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viernes, 22 de julio de 2022

CARTA L. Protección que debe a la literatura la riqueza de las personas particulares.

CARTA L. 

Protección que debe a la literatura la riqueza de las personas particulares

Mi querido hermano: Quisiera poderte decir con razón, lo que sin ella dijo Gabriel Aquilino en su comentario a la dialéctica de Aristóteles, impreso en París 1519, el cual vi en la biblioteca de Belén de Barcelona: moriar, lector, si te legisse poe niteat

¿Qué te parece de la fanfarronada? ¿Será aplicable a la lectura de mis cartas

Dios me libre de tal pensamiento. Aunque tan desagradables como la dialéctica de Aristóteles... no, eso no. Conozco que más deleitables podían ser de lo que son, si no me viese precisado a tratar de tantas menudencias fastidiosas. Pero de esto no tengo yo la culpa, sino el estado en que se hallan las pruebas de nuestra historia, que por la mayor parte yacen enterradas todavía en el silencio de los archivos, sin que haya quien se dedique a darles la vida que esperan. Acuerdóme haber leído una oración inaugural de los estudios de Barcelona, que recitó in Lucalibus el docto Cosme Damián Ortolá, antes que fuese abad de Vilabertrán, hacia la mitad del siglo XVI. Pues este sabio catalán, bien conocido en la república de las letras por la destreza con que hermanó el estudio florido de las humanidades con el grave y sólido de la santa escritura, tomando por tema en aquella ocasión las palabras de S. Pablo: Lucas est mecum solus, las aplicó con singular gracia al desamparo en que él veía las ciencias, lamentándose por lo que las amaba del poco caso que les hacían los grandes señores y ricos de su tiempo. Qué diría del nuestro aquel orador, déjolo a tu consideración. A centenares podrán contarse los literatos que han perecido de necesidad, agobiados de las deudas que contrajeron por causa de sus estudios, compra de libros o gastos de impresiones: y muchos más son los que por carecer de estos auxilios han dejado de ilustrar la nación, con mengua del honor de ella. El Gobierno ha podido y puede contribuir a este objeto con la creación de academias, establecimiento de bibliotecas, viajes de varias clases y otras disposiciones semejantes. Mas esta grande obra de la ilustración pública, aunque bajo las reglas que el Gobierno prescriba, sólo puede medrar por especulaciones de las personas particulares. Y ojalá tuviese cabida en esto la avaricia del hombre, como la tiene en traernos de allende dijes y muebles baladíes e insulsos. 

Es cosa que no acabo de entender. Andan con cien ojos los ricos buscando arbitrios y maneras como aumentar su caudal. Ven que los venecianos, por ejemplo, imprimen y reimprimen sin cesar obras voluminosas que compra toda la Europa, y con cuyo producto enriquecen sus casas; y sin embargo no hay entre nosotros quien se dedique a estas especulaciones, como si ellas no cupiesen en el pecho español, o se nos diese la plata y el oro para empobrecernos, engrosando tal vez a nuestros enemigos. Mengua es de los grandes señores que dejen de proteger por este medio la literatura de casa, y vean con ojos serenos como pagamos a los que trabajan en la del vecino. En lo cual no sólo causan este daño público, dejando perecer a los literatos y artistas; sino que a sí y a sus intereses hacen un daño particular. Porque claro está que el dinero que empleasen en reimprimir las obras, v. g. de S. Agustín, aunque tardasen diez años en recogerlo, al fin lo recogerían con no pequeña usura. ¿Y qué digo esas obras? Vergüenza es de todo punto insufrible que el romano Catalani haya reimpreso la colección de concilios del cardenal Aguirre: y con lo que era y es nuestro nos esté sacando el dinero, si lo queremos leer. Esto que digo de reimpresiones, sube más de punto respeto de nuestras cosas inéditas. No hay en Cataluña biblioteca grande ni pequeña donde no se halle un ejemplar de la obra intitulada Marca Hispánica. 

Prueba evidente de la loable codicia de estos naturales por saber las antiguallas civiles y eclesiásticas de su patria. Pues a la par de esto todavía está por publicar, y lo está ya casi dos siglos, la 2.a y 3.a parte de la Crónica de Cataluña, escrita por Gerónimo Pujades, llena de documentos preciosos, que a mí el primero vendrían muy bien: crónica que el autor de la Marca Hispánica apreció mucho, y hallándose por acá como visitador regio desde 1644 hasta 1651, la pidió al mismo Pujades que aún vivía, y se la llevó a París. Esta dádiva parecerá increíble al que considere que el que la recibió pagó el beneficio con el orgulloso Puiadesii inscitia notatur, que se lee en el índice de la Marca. Bien que esto no es de Pedro de Marca, sino de Balucio, que publicó y adicionó aquella obra, y en ella y en otras se aprovechó de los documentos que Pujades estuvo recogiendo por espacio de medio siglo, como asesor del duque de Cardona, de los archivos de Aragón, Cataluña, Valencia, Rosellón, Conflent &c., los cuales aquel francés disfrutó como si él por sí mismo hubiera visitado estos santos lugares. Llevada pues a París la crónica MS. nada más se supo ya de ella, ni en Cataluña la vio nadie, hasta que en 1720, hallándose en aquella capital el obispo de Gerona D. Josef Taberner y Dardena por asuntos de su familia, logró que en la biblioteca real, a donde habían ido a parar aquellos libros, se le permitiese sacar una copia de ellos. Esta única copia de que se tiene noticia, para en el archivo del Sr. marqués de Villel, como heredero por su esposa de la casa de Taberner. Y allí se está y estará desconocida, mientras la Marca Hispánica, a pesar de sus nulidades y de las injurias que hace al honor español, ha sido comprada por los catalanes, por no hallar otra cosa en que se cebe su afición a la antigüedad. Cuanto más diligentes eran los antiguos, de los cuales un diario MS. de cosas acaecidas en Barcelona dice lo siguiente: “1614 en lo mes de Setembre los Consellés donaren a mossen Pujades 500 lliures per estampar un llibre de historia; y lo doctor Rosell ne ague altres 500 liures per estampar un llibre de medicina."

He citado este ejemplar entre otros muchos que pudiera, para que veas cuan escasos estamos de nuestras mismas cosas por la cobardía de los que pudieran hacernos este bien, haciéndolo ellos a sí mismos. Dirán que no son literatos. Yo diré que no es menester que lo sean. Sí: que no era un sabio el arzobispo de Valencia D. Fr. Antonio Folch de Cardona; y sin embargo con su protección florecieron allí Corachan, Tosca y otros. Del gran Cisneros nadie dirá que fuese capaz de escribir las obras que bajo sus auspicios y valimiento se escribieron entonces. Ni el duque de Lemos tuvo más parte en el Quijote que la de amparar al genio inmortal que lo escribió. Y de papas y reyes y personajes ilustres pudieran citarse muchos, de cuya boca me parece estar oyendo en 

otro sentido lo que yo digo de mis viajes:

fungar vice cotis, acutum

Reddere quae ferrum valet, exsors ipsa secandi.

Ni para lo que estamos tratando es menester, como hicieron esos señores, buscar quien escriba y acabe obras difíciles, ni traer de lejos profesores peritos en lenguas y artes y ciencias; basta dinero, papel e impresor: basta tener amor a la patria, o deseo de la gloria póstuma, o codicia de aumentar los caudales. Porque esas cosas o juntas, o de por sí cada una, bastaron para que otros se moviesen a proteger las ciencias y artes. Y este es el manantial de donde salieron las grandes colecciones diplomáticas de todas las naciones: que ya no hay inglés, ni francés, ni alemán, ni italiano, que necesite entrar en sus archivos para ver las pruebas de los hechos antiguos, ni nación alguna de estas que no tenga escrita fluidamente la historia doméstica, con deleite del que lee, y con proporción de desengañarse el que dudare. Y nosotros ¿qué tenemos hecho en esta parte que de mil leguas pueda compararse con lo de afuera? 

Falta espíritu para emprender lo que con tanta ansia se desea; y ha sobrado en muchos de los que nos han precedido la manía de pasar por historiadores, la cual siempre será la polilla de la historia. Que si ellos en vez de ordenar sus relaciones, extractando las escrituras que disfrutaban a solas en el secreto de los archivos, las hubieran copiado e impreso, mayor bien hicieran a la historia, cuanto va del agua pura de una fuente a la de un arroyo tal vez enturbiada. Y en sus escritos pudieron ser y son tachados de error; mas en lo al todos les llenáramos de bendiciones. Fáltanos mucho que andar en esto que digo. Sólo el archivo real de Barcelona posee 7 (signo: como un “ encerrado en un círculo abierto por la parte arriba izquierda) y más vol. fol. de registros reales, donde están minutadas todas las órdenes que se dieron desde los años 1235 hasta casi entrado el siglo XVIII, relativas a comercio, artes, ciencias, náutica, agricultura, numismática, fábricas, expediciones militares, embajadas y relaciones políticas. Allí está la historia de todas esas cosas en esos siglos, de las cuales una cortísima muestra que nos dio el erudito Capmany, despierta la sed de lo demás. (N. E. Unos años después de este texto, Próspero de Bofarull y Mascaró empezará una colección que seguirá su hijo Manuel de Bofarull y Sartorio; muchos de esos tomos los he editado ya

El cómo se haga esto, no es de mi inspección decirlo. Pues las iglesias catedrales y colegiatas, y los antiquísimos monasterios de esta provincia, poseen más o menos gran número de diplomas inéditos, tocantes a la historia eclesiástica y civil. ¿Por qué no se forman colecciones parciales, en que sobre la honra que ganarían los cuerpos, no perderían nada las personas que se interesasen en ello? Líbreme Dios de pensar que sea falta de amor a la literatura. No es así; es una como cobardía, es no persuadirnos de que lo nuestro es en muchos puntos de un mérito superior a las bagatelas de esa clase que compramos de afuera. Parécenos que sólo lo extranjero tiene ser, y que nuestras cosas comparadas con las suyas, son como si no fuesen. Esta idea nos sugieren los mismos extraños; y porque ellos lo dicen de palabra y de obra, creemos que así debe de ser: y compramos, v. g. las obras de los PP. publicadas por los Maurinos, como el non plus ultra de la pericia y laboriosidad de los hombres, sabiendo lo mucho que falta que hacer en esas ediciones, porque el orgullo francés, que no hizo ascos del polvo y basura de las bibliotecas de Alemania y de otras partes, no se dignó ver las del lindar de España, donde hubiera hallado códices más antiguos y correctos que los que le sirvieron en aquella empresa, y eso aun convidado y estimulado por los españoles, como lo fue Martene por el citado obispo Taberner (a: V. Praef. in Vet. Script. Edm. Martene). 

Este desprecio de los extranjeros sólo puede remediarse con nuestra aplicación. 

Y esta aplicación que digo, no ha de ser obra del Gobierno solo, como algunos creen. Al Gobierno toca proteger al que se dedique a fomentar la prosperidad nacional; mas las empresas deben ser de los particulares. Los cuales arrostren sudores y gastos movidos de la gloria que en ello pueden adquirir, o de la utilidad pecuniaria que resulte. Estas pasiones son de cada corazón individual, y allí es donde obran con toda su fuerza, y de allí salen a poner en movimiento cuanto sirve a su objeto, el cual logran siempre que no hallen estorbos que les intimiden o embaracen su carrera. Esperar a que el Gobierno excite la atención de los sabios, y oficialmente les convide y señale pensiones a los que comisiona para esto o lo otro, es querer el premio antes del trabajo. No sé en qué ha de parar esta declamación. Ya lo sé: en nada. Me he desahogado un poco contigo, y basta. A Dios.