Segura al Oceano
El fértil terreno mides,
Pues en tu dichoso seno
Tantas lágrimas recibes
De mis ojos, que en el mar
Entran dos Guadalquivires,
Ruégote que su crueldad
Y mi firmeza publiques
Por todo el húmedo reino
De la gran madre de Aquiles,
Porque no sólo en las selvas,
Mas los que en las aguas viven
Conozcan quién es Daliso
Y quién es la ingrata Nise.
A Don Fray Pedro González de Mendoza y Silva,
Consagróse el seráfico
Mendoza,
Gran dueño mío, y con invidia deja
Al bordón flaco,
a la capilla vieja,
Báculo tan galán,
mitra tan moza.
Pastor que una
Granada es vuestra choza,
Y cada grano suyo vuestra oveja,
Pues cada lengua acusa, cada oreja,
La sal que busca, el silbo que no goza,
Sílbelas desde allá vuestro apellido,
Y al
Genil, que esperándoos peina nieve,
No frustéis más sus dulces esperanzas;
Que sobre el margen, para vos florido,
Al son alternan del cristal que mueve
Sus ninfas coros, y sus faunos, danzas.
A DON LUIS DE ULLOA,
Generoso esplendor, sino luciente,
No sólo es ya de cuanto el
Duero baña
Toro, mas del
Zodíaco de España,
Y gloria vos de su murada frente.
¿Quién, pues, región os hizo diferente
Pisar amante? Mal la fuga engaña
Mortal saeta, dura en la montaña,
Y en las ondas más dura de la fuente:
De
venenosas plumas os lo diga
Corcillo atravesado. Restituya
Sus trofeos el pie a vuestra enemiga.
Tímida fiera, bella ninfa huya:
Espíritu gentil, no sólo siga,
Mas bese en el
arpón la mano suya.
A DON PEDRO DE CÁRDENAS
Salí, señor don Pedro, esta mañana
A ver un toro que en un Nacimiento
Con mi mula estuviera más contento
Que alborotando a
Córdoba la llana.
Romper la tierra he visto en su abesana
Mis prójimos con paso menos lento,
Que él se entró en la ciudad tan sin aliento,
Y aún más, que me dejó en la barbacana.
No desherréis vuestro
Zagal, que un clavo
No ha de valer la causa, si no miente
Quien de la cuerda apela para el rabo.
Perdonadme el hablar tan cortésmente
De quien,
ya que no alcalde por lo Bravo,
Podrá ser, por lo Manso, presidente.
A DON SANCHO DÁVILA,
Sacro
pastor de pueblos, que en florida
Edad, pastor,
gobiernas tu ganado,
Más con el silbo que con el cayado
Y más que con el silbo con la vida;
Canten otros tu casa esclarecida,
Mas tu
Palacio, con razón sagrado,
Cante
Apolo de rayos coronado,
No humilde Musa de laurel ceñida.
Tienda es gloriosa, donde en lechos de oro
Victorïosos duermen los soldados
Que ya despertarán a triunfo y palmas;
Milagroso sepulcro, mudo coro
De muertos vivos, de
ángeles callados,
Cielo de cuerpos, vestuario de almas.
A DOÑA BRIANDA DE LA CERDA
Al sol peinaba Clori sus cabellos
Con
peine de marfil, con mano bella;
Mas no se parecía el peine en ella
Como se obscurecía el sol en ellos.
Cogió sus lazos de oro, y al
cogellos,
Segunda mayor luz descubrió aquella
Delante quien el Sol
es una estrella
Y esfera España de sus rayos bellos.
Divinos ojos, que en su dulce Oriente
Dan luz al mundo, quitan luz al cielo,
Y espera
idolatrallos Occidente.
Esto Amor solicita con su vuelo,
Que en tanto mar será un
arpón luciente
De la
Cerda inmortal mortal anzuelo.
A DOÑA CATALINA DE LA CERDA
Tres veces de
Aquilón el
soplo airado
Del verde honor privó las verdes plantas,
Y al animal de
Colcos otras tantas
Ilustró
Febo su vellón dorado,
Después que sigo (
el pecho traspasado
De aguda flecha) con humildes plantas,
(¡Oh bella
Clori!) tus pisadas sanctas
Por las floridas señas que da el prado.
A vista voy (
tiñendo los alcores
En roja sangre) de tu dulce vuelo,
Que el cielo pinta de
cient mil colores,
Tanto, que
ya nos siguen los pastores
Por los
extraños rastros que en el suelo
Dejamos, yo de sangre, tú de flores.
A
FRANCISCO DE QUEVEDO,
Anacreonte español,
no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que
vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano
Lope,
Que al de
Belerofonte cada día
Sobre
zuecos de
cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial
vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a
mi ojo ciego,
Porque
a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier
gregüesco luego.
Los
gregüescos o
greguescos son un tipo de
calzas o
calzón masculino, corto y
abombachado.
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Gregüescos
De supuesto
origen militar, se puso de moda en España en el transcurso del
siglo XVI al
XVII, adoptando luego diversas formas y medidas en la Europa occidental y las
cortes españolas de Ultramar, como evolución de las
botargas y otros tipos de
calzas, dando lugar luego a los
follados o
afuellados.
Don Juan de Austria, hijo bastardo de
Carlos I de España, con pantalón a la griega, hacia 1580. En un retrato atribuido a Juan Pantoja de la Cruz y depositado en el Monasterio del Escorial.
Aparecen descritos –en su variada tipología– o ridiculizados por algunos de los mejores autores del Siglo de Oro Español, como Cervantes, Lope, Tirso o Quevedo; y fueron pintados por Diego Velázquez, Bartolomé González o Alonso Sánchez Coello y otros artistas de las principales cortes europeas, como Tiziano.
http://resikom.adw-goettingen.gwdg.de/abfragebegriffe.php?optionID=23
- Albizua Huarte, Enriqueta (1988). «apéndice». El traje en España: un rápido recorrido a lo largo de su historia. En: Laver, James. Breve historia del traje y la moda (2006 edición). Madrid: Cátedra. pp. 283-357. ISBN 8437607329.
- Bandrés Oto, Maribel (2002). La moda en la pintura: Velázquez. EUNSA. ISBN 8431320389.
A FRAY ESTEBAN IZQUIERDO
La Aurora de
azahares coronada,
Sus lágrimas partió con vuestra bota,
Ni de las peregrinaciones rota,
Ni de sus
conductores esquilmada.
De sus risueños ojos desatada,
Fragrante perla cada breve gota,
Por
seráfica abeja fue devota,
A
bota peregrina trasladada.
Uvas os debe
Clío, mas ceciales;
Mínimas en el hábito, mas pasas,
A pesar del
perífrasis absurdo.
Las manos de
Alejandro hacéis escasas,
Segunda la
capilla del de
Ales
Izquierdo Esteban, si no Esteban
zurdo.
A JUAN DE VILLEGAS
En villa humilde sí, no en vida ociosa,
Vasallos riges con poder no injusto,
Vasallos de tu dueño, si no
augusto,
De estirpe en nuestra España generosa.
Del bárbaro ruido a curïosa
Dulce lección te hurta tu buen gusto;
Tal del muro abrasado hombro robusto
De
Anquises redimió la edad dichosa.
No invidies, oh
Villegas, del privado
El palacio gentil, digo
el convento,
Adonde hasta el portero es Presentado.
De la tranquilidad pisas contento
La arena enjuta, cuando en mar turbado
Ambicioso bajel da lino al viento.
A JUAN RUFO
Cantastes, Rufo, tan heroicamente
De aquel
César novel la
augusta historia,
Que está dudosa entre los dos la gloria
Y a cuál se deba dar ninguno siente.
Y así la Fama, que hoy de gente en gente
Quiere que de los dos la igual memoria
Del tiempo y del olvido haya victoria,
Ciñe de lauro a cada cual la frente.
Debéis con gran razón ser igualados,
Pues fuistes cada cual único en su arte:
Él solo en armas, vos en letras solo,
Y al fin ambos igualmente ayudados:
Él de la espada del sangriento Marte,
Vos de
la lira del sagrado Apolo.
A JUAN RUFO, JURADO DE CÓRDOBA
Culto
Jurado, si mi bella dama
En cuyo generoso mortal manto
Arde, como en cristal de templo santo,
De un limpio amor la más ilustre llama
Tu musa inspira, vivirá tu fama
Sin invidiar tu noble patria a Manto,
Y ornarte ha en premio de tu dulce canto
No
de verde laurel caduca rama,
Sino
de estrellas inmortal corona.
Haga, pues, tu dulcísimo instrumento
Bellos efectos, pues la causa es bella;
Que
no habrá piedra, planta, ni persona,
Que suspensa no siga el tierno acento,
Siendo tuya la voz, y el canto de ella.
A JÚPITER,
Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
Fulminas jovenetos? Yo no sé
Cuánta pluma ensillaste para el que
Sirviéndote la copa aún hoy está.
El
garzón frigio, a quien de
bello da
Tanto la
antigüedad, besara el pie
Al que mucho de España esplendor fue,
Y poca, mas fatal, ceniza es ya.
Ministro, no grifaño, duro sí,
Que en
Líparis Estérope forjó
(
Piedra digo bezahar de otro Pirú)
Las hojas infamó de un
alhelí,
Y los
Acroceraunios montes no.
¡
Oh Júpiter, oh, tú, mil veces tú!
A LA ARCADIA
Por tu vida,
Lopillo, que me borres
Las diez y nueve torres del
escudo,
Porque, aunque
todas son de viento,
dudo
Que tengas viento para tantas torres.
¡Válgame los de
Arcadia! ¿No te corres
Armar de un pavés noble a un
pastor rudo?
¡Oh tronco de
Micol,
Nabal barbudo!
¡Oh brazos Leganeses y Vinorres!
No le dejéis en el blasón almena.
Vuelva a su oficio, y al
rocín alado
En el teatro sáquenle los reznos.
No fabrique más torres sobre arena,
Si no es que ya, segunda vez casado,
Nos quiere hacer torres los
torreznos.
A LA BAJADA DE MUCHOS CABALLEROS DE MADRID
¡A la
Mamora, militares cruces!
¡
Galanes de la Corte, a la
Mamora!
Sed capitanes en latín ahora
Los que en
romance ha tanto que sois duces.
¡
Arma, arma, ensilla, carga! ¿Qué? ¿
Arcabuces?
No, gofo, sino aquesa cantimplora.
Las plumas riza, las espuelas dora.
¿Ármase España ya contra avestruces?
Pica, Bufón. ¡Oh tú, mi dulce dueño!
Partiendo me quedé, y quedando paso
A acumularte en
África despojos.
¡Oh tú,
cualquier que la agua pisas leño!
¡Escuche la vitoria yo, o el fracaso
A la
lengua del agua de mis ojos!
////
Ándeme yo caliente Y ríase la gente.
Traten otros del
gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De
bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo
conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a
Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más
quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
Que de
Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi
Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente
Amarrado al duro banco
Amarrado al duro
banco
De una
galera turquesca,
Ambas manos en el remo
Y ambos ojos en la
tierra,
Un forzado de
Dragut
En la playa de
Marbella
Se quejaba al ronco son
Del remo y de la cadena:
«¡Oh sagrado mar de España,
Famosa playa serena,
Teatro donde se han hecho
Cien mil navales tragedias!,
»Pues eres tú el mismo mar
Que con tus crecientes besas
Las murallas de mi patria,
Coronadas y soberbias,
»Tráeme nuevas de mi esposa,
Y
dime si han sido ciertas
Las lágrimas y suspiros
Que me dice por sus letras;
»Porque si es verdad que llora
Mi captiverio en tu arena,
Bien puedes al mar del Sur
Vencer en
lucientes perlas.
»Dame ya, sagrado mar,
A mis demandas respuesta,
Que bien puedes, si es verdad
Que
las aguas tienen lengua,
»Pero, pues no me respondes,
Sin duda alguna que es muerta,
Aunque no lo debe ser,
Pues que vivo yo en su ausencia.
»¡Pues he vivido diez años
Sin libertad y sin ella,
Siempre al remo condenado
A nadie matarán penas!»
En esto se descubrieron
De la
Religión seis velas,
Y el cómitre mandó usar
Al forzado de su fuerza.
Allá darás, rayo
Allá darás, rayo,
En
cas de
Tamayo.
De
hospedar a gente extraña,
O
Flamenca o
Ginovés,
Si el
huésped overo es
Y la
huéspeda castaña,
Según la
raza de España,
Sale luego el
potro bayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
De muy grave la viudita
Llama padre al Capellán
Con quien sus hijos están,
Y Amor que la solicita
Hace que por padre admita
Al que recibió por ayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Alguno hay en esta vida,
Que sé yo que es menester
Que a su querida mujer
(¡Nunca fuera tan querida!)
Tomen antes la medida
Que a él le corten el sayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Con su lacayo en Castilla
Se acomodó una casada;
No se le dio al señor nada,
Porque no es gran maravilla
Que el amo deje la silla,
Y que la ocupe el lacayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Opilóse vuestra hermana
Y diola el Doctor su acero;
Tráela de otero en otero
Menos honesta y más sana;
Diola por septiembre el mana,
Y vino a purgar por mayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.