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domingo, 8 de mayo de 2022

Eustaquio Fernández Navarrete

POETAS PENINSULARES. 

(Parte de REVISTA DE ESPAÑA Y SUS PROVINCIAS DE ULTRAMAR )

Las relaciones que median entre el autor de la composición siguiente D. Eustaquio Fernández Navarrete y el director de esta Revista, no le permiten decir todo lo que pudiera sobre los dotes literarios del primero. Severos en nuestros principios, el propio concepto que del mismo tenemos como hombre de letras, quedaría desvirtuado ante el interés de nuestra afección. Sólo por lo tanto indicaremos aquí, que lejos de la corte y dedicado hace años a trabajos concienzudos sobre historia y crítica literaria, no es el que menos lo ocupa al presente, el grandioso de dar a luz toda la historia de nuestra literatura, trabajo que tiene ya muy adelantado y del que hemos visto agradables muestras. A pesar de todo, más de una vez ha explayado su imaginación en varias composiciones poéticas de las que algunas han visto la luz pública, permaneciendo las demás inéditas. De estas últimas son las siguientes, habiéndose escrito la primera para uno de los pasados concursos, si bien no se llegó a presentar por causas que son ajenas a este lugar. 

¿Cuál punto imperceptible, audaz camina   átomo leve en el espacio inmenso,   entra las ondas que rugiente empina   el atlántico mar en cerco denso?


A COLÓN.

ODA. 


¿Cuál punto imperceptible, audaz camina 

átomo leve en el espacio inmenso, 

entra las ondas que rugiente empina 

el atlántico mar en cerco denso? 


Son las frágiles naves

del inmortal Colón. Su genio osado

a volar las anima

do no se atreven a cruzar las aves

que admiraron el sol en nuestro clima; 

¡que él, de sublime espíritu agitado, 

medita con incógnito hemisferio

duplicar de la tierra el ancho imperio! 


Cien siglos encerrara la natura 

en su seno profundo 

tan esplendente zona al viejo mundo. 

Ceñido de laurel triste gemía 

el macedón guerrero, (Alejandro Magno, macedonio, de Macedonia

al mirar que no había 

tierra bastante a su insaciable acero. 

Mas ora ved ya abiertos 

los senderos del mar. Lo que el ardiente 

valor no pudo del monarca claro, 

de un hombre sabio la inspirada mente 

lógralo en la pobreza y desamparo. 


El mar en vano le presenta horrible 

peñas, bajíos, huracanes y olas; 

todo sucumbe a su ánimo invencible 

ayudado de proras españolas. 


“Allá, do el carro vespertino mueve 

Héspero luminoso, (el sabio dijo 

inspirado cual místico profeta), 

en nuevas tierras dilatarse debe 

zonas caras al sol, nuestro planeta. 

De extraños usos, ceremonias, leyes, 

veo naciones que el poder sujeta 

de prepotentes ignorados reyes; 

allí un suelo feraz brinda un tesoro, 

al que buscarlo intrépido se ofrezca 

de rica especería y piedras y oro. 

¿Será que siempre oculto permanezca

a la humana ambición? ¿Cobarde el hombre 

nunca hollará más suelo,

que el que osado cercara 

de las romanas águilas el vuelo?

¿Para qué su razón relumbra clara?

Para qué le dio el ser que le criara

esa lumbre divina 

con que del sol los círculos describe,

y en cuanto ve su luz sagaz domina?" 


Dijo, y su noble corazón se engríe: 

con su alta idea batallando inquieto 

en pos de auxilio por el orbe vuela, 

que mofador de sus intentos ríe: 

sólo en el grande pecho de Isabela 

su aliento sobrehumano 

encuentra un eco que a su voz responde; 

y consiguiendo estrecha carabela 

marcha, y en manto tenebroso en vano 

la antártica región el cielo esconde. 


En torno del timón montes de espuma 

alza de atlante el mar, y se exagera 

al ver la audacia que por vez primera 

sus espaldas indómitas abruma. 

Huye la tierra de la vista ansiosa 

de la gente, que el héroe osado guía: 

y pasa tardo un día, 

y viene en pos la noche tenebrosa, 

y sólo suena en su asombrado oído 

del leño volador sordo crujido. 


Remueve el eje ardiente 

setenta veces la rosada aurora, 

y su luz solamente 

aguas y cielos con su lumbre dora. 


Las turbas consternadas 

con horror miran la feliz derrota 

que de su patria amada los aleja, 

y al labio ardiente el descontento brota 

en tumultuaria queja. 

"¿Ciegos por siempre víctimas seremos 

de ilusa fantasía? 

Si el viento siempre impele nuestra popa 

hacia occidente próspero, ¿podremos 

volver un día a nuestra amada Europa? 

El soplo mismo que al huir nos guía 

nuestro retorno impedirá constante! 

No más, no más sigamos 

la voz de aventurero delirante; 

arrojémosle al piélago y volvamos 

hacia la margen patria el vuelo errante. 

Arrojémosle al mar," claman. La grita 

va por las naves cóncavas cundiendo, 

y contra el héroe el vulgo precipita 

sus ciegos pasos con feroz estruendo. 


Con firme rostro y corazón sereno 

hacia la airada turba se adelanta 

el caudillo inmortal y en voz de trueno 

de su furor los ímpetus quebranta. 

"Insensatos, qué hacéis? sólo a mí es dado 

poder volveros a los patrios lares; 

herid mi pecho, herid; vuestro atentado

con muerte cierta vengarán los mares.

El ánimo esforzad”, en pos les dice

con más templado acento,

"y si el tercero día

tierra no alumbra con albor felice,

inmóleme cruel vuestro ardimiento." 


Dice y torna al timón: al cielo mira, 

pidiendo amparo a sus cuidados graves, 

y su azorado corazón respira 

al contemplar que por el aire gira 

ansiado nuncio de vecina tierra 

tropa ligera de pintadas aves, 

que abate el vuelo a saludar las naves. 

La vista vuelve a la cerúlea espalda 

del mar inmenso que a su gente aterra, 

y cual nítida faja de esmeralda 

ve de yerba flotante luenga cinta 

que en su verde color las hondas pinta. 


Ya es suyo el triunfo! la tiniebla aleve 

en vano trae en sus siniestras alas 

a su inquieto afanar retardo breve. 

¡Tierra! exclama el marino 

del nuevo día al resplandor incierto 

sirviéndoles los mástiles de escalas 

para gozar su aspecto peregrino, 

y en playa nunca vista encuentra puerto. 

Cae de hinojos; en plegarias puras 

la chusma alborozada 

con ánimo devoto 

rinde gracias al Dios de las alturas: 

y por primera vez del mundo ignoto 

los ecos tronadores 

repiten por su playa dilatada 

del verdadero Dios santos loores. 


¿Qué guirnalda, Colón, premio bastante 

a tu empresa será? Mas ay! no esperes 

de tu siglo justicia. Negra envidia 

que con lengua insultante 

por oprimirte lidia 

en tu contra sus víboras desata; 

y en pago a un mundo que a sus plantas pones, 

la nueva patria, que adoptaste ingrata, 

ofrecerá a tus pies viles prisiones. 

Esfuerza el pecho y su furor desdeña; 

anima tus valientes; 

y una vez y otra vez torna animoso 

a tremolar la castellana enseña 

más allá de los trópicos ardientes. 


En pos de ti con inmortal anhelo 

a imitar sus afanes 

los héroes volarán de nuestro suelo, 

Córdova, Hojeda, Ponce, Magallanes. 

Allá cabe el gran seno mejicano, 

el alto solio, de entre blanda pluma 

y aromas gratos con orgullo insano 

se recostara el muelle Motezuma, 

caerá al esfuerzo de Cortés bizarro. 

Allá do el rico Potosí se eleva 

doblará su cerviz el inca débil 

al férreo brazo del audaz Pizarro, 

que muerte y destrucción en torno lleva. 


Tú entre todos empero, 

brillarás, oh Colón, cual sol radiante 

entre los claros astros el primero. 

Cuando el indio salvaje, 

por tu gran obra a la razón tornado, 

no haciendo ya con sus inmundos ritos 

a la sagrada humanidad ultraje, 

los frutos goce de feliz cultura; 

cuando al Dios tantos siglos ignorado, 

en sacros templos rinda 

con puro corazón ofrenda pura; 

y el europeo culto 

enriquecido por tu heroica mano 

con los dones que América le brinda, 

de unirse en lazo fraternal se asombre 

al antes vil y torpe americano, 

ambos a dos bendecirán tu nombre; 

y te dirán su bienhechor sublime 

con respeto profundo 

el mundo antiguo y el moderno mundo. 




SONETOS. 

I. 

La vida humana. 


Rauda nave es la vida que despliega 

la hinchada lona al mar, desde la cuna, 

y a las revueltas olas de fortuna 

inexperta y confiada el casco entrega. 


Ya en honda sima el piélago la anega, 

que el viento al agua silbador se aúna; 

ya sobre el cerco de la blanca luna 

en la ancha espalda de las ondas llega. 


Así corre veloz agua infinita; 

y ora tropieza en sirtes, ora amenas 

playas en torno dilatarse advierte, 


sin que puerto tomar se le permita 

hasta que ya sin mástil, sin antenas, 

arriba al triste puerto de la muerte. 



II.


A la muerte de un niño. 


De unas montañas en la humilde falda, 

ya en la arena jugando, ya riendo, 

ve límpido arroyuelo discurriendo 

sobre luciente alfombra de esmeralda. 


Forma a su margen bella una guirnalda, 

flores de vario esmalte entretejiendo, 

que tiñe el fresco humor, que va esparciendo, 

de oro, de azul, de colorado y gualda. 


Mas ay! que cuando corre más dichoso 

trágase su raudal caverna oculta, 

triste dejando y árido el terreno. 


Tu vida es ese arroyo, niño hermoso; 

la muerte es la honda sima, que sepulta 

para siempre tus gracias en su seno. 

jueves, 25 de enero de 2018

Poemas de Luis de Góngora y Argote

hermana Marica

A Córdoba, soneto

a-cierta-dama-que-se-dejaba-vencer

Góngora, retrato, Velázquez

Góngora, firma, signature, Unterschrift



Aquí entre la verde juncia
Quiero (como el blanco cisne
Que envuelto en dulce armonía,
La dulce vida despide)

Despedir mi vida amarga
Envuelta en endechas tristes,
Y querellarme de aquélla
Tan hermosa como libre.

Descanse entre tanto el arco
De la cuerda que le aflige,
Y pendiente de sus ramos
Orne esta planta de Alcides,

Mientras yo a la tortolilla
Que sobre aquel olmo gime,
Le hurto todo el silencio
Que para sus quejas pide.

Bellísima cazadora,
Más fiera que las que sigues
Por los bosques cruel verdugo
De mis años infelices:

Tan grandes son tus extremos
De hermosa y de terrible,
Que están los montes en duda
Si eres diosa o si eres tigre.

Préciaste de tan soberbia
Contra quien es tan humilde
Que, considerados bien,
Todos los monteros dicen

Que los dos nos parecemos
Al roble que más resiste
Los soplos del viento airado:
Tú en ser dura, yo en ser firme.

En esto sólo eres roble,
Y en lo demás flaca mimbre,
No sólo a los recios vientos,
Mas a los aires sutiles.

Ya no persigues, cruel,
Después que a mí me persigues,
A los ciervos voladores
Ni a los fieros jabalíes.

Ni de tu dichoso albergue
Las nobles paredes visten
Los despojos de las fieras
Que, como a mí, muerte diste.

No porque no gustes de ello,
Sino porque no te obligue
El encontrarme en la caza
A que siquiera me mires.

Los monteros te suspiran
Por todos estos confines,
Y el mismo monte se agravia
De que tus pies no le pisen,

Por el rastro que dejaban
De rosas y de jazmines,
Tanto que eran a sus campos
Tus dos plantas dos abriles.

Haz tu gusto, que yo quiero
Dejar (pues de ello te sirves)
El espíritu cansado
Que mis flacos miembros rige.

Conseguiremos en esto
Ambos a dos nuestros fines:
Tú el de cruel en dejarme,
Yo el de leal en morirme.

Tú, rey de los otros ríos,
Que de las sierras sublimes
De Segura al Oceano
El fértil terreno mides,

Pues en tu dichoso seno
Tantas lágrimas recibes
De mis ojos, que en el mar
Entran dos Guadalquivires,

Ruégote que su crueldad
Y mi firmeza publiques
Por todo el húmedo reino
De la gran madre de Aquiles,

Porque no sólo en las selvas,
Mas los que en las aguas viven
Conozcan quién es Daliso
Y quién es la ingrata Nise.

A Don Fray Pedro González de Mendoza y Silva,

Consagróse el seráfico Mendoza,
Gran dueño mío, y con invidia deja
Al bordón flaco, a la capilla vieja,
Báculo tan galán, mitra tan moza.
Pastor que una Granada es vuestra choza,
Y cada grano suyo vuestra oveja,
Pues cada lengua acusa, cada oreja,
La sal que busca, el silbo que no goza,
Sílbelas desde allá vuestro apellido,
Y al Genil, que esperándoos peina nieve,
No frustéis más sus dulces esperanzas;
Que sobre el margen, para vos florido,
Al son alternan del cristal que mueve
Sus ninfas coros, y sus faunos, danzas.

A DON LUIS DE ULLOA,

Generoso esplendor, sino luciente,
No sólo es ya de cuanto el Duero baña
Toro, mas del Zodíaco de España,
Y gloria vos de su murada frente.
¿Quién, pues, región os hizo diferente
Pisar amante? Mal la fuga engaña
Mortal saeta, dura en la montaña,
Y en las ondas más dura de la fuente:
De venenosas plumas os lo diga
Corcillo atravesado. Restituya
Sus trofeos el pie a vuestra enemiga.
Tímida fiera, bella ninfa huya:
Espíritu gentil, no sólo siga,
Mas bese en el arpón la mano suya.

A DON PEDRO DE CÁRDENAS

Salí, señor don Pedro, esta mañana
A ver un toro que en un Nacimiento
Con mi mula estuviera más contento
Que alborotando a Córdoba la llana.
Romper la tierra he visto en su abesana
Mis prójimos con paso menos lento,
Que él se entró en la ciudad tan sin aliento,
Y aún más, que me dejó en la barbacana.
No desherréis vuestro Zagal, que un clavo
No ha de valer la causa, si no miente
Quien de la cuerda apela para el rabo.
Perdonadme el hablar tan cortésmente
De quien, ya que no alcalde por lo Bravo,
Podrá ser, por lo Manso, presidente.

A DON SANCHO DÁVILA,

Sacro pastor de pueblos, que en florida
Edad, pastor, gobiernas tu ganado,
Más con el silbo que con el cayado
Y más que con el silbo con la vida;
Canten otros tu casa esclarecida,
Mas tu Palacio, con razón sagrado,
Cante Apolo de rayos coronado,
No humilde Musa de laurel ceñida.
Tienda es gloriosa, donde en lechos de oro
Victorïosos duermen los soldados
Que ya despertarán a triunfo y palmas;
Milagroso sepulcro, mudo coro
De muertos vivos, de ángeles callados,
Cielo de cuerpos, vestuario de almas.

A DOÑA BRIANDA DE LA CERDA

Al sol peinaba Clori sus cabellos
Con peine de marfil, con mano bella;
Mas no se parecía el peine en ella
Como se obscurecía el sol en ellos.
Cogió sus lazos de oro, y al cogellos,
Segunda mayor luz descubrió aquella
Delante quien el Sol es una estrella
Y esfera España de sus rayos bellos.
Divinos ojos, que en su dulce Oriente
Dan luz al mundo, quitan luz al cielo,
Y espera idolatrallos Occidente.
Esto Amor solicita con su vuelo,
Que en tanto mar será un arpón luciente
De la Cerda inmortal mortal anzuelo.

A DOÑA CATALINA DE LA CERDA

Tres veces de Aquilón el soplo airado
Del verde honor privó las verdes plantas,
Y al animal de Colcos otras tantas
Ilustró Febo su vellón dorado,
Después que sigo (el pecho traspasado
De aguda flecha) con humildes plantas,
(¡Oh bella Clori!) tus pisadas sanctas
Por las floridas señas que da el prado.
A vista voy (tiñendo los alcores
En roja sangre) de tu dulce vuelo,
Que el cielo pinta de cient mil colores,
Tanto, que ya nos siguen los pastores
Por los extraños rastros que en el suelo
Dejamos, yo de sangre, tú de flores.

A FRANCISCO DE QUEVEDO,

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.


Los gregüescos o greguescos son un tipo de calzas o calzón masculino, corto y abombachado.

https://es.m.wikipedia.org/wiki/Gregüescos
De supuesto origen militar, se puso de moda en España en el transcurso del siglo XVI al XVII, adoptando luego diversas formas y medidas en la Europa occidental y las cortes españolas de Ultramar, como evolución de las botargas y otros tipos de calzas, dando lugar luego a los follados o afuellados.

Don Juan de Austria, hijo bastardo de Carlos I de España, con pantalón a la griega, hacia 1580. En un retrato atribuido a Juan Pantoja de la Cruz y depositado en el Monasterio del Escorial.
Don Juan de Austria, hijo bastardo de Carlos I de España, con pantalón a la griega, hacia 1580. En un retrato atribuido a Juan Pantoja de la Cruz y depositado en el Monasterio del Escorial.


Aparecen descritos –en su variada tipología– o ridiculizados por algunos de los mejores autores del Siglo de Oro Español, como Cervantes, Lope, Tirso o Quevedo;​ y fueron pintados por Diego Velázquez, Bartolomé González o Alonso Sánchez Coello y otros artistas de las principales cortes europeas, como Tiziano.
http://resikom.adw-goettingen.gwdg.de/abfragebegriffe.php?optionID=23
  • Albizua Huarte, Enriqueta (1988). «apéndice». El traje en España: un rápido recorrido a lo largo de su historia. En: Laver, James. Breve historia del traje y la moda (2006 edición). Madrid: Cátedra. pp. 283-357. ISBN 8437607329.
  • Bandrés Oto, Maribel (2002). La moda en la pintura: Velázquez. EUNSA. ISBN 8431320389.
A FRAY ESTEBAN IZQUIERDO

La Aurora de azahares coronada,
Sus lágrimas partió con vuestra bota,
Ni de las peregrinaciones rota,
Ni de sus conductores esquilmada.
De sus risueños ojos desatada,
Fragrante perla cada breve gota,
Por seráfica abeja fue devota,
A bota peregrina trasladada.
Uvas os debe Clío, mas ceciales;
Mínimas en el hábito, mas pasas,
A pesar del perífrasis absurdo.
Las manos de Alejandro hacéis escasas,
Segunda la capilla del de Ales
Izquierdo Esteban, si no Esteban zurdo.

A JUAN DE VILLEGAS

En villa humilde sí, no en vida ociosa,
Vasallos riges con poder no injusto,
Vasallos de tu dueño, si no augusto,
De estirpe en nuestra España generosa.
Del bárbaro ruido a curïosa
Dulce lección te hurta tu buen gusto;
Tal del muro abrasado hombro robusto
De Anquises redimió la edad dichosa.
No invidies, oh Villegas, del privado
El palacio gentil, digo el convento,
Adonde hasta el portero es Presentado.
De la tranquilidad pisas contento
La arena enjuta, cuando en mar turbado
Ambicioso bajel da lino al viento.

A JUAN RUFO

Cantastes, Rufo, tan heroicamente
De aquel César novel la augusta historia,
Que está dudosa entre los dos la gloria
Y a cuál se deba dar ninguno siente.
Y así la Fama, que hoy de gente en gente
Quiere que de los dos la igual memoria
Del tiempo y del olvido haya victoria,
Ciñe de lauro a cada cual la frente.
Debéis con gran razón ser igualados,
Pues fuistes cada cual único en su arte:
Él solo en armas, vos en letras solo,
Y al fin ambos igualmente ayudados:
Él de la espada del sangriento Marte,
Vos de la lira del sagrado Apolo.

A JUAN RUFO, JURADO DE CÓRDOBA

Culto Jurado, si mi bella dama
En cuyo generoso mortal manto
Arde, como en cristal de templo santo,
De un limpio amor la más ilustre llama
Tu musa inspira, vivirá tu fama
Sin invidiar tu noble patria a Manto,
Y ornarte ha en premio de tu dulce canto
No de verde laurel caduca rama,
Sino de estrellas inmortal corona.
Haga, pues, tu dulcísimo instrumento
Bellos efectos, pues la causa es bella;
Que no habrá piedra, planta, ni persona,
Que suspensa no siga el tierno acento,
Siendo tuya la voz, y el canto de ella.

A JÚPITER,

Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
Fulminas jovenetos? Yo no sé
Cuánta pluma ensillaste para el que
Sirviéndote la copa aún hoy está.
El garzón frigio, a quien de bello da
Tanto la antigüedad, besara el pie
Al que mucho de España esplendor fue,
Y poca, mas fatal, ceniza es ya.
Ministro, no grifaño, duro sí,
Que en Líparis Estérope forjó
(Piedra digo bezahar de otro Pirú)
Las hojas infamó de un alhelí,
Y los Acroceraunios montes no.
¡Oh Júpiter, oh, tú, mil veces tú!

A LA ARCADIA

Por tu vida, Lopillo, que me borres
Las diez y nueve torres del escudo,
Porque, aunque todas son de viento, dudo
Que tengas viento para tantas torres.
¡Válgame los de Arcadia! ¿No te corres
Armar de un pavés noble a un pastor rudo?
¡Oh tronco de Micol, Nabal barbudo!
¡Oh brazos Leganeses y Vinorres!
No le dejéis en el blasón almena.
Vuelva a su oficio, y al rocín alado
En el teatro sáquenle los reznos.
No fabrique más torres sobre arena,
Si no es que ya, segunda vez casado,
Nos quiere hacer torres los torreznos.

A LA BAJADA DE MUCHOS CABALLEROS DE MADRID

¡A la Mamora, militares cruces!
¡Galanes de la Corte, a la Mamora!
Sed capitanes en latín ahora
Los que en romance ha tanto que sois duces.
¡Arma, arma, ensilla, carga! ¿Qué? ¿Arcabuces?
No, gofo, sino aquesa cantimplora.
Las plumas riza, las espuelas dora.
¿Ármase España ya contra avestruces?
Pica, Bufón. ¡Oh tú, mi dulce dueño!
Partiendo me quedé, y quedando paso
A acumularte en África despojos.
¡Oh tú, cualquier que la agua pisas leño!
¡Escuche la vitoria yo, o el fracaso
A la lengua del agua de mis ojos!

////

Ándeme yo caliente Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente

Amarrado al duro banco

Amarrado al duro banco
De una galera turquesca,
Ambas manos en el remo
Y ambos ojos en la tierra,
Un forzado de Dragut
En la playa de Marbella
Se quejaba al ronco son
Del remo y de la cadena:
«¡Oh sagrado mar de España,
Famosa playa serena,
Teatro donde se han hecho
Cien mil navales tragedias!,
»Pues eres tú el mismo mar
Que con tus crecientes besas
Las murallas de mi patria,
Coronadas y soberbias,
»Tráeme nuevas de mi esposa,
Y dime si han sido ciertas
Las lágrimas y suspiros
Que me dice por sus letras;
»Porque si es verdad que llora
Mi captiverio en tu arena,
Bien puedes al mar del Sur
Vencer en lucientes perlas.
»Dame ya, sagrado mar,
A mis demandas respuesta,
Que bien puedes, si es verdad
Que las aguas tienen lengua,
»Pero, pues no me respondes,
Sin duda alguna que es muerta,
Aunque no lo debe ser,
Pues que vivo yo en su ausencia.
»¡Pues he vivido diez años
Sin libertad y sin ella,
Siempre al remo condenado
A nadie matarán penas!»
En esto se descubrieron
De la Religión seis velas,
Y el cómitre mandó usar
Al forzado de su fuerza.

Allá darás, rayo

Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
De hospedar a gente extraña,
O Flamenca o Ginovés,
Si el huésped overo es
Y la huéspeda castaña,
Según la raza de España,
Sale luego el potro bayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
De muy grave la viudita
Llama padre al Capellán
Con quien sus hijos están,
Y Amor que la solicita
Hace que por padre admita
Al que recibió por ayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Alguno hay en esta vida,
Que sé yo que es menester
Que a su querida mujer
(¡Nunca fuera tan querida!)
Tomen antes la medida
Que a él le corten el sayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Con su lacayo en Castilla
Se acomodó una casada;
No se le dio al señor nada,
Porque no es gran maravilla
Que el amo deje la silla,
Y que la ocupe el lacayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.
Opilóse vuestra hermana
Y diola el Doctor su acero;
Tráela de otero en otero
Menos honesta y más sana;
Diola por septiembre el mana,
Y vino a purgar por mayo.
Allá darás, rayo,
En cas de Tamayo.