CARTA XVIII.
Opinión recibida en el siglo XII sobre el sitio de la antigua Segóbriga: restauración de la moderna Iglesia de Segorbe, su provincia: su constitución interior: estado del templo y del archivo de esta Catedral: preferencia de la mano siniestra en su coro: Iglesia antigua de S. Pedro.
Mi querido hermano: Muy del caso parecería que comenzase yo la descripción de la Iglesia de Segorbe, tratando antes del verdadero sitio de la antigua Segóbriga. Es este punto de erudición muy curiosa que ejercita a los anticuarios de nuestros tiempos, y honra la memoria de muchos posteriores a Ambrosio Morales. Por otra parte, hallándome sobre el terreno de que se disputa, y viendo la abundancia de antigüedades eclesiásticas y profanas que en él se conservan, qué sé yo si sería bien visto callar y dejarlo. Más por bien que parezca esto a algunos, y por mucho que deseen otros ver definida tan larga contienda, me retraen de entrar en ella las dificultades que encuentro, y el no ser necesaria para el objeto de mi viaje. Sin embargo, hay medio en las cosas: diré lo que me parezca del caso, dejando lo demás para tiempo oportuno. Todo este negocio, si bien se mira, casi viene a tratarse a tientas y por conjeturas. Tres caminos se han tomado en esta disputa. Unos creen que Segóbriga estuvo en lo que hoy llaman Cabeza del Griego junto a Uclés; hay quien la supone en el territorio de Albarracín; otros en Segorbe. Ninguna de estas opiniones tiene a su favor documentos auténticos, inscripciones, medallas y otros tales en estado que hagan fe, y pongan la verdad en claro. A todas tres favorece igualmente la autoridad de los geógrafos antiguos. Masdeu intentó probar que Segóbriga es Segorbe; mudó después de parecer, y se inclinó al territorio de Albarracín; quién sabe si hará luego otro tanto con el cerro de Uclés, en lo cual por ventura tendría más razón. ¿Qué diremos? que todo es adivinar. No teniendo yo que añadir a lo que cada cual ha dicho por su parte sería imprudencia agregarme a uno de los tres partidos, y repetir y soltar argumentos mil veces propuestos y deshechos. Sólo quiero que adviertas a nuestro docto amigo D. A. L., acérrimo defensor de la Cabeza del Griego, que son menester argumentos más fuertes que los que suelen alegarse para despojar a la moderna Segorbe de la posesión en que está ya casi siete siglos de ser tenida por sucesora de la antigua Segóbriga. Es indubitable que en el año 1176, cuatro después de la erección de la silla episcopal en Albarracín, era común opinión en España que la Segóbriga no distaba mucho de aquella ciudad; por cuya causa se le mandó al Obispo usar del título de Segobrigense. También es cierto que este título se le dio con relación a la moderna Segorbe. Prueba de esto son las diligencias que practicaron después los Prelados para recobrar cuanto antes esta ciudad como que daba título a su obispado. Lo mismo se ve en las cartas que se conservan de los Papas Gregorio IX, Inocencio IV y Alexandro IV, dirigidas a los Reyes de España y Ricoshombres de Aragón, exhortándolos a que conquistasen esta ciudad para que la poseyera su legítimo Obispo, y a que le amparasen en su posesión. Otro tanto se infiere de la sentencia que dio el Arzobispo D. Rodrigo sobre la división de diezmos en estas Iglesias, y del juramento del primer Obispo de ellas D. Martín; el cual dándose a sí mismo el título de Segobricense, de la silla de Albarracín sólo decía, quam modò pro sede habeo.
Esta general persuasión en que estaban los literatos de los siglos XII y XIII de que el título de Segobricense era con respecto a nuestra Segorbe, no deja de ser a favor de esta ciudad argumento algo más poderoso de lo que juzga Masdeu (Tom. XVII, suplem. 17, art. 9.). No sé yo si podrá probarse que el Arzobispo de Toledo D. Cenebruno que erigió esta silla, y los demás eruditos de aquel tiempo, quando creyeron que Segóbriga caía junto a Albarracín, pusieron la mira en otro pueblo distinto de Segorbe. En tal caso los primeros que se opusieran a esta gloria de Segorbe hubieran sido el clero de Albarracín, o a lo menos su señor D. Pedro Ruiz de Azagra; del cual no es creíble que tan fácilmente consintiera en que otro pueblo se coronase con el fruto de los trabajos que le costó la erección de la silla de Albarracín, ni aun llevaría a bien la preferencia con que el Obispo se intitulaba Episcopus Segobricensis, et S. Mariae de Albarracino.
Contra esta común opinión de aquellos tiempos sólo hay que oponer la contradicción que hicieron el Obispo y la Iglesia de Valencia, negándole a Segorbe el honor del obispado antiguo. Más la autoridad de aquellos, que buscaban para sí la posesión de todo este territorio, no es de más peso que los dos principales argumentos que alegaban: el primero fundado en la variedad y corrupción del nombre: el segundo en la división (hitación) atribuida a Wamba. En cuanto al primero es innegable que los moros llamaron a este pueblo Xuburb o Xoborb o Xogorb. Tampoco guardaron mucha exactitud en el título de este obispado los Prelados y Papas del siglo XIII. Unos le llamaron Segorbicense, como consta de un sello del Capítulo de esta Iglesia que se conserva en la concordia que autorizó el Arzobispo D. Rodrigo, era 1270 (año 1232), sobre la división de frutos entre el Capítulo y su Obispo D. Domingo: de un breve de Alexandro IV de 1259 y de la sentencia pronunciada en Cuenca el año 1274 contra Doña Teresa Gil de Vidaure, mandándole restituir a esta Iglesia los lugares de Altura, Xérica y otros. Todos estos documentos, que he visto originales, llaman Segorbicense al Obispo y también a la Iglesia. Inocencio IV en una Bula dada en León a 27 de Abril de 1248 siempre dice Secorbicensis.
En el instrumento de la elección que hizo el capítulo de esta Iglesia de D. Pedro Ximénez de Segura para su Obispo en el año 1272 (el cual he visto original con las firmas de los Capitulares) se dice promiscuamente Segrobicensis y Sergobicensis.
Más esta variedad en nada perjudica a lo que antes dije, que era común opinión de aquel tiempo ser esta la Segóbriga. Porque aun en medio de aquella inexactitud, vemos otros documentos que la llaman como ahora. Así Gregorio IX en dos cartas, una a S. Fernando de Castilla (1237), y otra a D. Jayme I de Aragón (1240), dice repetidas veces Episcopus Segobricensis, y así está en todos los documentos desde fines del siglo XIII hasta nuestros días. Por lo que toca a los moros, es notorio que por diestros que fuesen en alterar los nombres, nunca pudieron mudar la situación de los pueblos. Así pues como no pudieron quitar a la moderna Xátiva, con la alteración de su nombre, el ser la Sétabis antigua, tampoco quitaron a Segorbe el ser la antigua Segóbriga, si es que lo fue, que no decido este punto: sólo digo que no es argumento para negarlo la corrupción sola del nombre. No es más fuerte el otro que se alega, tomado de la división de Wamba, en la cual se supone que el obispado antiguo de Valencia se extendía usque Alpont. Primeramente debiera probarse que a este pueblo antiguo corresponde el moderno Alpuente. Y si en esto nos hemos de gobernar sólo por la semejanza del nombre, ¿por qué no diremos que Segorbe es la Segóbriga, habiendo entre ambos nombres tanta semejanza? Mas aun cuando Alpont fuese el moderno Alpuente, no se infiere que Segorbe perteneciese a la diócesis de Valencia; porque Alpuente está hacia el poniente de esta ciudad, a distancia de ocho leguas: con lo cual se compone muy bien que Segorbe, que está más hacia el norte de Valencia, quedase excluida de su jurisdicción, y fuese cabeza de otro obispado que se extendiese hacia Albarracín. Y esto juzgaron los sabios de aquel tiempo, sin hacer caso del argumento de Alpont. En resolución, a mí me basta lo dicho para no despojar a esta Iglesia de la persuasión en que está por espacio de 627 años de ser sucesora de la Segobricense antigua. Cuanto más, que no busco ni me ha venido al pensamiento poder hallar los ritos y literatura de aquella ciudad, que yace sepultada donde Dios se sabe y los hombres no. Dejando pues esto a los geógrafos, vengamos a la historia eclesiástica de la moderna Iglesia Segobricense, que con razón o sin ella así se llama.
Sabido es que (1) el rey moro de Valencia, llamado Lobo, dio graciosamente el lugar de Albarracín a D. Pedro Ruiz de Azagra, caballero navarro, hijo del señor de Estella, el cual por su devoción mandó que se llamase Santa María de Albarracín, y él se intitulaba vasallo de santa María y Señor de Albarracín. Fue esto por los años 1160. Cuando ya tuvo D. Pedro su nueva posesión poblada de cristianos, instó al Legado Pontificio Jacinto Bobo (que después fue Papa Celestino III) al Arzobispo de Toledo D. Cenebruno para que honrasen aquella ciudad con silla episcopal. Había dado el Papa Urbano II al primer Arzobispo de Toledo D. Bernardo facultad para poner Obispos en los lugares que se hubiesen conquistado, donde bien visto le fuese. Así que, sin dificultad se le concedió a D. Pedro lo que pedía nombrando Obispo a D. Martín el año 1172. Como no se trataba de erigir nuevas diócesis, sino de restablecer las antiguas, se mandó al nuevo Obispo que se intitulase Arcabricense, porque se creyó que la antigua Arcábrica (Ercávica) estaba por aquellas cercanías. Pero cuatro años después se le mandó tomar el de Segobricense, como dije. El sabio Obispo de Segorbe D. Juan Bautista Pérez afirma en su episcopologio haber visto en el archivo de Toledo la escritura que se hizo con esta ocasión, fecha a 1.° de Marzo de 1176. Desde entonces se reconoció esta silla sufragánea de la de Toledo. El primer Obispo D. Martín, en el acto de prometer obediencia al de Toledo D. Martín López de Pisuerga en el año 1200, dice haber hecho lo mismo respecto de D. Cenebruno, que le consagró. Por los años 1232 el Arzobispo D. Rodrigo sentencia como Metropolitano, y ordena, como modo de partir los diezmos entre el Obispo y el Capítulo. En 1258 D. Sancho, electo de Toledo, reprehende al Segobricense don Fr. Pedro Garcés sobre ciertas vejaciones que causaba al Deán, al Tesorero y a algunos Canónigos de esta Iglesia. Otros documentos quedan de esta jurisdicción metropolitana, la cual perseveró todo el siglo XIII, a pesar de los esfuerzos que hizo y pleitos que suscitó sobre este punto el Arzobispo de Tarragona, o porque realmente alguna parte de esta diócesis estuviese comprendida bajo de su jurisdicción, o porque quisiese verificar la extensión que el Rey D. Jayme I le deseó y concedió en gran parte. Arreciaron estas disputas a principios del siglo XIV; mas el Papa Juan XXII halló el modo de cortarlas, erigiendo en metropolitana la Iglesia de Zaragoza, y dándole por sufragánea la Segobricense. Fue esto en 1318, desde cuya época perteneció siempre esta silla a la provincia de Zaragoza, hasta que verificada en 1577 la división de las Iglesias de Segorbe y Albarracín, esta última permaneció en la misma jurisdicción, y la primera pasó a ser sufragánea de Valencia, que ya casi un siglo gozaba de los fueros de metropolitana. Esto por lo que toca a la provincia.
Viniendo ahora a la constitución interior de esta Iglesia, es de saber que todo lo que tardó Segorbe en salir del poderío de los sarracenos, tuvo este Obispo por cátedra la Iglesia de Albarracín. Mas disponiendo Dios las cosas de otro modo, y convertido a la religión cristiana el destronado Rey Moro de Valencia Zeit Abuzeit, sujetó al Obispo D. Guillermo la ciudad con otros lugares que permanecían en su obediencia. Fue esto en 1236. Dos años después confirmó dicha donación al Obispo D. Ximeno. Mas ni una ni otra tuvieron luego el efecto deseado, por ser todavía oculta la conversión de dicho Rey: hasta que ya en 1245, en virtud de los tratados que tenía hechos con D. Jayme I, le entregó Zeit el castillo de dicha ciudad. Apenas comenzaba a establecerse el Clero, el Obispo de Valencia D. Arnao (Arnau) de Peralta vino tres años después con mano armada, y arrojando al Prelado de esta Iglesia, la hizo su parroquia, quedando después adjudicados sus frutos al deanato de aquella silla, como parece por sus constituciones impresas. Así permaneció hasta los años 1273 en que el Obispo D. Pedro Ximénez de Segura, sentido de la violenta ocupación de su Iglesia de Segorbe, la recobró con ardor juvenil por los medios con que se había quitado a su antecesor. Y en virtud de una sentencia arbitral, dada en 1277, quedó para siempre propia e inseparable de su Obispo, aunque muchos de los otros pueblos, o tardaron en restituirse, o no volvieron más a su poder. Algunos años antes de recobrar este pueblo, es a saber en 1258, el Papa Alexandro IV autorizó y confirmó la unión de las dos Iglesias de Segorbe y Albarracín, que ya desde la creación y denominación de esta silla se contaban por una sola. Así se llamaron constantemente invicem perpetuò canonicè unitae hasta la desmembración tan digna de ser imitada respecto de otras diócesis, hecha por Gregorio XIII en 1577 a instancias de Felipe II. Obligaron a ella principalmente la multitud de cristianos nuevos a que no bastaba el cuidado de un solo pastor, la distancia de estas ciudades entre las cuales mediaba casi una jornada de terreno perteneciente a la diócesis de Zaragoza, y otras graves causas. Antes de esta división no había sino un Cabildo en ambas Iglesias con un solo Deán, un Tesorero y un Chantre, y en cada una un Arcediano con seis Canónigos: número fijado por el Obispo D. Antonio Muñoz a principios del siglo XIV, según declaró el Chantre de esta Iglesia Remiro Sánchez en el proceso formado el año 1323 sobre el pleito con la silla de Valencia. Poco después hacia los años 1358 creó el Obispo D. Elías los oficios de obrero, limosnero, sucentor, escolastre y enfermero. Es notable el único encargo que se hace a este último en las constituciones: habeat videre de campanis ecclesiarum qualiter sunt situatae, et providere de funibus pro ipsis trahendis, y nada más; quedando a cargo del limosnero el cuidado de los hospitales. También reprodujo e instauró en el año 1357 el Arcedianato de Alpuente, dignidad antigua de esta Iglesia, y suprimida a consecuencia del juicio arbitral, que ya dije de 1277; porque antes aún durante la ocupación de Alpuente por la Iglesia de Valencia, como no le estaba declarada su pertenencia, seguía el Cabildo eligiendo los Arcedianos de este nombre. Así en la elección del Obispo D. Pedro Ximénez de Segura, año de 1272, firma un maestro Guillermo Archidiaconus Altipontis; al cual sucedió en esa dignidad Ferrán Periz, como asegura Romeo del Porto, testigo de cien años, en el citado proceso. Acabóse pues la serie de estos Arcedianos luego que en 1277 declararon los jueces árbitros que Alpuente pertenecía a Valencia. Mas determinado lo contrario en la Curia Romana, y adjudicada dicha villa a esta Iglesia en 1347, se instauró luego la serie de Arcedianos, que ha seguido sin interrupción hasta nuestros días. En las mismas constituciones de D. Elías se manda que haya un Colector en cada una de estas dos Iglesias, el cual recoja y divida entre los Canónigos los frutos que les correspondan: y si exceden los de una Iglesia a los de la otra, se repartan también a los que residen en la más pobre. No era esta nueva ordinación o cosa desconocida en esta Iglesia: sus constituciones primitivas, establecidas de tiempo inmemorial, hablando de los oficios del Sacristán dicen: Item, debe partir la oblación de pan, dineros, candelas, e vino, ecualmente sin parcialidad entre las personas (f. prebendas), et los Calonges, que a la misa vinieren, segunt es acostumbrado. Item, eso mismo debe facer parte al que en la ciutat enfermo fuese.... El vino pártalo por meses; pero el vino de otro día de Todos Santos, cuando fazen conmemoración por todos los defunctos, ese mismo día lo parta. Acaso de aquí pudo derivarse la costumbre de este país, donde al día de difuntos llamaban día de partir lo pa, como ya dije en otra carta (a: Tomo II, Carta XI.): muestra de la masa y unión de todos los frutos, que era común en casi todas nuestras Iglesias. Mas en el año 1381, veinte y tres después de la constitución de D. Elías, la alteró su sucesor D. Íñigo Valterra, consignando a cada individuo del Capítulo las Iglesias, cuyos frutos debía percibir su prebenda, y encargándose cada uno de recogerlos. Hízose esta alteración con buen fin por evitar los males que había en las mayordomías; pero nacieron de ella otros mayores, los cuales quiso cortar el ilustrado Obispo D. Juan Bautista Pérez trabajando como él solía cuando se atravesaba el bien común, en verificar los deseos del Papa Gregorio XIII sobre la masa común canonical de esta Iglesia, que persevera hasta nuestros días. Baste lo dicho para que comiences a formar idea de la historia de la moderna Iglesia Segobricense, la cual hará más completa el episcopologio que tengo casi concluido con mayor extensión que el de Valencia; porque sobre pedirlo así el nuevo encargo de S. M. para que trate e ilustre los puntos que ocurran de literatura e historia eclesiástica, he tenido proporción de registrar todos los documentos originales que a esto pertenecen: merced a la sabiduría y amor al bien público de este ilustrísimo Cabildo y de su comisionado para el efecto don Lorenzo de Haedo y Gómez, Canónigo Tesorero. Digo que he visto despacio el archivo de esta Catedral, que así por la copia y riqueza de sus MSS., como por el orden que recientemente le han dado dos Religiosos de mi Orden, merece distinguido lugar entre los de España y aun de fuera. Aquí por lo menos no caben las quejas de Garibay (Historia de los Condes de Castilla, tomo I.) y del P. Merino (Escuela Paleográfica, pág. 18.) sobre el desconcierto de los archivos y la avaricia de los archiveros. El edificio es bastante capaz y bien distribuido: éntrase a él por el aula capitular, pieza no muy grande, pero edificada con inteligencia y solidez a principios de! siglo XV, comenzada por el Obispo D. Fr. Juan de Tahust; antes de cuya época se juntaba el Cabildo en cualquiera de las capillas del claustro, que contará un siglo más de antigüedad. Es este claustro de figura de un trapecio, construido más para desahogo de las funciones y oficinas necesarias, que para vida reglar del Clero, de que no he hallado rastro. Está pegado a lo largo de la Iglesia, que es de sola una nave, y desde su fundación ha padecido varias alteraciones. Créese comúnmente que esta era la mezquita mayor o única de los moros, la cual el Obispo D. Fr. Pedro Garcés, tomada la posesión de esta Iglesia hacia los años 1246, purificó y aun reedificó en la forma que tenía hasta estos últimos años. Los que la vimos en aquel estado, no es fácil que creamos esto. Era este edificio, cuando más, del siglo XV, y acaso estuvo antes la capilla mayor donde ahora está el coro: mudanza que he oído atribuir al Obispo D. Fr. Gilaberto Martí, que efectivamente ensanchó y adornó la capilla mayor con su retablo dorado y pintado por un Vicente Macip por precio de diez y seis mil sueldos, cuyos recibos he visto del año 1530 en que se concluyó. Colocáronse en él las pinturas que algunos creen de Joanes; mas en aquel año apenas había llegado este profesor al séptimo de su edad. Y si las pintó después, serían como los ensayos de aquella noble manera que le mereció ser comparado con Rafael de Urbino. Habla de ellas Pons en su viaje tom. IV: ahora, deshecho aquel retablo se hallan en la sacristía y capillas de la Iglesia. Posteriormente afearon este templo con talla de pésimo gusto por el que reinaba en los tiempos churriguerescos. Ojalá fuera tan fácil descargar la oratoria, poesía y música del peso inútil y fastidioso de semejante hojarasca, como lo ha sido el desmochar las paredes y bóvedas de este templo, y restituirlas a la sencillez natural de la arquitectura. Y digo que ha sido fácil: no porque no haya costado sudores y apuros en tiempos de suma estrechez, sino porque la ilustración y el celo del actual Prelado D. Lorenzo Gómez de Haedo y de su Cabildo, superaron los obstáculos que se ofrecían a esta empresa. A pesar de las gruesas sumas con que contribuyeron al socorro de las necesidades públicas, cuando ninguno de los cuerpos y particulares de esta ciudad y contornos podía ni aun en una pequeña parte desahogar los deseos de su corazón; sin otro recurso que sus mensas, comenzaron la renovación del templo, tantas veces
intentada, logrando concluirla en poco más de cuatro años. Consagróle el mismo Señor Obispo a 9 de Agosto de 1795, fijado para la fiesta de su dedicación, que desde la consagración hecha a 7 de Mayo de 1534 se celebraba el domingo próximo a la fiesta de S. Estanislao. Queda este templo como antes de una sola nave, pero con mayor extensión; son sus pilastras y cornisamento de orden corintio, sobre las cuales se eleva una bóveda grandiosa con algunas pinturas al fresco del profesor Luis Planes. Del mismo serán las que se van a ejecutar en el cascarón del presbiterio magnífico y bien distribuido, que es a mi ver lo mejor y más decoroso del nuevo edificio. El altar mayor se está trabajando de mármoles y jaspes, a expensas del Obispo y Cabildo. Creí tener el gusto de verle colocado en su sitio, pues en el Diccion. de los profesores de las bellas artes (tomo II, pág. 324) se supone construido en el año 1795. La verdad es que todavía está por poner en él la primera piedra. El coro ha recibido las mejoras que permite su situación local. Su sillería es buena, aunque algo distante de la sencillez. Dicen que el Canónigo Vicente Valls la mandó labrar a sus expensas el año 1483. Pero esta es obra posterior. Sobre los asientos del andel superior hay estatuas de Santos como de dos tercias (2). En la primera del coro izquierdo está S. Pedro, asiento del Deán, y en la del derecho S. Pablo, asiento del Arcediano mayor. Entre ambas está la del Obispo. Nace de aquí la preferencia de la mano siniestra, que ya de tiempo inmemorial rige en esta Iglesia, sin que haya podido hallar en ningún documento rastro de su origen, más que lo general que sabes sobre este asunto. Yo no diré que esto se conservó de la Segóbriga antigua como he oído a alguno. Cinco siglos de servidumbre sarracénica, creo que bastan para hacer olvidar los ritos primitivos. Más verosímil es que algunos de los Prelados del siglo XII y XIII, introdujese acá esta costumbre, tomándola de alguna otra Iglesia o Monasterio. Esto en caso que no sea derivada de la de Toledo, de cuyas constituciones antiguas, que aún no he visto, dicen que se tomaron las inmemoriales de esta Iglesia. Otro templo antiguo se conserva en el arrabal de esta dudad con la advocación de S. Pedro. Comúnmente se cree que se edificó hacia los años 1246. Pero en el proceso que se formó en 1323 deponen algunos testigos centenarios que esta Iglesia ya existía en la dicha época, y que en ella dijo la misa primera el Obispo D. Fr. Pedro Garcés. De esto diré algo más en la Carta siguiente.
A Dios. Segorbe &c.
NOTAS Y OBSERVACIONES.
(a) El Rey Moro de Valencia, llamado Lobo. Este nombre damos al Rey que con esta donación tanto favoreció los adelantamientos de la religión, mereciendo por esto que el Papa Alexandro IV en la Bula de la unión de estas dos Iglesias le llamase clarae memoriae Lupus. Lo mucho que la cristiandad debió en este país a dicho Rey y a su sucesor Zeyt Abuzeyt (pone Zeytabuzeyt), me obligó a pedir al erudito P. Fr. Bartolomé Ribelles, que me comunicase las noticias que tuviese y lo que pudiese hallar en la Biblioteca de Casiri, que no tenía yo entonces a mano sobre los verdaderos nombres de ambos Reyes, y la época del reinado del primero. Me contestó con fecha de 3 de Abril de este año lo siguiente: “Oiga V. lo que resulta de Casiri sobre el nombre y reinado de Lobo. Abu Giaphar Ahmad Saipheldaulat, por sobrenombre Almostanser Billa (que antes creía yo ser el Rey Lobo), fue aclamado Rey de Murcia y de Valencia el día 4 de Enero de 1146; poco después marchó a socorrer a Xátiva, que estaba sitiada a la sazón (no expresa Casiri el sitiador). Salióle al encuentro el Rey D. Alfonso cerca de Albacete, y trabaron batalla, peleando con valor ambos ejércitos. Quedó el campo por los cristianos, volviendo las espaldas los moros con su Rey, a quien mataron en la fuga dos amigos, porque no cayese en las manos de los enemigos. Sucedió esta batalla a 5 de Abril de 1146. Esto dice en sustancia Casiri, tom. 2. pág, 57., y lo mismo repite en la pág. 212.: donde añade que el Rey D. Alfonso era hijo de Raymundo o Ramón, y por consiguiente el Rey de Aragón. Este Abu Giaphar muerto en la batalla de Albacete, no puede ser el Rey Lobo; porque consta que este por los años 1160 premió los servicios de D. Pedro Ruiz de Azagra con la donación del castillo y ciudad de Albarracín, y convienen nuestros historiadores en que murió, o dejó de reinar en 1172, habiéndose apoderado de sus estados el Rey de Marruecos por este tiempo, según los anales toledanos. Según esto soy del parecer que comúnmente abrazan nuestros escritores, a saber, que Lobo subiría al trono después de la muerte de Abu Giaphar, y quizá en el mismo año de 1146 en que murió este. En vista de estas datas que aparecen bien fundadas, soy de parecer que el Rey Lobo se llamó no solamente Aben Lop, o Mahomah Abenzoar, o Mahamete Abenzahat, como le llaman nuestros historiadores, sino también, y con mayor propiedad quizá Abi Abdalla Ben Mohamad Ben Sad. Me fundo para sentar esta proposición en las cláusulas de Casiri (tom. 2. pág, 58 c. 2), en donde (extractando la historia de Abu Baker Alcodai Ebn Alabar, valenciano, que murió por los años 1260), dice: Ahmad Ben Mahomad Almakzumi Abu Bakerus Hispanus ex Peninsula Xucar, Vir genere, doctrina, et pietate clarissimus. Plura et elegantissima illius carmina in nostro codice leguntur. Hic quum vires Regis Abi Abdalla Ben Mohamad Ben Sadaci consenescere videret, ut supra innuimus, auctor fuit ut Valentía in Almohaditarum potestatem veniret: cujus praeturam ad tempus gessit, urbemque trium mensium spatio à Duce Abulhagiagaco Ben Sadaeo obsessam acerrimè propugnavit anno egirae labente 566 (de Cristo 1171). Las circunstancias de la proximidad de la época a la que señalan por fin del reinado de Lobo nuestros historiadores, y de la entrega de la ciudad a los almohades, que fueron siempre enemigos declarados del Rey mencionado, me obligan a creer que este fue el destronado en aquella ocasión, y por consiguiente que su nombre propio entre los árabes fue el de Abi Abdalla &c. Confirman bastante esta opinión las alabanzas que da a Lobo el Arzobispo D. Rodrigo (Hist. Arab. cap. ult.), llamándole hombre dotado de grandes talentos, firmeza de espíritu, valor y franqueza; y lo que añaden los demás historiadores, a saber, que ganó a Córdoba y Granada, triunfó de los almohades, y fue el único apoyo de la libertad de los musulmanes en estos países. Es verdad que no convienen los anales toledanos con este extracto de Casiri en el año; pues aquellos señalan el de 1172, y este el de 1171; pero creo que esta diferencia sería fácil de componer, atendiendo a que el historiador árabe que extracta Casiri, y escribió a mediados del siglo XIII, manifiesta con bastante claridad, que no estaba del todo cierto en la época, diciendo anno egirae labente, y por consiguiente sería fácil equivocarse en un año, quien si presenció el suceso, debía ser muy niño.
Síguese de aquí que Casiri omitió en su catálogo de Reyes de Valencia al Rey Lobo; pues no hace mención en él de Abi Abdalla y ni aun le nombra en la letra que le corresponde. Pero no es verdad que omitiese al Rey Zeyt Abuzeyt; pues en segundo lugar pone a Abdelrahman Ben Mahomad Ben Joseph Ben Abdelmumen, y este es sin duda alguna el Rey Zeyt Abuzeyt. Consta esto del mismo Casiri tom 2. pág 120.
c. I., en donde extractando el Suplemento a la biblioteca arábico hispana de Mohamad Ben Abdalla Ebn Alkatib, granadino, que escribió el año 1361, dice lo siguiente: Abdelrahman Ben Mohamad Ben Joseph Ben Abelmumen, Valentiae Rex, animi fortitudine, et bellica virtute insignis, amicitiam, et foedus cum Aragoniae Rege, dum regnavit, iniit: ac regno pulsus, ab eodem quam humanissimè exceptus est. Memoriae quoque proditum est, Abdelrahmamum una cum duobus filiis Christo nomen dedisse, idque anno egirae 626 (es el año de Cristo 1229). Basta tener un mediano conocimiento de las operaciones de Zeyt Abuzeyt para reconocerle (pone recono-le) por estas señas en Abdelrahman Ben Mohamad &c. y para persuadirse que estos fueron los nombres y apellidos que obtuvo entre los árabes. Por el mismo camino infiero que los nombres que tuvo el Rey último Zaen, fueron Abu Giomaiel Zaian Ben Madaphe Alkazami. Así me lo enseña Casiri en su tom. 2. pág. 43, c. 2, en donde no extractando, sino traduciendo el texto del citado Ebn Alabar, dice: “Praeterea Valentia urbs in christianorum potestatem venit Jacobo Barcinonis Rege (rey de Aragón, conde de Barcelona), qui illam obsedit ann egirae 635, Christi 1237, feria V, die 7, mensis ramadini (el mes de ramadán del año de la egira 635 tuvo principio en 16 de Abril del año de Cristo 1238, según las tablas de Masdeu, y por consiguiente el día 7 fue el 22 de Abril de 1238) usque ad feriam 3, die 17 Saphari anni proximi sequentis (es el día 28 de Septiembre de 1238, según las tablas de Masdeu), qua quidem die Abu Giomaiel Zaiam Ben Madaphe Alkazami Jacobo Regi se dedisse fertur ea conditione, ut videlicet obsessi omnes suas facultates, intra viginti dies, quò liberet, transferre possent. His ita constitutis, alii navi urbem Deniam, alii ad alia loca equo vecti ab urbe ad dictam diem discesserunt. = Creo que no puede darse mayor claridad en las expresiones para reconocer al Rey Zaen en Abu Giomaiel Zaian &c.”
(2) En la primera del coro izquierdo está S. Pedro, asiento del Deán, y en la del derecho S. Pablo, asiento del Arcediano mayor. Desde la más remota antigüedad se halla autorizada en la Iglesia la práctica de pintar juntos en los templos a estos dos santos Apóstoles, principes Apostolorum, como los llama el octavo Concilio General (Epist. ad Symmachum Papam) duo lapides ab oriente ad Romam fundandam devoluti, eximia et principalis Apostolorum summitas. De esto tenemos varios ejemplos en muchas pinturas y bajos relieves de los primeros siglos, en el Concilio Florentino, donde se colocaron dos estatuas de estos santos Apóstoles a los lados del libro de los evangelios, y en las bulas de los Sumos Pontífices. De las causas por que en estos y otros monumentos antiguos se ve colocado S. Pedro a la izquierda, y S. Pablo a la derecha, han tratado S. Pedro Damiano (opusc. 35.), Santo Tomas (in epist. ad Galat. cap. I. lect. I.), Inocencio III (Serm. de Evangelistis penes finem), Molano (lib. III, cap. 28.), el Cardenal Belarmino (de summ. Pontif. lib. I. cap. 27. et de Incarn. lib. III. cap. 15.), León Allacio (de Eccles. Occid. et Orient. perpetuam consens. lib. I, cap. III, §. 10.), y Juan Interián de Ayala (Pict. Christ. lib. VI. cap. 14.), y sobre todos Francisco Mucancio en su erudito Comment. de SS. Apostolor. Petri et Pauli imaginibus, impreso en Roma el año 1573, e inserto por Solerio al fin de su tratado de Basilica S. Petri in Vaticano. Sobre la variedad de opiniones en orden a la preferencia de la mano derecha e izquierda, debe observarse lo que advirtió Juan Lucio en su consulta hecha sobre esto a los editores de las Actas de los Santos (die XXIX. Junii Auctar. ad Apsidem antiq. Vaticanam §. 413. seq.), esto es, que en las Iglesias antiguas de Roma anteriores al siglo IX tienen el más digno lugar las imágenes colocadas a la izquierda: que en las edificadas desde el tiempo del Papa León III se tiene la derecha por el lugar más digno: que en las posteriores a esta época volvió a recobrar su preferencia la mano izquierda hasta el pontificado de Nicolao IV, electo en 1288, en cuyo tiempo volvió a reputarse por más digno el lado derecho, cuya práctica ha durado hasta nuestros días. Y no debiendo creerse que León III alteró sin causa la antigua costumbre, no constando las razones de esta alteración, conjetura el mismo Lucio haberla hecho a imitación de los Francos, y para complacer con ella al Emperador Carlo Magno en agradecimiento a haber sido restituido por él a la silla apostólica. Mas porque de esta práctica no se colija la absoluta igualdad de entrambos Apóstoles en la primacía, añadiré lo que sobre esto dejó escrito el Arzobispo Pedro de Marca (Exercitat. de singulari primatu Petri §. XXI.): “Hanc auctoritatis à Petro et Paulo deductae communionem impressae octingentis ab hinc annis in bullis plumbeis utriusque Apostoli imagines testantur, Paulo ad dexteram Petri collocato: unde praecipui quoque honoris Paulo impensi argumenta quidam trahunt. Absurde. Quod enim latus dextrum videtur, si Pauli imago cum Petri imagine comparetur, est latus sinistrum si referatur ad inspicientes. Ex qua relatione saepe metiendus est honoris gradus in conventibus publicis. Hinc profectum ut Episcopus in parte chori sedeat quae dextra est ingredientibus; et tamen respondet cornu sinistro altaris. In quo sinistrum et dextrum latus nuncupamus respectu habito ad divini numinis praesentiam, ac si Dei majestas ibi sederet, veluti super cherubim, ut in veteri instrumento, vel Christi Corpus vultu ad populum obverso ibi consisteret... Quod splendidius eminet Rege in Senatu Parisiensi sedente pro tribunali. Ad ejus namque sinistram consident Pares Franciae ecclesiastici, quibus praecipuus bonos defertur; Duces vero dextram occupant: quae latera vices mutant habita adstantium ratione, ita ut eorum dexterae respondeat ordo Parium eclesiasticorum. Aliud obtinebat in antiquis Synodis Generalibus; ubi proposita in medio consessu sacrosancta evangelia vices Christi praesentis gerebant, ad cujus dexteram Legati Summi Pontificis considebant, quae tamen ingredientibus erat sinistra. Posset isthaec observatio variis testimoniis ex antiquitate petitis in utramque partem illustrari, nisi satius esset ex praesenti usu confirmasse locum imagini Pauli in bullis plumbeis destinatum secundum esse censendum, priorem obtinente Petro ratione primatus, ut decebat.” Merece leerse también sobre esto la disertación de Melchor Inchoffer contra opinionem de Petri et Pauli paritate, sen unum caput constituente unione, publicada por León Allacio en la obra citada (Lib. I, cap, VII. col. 136, seq.)
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