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domingo, 8 de mayo de 2022

José María Heredia, poeta cubano, a mi querida (soneto)

POETAS CUBANOS. 
(extracto de 
REVISTA DE ESPAÑA Y SUS PROVINCIAS DE ULTRAMAR, tomo 1, parte 2)

Por causas independientes a nuestra voluntad no podemos dar en este número el artículo que con semejante epígrafe daremos a luz en el próximo. Pero publicamos en su lugar un soneto inédito del célebre vate Heredia, cuyo original merecimos en la ciudad de Matanzas de la isla de Cuba a individuos respetables de su familia, para que formase como un recuerdo entre los varios autógrafos que contiene nuestro álbum. Hé aquí este nuevo rasgo del cantor del Niágara

José María Heredia, Cuba, cubano, cantor del Niágara, a mi querida


A MI QUERIDA.

Ven, dulce amiga, que tu amor imploro; 

luzca en tus ojos esplendor sereno, 

mientras desciende en ondas a tu seno 

de tus cabellos fúlgidos el oro. 


¡Oh mi único placer! ¡Oh mi tesoro! 

cómo de gloria y de ternura lleno 

estático te escucho, y me enajeno 

en la argentada voz de la que adoro! 


¡Oh! llégate a mi pecho apasionado: 

ven, hija celestial de los amores, 

descansa aquí donde tu amor se anida. 


¡Oh! nunca te separes de mi lado, 

y ante mis pasos, de inocentes flores 

riega la senda fácil de la vida. 

//

ODA AL NIÁGARA

https://www.ecured.cu/Oda_al_Ni%C3%A1gara

Dadme mi lira, dádmela, que siento


en mi alma estremecida y agitada


arder la inspiración. ¡Oh! ¡Cuánto tiempo


en tinieblas pasó, sin que mi frente


brillase con su luz!... Niágara undoso,


sola tu faz sublime ya podría


tornarme el don divino, que ensañada


me robó del dolor la mano impía.


Torrente prodigioso, calma, acalla


tu trueno aterrador; disipa un tanto


las tinieblas que en torno te circundan,


y déjame mirar tu faz serena,


y de entusiasmo ardiente mi alma llena.


Yo digno soy de contemplarte: siempre


lo común y mezquino desdeñando,


ansié por lo terrífico y sublime.


Al despeñarse el huracán furioso,


al retumbar sobre mi frente el rayo,


palpitando gocé: vi al océano


azotado del austro proceloso,


combatir mi bajel, y ante mis plantas


sus abismos abrir, y amé el peligro,


y sus iras amé: mas su fiereza


en mi alma no dejara


la profunda impresión que tu grandeza.


Corres sereno y majestuoso, y luego,


en ásperos peñascos quebrantado,


te abalanzas violento, arrebatado,


como el destino irresistible y ciego.


¿Qué voz humana describir podría


de la sirte rugiente


la aterradora faz? El alma mía


en vagos pensamientos se confunde


al contemplar la férvida corriente,


que en vano quiere la turbada vista


en su vuelo seguir al borde oscuro


del precipicio altísimo: mil olas,


cual pensamiento rápidas pasando,


chocan y se enfurecen,


y otras mil y otras mil ya las alcanzan


y entre espuma y fragor desaparecen.


Mas llegan... saltan... El abismo horrendo


devora los torrentes despeñados;


crúzanse en él mil iris, y asordados


vuelven los bosques el fragor tremendo.


Al golpe violentísimo en las peñas


rómpese el agua, salta, y una nube


de revueltos vapores


cubre el abismo en remolinos, sube,


gira en torno, y al cielo


cual pirámide inmensa se levanta,


y por sobre los bosques que le cercan al solitario cazador espanta.


Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista


con inútil afán? ¿Por qué no miro


alrededor de tu caverna inmensa


las palmas, ¡ay!, las palmas deliciosas,


que en las llanuras de mi ardiente patria


nacen del sol a la sonrisa, crecen,


y al soplo de la brisa del océano


bajo un cielo purísimo se mecen?


Este recuerdo a mi pesar me viene...


Nada, ¡oh, Niágara!, falta a tu destino,


ni otra corona que el agreste pino


a tu terrible majestad conviene.


La palma y mirto, y delicada rosa,


muelle[13] placer inspiran, y ocio blando


en frívolo jardín: a ti la suerte


guarda más digno objeto y más sublime.


El alma libre, generosa y fuerte


viene, te ve, se asombra,


menosprecia los frívolos deleites,


y aun se siente elevar cuando te nombra.


¡Dios, Dios de la verdad! En otros climas


vi monstruos execrables


blasfemando tu nombre sacrosanto,


sembrar horror y fanatismo impío,


los campos inundar con sangre y llanto,


de hermanos atizar la infanda guerra,


y desolar frenéticos la tierra.


Vilos, y el pecho se inflamó a su vista


en grave indignación. Por otra parte


vi mentidos filósofos que osaban


escrutar tus misterios, ultrajarte,


y de impiedad al lamentable abismo


a los míseros hombres arrastraban.


Por eso siempre te buscó mi mente


en la sublime soledad: ahora


entera se abre a ti; tu mano siente


en esta inmensidad que me circunda,


y tu profunda voz bajo mi seno


de este raudal en el eterno trueno.


¡Asombroso torrente!


¡Cómo tu vista mi ánimo enajena,


y de terror y admiración me llena!


¿Do tu origen está? ¿Quién fertiliza


por tantos siglos tu inexhausta fuente?


¿Qué poderosa mano


hace que al recibirte


no rebose en la tierra el océano?


Abrió el Señor su mano omnipotente;


cubrió tu faz de nubes agitadas,


dio su voz a tus aguas despeñadas,


y ornó con su arco tu terrible frente.


Miro tus aguas que incansables corren,


como el largo torrente de los siglos


rueda en la eternidad: así del hombre


pasan volando los floridos días


y despierta el dolor...! ¡Ay!, ya agotada


siento mi juventud, mi faz marchita


y la profunda pena que me agita


ruga mi frente de dolor nublada.



Nunca tanto sentí como este día


mi mísero aislamiento, mi abandono,


mi lamentable desamor... ¿Podría


un alma apasionada y borrascosa


sin amor ser feliz?... ¡Oh! ¡Si una hermosa


digna de mí me amase,


y de este abismo al borde turbulento


mi vago pensamiento


y mi andar solitario acompañase!...


¡Cuál gozara, al mirar su faz cubrirse


de leve palidez, y ser más bella


en su dulce terror, y sonreírse


al sostenerla en mis amantes brazos!...


¡Delirios de virtud!... ¡Ay!, desterrado,


sin patria, sin amores,


solo miro ante mí llanto y dolores.


¡Niágara poderoso!,


oye mi última voz: en pocos años


ya devorado habrá la tumba fría


a tu débil cantor. ¡Duren mis versos


cual tu gloria inmortal! Pueda piadoso


al contemplar tu faz algún viajero,


dar un suspiro a la memoria mía.


Y yo, al hundirse el sol en occidente,


vuele gozoso do el Criador me llama,


y al escuchar los ecos de mi fama


alce en las nubes la radiosa frente.


Poema del Niágara online, descargable aquí:

https://biblioteca.org.ar/libros/11368.pdf

Más información sobre el autor y el poema aquí:

https://verbiclara.wordpress.com/2012/07/28/niagara-poema-de-jose-maria-heredia/

https://es.wikipedia.org/wiki/Oda_al_Ni%C3%A1gara

https://www.poeticous.com/heredia/niagara?locale=es

https://lyricstranslate.com/es/ni%C3%A1gara-niagara.html

https://www.ecured.cu/Oda_al_Ni%C3%A1gara

http://www.los-poetas.com/c/here1.htm

ETC...

CONTINUACIÓN SOBRE LOS POETAS CUBANOS. 

Cuando ya había visto la luz pública el número anterior de nuestra Revista, en el que hablamos en general de la marcha que ha seguido en la isla de Cuba la poesía, y acompañamos a nuestras indicaciones la reseña cronológica que nos había dirigido otro amigo sobre sus principales vates; recibimos los periódicos de aquella isla, y con ellos el Faro de la Habana del 28 de noviembre pasado, en el que encontramos un razonado artículo sobre la misma materia, artículo que no ha podido llegar más a tiempo, para no interrumpir en este la copia que con tanto gusto vamos a hacer del propio. 

Él es como el juicio crítico y filosófico de nuestra anterior reseña, y estamos muy conformes con su autor en las calificaciones que hace en general de sus poetas compatricios (o compatriotas), si bien prescinde de Plácido, cuando este formó casi por sí un género aparte. Y entiéndase que no nos referimos al hombre, sino al poeta. Él es por lo tanto el complemento de aquella, y si lo hubiéramos extendido, no podría ser más a propósito.

Complácenos además, el que sin un virtual acuerdo, lo hayamos tenido con el propio autor en las ideas que antecedimos en aquel número, a la carta de nuestro amigo. Allí hablamos de la crisis que había formado en la antigua poesía de Cuba el poeta Heredia, y esto propio nos lo confirman sus líneas: allí nos hicimos cargo de la incorrección de las formas de otros, y esta imparcialidad no se echa de menos en este ameno y crítico artículo.

Advertimos sin embargo, que tanto este escritor como el ilustrado de nuestra anterior reseña, parten ambos de Cequeira para tejer la serie cronológica de los poetas de aquel país tomándolo como el más antiguo, cuando nosotros recordamos que ya antes que este, se había dado a conocer en 1788 por su elogio en verso a los príncipes de Asturias, el pardo Manuel del Socorro Rodríguez. Pero a este hombre singular, prosista y latino a la vez, ya lo daremos a conocer en otro de nuestros números. Por hoy, hé aquí como se expresa el periódico referido: 

RÁPIDA OJEADA SOBRE LA POESÍA LÍRICA DE CUBA. 

"Antes de exponer a los lectores del Faro nuestras opiniones sobre la poesía lírica de Cuba, debemos advertirles que no es nuestro ánimo revelar dogmas ni erigir doctrinas, sino relatarles con la claridad posible cuanto hayamos observado; aventurando alguna vez nuestro servicio, para cumplir con un deber de conciencia, al que cedemos sin pretensiones y sin revestirnos de autoridad judicial; cuyo menor inconveniente sería carecer de jurisprudencia para nuestras decisiones, ya por la debilidad de nuestras fuerzas, ya por lo arduo del empeño. - Vamos sólo a intentar la enumeración de los poetas que más se han distinguido y la clasificación de los diversos géneros a que más especialmente se haya consagrado cada uno.

Nadie ignora que la poesía tiene tres grandes sentimientos: amor a la divinidad; amor a la patria y amor a la mujer; que desfallece si no canta a Dios con toda su grandeza, a la patria con todas sus magnificencias y a la mujer con su virtud, su hermosura y sus atractivos. Entonces la poesía tiene coronas de flores para la mujer, laureles para la patria, y alas de oro y cristal para remontarse al cielo. Pero cuando falta ancho campo a la imaginación y no existe el sentimiento religioso, cuando se cree ver en la mujer la causa de los males que nos afligen, desconociéndose que ha nacido para ser nuestra compañera, y convirtiéndola en instrumento vil de nuestros goces y placeres, la poesía en ese caso es semejante a la verde planta que por falta de riego palidece y se marchita abrasada por los ardientes rayos del sol. Sin embargo, nosotros que no tenemos que lamentarnos, por esa parte, porque la religión se entrevé en nuestros cantos, y porque la mujer derrama azucenas por nuestras sendas y luz por nuestros horizontes; nosotros que contemplamos la tierra alzándose con sus torrentes y sus flores, el mar con sus magníficos estruendos, las aves con sus cantos, el aura melancólica con sus gemidos y el bosque con el susurro de sus hojas; nosotros, en fin, que cantamos inspirados por el sentimiento de lo bello, al conocer que el amor a la divinidad y que el amor a la mujer son los que más resuenan en las cuerdas de la lira de nuestra poesía, no negaremos el poco adelantamiento que en ella se nota, porque causas no desconocidas acaso, se oponen a su progreso cortando el vuelo a la imaginación, y porque tal vez no habrá ningún género que se haya cultivado tanto como el lírico, lo que hace, sin duda, que encontremos falta de originalidad en las producciones, a excepción de las de algunos que ciertamente no pertenecen al número de aquellos que tienen una reputación usurpada. Pero hay más: la poesía es una parte de nuestra literatura: la literatura lo es de nuestra civilización: la historia de nuestra civilización apenas ha nacido. ¡Cuánto tiempo no hay, pues, que esperar todavía!

Por otra parte, la poesía es flor muy escondida y poco estimada en este siglo positivo, y ha sido bastante desatendida entre nosotros, quizás por los que con más razón que otros debieron prestarle su apoyo y que despertando de la indolencia de su espíritu se han elevado después con alas de hielo, entre la duda y la fé, luchando el corazón con la cabeza y escribiendo para sí mismos; de ese modo no han dejado principio alguno fijo, ni consecuencia conocidamente útil.

Hechas estas explicaciones que hemos creído necesarias vamos a ocuparnos ligeramente en estos mal trazados renglones, de cada uno de nuestros poetas líricos que más se han distinguido, como dijimos al principio.

Apareció Zequeira sonando la trompeta épica, y demostró una fecundidad extraordinaria en la mayor parte de sus producciones. Entre estas existen algunas jocosas; pero nosotros creemos que ese género no era legítimo del poeta de que hablamos, sino aquel que revela la majestad de Píndaro en sus cantos serios. Díganlo el poema la "Batalla de Cortés” y la oda al "Dos de mayo." 

Heredia, que por orden de fecha se halla colocado en el segundo lugar merece sin disputa el primero. Heredia es el Homero de Cuba, según un sabio crítico. A un sentimiento delicado supo hermanar la vigorosa entonación que se observa en su oda al "Niágara" y la solemne majestad que se advierte en uno de sus himnos. Aquella gala en el decir, aquellas imágenes, aquella armonía conmovedora, sólo nos han sido trasmitidas por su pluma. El lugar que dejó vacante con su muerte no ha sido ocupado todavía.

Milanés con menos estro que los dos anteriores, es en nuestro concepto, superior al primero, y casi se halla colocado al lado del segundo. - La originalidad de sus pensamientos, su filosofía y el fin moral que lleva cada una de sus producciones, revelan que pertenece a una época algo más adelantada en cultura. Sus poesías son más meditadas en el fondo; pero menos correctas en la forma que las otras. Él es el único que se ha trazado en una nueva escuela, de la que es y será jefe en su país. La reflexión y el examen sobresalen en sus versos, y la fuerza lógica que encierran no los hace carecer del vuelo del entusiasmo. Un corazón lleno de ternura unido al más bello espiritualismo y las ideas elevadas juntas a la inspiración forman, por decirlo así, su fisonomía moral. Milanés es el astro que derrama su luz sobre el lóbrego campo donde la humanidad se agita, levantando el prolongado clamor de sus pasiones y de sus padecimientos.

El cantor de la "Siempreviva”, con más genio que saber, es más popular que ninguno. Los dos de que ya hemos hablado, son, en nuestra humilde opinión, de un mérito más elevado; pero la especialidad de talento del que hablamos le reserva un lugar aparte en las letras. Sus composiciones están salpicadas de poesía por donde quiera. Imágenes atrevidas, originalidad, símiles oportunos, sentimiento y un encanto singular siempre. Fue un modelo de facilidad en la versificación y no muy correcto por no haberla pulido más.

Orgaz demuestra una imaginación llena de vigor y de lozanía. Sus concepciones están pobladas de rasgos valientes. 

Turla ostenta la filosofía del hombre que piensa, medita y vuelve sus ojos hacia la humanidad. Sus versos están llenos de sentimiento.

Briñas pertenece sin duda a la escuela de Milanés. Sus mismos giros, su misma moralidad, ideas originales y más gala en el decir.

Palma tiene alguna semejanza con Heredia en el sentimiento, y en lo demás revela haberse impregnado en la poesía desconsoladora de Byron. En obsequio de la imparcialidad, versifica con más esmero que produce hermosos pesamientos (pensamientos). 

Tolón es poeta dulce, melodioso; melancólico y hace sentir. Reúne a lo expuesto la originalidad. 

Jiménez de León es también original. Sus versos demuestran ser hijos de una imaginación fecunda y privilegiada. Donde quiera se encuentra un pensamiento revestido con todos los atavíos de una mente rica de bellezas y harto florida. Hay en sus producciones algunas bastantes a darle un buen nombre; pero da a conocer, en las otras, el abandono con que ha mirado su instrucción.

Blanchié y Mendive están colocados en una misma altura. Igual expresión, sencillez, dulzura, armonía, elegancia en las formas y fluidez.

Foxá es tierno. Imita el sentimentalismo de Lamartine y sobresale en las composiciones amatorias y descriptivas. Ha ensayado tendencias filosófico-sociales; pero demuestra bastante flojedad en la expresión. Su hermano era de un mérito incontestablemente superior.

Hay también algunos otros que revelan buenas disposiciones; pero alguna que otra composición suelta que ha visto a (la) luz, no es bastante para dárnosle a conocer en toda su extensión como deseamos. 

Los demás que han publicado colecciones, en nuestro concepto no se hallan a la altura de los que hasta aquí nos han ocupado; por tal motivo le (les, los) hemos suprimido; quizás con la intención de ocuparnos de ellos en un segundo artículo.

En conclusión, anhelamos el progreso de nuestra poesía y que talentos del temple de alguno de nuestros malogrados poetas, no lleguen a segarse en flor, cuando están reclamando con esmero cultivo. ¿Estamos acaso, tan abundantes de luz, que debemos ver con indiferencia apagarse los astros que principian a brillar con tanto esplendor y que han alcanzado más de una vez una mirada de nuestra madre la civilizada Europa? - Dédalo. 

(Tres años después de estos textos, en 1853, nació el conocido poeta cubano José Martí.)