POETAS PENINSULARES.
(Parte de REVISTA DE ESPAÑA Y SUS PROVINCIAS DE ULTRAMAR )
Las relaciones que median entre el autor de la composición siguiente D. Eustaquio Fernández Navarrete y el director de esta Revista, no le permiten decir todo lo que pudiera sobre los dotes literarios del primero. Severos en nuestros principios, el propio concepto que del mismo tenemos como hombre de letras, quedaría desvirtuado ante el interés de nuestra afección. Sólo por lo tanto indicaremos aquí, que lejos de la corte y dedicado hace años a trabajos concienzudos sobre historia y crítica literaria, no es el que menos lo ocupa al presente, el grandioso de dar a luz toda la historia de nuestra literatura, trabajo que tiene ya muy adelantado y del que hemos visto agradables muestras. A pesar de todo, más de una vez ha explayado su imaginación en varias composiciones poéticas de las que algunas han visto la luz pública, permaneciendo las demás inéditas. De estas últimas son las siguientes, habiéndose escrito la primera para uno de los pasados concursos, si bien no se llegó a presentar por causas que son ajenas a este lugar.
A COLÓN.
ODA.
¿Cuál punto imperceptible, audaz camina
átomo leve en el espacio inmenso,
entra las ondas que rugiente empina
el atlántico mar en cerco denso?
Son las frágiles naves
del inmortal Colón. Su genio osado
a volar las anima
do no se atreven a cruzar las aves
que admiraron el sol en nuestro clima;
¡que él, de sublime espíritu agitado,
medita con incógnito hemisferio
duplicar de la tierra el ancho imperio!
Cien siglos encerrara la natura
en su seno profundo
tan esplendente zona al viejo mundo.
Ceñido de laurel triste gemía
el macedón guerrero, (Alejandro Magno, macedonio, de Macedonia)
al mirar que no había
tierra bastante a su insaciable acero.
Mas ora ved ya abiertos
los senderos del mar. Lo que el ardiente
valor no pudo del monarca claro,
de un hombre sabio la inspirada mente
lógralo en la pobreza y desamparo.
El mar en vano le presenta horrible
peñas, bajíos, huracanes y olas;
todo sucumbe a su ánimo invencible
ayudado de proras españolas.
“Allá, do el carro vespertino mueve
Héspero luminoso, (el sabio dijo
inspirado cual místico profeta),
en nuevas tierras dilatarse debe
zonas caras al sol, nuestro planeta.
De extraños usos, ceremonias, leyes,
veo naciones que el poder sujeta
de prepotentes ignorados reyes;
allí un suelo feraz brinda un tesoro,
al que buscarlo intrépido se ofrezca
de rica especería y piedras y oro.
¿Será que siempre oculto permanezca
a la humana ambición? ¿Cobarde el hombre
nunca hollará más suelo,
que el que osado cercara
de las romanas águilas el vuelo?
¿Para qué su razón relumbra clara?
Para qué le dio el ser que le criara
esa lumbre divina
con que del sol los círculos describe,
y en cuanto ve su luz sagaz domina?"
Dijo, y su noble corazón se engríe:
con su alta idea batallando inquieto
en pos de auxilio por el orbe vuela,
que mofador de sus intentos ríe:
sólo en el grande pecho de Isabela
su aliento sobrehumano
encuentra un eco que a su voz responde;
y consiguiendo estrecha carabela
marcha, y en manto tenebroso en vano
la antártica región el cielo esconde.
En torno del timón montes de espuma
alza de atlante el mar, y se exagera
al ver la audacia que por vez primera
sus espaldas indómitas abruma.
Huye la tierra de la vista ansiosa
de la gente, que el héroe osado guía:
y pasa tardo un día,
y viene en pos la noche tenebrosa,
y sólo suena en su asombrado oído
del leño volador sordo crujido.
Remueve el eje ardiente
setenta veces la rosada aurora,
y su luz solamente
aguas y cielos con su lumbre dora.
Las turbas consternadas
con horror miran la feliz derrota
que de su patria amada los aleja,
y al labio ardiente el descontento brota
en tumultuaria queja.
"¿Ciegos por siempre víctimas seremos
de ilusa fantasía?
Si el viento siempre impele nuestra popa
hacia occidente próspero, ¿podremos
volver un día a nuestra amada Europa?
El soplo mismo que al huir nos guía
nuestro retorno impedirá constante!
No más, no más sigamos
la voz de aventurero delirante;
arrojémosle al piélago y volvamos
hacia la margen patria el vuelo errante.
Arrojémosle al mar," claman. La grita
va por las naves cóncavas cundiendo,
y contra el héroe el vulgo precipita
sus ciegos pasos con feroz estruendo.
Con firme rostro y corazón sereno
hacia la airada turba se adelanta
el caudillo inmortal y en voz de trueno
de su furor los ímpetus quebranta.
"Insensatos, qué hacéis? sólo a mí es dado
poder volveros a los patrios lares;
herid mi pecho, herid; vuestro atentado
con muerte cierta vengarán los mares.
El ánimo esforzad”, en pos les dice
con más templado acento,
"y si el tercero día
tierra no alumbra con albor felice,
inmóleme cruel vuestro ardimiento."
Dice y torna al timón: al cielo mira,
pidiendo amparo a sus cuidados graves,
y su azorado corazón respira
al contemplar que por el aire gira
ansiado nuncio de vecina tierra
tropa ligera de pintadas aves,
que abate el vuelo a saludar las naves.
La vista vuelve a la cerúlea espalda
del mar inmenso que a su gente aterra,
y cual nítida faja de esmeralda
ve de yerba flotante luenga cinta
que en su verde color las hondas pinta.
Ya es suyo el triunfo! la tiniebla aleve
en vano trae en sus siniestras alas
a su inquieto afanar retardo breve.
¡Tierra! exclama el marino
del nuevo día al resplandor incierto
sirviéndoles los mástiles de escalas
para gozar su aspecto peregrino,
y en playa nunca vista encuentra puerto.
Cae de hinojos; en plegarias puras
la chusma alborozada
con ánimo devoto
rinde gracias al Dios de las alturas:
y por primera vez del mundo ignoto
los ecos tronadores
repiten por su playa dilatada
del verdadero Dios santos loores.
¿Qué guirnalda, Colón, premio bastante
a tu empresa será? Mas ay! no esperes
de tu siglo justicia. Negra envidia
que con lengua insultante
por oprimirte lidia
en tu contra sus víboras desata;
y en pago a un mundo que a sus plantas pones,
la nueva patria, que adoptaste ingrata,
ofrecerá a tus pies viles prisiones.
Esfuerza el pecho y su furor desdeña;
anima tus valientes;
y una vez y otra vez torna animoso
a tremolar la castellana enseña
más allá de los trópicos ardientes.
En pos de ti con inmortal anhelo
a imitar sus afanes
los héroes volarán de nuestro suelo,
Córdova, Hojeda, Ponce, Magallanes.
Allá cabe el gran seno mejicano,
el alto solio, de entre blanda pluma
y aromas gratos con orgullo insano
se recostara el muelle Motezuma,
caerá al esfuerzo de Cortés bizarro.
Allá do el rico Potosí se eleva
doblará su cerviz el inca débil
al férreo brazo del audaz Pizarro,
que muerte y destrucción en torno lleva.
Tú entre todos empero,
brillarás, oh Colón, cual sol radiante
entre los claros astros el primero.
Cuando el indio salvaje,
por tu gran obra a la razón tornado,
no haciendo ya con sus inmundos ritos
a la sagrada humanidad ultraje,
los frutos goce de feliz cultura;
cuando al Dios tantos siglos ignorado,
en sacros templos rinda
con puro corazón ofrenda pura;
y el europeo culto
enriquecido por tu heroica mano
con los dones que América le brinda,
de unirse en lazo fraternal se asombre
al antes vil y torpe americano,
ambos a dos bendecirán tu nombre;
y te dirán su bienhechor sublime
con respeto profundo
el mundo antiguo y el moderno mundo.
SONETOS.
I.
La vida humana.
Rauda nave es la vida que despliega
la hinchada lona al mar, desde la cuna,
y a las revueltas olas de fortuna
inexperta y confiada el casco entrega.
Ya en honda sima el piélago la anega,
que el viento al agua silbador se aúna;
ya sobre el cerco de la blanca luna
en la ancha espalda de las ondas llega.
Así corre veloz agua infinita;
y ora tropieza en sirtes, ora amenas
playas en torno dilatarse advierte,
sin que puerto tomar se le permita
hasta que ya sin mástil, sin antenas,
arriba al triste puerto de la muerte.
II.
A la muerte de un niño.
De unas montañas en la humilde falda,
ya en la arena jugando, ya riendo,
ve límpido arroyuelo discurriendo
sobre luciente alfombra de esmeralda.
Forma a su margen bella una guirnalda,
flores de vario esmalte entretejiendo,
que tiñe el fresco humor, que va esparciendo,
de oro, de azul, de colorado y gualda.
Mas ay! que cuando corre más dichoso
trágase su raudal caverna oculta,
triste dejando y árido el terreno.
Tu vida es ese arroyo, niño hermoso;
la muerte es la honda sima, que sepulta
para siempre tus gracias en su seno.
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