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miércoles, 4 de enero de 2023

CARTA CXI. Reliquias, alhajas y ornamentos antiguos: fábrica antigua y moderna de la Catedral de Lérida.

CARTA CXI. 

Reliquias, alhajas y ornamentos antiguos: fábrica antigua y moderna de la Catedral de Lérida. 

Mi querido hermano: La reliquia más notable que se halla en esta iglesia es un trozo de pañal en que dicen fue envuelto nuestro Redentor, llamado comúnmente el Sant Drap. Es un tejido grosero, tanto como el sayal más despreciable. Presenta un color ceniciento, y es un trozo casi cuadrado de dos palmos poco menos. Está extendido dentro de una cajita cuadrada de plata, cuyas labores parecen de fines del siglo XV. He copiado la escritura de entrega de esta alhaja, que hizo a esta iglesia y a su Obispo Don Geraldo de Andriano un vecino de esta ciudad llamado Arnaldo de Solsona, año de 1297, en la cual se contiene toda la historia de ella, y los varios caminos por donde vino a parar aquí (a: Ap. núm. XIX.). Este Arnaldo de Solsona suena ya en 1272 y 74, aunque con otra mujer llamada Ermengarda

Desde ese tiempo son continuas las memorias de la existencia y veneración de esa reliquia en esta Catedral. En 1324 el Obispo Ponce de Vilamur hizo con su Capítulo una constitución sobre su custodia, prohibiendo que nadie cortase ni quitase de él la parte más mínima, como con estos piadosos hurtos se hallase notablemente disminuida. Va copia de ella (a: Ap. núm. XX.). En 1351, día 4 de enero, los prohombres y Consejo general de esta ciudad, con la ocasión de ir a Roma el oficial general de Lérida, le encargaron, entre otras cosas, que alcanzase indulgencia à pena et à colpa à tots aquels que veuràn lo Drap de nostre Senyor de certa part dels pecats mortals. A 25 del febrero siguiente, con el aviso del oficial desde Roma, resolvieron que li sie tramesa ay tanta moneda com aurà mestèr per havèr la dita indulgencia al Drap de nostre Senyor. No tuvo efecto esta solicitud ni otras muchas veces que se intentó, y de ello se quejan sentidamente los mismos en otra deliberación del día 21 de mayo de 1434. Poco después los Papas Nicolao V y Calixto III concedieron amplias indulgencias para su veneración. Sábese por varias visitas que en la Catedral antigua estaba custodiado en un armario dentro de la pared lateral del presbiterio, al lado del Evangelio, de donde sólo se extraía en fiestas señaladas y lo llevaban a la sacristía para la adoración del pueblo. En un Misal de esta iglesia, manuscrito en el siglo XIV, se conserva el rito con que era sacado de la sacristía a la pública veneración el día de Navidad en la misa mayor, y lo mismo sucedería el día de la Ascensión. Se manda pues que, dicha la Epístola, el celebrante entre en la sacristía, y tomando el Santo Pañal salga cantando el Te Deum, y continuándolo suba al púlpito y muestre al pueblo la reliquia. Hecho esto diga el V) Post partum, y la siguiente oración: Omnipotens sempiterne Deus, qui hunc diem per Incarnationem Verbi tui, et Partum Beatae Mariae Virginis, ac per ostensionem panni tui consecrasti: da populis tuis, in hac celebritate consortium ut qui gratia tua sunt redempti, tua sint adoptione filii. Per. etc. Tras esto uno de los principales del coro entonaba la antífona Ave stella matutina, y el sacerdote volvía a dejar la reliquia a la sacristía, y luego se continuaba la misa. Antes de eso estaba mandado por Don Geraldo de Requesens, que floreció a fines del siglo XIV, con su Capítulo, que esta reliquia se mostrase al pueblo dicho día de Navidad después del sermón, que sólo se permitía predicar en la Catedral para que los fieles acudiesen a este acto, estimulándolos además con indulgencias. Andando el tiempo, en 1427, se revocó la constitución de que se mostrase al pueblo esta santa reliquia sólo una vez al año; y aun después se añadió al día de la Natividad de nuestro Señor el día de la Asunción de nuestra Señora, como se ve en la constitución hecha a 28 de diciembre de 1453, mandando que estuviese expuesto a la veneración del pueblo en la sacristía durante las octavas de ambas fiestas. De allí a dos años, a 29 de diciembre, se mandó sacar a la adoración pública en el día de la Ascensión del Señor. Hoy sólo se muestra en la Natividad y Ascensión, y ya se guarda de continuo en el armario de las reliquias en la sacristía. Para averiguar la verdad de la tradición de que este pañal es incombustible se han hecho algunas pruebas jurídicas ante varios Obispos, y hasta nuestros tiempos, y se ha hallado ser así la verdad. De la historia y circunstancias de esta insigne reliquia se conserva en el archivo una larga Disertación escrita en 1773 por Don José Javier Mari, canónigo penitenciario de esta iglesia. ¿Qué diré de la preciosa planeta que aquí se conserva atribuida a San Valero, Obispo de Zaragoza? Que cierto, aunque no tuviese esta recomendación es por sí misma muy apreciable, y de las pocas alhajas de esta clase que nos ha conservado la antigüedad eclesiástica. Está enteramente cerrada, y con todas las circunstancias que nos pintan los ritualistas. Tendrá unos siete palmos de alta, y de área de quince a diez y seis. Es un tejido de oro y seda con labores uniformes y prolijas. Otra había de igual forma, la cual deshicieron y acomodaron al uso actual con el deseo de que sirviese al Santo Sacrificio. Devoción que no merece ser aplaudida ni imitada, y de que no se hubiera dejado arrastrar el que esto hizo, si hubiera tenido presente la constitución de su misma iglesia del día 4 de febrero de 1499, en que se mandó quod honorabilis D. Johannes Franciscus de Olivo, hornamentarius hoc anno dictae Sedis reparari faciat vestimenta SS. Valerii et Vincentii Sedis Illerdae propter antiquitatem in tantum vetusta ad finem ut conserventur, et quod ab inde non vestiantur, sed conserventur in futurum; et quod die sive festo S. Valerii, ponantur super altare, ut de his memoria ab omnibus habeatur. Antes de esto, en 1489, en el libro de cuentas de ornamentos y sacristía, se lee: Item ponit in receptis 10 sol. 6 den. qui processerunt ex et de ofertorio die Sancti Valerii, eo quia fuit facta processio cum sancto brachio et vestimentis, etc.

Del mismo santo Obispo se cree ser también una capa pluvial con el triangulito en lo alto de ella en el lugar de la capilla, mucho menor que el que dije de San Raimundo de Roda. Las labores del tejido de oro y seda parecen arabescos. En las dos caídas de ella se ve tejida una inscripción árabe cúfica. Lo cual hace ver que esta es pieza posterior al siglo de aquel Santo. Salváronse estas reliquias del general incendio que abrasó la sacristía hacia los años 1480, consumiendo las llamas una riquísima porción de pluviales y casullas y otras alhajas que los inventarios anteriores suponen existentes, las cuales ahora servirían bien para la liturgia. De este fatal acontecimiento hay varias memorias: tal es el breve de Inocencio VIII mandando no se negasen al actual Sacrista las distribuciones en castigo de aquella ruina, en que le supone inculpable. Item se aumentó a treinta libras la tasa de veinte que hasta allí pagaban los canónigos en su ingreso para reparar aquellos daños. Otras noticias se darán en el pontificado del Cardenal Luis Juan del Milà. Nada diré del lignum Crucis, santa espina, huesos del brazo de San Valero, del de San Lorenzo, San Raimundo de Roda, etc.; porque nada hay que añadir a lo sabido, y de esta clase se podían (podrían) hacer largos catálogos. En el armario donde ellas se guardan está la custodia de plata para el día del Corpus, obra de labor y gusto gótico, prolijamente ejecutada por Ferrer Guerau, platero de Barcelona, año 1513. Habíase hecho con él la concordia siete años antes, tratándose que tuviese cien marcos de plata a cuatro ducados de oro por marco. Otra alhaja se guarda de mucho más valor y mérito, y es una pila pequeña de agua bendita para la cabecera de la cama. Es un óvalo de poco más de un palmo de diámetro mayor. En el centro tiene una imagen de nuestra Señora de miniatura pintada sobre cartulina, pegada en el fondo, y al rededor un follaje de lo mismo trabajado a tijera. El marco está rebutido de pedrería exquisita con seis camafeos o sellos grabados en piedras preciosas. Entre ellos descuella en la parte superior uno que representa una fortuna redux con su correspondiente cornucopia, abierto en ágata: un Cristo en lapislázuli: un jinete como el de las monedas celtibéricas o sea San Jorge: una cabeza de Reina y otros. Dicen que fue regalo hecho por la Emperatriz de Austria al Obispo Don Valero Alfonso de Santa María, el cual la entregó a su iglesia, cuando vino de Viena en 1700. 

Son también notables en la misma sacristía cuatro cuadros exquisitos, comprados de la almoneda del Infante Don Gabriel por el canónigo Don José Salas, entonces procurador de esta iglesia en Madrid, año 1791, y son: uno de la agonía de Cristo en el huerto, obra de Mengs, y contado en el catálogo de sus obras, pintado sobre tabla de caoba: otro de nuestra Señora, obra sobre caoba, copia de Martínez, pintor de dicho Serenísimo Infante: otro de borra de paño, que representa a nuestra Señora con el niño en brazos, del que huye San Juan Bautista: dicen que trabajó en él dicho Infante y es copia del de Rafael en el Escorial, y un Ecce-homo, regalado al mismo Príncipe por el Papa Ganganeli por mano del Señor Azara, y se dice ser de Guido Rheni. De la misma almoneda se compró también un excelente cuadro de un crucifijo de autor desconocido, que hoy está colocado en el testero de la iglesia sobre el confesonario del canónigo penitenciario. 

Gracioso es también y digno de memoria el aguamanil de la sacristía, ejecutado en mármoles y jaspes de Génova por el acreditado profesor de Barcelona N. Gurri. Es un templete aislado en medio de la sacristía, elevado sobre un basamento circular, sobre el cual hay ocho columnas pareadas que sostienen una graciosa cupulita. En el centro está colocada una buena estatua de un ángel, y a su rededor los cuatro grifos que suministran el agua. De la restante fábrica del templo actual, nada tengo que añadir a lo que Ponz dijo en su viaje. Y digo el templo actual, porque conocida es la traslación de la catedralidad desde lo alto del castillo, donde antes estuvo, al sitio actual, verificada casi en nuestros días. Comenzó la fábrica el Obispo Don Manuel Macías Pedrejón, poniendo la primera piedra a 15 de abril de 1761, la cual se concluyó y consagró de allí a veinte años a 28 de mayo el Obispo Don Joaquín Antonio Sánchez Ferragudo (Ferragut).

Por venerable que fuese el templo antiguo y su lugar eran notorios los motivos que hubo para esta traslación. Entre ellos era notable la incómoda residencia del clero y asistencia del magistrado y pueblo, que vive en gran distancia de aquella altura. Ya de antiguo, sin duda para estimular a la asistencia del pueblo, no se permitió más parroquialidad en toda Lérida sino la Catedral, precisando a los fieles a subir a ella para recibir los sacramentos del bautismo y el matrimonio. Esta costumbre aprobó ya el Papa Celestino III, año primero de su pontificado, a 16 de las calendas de agosto. Quia vero, dice, eadem ecclesia in civitate Illerdae sola baptismalis esse proponitur, apostolica auctoritate sancimus ut sicut ad haec tempora noscitur observatum, in ea tantum baptismus et nuptiarum benedictio celebretur (Lib. ver. fol. 25). Renovó y confirmó esta práctica el Obispo Don Pedro de Rege, mandando que ni sus sucesores ni el Capítulo pudiesen dar licencia para que nadie se bautizase o casase en otra iglesia, exceptis Regibus et filiis Regum. Dio además la razón de esta prohibición, porque a lo menos con este motivo visitasen los fieles la iglesia Catedral, a la cual no iban por estar edificada in montis celsitudine. A 4 de enero de 1351 hallo en el registro de Consejos generales de esta cuidad, que resolvieron pedir al Santo Padre ques poquesen (poguesen) fer babtismes et nupcies (: noces) per totes les parroquies de la ciutat. Aún ahora, habiendo aumentado tanto la población, sólo se ha puesto otra pila bautismal en la parroquia de San Juan.

Acerca del templo y canónica antigua hay que distinguir dos épocas: la primera es la de la conquista de esta ciudad, cuando apenas verificada, a los seis días precisamente de su ocupación, hallamos que ya se consagró la Catedral, y en los años inmediatos hay ya memoria de canónica y claustros. Porque no permitiendo la brevedad del tiempo ni la pobreza de la iglesia en sus principios que se hiciesen tan grandes y costosos edificios, es preciso confesar que debió uno y otro acomodarse en los que estaban ya hechos, y yo entiendo que la situación de todo ello fue en la fortaleza más alta, llamada la Zuda, donde aún hasta nuestros días ha subsistido la iglesia, y se ven todavía vestigios de claustros, refectorio y varias oficinas. Particularmente de los claustros consta que los había ya en 1214, cuando un Raimundo de Segarra eligió sepultura en esta Catedral intus in claustra (Lib. ver. fol. 155). No hay noticia de cuerpo alguno religioso que haya poseído aquel edificio; y el atribuirlo a los Templarios, como hace el vulgo, es una de sus hablillas despreciables. Esta religión estaba establecida y bien heredada en la vecina montañuela, llamada Garden: suficientísimo premio de lo que había contribuido a la conquista de esta ciudad. Y si el Conde multiplicara en ella sus fundaciones hubiera sido despertar los celos de los que igualmente trabajaron. Bien mirado todo, y la dignidad de la iglesia matriz y de su clero, tengo por cierto que la primera Catedral fue la mezquita que tenían los Moros dentro de su mayor fortaleza, y que los edificios inmediatos se acomodaron para la vivienda del clero. Donde por consiguiente el culto divino, objeto principal del piadoso conquistador, estuviese a cubierto de cualquier invasión o alarma en una tierra recién conquistada, y todavía llena de enemigos sujetados. Con este sitio que digo cuadra literalmente la expresión de los Obispos, que decían que la Catedral estaba in montis celsitudine. Para aliviar las varias incomodidades de esta situación emprendió el tercer Obispo Gombaldo de Camporrells la fábrica de una nueva y magnífica Catedral, sin esperanza de verla concluida. Escogiose para esto la colina más baja que domina la ciudad, donde el arquitecto Pedro Dercumba o de Cumba (de Coma o Cescomes) (N. E. de Cumbis también) planteó el nuevo templo, cuya primera piedra pusieron el Rey don Pedro II de Aragón y el Conde de Urgel Ermengol VIII, Conseñores de Lérida, día 22 de julio del año 1203. Noticias que nos conservaba una piedra escrita en el presbiterio de la iglesia, al lado del Evangelio; y ahora ni allí existe ni en parte alguna. Razón porque no la pongo aquí, aunque he visto varias copias de los que la vieron y trasladaron. En la continuación de la fábrica trabajó el arquitecto Pedro de Peñafreyta (Pinna freyta, Penna frigida, peña fría, pedra o pera freda), que murió en 1286. Los Prelados que sucedieron a Gombaldo aplicaron todos los medios acostumbrados para adelantar la obra con tanta diligencia, que en el año 1278 pudo ya consagrar la nueva iglesia el Obispo Don Guillermo de Moncada, como lo efectuó día 22 de octubre, señalando la celebridad anual de su dedicación en la Dominica primera, después de la fiesta de San Lucas.

No deja de admirar la pronta ejecución de este edificio, compuesto todo de piedras sillares traídas de muy lejos, cortadas con gran simetría, y labrado gran parte de él con no poco lujo. Consta el cuerpo de la iglesia de tres naves, separadas entre sí por tres arcos, a que corresponden en las paredes laterales otras tantas capillas, parte profundas y parte no. El crucero es grandioso, y de casi tanta longitud como la iglesia, adornado de un cimborio o cúpula graciosísima que honra la solidez de aquella arquitectura, compatible con los adornos más sutiles e ingeniosos. La cornisa se corre por lo interior de las paredes: súbese a ella por una escalera exterior y volada, que a mi entender es lo mejor de todo el edificio. El presbiterio es capacísimo. 

En él y en todo lo demás suben gruesas columnas pareadas y amarradas a recibir los arcos mayores, que todos son apuntados, guardando solamente la figura semicircular los pequeños de puertas, etc. Los capiteles no son como otros del siglo XIII puros pelotones, informes y sin labor, sino al contrario, labrados caprichosamente como los usados en los dos siglos anteriores, parecidos al orden corintio, y algunos enteramente tales. El coro estaba, según costumbre, en medio de la iglesia. Su pavimento, capillas y paredes llegaron a estar llenos de sepulcros respetables por las cenizas que encerraban y por la excelencia de su construcción. Vese todavía uno de un ciudadano titulado de Lérida, bienhechor famoso de todas las iglesias, llamado Berenguer Gallart, que quiso ser depositado a cuarenta palmos de elevación sobre el pavimento, y todavía suben hasta los sesenta y más los costosísimos adornos de su sepulcro. Mas que todo esto era la santa memoria de los Obispos de los siglos XII y XIII, la del Rey Don Alfonso IV de Aragón, la de muchos nobles canónigos, arquitectos y otras personas de que se conservaban insignes y curiosos epitafios, que eran una viva muestra de la literatura y paleografía de los seis siglos anteriores. Todo pereció, y la proximidad o inclusión en la fortaleza que se dio al templo en el siglo XII para su seguridad vino a parar en su daño. Desde que en los tiempos de Felipe V obligaron las guerras a trasladar la catedralidad a la parroquia de San Lorenzo en 1707, comenzó aquel apreciable edificio a experimentar el abandono que se completó, cuando resuelta la construcción de la nueva Catedral, se destinó todo lo antiguo para almacenes y parques de artillería, y de todo lo necesario a la fortificación. Salvadas únicamente las paredes, que ni balas ni bombas pudieron derribar, todo el ámbito de iglesia, capillas adjuntas, claustros, etc., está cortado en varios edificios, paredes, techos, donde los montes de maderos, cuerdas, cureñas, etc., ocultan los sepulcros, altares, inscripciones, una de ellas romana, ya publicada por Finestres y Ponz, y cuanto el curioso pudiera desear. Digo que oculta los que permanecen, que según noticias deben ser muy pocos, porque es cierto que destruyó la ignorancia, o sea la inadvertencia, lo que a toda costa debía conservarse, aunque fuese trasladado a otra parte. Y en este punto me llevé gran chasco, confiando hallar las memorias sepulcrales que Ponz dijo se trasladaron a la Catedral nueva en 1781 (Viaje de Esp., tom. XIV. pág. 197), porque cierto es que ni una sola se trasladó, pudiéndose colocar todas en el magnífico pórtico. Pero a mí no me toca hablar sino de lo que hay o lo que no hay. Y esto, como digo, es poco, y también en los claustros y otras oficinas, a quienes ha cabido la misma suerte. Más fácil me será acotar algunas noticias curiosas de los tiempos y circunstancias de su construcción, arquitectos, etc., y con esto aliviaremos la pesadumbre de la inutilidad y pésimo estado de edificios tan respetables, aunque siempre vendrá a parar la cosa en lamentaciones. 

El retablo mayor de esta iglesia era de mármol, o sea alabastro, decorado con varios relieves, construido a mitad del siglo XIV por el escultor B. Robio, de lo cual hay noticias en los libros de cuentas de la 

obra. Una u otra tabla de aquel altar anda en casas particulares; lo demás sirvió en gran parte a la granjería de la tropa suiza por sus frutas y labores de sobre mesa. El claustro se comenzó a continuación de la iglesia, y ocupa todo su ámbito anterior, de modo que de él se entra al templo por tres puertas correspondientes a sus tres naves. Entendíase en su construcción en 1322, y aun en 1335 Ponce de Ribelles, Vicario general del obispado, que estaba ausente, dio comisión para recoger limosna pro maximo et sumptuoso opere claustri ecclesiae Catedralis. Hállanse cortados con almacenes, como se dijo de la iglesia. La puerta exterior de ellos se conserva bastante bien, y sólo faltan de allí las estatuas de los doce Apóstoles, que se trasladaron a una pequeña iglesia llamada de San Pablo. Diligencia loable, pero que recuerda con dolor el descuido que hubo en lo demás. 

Hay memoria de haber labrado algunas de ellas el escultor y arquitecto Guillermo Çolivella en 1391 por precio de 240 sueldos cada una. Ni rastro queda del gran pórtico que delante de esta fachada construyó el arquitecto Francisco Gomar en 1490 por precio de diez y seis mil sueldos. Muy firme y vistosa se conserva a un ángulo exterior de los claustros la magnífica torre de las campanas, de las cuales se sirve todavía la catedral. Construyose a fines del siglo XIV y parte del siguiente. Trajéronse las piedras de las canteras de Cugullada y del río Daspe. En los libros de gasto de 1397 se mandaron cortar CCCL. pedres al riu Daspe per ops de la torre: ço son, xambranes, et pinyacles, et pedres de fil. En otra data se lee: DC. pedres de fil. C. croes è C. filloles. Con esto verás que si de tan lejos y a tanta costa se conducían las piedras de construcción, no era tan abundante Lérida en este género como dicen los escritores que suponen levantados sus muros sobre roca viva, que cierto lo he mirado con curiosidad y apenas se descubre una u otra piedra; lo demás es un monte de tierra. En la torre trabajaron los arquitectos Guillelmo Çolivella y Carlos Galtes de Ruan. Concluyose antes de 1416, en que ya se trató de fundir una gran campana para el relox, la cual se encargó a Juan Adam, de burgo Sanctae Mariae, Turlensis diocesis, regni Franciae. Fundiose en 1418, y después de varias resoluciones salió de peso de 160 quintales. En un certificado que dio el Capítulo al fabricante dicen de ella: cuius sonitu et mentis vulnera sanari, et divinitatis singularis gratia possit conquiri con otros elogios. Efectivamente, es enorme campana, que tendrá de ocho a nueve palmos de diámetro. Hay en ella la siguiente inscripción: Christus Rex venit in pace, et Deus homo factus est. Chtus. vincit, Chtus. regnat, Chtus. ab omn. mal. nos defendat. Fuit factum per magistrum Joannem Adam anno Dni. 1418 in mense aprili. = 

Sigue otra linea entera de Te Deum laudamus, repetido infinitas veces. La torre tiene catorce campanas, siete grandes y siete pequeñas. La mayor hecha en 1405 in mensi octobri. Item tiene hasta las campanas 132 gradas, y de aquí hasta el remate 100 gradas más. Toda la torre 232 gradas. Sin ello hay en el centro y cuerpo principal de la torre estas catorce campanas armoniosas, de las cuales el seny major es del 1405, y otras hay de ese tiempo, y acaso habrá alguna de las que construyó en 1391 Tibaut Rahart (o Rabart, la h y la b no siempre se ven bien), maestre de senys de Cervera (seny : signum : señal : campana). De este último año hallo que se enviaban a componer y fabricar las lenguas de las campanas (badajos) à les fargues (forjes, forges) de Belsa, herrerías (forjas) de Vielsa (Bielsa), según yo entiendo. En 1390 hállase ya construido un gran relox (reloj) por Antonio Core, Boloñés.