CARTA CXXXVII.
Catálogo de los Arzobispos de la santa iglesia metropolitana de Tarragona.
Mi querido hermano: Una de las cosas en que con mayor ansia he deseado emplear mi trabajo, es en formar un catálogo de los Prelados que han gobernado la iglesia metropolitana de Tarragona. El lustre particular de los que lo fueron, los grandes negocios que algunos de ellos manejaron, y sobre todo el nombre de esta iglesia le hacen acreedora a una obra que ya disfrutan otras de nuestra nación. Lo único que en esta clase se ha publicado hasta ahora, han sido los catálogos que preceden a las colecciones de Constituciones provinciales, que ordenaron los Arzobispos Doria, Agustín y Terés, y a la de las Sinodales del Sr. Llinas; pero todo esto casi no es más que la serie cronológica de los Prelados.
El P. Flórez trató sólo de los del estado antiguo. Pons de Icart se extendió únicamente en las grandezas antiguas de Tarragona. El señor Amat, Abad de San Ildefonso, ha seguido en su enumeración el método conciso y nervioso que se propuso para su historia eclesiástica. Entre tanto son ignorados los claros hechos y aun los nombres de muchos a quienes honró la dignidad de Arzobispos Tarraconenses. Yo que en este viaje he tenido proporción de registrar varios documentos concernientes a este objeto, y los Archiepiscopologios y Necrologios de la iglesia, y entre ellos el catálogo inédito que trabajó extendidamente Don José Blanc, natural de esta ciudad, capellán de honor de Felipe IV, y canónigo de esta iglesia desde el año 1645 hasta 1672 en que murió, y el que trabajó posteriormente Don Mariano Mari (Marí), comensal de la misma; no he querido que pereciese mi trabajo, y así me he propuesto formar este catálogo con la debida extensión en algunos artículos, singularmente en los de los siglos XII y XIII, que son los más interesantes a la historia. Ocioso es prevenirte que no escribo panegíricos; y así supuestas las virtudes pastorales, y el desempeño de sus obligaciones, diré lo que la historia desea para su ilustración. La causa porque paso de largo sin detenerme en la descripción de los concilios que se celebraron, diré otro día por no anticiparte importunamente una pesadumbre. Dejando, pues, aparte el estado antiguo de esta iglesia, en que nada me ocurre que añadir a lo dicho por el P. Flórez, la serie de los Arzobispos de Tarragona en su estado moderno, no debe comenzar sino desde que recobrada la ciudad por los Cristianos se restituyó igualmente el título de Arzobispo Tarraconense. Y aunque en el siglo X hubo un Obispo en Vique, a quien se concedieron los honores de Metropolitano Tarraconense, mas esto no fue restauración de esta iglesia, sino unión de ella a la de Vique; en cuyo Obispo para comodidad de la provincia, se depositó la jurisdicción de Metropolitano. Restauración propiamente dicha de la Silla y dictado de Arzobispo Tarraconense, no la hubo hasta fines del siglo XI, como dejó sólidamente demostrado el P. Flórez en el tomo XXV. Esta es la época que siguen todos los Necrologios y Archiepiscopologios que he registrado en este archivo para numerar sus Prelados modernos. Y así no extrañes que me descarte de la cuenta que otros siguen, y que ponga por primer Prelado después de la dominación de los Árabes, a
Don Berenguer Seniofredo o de Rosanes, Catalán, Obispo de Vique: el cual acordándose que uno de sus antecesores había obtenido el honor de Metropolitano Tarraconense, intentó honrar segunda vez su Silla con esta prerrogativa. Hallábanse ya en mejor estado las cosas de los Cristianos, que al fin habían llevado sus conquistas hasta Villafranca de Panadés; pero estaba todavía subyugado de los Moros el campo de Tarragona, y esta ciudad experimentaba aún el furor de un enemigo que se ensangrentaba hasta con las ruinas de la nobleza antigua. No desmayó con esto el Prelado; antes enardecido con el favor de la restauración total, hizo un viaje a Roma, para tratar con el Papa Urbano II lo que en aquel negocio convenía. Logró, pues, que aquel Pontífice escribiese a los Condes y Señores que había en estas provincias, alentándoles a la empresa con la esperanza de ganar las mismas indulgencias que en las cruzadas se solían conceder. Produjo esto el buen efecto deseado, y en el año 1089 se ganó por los Cristianos toda la tierra, desde Villafranca de Panadés hasta Coll de Balaguer, arredrando a los Moros en los montes de Prades, donde tenían los castillos de Ciurana, Escornalbou y Albiol. Con esto quedó la ciudad y el campo de Tarragona por los Cristianos, no para poseerle pacíficamente, que los Moros no cesaron en sus correrías, tanto, que aún en 1108 decía con razón el Papa Pascual II que nadie se atrevía a vivir en Tarragona. Mas con todo esto, en el año 1091 se supone verificada la restauración de esta ciudad en la bula de Urbano II, expedida para confirmar a Don Berenguer la posesión de su iglesia. Diré algunas de sus expresiones: libertatesque et consuetudines, quas novis Tarraconensis urbis colonis promulgasse cognoscitur (Berengarius Barchinon. Comes), collaudamus et rata manere authoritate nostra decernimus … Tarraconensem urbem ac populum; Domino ibi aspirante collectum, sub Apostolicae Sedis tutela suscipimus … A este tenor hay otras expresiones, que dan a entender que estaba ya conquistada, y aun poblada ese año la ciudad: aunque por lo expuesta que quedó a los insultos de los Moros cercanos, no pudiese mantenerse ni tratarse de la total restauración de su iglesia. Y si porque en algunos documentos posteriores se habla de restaurar a Tarragona, hemos de decir que todavía no estaba conquistada en este año 1091, también deberemos decir lo mismo respecto del año 1148, en que el Arzobispo Don Bernardo confirma a Roberto la donación de San Olaguer, ad restaurationem, dice, Terraconensis ecclesiae et civitatis: lo cual es un absurdo, porque ya entonces se conquistó Tortosa, y Tarragona estaba en pacífica posesión de los Cristianos. Así que, la palabra restauración aquí se debe entender por total perfección, no por conquista.
Con la misma carta envió el Papa al Arzobispo el palio, como se ve en la copia que publicó Flórez. No sé con qué motivo alarga Blanc este privilegio al año 1094. Nada diré del censo que en esta bula supone el Papa, prometido por el Conde Don Ramón a la Sede Apostólica, de cinco libras de plata anuales, como en feudo al patrimonio de San Pedro, ni del ningún influjo que tuvo Don Bernardo, Arzobispo de Toledo, en la restauración de Tarragona, porque esto ya lo trató de propósito el P. Flórez. Por documentos hallados posteriormente, consta que el de Toledo, como Legado Apostólico, impidió a nuestro Arzobispo la celebración de un concilio provincial, y que él vino a tenerlo y presidirlo en la iglesia de Vique, como se dirá en su lugar. Mas también consta que en la conquista y población de Tarragona, los que se ofrecieron a ello trataron solamente con nuestro Arzobispo, entregándole a él, como encargado de la expedición, los rehenes y fianzas de sus promesas. De esto se habló ya con más extensión en el Viaje a la iglesia de Vique.
Conservó este Prelado la iglesia de Vique, de lo cual no se infiere que Tarragona estuviese todavía por conquistar, sino sólo la pobreza de la nueva iglesia, así como se verificó en el sucesor San Olaguer.
El año de la muerte de este Prelado está muy dudoso en los escritores. Sábese que asistió al concilio de Nimes de 1096, donde contestó a las quejas que contra él dio el Abad de Ripoll. Uno de los Cronicones que
te envié de la iglesia de Tortosa fija su muerte en el año 1098 (a: El P. Flórez, hablando de la iglesia de Vique, dice que vivió hasta el enero del año 1100. Pero es evidente que en la bula con que el Papa Urbano II, a fines del año anterior, confirmó la canónica Ausonense, le supone ya difunto. Y así es innegable que murió en el enero de 1099, constando que hasta poco antes de ese mes estaba vivo. (V. Viaje de Vique.)).
A este Prelado, dice el Cardenal Doria que sucedió Don Raimundo Tarrago, Obispo de Barcelona. Omítenlo los señores Agustín, Terés y Llinás, y aun el Papa Gelasio II, en la carta en que confirió a San Olaguer el arzobispado de Tarragona, no le señala otro antecesor que el ya dicho Berenguer. Según esto debió de estar vacante muchos años esta Silla, lo cual nada tiene de extraño en la turbación y revueltas de aquellos tiempos. Como sea, el sucesor de este primer Prelado fue
San Olaguer (Olegario u Oldegario), nacido en Barcelona hacia la mitad del siglo XI. Fue canónigo de aquella iglesia y su Prepósito en 1093. Muy poco después se hizo canónigo reglar en el monasterio de San Adrián, donde era ya Prior en 1095, y lo fue hasta después de 1108, en que con deseo de mayor perfección pasó al convento de San Rufo en Aviñón, casa matriz de algunos que en nuestras provincias se fundaron del mismo instituto. Poco tardaron en hacerle su Abad los de aquel monasterio, dignidad que obtuvo hasta 1116, en que viniendo a Barcelona acompañando a Doña Dulce, Condesa de Provenza y mujer del Conde Don Ramón Berenguer III, le propuso este Príncipe para Obispo de aquella capital. Antes de cumplirse el año de aquella dignidad, ya le eligió el mismo Conde para Arzobispo de Tarragona. Era a la verdad el más a propósito para la restauración de esta ciudad, tan deseada de todos. Porque su virtud y doctrina y el respeto con que por ambas cosas era mirado de los Pontífices y Reyes, le proporcionaban repoblar pronto una metrópoli tan insigne y darla el lustre que merecían sus grandezas antiguas. Para que entendiese en esto con más ahínco, le hizo el Conde donación para sí y sus sucesores de la ciudad y campo de Tarragona a 23 de enero de 1117. En este documento, publicado por Marca, Flórez y otros, no da el Conde a nuestro Santo el dictado de Arzobispo Tarraconense, sino el de Obispo de Barcelona, porque todavía no le había confirmado el Papa; ni esto se verificó hasta el 21 de marzo de 1118, en que recibió personalmente de Gelasio II, que a la sazón se hallaba en Gaeta, la confirmación y el palio y todos los derechos de Metropolitano. En este documento, que hallarás en los escritores citados, verás que el Papa llamó al Santo, Obispo de Barcelona, cuya silla retuvo por la pobreza de la de Tarragona; y que por la misma causa se le concedió que cuando se conquistase Tortosa, fuese reconocida por parroquia suburbana de Tarragona, hasta que esta metrópoli recobrase su antiguo esplendor. Lo cual se verificó por algún tiempo, como diré después.
Aplicose el nuevo Prelado a la restauración de su esposa, y a pesar de la asistencia a los concilios de Tolosa y Reims, celebrados en 1119, al de Letrán en 1123, y a los de Clermont y Carrión en 1130 y a algunos más, y de otros graves cuidados que le ocuparon entonces, atrajo muchos pobladores a la ciudad y comenzó a disponer otras cosas útiles. El crédito que adquirió en aquellos célebres congresos, señaladamente en i el Lateranense, le acarreó el honor de Legado à latere, con que le honró el Papa Calixto II: Y porque estas y otras ocupaciones no le apartasen de su principal objeto, que era Tarragona, ni quedase descuidada su restauración por atender a estos vastos objetos, después de haber procurado que en un concilio de Narbona de 1127 se estableciese la cofradía de contribuyentes al mismo objeto, (V. Flórez, tom. XXVIII, pág. 198), tomó el partido de dar en feudo esta ciudad y su campo a Roberto de Culeio, llamado también Burdet y de Aguilón. Era este un caballero de Normandía; que vino como otros a la guerra sagrada de España contra los infieles; el cual pareció muy a propósito, así para atraer muchos pobladores de su país, (N. E. ¿Y cómo se entendían con los catalanes?) como para defender con valor la ciudad de las correrías de los Moros. Así que el Santo Arzobispo, con acuerdo del Conde Don Ramón III, hizo a Roberto Príncipe de Tarragona, dándole la ciudad y su territorio con los mismos límites como los había recibido del Conde, reservándose las décimas y primicias y todos los derechos eclesiásticos. Roberto recibió este don en feudo, y en la misma escritura, que se firmó a 14 de marzo de 1128, hizo juramento de fidelidad al Arzobispo y sus sucesores. Ambas cosas hallarás en el documento copiado por mí mismo del original de este archivo, porque la copia que publicó el padre Flórez está muy viciada, como verás si tienes la paciencia de cotejarla con la mía que ya te envié.
Aprobó todo esto el Papa Honorio II, y apenas hubo entonces quien no aplaudiese esta resolución, la cual en efecto fue acertada, porque Roberto pobló mucho la ciudad con gentes extrañas que atrajo a ella; y el canónigo Blanc dice haber visto algunos establecimientos hechos por él en el año 1150 junto a un castillo o lugar llamado de los Poitiers. Mas las resultas que esto tuvo en adelante no fueron muy favorables a los sucesores de San Olaguer, como veremos en su lugar.
Desembarazado ya el Santo con esta disposición del cuidado temporal de la ciudad, pudo atender a los graves y urgentes negocios que por otras partes le rodeaban. Por lo tocante a esta ciudad, es cierto que ella le debe la reedificación de sus muros, los cuales consta que había durante la ausencia que hizo el Príncipe Roberto a Normandía, pues de este tiempo se cuenta que su mujer (a) defendió la ciudad con valor, cuidando de la defensa y reparo de los muros con espíritu igual al de su marido.
(a) Comúnmente dan a esta señora el nombre de Sibilia o Sibila. Si no fue este segundo nombre o apellido, debió ser la primera mujer de Roberto, muerta antes del 1148, porque desde ese año en varios documentos que envío, ya suena su mujer Inés, que sobrevivió a su marido, muerto antes de 1160, y cuyos hijos fueron Guillermo, Roberto y Ricardo. La noticia de este último he hallado posteriormente en un documento del monasterio de Santas Cruces del dicho año 1160. También es indubitable que este Prelado quiso comenzar la fábrica de la catedral. A lo menos Pons de Icart, en su libro Grandezas de Tarragona, dice que como las facultades no le bastasen para tan grande obra, solicitó del Papa Inocencio II, en el año 1131, una bula, para que los sufragáneos contribuyesen a los gastos de la fábrica. Sin embargo, yo creo que nada hizo en esta parte, como ya dije en mis Cartas anteriores. Las glorias y grandezas de este Santo Arzobispo se hallan escritas en varias obras, y también sus milagros. De alguno de ellos hablaba el Conde Don Ramón IV en la carta al Papa Adriano IV, que te envié copiada desde Tortosa, cuando le decía que su Nuncio, el maestro Seguí, informaría a S. S. de algunos puntos particulares de revelatione, scilicet, B. Ollegarii, olim patris vestri … El Papa había sido monje de San Rufo, y San Olaguer su Abad. Murió este Santo Prelado en Barcelona, día 6 de marzo del año 1137, según nuestra cuenta, a los 76 de su edad.
La sobredicha carta del Conde Don Ramón, que pertenece a los años 1155, es una prueba nueva de la veneración con que fue mirado este Santo Arzobispo, pues vemos que ya le llaman Beato. Otra prueba es el concilio de 1149, que citaré más abajo. He logrado copia de un sermón inédito del mismo de Adventu Domini, el cual existe en el archivo de Uclés, manuscrito en pergamino de aquel tiempo, según lo asegura Don Juan Antonio Fernández, archivero general de la orden de Santiago, que lo copió (a: Ap. núm. XX). Le sucedió
Don Gregorio, cuyo apellido se ignora, y sólo se sabe que era antes Abad del monasterio de San Miguel de Cuxá, y que fue el primer Arzobispo de está metrópoli que presidiese con sólo su título. Tampoco se puede averiguar con certidumbre el año en que comenzó su pontificado. Dicen que no recibió el palio hasta el año 1144, y que por esta razón en las cortes que celebró en Gerona el Conde Don Ramón Berenguer IV el año 1143, subscribió con el dictado de electo Tarraconense, junto con los Obispos Dodo de Huesca, Bernardo de Zaragoza, Raimundo de Vique, Berenguer de Gerona, y Guillermo, electo de Roda, y varios Abades y nobles del reino. Esta también sería la causa porque en 1139 el Capítulo de Barcelona pidió la confirmación de su Obispo Don Arnaldo a W., Arzobispo de Arlés y Legado de la Sede Apostólica, como se dijo en su debido lugar. El Papa Lucio II, que fue el que le dio el palio, hace en su carta mención de haberlo dado igualmente a Don Berenguer de Vique y a San Olaguer: confirmó también la donación el Conde Don Ramón y todas las concesiones Apostólicas precedentes. Nada más se sabe de este Arzobispo, cuyo pontificado fue breve. Su muerte pone el Necrologio de esta iglesia día 25 de marzo de 1146. Uno de los Cronicones inéditos de Tortosa pone en la era MCLXXXII, año 1144, la muerte de Guillermo, Arzobispo de Tarragona: acaso puso Guillermo en lugar de Gregorio. El de Ripoll le llama Gregorio, y pone su muerte en ese año. Poco tardó en sucederle
Don Bernardo Tord o Torts, Catalán, como parece por el apellido que acá es frecuente. Otros quieren que sea Francés por haber sido canónigo de San Rufo en Aviñón, como si en aquel monasterio sólo fuesen admitidos los naturales del país. Lo que no es inverosímil es que fuese discípulo de San Olaguer, cuando gobernó como Abad aquella casa. Este gran Prelado, a quien más que a todos es deudora la iglesia de Tarragona, fue promovido a esta Silla por el Papa Eugenio III en mayo de 1146 y juntamente recibió la confirmación de todas las donaciones hechas a su iglesia hasta aquel tiempo, aunque en esta clase fue mucho más completa la bula que expidió el Papa Anastasio IV a 25 de marzo del año 1154, a que suscriben todos los Cardenales, y donde se señalan todas las iglesias sufragáneas entonces de esta metrópoli: es a saber, Gerona, Barcelona, Urgel, Vique, Lérida, Tortosa, Zaragoza, Huesca, Pamplona, Tarazona y Calahorra. Del mismo Papa Anastasio y del mismo año es el breve Apostólico con que obligó al Obispo de Barcelona a restituir o indemnizar a la Silla de Tarragona por la ocupación de las iglesias de Siges (Sitges), de Ribes, de Cubells, de Gisaltrud (Geltrú) y otras, y al Obispo de Vique por las de Santa Coloma de Marca, de Caralto (Queralt), de Aquilons, de Loraco, de Avellano y otras; las cuales, como dice el Papa, habían ocupado aquellos Obispos en el tiempo del cautiverio y desolación de Tarragona.
Volviendo ahora a los hechos de nuestro Arzobispo; el primero y más insigne es la celebración de un concilio provincial que le atribuyen después del de junio de 1146. In eo, dice Pedro de Marca, (Marc. Hispan. col. 499), inter coetera institutum est symbolum quod dicitur confratria, cuius se confratres statuerunt Eugenius Papa III et S. Bernardus, Abbas Clarevallensis. Hay quien dice que este symbolo fue un cuerpo de doctrina contra los errores de los Arnaldlstas, pero basta una tintura de la lengua latina para entender que lo que estableció el concilio fue una cofradía que indubitablemente fue la cruzada, predicada ese mismo año por San Bernardo contra los infieles de Oriente. Pinio en las Actas de los Santos (mens. aug. t. IV. pág. 189) habla del concilio Carnotense celebrado en el mismo año, y para el mismo efecto. San Bernardo hace mención de él en su epístola 256. ¿Quién sabe si se ha tomado Tarraconense por Carnotense, no habiendo por otra parte memorias de tal concilio de nuestra iglesia en los Historiadores?
Acaso será menos dudosa la existencia de otro concilio provincial celebrado en 1149, cuya noticia daré copiando las palabras con que habló de ello Don Juan Antonio Fernández, archivero general de la orden de Santiago en carta de Zaragoza, 10 de abril de 1799. "San Olegario, dice, como Metropolitano aprobó y confirmó una constitución de concordia establecida entre las iglesias de Tarazona y Tudela el año 1135. Ocurrieron sobre su observancia algunas diferencias entre ambos Cabildos, y para dirimirlas los convocó y citó el Arzobispo Don Bernardo para Jaca, donde celebró un concilio a que asistieron los Obispos de Barcelona, Calahorra, Oloron, el Arzobispo de Aux, et aliorum plurium virorum religiosorum tam Abbatum quam coeterorum, y por consejo de todos se determinó que se observase inviolablemente la referida concordia o establecimiento que había confirmado S. Oldegario.”
Esto fue en 1149. Hasta aquí el citado señor Fernández; el cual añade que aquí ya se dio título de Santo a San Ollegario, tres años antes de la primera memoria que produjo el P. Flórez de este dictado. Noticia excelente por cierto, si este hábil archivero nos hubiera comunicado la fuente donde la bebió. Sépalo el público, sin embargo, por si hay algún curioso que se empeñe en apurarla.
A los dos años de consagrado nuestro Prelado, acompañó al Conde Don Ramón en la empresa contra Tortosa. Durante aún el sitio de aquella ciudad suscribió nuestro Arzobispo algunas donaciones del conquistador, y él mismo admitió la de la iglesia de Tortosa, de sus diezmos y primicias, y de dos hornos, uno para la mesa pontifical, y otro para la de los canónigos. De este documento desconocido hasta ahora, te di ya noticia en las cartas que dirigí desde Tortosa. Es notable que después de decir el Conde: et tibi Bernarde, Tarraconensis Archiepiscope, añade, ac Dertusensis, concesione Romani Pontificis, Episcope. Alude esto a lo establecido por el Papa Gelasio II en la carta dirigida a San Olaguer año 1118, en que mandó que cuando fuese conquistada Tortosa, quedase su iglesia como parroquia suburbana de Tarragona, hasta tanto que recobrase esta metrópoli su esplendor antiguo, y entonces tuviese Tortosa su Obispo propio. Gozó Tarragona de este privilegio hasta el mes de agosto de 1151, en que nuestro Prelado consagró al primer Obispo de Tortosa, llamado Gaufredo. También fue nuestro Don Bernardo el que compuso el reñido pleito entre la iglesia de Tortosa y los Templarios de Amposta sobre el campo de San Juan. Las cartas y documentos sobre esta materia envié ya desde aquella ciudad.
Del mismo año 1148, a 9 de febrero es la confirmación que hizo al Conde Roberto de Culeio, de la donación que le había hecho San Olaguer. En esta pone ciertos pactos que no se hallan en la donación primera. Entre ellos se retuvo la quinta parte de todos los derechos que por razón de su dominio percibiría Roberto. De este conseñorío del Arzobispo y de Roberto, queda una muestra en la escritura, que va copiada, de las franquicias que se concedieron a los habitadores de Tarragona (a: Ap. núm. XXI.). Poco después Roberto, por consejo de su mujer Inés y de su hijo Guillermo, cedió al Arzobispo, y sucesivamente al Conde Don Ramón de Barcelona, las dos terceras partes de Tarragona y su campo, achacando que no podía cumplir lo pactado. Pareció, y era así la verdad, que no cumpliendo los pactos quedaba deshecho el convenio que sobre ellos se fundaba, mayormente cuando contra lo expresado en él, ponía Roberto justicias y tomaba las armas sin consentimiento del Arzobispo, haciendo otras extorsiones y exigiendo derechos que no debía. En consecuencia de esto dio el Arzobispo al Conde Don Ramón la ciudad y territorio, del mismo modo que antes los había dado al Príncipe Roberto, y el Conde comenzó con esto a llamarse Príncipe de Tarragona. Fue esto en 1151 (a: Ap. núm. XXII). Más adelante volvió el Conde a la iglesia todo lo recibido. Los hijos de Roberto negaron después que se hubiese hecho tal cesión de las dos terceras partes, y fue preciso requerir sobre ello a los testigos; de lo cual he copiado dos instrumentos apreciables (b: Aps. núms. XXIII y XXIV.). Las resultas fatales de los resentimientos de Roberto con esta ocasión se verán en el pontificado siguiente.
El gran deseo que tenía este Prelado del bien de su esposa, le obligó a entender en el establecimiento y orden que debía dar a su clero, cosa que sus antecesores no hicieron. Y así en el año 1154 a 31 de octubre hizo la constitución de la vida reglar de San Agustín que debía observarse en Tarragona, de la cual hablé ya en mis cartas anteriores. Los bienes que al estado e iglesia resultaron de este establecimiento, fueron iguales a los que percibieron de otros cuerpos del mismo instituto. Lo cierto es que para los extravíos e ignorancia del clero, no había otra medicina más oportuna que aplicar, que la vida canónica y religiosa. Movíale a esto con particularidad el deseo de continuar en su profesión que había comenzado en San Rufo, cuyas costumbres introdujo acá. Desde esta época vivió con sus canónigos en la fortaleza que él había edificado para salvarse de los piratas Sarracenos. Dicen que trajo algunos canónigos de Aviñón; yo sólo hallo uno llamado Durando, el cual suscribe con el dictado de canonicus Sancti Ruphi, en la confirmación que dije arriba hecha al Conde Roberto en 1148. Acaso había ya fallecido antes del tiempo de esta constitución que decimos, en la cual no firma como parecía regular, ni tampoco en la donación que hizo el mismo Prelado el día 30 de junio de 1159, en que dio para el vestuario de los canónigos la villa de Reus con su iglesia y la de San Fructuoso en Tarragona. Tengo copia de este documento, como de otros muchos que cito aunque no lo diga. En el año 1155 hizo venir algunos monjes del monasterio de San Pedro de Besalú, para que predicasen por estas tierras, y con su ejemplo fomentasen la práctica de la virtud, tan necesaria a la prosperidad de los pueblos. Dioles la iglesia de Santa María Magdalena, que se derribó en el sitio de esta ciudad de los años 1644. Como eran tan unos los sentimientos de este Prelado con los de Gaufredo, Obispo de Tortosa, y tan uniforme la vida de ambas iglesias, fue muy fácil establecer entre ambas la hermandad de que ya hablé, tratando de aquella iglesia. Sucedió esto en 1158. También es del tiempo de este Prelado, y acaso obra suya, la famosa carta que hizo el Conde Don Ramón estando en Gerona a 6 de agosto de 1150, año XIV del Rey Luis el Joven, en que revocando la costumbre que hasta entonces regía, permite que los bienes de los Obispos que muriesen, queden intactos para sus sucesores, como lo había prometido, estando para emprender la conquista de Almería. Va el documento (a: Ap. núm. XXV.). (N. E. Poco duró la conquista de Almería, que volvió a poder de los Moros.)
Muerto este Príncipe en 1162, su mujer doña Petronila escogió a nuestro Arzobispo por su Legado para dar cuenta al Rey Enrique de Inglaterra de este suceso, y de como quedaban bajo su protección los estados e hijos del difunto. En el desempeño de encargo tan honroso le alcanzó la muerte en el año siguiente 1163, día 28 de junio; época que fija el Necrologio de esta iglesia. En la Marc. Hispan. col. 509, se refiere que muerto este Prelado, el Papa Alejandro III, a 26 de julio del mismo año, prohibió al Arzobispo de Toledo ejercer ningún acto de jurisdicción en la provincia Tarraconense. Parece que dio motivo a esto la consagración de un Obispo electo de Pamplona, el cual compareció en el concilio de Turon, celebrado en ese año, junto con otro Obispo de la misma Silla, consagrado por su legítimo Metropolitano de Tarragona: ambos fueron privados de aquella iglesia y elegido un tercero. En Tarragona sucedió al difunto
Don Hugo de Cervelló, Catalán, de nobilísima familia y Sacrista de Barcelona. Poco antes había acompañado al Conde Don Ramón en su viaje a Lombardía, y había sido testigo de su testamento ordenado en el Burgo de San Dalmacio, cerca de Génova, como consta de la publicación de dicto testamento, hecha en Huesca a 11 de octubre de 1162, donde entre las suscripciones se lee: Signum Hugonis de Cervilione, Barchinonensis Sacristae, qui huic testamento interfui apud Sanctum Dalmatium et huius rei testis sum, et sicut vidi et audivi, ita verum esse manu propria rogatus juro et affirmo per Deum et haec sancta …
Entre las mandas del testador se halla la siguiente: Et Hugoni de Cervilione (dimissit) mille aureos in suo pignore de Villamaiore quam ei iam supposuerat pro suo debito. Sin duda fue electo Arzobispo dentro de pocos días, pues a 14 de junio del año 1163, ya suena con este dictado en las cortes de Barcelona, en que fue alzado por Rey Don Alfonso.
En un breve que le dirigió el Papa Alejandro III le habla así: Quia necessitatibus tuis paterna sollicitudine providere nos convenit, totum beneficium, quod a Barchinon. ecclesia, et a Ven fratre nostro Will. ejusdem ecclesiae Episcopo hactenus habuisti, ad sustentationem tuam in vita tua tibi concedimus. La fecha es: Dat. Senone VII. kal. julii (a: Ap. núm. XXVI.), sin año, como se observa en la mayor parte de los breves de Alejandro III. Mas es cierto que aquel Papa, celebrado un concilio en Turon en la Pentecostés de 1163, luego pasó a Senonas, y que allí permaneció año y medio. Así que téngolo por del mes de junio de 1164, con lo cual se compone bien lo que el Papa supone que ya le había confirmado en el arzobispado de Tarragona, y que todavía no lo fuese en 1163. Era ardiente en las guerras contra los Moros. En el año 1165 se supone erigida la iglesia colegial de canónigos reglares de San Agustín con la advocación de San Miguel, en el monte llamado de Escornalbou, vecino a esta ciudad: otros adelantan esta fundación al año 1162, cosa que no puedo admitir siendo cierto, como lo es, que la donación de aquel lugar fue hecha por el Rey Don Alfonso a Juan de San Baudilio, electo Prior de la nueva colegiala por nuestro Arzobispo Don Hugo: y ni aquel Príncipe ni este Prelado comenzaron sus gobiernos hasta muy adelantado el año 1163.
Dudas a cada paso, que tal vez cesarán en la visita que pienso hacer a aquel monasterio. La causa de esta erección fue querer ahuyentar los Moros y gente forajida de aquellos bosques, desde donde les era fácil talar y cautivar y hacer otros daños en el campo de Tarragona. Se estableció allí la vida reglar bajo el pie en que lo estaba ya en esta ciudad, y se concertó hermandad entre ambas iglesias. El Prior de la nuevamente erigida debía ser un canónigo de la de Tarragona, elegido por tres canónigos de cada uno de los Capítulos con el Arzobispo. Así duró hasta 1219 en que el de Tarragona cedió al Arzobispo este derecho, y con autoridad Apostólica de Honorio III quedó unido aquel priorato a la mitra hasta la extinción de dicha colegiata, verificada a mediados del siglo XVI. Y aunque en todo ese tiempo el Arzobispo era el Prior de Escornalbou, suena en los actos judiciales Prior de aquella casa, que sería como superior o más bien Prior claustral. Pasó después el monasterio a serlo de los Padres de la orden de San Francisco, que hoy lo habitan. Los canónigos de la nueva colegial se intitulaban en latín Canonici Cornubovis (cuerno buey, bou, toro) y Cornubovenses, como ya lo habrás advertido en algunas donaciones y escrituras que he enviado pertenecientes a la iglesia de Tortosa.
D. Hugo dio a N. Calbó en 11 de abril de 1169 una heredad junto a esta ciudad, la cual aún hoy día es conocida con el nombre de Mas Calbó. Así la donación como la casa es digna de memoria por haber nacido en ella el célebre Obispo de Vique San Bernardo Calbó, que floreció en el siglo XIII, y fue canónigo de esta iglesia y Vicario general. Celebró también concilio en 1170, ignorado, pero cierto.
Por el testamento (a: Ap. núm. XXVII.) de nuestro Arzobispo se sabe que hizo o intentó hacer un viaje a Roma, y que era Legado de la Sede Apostólica, aunque el Papa Alejandro III no le da este título en las cartas que escribió con ocasión de su muerte, lo cual hizo Celestino III en semejante ocasión hablando de Don Berenguer Villamuls, como veremos. Todo lo demás que hay que contar de este pontificado pertenece al desastrado fin que le tenía guardado la Providencia.
Ya dijimos arriba que Roberto, Príncipe de Tarragona, había hecho donación de las dos terceras partes de la ciudad y su término al Conde Don Ramón y al Arzobispo e iglesia; mas arrepintiéndose luego la mujer e hijos de Roberto, comenzaron a negar la existencia de tal donación y a recobrar por la fuerza lo perdido. Tuvo necesidad el Conde de requerir a los testigos para que hiciesen en pleno juicio y corte una deposición de lo que habían en esta parte presenciado. En este instrumento, cuya copia ya se envió, se ve que el Príncipe Roberto había fallecido antes de 1162 y aun antes de 1160, como también consta de una donación de su mujer Inés, hecha al monasterio de Valldaura en ese año. El Arzobispo Don Hugo resistió como pudo a las violencias que la mujer e hijo del difunto ejecutaban en algunos lugares del campo de Tarragona; y por excusar quejas voluntarias y terminar con la justicia un negocio tan odioso, le puso en el tribunal real, y después de una sentencia dada en Tortosa, apelaron y fueron citadas las partes a Tarragona, donde en presencia del Rey y de Guillermo de Montpeller con toda la corte, en que se hallaban Guillermo, Obispo de Barcelona, P. de Vique, P. de Zaragoza, S. de Huesca, P., Sacrista de Vique, y los nobles Arnaldo de Castellvell, G. de San Martí, Miro, juez de palacio y otros muchos, fue sentenciado que la cesión hecha por Roberto y su mujer de las dos terceras partes de Tarragona al Arzobispo y Conde Don Ramón era firme y valedera: que Guillermo de Tarragona, hijo de Roberto, diese satisfacción al Arzobispo del agravio que le había hecho estableciendo justicias en la ciudad y territorio sin su consentimiento, y estuviese a lo pactado en este artículo: que Guillermo no tenía derecho para percibir chestas, toltas, forcias, y que indemnizase a los agraviados con lo que por este título había recibido: que tampoco debía tomar armas sino para defender la ciudad y territorio, o con precepto del Arzobispo o del Rey: y por último, que la villa de Constantins (Constantí) quedase libre para el Arzobispo e iglesia. Otras cosas se resolvieron en este juicio, del cual he hallado una copia del mismo tiempo, y de ella me he servido para entender y fijar el estado de esta causa (a: Ap. núm. XXVIII). Dicen que esto fue hacia el año 1168. En la col. 1352 de la Marca Hispan. hallarás una carta del Rey Don Alfonso a Guillermo de Tarragona, en que le reprende ásperamente de su mal proceder, y por su contexto se confirma el de la sentencia que he dicho. Tras esto Guillermo, aconsejado o estimulado por su mala madre, hizo que su hermano Roberto pusiese en práctica el proyecto horrible de asesinar al Arzobispo. El lugar y las circunstancias del hecho nos son desconocidas. Algunas de ellas se pueden colegir de la carta de Berenguer de Tarragona al Rey Don Alfonso, que trae Marca (loc. laud. col. 1353); sólo sabemos que la ejecutaron en el mes de abril de 1171, y que a 17 de dicho mes murió el celoso Arzobispo de resultas de las heridas recibidas, habiendo antes ordenado su testamento. Así murió este Prelado el mismo año y por la misma causa que Santo Tomás Cantuariense (Canterbury). Dicen que el Papa Alejandro III escribió varias cartas con esta ocasión. Yo sólo he visto una original dirigida al sucesor Don Guillermo y a los sufragáneos, encargándoles que exhortasen al Rey a que no consintiese permanecer en sus dominios a los agresores; y que en caso de resistencia pusiesen entredicho en todo el reino (a: Ap. núm. XXIX). Otras publicó Marca. Efectuose el destierro, como lo asegura el epitafio de este Prelado, cuyos huesos se trasladaron a una urna de mármol, elevada en la pared del crucero, junto a la capilla de Santa Bárbara, en la cual, entre las armas de un ciervo azul en campo de oro, se esculpió la inscripción siguiente: Obiit Reverendus Pater Dominus Hugo de Cervilione, quondam Archiepiscopus hujus sanctae ecclesiae XV kals. madii, anno Domini MCLXXI, cujus ossa in hac tumba sunt condita, et quem Robertus, Princeps Terrachonae, ejus et ecclesiae vasallus, interfecit; propter quod ipse, et Berengarius ejus frater, mater quoque ipsorum, qui in ejus mortem una cum filiis fuerant machinati, de toto regno cum tota sua progenie per edictum regium expulsi sunt, et bonis suis privati. Anticum quoque epitaphium hoc erat: “Hugo magis voluit perire, quam jura perirent.” Aquí se supone que el hermano de Roberto el matador era Berenguer, no siendo sino Guillermo, ambos hijos de Roberto e Inés. Es cierto que el padre tuvo un hermano llamado Berenguer, el cual influiría en aquel delito, mas el homicidio comúnmente se atribuye a Roberto el hijo. Escolano, lib. VII, c. 23, dice que el matador fue Roberto el padre, que todos los cómplices quedaron heredados en el campo de Tarragona, y que de ellos desciende la ilustre familia de Aguiló, Barones de Petres en Valencia. Esto último bien puede ser; pero lo primero carece de fundamento, como se ve por lo ya dicho. En el testamento, cuya copia ya envié habrás visto, se halla la noticia de haber este Prelado comenzado en Tarragona un hospital, y de que en su tiempo todavía no se había empezado la fábrica de la actual iglesia con la memoria de algunos deudos suyos. Sucedió a este Arzobispo
Don Guillermo de Torroja, Catalán, tal vez de alguno de los lugares de su apellido en este principado, promovido a esta Silla de la de Barcelona, donde había residido veintisiete años. Este es aquel Prelado de quien dije en el Episcopologio Dertusense que en el año 1162 era vicegerente y como testamentario del difunto Conde de Barcelona, Don Ramón Berenguer IV, en cuyo nombre y el del niño Rey Don Alfonso, hizo a la iglesia de Tortosa la donación que allí dije tan notable por todas sus circunstancias (a: Ap. núm. XXX). De donde se infiere lo estimado que era de aquellos Príncipes. No lo fue menos del Papa Alejandro III, y por ello fue juzgado el más a propósito para ocupar esta Silla en tiempos de tanta turbación. No se sabe precisamente el tiempo en que fue promovido a ella. Por una carta con que los canónigos de Barcelona le pidieron la confirmación de su Obispo Don Bernardo, consta que a 25 de junio de 1172 en que está fecha, ya era Arzobispo y Legado de la santa Sede Apostólica. Así que sin razón se le atrasa esta dignidad al 7 de junio de 1173. Tres cartas he visto que le escribió el Papa Alejandro III: una en que le da la facultad de excomulgar a los que retenían los derechos eclesiásticos, y en caso de restitución los daban a los monasterios, y no a la iglesia cuyos eran (a: Ap. núm. XXXI). Otra en que confirma la donación del Conde Don Ramón a la iglesia de Tarragona, y los diezmos y señoríos de los lugares de Stagno, Vite, Francolí, Constantí, Lentisclel y Reus (b: Ap. núm. XXXII), y la tercera en que aprueba lo que él mismo dio a esta iglesia en Lérida y Tortosa al tiempo de su conquista (c: Ap. núm. XXXIII): cosa que respecto de esta última ciudad no sé como componer con la posesión de propio Pastor en que ya estaba desde el 1151, cuando se concedió a Gaufredo, Obispo Dertusense, lo que antes se había dado a Don Bernardo Tarraconense, como ya dejo insinuado. Asistió nuestro Don Guillermo a las cortes de Fuente Aldara, como se ve en el documento que se publicó en la Marca Hispan. col. 1363. Fue esto en 1173, y del mismo año es la concordia que ajustó con el Rey Don Alfonso sobre los derechos de la ciudad de Tarragona, con acuerdo de los Obispos B. de Barcelona, Ponce de Tortosa, y G. de Gerona, y de los nobles A. de Torroja, Maestre del orden del Temple, A. de Castellvell, R. de Moncada, R. Fulco, B. Abad de San Félix de Gerona, G. de Jorba, A. de Villamuls, y G. de Belloc (a: Ap. núm. XXXIV). Poco después cedió el Rey todos los derechos que en la dicha concordia se había reservado. La copia que envío de todos estos documentos dirá mejor que yo lo que ellos contienen (b). El Necrologio de la iglesia coloca la muerte de este Prelado a 7 de marzo de 1174. Tiene su entierro al lado del que dije de su antecesor, y la inscripción que hay en él dice así: Obiit Reverendus Pater Dominus G. de Turre Rubea, quondam Archiepiscopus hujus sanctae ecclesiae nonis martii anno Dominicae Incarnationis MCLXXIIII, cujus ossa in hac tumba sunt posita. Tiene el escudo de armas una torre (N. E. rubea : roja; gules : rojo vivo) con almenas de gules en campo de oro. Le sucedió
Don Berenguer de Villamuls, Catalán, Abad que era de la colegiata de San Félix de Gerona. Dicen que fue confirmado por Alejandro III a 20 de junio de 1174. Lo que yo sé es que se llama todavía electo Tarraconense en 21 de marzo del mismo año en que firma la donación que hizo Don Alfonso II a los Templarios de la quinta parte de Tortosa, de esta manera: Berengarius, Abbas S. Felicis et Tarraconen. ecclesiae electus; y lo que es más, en febrero de 1175, en la concordia que hizo con él Don Alfonso sobre las compras que habían hecho ambos en el campo de Tarragona, es a saber, el Arzobispo del lugar de Arves de Alanzón, y el Rey en el lugar de Villagrasa. He visto original este documento y va copiado (a: Ap. núm. XXXVI). También se llama electo en una donación de Guillermo de Peratallada, Obispo de Gerona al monasterio de Ripoll en 1167. Mas con esto es claro que la suscripción de nuestro Arzobispo es posterior a la fecha de aquel documento. En 1177 le dio el Rey Don Alfonso el castillo de Albiol in monte Carbonario, de esta diócesi. Acaso
gratificó con esto parte de los servicios que le hizo acompañándole en la conquista de Cuenca. Asistió al concilio general Lateranense III, que celebró en 1179 el Papa Alejandro III, en que se condenaron los errores de los Albigenses y Valdenses. Del año 1180 es el concilio provincial, que se supone haber celebrado en Tarragona, en que se mandó que de allí en adelante no se calendasen las escrituras y actos públicos por los años de los Reyes de Francia, como antes se usaba, sino que se notasen sólo los años de la Encarnación de Jesucristo. Consta esto del único testimonio de los Cronicones Barchinonense y Masiliense, que lo aseguran. Nada queda
de este concilio, cuya memoria se omitió en el catálogo de Arzobispos que precede a las Constituciones de los señores Agustín y Terés. Por otra parte existen en los archivos que hasta ahora he visto, innumerables escrituras anteriores a esta época, que sólo tienen el año de la Encarnación, aunque no son pocas las que noten solamente los años de los Reyes de Francia. Así, abolida con la práctica aquella costumbre, fue fácil establecer la ley, y más fácil observarla. En 1181 recibió este Cabildo del Papa Lucio III la facultad de oír y juzgar en Sede vacante las causas de los sufragáneos (a: Ap. núm. XXXVII.). Del mismo, a 27 de julio, es la constitución que hizo nuestro Prelado con el Cabildo para que el número de canónigos no pasase de diez y ocho, porque con los gastos necesarios a los vasallos contra las piraterías de los Moros, estaba exhausta y muy pobre la iglesia. Poco después los Legados pontificios aumentaron hasta treinta dicho número, de lo cual nacieron quejas y nuevas constituciones, de que ya hablé días pasados. En 1182 consagró la iglesia Ulianense en Ampurias, cuyas actas se hallan en el apéndice de la Marca Hispan.
Necesitaban entonces las iglesias de que se renovasen con frecuencia las bulas de la protección pontificia: y esta es la causa de hallarse muchas de ellas concebidas en los mismos términos por varios Papas consecutivos. Por lo tocante a esta iglesia he querido copiar y te he enviado la que expidió Clemente III el año 1188, aunque más se debió en esto al sucesor Celestino III (b: Ap. núm. XXXVIII.), como se dice en su lugar. Dicen que este Prelado hizo grandes bienes a su iglesia. Yo no tengo por exagerada esta expresión, mayormente habiendo visto y copiado la famosa constitución que hizo con su Capítulo a 1.° de agosto de 1193. En ella hace tantas donaciones y cesiones a la canónica; que más fácil será conocerlas por la lectura del documento que por mi relación. Por el afecto que tenía al mismo cuerpo, y como previniendo los males que de lo contrario resultaron después, mandó que el arcedianato y demás dignidades nunca se diesen a los clérigos seculares, sino sólo a los canónigos reglares profesos y habitadores de esta misma iglesia. Entre otras tiernas expresiones con que trata al Capítulo, copiaré aquí las siguientes: Pro hiis autem beneficiis et aliis pluribus et maioribus, quae, Deo volente, adhuc conferam ecclesiae, diligat me affectuose, et honoret me ecclesia tamquam pium patrem et bonum Dominum, et juvet me, tam in vita, quam in morte vigilanter et sollicite in orationibus suis et sacrificiis et coeteris spiritualibus bonis. No parece sino que el buen Prelado presagiaba la fatal suerte que le aguardaba con la muerte violenta que le dio poco después Guillermo Ramón de Moncada, casado con una sobrina suya, como lo aseguran los Cronicones que tengo inéditos y todos los Necrologios de esta iglesia y la de Tortosa. La causa del asesinato, que debió llenar de horror a esta iglesia, y aun a toda la cristiandad, estando tan reciente el otro, cometido en la persona del antecesor Don Hugo; la causa, digo, de este crimen refiere el ilustrísimo señor Don Félix Amat, Abad de San Ildefonso, en su Historia eclesiástica, lib. X, cap. VI, con estas palabras: “Dos familias nobles y poderosas se hacían cruel guerra al estilo de aquellos tiempos belicosos, y perturbaban varios pueblos del campo de Tarragona. El Arzobispo debía contener aquellos desórdenes, como Señor del país y en defensa de sus propios vasallos. Y cabalmente, uno de los principales autores era el marido de una sobrina suya, a cuya familia quería el Arzobispo y favorecía con distinción. Valiose, pues, de ruegos, amonestaciones y apercibimientos. Mas en fin, precisado a acudir a la fuerza, mandó prender a su sobrino, le tuvo cerrado algunos días y logró tranquilizar mucho los ánimos. Pero después el fiero sobrino, sorprendiendo al Arzobispo en un despoblado sin defensa, le mató a 16 de febrero de 1193.” Tomich refiere esto del modo siguiente: “Guillem Ramon de Montcada … pres consell dels dessus dits: dient los com lo Arcabisbe de Terragona: qui lavors era li havie feta na de que ell era cuidat morir com estave pres en poder den
Castellui. Car ell estan en dita preso, lo Arcabisbe li trenca la cama ab lo cep: que lo dit Guillem Ramon tenia en les cames: per quels pregava que li consellasen quen devia fer e los nobles dessus dits li consellarem quel matas: e axis com loy consellarem axis feu per obra. Car anant lo dit Arcabisbe per Ambaxador al Papa de part del dit Conte de Barcelona lo dit Guillem Ramon, e lo Vesconte de Cabrera li isqueran prop lo pla de Matabous qui es apres del castell de Montcada, e matarenlo: per la qual mort lo dit Conte en Ramon Berenguer deshereta lo dit Guillem Ramon de Montcada: el exella de tota sa terra: e lo dit Guillem Ramon anassen en Arago: o (e) aquí estigue.” Es notoria la equivocación de Tomich, que pone este suceso poco después de la toma de Tortosa, y en tiempo del Conde R. Berenguer, que murió en 1162. Por lo demás no es despreciable su texto. El matador era casado con Doña Guillerma de Castellvell, hija de una hermana de nuestro Arzobispo: era Vizconde XVII de Bearne, de Brulois y de Gavarreto. Su tío político le había dado en feudo varias tierras. Cometido el asesinato, se fue a Roma y alcanzó absolución del Papa por mano de Nicolás, Cardenal Tusculano (a: Ap. núm. XXXIX.), cujas actas publicó Marca (Hist. de Bearne), y murió arrepentido hacia el 1223. En la Marca Hisp. se asegura que esto sucedió cerca de Gerona, y el Papa Celestino III en la carta que luego diré, añade que el matador lo llevó allá engañado con el pretexto que su sobrina tenía que tratar con él cosas de importancia (b: Ap. núm. XL.). El testamento, que he visto original, cuenta que yaciendo herido en tierra el Arzobispo, se llegaron a él su capellán Guillermo Clemente, y Ferrer su notario, y después de haberse confesado y ordenado brevemente su última voluntad, fue herido segunda vez por los agresores, con lo cual acabó su vida. De este testamento, hecho de palabra, se hizo escritura VI. kalend. martii, anno MCXCIII, nona die post obitum Domini Archiepiscopi (c: Ap. núm. XLI.). De donde se infiere que debemos poner su muerte en 16 de febrero de 1194, según nuestra cuenta, porque entonces duraba el año 1193 hasta 25 de marzo del 94, y antes ya vimos que en 1.° de agosto de 1193 todavía era vivo. Trájose su cuerpo a esta catedral, y del lugar donde primero se depositó fue trasladado a la urna de piedra que hoy tiene junto a la capilla de San Cosme y San Damián con esta inscripción: “Obiit Reverendus Pater Berengarius de Villamulorum, quondam Archiepiscopus huius sanctae ecclesiae XIIII kals. martii, anno Domini MCXCIII, quem Guillermus Raimundi de Monte Catheno, proprius homo suus, et qui ab eo plura beneficia perceperat propiis manibus interfecit. Huic autor summae pietatis tantam contulit gratiam confitendi, quod in ipsa confesione, dum in eum persecutoris gladius insaniret, interfectori suo pepercit. Deum ad imitationem gloriosi Prothomartyris pro eo incesanter exorans. Ossa hujus cum exhumata fuerunt, a capite usque ad pedes manna albo, ut argentum relucente, cohoperta, et multum odorifera sunt inventa et in hac tumba posita.” Algunas expresiones de este epitafio son de la bula que luego dirigió el Papa Celestino III a todas las iglesias sufragáneas de Tarragona, fecha en Roma a 17 de junio de 1194, de cuyo contenido te enterarás por la copia adjunta (a: Véase el apéndice núm. XXXVIII.) Vacó esta Silla hasta fines del mismo año, entrando ocuparla
Don Raimundo de Castelltersol (a: Por las noticias que se publicaron de la iglesia de Vique consta que su apellido paterno era Xedmar) (: Xatmar), Catalán, Obispo de Vique desde el año 1185, confirmado por Celestino III a 17 de noviembre del mismo año 1194, según dicen. Lo que yo sé de cierto es que el día último del mismo mes está fecha la gran bula del mismo Papa en confirmación de todas las posesiones de esta iglesia con expresión de todas las que tenía en su diócesi y otras gracias. En ella envía el Pontífice el palio al nuevo Arzobispo Raimundo, y le concede en él algunos otros privilegios. Del mismo año es la providencia que a instancias de nuestro Arzobispo tomó el Rey Don Alfonso de Aragón contra los herejes Waldenses, llamados Pauperes de Lugduno, los cuales inficionaban sus reinos con varios errores. Firmose el edicto en Lérida en octubre de 1194. De noviembre del mismo año es el privilegio de salvedad que dio este Príncipe en favor de esta metropolitana, a la cual dice que ya estaba obligado a proteger utpote mater omnium ecclesiarum regni nostri: expresa también los límites de su jurisdicción a flumine Gaiano (riu Gaià; río Gaiá o Gayá) usque ad collum de Balaguer. Está fecho en Tarragona per manum Columbi notarii. De allí a tres años, a 8 de julio, creó el Arzobispo la dignidad de la precentoría, uniéndola a un canonicato, según lo dispuesto por sus antecesores; y así perseveró hasta los tiempos del señor Arzobispo Cervantes. Entre estas y otras tantas ocupaciones en bien de su iglesia, le sobrevino la muerte a 4 de noviembre de 1198. Está enterrado junto a la capilla de Santa Bárbara en lo alto de la pared en una urna de mármol, donde tiene por armas un castillo con tres torres (terç, terça : tercio) de oro en campo de gules. La inscripción dice así: "Obiit Reverendus Pater Dominus Raimundus de Castro Terciolo, quondam
Archiepiscopus hujus sanctae ecclesiae II nonas novembris, anno Dominicae Incarnationis MCXCVIII, cujus ossa in hac tumba translata sunt.” Todos estos epitafios y los del siglo siguiente, no son del tiempo que suenan, sino escritos a principios del siglo XIV, como lo muestra su carácter uniforme con el del último que allí está depositado, que es Don Guillermo Rocaberti. Enterrábanse primero los Arzobispos en el pavimento de la iglesia al pie del altar de San Agustín, como más adelante se probará, a excepción de uno o dos en el siglo XIII. Los huesos de todos ellos elevó el citado Arzobispo Rocaberti y depositó en urnas, como hoy están, y entonces fue cuando se escribieron estos letreros. Y quede esto dicho y supuesto para lo que se dirá cuando se hable de este Prelado. Al difunto Don Raimundo sucedió otro del mismo
nombre, que fue
Don Raimundo de Rocaberti, Catalán, quien ya gobernaba esta iglesia en el marzo del año 1190. Era muy querido del Rey Don Pedro de Aragón, de quien alcanzó algunos privilegios para su catedral, y a quien acompañó en varias expediciones que hizo aquel Soberano, particularmente en las vistas concertadas en Jaca con el Rey de Inglaterra en 1205 y en la famosa batalla de Úbeda de 1212 (Navas de Tolosa). No consta que le acompañase en el viaje de Roma, cuando fue coronado aquel Príncipe por el Papa Inocencio III: ceremonia que describe Zurita lib. II. cap. 51; de donde resultó a nuestro Arzobispo y sus sucesores el derecho de ungir a los Reyes de Aragón, como consta de la bula dada en Ferentino a 17 de junio de 1206 (V. Bull. Rom.).
En el siguiente 1208 confirmó el mismo Papa la renuncia que hizo el Rey Don Pedro del derecho con que hasta entonces había entendido en las elecciones de los Obispos, dejándolas libres para los Cabildos, contentándose con que los electos le prestasen juramento de fidelidad. Gran parte tuvo en esto nuestro Arzobispo, como también en la composición del pleito y ruidosa causa que levantaron al Obispo de Vique, Guillermo de Tavartet, dos de sus canónigos, de la cual hay memoria en el derecho (lib. V. tit. I de accusationibus, cap. 19. Cum oporteat). Habíale comisionado el Papa Inocencio para la averiguación de esta causa junto con el Abad de Poblet y el Arcediano de Barcelona (a). Resistió varonilmente el mismo Prelado a ciertas pretensiones que contra la iglesia tenían los vecinos de Tarragona y su campo, con los cuales, por amor a la paz, firmó compromiso en Don Guillermo, Obispo de Vique, Don Juan, Obispo de Albarracín (b).
(a) Ya se dijo en su lugar el éxito que tuvo esta causa, y la inocencia del Obispo acusado.
(b) Blanc asegura haber visto la sentencia original, dada a 31 de agosto de 1214; mas en este tiempo no era Obispo de Albarracín Juan, sino Hispano, que asistió al concilio Lateranense en noviembre de 1215, como ya dijimos en la Carta XIX. Así que hubo error en el nombre o en la fecha, que bien pudo ser posterior a la muerte del Arzobispo Don Raimundo; y entonces sería cierto que Don Juan Egidio llena el hueco que hay en el Episcopologio de Segorbe y Albarracín entre Don Hispano y Don Domingo.
Guillermo Botet, ciudadano de Lérida, y Vidal, canónigo de esta última ciudad. Entre otras cosas pretendía el pueblo, que pues la ciudad y su campo eran de la iglesia y se había aumentado la población, se hicieran nuevos templos para la comodidad de los fieles. Dijeron los jueces que no era esto necesario; y que en los días de trabajo los canónigos o comensales fuesen a decir algunas misas en las iglesias de Nazaret, San Miguel y otras; y en los festivos acudiesen todos los fieles a la misa mayor de la catedral. Pedían igualmente que la administración de Sacramentos, entierros, etc., se hiciese gratis; en lo cual resolvieron los jueces que no se debía despojar a la iglesia de la posesión en que estaba de percibir algunos derechos por estos actos. Otras memorias de menor entidad quedan de este Prelado, entre las cuales cuentan la institución de dos comensalías con la advocación de San Agustín. En el Necrologio de esta iglesia se lee que murió día 6 de enero de 1214. La misma época fija la inscripción que se halla en su entierro junto a la capilla de Santa Bárbara que dice así: Obiit Reverendus Pater Raimundus de Rocabertino, Archiepiscopus Sedis Tarraconensis VIII idus januarii anno Incarnationis Dominicae M.CC.XIV cuius ossa sunt in hac tumba posita. Pero es de advertir que esta cuenta corresponde al 6 de enero de 1215 del cómputo que ahora usamos. Con lo cual viene bien la fecha del testamento que hizo a 1 de julio de 1214. De este documento, cuya copia envié, consta que ya entonces se estaba construyendo el claustro de esta iglesia, para cuya obra mandó mil sueldos. Item, dejó trescientos sueldos para su sepulcro de mármol, que acaso será el que hay en el patio de palacio, traído allí después de la traslación de sus huesos al lugar mencionado por alguno de los Rocabertis, Prepósitos de la iglesia, que fueron los primeros que construyeron su habitación donde hoy es palacio arzobispal. Entre varias mandas al monasterio de Santas Cruces se halla: et unum Sarracenum qui vocatur Mafometh, et alium Sarracenum de melioribus baccallariis, quos habeo. Ducange dirá lo que ello es. En fin allá va la copia donde lo verás mejor (a: Ap. núm. XIX.). Sucediole
Don Sparago (leo Spárago) de Barca, natural de Montpeller, a quien el Rey Don Jaime I llamaba su tío por el parentesco que tuvo con Doña María, madre de este Príncipe. Era Obispo de Pamplona desde el año 1212: eligiole el Capítulo unánimemente a mediados de febrero de 1215. De 22 del mismo mes es la carta con que pidieron al Papa Inocencio III la confirmación. Firman en ella además de los dignidades y canónigos, los Obispos Pedro de Urgel y Ponce de Tortosa, y Bertrán, Prior de Escornalbou, a quien también convocaban para la elección de Arzobispo; bien que esto sólo duró hasta que en 1219 quedó unido este priorato a la mitra, como ya dije (a: Véase Ap. núm. IX). Lograron por entonces estos reinos que se les restituyese la persona del niño Rey Don Jaime, detenido por el Conde Simón de Monfort. Nuestro Prelado no sólo por el deudo que con él tenía, sino también por su gran crédito, fue nombrado ayo y consejero del Rey en su menor edad; y logró tenerle en sus brazos y presentarle a todos los señores del reino en las cortes de Lérida, cuando le juraron por su señor. Para proteger al niño Rey, y consolidar en sus manos el gobierno, hizo alianza con el Obispo de Tarazona, Don Pedro Fernández, Señor de Albarracín, Jimén Cornel, Guillermo de Cervera, Guillermo, Vizconde de Cardona, y Guillermo de Montagut. Existe en el archivo general de Aragón la escritura fecha en Monzón en 25 de septiembre de 1216. En Lérida celebró después en 1229 un concilio el Legado Apostólico Juan, Obispo Sabinense; el cual instó a nuestro Arzobispo para que juntase otro en Tarragona con el fin de obligar mejor a la provincia a su observancia. Este último se tuvo en 1230. Las constituciones de ambos se hallan en la colección de las Tarraconenses: siendo las de este concilio las primeras que se conservan, y de que se ha hecho uso. A pesar de las disposiciones que habían tomado los Reyes anteriores contra los Valdenses, era grande el estrago que hacían con sus errores en este país. No bastando por sí solo este Prelado para cortar el mal, rogó a los Padres Cartujos de Scala Dei que dejasen su retiro por el bien de sus hermanos. Grandes conversiones se cuentan hechas por aquellos religiosos, y singularmente por su Prior Randulfo, a quien Don Sparago autorizó con facultades muy amplias, y después en premio de sus trabajos dio algunos lugares y distinciones (a: Ap. núm. XLII.). Mas como ni aun con todo esto pudiese extirpar el mal, singularmente en la parte meridional de su provincia, logró que el Papa Gregorio IX expidiese la bula Declinante, en que estableció en estos reinos el santo Oficio de la Inquisición, el cual por esta razón hay quien dice que comenzó en Don Sparago. Esto es cierto que tuvo gran parte en su establecimiento, estimulando con San Raimundo de Peñafort al Rey Don Jaime para que lo admitiese como el medio más eficaz para arredrar a los que otras providencias no bastaban a contener. También tuvo mucha parte nuestro Arzobispo para la conquista de Mallorca, para la cual ayudó con gran cantidad de dinero, y dando permiso a varios Prelados para acompañar al Rey con gente de guerra, ya que él por su crecida edad no pudo asistir personalmente. En razón de esto se dieron algunas posesiones a esta iglesia en aquella isla. Del mismo modo se portó en los principios de la conquista del reino de Valencia. Era el apoyo del Rey y de todas sus empresas, que siempre hallaron buena acogida en su ánimo. Murió este gran Prelado a 3 de marzo de 1233. Tiene su entierro en una urna de mármol en lo alto de la pared junto a la capilla de los Santos Cosme y Damián, donde con no poco peligro leí la siguiente inscripción:
Anno Domini M.CC.XXXIII. V. nonas martii.
Pontificum splendor, lux cleri, fons bonitatis,
Moribus et vita Sparagus iste fuit
Simplex et rectus, humilis, pius; indeque vitae
Laudibus illius addere nemo potest.
Tu, qui cuncta potes, hunc coeli culmine dotes.
Muerto este Prelado fue electo por sucesor Don Berenguer de Palou, Obispo de Barcelona. El Papa anuló esta elección por lo necesaria que era en aquella iglesia su persona. Esta noticia, ignorada hasta ahora, consta de una carta de Gregorio IX, que he visto en este archivo, dirigida a este Cabildo, fecha idibus februarii, pontificatus anno VII, que corresponde a 13 de febrero de 1234. El Cabildo procedió entonces a nueva elección, junto con los Obispos sufragáneos, y nombraron Dominum Egidium tit. SS. Cosmae et Damiani Diaconum Cardinalem. Consta esto de la carta con que dieron noticia de ello a S. S. fecha V. kal. junii M.CC.XXX quarto. De la cual he visto un duplicado auténtico en este archivo. En ella expresamente dicen que hicieron esta elección por haber anulado S. S. la del Obispo de Barcelona. No me consta la suerte que tuvo la de este Cardenal. Solamente sé que el Papa nombró Arzobispo a San Raimundo de Peñafort. De lo cual, y de la humildad con que el Santo echó de sí carga tan pesada, compuso una elegante canción Lupercio Leonardo y Argensola, que anda entre sus obras, diciendo entre otras cosas:
¿Careces de experiencia?
¿O temes la obediencia
Con que el Pastor supremo te ha obligado
a regir la cabaña
que dio su nombre a la mitad de España?
San Raimundo no sólo logró escapar de la dignidad, sino que con la cabida que tenía con el Papa Gregorio hizo que recayese en
Don Guillermo de Mongrí, Sacrista de Gerona; el cual por su humildad se resistió fuertemente a las instancias con que el Cabildo le rogaba que cuanto antes se consagrase. Mas él instó al Papa que le admitiese su renuncia; y a la postre fue compelido a quedarse a lo menos con la administración de esta iglesia; y así en nombre de ella y en calidad de electo emprendió con permiso del Rey en 1235 la conquista de las islas de Iviza y Formentera, ayudado de los famosos Don Pedro, Infante de Portugal, y Nuño Sánchez, Conde de Rosellón. Las banderas de que se sirvieron en la expedición se conservan en esta catedral, y todavía se colocan sobre la reja del coro en el día de San Pedro, que fue el en que se verificó aquella conquista. Libres con esto las costas de las correrías de los Moros, marchó a Roma y logró que fuesen oídas sus súplicas, con lo cual pudo retirarse a Gerona, reservándose los frutos de Iviza y de la villa de Constantí, como consta de dos cartas que hay sobre esto del citado Papa. Con estos réditos, viviendo frugalmente, fundó la Cartuja de
San Pol de Maresmes en el vizcondado de Cabrera, que en el siglo XV se trasladó e incorporó con la de Montealegre, junto a Barcelona. Dicen que murió en Gerona, de lo cual he hallado en el Necrologio la noticia siguiente: XI. kal. julii, anno Domini M.CC.LXXIII, obiit bonae memoriae Guillermus de Monte (a), electus Tarraconensis et Sacrista Gerundensis.
(a) Los latinos de aquel tiempo le llamaban de Monte grino, como consta de escrituras que he visto; así que esta lección está diminuta, sabiéndose que el de que se habla en ella es el mismo electo de Tarragona. Otros anticipan muchos años el día de su muerte; lo cual no tiene lugar, pues a 1.° de abril de 1272 hizo cesión al Infante Don Pedro de Aragón del castillo y villa de Torrella (Torroella) de Mongrí. Existe el documento original en el archivo real de Barcelona, en el cual se llama sólo Sacrista Gerundensis.
No debo omitir otra memoria que hallo de este Prelado, y es el breve que le dirigió el Papa Gregorio IX a 24 de abril año IX (1235), encargándole que él con sus sufragáneos, Abades, Arcedianos y nobles de la provincia hiciesen paz con el Rey Don Jaime I, y que de cinco en cinco años renovasen el juramento que con este motivo debían hacer, dándole facultad de usar de censuras contra los perturbadores. Las causas que dieron ocasión a esto no son para dichas ahora. Con la renuncia que dije hubo lugar para la elección del sucesor, que fue
Don Pedro de Albalat, Aragonés, (N. E. hay varios Albalate en Aragón) Obispo de Lérida. No consta el año de su elección, mas es cierto que fue antes o en el principio del 1238, puesto que a mediados del mismo se halló en la conquista de Valencia, en la cual gastó cinco mil marcos de plata, y purificó además su iglesia mayor, y logró que su catedral se declarase sufragánea de Tarragona contra la pretensión del Metropolitano de Toledo. En un códice de los Privilegios de Mallorca, mss. a fines del siglo XIII, que posee en aquella villa Don Antonio Ignacio Pueyo, se halla al fin un breve Cronicón (varias palabras no se pueden leer), escrito del mismo tiempo: y hablando de la conquista de Valencia en 1238 dice:
et in eodem anno fuit Archiepiscopus Terraconensis magister P. de Albalat, Episcopus Illerdae, qui in obsidione praedicta pallium primo suscepit, et celebravit ibidem primo. Mucho contribuyó a esto la decidida voluntad del Rey Conquistador, quien según su promesa deseaba exaltar y engrandecer a la metrópoli, a quien tanto debía. Por lo mismo quiso el Rey que el primer Obispo de Valencia fuese Don Ferrer Pallarés (y no de San Martí), que era Pavordre de Tarragona desde el año 1217. Esmerose
mucho nuestro Prelado en la celebración de concilios provinciales. Ocho se cuentan tenidos hasta el año 1248. Aun hay memoria de otros dos que celebró en Alcañiz. De uno de ellos, tenido a 25 de febrero de 1249, he hallado posteriormente algunas constituciones, que con otras verás a su tiempo. Hallose también en el concilio general Lugdunense I de 1245. En el año 1247 recibió comisión Apostólica para que junto con San Raimundo de Peñafort y el venerable fray Miguel de Fabra sosegase los disturbios de la iglesia de Lérida, ocasionados en la elección de Obispo: nombraron los tres al maestro fray Guillermo Barberá, Dominico, por el marzo de 1248. En el mismo año fundó el convento de mi orden en esta ciudad (a: Ap. núm. XLIII.), que primero estuvo fuera de sus muros, y después con motivo de las guerras de sucesión se trasladó al sitio actual, dentro del que ocupaba el circo máximo de los Romanos. Del mismo año es la constitución que ya dije en otro correo, en que mandó que la admisión de los nuevos canónigos se hiciese a pluridad, no con uniformidad de votos. También se atribuye al mismo, año 1248, la constitución que hizo de que en el altar mayor de la catedral sólo celebren sus canónigos, permitiéndolo a los Obispos con anuencia del Cabildo. Asistió con su persona, vasallos y dinero al Rey Conquistador en la toma de Játiva. Consagró el altar mayor de San Pedro de Huesca en 1241, y la iglesia de Escornalbou en 1240, y las de Santa María la mayor y del santo Sepulcro en Calatayud en 1249. De vuelta de las cortes de Monzón de 1250, en las que trabajó mucho en favor del Rey y reino (Véase Zurita, lib. III, cap. XIV). murió en el monasterio de Poblet a 2 de julio de 1251, como consta del instrumento de elección del sucesor
Don Benito de Rocaberti, electo a 9 de agosto del mismo año. Era canónigo y Camarero de esta iglesia y capellán del Papa Inocencio IV, el cual le envió el palio a 28 de febrero de 1252. Celebró tres concilios y asistió a la junta de Obispos en Lérida que convocó en 1257 el Rey Don Jaime I, cuyas actas publicó Aguirre. Terminó como Metropolitano el juicio que en la diócesi de Urgel habían comenzado contra los Valdenses el Obispo Don Ponce de Villamur y el Inquisidor Fr. Pedro Tenes, Dominico, quedando suspensos de su jurisdicción aquel por el Papa y este por su Provincial. No tengo de esto otra noticia más que la que dan las cartas de nuestro Arzobispo a San Raimundo de Peñafort y a Fr. Pedro de San Ponç, Prior de mi orden en Barcelona, y las contestaciones de estos que copié y fueron a su tiempo. De este Arzobispo, dice Blanc, ho se hallan sino pleitos, cuestiones e inquietudes, que echaron a perder la iglesia y la pusieron en gran confusión (a: Ap. núm. XLIV.). Prosigue este escritor especificando estos escándalos, los cuales ocasionaron varias comisiones pontificias, que he visto y sería molesto especificar aquí. Sostuvo con ardor los derechos de su iglesia contra Don Sancho, Arzobispo de Toledo, que obraba como Primado en la provincia Tarraconense, protestando y apelando a la Sede Apostólica, y mandando además al clero de su provincia que observase puntualmente la constitución de Archiepiscopo Toletano del concilio provincial de Valencia de 1240. Ambos documentos hallarás en el apéndice a la disertación de Primatibus de Pedro de Marca. Murió el Prelado en Huesca a 2 de mayo de 1268. Sus huesos fueron trasladados después en 1333 por Don Geraldo Rocaberti, Prepósito, a la capilla de Corpore Christi del claustro de esta iglesia. Un año antes de su muerte se fundó con su licencia el convento de Santa Clara de Tarragona. Visitó este Prelado toda la provincia Tarraconense, lo cual solían hacer con frecuencia estos Arzobispos (a). Debió vacar la Sede más de un año.
(a) El Marqués de Mondéjar en las Memorias de Don Alonso el Sabio (lib. IV. cap. XXVIII), pone en 1265 un Arzobispo de Tarragona llamado Fr. Pedro Ginés, Cisterciense, a quien el Papa Clemente IV dirigió en 22 de mayo de ese año un breve, que copia allí mismo, traducido al español, con que se lamenta de la rebelión de los Moros contra Don Alonso X de Castilla, y le exhorta que anime a los fieles a tomar las armas con las indulgencias de la cruzada, etc. Como no hay rastro de tal Fr. Pedro en esta Silla, y sea cierto que el Arzobispo Don Benito murió en 1268, hemos de creer que fue equivocación del Marqués, que escribió Tarragona por otra Silla que debía ocupar ese fray Pedro, y acaso sería el llamado fray Pedro Garcés, Cisterciense, Obispo de Segorbe.
A lo menos sé que lo estaba en noviembre y diciembre de 1269, cuando el Capítulo y Prepósito confirmaron la elección del Obispo de Urgel Pedro de Urgio, el cual juró obediencia Domino meo futuro Archiepiscopo, y el Obispo de Vique, que le consagró, dice que lo hizo auctoritate ecclesiae Tarraconensis, Sede vacante. Está la escritura original en este archivo. Le sucedió
Don Fray Bernardo de Olivella o Çolivella, de la orden de la Merced, el cual fue trasladado a esta Silla de la de Tortosa, a cuyo Episcopologio me remito para las noticias anteriores a esta época. Residía ya aquí a 20 de marzo de 1272, en que el Rey Don Jaime I le nombró árbitro en el pleito de si los nobles de Cataluña, que tenían feudos por él, debían seguirle siempre que él lo mandase en las guerras contra Moros, singularmente
en la que entonces movió al Rey de Granada en favor del de Castilla. Los nobles que resistieron principalmente fueron R. de Cardona, P. de Berga, R. de Urgio. No sé lo que sentenció el nuevo Arzobispo, pero es cierto que este nombramiento, que existe original en el archivo real de Barcelona, es una prueba de la alta opinión que de él se tenía.
Cuéntanse de él mil bienes en este pontificado, donde continuó en mostrar con más extensión su celo pastoral, cuanto era mayor su obligación y la necesidad que de él tenía toda la provincia. Para remedio de los males que en ella había celebró tres concilios en esta ciudad. Creó y dotó en su catedral las dignidades de Deán, Arcediano de San Fructuoso y el de Vilaseca. La fábrica del templo le debió su conclusión, costeándola con lo que ahorró retirado en Escornalbou, de cuya colegial era Prior por ser Arzobispo, como ya se dijo en otras ocasiones. Fue el primer Arzobispo de Tarragona que puso en práctica la facultad de ungir a los Reyes de Aragón que les había concedido el Papa Inocencio III, ungiendo en Zaragoza (en la Seo) a Don Pedro III, llamado el Grande, en 1276. Debió en los años siguientes las más singulares confianzas al mismo Monarca hasta el momento de su muerte, acaecida en Villafranca de Panadés, y aun fue uno de sus testamentarios. No había sido menos estimado de su padre el Rey Don Jaime I, de quien fue Capitán general y lugarteniente en toda la corona de Aragón, como dice Zurita. Ordenó los códices del oficio eclesiástico, de los cuales usó toda la diócesi hasta la corrección que nuevamente dispuso el sucesor Don Pedro de Urrea. En su tiempo estuvo preso San Luis, Obispo de Tolosa, con Roberto, su hermano en el castillo de Ciurana de esta diócesi. Otro asunto ruidoso manejó este Prelado, que fue la competencia de su iglesia con la de Toledo sobre la jurisdicción metropolítica de la iglesia de Segorbe y Albarracín. Duró la contestación hasta el año 1318 en que el Papa Juan XXII la hizo sufragánea de Zaragoza, erigida entonces en metropolitana. Nuestro Arzobispo se portó en este negocio con tal moderación, que ocupando la Silla de Segorbe Don Fr. Pedro Çacosta, elegido por sólo un voto de aquel cabildo en discordia con Don Miguel Sánchez, electo por la mayor parte de él, sin embargo que este pidió y obtuvo su consagración del Arzobispo de Toledo, negola el nuestro a Çacosta, aunque la pedía con ansia, pretextando que estaba pendiente la lid y no queriendo mezclarse en el gobierno de un intruso. Murió este Prelado lleno de gloria a 29 de octubre de 1287. No se sabe dónde se depositó interinamente su cuerpo, pero el Necrologio a 6 de febrero, sin decir el año, pone su traslación al sepulcro que hoy tiene en Santa Tecla la vieja en una grande arca de mármol, trabajada con sencillez, sin inscripción alguna, como él mandó; está colocada debajo de un arco, entrando en la iglesia a mano izquierda; sobre ella se ve una estatua tendida con el vestido pontifical y la mitra muy pequeña. Envié copia del testamento que otorgó el mismo día de su muerte, donde entre otras cosas verás las capellanías que fundó en Santa Tecla la vieja, a quien dejaba sus Breviarios y otros libros rituales, y los de teología a Santo Domingo, San Francisco y otros. No será mal documento para la colección (a: Vid. el Ap. núm. XVII.). Mucha extrañeza me causa que entre estos legados no haga mención del convento de la orden de la Merced, que ya estaba aquí fundado, si es verdad que era individuo de esta orden, como comúnmente se asegura. Lo que no se podrá probar es que fuese su General, como algunos dicen, puesto que hasta entrado el siglo XIV la gobernaron los caballeros legos. Acaso de Capitán General de Aragón le hicieron equivocadamente General de la Merced. Vamos al sucesor, que fue
Don Rodrigo Tello, Sevillano y Obispo de Segovia. No consta el tiempo de su elección, pero estaba ya en posesión de esta iglesia en 1290, la cual gobernó hasta el día 16 de diciembre de 1308. Del primer año de su pontificado hay una constitución económica para la conservación de los bienes de la mitra en vacantes o ausencias de los Arzobispos. Y otra para que los canónigos pudiesen testar en favor de sus criados y obras pías; pero muriendo ab intestato se nombrasen dos canónigos que dispusiesen de sus bienes en obras pías. Aún hoy se practica esto, después de cerca de tres siglos que los canónigos se han secularizado. En 1291 coronó en Zaragoza a Don Jaime II, que sucedió en el reino a su hermano Don Alfonso III. Perfeccionó el edificio de la catedral, construyendo, según dicen, la torre de las campanas. Celebró cuatro concilios, cuyas constituciones son conocidas. Una memoria hallo de su tiempo digna de ser notada, aunque no pertenece a sus hechos, y es la facultad que Don Fr. Raimundo Despont, Obispo de Valencia, como comisionado del Papa Bonifacio VIII, dio al Prepósito de Tarragona para que en esta diócesi
pudiese absolver de las censuras Apostólicas fulminadas con ocasión de la guerra de Sicilia a cuantos hubiesen apoyado las pretensiones del Rey Don Pedro III, y de sus tres hijos Alfonso, Jaime y Fadrique. Cuento ruidoso, sobre el cual no es menester decir más. He visto la dicha subdelegación original en este archivo, fecha en Barcelona a 16 de noviembre de 1295, y escrita en papel de algodón (a: Ap. núm. XLV.). Tiene nuestro Arzobispo su entierro en el plano del coro, entre el facistol y la reja, y sobre la piedra de jaspe que le cubre hay este letrero: An. Domini M.CCC.VIII. XVII. kal. januarii obiit Dominus Rodericus Archiep. Tarracon., qui instituit duas capellanias, et capellani tenentes eas tenentur quolibet anno tria facere anniversaria. Fue el sucesor
Don Guillermo de Rocaberti, el tercero de esta ilustre familia de Cataluña que fue promovido a esta dignidad, lo cual no sé cuando se verificó. Lo que sé es que a 7 de los idus de enero, año IV de su pontificado (1309),
escribió el Papa Clemente V al Rey Don Jaime II desde el monasterio Caonense, diócesi de Narbona, que por hallarse en camino y estar ausentes los Cardenales no se atrevía a confirmar la elección de Arzobispo de Tarragona, hecha por el Capítulo en la persona del Prepósito de la misma iglesia, ni dar facultad a ninguno de sus sufragáneos para que lo consagrasen y diesen el palio; supuesto que la
provisión de la Silla de Tarragona, a instancias del mismo Rey, ya tiempo había que estaba reservada a la Silla Apostólica: y así le ruega que acuda a la misma el electo para recibir la confirmación y el palio, según constare de la justicia de su elección (a: Aps. núms. XLVI y XLVII.). Conjeturo que el electo de que aquí se habla es el mismo Don Guillermo de Rocaberti, el cual en el mismo año 1309, debió quedar confirmado por S. S., puesto que en el siguiente 1310 ya tuvo uno de los concilios provinciales que se le atribuyen, según parece de la petición que presentó el Rey Don Jaime II a los Prelados juntos en Tarragona sobre subsidio para la guerra contra infieles, fecha VI idus decembris 1310. Con mayor extensión puedo hablar de los que celebró con ocasión de la ruidosa causa de los Templarios. Ya se dijo en el tomo V. carta XLIV, como el Rey Don Jaime II de Aragón, a instancias del de Francia y del Papa, había procedido contra los Templarios de su reino desde fines del año 1307 (a: Ap. núm. XLVIII.): y cómo ellos se encastillaron, y al fin se entregaron al Rey: y los juicios que se abrieron para su causa: y la firmeza con que el Rey de Aragón se unió con los de Castilla y Portugal para que no saliesen de sus dominios los bienes de aquella orden, y otras muchas cosas que en ello hubo. En el mismo lugar constan los concilios Tarraconenses que se tuvieron para el examen de esta causa. Entre ellos el más considerable fue el del año 1312, en que se hallaron los Obispos de Valencia, Zaragoza, Vique, Huesca, Tortosa y Lérida. Comparecieron los acusados, y después de un examen riguroso fueron absueltos y declarados libres de toda sospecha de herejía. La sentencia definitiva se leyó en pleno concilio en la capilla de Corpore Christi, día 4 de noviembre del mismo año 1312, por Arnaldo Cescomes, canónigo de Barcelona, que después fue Arzobispo de Tarragona. En virtud de esta sentencia quedaron los Templarios de estas provincias sujetos a sus respectivos ordinarios, recibiendo una congrua sustentación de los mismos bienes que se les habían ocupado, hasta que el Papa dispusiese lo que de ellos se había de hacer. Así estuvieron hasta el 1321, en que el Papa Juan XXII les permitió entrar en otras órdenes religiosas.
Esta resolución del concilio provincial Tarraconense no debe mirarse como contraria a la que tomó el concilio general Vienense en la condenación de aquella orden. Primeramente es de notar que un Cronicón de este tiempo, hablando de la junta que Clemente V formó de Cardenales y Prelados del concilio Vienense para examinar la causa de los Templarios, dice inter quos tamen non fuit provincia Tarraconensis. Acaso eran ya reconocidos por inocentes los Templarios de esta provincia en aquel concilio general, o lo que es más cierto, no fueron comprendidos (comprehendidos) en la proscripción común, constando en Labbé que el Papa Clemente V cuando reservó a su disposición los bienes de aquella orden, exceptuó los de los reinos de Aragón, Mallorca y Portugal. En segundo lugar se ha de reflexionar la bula del Papa Clemente V, que se publicó en el lugar citado, en que manda a los Templarios de todas las provincias que comparezcan ante sus propios Obispos, y da facultad a los concilios provinciales para examinar y sentenciar su causa, y consignarles una decente pensión de los bienes de su orden, ya extinguida en caso de hallarles inocentes. Esta bula enlaza nuestro concilio provincial con la sentencia de extinción fulminada en el concilio, publicada por Labbé, o (por decirlo con propiedad) con la publicada por nosotros en el tomo V, con antelación de dos meses de fecha. El no haberse podido hallar hasta ahora las actas de este concilio Tarraconense, o alguna copia de su sentencia, y la escasez con que nuestros historiadores hablaron de él, es la causa por que Harduino habló con tanta duda de la existencia de este concilio, mentándolo solamente en el índice. Mas sobre las pruebas de su existencia, que se dieron en nuestro tomo V, puedo todavía alegar otras dos. Una es el testamento de Don Fr. Raimundo Despont, Obispo de Valencia, que enfermó en Tarragona hacia la fiesta de Todos Santos del año 1312, habiendo venido, como él dice, al concilio provincial (V. este testamento, tomo IV, pág. 313). La otra prueba, todavía más convincente, es la carta que nuestro Arzobispo escribió al Rey Don Jaime II desde Exea a 25 de noviembre del mismo año 1312, pidiéndole los bienes, reliquias y posesiones de los Templarios, de los cuales dicho Príncipe consta que se había apoderado desde 1307 (a), para poder cumplir lo que acababa de disponer el concilio de Tarragona.
(a) En un Diario de Barcelona hallo las siguientes noticias, de cuya autenticidad no salgo responsable: En aquest any (1274) fonch la destruccio dels Templaris y tots en un día per tots los tres regnes. = En aquest any (1307) fonch deposat lordre dels Templaris e moriren la maior part a mala mort, e degollats, per lo gran pecat que ab ells era.
Volviendo a nuestro Arzobispo se sabe que creó los oficios de síndicos del Cabildo, y dotó veintidós lámparas en esta iglesia: que en 1314 dio en Lérida la bendición nupcial a Don Alfonso, hijo de Don Jaime II, que casó con Doña Teresa de Entenza: y por último, que murió en San Desiderio, diócesi de Magalona, a 25 de febrero de 1315. Hizo testamento dos años antes, a 29 de noviembre, con ocasión de emprender un viaje a Roma, el
cual no sé si efectuó, ni cuál era su motivo. He visto el original de este instrumento, aunque no lo he podido copiar. Es notable en él que elige sepultura in Sede Terraconensi iuxta altare B. Augustini more praedecessorum nostrorum. Este altar estaba en la puerta que ahora es de la capilla del Sacramento, y por eso, cuando la edificó Don Antonio Agustín, se le mandó reponer dentro de la capilla un altar de San Agustín. Es pues constante que aún en tiempo de Don Guillermo Rocaberti era costumbre de los Prelados enterrarse junto a aquel altar, y sin duda en el pavimento. Así que las urnas que están colocadas allí mismo, en lo alto de la pared, deben reputarse por posteriores, siendo, como son la mayor parte de ellas, osarios y no más. Una de ellas es la de este Arzobispo, en la cual están las armas de su familia, es a saber, tres barras de oro con tres rocas de azul, y la inscripción siguiente: Anno Domini M.CCC.XV. et V. kls. martii obiit reverendus pater Guillelmus de Rocabertino sanctae Terrachonensis ecclesiae Archiepiscopus, qui instituit unum capellanum perpetuum in altari S. Martini, quod ipse in Sede ista erexit, et viginti duas lampades, quae die ac nocte ardeant, et unum anniversarium die obitus sui stabilitum perpetuo voluit. Moribus ornatus, et probatus, iustitia gratus, et sanguine nobilitatus; cuius anima requiescat in pace, amen.
En la vacante de esta prelacía fue condenada la doctrina del famoso Arnaldo de Vilanova, año 1311, el cual siete años antes (a: Ap. núm. XLIX y L.) había dado varios motivos para que el Papa Clemente V escribiera dos cartas al Rey de Aragón Don Jaime II. Fueron los jueces con comisión pontificia el Prepósito de Tarragona Don Jofre de Cruillas, electo Abad de Fox, de allí a dos años, y el Inquisidor mencionado arriba Fr. Juan Llotger (a: Ap. núm. LI.). Entre los teólogos que se hallaron presentes, uno fue Fr. Pedro Marsilio, Dominico, autor de la Crónica latina del Rey Don Jaime I. El Papa Juan XXII rehusó confirmar al sucesor electo por el Cabildo, que era Don Juan de Aragón, hijo del Rey Don Jaime, por razón de su tierna edad, que no excedía de los 12 años. Envío el breve dado en Aviñón a 15 de diciembre 1316, por ser curioso (b: Ap. núm. LII.). En él ofrece el Papa al Rey dar la dignidad arzobispal a uno de los tres o más que le propondría. Y yo creo que por este camino vino a gobernar esta iglesia
Don Jimén de Luna, Aragonés, Obispo que era de Zaragoza. Hallábase ya aquí a 26 de julio de 1317, como se infiere de algunas escrituras del archivo general de Aragón. A pocos días de tomada posesión convocó a concilio: otro tuvo más adelante. A mitad de 1318 se erigió en metropolitana la iglesia de Zaragoza, con lo cual se atajaron los pleitos de Tarragona con Toledo sobre la Silla de Segorbe. Desmembración que no repugnaría mucho nuestro Arzobispo por ser Aragonés, y más bien por el provecho espiritual que de ella debía resultar. En 1319, dio en la villa de Gandesa la bendición nupcial a Don Jaime, primogénito del Rey Don Jaime II, que casó con doña Leonor, hija de Don Fernando de Castilla. Notorio es como no quiso el Infante consumar el matrimonio; de lo cual, y de como tomó luego en Tarragona el hábito de San Juan de Jerusalem, habla Zurita, lib. VI, cap. 32. En el archivo de la corona de Aragón (Armario de Urgel), existe un breve del Papa Juan XXII de 10 de mayo 1320 en que dispensa a dicho Infante el voto de entrar religioso en el monasterio de Santas Cruces, puesto que ya lo era de la orden de San Juan. Del mismo Príncipe conserva el Necrologio de esta iglesia la memoria siguiente: XII cal. decemb. anno Domini M.CCC.XXI. Dominus frater Jacobus filius illustrissimi Jacobi II. Regis Aragon. instituit in hac ecclesia anniversarium pro animabus quorundam clericorum, quos ultimo suplicio deputavit: pro quo dimissit Praeposito IIII morabetinos censuales. Fue nuestro Arzobispo comisionado por el Papa para el remate de la causa de los Templarios, que fue el ingreso en religiones aprobadas como ya dije arriba. La casa que tenían en Tarragona se dio a
los PP. Dominicos. En 1320 consagró a Don Juan de Aragón, Arzobispo de Toledo, en Lérida; y como este Prelado comenzase luego a usar de cruz alta, puso el nuestro entredicho y cesación à divinis donde quiera que estuviese y por donde pasase el de Toledo, conforme a lo ordenado por Don Pedro de Albalat en el concilio tenido en Valencia año 1240, sobre lo cual te envío estos dos documentos (a: Aps. núms. LIII y LIV). Resintiose de esto aquel Arzobispo, y más el Rey su padre; con lo cual se introdujo en la curia Romana el pleito de primacía de ambas iglesias, que todavía está por sentenciar. Del año 1321, a 15 de enero hay una carta del Papa Juan XXII al Rey excusando la conducta de los Arzobispos de Tarragona y Zaragoza en esta ocasión, y suplicándole los admita de nuevo a su gracia, pues en ello no procedieron sino por celo y amor a los derechos de sus provincias. Este y otros documentos tocantes a aquel negocio publicó Pedro de Marca en su Concordia Sacerd. et Imper.
Asistió Don Jimén a las cortes de Gerona de 1321, en que se decretó la conquista de Cerdeña, a cuyos gastos hizo que sus vasallos de Tarragona ayudasen con 100.000 sueldos. Otros y graves negocios manejó nuestro Arzobispo, que sería muy largo de contar. En 1323 recibió esta iglesia la insigne reliquia del brazo de Santa Tecla, que solicitó del Rey de Armenia el de Aragón Don Jaime. Deberá entenderse esto de su solemne depósito en la catedral; porque en el 1321 ya estaba en la diócesi esta preciosa reliquia, como consta de la carta con que nuestro Arzobispo Don Jimén convocó a los jurados y vecinos del campo de Tarragona, para que acudiesen a solemnizar la próxima donación que haría el Rey de la reliquia a su catedral. La fecha es X cal. maii 1321. Acaso se dilató dos años, porque consta que el Rey caminaba entonces a las cortes de Gerona. Van copias así de la carta del Rey al de Armenia, como del edicto de nuestro Arzobispo (a: Aps. núms. LV y LVI). En 1326 se erigió el priorato de la iglesia de Reus, dando para esto comisión a nuestro Arzobispo el Cardenal Guillermo de Godin, Obispo Sabinense, a quien como a Camarero de Tarragona pertenecía aquella iglesia. Había enviado el Papa Juan XXII este Cardenal Dominico por su Legado a España en 1320, y en 1322 había celebrado un concilio provincial en Valladolid. En 1324 ya estaba en Aviñón. Con esta ocasión le harían Camarero. Poco después, es a saber a 1 de septiembre de 1327, fue trasladado este Arzobispo a la Silla de Toledo, de donde vino el que antes dije.
Don Juan de Aragón, hijo del Rey Don Jaime que ya era Arzobispo de Toledo desde la edad de 17 años: 28 tenía cuando fue hecho Patriarca de Alejandría y administrador de esta iglesia, sacándole para esto de la soledad de Scala Dei, donde dicen que había vestido ya la cogulla (a: Véase la Historia de las Cartujas de España, que publicó Don José Vallés, Arcediano de San Lorenzo en la iglesia de Tarragona).
Del afecto que conservó a este instituto y casa diré cuando trate de ella. Consagró este Prelado su iglesia catedral en 1331, fiesta que por entonces mandó celebrar en la dominica III post Resurrectionem. En la iglesia de nuestra Señora del Milagro con autoridad del Papa Juan XXII, promulgó la excomunión contra Luis Bávaro, Emperador, y Pedro Corbario, Antipapa, en presencia de los Obispos de Tortosa, Valencia, Urgel, Vique y Lérida, y los Abades de Poblet, Santas Cruces, Valdigna y otros. Quedan muchas constituciones de los concilios que convocó; y es muy apreciable la colección que formó de las de sus antecesores, sin lo cual acaso perecieran. De las que hizo para el gobierno interior de la catedral, la más notable es la de convocar el Capítulo general que llaman de San Fructuoso, a otro día de la fiesta del Santo: lo cual aún hoy se observa, comenzándose a tocar la campana desde las segundas vísperas de la fiesta, y no dejándolo hasta la entrada en Capítulo. En el último año de su vida tuvo ocasión de ejercitar su gran candad, con motivo de la carestía de granos que afligió a este país. Murió este ilustre Prelado a 19 de agosto de 1334 en Pobo, lugar del reino de Aragón de la diócesi de Zaragoza, caminando a las vistas concertadas entre su hermano el Rey Don Alfonso, y el de Castilla. Fue trasladado su cadáver a esta iglesia y depositado en el suntuoso sepulcro de mármol que está en el presbiterio en el cóncavo de la pared al lado de la epístola. Merece este monumento todos los elogios que le da Ponz en su viaje: sobre todo, es digno de alabanza el rostro del Arzobispo, que sin duda es retrato suyo y grandemente ejecutado. El epitafio dice así: Hic quiescit corpus sanctae memoriae Domini Johannis, filii Domini Jacobi Regis Aragonum, qui in XVII. anno aetatis suae factus Archiepiscopus Toletanus, sic donô scientiae infusae divinitus, et gratia praedicationis floruit, quod nullus eiusdem aetatis in hoc ei similis crederentur. Carnem suam ieiuniis, et ciliciis macerans in XXVIII. anno aetatis suae factus Patriarcha Alexandrinus, et administrator ecclesiae Terraconensis, ordinato per eum inter multa alia bona opera novo monasterio Scala Dei, diocesis Terraconensis, ut per ipsam scalam ad coelum ascenderet, reddidit spiritum Creatori XIV. kal. sept. anno Domini M.CCC.XXXIV. anno vero aetatis suae XXXIII. pro quo Deus tam in vita quam post mortem eiusdem est multa miracula operatus. Más brevemente, pero con mayor especificación, se dice de él en el Necrologio: XIV. kal. sept. anno M.CCC.XXXIIII. obiit illustris Dominus Johannes de Aragonia, filius legitimus Regis Jacobi secundi, Patriarcha Alexandrinus, et XVII. Terracon. Arch. qui fecit unum claustrum in monasterio Scalae Dei, et duo beneficia, et anniversaria in hac ecclesia, et quatuor cereos magnos qui ardeant certis festivitatibus iuxta altare maius Beatae Teclae.
El llamarle aquí Arzobispo XVII, nació de no haber contado entre ellos a Don Guillermo de Mongrí, a quien este Necrologio sólo llama electo. Mas yo le di lugar en este catálogo por haber sido administrador de la iglesia. Y esta advertencia sirva para lo que se ofrezca de la misma especie en adelante. De los escritos de nuestro Prelado habló Don Nicolás Antonio, aunque omite un tratado que encontré en el Palau de Barcelona (V. allá). En un Manual de la ciudad de Gerona del año 1334, hallo que muerto este Arzobispo los jurados de aquella ciudad escribieron al Papa a 31 de agosto, rogándole que proveyese la vacante en el noble Geraldo de Rocaberti, Prepósito de Tarragona. Quedó la súplica sin efecto, y al difunto sucedió Don Arnaldo Cescomes.
A Dios. Hasta otro correo. Tarragona, etc.
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