OTRA VEZ LA COMBATIDA CUESTIÓN DE SANTANDER Y NUESTRAS ANTILLAS.
Ya estaba en prensa el número anterior cuando recibimos el correo de Ultramar, y con él las noticias de nuestras islas de Cuba y Puerto Rico. Aunque la prensa diaria publicó al punto todas las que se referían a la primera, llamamos, sin embargo, la atención de nuestros lectores hacia las ideas que apuntamos sobre las mismas en La Crónica del de hoy, y en la parte que a posesión tan importante se refiere. Respecto a la segunda isla, las nuevas que desde allí se nos dirigen son menos lisonjeras: que nos confirman por desgracia los temores que manifestamos en nuestro número 7.°, cuando allí nos extendimos largamente sobre la cuestión de las harinas, de que el gobierno de S. M. ha hecho presente a las autoridades de Puerto Rico las reclamaciones de Santander. El más general disgusto se sentía en la isla con este motivo. Posesión reducida y nada rica, oscilaciones económicas como de la que se trata, no pueden menos que atacar en su fuente los intereses comerciales, y mucho más en esos países donde la riqueza no tiene casi otro origen. En tal estado de cosas, aquella junta de comercio no ha podido menos de protestar de nuevo contra las exigencias de la de Santander ante los pies del Trono, y al hacerlo tan reverentemente como lo dicta la lealtad de aquellos habitantes, defiende a la par con argumentos irrecusables la causa que no puede abandonar, ya se atienda a las circunstancias locales de sus comitentes, ya a los principios de la ciencia económica, o a los más santos de una nacionalidad verdadera. ¡Y a cuántas consideraciones no nos llevaría el rigor de sus guarismos, si por ellos hubiésemos de calcular para esas islas, de esa felicidad material que tanto ponderan ciertos hombres, como fruto de un régimen que cada día lo quisieran más fuerte y restrictivo! Pero dejemos hablar por hoy a la junta de comercio de Puerto Rico, la que, como las superiores autoridades que en el número ya citado defendimos, y como todos los que entiendan y sientan con ánimo español y desinteresado, no puede menos de reclamar por los fueros de la razón, de la ciencia, de la conveniencia y también de la justicia. La junta dice. "Señora. - La junta de comercio de Puerto Rico, escudada en su nunca desmentida lealtad a la real persona de V. M., habiendo visto en los papeles públicos la exposición que ha hecho la de Santander, con fecha 13 del mes próximo pasado de septiembre, para que se revoque el decreto de esta superintendencia de 3 de agosto último que mandó circular los aranceles de aduanas aprobados por real orden de 2 de agosto del año anterior de 1849; se cree en el caso de suplicar humildemente a V. M. se digne desatender lo expuesto por aquella junta, en mérito de las justas y sólidas razones en que se apoya el citado decreto de esta superintendencia.
Nada dirá la junta respecto a las inculpaciones que se hacen al ilustre jefe que puso en planta los referidos aranceles de acuerdo con la superior y respetable autoridad de la isla. Ese acuerdo que se censura, hará siempre su apología, porque si en todos tiempos la imparcialidad y deseo del bien fueron resortes poderosos para administrar los pueblos, hoy por más de una razón debe ser ese el único móvil del gobierno. Delirio muy grande es creer, que se tuvieron en cuenta otros intereses que los nacionales: miras bastardas no caben en pechos españoles. La junta de comercio de Santander no puede en justicia pretender que las harinas de la Metrópoli disfruten en esta isla mayor beneficio del que tienen en la de Cuba; y por lo tanto, su queja debe reducirse al recargo de un peso en barril, que se ha hecho en los últimos aranceles; y ese recargo lo justifican las diferentes circunstancias que hay en una y otra Antilla. La agricultura cubana se halla en un estado de prosperidad, que se puede comparar con la de los países más adelantados. Allí se encuentran haciendas con todos los elementos precisos para el cultivo: un comercio floreciente que conduce los productos de aquel fértil suelo a todos los mercados del mundo: desarrollada la industria: cruzada mucha parte del territorio con caminos de hierro, que facilitan y abaratan la producción, todo, en fin, es prosperidad y ventura. El comercio que sostiene con la Metrópoli es a ambos países ventajoso. Veamos a Puerto Rico, y sus relaciones con el comercio nacional. Esta isla no fue considerada más que como una plaza militar, hasta principios de este siglo, que las revueltas del vecino continente, la hicieron asilo de la lealtad. Pero como país pobre y sin porvenir, no vinieron a él sino los emigrados de menos fortuna: los demás acudieron a la Habana o bien a las plazas principales de Europa, donde podían con ventaja dar giro a sus capitales. Los nuevos brazos y los que llegaron luego, por efecto de las franquicias concedidas por la real cédula de 10 de agosto de 1815, dieron algún impulso a la agricultura; pero un impulso, Señora, muy lento, como lo prueba el no haber en la isla una finca que pueda rivalizar con las de 2.° orden de Cuba. Por esto es que con el aumento que las haciendas de caña tomaron entonces, esta preciosa Antilla estacionada, ha ido recorriendo los tiempos con lentitud en medio del universal progreso, y cuando en todo el mundo se han realizado mejoras, cuando los cultivos de la riqueza agrícola se han engrandecido en otros países, aquí causa lástima ver reducidos los productos de este a algunos mercados que se puede decir son los exclusivos exportadores. Los de los Estados Unidos consumen infinitamente más que todos los de Europa; y el de la Metrópoli se reduce a una partida insignificante. Así, Señora, para remediar males de consideración, para que esta isla sea lo que está llamada a representar entre las ricas posesiones de V. M., nuestro digno superintendente de Hacienda, de acuerdo con este benemérito capitán general, dictó la reforma de los aranceles en los términos publicados, y conforme habrá dado parte a V. M. Esta corporación, que a la vez que la de Santander, representa por sus especiales intereses, no puede menos de hacerlo, para exponer a la elevada consideración de V. M., que los aranceles que se sirvió aprobar en 1849, son beneficiosos al país, si a su cumplimiento van unidas las mencionadas reformas adoptadas por las superiores autoridades de esta isla; y no puede dejar pasar desapercibidas expresiones altamente ofensivas a aquellos cuyos desvelos son el engrandecimiento de esta parte de la monarquía española, que les está encomendada. Si la junta de Santander más previsora, hubiera sólo abogado en su causa, con razones bastantes a convencer que a sus singulares intereses iban unidos los de la nación, esta que ahora representa, no tendría que acudir a contrariarla, porque del mismo modo le compete mirar por los de esta isla. Para hacerlo como corresponde, ante la superior penetración de V. M., necesita aducir razones poderosas y antecedentes que convengan; y aunque muy bien puede presentar la idea de que ningún beneficio reproductivo le proporcionan las importaciones de Santander, cuyo valor se saca en metálico de este país, para ir a gastarse en otros extraños, ahora no cree deber entrar en cuestiones puramente locales. La mencionada reforma de los aranceles indudablemente presenta la mejor protección directa y franca a la agricultura colonial; y V. M. se cerciorará de que la necesita y esforzada, porque lejos de ser su estado próspero y floreciente, como galanamente suele pintarse, es decaído y va en atraso relativamente al que según datos estadísticos ha gozado en épocas anteriores. En los años de 1830 al 34, llegó a 17 millones de libras el producto del café por año; que apenas alcanzó en 1848 a algo más de 9 ½ millones. En 1837 se exportaron muy cerca de 2 millones de libras de algodón y en 1848 sólo 182.457. La exportación del tabaco subió en 1845 a más de 7 ½ millones, y apenas si alcanza a 2 ½ en 1848. La industria pecuaria ha tenido la misma suerte, y si en 1828 y años siguientes se extraían del país 7000 reses por año, en 1848 sólo llegó la exportación a 4372. Semejante demostración habla más alto que cuantas peroraciones produzca la imaginación de los que pintan de memoria como floreciente y pujante el estado de riqueza de esta colonia.
Con esta actualidad no puede menos de convenirse en la urgencia de esta medida; y necesario era que para cubrir las atenciones del Erario por la baja de derechos ocasionada con la libre importación, se recargasen algunos artículos importables. Dificultades se presentaron en esta cuestión de suyo grave y trascendental: mas el sistema municipal y la antiquísima práctica seguida hicieron que la resolución se fijase en los artículos de lujo y en las harinas, porque de este modo en nada se perjudica a los productores. Sin duda que la junta de comercio de Santander no sabe que el valor del pan lo señalan en Puerto Rico los ayuntamientos, atendiendo al precio que tengan en la plaza las harinas, y que valiendo las de los Estados Unidos antes de su exportación de 4 a 5 pesos con un recargo de 7 y además los gastos de fletes y conducciones, no puede venderse a 10 pesos, como ahora vale la de Castilla. Y no ha sido menos infundada la solicitud de la junta de Santander sentando por bases inexactitudes, tales como que la harina extranjera importada en buque nacional pagará 3 pesos cuando se le fija el de 5. De otras muchas equivocaciones adolece la citada representación, y como ahora, a la manera que antes, las harinas de Castilla guardan respecto de las extranjeras 4 pesos de diferencia en el recargo, se deduce claramente que si no se introducían con 5 pesos de derechos, ahora menos podrá suceder teniendo 7. Una cuestión de tanta importancia debe razonarse y dilucidarse con la mesura, calma y templanza que corresponde, y luego que se vea que en el año de 1848 la introducción de harinas de procedencia española en bandera nacional, ascendió en venta a 242.527 ps. 50 rs. y la extranjera a 122.662, se convencerá que la diferencia no es comparable a la de derechos señalados a una y otra. Querer mantener una introducción en fuerza del recargo de aquellos, cuando las necesidades del país no la exigen, es proceder contra los más conocidos principios de la ciencia económica; es un absurdo imperdonable. En nada se perjudica el comercio nacional y cualquiera capacidad financiera conocerá inmediatamente que la importancia de las medidas adoptadas contribuirán en mucho a aumentarlo. De esta verdad no queda la menor duda, y cuando se piense, aunque ligeramente, que fomentándose la industria y la agricultura encontrarán los comerciantes de Santander en cambio de las suyas nuestras producciones, será evidente que las relaciones mercantiles con la Metrópoli no estarán reducidas a meras importaciones y que siendo más íntimas y continuas las transacciones del comercio, el nacional se fomentará considerablemente. Y mucho más, porque es una consecuencia precisa de las bases de los mismos aranceles, la necesidad de exportar frutos del país, que teniendo demanda en los mercados extranjeros, serán conducidos a ellos por los buques nacionales, de donde estos aprovechando también las franquicias de las tarifas de la Península, llevarán al punto primero de su partida las mercancías que necesiten importar. Es tal, Señora, la importancia de esta medida, y tan eslabonada la cadena que debe formarse en bien del comercio directo, que ganando mucho el de esta posesión mayor provecho redundará al nacional.
Ni el derecho de 3 pesos impuesto al barril de harina española puede calcularse fijo, si se tiene presente que los buques de Santander tendrían el beneficio de 5 por 100 en el valor de sus importaciones, siempre que exporten frutos del país; y siendo esto así, fácil es demostrar a aquel asustadizo y alarmante comercio, que el exclusivo que hace en las Antillas españolas, nunca tendrá competencia, y mucho menos debe temer la extranjera, que además ha de encontrar los no insignificantes derechos diferenciales de bandera. De este modo, calculando bien, las harinas de Castilla sólo pagan 2 ps. 3 reales macuquinos, que tienen 14 por 100 de pérdida respecto a la moneda fuerte que circula en Cuba, y por lo que resulta pagar los 2 pesos señalados. Y ¿por qué se quejan los harineros de Castilla, cuando la tarifa de 1835 hasta ahora vigente, imponía un recargo de 4 pesos a los extranjeros que se conserva en las nuevas sin alteración alguna? Además, Señora, si se consienten semejantes exigencias, parece regular que también se acojan las que quieran presentar las provincias de Andalucía y Cataluña, para ser exclusivas importadoras de sus vinos y tejidos de algodón; las de Valencia para vendernos su arroz, y lo mismo respecto de cada porción de España: y Puerto Rico en la necesidad de buscar en el extranjero compradores de sus azúcares, café, tabaco y algodón; sin poder dar impulso a su naciente agricultura de cacao, porque después de no igualarse con el mercado de Cuba, se hallan recargadas exorbitantemente sus producciones, como si adelantada la industria pudiese presentarla en competencia. Y si esto es una verdad palpable, ¿cómo es posible que el patriotismo de la junta de Santander olvide los intereses del Estado, y particulares de Puerto Rico, que aconsejan, según la opinión del conde de Villanueva, ilustrado superintendente de la Habana, la igualdad de derechos módicos; porque si los extranjeros sufren menoscabo en la competencia, disminuirán sus transacciones dejando a esta isla sin poder exportar sus frutos, y consiguientemente siempre limitada a girar en un círculo inmutable y más estrecho, sin dar muestras del adelantamiento que es de esperarse de sus buenos elementos? ¿Cómo podrá entonces sostener las mismas autoridades, ramos y corporaciones, con igual importancia que en Cuba? ¿Cómo atenderá a los medios de defensa que necesita? Sin duda la ruina completa de esta más acreedora isla es segura, y si se agotan los cortos productos de la recaudación rentística, se entorpecerá su administración hasta hacerla ineficaz para cubrir sus atenciones. Pudiera, Señora, mirarse con indulgencia que en las circunstancias presentes, una corporación del Estado promoviera cuestiones, que animan y sostienen los mal contentos, los que quisieran privar a la España de las posesiones que conserva en el nuevo Mundo, como recuerdos de antiguas glorias, si su solicitud se apoyara en alguna razón atendible; mas cuando sólo el interés privado la ha obligado a obrar así, es de lamentarse semejante proceder. Y si Puerto Rico es una posesión española, siendo sus habitantes dignos de la protección del gobierno, es evidente que las personas encargadas por V. M. de regirla, cumplen sus deberes cuando promueven su felicidad; porque así llenan tan alto cometido, procurando el engrandecimiento de la nación. Una solicitud como la de la junta de Santander, ha causado a esta y a los habitantes de la isla, el disgusto consiguiente a inculpaciones inmerecidas; así que la sabiduría de V. M. reconocerá que de accederse a tal petición, se desatienden los intereses de esta Antilla, abandonándola a sus propios recursos y se agravian las mejores reputaciones; por lo que
A V. M. con el mayor respeto suplica, se digne atender las razones expuestas, negando lo que solicita la junta de comercio de Santander; que injustamente profiere expresiones contra un alto funcionario de V. M. digno de toda consideración, y aprobar los referidos aranceles. Lo espera así de V. M., cuya importante vida guarde Dios muchos años para gloria de los españoles. Puerto Rico y noviembre 4 de 1850. - Señora. - A L. R. P. de V. M. M. - El vicepresidente, José Caldas. - José Joaquín de Solís. - José Carreras. - Manuel Fernández. - Manuel Skeret. - José Folguera. - Andrés Viña, Secretario.
OBSERVACIONES
HISTÓRICAS, FILOSÓFICAS Y ECONÓMICAS
SOBRE LA POBLACIÓN EN GENERAL.
ARTÍCULO I.
La cuestión de la población es una de las más profundas e interesantes que tienen que resolver, en cuanto sea posible, la ciencia y los gobiernos. Estos han excogitado en todas épocas diferentes medios para dar cima a esta empresa: unos alentando a contraer matrimonio; otros por el contrario, reprimiendo esta propensión; ya estableciendo colonias, ya realizando irrupciones y conquistas. Sea de esto lo que quiera, lo cierto es que la falta de proporción entre los habitantes de un país y las subsistencias que en él se ofrecen y el modo en que estas se distribuyen, es uno de los problemas más difíciles e intrincados de la economía política, y es al mismo tiempo el origen y la causa en gran parte de los trastornos y del malestar de las naciones de Europa en el siglo presente. Por lo cual no será fuera de propósito exponer lo que en varias épocas y pueblos se ha dispuesto acerca del particular, con otras reflexiones análogas. La legislación de los hebreos consideraba como el principal deber el lazo conyugal, y reputaba infame al que no se apresuraba a sujetarse a la coyunda de esta unión santificada. Así que en aquel pueblo era infinito el número de matrimonios que se celebraban anualmente, y admirable la cifra de la población, según se deduce de la Biblia, de la historia de Josefo y de las innumerables huestes que se presentaban en sus guerras. Esta inmensa población es todavía mucho más prodigiosa, considerando la poca extensión de la Palestina, que siguiendo el testimonio de Templan, comprendía mucho menos terreno que hoy día la Inglaterra. En el antiguo imperio de Persia, observamos que sus leyes, dogmas y costumbres se dirigían por todos los resortes a fomentar el matrimonio. Sus libros sagrados, el Zenda Vesta y el Saddor prescribían que se eligiese mujer en la juventud para no interrumpir la cadena de los seres y para dejar siempre sucesores. Los monarcas de esta nación ejercían su munificencia con los ciudadanos que procreaban más hijos.
Las leyes de las repúblicas griegas están empapadas en este mismo espíritu. A los atenienses les estaba prohibido optar al gobierno de la república antes de tener hijos legítimos, y los lacedemonios llegaban a quedar exentos de todas las cargas públicas, luego que tenían cinco hijos. Los legisladores de estos pueblos no se contentaron con semejantes disposiciones, sino que estatuyeron además la acusación denominada ogamia o del celibato, y en Esparta existían también las de la exigamia o matrimonio tardío, y de la cacogamia o mal casamiento, imponiendo por estos actos que se reputaban como delitos, penas crueles y desproporcionadas. Ni el haber merecido los honores del triunfo, ni el haber llevado los estandartes victoriosos a otros países, ni el haberse granjeado gran prez y renombre por sus virtudes, eran motivos harto poderosos para lavar la fea mancha y el denigrante predicamento de infame y destructor de la república que se lanzaban contra el que moría sin descendencia. El insigne Epanimondas, ese genio sublime, la mayor reputación de su época, el vencedor en Lentres y Mantinea, hallándose próximo a bajar al sepulcro, tuvo que manifestar a su amigo Pelópidas, que consideraba como sus hijas aquellas dos batallas, para de este modo minorar un tanto el infortunio de exhalar su último aliento en la soledad del celibato. En la Roma primitiva las leyes dictadas por Rómulo prodigando ilimitado poder a los padres sobre sus hijos y a los maridos respecto de sus mujeres, tenían por objeto en algún modo, poner a la vista de los célibes los varios derechos y facultades que disfrutaban los que habían cumplido religiosamente con los preceptos de la naturaleza. Después los censores continuaron durante mucho tiempo destruyendo con todas sus fuerzas el celibato, y aplicando penas pecuniarias a los solteros. El primero de los Césares promulgó asimismo contra aquel algunas leyes severas; y la arenga pronunciada por Augusto acerca de este particular, demuestra palmariamente cuál era el aprecio con que se miraba en Roma el estado de matrimonio, y a la par cuán perniciosos efectos producía el celibatismo.
En las naciones modernas y durante siglos anteriores dominó más o menos este espíritu de excitar a la celebración del matrimonio. Varias disposiciones existían en la antigua legislación francesa. En nuestra patria tenemos algunas que dispensan privilegios y exenciones a los casados, y especialmente a los recién casados, aunque en la actualidad dichos privilegios están en desuso en su mayor parte. Hoy en día la situación de los pueblos más civilizados es enteramente diversa. Ya no se conceden privilegios a los casados; ya no se castiga ni perjudica en nada a los célibes; sino que aun así la población es en todas partes excesiva; las clases manufactureras e industriales piden trabajo para asegurar la subsistencia; el pauperismo corroe a las naciones más opulentas y el mal va haciéndose mayor cada día, y no se desata la dificultad, por más que se inventen y propongan planes y sistemas. Hoy en día no se pueden evitar estos inconvenientes como en los pueblos antiguos. En Esparta se degollaba despiadadamente a los esclavos: en Roma se les hacía perecer en las naumaquias o se inmolaban (o) diez mil en un día en un espectáculo del Circo, para que sirviesen de diversión a las cortesanas. Lo mismo o equivalente se practicaba en Corinto, en Atenas y en las repúblicas más famosas, en las que el número de ciudadanos era muy corto: en tanto que ahora, donde no son ciudadanos, son personas que gozan de sus derechos civiles y que piden y exigen ocupación, retribución suficiente, comodidad y garantías hasta cierto punto. En otros tiempos y en algunos pueblos el padre tenía el derecho de exponer y desamparar a sus hijos recién nacidos, y aun de matarlos siendo adultos. En la actualidad estos seres desgraciados aumentan la población en los establecimientos de beneficencia pública., institución casi de todo punto desconocida antes de la aparición y de la influencia del cristianismo en medio de la sociedad pagana, esencialmente egoísta, dura y cruel. Antes las guerras exterminaban ejércitos enteros y arrasaban las poblaciones; ahora y desde el descubrimiento de la pólvora y de la moderna estrategia y atendido el carácter de las guerras de este siglo, sucede muy de otra manera. Por lo cual la cuestión se ha complicado más y más en las sociedades en que vivimos. Suponiendo todavía que la población fuese escasa en un país determinado, el legislador nunca debería dirigir su acción a favorecer el aumento de matrimonios por medio de prerrogativas o franquicias. El legislador debe callar respecto de este punto: debe observar la máxima que repiten los partidarios de cierto sistema económico: Laissez faire; laissez passer. En efecto, el irresistible atractivo del placer y el porvenir dichoso que la imaginación del hombre se forma durante su juventud cuando no siente sino fuego y entusiasmo, son de suyo sobradamente eficaces y arrastradoras en un pueblo morigerado para conducir a sus habitantes a someterse a la unión conyugal, que armoniza los sentimientos más puros del corazón con los encantos de la naturaleza y con la marcha de las sociedades. Si son necesarias algunas leyes para realizar este enlace; si los hombres se retraen aún con estos estímulos, es una prueba inequívoca de que la depravación o la miseria son la causa del desprecio de esa institución que entonces se mira con repugnancia y horror.
Esto significa que la hidra de la corrupción ha levantado su cabeza, y que el libertinaje y el desenfreno ocupan el lugar de la virtud y de la inocencia. ¿Quién se atreverá a sobrellevar las responsabilidades de tan grave compromiso si la inmoralidad se desborda produciendo horrorosos estragos; si los matrimonios ostentan el negro aspecto de una sociedad donde reinan imperiosamente el lujo, la vanidad, el adulterio y toda clase de desórdenes? ¿Qué hombre doblará la cerviz a ese yugo si en vez de disfrutar las delicias del hogar doméstico, sólo encuentra una esposa ingrata e infiel y una familia desventurada que no puede quizá recibir educación por falta de subsistencia? Por el contrario, en los pueblos de costumbres puras y austeras se apresuran los moradores a disfrutar de los beneficios y de las dulzuras de la unión conyugal, sin que la legislación les impulse en lo más mínimo a verificarlo. Así sucedía entre los Germanos, según nos refiere Tácito.
ANTOLÍN ESPERÓN.
CONTINUACIÓN DEL ARTÍCULO ANTERIOR,
O INFLUJO DAÑOSO (dañino) QUE HA TENIDO LA ORGANIZACIÓN PRIMITIVA DEL SUELO CUBANO, EN SU POBLACIÓN Y SUS BIENES, EN SUS ARTES Y SU INDUSTRIA, EN EL SERVICIO DOMÉSTICO Y HASTA EN SUS PREOCUPACIONES SOCIALES.
ARTÍCULO III.
Los propios móviles de la especulación, el oro y la fortuna que guiaban a las costas de la isla de Cuba sus primeros pobladores, fueron causa también de que sólo se consideraran por allí como de paso hasta más allá del siglo XVI, pues hasta semejante época ocupábanse únicamente en el hospedaje que prestaban en su principal y más habitado puerto a las naves que entrando en él hacían escala (1); (1) Este puerto y pueblo de San Cristóbal de la Habana, está en altura de 23 grados largos, 55 leguas del cabo de San Antón, casi al Leste-oeste. Es el más cursado puerto de nuestras naves de todos cuantos hay en Indias; "porque vienen aquí a hacer escala, tomar agua y leña y mantenimientos casi todas las naves que vienen a España de casi todas las partes de las Indias; hay en él de ordinario hasta 150 vecinos, que los más de ellos parecen vivir del hospedaje que hacen a los que por allí pasan", y asimismo de su labranza y crianza, y otros de algún comercio y contratación que tienen... Después residen en ella su gobernador que es el alcaide: "tiene ordinariamente mucha y muy buena parte de presidio". Asimismo el gobernador y alcalde es cabo de dos galeras muy bien aderezadas y armadas que recorren y guardan aquella costa etc. - Manuscrito existente en la biblioteca de la academia de la historia en Madrid, por un tal Cristóbal Uzclo en 1660, y publicado por la sociedad económica de la Habana en su sección de antigüedades.
establecíanse como de prestado en las minas que trabajaban con los indios y después con esclavos; o fomentaban alguna hacienda de crianza, sin más ayuda que la que les prestaba la fertilidad de aquellos campos, el número de sus reses para la venta de los cueros y el de los siervos que las pastoreaban. A tales causas, sin duda, deben referirse los estados tan cortos que ofrecía la población de esta isla, andando ya los años del Señor de 1620, y en los que los pueblos que por entonces únicamente tenía, no contaban más que estos habitantes:
Habana 4082
Cuba (Santiago de) 250
Minas de Cobre 116
Bayamo 1500
Puerto Príncipe 300
Espíritu santo. (Sti. Esps.) 200
Cayo 50
Trinidad 150
Guanabacoa 160
Baracoa 30
(Total) 6838
¡Hé aquí toda la población de cada ciudad, villa o pueblo que contaba esta grandiosa isla, corridos ya hasta veinte años del mismo siglo XVII! Así consta del cómputo parroquial que se encontró entre los papeles del señor don Fray Alonso Enríquez Almendaris, obispo que fue de Cuba. Es decir, que sólo en la mitad que llevamos del presente siglo, ha progresado muchísimo más su población que los en los tres reunidos de su anterior existencia. Pero descendamos a buscar el origen de este desarrollo repentino, y se verá que otras causas imprevistas, poderosas y extrañas a esta organización social que venimos hablando, han sido las únicas que han podido lanzar a esta sociedad del estrecho carril en que hasta esta fecha se acrecentaba y movía.
¿Qué hubiera sido, en efecto, de este millón de habitantes que hoy alcanza el pueblo cubano, sin la pérdida de las Floridas, sin la catástrofe dominicana y sin la independencia de nuestras Américas? ¿No fue la primera, la que aumentó tan grandemente su vecindario, arrojando a sus playas a cuantos no podían resistir la lengua, las costumbres y una legislación extranjera ante la lengua, los usos y las leyes de la patria? ¿No fue la segunda, la que le proporcionó más de 60.000 ciudadanos, modelos de ilustración y de laboriosidad y que han sido los padres del cultivo de su café, hoy por desgracia tan abatido? ¿No fue la tercera, la que la dotó de esos recios capitales que comenzaron a aumentar más y más el desarrollo de su riqueza? No, no se advertía con anterioridad a la presente centuria esas tiendas multiplicadas que el peninsular catalán coloca hoy al pie de los caminos más frecuentados de su interior en sus más feraces partidos, en sus puertos abiertos más recientemente, y a cuyo alrededor se agrupa una porción de chozas que han venido y vienen a trasformarse en fin en verdaderos pueblos. No había entonces como ahora el cultivo de esas vegas, trabajadas desde no lejanos años, no por el hombre poseedor de esclavos, sino por el blanco que ha querido trabajar con su brazo y regar la tierra con el sudor de su trabajo libre. Todas estas cosas, repetimos, se deben a las extraordinarias causas que hemos nombrado. Pero atendamos a los efectos de su organización primitiva, y se notará todavía los de su influencia, en la falta de ciertos bienes de esta población misma. Aduzcamos si no las pruebas. ¿Hay al presente algún asiento de población sobre la boca de los ríos de este país para la industria de la pesca? No hemos visto ninguna en todo lo que hemos recorrido del mismo, y no ya sobre las márgenes de estos, pero ni aun sobre las playas o las costas que a su alrededor lo cercan, como sucede eu nuestra península, sin haber más que pescadores. ¿Cuál es la clase industrial que se dedica allí a recoger la utilidad de sus sales, las mejores del nuevo mundo (1), y que con tanto provecho podrían ser aplicadas a el ganado, a la tierra, o al ramo tan importante de la salazonería? Ninguna. Es verdad que por concederse allí la pesca a los matriculados de marina como un privilegio, podría replicarse que a él se debe su nulidad o monopolio. Pero si esta observación puede admitirse, lo principal es que en un puerto como la Habana sólo puedan pescar los esclavos de un particular. ¿Y qué industria fomentan? Ninguna. Pues para quién lo hacen? Para el capital de un solo hombre monopolizador de este ramo, interesado y juez a la vez de sus reglamentarias medidas. Con estos antecedentes, pues, no se pregunte ya por qué el hombre blanco no se dedica como en otras partes a la industria pesquera y de salazón y con ella a los establecimientos y los pueblos que por su causa se forman. No se extrañe ya por qué no hay población de estas clases, y por qué no hay otros bienes, más allá de los producidos por el desarrollo de un buen principio económico que de pocos años acá ha tomado un vuelo prodigioso en la mayor parte de sus puertos. Mas la desgracia no se concreta sólo a los obstáculos que ha podido encontrar la población en una sociedad de tal modo organizada desde sus principios. Es más triste todavía conocer el mal y ser más peligroso aún, apartar de repente el elemento extraño que hoy se encarna en esta sociedad... la esclavitud.
(1) "Abundan finalmente sus costas en fecundas y delicadas salinas, que no sólo proveen abundantemente a la isla; mas socorren a nueva España y otros faltos de ella. Es su sal de mejor calidad y grano que la de Yucatán y demás del seno mejicano; pero entre todas se particulariza la que dan las salinas de Guantánamo a el Sur que proveen la parte oriental de la isla y la de Punta de Hicácos al Norte, 24 leguas del puerto de la Habana que surte lo occidental de ella. Nada le falta por naturaleza para vivir según ella, y todo se lo proveyó su autor con abundancia y superior calidad." - Teatro histórico, jurídico, político y militar de la isla Fernandona de Cuba. - Obra inédita por el Sr. D. Ignacio José de Urrutia.
Ella es la que esteriliza esas bandadas de hombres, los más de las islas Canarias y algunos de nuestras provincias peninsulares que llegan a este suelo aquejados los primeros por el hambre, y buscando los segundos el premio de su laboriosidad. Pues bien: humildes y serviciales al principio, como labradores o criados; prontos y trabajadores en los primeros días; apenas llenan su vientre, visten sus carnes, y su suciedad asean, ya advierten y observan que por allí no se entregan al trabajo material más que los negros, y conociendo al punto su supremacía por el Don que a su cualidad de blanco se tributa, dejan al punto la humildad para no admitir la más leve reconvención, huyen el hombro a todo servicio corporal para no ser más que mandantes, y son hombres vagamundos y flojos, o mayorales zafios y crueles. ¿Y puede caber a las diferentes clases de que se compone un pueblo, condición más triste?
Pues si los rastros de este influjo los distingue el observador filósofo en cuanto tiene relación con su agricultura; fácil es de notar que no dejará de notarlo también en las artes industriales, en las mecánicas, en los servicios todos que constituyen la satisfacción de nuestras necesidades, nuestras comodidades y placeres, armonizando nuestra civilización, porque aquí sucede al revés de lo que pasa en todas las sociedades normales. En estas componen su conjunto una porción de clases, altas las unas, medias y bajas las otras, según los medios de vivir que han debido a la suerte o al esfuerzo personal de su inteligencia o trabajo. Aquí por el contrario, como nunca hubo desde su origen sociedad de poderosos y de medianos, de ricos y de pobres, sino amos blancos y esclavos de color; como falta el pueblo y su escala, esos grados sociales por los que unos son propietarios sosteniendo a estos con sus frutos o jornales; otros son independientes por la fortuna que se labran con su comercio e industria, sosteniendo a aquellos de su comercio y de su misma industria; y otros, en fin que dependen de sus trabajos mecánicos, haciéndolos siempre con cierto espíritu de mejora, no sólo por cumplir con su destino, sino porque de lo contrario no habría quien alimentase el producto de su mal trabajo y morirían al rigor de su negligencia; aquí sólo hay la vanidad del que tiene, del que ha debido a la herencia una dotación de esclavos, y como que a esta grey es sólo peculiar el lote del trabajo, descuidan su aplicación y sólo esperan de la fuerza material lo que mejor conseguirían, como ya hemos dicho de otra menor, ayudados por su inteligencia. Y como la de los africanos es tan escasa, ya por su natural como por la abyección de su destino, de aquí el que sean tan malos trabajadores y no sólo en las ocupaciones más groseras como el trabajo de una mina o una cantera, sino aun en las industriales y en las de las bellas artes. Pasemos sino a indicarlo. Nada diremos de una gran industria, de esa alta fabricación o modificación nueva de los productos naturales, porque los telares y las máquinas sobre ser cosas opuestas a estos pueblos agricultores (1);
(1) Dice el señor Lasagra, que estas regiones intertropicales parecen ser el laboratorio de la naturaleza, y las templadas y frías las manufactureras del arte. En aquellas, la especie humana constituye una parte poco perceptible en el conjunto inmenso de producciones espontáneas, efecto del vigor que caracteriza a los agentes naturales de la vida del globo; en estas, una larga mansión del hombre sobre el suelo, le ha conquistado un poderío que todo lo domina, sometiendo la naturaleza a su albedrío, y la misma producción a las leyes dictadas por sus necesidades sociales.
tal como están organizados, no podrán jamás hacerlas obrar en la esfera de un sistema, siempre que sus operarios no pueden ni aun corresponder por su degradación y abatimiento al mecanismo individual de un oficio cualquiera: pero hablemos de esa otra industria menos sistemática y elevada, a la que podemos nombrar casera y de que necesitan todos los pueblos, cualesquiera que sean sus elementos y necesidades. Por tres siglos ha estado privada esta sociedad de porción de muebles y comodidades, consiguiéndolos cuando más, en los mercados extraños por el cambio de sus frutos, y hoy es el día que sus lujosas casas se surten de los del Norte, de la Francia y de algunos otros muy escasos de España. Y gracias que con los emigrados franceses vinieron a aquel pueblo muchos operarios de obra fina, siendo al presente los mejores ebanistas los angloamericanos o los que de pocos años a esta parte se han trasladado allí de Cádiz y Sevilla. Mas sobre este punto, columbramos ya un porvenir mejor. Muy pocos años corren, en efecto, que la Sociedad Económica de la Habana hace esfuerzos laudables para suplir este vacío con jóvenes blancos del país, y antes de nuestra salida vimos ya hechos por sus alumnos trabajos de ebanistería como bufetes y otras piezas, que ya nada dejaban por desear al adelanto extranjero. Nos consuela, pues, como buenos españoles esta protesta efectiva contra la preocupación y la rutina de pasados siglos; y cuando un día recorrimos las clases de aquel establecimiento y observamos la inmensa trascendencia que iban a tener sobre los destinos de este país los jóvenes que allí se educaban; bajo tan gratas impresiones, no pudimos menos de felicitar por esta gloria al general el Sr. D. Leopoldo Odonel (O'Donnell) , bajo cuyos auspicios se abrieron las puertas de la escuela de maquinaria. De aquel establecimiento y de esta escuela, semilleros de jóvenes útiles e instruidos, saldrá, no hay que dudarlo, esa clase de menestrales que conocerá la profesión del arte por sus reglas aplicadas a la práctica y cuyo número irá extinguiendo preocupaciones tan viejas, como satisfará nuevas necesidades. En esta parte cábele a España y a sus altos dignatarios la protección de este instituto, y nosotros que siempre quisiéramos ver a la madre protegiendo así a su cubana hija, proclamamos aquí su trascendencia y el valor de la medida. Con ella podrá llegar un tiempo en que no suceda lo que hoy al dueño de un ingenio, a quien el maquinista inglés o americano le impone la ley de su necesidad y falta. Entonces no acaecerá lo que al presente, que estará su máquina parada en el propio tiempo de la molienda por alguna descomposición a que es preciso ocurrir fuera. Entonces no se temerá como hoy (si el maquinista es norteamericano) el estado casi perpetuo de su embriaguez; y no se temerá, lo que es peor, el influjo de sus dichos y sus ideas (si es abolicionista) entre esclavos disciplinados. Pero pasemos ahora a ver el progreso corto que hasta el día han hecho en esta sociedad por iguales causas, las nobles artes. Por gratas y suaves que sean las prácticas de su ejercicio, como que exigen alguna pensión y trabajo, y el trabajo, de cualquiera especie que sea, es siempre un baldón y una afrenta para el hombre blanco donde quiera que los esclavos existen; y como desde los comienzos de este pueblo se ha venido todo ejecutando por esta fuerza y muy poco por el arte y la inteligencia; de aquí que en la construcción religiosa de Cuba como en todas sus construcciones civiles, ha faltado casi por completo el pensamiento de la creación, el reflejo de lo grande, las bellezas del gusto. Y si no, concretándonos a su capital tan afamada, a la ciudad de la Habana; ¿cuál es el monumento civil o público de los pasados tiempos que revela en este pueblo la opulencia antigua de sus habitantes? Hasta las iglesias, esos monumentos de la piedad de nuestros mayores en los que nuestros padres ostentaban tanto desprendimiento pecuniario, tanto gusto y magnificencia; hasta las iglesias no muestran aquí un solo arranque del genio, y todas de un aspecto pesadísimo, atestiguan cuando más, como la catedral y San Francisco, los muchos brazos de que podían disponer para elevar las moles de estos edificios: pero no la inteligencia ni el libre vuelo de los maestros y aprendices. Y no se nos hable de la antigua pobreza de este país: que se gastaron en estos edificios sumas enormes de pesos, como se puede ver en lo que costó la fábrica del convento de Sto. Domingo de esta propia población. Si a la construcción civil pasamos, sus casas hasta hace poco más de lo que corre de siglo en que dejaron de existir las de guano y las de cuje (1); las de material eran de un solo piso, la cochera estaba en la sala, no había quien supiera hacer un enladrillado en vez de un suelo de hormigón, no se encontraba quien pudiese hacer el de una azotea resistente para las lluvias, reunir bien las losas de un pavimento, y era el modo de fabricar entonces tan rudo y ordinario como la sola rutina de los maestros de color, únicos casi que a estas artes se entregaban. Mas vinieron los franceses de Sto. Domingo y con ellos los oficiales blancos que en diversas artes y oficios comenzaron a hacer una revolución en sus construcciones de comodidad y placer, y se vio bien pronto la introducción del gusto y la belleza, por la concepción libre (2). De diez años a esta parte más particularmente, son ya muchos los maestros de obras blancos y libres, siquiera sean forasteros, y por do quiera se ostentan ya hoy en esta misma capital casas tan elevadas y suntuosas por fuera, como aparecen bien distribuidas por dentro, a semejanza las más de Cádiz y Sevilla, cuyo gusto siguen por lo regular los maestros andaluces que las dirigen. ¡Véase, pues, cual ha sido el contraste y la diferencia apenas ha sido otra de la intervención inteligente y libre!
(1) Según la cronología de nuestro amigo el Sr. Latorre, en 1552 se acordó por el ayuntamiento de la Habana el chapeo de las tunas que se criaban todavía por sus calles y plazas.
(2) Todavía sin embargo, cuando el Sr. D. Domingo Aldama trató de elevar la casa palacio que habita en la Habana, no encontró un arquitecto a quien someter sus planos y tuvo que darlos a un tal D. Pedro Abad catedrático de matemáticas, extraño completamente al arte y mucho más a lo mecánico y facultativo de la construcción práctica. Así fue como ignoró por completo sus detalles y como le hizo a su dueño el increíble gasto de seis onzas por cada piedra de cantería que asentó en sus cimientos. Torpemente mandó cortarlas y desbastarlas de un tamaño informe en la propia cantera, y todas tuvieron que venir después a fuerza de brazos. Viendo por último uno de los interesados en esta obra, que Abad decía no se podría hacer un salón cuadrado porque no alcanzaban las vigas. Abad fue despedido y entró en su lugar Sasgebien ingeniero de un gran mérito, pero no arquitecto. Este enmendó mucho, pero ya era imposible remediar los yerros y todos los grandes gastos que se habían hecho. Así es, que un palacio que tiene en su interior los pavimentos de mármoles más ricos y extraños, los ornatos de mayor lujo; y el edificio por último, que ha costado la exorbitante suma de medio millón de pesos, ofrece el gran reparo de tener la entrada en un ángulo y no al frente, patios irregulares, escaleras desairadas, aunque al aire, y la falta de un salón correspondiente. De mayor distribución es por cierto, la parte que ocupa el señor don José Alfonso, cuyo vestíbulo y salas acreditan el particular gusto de su dirección y no de los maestros que le cupo en parte.
Todavía sin embargo es escasa esta concurrencia de maestros y trabajadores libres para un pedido como el que exige una ciudad populosa y opulenta, y de aquí la altura de sus jornales, jornales que hacen subir estos edificios y muebles a un valor extremado en comparación de lo que cuestan en Europa (1: Un maestro de obra gana allí dos y tres duros diarios y sus oficiales dos y un peso.). Para concluir sobre las artes diremos, que no corren tampoco más de veinte años que no se conocía en la Habana sino algún pintor de brocha gorda ocupado en hacer retratos familiares que hoy son la irrisión de los que los contemplan, y que, sin embargo, no bajaban en su precio de 30 onzas, hechos a poco de morir la persona. Cuando en tiempos del Sr. Espada lució su paleta Vermai pintor francés, entonces fue cuando por primera vez se vieron allí aclimatados los efectos encantadores de este arte celestial. Desde aquella época siguen llegando retratistas extranjeros, y son de esta procedencia alguno que otro cuadro que ya se principia a notar en las casas más acomodadas. Pero antes, inútil era buscar el pincel que perpetúa de un modo digno la memoria de los afectos, la representación de lo grande, el reflejo de la naturaleza: que este vacío se encontrará siempre donde quiera que haya una sociedad cimentada en el recurso o en la fuerza de los esclavos, institución paralizadora de los recursos morales que prestan los cálculos de la razón o los arranques del genio, únicos de que puede alimentarse el espíritu creador de las nobles artes.
Pues si descendemos a los oficios mecánicos, al personal del servicio doméstico de que toda sociedad necesita, ¿dónde, en qué parte del mundo hay uno peor que el que se observa en Cuba, igual en todo al único que puede haber donde quiera que la esclavitud exista? El hombre que nace esclavo, sea de la color y raza que fuere, dijo un español grave y filosófico en cierto informe oficial (1), tiene por precisa condición de su estado, que ser ruin, estúpido, inmoral; y es tan de su esencia el tener estos defectos, como es del sol el alumbrar y de los cuerpos sólidos buscar su centro de gravedad cuando son lanzados en el espacio. Y todavía, añadimos nosotros, tiene esta institución una cosa peor: que conociéndose el mal, no se puede acertar con el remedio para disminuirlo o modificarlo. Introducid para su ejemplo, nos dirán algunos, criados blancos entre los negros que son allí los solos que pueden ser esclavos. ¡Error mucho peor! El criado blanco que sea aquí el más humilde, se hace allí entre esclavos el más altivo: el que era aquí más vivaz y activo se torna allí el más pesado y negligente: el que es aquí, por último, trabajador incansable, es allí el más flojo y perezoso. Él, ante ellos, lejos de servirles de ejemplo, los manda más que el amo, los trata peor que el amo, y de sencillo y laborioso que era, luego que le dicen Don como a blanco, y reconoce la superioridad de esta cualidad sobre los negros, ya no le queda una virtud, ni la ambición siquiera de labrarse una fortuna con su sudor y su conducta.
(1) Informe sobre el estado actual de la enseñanza primaria de la isla de Cuba en 1836, su costo y mejoras de que es susceptible. Extendido de orden de la sección de educación de la real sociedad patriótica de la Habana para elevarlo al supremo gobierno de S. M., en cumplimiento de lo prevenido en su real orden de 21 de octubre de 1834.
Pero entremos ya con las nulidades de los primeros, los esclavos de color.
Al entrar en la casa de un pudiente de la Habana y no de los más fastuosos, más de una docena de criados necesita entre varones y hembras para el orden interior de su servicio. Pues bien: cada uno de ellos representa en primer lugar un capital muerto de 400 a 500 pesos cada uno, cuando no se pierde por completo por cualquier enfermedad o incidente. Después, este número de criados que en algunas casas pasa de 20, no representan ni en cantidad ni en cualidad el trabajo europeo. Porque en Europa todos los criados de una casa se ayudan y auxilian, y en Cuba para que sus necesidades estén regularmente satisfechas es indispensable la división de sus servicios para que los cumplan, y de aquí el que uno sea calesero y nada más, la otra planchadora, el otro criado de mano, aquella lavandera, esta criada de la niña, etc. con una cáfila de otros por este estilo. La cualidad
además de estos mismos servicios divididos, es bien torpe y destructora. Que sucio el negro y asaz grosero en sus formas, reúne a todos los instintos del salvaje, la estupidez de su abyección y de su raza envilecida, circunstancias que se agravan en el bozal o procedente de la costa, y que se disminuyen en ei hijo de aquel suelo o criollos. Todos, sin embargo, son opuestos por su ninguna educación y solutura (soltura), para descender a los detalles de una sociedad llena por otra parte de lujo y de refinamiento. Sigamos, sino, al esclavo de una de estas casas que no tiene más encargo que el conservar en orden y limpieza los objetos de su estrado. Veámoslo cómo barre, pero sin advertir ni prevenir el polvo que en los muebles deja, y para que lo haga es preciso ir detrás e ir diciéndole, una misma cosa, hoy como mañana y siempre, pues que ni el hábito de ejecutarlo todos los días sirve para ellos de recuerdo ni de costumbre alguna. Pues observad cuando lleva sus ásperas manos a un complicado candelabro o a una bomba tallada, en vez del palo ardiendo que le alumbraba en su costa. ¿Qué ha de suceder?
Que no comprende su mecanismo, que violenta sus resortes, obstruye su válvula y rompe a cada paso su tubo. Pues que aplique sus dedos a una pantalla delicada, a una primavera, a un cojín elegante, y los aja y los descompone si no los pinta de nuevo con manchas de aceite (1).
(1) Cuando un día recorríamos la casa de los señores Aldama, de que hemos hablado ya, estando ausentes sus dueños, llamamos la atención de los que nos acompañaban, sobre la suciedad que dejaban las manos de los negros al tiempo de cerrar las puertas barnizadas de sus balcones.
Pues que llegue un convite, y su intervención no es más a propósito, ni menos desastrosa. Si uno de estos actos llega, no sólo no es bastante el número de los criados propios, sino que es costumbre pedir para estos casos los extraños, y nosotros hemos asistido a muchos en que había un criado de color por cada cubierto. ¿Y acaso por esta multiplicación estarán tranquilos el caballero o señora que obsequia, y más atendidos los obsequiados? De ningún modo: confundidos, aturrullados, faltando cuando son más precisos; presentes y quietos cuando debían estar obrando; en vano el dueño llama y manda y la señora se desasosiega siguiendo con la vista más que a los huéspedes a sus estúpidos criados, ya para indicarles lo que han de hacer, ya reconviniéndoles por lo que mal han hecho. Si de sus obras descendemos a los accidentes de sus propensiones y persona, no hacen estos su adquisición más llevadera. Acostumbrado el negro desde que nació (si es bozal) a estar desnudo, en vano puede Vd. pedirle aseo y prolijidad en su vestido. Vanidoso por algunas horas para vestir como el blanco, es después desgarrado (desgarbado) cual ninguno, y la propia negra que rabia por salir a sus bailes con media y zapatos blancos de seda, es la misma que vuelve a su casa sin las primeras y arrastrando una miserable chancleta. ¿Y podrá entre estas gentes haber jamás aseo?
Su intervención sobre todo en el hogar doméstico, es la mayor calamidad que puede tener la moral de las familias. Dotado el negro de una naturaleza ardiente, sin el freno de la educación, de la moralidad y el pudor; en contacto desde la cuna con el niño y la niña de la casa, a quienes por lo común crían, duermen, visten y pasean; el niño y la niña van abriendo sus ojos entre sus sensuales dichos y cantos, entre su danza lúbrica, su trato franco con los hombres de su clase... y el rubor y la inocencia vuelan sin piedad de quienes por muchos más días estarían durmiendo sin duda el sueño santo de la candidez y la inocencia. A más por último, de esta escuela perpetua de escándalos, la institución lleva en sí un derecho casi preciso de su violencia, y su ejercicio es otro mal no menos trascendental, aun en el caso que la potestad dominica no pretenda abusar de sus fueros. Hablamos de los castigos que para la corrección del siervo manda hacer cualquier dueño de casa. Aparte de lo poco grato que es oír las imprecaciones del uno con las exclamaciones del otro, espectáculo atroz para la familia, la sociedad que en la casa se halla, y la que por ante la puerta transita; es de sentir más que todo, el influjo que puede y debe ir ejerciendo la repetición de estos actos tan repetidos por el hijo del joven y sobre todo por la niña. Acostúmbrase el primero a ser adivinado hasta en sus caprichos, y no deja
de ser menos voluntariosa la segunda. Uno y otra disminuyen por esto el bálsamo de su sensibilidad, falta trascendentalísima para la última más principalmente, que debe ser el modelo de la piedad y el ejemplo de todo buen amor y cariño. Así es, que lo confesamos: cuando algunas veces, aunque cortas, hemos estado de visita y hemos visto salir impávida la señora para mandar al portero blanco que dé este o el otro castigo a sus criados negros, hemos padecido como hombres y hemos deplorado también como filósofos de que no pueda esta institución libertar ni al corazón de la mujer de ese móvil que jamás debería asaltarlo... la crueldad.
¡Triste consideración y que nos trae a la memoria otra con que concluiremos, de un escritor ya nombrado, el que dice así: No hay remedio: donde hay esclavitud doméstica no hay moralidad, ni en el siervo ni en el señor. Así es porque es: nada tiene que ver esta verdad, eterna e impasible como todas las demás verdades del orden físico y moral, con los intereses momentáneos y miserables de los hombres (1).
(1) Informe sobre el estado actual de la enseñanza primaria de la isla de Cuba en 1836, extendida de orden de la sección de educación la real sociedad patriótica de la Habana, para elevarle al supremo gobierno de S. M.
Por causas idénticas por último; por este legado de la fuerza bruta, por la tradición de ser esta la única que debe intervenir en todo ejercicio y trabajo, por este descuido en recoger tan sólo de su acción los frutos que satisfaría mejor esta misma fuerza ayudada de la inteligencia; por estos y otros motivos más fútiles que se llaman de necesidad y disciplina; conoce, sin duda, esta sociedad ese número de preocupaciones que la deslustran entre sus varias virtudes. La vanidad pueril, el aparato personal, el deseo de ostentar rango y consideración, causas son a que se sacrifican allí hasta los sentimientos más elevados; por las que no saldría a la calle el más filósofo con dos libros y un mapa en la mano, si no se los lleva el negrito; por las que desdeñan ser crianderas las mujeres blancas y necesitadas; ser costureras otras no más afortunadas; y por las que hasta el mozo de cordel de Madrid no permitiría llevar allí por nada esa cuba que aquí carga sobre sus hombros. Todo esto es lo que nos revela cierta cuarteta muy popular que dice:
Ni Puerto Rico es rico,
Ni Veracruz es cruz,
Sólo la Habana es vana.
Juego pueril de palabras, pero en el que encontramos la enunciación de una verdad reconocida por el espíritu de muchas generaciones, pues como decía un día el señor Pastor Díaz respondiendo a un ministro en las cortes, “las vulgaridades son siempre la expresión del sentido común (1: Sesión del día 15 de octubre de 1847 sobre casos de reelección.)". No culpamos por esto a todo un pueblo: venimos señalando las causas que lo disculpan; pero entra en el sistema filosófico que en estos artículos nos proponemos, señalar con lisura los males y hasta las preocupaciones que surgen todavía en aquel país, como efectos necesarios de su primitiva organización. Estas últimas no son menos funestas: ellas contribuyen a perpetuar moralmente el que allí todo debe hacerlo la africana grey, hasta las necesidades más delicadas y sociales. Esta grey, sin embargo, no reúne ya las condiciones con que en otra sociedad se encarnaba. Su disciplina, no la de la fuerza, sino la de la rigidez moral y la que ofrecía el antiguo sentimiento religioso, se ha aflojado mucho en las familias. Su falta merma hoy entre estas y sus siervos aquel afecto patriarcal que otras veces a unos y otros unía, entre costumbres más morigeradas y sencillas. Cada día va quedando más descarnada la estupidez natural del esclavo, y a veces los salvajes instintos del africano, frente a frente de la menos moral y prudente dominación del amo. Así es que el obedecimiento poco endulzado del primero con las exigencias ciegas del otro, constituyen cada vez más en medio de aquellos pueblos una existencia violenta cuyo orden privado y material se altera de vez en cuando con más frecuencia que otras veces, llevando al seno de las mismas familias catástrofes horrorosas (2).
(2) Encontrándonos en la Habana acaeció en la población nueva que se extiende fuera de sus puertas este hecho, del que se formó la correspondiente causa. Un joven mulato, esclavo y que casi se había criado como una de las señoritas de la casa, ardió un día en deseos de afrentarla, y después, que como de costumbre la dejó recogida, abrió la puerta de su habitación y se marchó a su lecho, donde la heroína se defendió entre la oscuridad, de las violencias de su siervo. Mas como quiera que este sacase un puñal, la infeliz presentó su espalda al filo del acero, hasta que sus gritos alcanzaron el socorro. El mulato en este estado huyó y se ahorcó de uno de los árboles de cierto corral contiguo. ¡Hé aquí el cuadro de una pasión abandonada a los instintos salvajes, cuando falta la represión moral y se teme sólo a la fuerza! A la fuerza en este caso se le desafía. Véase si no cual este mulato se dio por sí mismo una muerte que le reservaba el verdugo. (O lo colgaron por orden del patrón)
¿Y acaso por todos estos motivos nos atreveríamos a pedir la cesación absoluta de males tan graves, removiendo la base que la institución sostiene? Mil veces no: nuestra mano sería cortada antes que reclamar pudiéramos con la pluma semejante voto. Conocemos y hemos revelado todo lo que de perjudicial y peligroso contiene en sí la organización social de este pueblo; pero de revelar su estado para que de su conocimiento se vaya poco a poco regenerando, a pedir por completo lo que podría acarrear daños mayores, hay una inmensa distancia. A la previsión de los que rigen los destinos de aquel pueblo, se dirigen nuestras observaciones para que con su tacto y cordura traten de enmendar de un modo seguro pero paulatino, las consecuencias de un error sancionado por el espacio de siglos y por los grandes intereses que a su sombra se han creado. Por lo demás, si compadecemos una raza, amamos más la nuestra, y jamás nos guiará el fanatismo de libertar a aquella a costa de nuestra sangre y el luto y la ruina de nuestros propios hermanos. Así pues, reclamaremos sólo por conclusión lo siguiente:
1.° Que se lleve a cabo por aquellas supremas autoridades, como su honor se lo dictará sin duda, el fiel cumplimiento de los tratados sobre la ley de la trata.
2.° Que se mandara que después de cierto plazo que se fijase, no se permitiera traer de los campos más criados de color para las artes, oficios, y el servicio doméstico; respetando todos los que hoy están entregados a satisfacer estas necesidades.
3.° Que todas las bajas que fuesen ocurriendo en adelante, se desempeñasen sin remedio por personas blancas.
4.° Que los hijos de cuarterón se considerasen ya como blancos para aprender artes y oficios y concurrir a sus escuelas.
5.° y último. Que por medios fueran posibles se favoreciese el número de las escuelas para el aprendizaje de artes y oficios.
Nos resta únicamente para completar el plan que nos hemos trazado de dar a conocer cual es el estado social de la isla de Cuba, filosóficamente considerado, el presentar en el artículo siguiente los efectos de esta propia organización respecto a su seguridad pública, como en este y en el anterior hemos hablado de su influencia respecto a la agricultura, las artes y la industria. Reservados y prudentes en cuanto pudiera afectar sobre estas materias el orden y el gobierno allí establecidos, en todos denotaremos que si somos españoles para querer allí las reformas prudentes, no ambicionamos tampoco como desorganizadores, consideración alguna.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
SECCIÓN LITERARIA.
POETAS CUBANOS.
“Principiamos por este número la galería de aquellos poetas verdaderos que cantan en nuestros días la fabla hermosa de Castilla, siquiera la eleven en el propio suelo de los Riojas, los Listas y los Quintanas; o nos vengan sus ecos más allá de los mares, desde las opulentas regiones a donde llevó Colón el lábaro de la Cruz, y con él nuestro valor, nuestra lengua, nuestra civilización, nuestras tradiciones y costumbres. Todos ellos son parte integrante de nuestra raza y de nuestra nacionalidad, ya hayan nacido en los confines del Asia, en el país que los Andes sombrean, en las voluptuosas islas de las Antillas, en las que son centinelas avanzadas de nuestro territorio, o en la extendida piel de nuestra Península. Todos son ramas de un tronco y todos como una familia misma, caben en la sección literaria de nuestra Revista." Esto era lo que al inaugurar la sección literaria de nuestro primer número dijimos en agosto del año que acaba de concluir. Para cumplirlo, pues, empezamos publicando en aquellas hojas los rasgos biográficos y críticos del poeta don Juan Capitán; con algunas muestras de su claro y peregrino ingenio, que, sólo en la patria de los Riojas puede cantarse con una lira tan sentida y de sones tan robustos y acordados.
Y principiamos por la Península, centro de nuestra raza, para ir tocando por un sistema de gradación desde sus naturales limites hasta los remotísimos a donde sus hijos llevaron su particular civilización, todos los puntos intermedios que caben en el inmenso arco que abarcó un día su poder colosal. Hemos ofrecido por ello algunas muestras muy eruditas de los que han sentido la inspiración de la poesía en nuestras islas de Mallorca y Menorca. Publicado hemos también la relación crítica de los principales poetas canarios, hijos de esas otras, que como arriba decimos, son los más avanzados centinelas de nuestro territorio sobre la gran planicie oceánica; y hoy nos toca ya llegar más lejos con nuestros apuntes, a las que todavía pertenecen a nuestro pabellón en el mar de las Antillas, Cuba y Puerto Rico.
Entremos por lo tanto a dar a conocer los poetas de la primera; y permítasenos el que antecedamos sobre los mismos algunas otras ideas.
Como habrán advertido hasta aquí nuestros lectores, en todos los artículos que hemos ya publicado de esta literatura local, no nos hemos fiado de nuestras fuerzas dirigiéndonos a los que teníamos por más conocedores de estas localidades, y sus firmas han sido la garantía de su mejor apreciación. Con propósito igual pedimos a un amigo ilustrado y muy conocedor del movimiento poético en Cuba un trabajo semejante, y este nos ha correspondido con la carta que copiamos a continuación. Muéstrase en ella la serie cronológica de este movimiento; y nos ha remitido igualmente las
composiciones principales a que se refiere y que insertaremos en seguida, si bien las acompañaremos con otras de poetas más antiguos o modernos que se han escapado, sin duda por la premura, a su ilustrada atención.
La poesía cubana desde la no remota época en que principió a dar señales de vida en aquel país, formando ya arte y estudio, fue como un reflejo del estado en que se encontraba la nuestra. Imitativa, y por lo tanto clásica y bucólica en sus comienzos, y altisonante después en sus formas; la poesía propiamente cubana hizo cierta crisis con el poeta Heredia y tomó, por decirlo así, su entonación local y genuina. Desde entonces, es tan fastuosa como su vegetación, tan ardiente como su clima, y es lástima por cierto el colorido poco igual en que a veces se abate, o se desmaya. En nuestros días más particularmente, ha dejado en muchos de los que allí se tienen por poetas de ser original, para copiar a los franceses, o para imitar, no la fecundidad y las grandes dotes de Zorrilla, sino algunos de sus resabios e irregulares formas. No falta sin embargo, quien allí estudie más concienzudamente nuestra literatura, y al nombrar al joven Santacilia, residente en Santiago de Cuba, singularizamos, a quien un día daremos a conocer por uno de los jóvenes que hoy muestran allí tanta lozanía y espontaneidad en sus versos, como mayor gusto y pureza en sus formas y
lenguaje. Pero vengamos ya a la carta de nuestro amigo en la que así se expresa:
Sr. D. Miguel Rodríguez-Ferrer. - Muy señor mío: Voy a complacer a Vd. indicándole los poetas que en mi concepto se han distinguido más en la isla de Cuba. Desde su descubrimiento hasta fines del siglo pasado, no tengo noticia de ninguno que sea digno de llamar la atención de los hombres de gusto, pero no por eso dejó de cultivarse la poesía. En el campo particularmente se compusieron innumerables décimas, que sirven para los cantares que entonan los campesinos en sus bailes, y entre las cuales hay algunas bellísimas por el espíritu de galantería que respiran.
A principios de este siglo apareció el poeta coronel don Manuel de Zequeira, cuyas poesías publicó en los Estados Unidos el presbítero don Félix Varela. Yo las leí siendo muy joven, y recuerdo que el poema al sitio de Zaragoza fue la composición que más me agradó. Siento no tenerla para remitírsela a Vd. En 1825 se publicaron en Nueva York las poesías de D. José María Heredia, hijo de un antiguo magistrado. El Sr. Lista las leyó con el mayor entusiasmo, e hizo un juicio de ellas que se dio a la prensa; y entre otras observaciones, manifestó que había sentido todo lo que Heredia había querido decir, y que lo consideraba, no sólo poeta, sino un gran poeta. Los cubanos lo tienen por el príncipe de sus poetas, lo que no es de extrañar si atendemos a que nada agrada tanto en las artes imitadoras, como la pintura de las escenas, y de las sensaciones con que estamos familiarizados. Hé ahí lo que contribuye a que agraden tanto en España los cuadros de Murillo. Heredia para cantar se encarnó en la naturaleza de su país, y sus versos por consiguiente no son más que el espíritu y la expresión de su patria.
En 1833 se publicó en la Habana una colección de poesías escogidas, entre las cuales están las de D. Domingo Delmonte; D. José Policarpo Valdés, y D. Félix Tanco. En las del primero se advierte mucha corrección de estilo y espíritu filosófico; en las del segundo, facilidad y ternura de afectos, y en las del último los más ardientes vuelos de la imaginación.
En 1838 se publicaron en Matanzas las poesías de José de la Concepción Valdés, conocido por Plácido, y que tuvo la desgracia de morir en un patíbulo. Gran poeta por cierto y de tanto más mérito, cuanto que su condición social no le permitió recibir educación alguna literaria. Sus obras son bastante conocidas en España.
En 1846 se publicaron en la Habana las poesías de Don José Jacinto Milanés. Sus obras en medio de la novedad de sus formas revelan la espiración del poeta y el pensamiento profundo del filósofo.
En 1841 se publicaron en la Habana las poesías de Don Ramón Palma, que a mi parecer son dignas de elogio. ¿Y qué le diré a Vd. de las poesías de doña Gertrudis Gómez de Avellaneda? ¡De esa mujer tan bella como poetisa! De quien ha dicho el docto D. Nicasio Gallego, que ni en los pasados ni en los presentes tiempos, ha resplandecido mujer más sobresaliente, astro más luminoso! Se está haciendo la 3.a edición de sus poesías, y tengo entendido que será del mayor lujo posible.
Don Francisco Orgaz publicó sus poesías en esta corte, las cuales son bastante conocidas. Yo no he tenido el gusto de leerlas; pero personas inteligentes en la materia me han dicho que son dignas de alabanza.
En el presente año se han publicado en la Habana las composiciones poéticas de la señora doña Luisa Alfaro. ¡Cuánta moralidad, cuántos afectos tiernos se encuentran en ellas! Me estoy ocupando en hacer el juicio crítico de ellas; el cual remitiré a Vd. por si la cree digna de ocupar un lugar en su apreciable Revista. Incluyo a Vd. una copia de la composición que más me ha agradado, de cada uno de los poetas que acabo de enumerar a Vd., a fin de que si merecen su aprobación, se anime a publicarlas en la publicación que con tanto acierto dirige. Es de Vd. etc.
H.
CRÓNICA QUINCENAL
Continúa la Europa en su periodo pacifico. En la sesión de la cámara de diputados de Francia del 17 se presentó una moción para que se discutan, con preferencia a todo otro asunto, los presupuestos y los proyectos de ley que tengan relación con la Hacienda. El debate que se entabló en consecuencia fue empeñado y largo, quedando pendiente para el siguiente día. Se infiere de esto el terreno que van ganando diariamente las cuestiones económicas en todos los países.
El gobierno toscano, y de ello le damos la enhorabuena, ha resuelto disminuir el ejército. En Milán se decía que pronto quedaría levantado el estado de sitio y que en seguida se subdividiría en dos reinos distintos el reino Lombardo-Veneto. Hasta se añadía que Radetzky traería una constitución política al regresar de su viaje a Viena. Para que se conozca como andan las ideas religiosas en el Piamonte, referiremos el caso de Bianchi Govini. - Habiendo sido condenado a 15 días de prisión y 60 duros de multa por la publicación de un artículo en que atacaba los derechos de la iglesia, apeló de la sentencia y ha sido absuelto.
Nada de particular ocurre por ahora en Alemania. La atención está fija en las conferencias de Dresde (Dresden). Todos forman comentarios acerca de lo que de ellas haya de resultar. La cancillería austríaca ha comunicado a los gobiernos alemanes y a la Dieta de Francfort el convenio firmado en Olmutz (pone Ollmutz), para que, provistos de los antecedentes necesarios, procedan con acierto en los asuntos que se controviertan en la capital de la Sajonia. Se halla ya regularizada la ocupación de las tropas federales y prusianas en el electorado de Cassel.
El aniversario del 10 de diciembre se celebró, no sólo en el décimo distrito de París y en Montmartre, sino también en San Dionisio, y en algunas grandes ciudades de los departamentos de la vecina república. El presidente de la asamblea dio el 18 a Luis Napoleón un banquete, al que asistieron unas ochenta personas: entre estas se encontraban los representantes de las potencias extranjeras y los principales personajes políticos residentes en París. Se hablaba mucho de la formación de un nuevo comité legitimista, organizado por el conde de Chambord; y del que harían parte los señores Berrier, duque de Noailles, Falloux, conde de Saint Priest, duque de Clermont - Toneire, marqués de Pastoret y otros.
La cuestión religiosa lejos de apaciguarse en Inglaterra, se presenta cada día más viva y animada. En ambas comuniones hay disidencias y disgustos. Dos personajes católicos, lord Beaumont y lord Norfolck, han publicado cartas censurando las disposiciones del Breve de Su Santidad y declarando que el ultramontanismo es incompatible con el principio de libertad. Por otra parte, los periódicos de Londres anuncian la conversión al catolicismo de Mr. William Momell, representante en la Cámara de los comunes del Condado de Limerich, como así mismo la entrada en el gremio de la iglesia católica del doctor Foldd, vicario protestante.
A la paz exterior corresponde la interior. Después de la especie de alarma producida por la salida del señor Bravo Murillo del gabinete, las cosas han vuelto a tomar su ordinario curso. Pedida por el gobierno la autorización para que los presupuestos del año entrante comiencen a regir desde 1.° de enero, sin perjuicio de las variaciones que en ellos se hicieren luego al tiempo de discutirlos, se han aducido diferentes enmiendas, desechándose unas y retirándose otras por sus autores. Sólo la del señor Pastor obtuvo los honores de ser acogida por el ministerio: según su letra, el gobierno de S. M. deberá presentar a las Cortes, antes del 1.° de junio, las alteraciones que juzgue conveniente introducir en los presupuestos, a fín de que rijan en el año de 1852. Con esto y con que así se siga practicando todos los años, se habrá puesto fin para siempre a las autorizaciones de esta naturaleza, que llevando como llevan un carácter político, arrastran en pos complicaciones no pequeñas. Pasando ahora al mar de las Antillas, hallamos a nuestras importantes islas de Cuba y Puerto Rico en un estado competo de orden y tranquilidad. El vapor Caledonia llega del primer punto, trayendo a su bordo al señor conde de Alcoy, gobernador que allí ha sido, y a quien ha ido a reemplazar el general don José de la Concha. En el propio buque se recibieron las alocuciones de uno y otro al dejar y tomar el mando, y hé aquí las líneas más notables que encontramos en los periódicos de la Habana respecto al señor Roncali; líneas que celebramos, porque en ellas se elogia esa dignidad, esa justicia, de que hoy más que nunca deben estar revestidos allí los funcionarios públicos: - "En momentos de terror y alarma (dice el Faro industrial) la prudencia, el tino, la no exageración del Excmo. señor conde de Alcoy, hicieron que esta isla se conservase tranquila; y sin faltar a la justicia, ni olvidarse de la humanidad, con aquella prudencia y aquel tino enjugó las muchas lágrimas que hubieran sido derramadas por desgraciadas familias, que se vieran precisadas a llorar a algún miembro de ellas demasiado iluso o demasiado exaltado; y la prudencia y el tacto de mando que posee en alto grado el señor Roncali, han contribuido positivamente a que cada día se estrechen más y más los vínculos que unen a la isla de Cuba con la madre patria."
Nosotros somos tanto más imparciales y justos en secundar este reconocimiento de las prendas del último gobernador de Cuba, cuanto que entre el señor conde de Alcoy y el director de esta Revista median recuerdos enojosos, recuerdos que el último no ha confundido ni confundirá jamás con su conciencia pública. En fuerza de esta le ha alabado más de una vez, como funcionario civil, y le rinde aquí este postrer tributo.
Partiendo de tales convicciones, no hemos podido leer sin disgusto, cierta correspondencia de la Habana inserta en la Crónica de Nueva York del 4 de diciembre. Dice así: - "Ayer salió para la Península el general Roncali. Los diarios de esta ciudad no escasearon, como Vd. habrá observado, las manifestaciones en su favor. Su salida se quiso que fuese una ovación como la que otros hombres hicieron al memorable general Tacón; y aún parece que se ha intentado demostrar que aquí hay partidos opuestos con respecto al rigor o a la lenidad con que deben ser tratados los enemigos de la España. En este sentido yo creo que los unos y los otros se equivocaron en el juicio que del conde de Alcoy han formado. Es y debe tenérsele, a mi entender, por hombre de sentimientos muy españoles, y pienso que si se hubiese presentado una ocasión crítica hubiera dado de ello pruebas inequívocas. Creyó, a mi entender, equivocadamente, que con medidas blandas y conciliadoras podría hacer amigos de los enemigos, y tal vez pensó que convenía mucho hacer ver al mundo que aquí no se conocían las causas que justifican la represión inmediata y severa del desorden; su sistema era hacer ver que no se conspiraba, aunque para hacerlo creer hubiese tenido que disimular las conspiraciones."
Se nos resiste el creer que el conde de Alcoy, como leal y español, haya tenido por sistema disimular las conspiraciones que se tramaran allí contra la nacionalidad e integridad de la madre patria. Ni el conde de Alcoy ni ningún buen español enviado a Cuba, podrían dejar de castigar a los que conspirasen, como partes de un todo, contra la soberanía de este todo nacional. No: para los verdaderas conspiradores, para los que sean allí enemigos declarados de la España, no debe haber partidos opuestos, partidos que discutan acerca del rigor o de la lenidad con que haya de tratárseles. La justicia de las leyes es preciso que caiga inmediatamente sobre sus cabezas. Pero, de ser enemigos verdaderos a creerlos tales, por pasión o por venganza, hay mucha diferencia. Además de que la táctica de todo hombre de gobierno, desde el gran Fernández de Córdoba hasta las celebridades contemporáneas, ha sido anteponer la política a la fuerza; y es un absurdo el censurar lo que ha tratado de conseguir aun el mismo Napoleón y los más ilustres varones de todos los tiempos; a saber, hacer amigos de los enemigos. Para esto se necesitan la disposición y el talento; para el rigor y los mandobles bastan el fusil o el verdugo.
Nos prometemos, por lo tanto, que su sucesor el general D. José de la Concha, no observará otra marcha menos justificada, y es de ello una prueba el nombramiento que tan dignamente acaba de hacer para su secretaría política del brigadier D. Fulgencio Salas. Esta elección no ha podido ser más acertada: militar inteligente, español a toda prueba en las pasadas revueltas del continente americano, cumplido caballero y de tacto y disposición administrativa cuando ha sido jefe civil en Matanzas, en Puerto Príncipe y en Manzanillo, como teniente gobernador, el país conoce ya su moderación y sus virtudes, y él conoce ya al país y al par los medios que se necesitan para que se conserve próspero, feliz y siempre unido a la madre patria. Honróse allí el Director de esta Revista con su trato y amistad; pero la opinión de este sujeto es en Cuba pública, y a su nombre se asocian
estas ideas: ilustración, prudencia y ley.
Al llegar a este punto de nuestra Crónica, hemos recibido noticias de la isla de Cuba por la vía de los Estados Unidos, que alcanzan al 2 del mes próximo pasado. El 5 de noviembre habían entrado en su bahía la fragata Isabel II y el bergantín Jasón con 1048 hombres para reforzar aquellas tropas.
Se esperaban más regimientos, y el general Concha se ocupaba en revistar los fuertes. Amenizando ahora la presente crónica, sobrado árida hasta aquí, hablaremos brevemente de las funciones teatrales que más han llamado la atención en esta quincena. En el teatro Real se han ejecutado con brillante éxito las óperas Beatrice di Tenda y El Barbero de Sevilla; aquella por la Frezzolini, Baroilhet y Solieri, y esta por la Alboni, Ronconi, Gardoni y Formes. - Ambas primas donas han recogido abundante cosecha de bravos y aplausos. Todos han encontrado a la Frezzolini sublime en el final de la ópera de Bellini; todos han celebrado como inimitable a la Alboni en la lindísima creación del cisne de Pésaro. ¿Qué diremos de Ronconi, de ese barítono tan popular, de tan gran genio y de tan inagotables recursos dramáticos? Revelándonos el Fígaro del inmortal Rossini, nos ha convencido de que ningún género le está vedado: así arrebata en la ópera seria como divierte en la cómica; al par que nos hace estremecer en la primera, en la segunda solaza nuestros ánimos y nos arranca estrepitosas carcajadas. Formes, en el papel de don Basilio y Gardoni en el del conde de Almaviva, completaron con su buen desempeño el cuadro; cuadro que pocas capitales se lisonjearán de poseer en la actualidad. Si restamos, en la Beatrice, a la Frezzolini y Baroilhet de la totalidad, nos quedaremos con cero por producto: hacemos abstracción de los coros y la orquesta.
El teatro Español nos ha dado dos novedades: la comedia Jugar por tabla y el drama El primer Girón; la primera, refundición de una pieza francesa, titulada Gabriela, y el segundo, original del señor Ariza. Jugar por tabla es una de esas perlas dramáticas que se ven de tarde en tarde. Una acción sencilla pero interesante, como que se roza con una de las instituciones salvadoras de la sociedad, el matrimonio; nobleza de sentimientos; sublimidad en la idea; versificación excelente; estilo adecuado al asunto; todo esto encierra esa preciosa obra, por cuya aclimatación en tierra de España el arte y la buena moral rinden las más expresivas gracias a los señores Hartzembusch, Valladares y Rossell. El primer Girón es un drama bien versificado, hablando en general, con escenas bastante dramáticas aunque algo inverosímiles, y que poniendo en lucha el heroísmo con la impostura y haciendo que aquel triunfe de esta, conmueve al espectador. El señor Ariza fue llamado a las tablas; también lo fueron los señores Hartzembusch, Valladares y Rossell, quienes, guiados de una excesiva delicadeza y no considerándose autores de la comedia Jugar por tabla, sino meramente refundidores, no tuvieron a bien presentarse. Su refundición, sin embargo, vale más, con mucho, que otras obras originales que se han aplaudido exageradamente y cuyos autores han salido a recibir el beneplácito del auditorio. En el teatro del Instituto ha obtenido una ovación completa la comedia Merecer para alcanzar del señor Fernández Guerra.
Es su primera producción dramática, y con todo, autor ejercitado hay que la entretejería en las flores de su corona, como una de las más lozanas. Tiene las formas y el estilo de las comedias de nuestro teatro antiguo, si bien acomodándose a las condiciones de nuestra época, más exigente, o tal vez menos natural. Los limites de esta crónica nos impiden detenernos, como quisiéramos, a enumerar algunas de sus principales bellezas.
Amor y miedo, comedia en tres actos del señor Pina, representada en el teatro de Variedades, es una pieza chistosa, de fácil aunque incorrecta versificación, con escenas bastante animadas, y cuya ejecución por los señores Catalina y las señoras Rizo y Bardán no puede mejorarse. Por lo demás, la obra está muy escasa de condiciones literarias y es una variación más del tema de la vieja y el viejo enamorados y celosos.
El Tío Caniyitas, que por fin ha visto la luz en el teatro del Circo, ha sido, según unos periódicos, el fiasco más cumplido, y según otros, el más gracioso cuadro imaginable. Lo real y verdadero es que, a excepción del señor Salas, nadie ha sabido dar a la zarzuela el tono que le convenía y que hemos visto darle en Sevilla y Cádiz; de ahí puede haber provenido su mal efecto en Madrid. También es preciso convenir en su ningún mérito literario, en lo vulgar y rastrero de algunas de sus cantuarias y en la exageración con que están trazadas las costumbres andaluzas.
En la república de las letras ha aparecido el prospecto y la entrega de una obra perteneciente al cultivo de nuestro idioma, cuyo pensamiento, cuyas formas son tan gigantescas, que nos han hecho recordar la empresa que acometió un día el célebre D. Nicolás Antonio, publicando su afamada Biblioteca. ¿Reúne su autor, el Sr. Baralt, para el ramo lingüístico las facultades que para el biográfico reunía aquel ilustre varón? A juzgar por el prospecto y la entrega que nos ha dirigido, no vacilamos en afirmarlo, sin que al hacerlo nos ofusque la afección que le profesamos. Pero ¿tendrá como aquella obra un cardenal Aguirre, a cuya munificencia deba la España la impresión de su diccionario matriz? Mucho tememos que atendiendo al carácter peculiar de la época, la especulación misma, personificada en una empresa cualquiera, vea decaer su constancia ante una obra tan larga y costosa: sólo el gobierno podría ser para ella lo que el cardenal Aguirre para la Biblioteca de don Nicolás Antonio, facilitando por media docena de años la protección y los fondos que por su importancia necesita. Esto es lo que deseamos a nuestro amigo, por su nombre y por la gloria de nuestra patria. Al director de esta Revista le cabe la satisfacción de haber contribuido en los presentes días de desolación y egoísmo, a salvar el corazón del insigne prelado Aguirre, que había desaparecido de los muros venerables de San Millán en la Rioja. ¡Quiera el cielo que el señor Baralt dé cima al gran trabajo
que ha emprendido y cuyo vacío era ya tan notable en nuestra literatura! ¡Quiera el cielo que no le falten los medios pecuniarios indispensables para realizar la colosal empresa que ha concebido! Entonces, desde hoy le auguramos una reputación inmensa y una imperecedera gloria!
Titúlase esta obra Diccionario Matriz de la lengua castellana.
30 de diciembre de 1850.
SECCIÓN POLÍTICA.
AL SEÑOR MARQUÉS DE PIDAL,
MINISTRO ACTUAL DE ESTADO,
sobre
NUESTRA ANTIGUA ISLA LA ESPAÑOLA
(1: Escribióse esto un día antes de la crisis ministerial que acaba de ocurrir.).
“La España está llamada a sacar nuevos frutos de sus posesiones emancipadas, y a vivificar y a proteger, cual digna madre, las ricas joyas que aún conserva en todos los mares. Recordemos entre las primeras la isla de Sto. Domingo. Si nuestro gabinete se elevase a la altura de grandes miras nacionales, por poco que ayudase su conducta, mucho podría ofrecerle el estado especial en que esta isla se encuentra. No queremos la conquista para aquellos nuestros antiguos hermanos. Desearíamos sí, que la política de nuestro pabellón cerca de aquella república, correspondiese a la lealtad y buenos oficios de nuestra fé castellana. Nuevas revoluciones agitan de continuo aquel desgraciado suelo... Una ocasión, pues, se le presenta al gobierno, para que nuestros buques surquen con una misión especial las aguas de aquella nuestra antigua colonia." Hé aquí lo que decíamos en 29 de diciembre de 1845, cuando la parte española de la república de Haití (1) se constituía independiente. Esto era lo que decíamos cuando esta parte misma enviaba sus emisarios para que se avistasen con el señor conde de Mirasol, capitán general entonces de Puerto Rico; esto era lo que decíamos cuando a poco vinieron otros comisionados a Madrid buscando un apoyo moral en nuestro gobierno; y esto es lo mismo que hoy repetimos cuando a más de las manifestaciones públicas que indicaremos, nos consta que se hacen otras gestiones privadas cerca de los hombres más influyentes hoy del gobierno de S. M.
(1) la isla estaba dividida en lo antiguo entre españoles y franceses con gran desigualdad. Los segundos poseían la parte occidental, y la oriental los primeros, cuya extensión era casi doble. Así permaneció, hasta que en 1791 tuvo lugar en la occidental la revolución de los negros, y con ella la expulsión de los blancos de aquella parte y la completa independencia de los primeros. Desde 1804 hasta 1806, Santo Domingo formó el imperio llamado Haití bajo Dessalines y Cristóbal su segundo, que en 1811 se hizo rey hereditario de Haití, aunque su reino sólo se componía de la provincia del norte de la antigua colonia francesa; y así siguió bajo otros jefes dividida hasta que en 1822 toda la isla formó bajo el mando de Boyer la república de Haití. Volvamos a la parte española: Esta fue cedida por la España a la Francia en 1794, y vuelta otra vez el año de 1814, permaneció bajo el gobierno español hasta el 1 ° de diciembre a 1821 en que ingresó en el cuerpo general de la república de Haití. Así continuó hasta el año de 1848 en que se declaró república dominicana e independiente de Haití, sorprendiendo y derrotando completamente al ejército negro del actual Soulouque. Desde entonces vienen sus deseos de entablar relaciones estrechas con España.
Desgracia es, sin embargo, que desde el año de 1845, causas que tal vez ignoramos, poderosas razones que a nosotros simples individuos no se nos alcanzan, hayan impedido a nuestro ministerio de Estado ocuparse de este punto cual su gravedad y nuestra conveniencia española lo requerían. Si así fuere, deploramos tanto tiempo perdido y no acusaremos por ello sino a la fatalidad de nuestras cosas. Pero si la atención que prestamos a nuestras banderías interiores, si el olvido de nuestra grandeza exterior ante las míseras luchas de nuestros partidos, ha sido lo único que nos ha retraído para prestar esta mano que nos han estado pidiendo los vencedores de Azua desde este heroico hecho; entonces... nos faltarían palabras para calificar este olvido. Sin él, la Gran Bretaña no hubiera ya entrado en tratos con el emperador Faustino; y sin él, no se hubiera visto nuestra bandera alejada de las de Francia, los Estados Unidos, Holanda y Dinamarca, países que, como ha dicho uno de los órganos de nuestra prensa, La España, se encontraban para con aquel en un caso idéntico al nuestro, y no vacilaron, muy poco tiempo há, en mandar fuerzas navales a los puertos de Sto. Domingo.
Todavía sin embargo se le presenta al gobierno de S. M. otra ocasión nueva, no para conquistar esta isla, sino para intervenir con nuestro influjo y nuestra política cerca de los hombres que hoy esperan del emperador de Haití nuevas invasiones, siempre que este, queriendo como el hábil Boyer constituir todas sus partes bajo su mando, revuelve otra vez pensamientos de ambición y apetece imponer a nuestros antiguos hermanos el régimen de sus instituciones bastardas, su aristocracia de nuevo cuño (1),
(1) El emperador Faustino I nació esclavo en el cafetal de Mr. Viallet a la conclusión del pasado siglo, y como tal tiene hoy en su altura ese fanatismo que acompaña a todos los de su raza, por prescindir de ella e identificarse con los usos, las costumbres y hasta con la sangre de los blancos. Aumentando, pues, su prodigalidad a proporción que se acerca al extremo de la escala aristocrática, el emperador ha creado un ejército de barones y caballeros. Pero en lo que más se distingue Faustino I, es en los empleos honoríficos de su palacio, donde hay capellán mayor, despensero mayor, gran mariscal de palacio, gentiles hombres y gobernadores de palacio, pajes, maestros de ceremonias, bibliotecarios; reyes de armas, intendentes y diputados de fiestas. La emperatriz Abelina tiene su servidumbre aparte, que se compone de un capellán mayor, dos damas de honor, dos camaristas, cincuenta y dos damas de palacio, veintidós damas de su oratorio, todas señoras distinguidas, con una infinidad de chambelanes, escuderos y pajes. La princesa imperial Olivia Faustina tiene también una servidumbre brillante. Su aya es la señora Felicidad. El traje que debe usar la nobleza está ordenado con el mayor cuidado. Los príncipes, duques y condes deben llevar una casaca o túnica blanca: los barones encarnada y los caballeros azul. También se distinguen por las plumas de los sombreros: los príncipes llevan nueve, los duques siete, los condes cinco, los barones tres y los simples caballeros dos. Un decreto explica todos los pormenores de la etiqueta de la corte, donde los hombres se deben presentar de uniforme y las señoras peinadas. Los nobles deben llevar espada como su mejor ornamento. Los príncipes y princesas se sirven para sentarse de taburetes y los demás nobles de banquillos. La única ambición de Faustino es poner a Haití al nivel de las antiguas monarquías de Europa, y las ideas guerreras son las que ocupan el primer lugar en su imaginación. Todos los príncipes y duques son grandes cruces de las órdenes de San Faustino y de la Legión de honor. Otro decreto produjo de un golpe 91 condes con el título de excelencia. Estos, a imitación de los duques, titulan sobre haciendas de campo, cuyos nombres dan también margen al ridículo, v. gr. conde de la Geringa (Jeringa), de las Abispas, etc. Todos los condes son comendadores de las dos órdenes civil y militar. Lo más raro es, que entre esta mezcla de servidumbre aristocrática y religiosa como damas de oratorio y capellanes, el invicto emperador hace sus excursiones nocturnas para ir a celebrar con sus correligionarios las fiestas del Vadoux o del espíritu de la culebra, acompañado de la gran sacerdotisa su mujer Abelina. ¡Afrenta de la civilización ante las luces de la Europa!
el culto supersticioso del Vadoux, y las saturnales de sus venganzas sangrientas. Cuando la sangre, pues, y la civilización no nos pidieran esta ayuda, nos la exigirían el interés propio, la conveniencia nacional, el principio económico y justo de todos cuantos pueblos han llevado como nosotros a otros continentes la multiplicación de su raza. Este interés no debe ser otro que la extensión y la buena reciprocidad de la contratación y el comercio. Y este interés acrece más cuando se considera lo que es esta isla y su situación particular entre las que conservamos todavía en el mar de las Antillas, Cuba y Puerto Rico. En efecto: enclavada y bloqueada por decirlo así, entre las mismas, la correspondencia del pabellón dominicano con el nuestro nos daría la preponderancia de estos mercados, y mucho más, si como ha dicho el periódico ya citado, "la seguían reformas tales y económicas que atrajesen el comercio europeo desde el peñón dinamarqués de San Tomás, donde se reconcentra por ahora a su paso para el nuevo continente; hasta la bella y abandonada isla de Puerto Rico, última de esas tres cuya unión encarecemos." Y con semejantes medidas, ¿cómo no se había de abandonar una roca tan estéril como es San Tomás, por una isla tan risueña y fecunda como Puerto Rico?
Pues nuestros hermanos de la república dominicana vuelven a gestionar por nuestra influencia y en los varios periódicos de uno y otro continente han aparecido las excitaciones que se hacen a los hombres que hoy aconsejan a nuestra reina, para que se decidan a prestarle la simpatía de nuestros sentimientos, y el apoyo que su situación reclama (1).
(1) En la crónica de Nueva York y en los periódicos de esta capital, no hace muchos días que ha aparecido una comunicación firmada por el señor marqués de Olivares, residente en Sto. Domingo, en la que reclama del Sr. Pidal y en nombre de la parte española de aquella isla, una protección que juzga no puede dejar de prestar nuestro gobierno a las simpatías con que aquellos habitantes vuelven sus ojos hacia esta patria, en la particular situación en que se encuentran.
¿Y dejaremos por más tiempo esta cuestión olvidada; podemos prescindir así de lo que hoy reclama de nosotros la más alta de los principios morales, de tanta estima para quien, como el Sr. Pidal, se encuentra hoy al frente del ministerio de estado? Olvide en buena hora como hombre de letras los intereses comerciales: pero ¿cómo en sus ideas filosóficas puede prescindir de estos otros tan elevados? ¿No acometió por ellos nuestra intervención en Roma? Según sus principios ¿no tuvieron por premio todos los sacrificios que para esta empresa se han hecho, el triunfo de ciertos sentimientos religiosos, y el particular de los pueblos católicos? Pues que S. E. aplique estos propios móviles a la cuestión dominicana, y no dude que nuestra cooperación, correspondiendo a las súplicas de aquellos nuestros hermanos, salva otro sentimiento que nos pertenece y que pertenece al mundo, cual es el progreso de la razón humana; y vindicamos como españoles lo que se ha debido a nuestra raza, lo que debe ser el culto de nuestra nacionalidad y también de nuestras tradiciones: nos explicaremos.
El señor Pidal proclamó con la intervención romana el principio moral de las sociedades cristianas, el triunfo del catolicismo de la raza española. Pues bien: ¿qué representa el apoyó que hoy nos piden los habitantes de la república dominicana? El principio de la razón en progreso, el de la civilización del mundo. Y ¿qué se personificaría en su abandono y en el triunfo del emperador negro que los amenaza? El retroceso de la humanidad hacia los instintos idólatras de los pueblos salvajes: el fetichismo de algunas de sus tribus, el culto del Vadoux, y los misterios supersticiosos de sus conferencias entre la sangre humeante de un buey o de una cabra (1).
(1) El Vadoux (vudú) es un culto africano del reino de Juida, y por los negros de esta nación fue introducido en Sto. Domingo. Llámase Vadoux el ser sobrenatural que lo sabe, lo ve y lo puedo todo, y consiente en mostrarse a sus buenos amigos los negros, bajo la forma de una especie de culebra: pero no recibe sus votos sino por la mediación de un gran sacerdote que elijen los propios sectarios y de una gran sacerdotisa escogida por el primero. Estos dos ministros llámanse rey y reina, amo y ama, papá y mamá. Antes de la transformación de Soulouque en emperador, asistió a uno de los juramentos supersticiosos de esta secta, en el que se promete mediante la sangre de cabra que se bebe en un vaso, no revelar nada de las interioridades de la secta. Soulouque en vez de la sangre de cabra tomó la del buey.
Y ¿qué se vería, no en la intervención de las armas, sino en la de nuestra política y nuestra cooperación cerca de los habitantes de la república dominicana, contra los soldados y la agresión que Soulouque les prepara?
El amor de nuestra raza, el culto que debemos profesar como nación a nuestra sangre. ¿Y cuáles serían los resultados de nuestra aquiescencia y del triunfo tal vez del invasor africano? La repetición de las bárbaras escenas que en marzo y abril de 1848 tuvieron lugar en el recinto mismo de su palacio, en las que se vieron rodar las cabezas de sus diputados y generales arrojadas entre charcas de sangre. La muerte y el exterminio de todos aquellos blancos. Y no se nos diga que la intervención que ya solicitan de los E. U. viéndose desahuciados de nuestros oficios, salvará tales destinos. Nuestra raza en este último caso no se extinguiría allí tan de repente como entre la matanza negra: pero se iría apagando como una luz entre esa pasión de los anglosajones a ocupar el territorio y ese individualismo que los guía, y que, como dice uno de sus propios escritores que copiaremos a continuación, ante esta pasión e individualismo no hay escrúpulos ni miramientos a los derechos de los demás.
Por último: el Sr. Pidal es demasiado ilustrado para no amar como buen español lo que esa hermosa isla representa en las páginas de nuestras gloriosas tradiciones. Ella fue la que tanto amó Colón, cuyo suelo escogió por sepulcro, y a la que le puso desde su descubrimiento el nombre de Española, siendo para él entre tantas como descubrió la más querida, de la que habla de continuo en sus cartas y en sus memorias; aquella Española que recibió sus restos y el primer lábaro de la cristiandad que se alzó sobre las costas del nuevo mundo, y cuya luz y cuya civilización llevaron allí nuestros padres entre los pendones de Castilla; aquella isla, en fin, que fue la cuna del imperio más vasto que existió jamás, no sujeto como en las pasadas gentes con el yugo de la esclavitud y la fuerza, sino que, como dice un autor (1),
(1) Véase el discurso que copiamos a continuación tan notable por la elevación del tono de sus párrafos como por el carácter imparcial del hombre que lo pronunció, desprendiéndose con una abnegación filosófica de su carácter norteamericano para inculpar a su raza los propios defectos que otros le inculpan, sin que por esto deje de alabar en otra que no es la suya las más altas virtudes.
fue el producto de nuestra civilización y nuestra raza, estableciendo relaciones definidas y equitativas entre los conquistadores y conquistados, convirtiéndolos al cristianismo, creando en aquellas regiones ricos puertos de comercio marítimo, construyendo ciudades cultas y populosas, organizando empresas industriales, erigiendo edificios y establecimientos de religión, de gobierno, de defensa militar, de educación y filantropía; con todas las grandiosas miras de la raza que tanto denotó por entonces una aptitud tan superior para la colonización y el imperio. ¿Y esta isla, cuna de recuerdos tantos, está destinada por ventura a ser el completo teatro de la barbarie de otra, y a que pueda ver su antigua civilización, conservada hasta el presente en los heroicos pechos de los defensores de Azua, eclipsada y vencida por el triunfo del Vadoux sobre sus antiguos altares y por las supersticiones mismas que hace más de tres siglos arrojó de allí Colón ante nuestra moral y nuestra fé? No lo creemos así, y no puede querer tampoco esto un hombre tan español y entendido como el señor marqués de Pidal, ministro actual de Estado (1).
(1) Los que deseen saber cómo se encuentra el interior de esta república de Haití bajo el pie de su organización y defensa, lean el número sexto de esta Revista en su sección de Viajes, y en la parte que lleva por título La república de Sto. Domingo vista por dentro, en vez de la república de Haití como debería decir, sin este yerro de imprenta.
Mas habiendo visto ya los móviles de conveniencia nacional, los elevados principios y hasta las tradiciones que la España debía salvar con una política directa ante el estado en que hoy se encuentra la república dominicana; preciso es ya también que nos hagamos cargo para concluir, de los inconvenientes que podrían servir de óbice a esta política.
Estos hoy no serían de ningún peso, aplicados a la actualidad de esta cuestión internacional. Dos podrían ser en efecto: 1.° que España hubiese reconocido como las demás naciones la constitución e independencia de esta parte española, en cuyo caso nuestra intervención estaría fuera de nuestra dignidad y del derecho de gentes: 2.° que abusase con violencia de sus armas para imponer su voluntad sobre esta parte, contra la que pudieran tener sus habitantes a favor de nuestras simpatías. En este último, ajando sus pasiones, las provocaríamos en contra, y sin querer contribuiríamos a que esta sociedad se perdiese en la unión y la constitución africana. Hé aquí los dos únicos casos que con la inflexible lógica del razonamiento presentó un gran escritor publicando en 1845 lo siguiente:
"Partida en dos la isla de Santo Domingo desde el siglo XVII, la parte francesa consumó, a fines del pasado, la funesta revolución que todos conocen. La parte española, a pesar de las vicisitudes que sufrió, se mantuvo fiel a su metrópoli, hasta el año de 1822, en que proclamó su independencia; pero esta independencia fue nominal, porque su peligroso vecino mucho más fuerte que ella, le hizo sentir muy temprano su precaria condición. Con las nuevas revueltas de la parte francesa, la española ha sacudido el yugo que aquella le impusiera, y proclamado segunda vez su independencia. España, que no la ha reconocido todavía tiene un derecho incontestable a someterla con la fuerza. ¿Pero es de su interés el hacerlo? Aunque en la parte española hay más negros que blancos, estos fueron los que se alzaron en años anteriores, y los que ahora también se han puesto a la cabeza de la nueva insurrección. Esta circunstancia le da un carácter de suma trascendencia, porque la isla, no sólo queda dividida en dos gobiernos independientes, sino en dos gobiernos de origen contrario, pues que uno representa el principio blanco, y otro el principio negro. Si España, en vez de hostilizar, deja tranquila, y protege con su reconocimiento tácito o expreso, la parte española, el gobierno de esta se podrá consolidar, y la raza blanca adquirir con el tiempo una fuerza material y política, de que hoy carece. De este modo se presenta a la parte francesa un rival que, ya por la diversidad de razas, ya por la diferencia de lenguas, podrá inquietarla, mantenerla en continuo sobresalto, y alejar los temores de cualquier tentativa que contra Cuba pudiera concebir." Hasta aquí este publicista. Vése (se ve) por lo tanto que el derecho de intervenir se concede aquí a la España, y que sólo se le niega su interés en hacerlo, porque podían ser causa sus violentos resultados de que no se consolidase allí un gobierno, y con él la fuerza material y política de la raza blanca. Pero como quiera que hoy estos nuestros antiguos hermanos nos extienden las manos y creen que con nuestra fuerza moral les ayudamos a constituirlos con más solidez en su situación política, no los arrojamos por cierto tendiéndoles las nuestras, sino que corremos a su apoyo, oímos sus clamores y oponemos entre una raza enemiga el santo lazo de la unidad, la confraternidad y la fuerza.
Nos consuelan, cuando aquí llegamos, los elevados conceptos que el señor ministro de Estado acaba de manifestar en el Congreso de los diputados el jueves 9 de enero. "En América, dijo, es donde principalmente se fija la política exterior del gobierno, porgue allí está nuestro porvenir político y comercial." Aún estamos bajo las gratas impresiones que semejantes palabras nos han producido. Iguales son nuestras convicciones. ¿Se quiere que la España vuelva a ser grande y más sólidamente feliz, que en los recordados tiempos de su gloria? Que la España observe una completa neutralidad en las cuestiones de Europa: pero que se regenere, que se levante, que influya y que proteja nuestros grandes intereses en América. Hé aquí por qué recomendamos tanto al señor ministro de Estado la cuestión de Santo Domingo.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
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A QUE SE REFIERE EL ARTÍCULO ANTERIOR.
EXTRACTO
del elocuente y erudito discurso a que se refiere el artículo anterior y que pronunció en el año que acaba de pasar el señor Caleb Cushing en una junta celebrada por la sociedad agrícola de Salem, Estado de Massachusetts, en la confederación de los Estados Unidos.
“Mucho se dice, señores, en estos tiempos, acerca de los anglosajones, como si la sangre que de ellos tenemos explicase la grandeza de los Estados Unidos. Estoy dispuesto a conceder toda su justa influencia a este elemento teutónico de nuestra composición; pero nada más. No puedo cerrar los ojos ante la influencia ejercida en la condición de América por las razas célticas española, francesa e irlandesa.
La calidad característica del tronco anglosajón es el individualismo: en el hombre, confianza y exclusivo miramiento a la independencia personal, al amor a la libertad, como se llama indefinidamente entre nosotros, y con lo cual queremos significar el afecto al poder individual; en la sociedad, moradas o habitaciones separadas, reunión en pequeños grupos o comunidades políticas, extenderse pronto en la superficie de un país dado, ocupación de territorio.
Pero en los hombres como en las cosas, cada cualidad específica excluye a su contraria. Así es que, en el anglosajón, la confianza en sí mismo y el miramiento hacia sí mismo se mezclan con el menosprecio de los sentimientos de los demás, como lo prueba ese hábito que tenemos de violar los pactos, violación más o menos sancionada por la ley y por lo que se llama sentimiento público.
El amor a la independencia personal y al poder individual es por sí mismo un completo disolvente de la sociedad. Por eso entre los anglosajones y en donde quiera que existe en grande escala ese elemento, el poder central es débil, la autoridad se disemina entre las partes, la acción del gobierno es impelida, o coartada, o compelida por asociaciones voluntarias, clubs y partidos políticos, que tiranizan cada cual a su manera.
En religión, el protestantismo ocupa el lugar del catolicismo, esto es, desaparece la unidad de la iglesia, dejando una subdivisión infinita de fragmentos o sectas, que en todas partes profesan, pero que en ninguna parte toleran la libertad de la creencia.
Con respecto a la ocupación individual, como cada hombre obra para sí mismo, con la libertad del trabajo, hay también libertad del capital; y como el empleado desecha o admite imperfectamente la idea de obligación para con el que lo emplea, así también este siente imperfectamente su obligación para con el empleado, y al paso que se habla mucho de libertad se piensa comparativamente poco en la igualdad y la fraternidad; y aunque la disolución de la correlación se cree que envuelve bancarrotas y adultera el bienestar de una clase, produciendo en la otra el pauperismo y los robos contra la propiedad, y una frecuente hostilidad entre ambos, esa disolución se considera, sin embargo, como la suma de la felicidad humana.
La pasión de los anglosajones es ocupar territorio; pero al satisfacer esa pasión el individualismo es el que los guía, sin ningún escrúpulo ni miramiento a los derechos de propiedad de los demás; y como su genio es insociable y repulsivo contra todas las demás razas, extermina o expele a los que ocupaban antes que ellos el territorio.
En una palabra, entre los anglosajones el principio federativo es el que predomina: la fuerza centrifuga es más fuerte que la centrípeta; y la sociedad tiende perpetuamente hacia la anarquía y la disolución.
Así es que nada ha habido entre los anglosajones que se pareciese a un gobierno general bien ordenado y permanente, hasta que los franconormandos conquistaron la Inglaterra, e infundieron en la sociedad una porción de los elementos célticos de cohesión en las mutuas relaciones de codependencia, y en la de centralización de la autoridad política. Entonces, y sólo entonces, se hizo la Gran Bretaña una potencia de Europa.
¿Han continuado acaso los Estados Unidos siendo un gran pueblo, a causa de la sangre y del carácter de los primeros anglosajones que poblaron este país, según la idea que de ellos nos dan sus tendencias políticas y su religión? Yo digo que no; la raza y la sangre, con los instintos y hábitos hereditarios que les pertenecen, determinaron la calidad, y no el hecho, de la grandeza. La prueba de esto es el que los españoles, raza céltica dotada de un genio opuesto al de la teutónica, con ideas de centralización política, codependencia de hábitos sociales y unidad de religión católica, estableció en menos tiempo que los ingleses y con mayores obstáculos que vencer, un imperio más magnífico en América.
Los españoles sólo necesitaron cien años para unir a los dos continentes en un poderoso Estado, que se extendía de uno a otro Océano, y desde Santa Fé en el Norte hasta Valdivia en el Mediodía, en un espacio de 75 grados de latitud; para establecer relaciones definidas y equitativas entre los conquistadores y los conquistados; para convertir a estos al cristianismo; para crear en toda aquella vasta región ricos puertos de comercio marítimo; para construir en el interior ciudades cultas y populosas; para organizar empresas industriales productivas en la escala más ancha y provechosa; para erigir edificios y establecimientos de religión, de gobierno, de defensa militar, de educación y filantropía, tales como no existen hoy en ningún punto de América. Basta sólo comparar lo que España ha hecho en América en el siglo XVI con lo que la Inglaterra hizo en el siglo XVII, y contrastar la condición de la América española en el año 1600, con la de la América inglesa en el año 1700, para disipar la ilusión común entre nosotros, que llevados de miras parciales y de una disculpable vanidad nacional, nos abrogamos una aptitud superior peculiar e intrínseca para la colonización y el imperio. El que examine con detención la historia y la condición de los Estados occidentales y norteoccidentales, y vea que, cuando los ingleses se mantenían con timidez en las riberas del mar Atlántico, y a causa de sus cualidades repulsivas de raza, estaban en perpetua guerra con los indios, los franceses ingerían al mismo tiempo sus ideas, su autoridad, su lengua y su religión entre las pobladas y poderosas tribus de Occidente, desde el Canadá hasta la Luisiana, el que haga, repito, esta reflexión, deducirá que no ha sido ninguna política especial, ni ningún ensanche de ideas, ni superioridad alguna intrínseca de sangre por parte de las mismas colonias, sino las contingencias de una guerra en Europa, lo que ha decidido la cuestión de si las influencias predominantes en la América del Norte habían de ser inglesas o francesas, teutónicas o célticas.
(Traducción de la Crónica de Nueva York.)
SECCIÓN ADMINISTRATIVA.
REFORMA ALCANZADA.
El gobierno de S. M. acaba de tomar en consideración cuanto expusimos en nuestro número del 15 de noviembre sobre que los empleados de Ultramar deben ser cargos retribuidos y no contribuciones injustas. Cuanto allí dijimos, tuvo por objeto el que el señor ministro de Hacienda no perdiera de vista ciertas razones para la vacante que quedaba en el departamento de la Hacienda de la Habana, por el fallecimiento de nuestro malogrado amigo el señor D. Miguel Fuente Alcántara. Su sucesor el señor Seijas acaba de poner en práctica nuestras indicaciones con una ilustración que le honra, si bien este pensamiento lo abrigaba ya el señor Bravo Murillo, desde los días en que aquel artículo escribimos.
Nos felicitamos pues, de la medida, y sólo deseamos como allí apuntamos, hagan ya otro tanto los ministerios de Guerra y Marina con otros cargos de igual clase y trascendencia.
¡Que el gobierno de S. M. continúe aceptando de la opinión la necesidad saludable de hacer en Cuba reformas como estas, y no tema después el influjo de la voz anexión.
El real decreto dice así:
MINISTERIO DE HACíENDA.
Señora: Si bien es muy justo, es absolutamente indispensable que el asesor de la intendencia y subdelegación de la Habana, así como el fiscal de la misma tengan una dotación proporcionada a la importancia de sus respectivos destinos, necesario es también fijar ciertos límites a las utilidades hasta ahora indefinidas de los referidos funcionarios, evitando al mismo tiempo el abuso algunas veces observado de prolongar los procedimientos en los asuntos judiciales más allá de lo que era realmente necesario. La medida que concilia estos diversos extremos es designar sueldos proporcionados al asesor y al fiscal referidos, prohibiéndoles al mismo tiempo la percepción de los derechos que hasta ahora constituían parte de las respectivas dotaciones de aquellos altos funcionarios.
Mas como en el Estado de las rentas públicas de la Habana no es posible recargar a las mismas con mayores cantidades de las que al presente satisfacen a los empleados de que se trata, y toda vez que el aumento de sueldo que se propone es conocidamente interior (inferior) a lo que importarían los derechos que en otro caso percibirían y se van a suprimir en beneficio de los que tengan que litigar en el tribunal de la subdelegación de la Habana, justo es que estos sean los que contribuyan a satisfacer los sueldos del asesor y del fiscal de la misma.
Fundado en estas consideraciones, y de acuerdo el que suscribe con el Consejo de ministros, tiene la honra de someter a la aprobación de V. M. el adjunto proyecto de decreto.
Madrid 3 de enero de 1851. - Señora. - A. L. P. de V. M. - Manuel de Seijas Lozano.
REAL DECRETO.
Teniendo en consideración lo que me ha expuesto el ministro de Hacienda, de acuerdo con el parecer del Consejo de ministros, he venido en decretar lo siguiente:
Artículo 1.° El asesor de la intendencia y subdelegación de rentas públicas de la Habana disfrutará en lo sucesivo el sueldo de cinco mil duros anuales.
Art. 2.° El fiscal de la expresada intendencia y subdelegación tendrá el sueldo de cuatro mil duros anuales, y se le asigna además para gastos de escritorio la cantidad de mil duros en cada año.
Art. 3.° Ni el asesor ni el fiscal llevarán derechos ningunos por las diligencias que intervengan.
Art. 4.° Por ahora, y sin perjuicio de las variaciones que más adelante se establezcan, se usará: del papel del sello de ilustres, en las sentencias, autos de sobreseimiento, decisiones de artículos, recibimientos a prueba y publicación de probanzas: del papel del sello primero en el primer pliego de los despachos y requisitorias que se libren, y en las respuestas e informes fiscales: del papel del sello segundo en los autos de sustanciación no comprendidos en la clase en que se exige papel del sello de ilustres, así como también en las resoluciones de expedientes no contenciosos a instancia de parte.
Art. 5.° En los demás casos se continuará haciendo uso del papel sellado que respectivamente corresponda con arreglo a las disposiciones actualmente vigentes.
Dado en Palacio a 3 de enero de 1851. - Rubricado de la real mano. - El ministro de Hacienda, Manuel de Seijas Lozano.
CUESTIÓN POLÍTICA Y JUDICIAL
(1: Véase el n.° 10, artículo primero, de esta Revista.).
El Sr. marqués de VALDEGAMAS. - No quisiera rectificar, porque me repugnan las rectificaciones; pero la materia que aquí he venido a tratar es tan grave, es de importancia tan alta, y de tan grave trascendencia, que no puedo menos de decir algunas palabras después de las que ha oído el Congreso en boca del señor Calderón Collantes.
El señor Calderón Collantes, sin duda porque yo no me he explicado suficientemente, no se ha remontado al verdadero punto de vista de la cuestión. Yo traté de demostrar que si había un artículo en la Constitución por el cual este asunto de elecciones corresponde al Congreso, había otro artículo en la misma Constitución, por el cual se establece, que corresponde también a los tribunales. Más aún: que en el código penal publicado después de la Constitución de la monarquía, el delito de la falsificación y violencia en las elecciones está sometido exclusivamente a los tribunales. Y a todo esto no se ha contestado.
El señor Calderón Collantes ha dicho que el orden exige que antes de que se vea si ha habido delito, se ventile la cuestión de la legalidad de las elecciones. El supuesto en que el señor Calderón Collantes camina es falso, como quiera que aquí no se trata de una sola cuestión sino de dos diferentes, que no deben ventilarse una antes y otra después, sino ambas con una independencia absoluta.
El señor Calderón Collantes dice: la verdadera cuestión consiste en averiguar si las elecciones son válidas o nulas; por lo que toca al Congreso, su señoría tiene razón; no la tiene, por lo que toca a los tribunales, los cuales nada tienen que ver con que las elecciones sean nulas o sean válidas, teniendo mucho que ver por el contrario en la cuestión que consiste en averiguar si en las elecciones se ha perpetrado o no se ha perpetrado un delito.
Ya se ve; suponiendo el señor Calderón Collantes que no hay más que una cuestión, y que esta consiste en averiguar si las elecciones son válidas o nulas, es claro que sólo el Congreso puede decir si son nulas o son válidas. Pero como acabo de demostrar, no es una, son varias cuestiones. Conviene a saber: Primera: ¿son las elecciones válidas o nulas? Segunda: sean válidas o nulas, ¿ha habido o no ha habido delito? La primera es la cuestión del Congreso: la segunda es la de los tribunales civiles; y nada hay de común entre la una y la otra.
Y aquí vuelvo otra vez a la cuestión judicial de que el señor Calderón Collantes no se ha hecho cargo. Yo he tratado de probar, y creo que he demostrado matemáticamente, que no puede haber entre los jueces y el Congreso estas dos cosas; ni fallos idénticos, ni fallos contradictorios. Voy a probarlo con razones todavía más claras, si es posible.
Un juez de primera instancia falla que ha habido delito en unas elecciones; el Congreso decide que esas elecciones son nulas: cualquiera dirá, el Congreso y el juez dicen una misma cosa; pues no, señores. El juez dice al castigar a un (no se ven bien estas tres líneas) reo: aquí ha habido delito, no dice más. El Congreso al anu-** (lar las) ** elecciones no dice sino por incidencia que ha habido *delito**** únicamente y de una manera directa y soberana, es que la mayoría no está a favor del candidato. La una es cuestión política, la otra es cuestión judicial; ambas están conexas, pero su conexión no prueba que no sean esencialmente diferentes. Véase cómo aun en casos en que parece dicen una cosa misma, dicen dos cosas diferentes.
Pues vamos a otro caso. Supongamos un caso en que parece que dicen cosas contradictorias, y yo probaré que no lo son. Un tribunal falla que ha habido delito en una elección, que ha habido reo, y le impone pena; y el Congreso determina que esa elección sea válida. Se me dirá: hé aquí la contradicción. No hay sin embargo contradicción ninguna, porque el juez no dice nada más que aquí hay delito, no dice otra cosa; y el Congreso al decidir que son válidas, no ha dicho sino que, con delito o sin él, la mayoría de los electores ha sido favorable al candidato; por consiguiente no hay contradicción. Siempre dicen los dos, juez y Congreso, cosas de todo punto diferentes. Ahora bien, señores, si nunca dicen cosas contradictorias, si nunca dicen cosas idénticas, ¿qué inconveniente hay en que cada cual conserve su puesto? ¿en que cada cual dé su fallo en la soberanía y plenitud de sus respectivas jurisdicciones? Para sostener esta teoría, no creo que es necesario suponer todas las cosas que el señor Calderón Collantes supone: yo no supongo más que un deseo natural en los poderes públicos de ensanchar su esfera de acción; y si con este deseo natural de los poderes políticos o civiles coincide una abdicación voluntaria por parte de los tribunales, ¿a dónde vamos a parar, señores? ¿Qué será de la administración de justicia? Esta es la grande importancia de esta cuestión. Yo reclamo sobre ella una explicación del Gobierno. Si el gobierno no lo ha pensado, yo le ruego, le suplico que lo piense. Esto no puede quedar así; es necesario que se sepa si hay justicia en España, y que una circular fije la jurisprudencia que deben seguir los tribunales del reino.
Aun en el caso de que los fallos sean contradictorios, como dije antes, la ley exige que los diferentes tribunales juzguen a un mismo tiempo, y he citado el caso de una conspiración en que intervengan paisanos y militares. Pues bien: de esta conspiración juzgan a un mismo tiempo y sin embarazarse uno a otro los tribunales militares y los civiles, y aquí puede haber fallos contradictorios, porque puede decir el tribunal militar, no hay delito, y el civil, hay delito; puede decir el tribunal militar, no hay reo, y el tribunal civil, hay reo. Y como esto es afirmar y negar una cosa de un mismo acto, considerado bajo un mismo aspecto, que es lo que constituye la noción filosófica de lo contradictorio, resulta que la ley autoriza la contradicción cuando consiente que esa conspiración, una en su esencia, caiga bajo la jurisdicción de dos diversos tribunales. Esto consiste, señores, en que la ley entiende que a pesar del mal que puede resultar de la contradicción, ese mal es menos en todo caso que el que resultaría de la absorción de los tribunales civiles por los militares, o la de los militares por los civiles. Absorciones de esa especie son siempre uno de los mayores escándalos sociales.
Ha dicho el señor Calderón Collantes: es necesario acudir al gobierno para poder encausar a un funcionario del orden administrativo. ¿Quién ha negado esto? Aquí hay que contentarse con pedir la autorización. Pero quiere decir el señor Calderón Collantes que el Congreso es respecto de los empleados públicos lo que el gobierno. ¿Qué es esto? ¿Se quieren dos gobiernos a la vez en la nación española? ¿Hay un gobierno al rededor de la Reina y otro al rededor de esta tribuna? Para perseguir judicialmente a un empleado de la nación, ¿ha de ser necesario acudir a este Congreso? ¿Dónde estamos, señores? Aquí no hay más que un conflicto grave entre dos poderes; el político y el judicial; y este conflicto es necesario....
El Sr. PRESIDENTE. - Señor marqués, recuerdo a V. S. que está rectificando.
El Sr. marqués de VALDEGAMAS. - He acabado.
El Sr. CALDERÓN COLLANTES. - No debía limitarme a rectificar al ver que el señor Donoso Cortés ha contestado por completo al discurso que he tenido el honor de dirigir al Congreso. Por lo mismo que el señor Donoso Cortés ha encarecido tanto la gravedad e importancia de esta cuestión; por lo mismo que ha creído que ha habido nada menos que una abdicación voluntaria de jurisdicción por parte del juez de primera instancia y del promotor fiscal; por lo mismo que me honro de pertenecer a la magistratura, como todos saben, estoy en el caso de sostener mi opinión de que aquellos funcionarios del orden judicial cumplieron su deber, que no ha habido abdicación voluntaria; que se han arreglado a las leyes, y que lejos de ser lo que ha manifestado el señor Donoso Cortés, es todo lo contrario de lo que ha dicho.
El señor marqués de Valdegamas nos ha dicho también repetidas veces que el orden judicial tiene la plenitud de la administración de justicia. Señores, la Constitución no dice plenitud, lo que la Constitución dice es: "que a los tribunales pertenece administrarlas." ¿Cómo? Con arreglo a las leyes. Existiendo una ley que dice el modo de proceder a la formación de causa de ciertos funcionarios, el juez que se sujeta a esta ley, ¿falta a la Constitución? Todo al contrario; pues si la Constitución ha dicho que deben administrar justicia con arreglo a las leyes, ¿cuáles son estas? Las reglamentarias y la de procedimientos. Pues mientras no se justifique que ha faltado a una ley de procedimientos, no se habrá justificado que ha faltado a la Constitución. El artículo 66 de esta dice: "A los tribunales y juzgados pertenece exclusivamente la potestad de aplicar las leyes en los juicios civiles y criminales, sin que pueda ejercer otras funciones que las de juzgar y hacer que se ejecute lo juzgado."
Acto continuo se lee en el 67: “Las leyes determinarán los tribunales y juzgados que ha de haber, la organización de cada uno, sus facultades, el modo de ejercerlas y las calidades que han de tener sus individuos.”
Y en vista de este artículo tan terminante, ¿cómo una persona tan entendida como el señor marqués de Valdegamas ha podido tener la inadvertencia de sentar que se había faltado a la Constitución? Pues qué, la Constitución, sin descender de la esfera de un código fundamental a uno de procedimientos, ¿podía hacer otra cosa que consignar el principio político? Por eso, así como dice: al Rey toca sancionar, a las Cortes legislar, dice: a los tribunales aplicar la ley; ¿pero cómo? Como esta determine. Estas leyes no están en los códigos políticos; es menester buscarlas en los de procedimientos; y estas se establecen en cuanto a nosotros, que antes de proceder por delitos cometidos en las elecciones, es preciso esperar a que el criterio del Congreso de los diputados se forme; que antes de proceder contra los funcionarios, es menester esperar la autorización de los gobernadores de provincia. Esto dice el código de procedimientos, esto dice la ley a que se ha arreglado el juez de Caldas de Reyes, esta es la ley a que alude el artículo 67.
El Sr. PRESIDENTE. - Señor diputado, está V. S. pronunciando un nuevo discurso.
El Sr. CALDERÓN COLLANTES. - Sí, señor.
El Sr. PRESIDENTE. - Pues no es posible eso. Sírvase V. S. limitarse a rectificar hechos referentes a su persona, y no las equivocaciones en que haya podido incurrir el señor marqués de Valdegamas.
El Sr. CALDERÓN COLLANTES. - Yo suplico al señor Presidente que me dispense, porque me había permitido cierta amplitud en vista de la contestación completa que me ha dado el señor Donoso. Pero voy a rectificar. En primer lugar, al buen juicio del Congreso no podrá ocultarse que el caso citado por el señor Donoso de un delito juzgado por un tribunal civil y otro militar, no tiene analogía siquiera con el presente. Por consiguiente no me pararé a demostrar esta equivocación. Pero ha querido suponer que el Congreso podía declarar válidas las actas y haber lugar a procedimientos. Señores, ¿estaría bien que después de haber declarado un tribunal de justicia que en las actas se ha cometido el crimen de falsedad, viniera sin embargo el señor Mugartegui a sentarse en los bancos del Congreso en virtud de una votación? Tendremos entonces que el Congreso, una parte integrante de uno de los poderes, habría dicho; no sólo no hay falsedad...
El Sr. PRESIDENTE. - Yo siento tener que decir a V. S. que no está rectificando, sino haciendo otro discurso, y eso no es posible.
El Sr. CALDERÓN COLLANTES. - Concluyo, señores, diciendo que el señor marqués de Valdegamas ha confundido dos cosas, lo que es la Constitución con lo que son las leyes de procedimientos.
El Sr. PRESIDENTE: Eso será una equivocación del señor marqués que el Congreso juzgará, pero que V. S. no tiene derecho a rectificar, porque nadie se la ha atribuido a V. S.
SECCIÓN COLONIAL.
CONCLUYEN LAS OBSERVACIONES SOBRE LA ORGANIZACIÓN PRIMITIVA DE LA ISLA DE CUBA. - DE SUS CLASES DE COLOR ESCLAVA Y LIBRE, CON
RELACIÓN A SU ACTUAL ESTADO.
ARTÍCULO IV.
Nuestros lectores conocerán que no debemos entrar aquí en la cuestión filosófica y absoluta de la esclavitud, como institución social. Nosotros partiremos de sus resultados, de sus hechos en una sociedad como Cuba, y abandonando la cuestión académica o especulativa, nos haremos sólo cargo aquí de sus consecuencias, en la parte que pueden ser más o menos modificadas por el buen juicio de sus habitantes y la acción previsora de los agentes de toda buena administración. Con impaciencia deseamos ya salir de estas materias vidriosas, en las que cualesquiera que sea la rectitud de nuestras miras, el desinterés de nuestros deseos o la discreción de nuestros juicios; siempre se afecta sin querer alguna de las pasiones egoístas que intereses antiguos sostienen, y por las que es calificado el escritor, sin rectitud y sin piedad, de ignorante tal vez, cuando no sea de partidario o venal. Nosotros sin embargo, que nos hemos propuesto ir desarrollando poco a poco, todo el estado que alcanza un pueblo como el de Cuba bajo su aspecto social, político y administrativo; imposible se nos hace abordar estos últimos extremos sin revelar e indicar antes lo más preciso sobre lo primero, para venir a recaer después por su orden lógico y de gradación, sobre las actuales circunstancias de lo segundo y tercero.
Entrando pues a decir ya algo de la esclavitud admitida allí como institución, creemos que ha sido muy oportuno el vigor con que el gobierno ha rechazado las sugestiones de emancipación, porque además de las razones que expusimos sobre esto en el final de nuestro artículo anterior, este sería el aro por donde nunca entrarían los propietarios de Cuba, tanto criollos como peninsulares. Sólo un acto de desesperación causado por providencias opresoras o despreciativas, pudiera cegarlos hasta el extremo de renunciar a sus haberes y decidirse a todo, y esto por fortuna no sucederá jamás; con autoridades tan paternales como deben ser las que esta Metrópoli debe enviar siempre a sus distantes provincias. Excluyendo pues este caso como irrealizable, es bien seguro que los cubanos son los primeros defensores de la colonia y de la esclavitud que encarna. Pero también lo es, que ya sus hombres pensadores, los peninsulares juiciosos, y los naturales más influyentes, no quieren que se introduzcan más negros sin cuenta ni razón, y si posible fuera, con el censo de la población blanca en la mano. Esto, para el porvenir. Para lo presente, de desear sería, que ya se encaminase la opinión, como lo ejecutan muchos, a procurar en las fincas la proporción de las hembras con los varones en sus dotaciones de esclavos, y no presentar el espectáculo de contarse como en Trinidad fincas de 400 y 500 negros, sin una sola negra. Las leyes de la naturaleza, la moral, el interés propio del amo, la menor violencia de la disciplina de la finca; todo aconseja ya esta medida, puesto que han pasado los días, que ni la reproducción, ni los castigos que se hacían en las mismas por la fuga de sus individuos aguijoneados por un impulso amoroso, nada se tenía en cuenta, ante la facilidad con que se compraban y suplían las faltas que aquellos dejaban. Si este cálculo de carne mercantil, se pospone ya, como lo hacen el conde de Villanueva, don Francisco de la Luz Caballero y otros, ante el más humano de su reproducción y cuidado, la esclavitud podría tornarse como institución en una especie de patriarcado, única condición que puede modificar los males de su principio absolutamente hablando.
Bajo este patriarcado se ofrecía en los anteriores tiempos, en poder de las principales familias de aquel suelo. La generosidad y las elevadas ideas de sus jefes; sus sentimientos caballerosos y religiosos a la vez; los buenos ejemplos de los mismos y la institución de sus capellanes en cada finca; las obras y la doctrina; todo influía en el mejor trato de estos seres. El mayoral bárbaro y cruel tomaba entonces más en cuenta los humanos sentimientos del amo, que sus ganancias especulativas; y el capellán se interponía más de una vez por su carácter religioso entre los arrebatos del amo y su siervo, entre la fuerza y el estúpido sistema del mayoral y el negro. Hoy todo ha concluido: muy rara es ya la finca donde existe este capellán, el que por otra parte con sus pláticas y su culto formaba además de la de la fuerza, otra disciplina moral, y predicando la resignación a los esclavos, les mostraba al menos en el cielo el merecido premio de sus trabajos. Nada de esto existe ya, volvemos a repetir. El sentimiento en todos los pueblos va cediendo su lugar al cálculo, y el capellán ha sido por allí en todas partes quitado, so pretexto de una economía que es bien insignificante por cierto entre los gastos enormes de estas fincas. También oponen otros como reparo las discordias que sobrevenían a veces entre el capellán y el mayoral, ejemplo fatal para su disciplina interna. Pero si el sacerdote es bueno y discreto, si su intervención con este jefe o con el amo fuese sólo de paz y de consejo, el conflicto no ocurriría. No hay que olvidarlo: esto en el amo sólo es pretexto de un cálculo mezquino, o disculpa del mayoral para mandar más a sus anchas y sin fiscalización alguna sobre su sometida grey. Los conventos en esta parte y las prácticas religiosas que se hacían en sus iglesias, tenían también un saludable influjo en los criados de color y en las demás clases de esta raza. Nunca fueron en Cuba numerosas las instituciones monásticas, y hoy no dejan de hacer falta para la moralidad mayor y la mejor subordinación de aquellas. Hasta el traje y el aparato de estas comunidades obraban mucho sobre los negros, porque ellos, como todos los que cultivan poco sus potencias, sé afectarán siempre más de los signos y las cosas que obran materialmente sobre los sentidos. Nosotros no permitiríamos ya por las calles de una capital tan comercial y de tantos extranjeros como la Habana, el que se viesen los hábitos monacales. Pero en el recinto de sus casas y de sus templos, prescribiríamos su tolerancia. Las gentes de color en su salvaje condición necesitan de la riqueza del culto católico para sus sentidos. ¡Cuán funesta mezcla es sino entre ellos la de la irreligión y la ignorancia! Pero el más inminente, el verdadero peligro de la isla de Cuba está en la clase libre de color. El esclavo arrastrando el peso de su cadena en un trabajo continuo, o allá en despoblados campos, está falto de comunicación para acordar con otros romperla, y apenas le llega una idea para reconocer todo lo penoso de su situación y hado. No sucede así con las clases libres de color, y no por mala índole de sus individuos, según largamente lo hemos observado; sino por los errores que se están cometiendo, tal vez con la mejor intención, olvidando en esto el sistema de nuestros padres para no enajenarse su voluntad, ni tenerlos en una opresión como continua y regularizada (1).
(1) La franquicia en solazarse que gozan todavía en la Habana los esclavos, el día de reyes; los bailes que a las clases de color libres se les permitían entre las que se mezclaban a veces personas de suposición social que pasaban a verlos; la visita que todavía hizo a alguno de estos ricos bailes de la gente de color el general D. Luis de las Casas; restos eran sin duda, de aquel tacto y política que siempre tuvieron nuestros padres como hombres de gobierno, siempre que de razas y de su situación particular en América se trataba.
Los que no han visitado estos países sólo los consideran como negros libertos; no les ocurre otra idea: y sin embargo, ninguna es tan falsa, pues al hablar aquí de la clase libre, ni tomamos en cuenta, ni nos acordamos de los libertos. Hablamos de la numerosa clase de ingenuos, entre los cuales hay familias que no han conocido esclavos, e innumerables mulatos de color blanco, pues es sabido que el hijo de blanco y mulata nace blanco, y el nieto puede confundirse con un ruso. Esta clase y los negros ingenuos han estado siempre de parte de los blancos, despreciando mucho a los esclavos. Antes de que hubiese tropas veteranas en el interior, daban las guarniciones las milicias de pardos y morenos, (nombre con que los distinguió S. M.) cada vez que las milicias blancas tenían que acudir al auxilio de los puertos; tal era la confianza que se les dispensaba. La guerra de la Florida se mantuvo casi a expensas de su sangre. En cierta conspiración de blancos que se dijo haber en la Habana el año 22 se presentaron ofreciendo sus servicios y S. M. agració a los oficiales con el don personal; si bien en la Habana burlaron esta gracia que quedó sin efecto, y empezaron a resentirse. Educados en las ciudades y apoderados de todas las artes y oficios, inclusa la música, son capaces de todos los goces, al paso que están privados de toda consideración social y además vilipendiados. Hasta los blancos de la hez del pueblo se creen autorizados para insultarlos, ni los muchachos perdonan el vocativo de perro mulato, y es frecuente que sobreviniendo riña, el mulato sea preso y encausado aunque sea el herido; abuso que han solido repugnar aquellas audiencias. Como todos son artesanos, salen al campo a trabajar en albañilería y carpintería, y para esto necesitan licencia estipendiada, que se ha de refrendar cada dos meses volviendo a pagar, de suerte que sufren una contribución bimestral sobre su industria y trabajo, y si no trabajan se les forma proceso de vagos. Esto es desesperante para unos hombres pobres, cargados de familia a veces. Les está prohibido el uso de armas lícitas, de manera que no pueden portar ninguna, y como los campos se hallan desiertos y sin protección, han de viajar expuestos a todos los peligros hasta de los negros cimarrones, aunque traigan consigo el importe de su trabajo.
Esta providencia dada en tiempos del digno general Valdés, tan humano en sus reglamentos para los esclavos, es sin duda una anomalía entre tantas y tan buenas como se dieron en su tiempo para regularizar con ellos el servicio de la agricultura, sin olvidar los respetos de la humanidad; pero la auditoría de guerra, dejándose tal vez llevar por el concepto que le merecían las clases de color de la Habana, y no por el mejor que ofrecen en el interior, aconsejó cierta circular, por la que se manda aplicar gran número de azotes al que se encuentre con arma permitida, siendo así que hay muchos de esta clase como en Santiago de Cuba, donde son hasta propietarios y cafetalistas. ¿Y qué ha provenido de aquí? Un resultado peor en la administración: que los juzgados ordinarios procuran eludir esta disposición como mejor pueden, para no caer en la incalificable de azotar a hombres libres, padres de familia dignísimos y súbditos honrados, porque acaso hayan tomado una escopeta para matar un pájaro. Y aunque prescindiéramos de la privación de este simple recreo, ¿cómo se ha de privar también de su machete al labrador que no puede dar un paso en sus campos sin este auxiliar (1), al dueño de una heredad que no tiene modo de defender sus siembras y sus animales domésticos contra los dañinos, y ni siquiera aprovechar la caza?
(1) El machete es una especie de sable ancho y corto y como de dos duros de grueso que llevan los campesinos ceñido a la cintura, y con el que no sólo se abren paso desde el caballo por aquellos campos y bosques sin caminos, sino que de él se sirven para otras operaciones agrícolas.
¡Y si aquellos campos fuesen los de nuestra Europa, labrados con multitud de terrenos divididos y acompañados siempre del vecino o del caminante! Pero allí se trata de despoblados, de campos desiertos, de montes oscuros e intrincados. ¡Hé aquí los resultados de dar para toda la isla disposiciones que tal vez sean buenas para el recinto de la capital! Mas hé aquí también cual es la falta cuando los poderes o las facultades se confunden. ¿Qué tiene que ver la auditoría de guerra, con el gobierno y la administración de la isla?
No nos es posible reseñar aquí, ni tampoco lo intentaremos para ponernos al abrigo de inculpaciones insensatas, lo que estas clases padecen y sufren: pero lo peor de todo es, el que no tengan porvenir ni esperanza de obviar su abyección. ¿Y cuál podría ser la consecuencia de todo esto, sino que esa importante clase se divorciase de la blanca? Al cabo podrían conocer que su triunfo estaba en servirse de los cuatrocientos mil esclavos de su color para vencer por su medio y hacerse un lugar en la sociedad. De aquí el peligro; porque aunque los esclavos no pueden triunfar de los blancos, siendo iguales en número, es diferente si se les agregan doscientos mil libres de color, fuertes, avezados al trabajo, sobrios y bastante avisados para cuanto se quiera, amén del auxilio y de las sugestiones de los ingleses. Fracasó por fortuna la vasta conjuración tramada bajo su influjo desde la Habana hasta santo Espíritu, y se fusilaron y deportaron multitud de ellos; pero esa conjuración ha motivado mayores opresiones y malos tratamientos (1);
(1) Nos referimos a la famosa causa que se siguió después al fiscal Salazar por estos tratamientos, y en la que salió condenado a la pérdida de su empleo y consideración militar, y a la condena de un presidio. Erízase el cabello al leer los cargos que aparecen en la acusación judicial que a este funcionario se hizo.
y por último se ha desaprovechado la oportunidad de premiar a los fieles, y atraer si es posible la voluntad de la clase. Es un dolor que no se piense en todo esto, sino en medidas represivas, que sólo sirven aisladas para que los desbordamientos sean más espantosos.
¿Qué cosa más fácil a par que importante, que refundir dentro de pocos años esa clase en la de blancos? Declárense tales los hijos de blanco y cuarterona: es decir, la hija de blanco y mulato (mulata). No se ponga impedimento a los matrimonios de estas razas entre mayores de 20 años o de 25. Concédase también la consideración de blanco al capital y a la virtud. Habilíteseles para las carreras que parezcan convenientes, así como hubo en Caracas un protomedicato de pardos, y proporciónenseles algunos goces aunque sea en expectativa, para que no les falte quiera la esperanza.
Aunque en la masa general de la población blanca hay fuertes preocupaciones de raza, los hombres que tienen que perder se prestan ya con gusto a evitar o precaver su ruina con estas medidas previsoras. Ni las llamemos previsoras, porque el mal salta a la vista, y todo el mundo palpa que la clase libre está... ni queremos decirlo. ¿Y es posible que ciertos hombres no lo vean, y que esperen otra reunión con los esclavos? ¿Tienen por mejor, que todo lo haga la fuerza? ¿Y están ciertos de la supremacía de esa fuerza, y menos respecto de una convulsión que concilia el interés de todos los gabinetes? Ya quisieran ellos que se perdiesen estas ricas provincias de cualquier modo que fuese.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
SECCIÓN LITERARIA.
CONTINUACIÓN SOBRE LOS POETAS CUBANOS.
Cuando ya había visto la luz pública el número anterior de nuestra Revista, en el que hablamos en general de la marcha que ha seguido en la isla de Cuba la poesía, y acompañamos a nuestras indicaciones la reseña cronológica que nos había dirigido otro amigo sobre sus principales vates; recibimos los periódicos de aquella isla, y con ellos el Faro de la Habana del 28 de noviembre pasado, en el que encontramos un razonado artículo sobre la misma materia, artículo que no ha podido llegar más a tiempo, para no interrumpir en este la copia que con tanto gusto vamos a hacer del propio.
Él es como el juicio crítico y filosófico de nuestra anterior reseña, y estamos muy conformes con su autor en las calificaciones que hace en general de sus poetas compatricios (o compatriotas), si bien prescinde de Plácido, cuando este formó casi por sí un género aparte. Y entiéndase que no nos referimos al hombre, sino al poeta. Él es por lo tanto el complemento de aquella, y si lo hubiéramos extendido, no podría ser más a propósito.
Complácenos además, el que sin un virtual acuerdo, lo hayamos tenido con el propio autor en las ideas que antecedimos en aquel número, a la carta de nuestro amigo. Allí hablamos de la crisis que había formado en la antigua poesía de Cuba el poeta Heredia, y esto propio nos lo confirman sus líneas: allí nos hicimos cargo de la incorrección de las formas de otros, y esta imparcialidad no se echa de menos en este ameno y crítico artículo.
Advertimos sin embargo, que tanto este escritor como el ilustrado de nuestra anterior reseña, parten ambos de Cequeira para tejer la serie cronológica de los poetas de aquel país tomándolo como el más antiguo, cuando nosotros recordamos que ya antes que este, se había dado a conocer en 1788 por su elogio en verso a los príncipes de Asturias, el pardo Manuel del Socorro Rodríguez. Pero a este hombre singular, prosista y latino a la vez, ya lo daremos a conocer en otro de nuestros números. Por hoy, hé aquí como se expresa el periódico referido:
RÁPIDA OJEADA SOBRE LA POESÍA LÍRICA DE CUBA.
"Antes de exponer a los lectores del Faro nuestras opiniones sobre la poesía lírica de Cuba, debemos advertirles que no es nuestro ánimo revelar dogmas ni erigir doctrinas, sino relatarles con la claridad posible cuanto hayamos observado; aventurando alguna vez nuestro servicio, para cumplir con un deber de conciencia, al que cedemos sin pretensiones y sin revestirnos de autoridad judicial; cuyo menor inconveniente sería carecer de jurisprudencia para nuestras decisiones, ya por la debilidad de nuestras fuerzas, ya por lo arduo del empeño. - Vamos sólo a intentar la enumeración de los poetas que más se han distinguido y la clasificación de los diversos géneros a que más especialmente se haya consagrado cada uno.
Nadie ignora que la poesía tiene tres grandes sentimientos: amor a la divinidad; amor a la patria y amor a la mujer; que desfallece si no canta a Dios con toda su grandeza, a la patria con todas sus magnificencias y a la mujer con su virtud, su hermosura y sus atractivos. Entonces la poesía tiene coronas de flores para la mujer, laureles para la patria, y alas de oro y cristal para remontarse al cielo. Pero cuando falta ancho campo a la imaginación y no existe el sentimiento religioso, cuando se cree ver en la mujer la causa de los males que nos afligen, desconociéndose que ha nacido para ser nuestra compañera, y convirtiéndola en instrumento vil de nuestros goces y placeres, la poesía en ese caso es semejante a la verde planta que por falta de riego palidece y se marchita abrasada por los ardientes rayos del sol. Sin embargo, nosotros que no tenemos que lamentarnos, por esa parte, porque la religión se entrevé en nuestros cantos, y porque la mujer derrama azucenas por nuestras sendas y luz por nuestros horizontes; nosotros que contemplamos la tierra alzándose con sus torrentes y sus flores, el mar con sus magníficos estruendos, las aves con sus cantos, el aura melancólica con sus gemidos y el bosque con el susurro de sus hojas; nosotros, en fin, que cantamos inspirados por el sentimiento de lo bello, al conocer que el amor a la divinidad y que el amor a la mujer son los que más resuenan en las cuerdas de la lira de nuestra poesía, no negaremos el poco adelantamiento que en ella se nota, porque causas no desconocidas acaso, se oponen a su progreso cortando el vuelo a la imaginación, y porque tal vez no habrá ningún género que se haya cultivado tanto como el lírico, lo que hace, sin duda, que encontremos falta de originalidad en las producciones, a excepción de las de algunos que ciertamente no pertenecen al número de aquellos que tienen una reputación usurpada. Pero hay más: la poesía es una parte de nuestra literatura: la literatura lo es de nuestra civilización: la historia de nuestra civilización apenas ha nacido. ¡Cuánto tiempo no hay, pues, que esperar todavía!
Por otra parte, la poesía es flor muy escondida y poco estimada en este siglo positivo, y ha sido bastante desatendida entre nosotros, quizás por los que con más razón que otros debieron prestarle su apoyo y que despertando de la indolencia de su espíritu se han elevado después con alas de hielo, entre la duda y la fé, luchando el corazón con la cabeza y escribiendo para sí mismos; de ese modo no han dejado principio alguno fijo, ni consecuencia conocidamente útil.
Hechas estas explicaciones que hemos creído necesarias vamos a ocuparnos ligeramente en estos mal trazados renglones, de cada uno de nuestros poetas líricos que más se han distinguido, como dijimos al principio.
Apareció Zequeira sonando la trompeta épica, y demostró una fecundidad extraordinaria en la mayor parte de sus producciones. Entre estas existen algunas jocosas; pero nosotros creemos que ese género no era legítimo del poeta de que hablamos, sino aquel que revela la majestad de Píndaro en sus cantos serios. Díganlo el poema la "Batalla de Cortés” y la oda al "Dos de mayo."
Heredia, que por orden de fecha se halla colocado en el segundo lugar merece sin disputa el primero. Heredia es el Homero de Cuba, según un sabio crítico. A un sentimiento delicado supo hermanar la vigorosa entonación que se observa en su oda al "Niágara" y la solemne majestad que se advierte en uno de sus himnos. Aquella gala en el decir, aquellas imágenes, aquella armonía conmovedora, sólo nos han sido trasmitidas por su pluma. El lugar que dejó vacante con su muerte no ha sido ocupado todavía.
Milanés con menos estro que los dos anteriores, es en nuestro concepto, superior al primero, y casi se halla colocado al lado del segundo. - La originalidad de sus pensamientos, su filosofía y el fin moral que lleva cada una de sus producciones, revelan que pertenece a una época algo más adelantada en cultura. Sus poesías son más meditadas en el fondo; pero menos correctas en la forma que las otras. Él es el único que se ha trazado en una nueva escuela, de la que es y será jefe en su país. La reflexión y el examen sobresalen en sus versos, y la fuerza lógica que encierran no los hace carecer del vuelo del entusiasmo. Un corazón lleno de ternura unido al más bello espiritualismo y las ideas elevadas juntas a la inspiración forman, por decirlo así, su fisonomía moral. Milanés es el astro que derrama su luz sobre el lóbrego campo donde la humanidad se agita, levantando el prolongado clamor de sus pasiones y de sus padecimientos.
El cantor de la "Siempreviva”, con más genio que saber, es más popular que ninguno. Los dos de que ya hemos hablado, son, en nuestra humilde opinión, de un mérito más elevado; pero la especialidad de talento del que hablamos le reserva un lugar aparte en las letras. Sus composiciones están salpicadas de poesía por donde quiera. Imágenes atrevidas, originalidad, símiles oportunos, sentimiento y un encanto singular siempre. Fue un modelo de facilidad en la versificación y no muy correcto por no haberla pulido más.
Orgaz demuestra una imaginación llena de vigor y de lozanía. Sus concepciones están pobladas de rasgos valientes.
Turla ostenta la filosofía del hombre que piensa, medita y vuelve sus ojos hacia la humanidad. Sus versos están llenos de sentimiento.
Bríñas pertenece sin duda a la escuela de Milanés. Sus mismos giros, su misma moralidad, ideas originales y más gala en el decir.
Palma tiene alguna semejanza con Heredia en el sentimiento, y en lo demás revela haberse impregnado en la poesía desconsoladora de Byron. En obsequio de la imparcialidad, versifica con más esmero que produce hermosos pesamientos (pensamientos).
Tolón es poeta dulce, melodioso; melancólico y hace sentir. Reúne a lo expuesto la originalidad.
Jiménez de León es también original. Sus versos demuestran ser hijos de una imaginación fecunda y privilegiada. Donde quiera se encuentra un pensamiento revestido con todos los atavíos de una mente rica de bellezas y harto florida. Hay en sus producciones algunas bastantes a darle un buen nombre; pero da a conocer, en las otras, el abandono con que ha mirado su instrucción.
Blanchié y Mendive están colocados en una misma altura. Igual expresión, sencillez, dulzura, armonía, elegancia en las formas y fluidez.
Foxá es tierno. Imita el sentimentalismo de Lamartine y sobresale en las composiciones amatorias y descriptivas. Ha ensayado tendencias filosófico-sociales; pero demuestra bastante flojedad en la expresión. Su hermano era de un mérito incontestablemente superior.
Hay también algunos otros que revelan buenas disposiciones; pero alguna que otra composición suelta que ha visto a (la) luz, no es bastante para dárnosle a conocer en toda su extensión como deseamos.
Los demás que han publicado colecciones, en nuestro concepto no se hallan a la altura de los que hasta aquí nos han ocupado; por tal motivo le (les, los) hemos suprimido; quizás con la intención de ocuparnos de ellos en un segundo artículo.
En conclusión, anhelamos el progreso de nuestra poesía y que talentos del temple de alguno de nuestros malogrados poetas, no lleguen a segarse en flor, cuando están reclamando con esmero cultivo. ¿Estamos acaso, tan abundantes de luz, que debemos ver con indiferencia apagarse los astros que principian a brillar con tanto esplendor y que han alcanzado más de una vez una mirada de nuestra madre la civilizada Europa? - Dédalo.
(Tres años después de estos textos, en 1853, nació el conocido poeta cubano José Martí.)
CRÓNICA QUINCENAL.
La situación política de Europa parece querer volver a complicarse. El 3 se verificó la apertura de las cámaras prusianas. La de los diputados procedió al siguiente día al nombramiento de la mesa, habiendo quedado elegidos por gran mayoría, presidente, el Sr. Schewerin, y vicepresidente el señor Simson. Ambos pertenecen a la fracción más avanzada de la oposición. Sin embargo, los cuerpos colegisladores han renunciado a combatir al gobierno en la discusión del proyecto de mensaje, concentrando sus fuerzas para la de los presupuestos, y la de otras cuestiones especiales. De este modo el Parlamento durará más de lo que se creía. Los comisarios austríaco y prusiano, encargados de arreglar el negocio de los Ducados, llegaron a Hamburgo el 2 de enero, y a las pocas horas se presentó en aquella ciudad una comisión de la lugartenencia general. Inmediatamente celebraron ambas partes una conferencia. Este paso indica que el gobierno de los Ducados ha cambiado completamente de resolución, y que ya no piensa en los medios belicosos. Las conferencias de Dresde no han adelantado gran cosa: además de la divergencia en que han incurrido los ministros de Austria y Prusia en el discurso que cada uno pronunció el día de su apertura, ni uno ni otro paran dos días seguidos en la capital de la Sajonia. Esto demuestra el sinnúmero de dificultades que se cruzan sin cesar, antes de conseguirse un arreglo definitivo y estable entre las dos grandes potencias alemanas.
Las Cámaras piamontesas han vuelto a sus tareas: en la de los diputados se dio cuenta el día 5 de un proyecto de ley para el arreglo de tribunales. El 28 de diciembre hubo en Roma una nueva quema de billetes de los creados por el gobierno revolucionario. Los periódicos de París hablan extensamente, como es de suponer, de la crisis ministerial, que allende como aquende trae intranquilos a los amigos de novedades. El Presidente no había confiado a nadie todavía la misión de formar el nuevo gabinete. En las conferencias que había tenido con Mr. Mole, con Mr. Odillon Barrot y con otros personajes, sólo les habló de la situación general del país. El 8 por la tarde continuaban las cosas, poco más o menos, como el primer día; es decir, que los ministros salientes seguían en sus puestos por mera fórmula, y que la Asamblea se reunía, como de costumbre, para entregarse a los trabajos legislativos.
Durante dos días se ha hablado mucho de la destitución del general Changarnier, añadiéndose que el gabinete se había ocupado de ella con seriedad, aunque aún no estaban cumplidamente de acuerdo los ministros. Esta medida sembraría, en primer lugar, grande alarma, y en segundo lugar, produciría temores de un golpe de Estado. Luis Napoleón había consultado, según parece, con muchas personas sobre el mejor desenlace de la crisis ministerial, y ninguna de ellas le había sugerido una solución satisfactoria. Por último, lo que se presentaba como más probable era la continuación en el poder de varios de los ministros dimisionarios, y el nombramiento de otros de igual significación política.
Las noticias de la Habana alcanzan al 8 de diciembre. En todos los puntos de la isla se habían afianzado la tranquilidad y la confianza de la propiedad y del comercio. La administración del general Concha principiaba a dar resultados beneficiosos para el país. Muchas son las disposiciones que traen los diarios de la Habana, relativas unas a policía urbana, otras a presidios y otras a la administración de justicia. Entre todas, dos merecen muy particularmente nuestra humilde aprobación y por ellas tributamos gracias a aquel ilustrado funcionario. Es una, el nombramiento de la comisión que haya de encargarse del ramo de emancipados, para que atienda a su educación religiosa al mismo tiempo que a su instrucción en las artes u oficios a que se hallen dedicados, de manera que al obtener su libertad se encuentren en un estado de verdadera y benéfica civilización, que les facilite un bienestar positivo. La suma importancia de esta disposición se funda en que los emancipados a que se alude son esos infelices negros, salvados por los cruceros ingleses y españoles, a quienes se considera en clase de libres y sin embargo viven en peor estado que los esclavos. Sin educación, sin religión, sin conocimientos de ninguna naturaleza, el desprecio y la befa de sus semejantes en color los acompaña por donde quiera. De ahora en adelante ya será otra cosa. La determinación del general los ha rehabilitado. El mundo cristiano aplaudirá la conducta del señor Concha, justa a la vez y desinteresada.
No es menos importante su disposición aboliendo el tribunal especial que en la Habana ejercían los gobernadores. Estos, como jueces legos, decidían contiendas entre partes, que no por considerarse en la categoría de juicios verbales dejaban de interesar profundamente las fortunas de aquellos moradores. Los abusos que se cometían y los perjuicios que se irrogaban han quedado terminados con la prudente y saludable medida del nuevo gobernador. A fines de diciembre debió embarcarse a bordo de la Nueva Teresa Cubana, y con dirección a nuestra preciosa Antilla, el venerable arzobispo de Cuba Excmo. e Illmo. señor D. Antonio Claret, que residía últimamente en Barcelona. Hablan de acompañar a S. E. trece, entre clérigos y familiares. Además, iban en el mismo buque diez y ocho hermanas hospitalarias. En el interior, ha tenido lugar un notable acontecimiento. Aludimos a la salida del Excmo. Sr. duque de Valencia, del gabinete que presidia; salida que se ha llevado tras sí la de todos las demás ministros. Los periódicos han hecho mil versiones, así sobre los funcionarios que cesan como sobre los que hayan de reemplazarlos. Generalmente se cree que la cuestión financiera ha contribuido mucho a la retirada del ministerio Narváez-Sartorius. El duque de Valencia en cuanto obtuvo que S. M. admitiese su dimisión, se puso en camino para Francia. Hasta el presente no se han publicado en la Gaceta los nombramientos de los nuevos ministros. El señor Pidal, encargado de formar el gabinete, renunció al cabo, sin duda por las dificultades con que tropezaría. Parece que el señor Bravo Murillo ha sido más afortunado, y se señalan como sus compañeros a los señores Beltrán de Lis, de Estado; González Romero, de Gracia y Justicia; Arteta, de Gobernación; Conde de Mirasol, de Guerra; Fernández Negrete, de Comercio, instrucción y Obras públicas; y Bustillos, de Marina.
La España inserta la siguiente nota de las cantidades repartidas en limosnas por S. M. la Reina, en el año que acaba de espirar:
Reales.
Para conservación de templos 68.400
A casas y juntas de beneficencia 232.804
Para recibimiento en varias carreras a
16 jóvenes menesterosos 51.200
A monjas 114.500
Para abono de haberes a jóvenes del
colegio militar, hijos de padres que
murieron en el campo del honor 45.700
Distribuidos entre 44.265 pobres que
S. M. ha juzgado dignos de consideración 1.380.465
Total 1.892.869
¡Qué elocuentemente habla esta suma en favor de la joven Soberana que preside los destinos de la nación española!
Los teatros han ofrecido poca o ninguna novedad en la última quincena. El de la Opera nos ha dado El Elixir de amor, cuyo éxito ha sido bastante débil, a juzgar por el juicio general de la prensa periódica. Ronconi, en el papel del doctor, ha descendido de su alto puesto para convertirse en chocarrero, cosa que confesamos nos ha disgustado. Saberse contener, es el distintivo principal de los grandes artistas, sea cual fuere el género en que trabajen; y así como la hinchazón es el extremo vicioso del género trágico, la chocarrería lo es del cómico.
El teatro Español ha seguido y sigue representando con aplauso creciente, la bella refundición Jugar por tabla. Es verdad que la obra la interpretan de una manera superior las señoras Lamadrid y los señores Valero, Calvo y Osorio.
Cada noche gustan más; porque cada noche se esmeran en añadir nuevos efectos al juego escénico de sus respectivas partes. Es la pieza que más entradas llenas ha dado a este coliseo en la presente temporada.
Se anuncia la representación del Don Álvaro o la fuerza del sino, cuyo protagOnísta desempeñará el Sr. Calvo, y la del drama nuevo Un hombre de Estado, que tantos elogios previos ha merecido, y que el público aguarda con tan grande ansia. Seríamos injustos si no mencionásemos la única novedad del teatro Español en lo que va de año nuevo. Se deja entender que hablamos de la aparición de la célebre bailarina, conocida por La Nena. Soltura y delicadeza en sus movimientos, fisonomía de las más lindas, gracia hechicera, he aquí las dotes que reúne esta rival de la Petra Cámara y la Vargas. Todas las noches es saludada con unánimes aplausos.
En el teatro de Variedades han seguido entreteniendo a los espectadores La cola del perro de Alcibíades, farsa henchida de inverosimilitudes y bufonadas, y el lindo juguete cómico, arreglado a nuestra escena por el señor Vélez de Medrano con el título de Carambola de aguinaldos.
Interrumpidas en el Instituto las representaciones de la aplaudida comedia Merecer para alcanzar, hánse ejecutado en su lugar piezas de escaso o ningún mérito literario. Están anunciadas varias obras nuevas de que daremos cuenta a su debido tiempo. Últimamente hemos visto y aplaudido con entusiasmo al eminente actor señor Arjona, en la comedia en dos actos Un agente de policía: aquí, como en El Sí de las niñas y en El Dómine consejero, el artista español está verdaderamente inimitable. No exageramos al decir que en el final del segundo acto se eleva a la sublimidad del sentimiento y arranca lágrimas de ternura y admiración.
Las novedades que nos promete este teatro son, para el 16, la comedia nueva en tres actos y en verso. Arcanos del alma, que se anuncia como original de uno de nuestros primeros poetas, y para más adelante otra comedia nueva, producción del señor Ruiz de Aguilera, titulada El mundo al revés. Deseamos ver si este poeta es tan afortunado en el género dramático como en ei lírico. En el Circo decididamente se dio de mano a El Tío Caniyitas, tentativa desgraciada que a la verdad no esperábamos de una obra que venía escudada con tanta popularidad provincial. Después se han puesto en escena, con el aplauso que otras veces, las lindísimas zarzuelas Tramoya y El Duende. Se anuncia La Picaresca debida a la pluma del entendido autor de Tramoya, y que creemos será digna de la reputación que alcanza el señor Barbieri entre los compositores de la corte.
En literatura, después del anuncio de la grande obra del señor Baralt, Diccionario matriz de la lengua española, nada sabemos que haya ocurrido de importancia. La poesía, a no ser en el género dramático, la historia, la novela, todo permanece estacionario. Mientras las prensas del extranjero no cesan de dar a luz nuevos trabajos de sus ingenios, las nuestras se contentan con reproducir, más o menos mal traducidos, esos mismos trabajos. Las musas españolas callan. Su último canto lo exhaló el señor Selgas con sus hermosísimos idilios, dedicados a las flores; desde entonces el silencio ha reinado y continúa reinando en nuestro Parnaso. - ¿Quién será el primero que lo rompa? A última hora. - El gabinete español se ha constituido, por último, en los mismos términos que dejamos indicados.
El francés lo ha hecho del modo siguiente:
Negocios extranjeros, M. Drouin de Lhuys; Interior, Baroche; Justicia, Rouher; Hacienda, Fould; Instrucción pública, Parrien; Guerra, Regnault de Saint d' Angely; Marina, Ducos; Obras públicas, Mague, y Comercio, Boujeau.
Resulta de esta lista que cuatro individuos del antiguo gabinete conservan sus carteras, a saber: Baroche, Aquiles Fould, Rouher y Parrien.
De los cinco ministros nuevos tres pertenecen a la Asamblea, y son Drouyn de Lhuys, Teodoro Ducos y Regnault de Saint-Jean d' Angely. M. Drouyn de Lhuys ha desempeñado ya otra vez el ministerio de negocios extranjeros, y como enviado extraordinario en Londres concurrió con el general La Hitte en las negociaciones entabladas para terminar los asuntos de la Grecia. M. Ducos es uno de los hombres más laboriosos e ilustrados de la Asamblea, y posee el don de la palabra. El general Regnault de Saint Jean d' Angely ha hecho con el general Oudinot la campaña de Italia como jefe de estado mayor general, y concurrió a la rendición de Roma.
15 de enero de 1851.
ÍNDICE DE LAS MATERIAS QUE CONTIENE ESTE TOMO.
(Las páginas no coinciden con este formato, se ponen las del PDF escaneado)
Página.
Dos palabras del director de la Revista 1
SECCIÓN POLÍTICA
La España y el Perú. - Por D. Manuel Colmeiro 6
La isla de Cuba y sus dos nuevas autoridades.
- Por D M. R.-Ferrer 149
Otra invasión sobre Cuba. - Por D. M. R.-Ferrer. 197
Los prisioneros de Contoy. - Por D. M. Colmeiro 202
La España y el Perú, contestación al señor de Zufiria
- Por D. M. Colmeiro 275
Del discurso de la corona en la parte que se refiere
a nuestras provincias de Ultramar 341
Cuestión política y judicial sobre la elección de
Caldas de Reyes 437
Continuación sobre el mismo asunto 553
Al Sr. marqués de Pidal, ministro actual de Estado,
sobre nuestra antigua isla La Española. - Por Don
M. R-Ferrer 535
SECCIÓN ADMINISTRATIVA.
Examen del real decreto de 1.° de junio de 1850
declarando a los ministros jefes superiores en sus
respectivos departamentos. Por D. M. Colmeiro 101
De la centralización en España. - Por D. M. Colmeiro 245
Sobre el mismo asunto 389
Reforma alcanzada 549
SECCIÓN COLONIAL.
De las colonias en general, y de las que aún posee la
España, en particular. - Por D. M. R. Ferrer 51
De las condiciones que han de guardar las colonias
con sus metrópolis. - Por D. M. R.-Ferrer. 110
Continuación del mismo asunto 159
“” 215
“” 255
Conclusión de las condiciones que han de guardar las
colonias con sus metrópolis 313
¿Puede ser perjudicial nuestra Revista en Cuba?
- Por D. M. R.-Ferrer 267
Santander, nuestras Antillas, y reforma comercial de
la isla de Cuba. Por el mismo. 293
¿Debe o no suprimirse la audiencia de Puerto Príncipe
- Por D. José de la Cruz Castellanos y Mojarrieta. 347
Los empleos en Ultramar deben ser cargos retribuídos
y no contribuciones injustas. - Por D. M. R.-Ferrer 371
Grandeza de la isla de Cuba. - Por el mismo 400
De la condición social de la isla de Cuba. - Por el mismo 451
Otra vez la combatida cuestión de Santander y nuestras
Antillas. - Por el mismo 485
Del influjo dañoso que ha tenido la organización primitiva
del suelo cubano. - Por el mismo 503
Concluyen las observaciones sobre la organización
primitiva de la isla de Cuba. - Por el mismo 561
SECCIÓN LITERARIA.
Poetas españoles de Europa y América. - Por D. M. R.-Ferrer 21
Poetas Canarios. - Por D. Andrés Avelino de Orihuela 126
Poetas peninsulares. - Por D. M. R.-Ferrer 230
Poetas mallorquines. - Por D. Joaquín María Bover 374
Conclusión de esta materia 417
Don Juan Bautista Muñoz y su historia del Nuevo
Mundo. - Por D. Eustaquio Fernández Navarrete 471
Poetas cubanos 521
Continuación sobre los mismos 569
SECCIÓN DE VIAJES
El Valle de Ayala. - Por D. E. F. Navarrete 35
Conclusión de este asunto 120
La república de Santo Domingo vista por dentro 277
Un diario marítimo desde Cádiz a la Habana 331
SECCIÓN DE NOTICIAS
Crónica quincenal de 28 de julio de 1850 43
Crónica quincenal de 12 de agosto de 1850 93
Crónica quincenal de 28 de agosto de 1850 141
Crónica quincenal de 12 de septiembre de 1850 181
Crónica quincenal de 28 de id. de 1850 238
Crónica quincenal de 15 de octubre de 1850 285
Crónica quincenal de 28 de id. de 1850 333
Crónica quincenal de 13 de noviembre de 1850 383
Crónica quincenal de 28 de id. de 1850 434
Crónica quincenal de 14 de diciembre de 1850 477
Crónica quincenal de 15 de enero de 1851 527
SECCIÓN POLÍTICA.
De la proposición hecha en el Senado sobre nuestros intereses de Ultramar; y de la conducta que tan acertadamente ha principiado a desplegar en Cuba el general D. José de la concha.
Con predilección debe ocuparse ya la política exterior de nuestro gabinete sobre nuestros intereses de Ultramar. Prácticamente tratamos de probar esta necesidad en nuestro número anterior, al dirigirnos al Sr. Ministro de Estado entonces, el Sr. Marqués de Pidal, sobre el estado en que se encuentra con relación a nosotros la República Dominicana, ya se atiendan nuestros intereses materiales, ya los más elevados, de la raza y de nuestra propia nacionalidad. En América, corrían pocos días que había exclamado aquel ministro desde la tribuna; en América es donde principalmente se fija la política exterior del Gobierno, porque allí está nuestro porvenir político y comercial. Pues bien: no hace más tiempo tampoco que se han oído después acentos no menos ilustrados y previsores desde los asientos de nuestra cámara alta, y todo prueba que tanto en el Congreso como en el Senado, que tanto el Gobierno, como la opinión y la prensa, todos se van poseyendo de esta propia necesidad y no pierden ocasión por denotar que nuestros ojos deben ya estar fijos en nuestras provincias de Ultramar y repasarlos también sobre las que fueron un día nuestros ultramarinos dominios. Hoy mismo la prensa, en particular La España, invita al Gobierno de S. M. para que acabe de completar y regularizar nuestra línea de vapores a las Antillas, y todo repetimos, nos prueba, la dirección saludable que va tomando nuestra opinión pública, sobre estas materias. Con placer lo reconocemos, cuando aún suenan en nuestros oídos los esfuerzos que se hacen en el Congreso de diputados al discutirse la ley del Tribunal Mayor de Cuentas, para que se traigan también al mismo cuerpo los presupuestos de Ultramar. Pero volvamos al Senado.
En este, los Sres. Oliver y Onís antiguos diplomáticos, presentaron una proposición de ley para que la línea de vapores de correos marítimos establecida por el anterior ministerio, se hiciera ostensiva hasta Veracruz. Apoyóla el Señor Oliver, aduciendo entre otras, la razón de que nuestro comercio reportaría por ello grandes ventajas, ventajas de que hoy sólo se aprovechan los extranjeros; con la conveniencia de estrechar más y más nuestras antiguas relaciones con la república de Méjico. Esta proposición fue retirada por sus autores, luego que oyeron las explicaciones satisfactorias del Gobierno de S. M., y como una y otras las vamos a copiar enseguida, no diremos más sobre su contenido. Réstanos sí, que demos antes nuestro humilde parecer sobre la primera.
Estamos tan conformes con el Sr. Oliver sobre la necesidad de estrechar nuestras relaciones con Méjico, que aparte de los bienes comerciales que S. S. ha indicado, nosotros no podemos perder de vista estos otros más altos si cabe, en nuestra existencia nacional. Que Méjico es el antemural natural de nuestras Islas de Cuba y Puerto Rico: que Méjico es el muro más resistible que puede allí defender a nuestra raza de la invasión y la absorción de la raza anglosajona. La neutralidad de los gabinetes europeos cuando tuvo lugar la cuestión de las Californias, sobre esta última República y la de los Estados Unidos, olvidó estas consideraciones. La influencia demasiado directa que nuestros agentes en la primera tomaron por los años de 1847 y 1848 entre las luchas civiles de sus bandos, fue en extremo desacertada.
Una reacción monárquica que se trató de ensayar allí y en la que se vislumbraron a su favor más que morales deseos de aquellos funcionarios, pudieron comprometer entonces grandes intereses, sin desviar por ello el peligro del común enemigo que a favor de esta discordancia, se apoderó con las armas de cuanto territorio le acomodó de aquella República.
Hoy mismo corre en Nueva York la noticia de que en California se ha concebido el plan de arrebatar a la Confederación mejicana, todo el territorio que se conoce con el nombre de California baja y que se estaban haciendo los preparativos para emprender dicha conquista, si los mejicanos trataban de defender como no podían menos, la propiedad de su pueblo. En este caso pues, nuestra conducta debe ser la que debió haber sido entonces. Identificarnos sinceramente con aquella República y con el ente moral de su gobierno, sea del matiz que quiera: poner a su ayuda nuestra influencia con la Europa, y hasta nuestros recursos materiales y nuestros buques de guerra. Con esta conducta se salvaba un principio: el de nuestro influjo en aquel continente, de tanto valor para nuestros productos, de tanto porvenir para nuestra armada mercante y nuestros puertos; el de nuestra raza, en fin, unida en todo con nuestros hermanos de aquella mitad del mundo para cuando tratase de extinguirla por allí, su enemiga la anglosajona. Bajo este concepto no podemos menos de alabar las ideas de los Sres. Oliver y Onís en la proposición referida; que nadie como un antecesor del segundo tiene más títulos a ser reconocido como uno de los que primero comenzaron a denunciar a los gabinetes de Europa esa tendencia de invasión a que hoy parece estar sometida la Confederación de los Estados Unidos (1). ¿Pero es hoy tan urgente la adopción de su propuesta?
(1) Llamamos la atención de nuestros lectores hacia el notable documento que copiamos a continuación de este artículo. Él forma parte del apéndice del tomo 3.° de la historia de Méjico que está dando a luz en aquella República D. Lucas Alaman, y con él, se ponen muy altos la previsión y el patriotismo del Sr. D. Luis de Onís, Ministro de España en Washington en 1812. ¡Gran contraste forma esta actividad e inteligencia de nuestros diplomáticos antiguos, con la poca previsión y la ninguna sagacidad de algunos de los presentes!
Por otra parte, este precioso documento que acaba de salir del polvo de los archivos de Méjico, es un curso compendiado pero completo, de las ideas y de las artes de los Estados Unidos para apoderarse sucesivamente tanto entonces como ahora, de sus vecinos territorios. Lo mismo afectaban entonces dar disposiciones contra los corsarios que se armaban en sus puertos, como las dan hoy contra los nuevos piratas. Lo mismo querían entonces entre sus proyectos a Cuba, como hoy la codician patrocinando a López y sus hijos descontentos. Creemos sin embargo que hoy no harán ya con esta, lo que hicieron con la Florida. Véase este documento.
Apoyamos como el que más el fin de sus consecuencias: pero antes, creemos debe haber una base y es, la regularización de nuestras líneas de vapor a las Antillas. Llevada a cabo esta, completada y regularizada hasta la Habana, fácil es después hacerla más o menos extensiva, llevarla hasta Veracruz. Lo que hoy existe es peor que si nada hubiese: son gastos dobles sin una utilidad por lo imperfecto de la línea. Dos solos vapores y gastando veinte y siete días, no sufragan en sus resultados los costos de su sostenimiento. Y todo esto, aparte del estado en que se encuentren y de su construcción más o menos buena. Los Sres. Oliver y Onís deben aprovechar sus esfuerzos primero, sobre este punto: estos Señores deben reclamar en el Senado uno y otro día el complemento de esta línea, o que ciertos vapores de guerra suplan por el tiempo que se necesite, hasta proporcionarlos de una empresa o compañía. Recaben esta medida y la que ellos proponen es consecuente e inmediata. Pero he aquí la discusión a que nos referimos, y que tuvo lugar en el Senado, en la sesión del 20 de los presentes:
El Sr. Oliver: "Señores, hacía mucho tiempo que la comunicación por vapor de nuestras Antillas estaba reclamada por las necesidades imperiosas del Estado; pero es tal la lentitud con que marchamos, y el desdén con que miramos las cuestiones que no se rozan con los partidos, que ha sido necesario un gran suceso, la invasión, no de un puñado de piratas como se supone, sino una combinación vasta, misteriosa, para despojarnos de Cuba. Ha sido necesario que las miradas de toda la Europa se fijasen en la Habana para que el Gobierno tomase la medida de establecer una línea de vapores, y viésemos cumplido este deseo, aunque no con la perfección que se requería. El vapor, aplicado a nuestras provincias de Ultramar, no sólo facilita las comunicaciones, sino que acortando las distancias nos acerca a las costas del continente americano. Esta consideración nos ha movido al Sr. Onís y al que en este momento tiene la honra de dirigirse al Senado, a presentar la proposición de que me ocupo, menos confiados en nuestras fuerzas que en la reconocida necesidad de establecer este servicio.
La falta de comunicaciones con las repúblicas Americanas es una de las causas que más han contribuido a que muchas de ellas aún no hayan sido reconocidas por España, con ventaja para ambos países. Concretándome ahora a la de Méjico, diré: que sus minas de oro y plata producen anualmente de 28 A 30 millones de duros, los cuales en su totalidad son trasladados a Europa, tocando una parte no pequeña a España, ya por las relaciones mercantiles que aún conservamos con aquel país, ya como rentas de los muchos bienes que poseen los españoles, ya por los azogues que para beneficio de esas mismas minas consumirá, luego que la contrata actual termine. Estos caudales que debieran venir directamente a Cádiz, tienen que venir por Inglaterra, por falta de comunicaciones con nosotros, de manera que la utilidad que el comercio español debiera reportar, tiene que partirla con el inglés, bien por derechos de comisión, bien por otros conceptos.
El Senado no ignora la escasez de plata que tenemos, porque no permitiendo nuestras transacciones que la balanza de la importación sea igual a la de la exportación, tenemos que nivelarla desprendiéndonos de nuestra plata, la cual va desapareciendo, con la circunstancia de no poseer la primera materia para reponerla. Establecida la comunicación directa con Veracruz, es probable que la aproveche el comercio, máxime si renunciamos al derecho de señoriaje. La falta de comunicación con aquella República, además de los perjuicios que he indicado, produce otros bastante graves, y uno de ellos es el correo, que no existe, y tenemos que dirigir por la Habana nuestra correspondencia con la inseguridad que es consiguiente. Lo mismo le sucede al gobierno con su correspondencia oficial, y últimamente, muchos españoles que residen allí y que vendrían a su patria a gastar su fortuna, se abstienen de hacerlo por falta de medios de comunicación. Yo me alegraría que los vapores de nuestra armada pudieran desempeñar este servicio, y que viesen ondear en aquellos mares nuestro pabellón; pero no siendo esto posible habremos de acudir a las empresas particulares. Bien sé que esto es dispendioso, y que nuestro estado no es floreciente; pero ningún economista ha desconocido la necesidad de atender a los caminos, porque ellos aumentan la riqueza pública, y cualquier sacrificio que hagamos para establecer el que proponemos, será pequeño, porque una gran parte de nuestro porvenir está encerrado allí, donde se consumen nuestros vinos, nuestros aguardientes, nuestros fierros (hierros); donde se encuentra tanto compatriota nuestro, modelos de actividad y de trabajo. Hechas estas ligeras indicaciones, réstame sólo suplicar al Senado, las tome en consideración, y al Gobierno que se sirva admitir este proyecto."
El Sr. Bravo Murillo (Presidente del Consejo de Ministros): “El pensamiento de los firmantes de la proposición es de suma importancia, y nadie habrá que lo desconozca. Este mismo pensamiento ha existido en el Gobierno, y algunos trabajos tiene preparados sobre el asunto; pero los autores de la proposición conocerán que no es materia para que se pueda improvisar un proyecto de ley. Es materia que necesita meditarse y consultarse mucho.
Así pues, el Gobierno, que conoce su importancia y que se ocupa en sus trabajos, suplica al Senado no tome en consideración la proposición que ahora le ocupa, porque a nada conduciría en la actualidad."
El Sr. Oliver: "Después de haber oído al Sr. Presidente del Consejo de Ministros, y lleno de confianza en sus palabras, porque sé de qué manera las cumple, le doy gracias y retiro la proposición. (1)
(1) Anunciamos con satisfacción, que en efecto, el Gobierno de S. M. está ocupándose de establecer por completo esta línea de vapores y que se le acaba de hacer las proposiciones más lisonjeras, para tomarle los dos que ya ha comprado, y poner una línea con el número de seis.
Vengamos ahora a los actos oficiales del nuevo Gobernador y Capitán general de la Isla de Cuba. Cuando en el núm. 4.° del tomo primero de esta publicación, dedicamos al Sr. D. José de la Concha un artículo extenso con ánimo de preparar la buena opinión de los cubanos hacia las relevantes prendas que habíamos tenido el honor de reconocer en su trato, antes de que se embarcase para desempeñar allí el importante puesto que se le ha confiado, recuérdese que así decíamos: "Por lo demás, demasiado advertirá ya colocado al frente del pueblo cubano, su índole dulce y pacífica: demasiado conocerá que los descontentos sólo invocan los abusos, demasiado alcanzará qué contraste no forman algunas disposiciones de su orden interior con los adelantos de su civilización y de su gran riqueza. Si, su acción será más administrativa que guerrera; y olvidando la espada para empuñar el bastón del magistrado, demasiado importante es el pueblo a cuyo sosiego y dicha va a aplicar sus talentos, para pensar en otros que en los del hombre civil. Alcanzado en temprana edad por esa exterioridad con que fascina la autoridad del campamento y el mando de las armas, ya ha tenido tiempo en ella para no estar aún bajo las impresiones de su estrepitoso brillo. Allí, más pensador y reposado, las paredes de su despacho le ofrecerán la imagen caballerosa de sus antecesores y entre ellos la del general D. Luis de Lascasas, el gran Federico de aquel país, su gran administrador, aquel cuyo retrato saludábamos con cierto respeto en cuantas fundaciones benéficas y literarias conserva hoy su capital. Él, por último, trocará sin dificultad las aspiraciones del militar por las del hombre de Estado, y poseído de que le resta otra palma más pura que recoger, cual es el amor de un pueblo y el buen nombre de su patria, reunirá los ánimos hacia el ídolo de nuestra nacionalidad, no conocerá ante la justicia distinción ni clase, y propondrá en la administración lo que reformarse deba, personificando de este modo una época de concierto y de sistema, así como otros de sus sucesores se han llevado el renombre de las que dominaron, ya ofreciéndole su amparo material como el Conde de Riela; ya su orden civil como el respetable Lascasas; ya su seguridad y su interior policía, como el severo Tacón; ya su posterior ornato, como los demás sucesores. Mas satisfechas ya todas estas necesidades, tan indispensables en la existencia de un pueblo culto y civilizado, restan por llenar todavía otras no menos necesarias y más altas tal vez en su gran desarrollo moral. No desaprovechará por lo tanto este campo, que está por recoger, la ambición noble y desinteresada de este distinguido general, siendo demasiado joven para no sentirla. Nosotros así lo esperamos, si bien nos permitirá recordarle que para conseguir esta gloria tan alta, tan cívica y tan pura, no debe perder de vista aquellas palabras que pone Florián en boca de su héroe Numa, cuando ya hecho rey así decía a la invisible divinidad de Arais en el bosque de Egeria: "Cuando he hablado de corregir varios abusos, me han dicho que eran necesarios y que de su supresión resultarían males mucho mayores, por otra parte aquellos que podrían coadyuvarme a hacer el bien, tienen interés en que el mal subsista.” Esto mismo le repetirán allí espíritus interesados y acaso le llegarán a cohonestar esta necesidad tan triste como el solo medio de conservar la fidelidad y la unión de aquel país por España ¡Tan igual es siempre el mundo!"
Pues cuanto aquí indicamos, otro tanto ha comenzado a poner en práctica apenas ha llegado a aquel suelo, este distinguido general. No: no ha sucedido como temíamos, de que ciertos hombres le habían de repetir allí como a Numa las palabras que al final de este trozo copiado se encuentran señaladas. Si se las han dirigido, ha tenido al menos bastante elevación de espíritu para sobreponerse por completo a unas ideas tan limitadas. Sobreponiéndose pues a ellas, la época de concierto y de sistema que allí aconsejamos, esa es la que ha inaugurado con su mando, procurando con igual empeño lo que bajo otro aspecto allí dijimos: "llevar la moralidad hasta donde sea dable entre todos sus funcionarios; consultar los intereses de la madre y de la hija y proponer lo mejor en su justicia y en su administración.”
No es esto, decíamos, un programa detallado: pero son las tres anchas bases sobre que ya debe descansar toda la administración cubana. Entremos ahora a reseñar los hechos por los que lo creemos ya identificado con estas grandes y nacionales miras, hijas también de los alzados pensamientos que allí dijimos abrigaba en su caballeroso pecho (1).
(1) Para probar hasta donde lleva este jefe la religiosidad de estos sentimientos, he aquí lo que nos escriben de la Habana, una persona joven e ilustrada, y tan imparcial, que ni aun ha tenido el gusto de hablarle, según dice. Él por lo tanto se hace eco de la opinión y así nos dice: "Nuestro general Concha se porta bien, muy bien: si lo hubiese elegido a mi gusto no hubiera acertado mejor. Efectivamente, la primera bondad de todo gobierno es la honradez, y Concha es un hombre hasta intolerante bajo este punto. Dios nos lo conserve así y con la serenidad y templanza de los últimos días de Roncali."
Al punto que tomó posesión de su destino, mandó que se aplicase en su espíritu y en su letra la real cédula sobre la creación de alcaldes mayores en aquella Isla, hace tres o cuatro años. Por ella, estos funcionarios tenían el conocimiento de lo juzgado jure propio, título que en vano se reclamó de las administraciones anteriores al Sr. Concha. El Sr. Conde de Alcoy manifestó estos propios deseos cuando llegó, al que extiende estas líneas: pero se conformó a poco con el contrario sistema, y sólo el Sr. Concha ha puesto en su lugar el concierto y el sistema de una buena administración en este punto. Cuando nos hagamos cargo más adelante de los perjuicios que se seguían a las partes y a las leyes de mezclarse y confundirse la acción gubernativa con la judicial, sólo entonces se comprenderá, el paso inmenso que han dado los buenos principios en la administración cubana, por el celo y la inteligencia de su actual jefe, el general D. José de la Concha.
Como administrador local, importantes son sus medidas sobre cárceles y presidios, sobre el ornato y la policía de la populosa Habana. La libre acción que concede a las corporaciones, propio es también de su administración tutelar.
Como jefe paternal y próvido, elévase a gran altura de ilustración y honra la medida que acaba de tomar con los emancipados, para que sean instruidos en artes y oficios y puedan sin daño reconquistar su libertad. Punto es este que como dijimos en la crónica de nuestro número anterior, abona tanto el desinterés del caballero, como merece que se alabe al repúblico que así restituye los fueros que tiempo ha se debían a la humanidad y a el cristianismo. Magistrado civil, y a ejemplo de aquel gran capitán a quien tanto alababa Brantome cuando se entregaba con ahínco al orden y concierto de los negocios civiles, a la dignidad y a las leyes que los regularizan, salvándose en su rígido ejercicio la honra y el bien de los asociados; el general Concha, acaba de pasar una circular a todos sus subordinados, digna por cierto de la inauguración de su mando, y que no dudamos calificar de ser la primera que en estos últimos tiempos ha salido de la Secretaría de aquel gobierno, con fines tan trascendentales y con formas tan dignas. Por primera vez en estos últimos años, se ven en ella hacer públicos los preceptos del superior para con sus subordinados, cosa que alienta a los tímidos y detiene a los malos. La justicia, la imparcialidad, la beneficencia, la instrucción pública, el orden y sosiego de las familias, nada se olvida por recomendar aquí de un modo que será efectivo a los agentes de aquella vasta administración. Es más: nosotros que conocemos aquel país, no tememos decir, que parece que este general ha tenido vista de águila, (a juzgar por este documento) para haber penetrado tan pronto los principales males que como en relieve se notan en aquella gobernación y que dicho jefe los señala como es debido, a la precaución y remedio de sus varios subordinados. El que los bandos y reglamentos de buen gobierno no sean una mina de multas y extorsiones, en vez de la acción protectora que se debería alcanzar con sus mandatos; el que se eviten extorsiones injustas por ligeras faltas; el que no se permitan de un modo sórdido y clandestino los juegos prohibidos; medidas son, de que habla la circular que damos a continuación y que con grandísimo placer hemos leído y meditado, porque ella consagra literalmente ese principio de que no se debía separar en aquellos países ningún público funcionario: que la justicia y la imparcialidad constante, dan sólo ese prestigio y fuerza moral a que deben aspirar en los pueblos, los que los gobiernan.
Partiendo de él sin duda, es inexorable este general según nos escriben, para los que tratan de conculcarlo, y ya de su orden han quedado separados varios agentes del gobierno que por sus interesadas miras eran una verdadera plaga para los campos. Pero he aquí la circular a que nos referimos:
Gobierno y Capitanía general de la siempre fiel Isla de Cuba. - Secretaría política. - “El Excmo. Sr. Gobernador y Capitán general ha dirigido a los tenientes gobernadores de este departamento y a los Excmos. Sres. comandantes generales de los departamentos Oriental y del Centro para que lo comuniquen a las tenencias de gobierno de los mismos la siguiente:
Circular. - Representante de S. M. la Reina en esta interesante parte de la monarquía, tengo contraídos grandes deberes que cumplir para corresponder dignamente a la confianza y a la señalada honra que he merecido al ser en cargado de un mando tan importante. Mantener esta isla inalterablemente unida a la Madre patria; procurar por todos los medios posibles su bienestar y fomento; proporcionar a sus habitantes los beneficios de una administración encaminada en todo a su felicidad e interior satisfacción, serán los objetos que me guiarán constantemente en su gobernación. Para llenar de este modo los deseos de S. M., preciso es que todas las autoridades secunden mis esfuerzos, y esto es lo que exijo de V. como único medio de cumplir las obligaciones que su deber le impone. En el ejercicio de sus funciones debe V. tener presente que todos sus actos lleven el sello de la legalidad y de la justicia, y que nunca pueda creerse que el interés particular se sobrepone a las consideraciones del bien público y al cumplimiento del deber. La justicia y con ella la imparcialidad constante en todas sus resoluciones darán a V. el prestigio y la fuerza moral que la autoridad debe aspirar a tener en los pueblos que gobierna; y al no dejar V. impunes a los criminales de cualquiera clase y condición que sean, debe cuidar también con gran esmero que se eviten extorsiones injustas por ligeras faltas, y que nunca las exacciones indebidas tengan lugar en acto alguno de la administración. Por este principio tendrá V. especial cuidado en que al hacer observar por sí y por medio de las demás autoridades subalternas los bandos vigentes de buen gobierno dictados para proporcionar la seguridad de estos habitantes, nunca sean en la práctica causa de vejaciones, sobre lo cual velará V. incesantemente, en la inteligencia de que haré a V. responsable de cualquier queja justificada que llegue a mi conocimiento. Es también un deber que no ha de perder V. jamás de vista, el vigilar constantemente sobre la buena administración de los pueblos, cuidando y fomentando los establecimientos de beneficencia, el buen orden y adelantamiento de las escuelas, las obras de utilidad pública y cuantos ramos conciernen al mejor estado de la policía urbana de esa cabecera de gobierno y poblaciones que comprende. El mantenimiento del orden y el sosiego de las familias exigen se eviten con el mayor rigor los juegos prohibidos, porque estos predisponen a toda clase de excesos y aun de crímenes, sirviendo a V. de gobierno que bastará saber que existe uno solo en el territorio de su jurisdicción para que yo adopte las medidas más severas contra las autoridades que no los impidan. Tales son los principios que debe V. observar en el gobierno que se le ha confiado; y así como me será muy satisfactorio poder como lo espero, tener pruebas de que son fielmente observados, tengo la resolución de no transigir con la menor falta. Dios guarde a V. muchos años. Habana 19 de diciembre de 1850. José de la Concha. - Sr.... - Es copia. - Fulgencio Salas."
Mucho tiene que hacer y que enmendar el Sr. Concha, y mucho que reformar, sino todo lo que allí se necesita, lo más necesario. Pero siga por esta senda que le dicta su ilustración como jefe y su hidalguía como caballero, y su gloria es segura. La ocasión no puede ser más favorable. La metrópoli ha conseguido ya colocarse allí bajo un pie respetable de dignidad y fuerza. Los rumores de otras expediciones van desapareciendo, y no se puede decir por lo tanto que la madre hace concesiones a la hija por debilidad. Si fueran estas imprudentes, la propia hija no las admitiría sin duda por previsión. Pero se trata sólo de reformas en todos los ramos de la administración, que la justicia sea recta y barata, que la opinión sea sincera y favorable a España. Nunca se necesita más este apoyo moral por parte de aquella isla que en los días que corremos. Dentro de poco, la elección de un nuevo Presidente en los Estados Unidos, puede dar por resultado este o el otro hombre perjudicial a la unión de aquel país con España. Pues bien: el general Concha con su penetración y españolismo asegura desde hoy esta fuerza moral con la acertada conducta que allí despliega. Sin duda que en sus planes como jefe militar, no olvidará para entonces, ni los buques, ni los soldados, ni la sangre de los leales, ni la suya propia. Pero antes como Gobernador y magistrado, quiere que la España cuente allí con las simpatías de los cubanos, quiere que sean completamente españoles, y esto es por lo tanto a lo que aspira con los actos que hemos mencionado y que tanto le honran.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
DOCUMENTO
A QUE SE REFIERE EL ANTERIOR ARTÍCULO.
Nota reservada del Ministro de España en Washington y don Luis de Onís, al virrey de Nueva España, D. Francisco Javier de Venegas, sobre el plan concebido por el gobierno de los Estados Unidos desde el año de 1812, para segregar del territorio mejicano todo el que después les ha cedido Méjico por el tratado de Guadalupe en 1847.
Excmo. Señor. - Muy Señor mío. - Cada día se van desarrollando más y más las ideas ambiciosas de esta República y confirmándose las miras hostiles contra la España: V. E. se halla enterado ya por mi correspondencia, que este gobierno no se ha propuesto nada menos que el de fijar sus límites en la embocadura del río Norte o Bravo, siguiendo su curso hasta el grado 31 y desde allí tirando una línea recta hasta el mar pacífico, tomándose por consiguiente las provincias de Tejas, Nuevo Santander, Coahuila, Nuevo Méjico, y parte de la provincia de Nueva Vizcaya y la Sonora. Parecerá un delirio este proyecto a toda persona sensata, pero no es menos seguro que el proyecto existe, y que se ha levantado un plan expresamente de estas provincias por orden del gobierno, incluyendo también en límites la Isla de Cuba, como una pertenencia natural de esta República. Los medios que se adoptan para preparar la ejecución de este plan, son los mismos que Bonaparte y la República romana adoptaron para todas sus conquistas; la seducción, la intriga, los emisarios, sembrar y alimentar las disensiones en nuestras provincias de este continente, favorecer la guerra civil, y dar auxilios en armas y municiones a los insurgentes: todos estos medios se han puesto en obra y se activan diariamente por esta administración contra nuestras posesiones. Suscitóse como V. E. sabe, por estos americanos, la revolución en la Florida occidental se enviaron emisarios para hacer que aquellos incautos habitantes formasen una constitución y declarasen su independencia; y verificado esto, hicieron entrar tropas bajo el pretexto de que nosotros no estábamos en estado de apaciguarlos, y se apoderaron de parte de aquella provincia, protestando en virtud de mis representaciones y de los papeles que hice publicar bajo el nombre de "un celoso americano" que no por eso dejaría de ser la Florida objeto de negociación; trataron de corromper al brigadier Folck, Gobernador de Panzacola, y a otros jefes, sin fruto; dieron posteriormente órdenes al general Matheus, Gobernador de la Georgia, para que sedujese a los habitantes de la Florida oriental y a la tropa, ofreciendo cincuenta fanegadas de tierra a los que se declarasen por este gobierno, pagarles sus deudas y conservarles sus sueldos. En virtud de mis oficios, se ha calmado un poco este medio inicuo, pero no se ha abandonado; se protege abiertamente por la administración a todo español descontento, y al paso que en el país se le desprecia, y aun se rehúsa su admisión en toda sociedad, sin distinción de clase ni partido, se le estimula por aquella para que se sirva de todas sus conexiones en los países españoles, a fin de fomentar la independencia. No hay paraje quizá en nuestras Américas, en donde no haya emisarios napoleónicos y de este gobierno: estos se unen en todas partes para fomentar la guerra civil y la independencia, pero con distintas miras; pues Napoleón quiere que estos americanos le sirvan para su proyecto; y ellos fingiendo que trabajan por él, obran por sí: son infinitos los socorros en armas que han enviado a Caracas y a Buenos Aires (Ayres), y he sabido que la independencia de Cartagena fue de resultas de un armamento de fusiles que llevaron de aquí los diputados cartagineses Omaña y La Lastra. y verosímilmente de las instrucciones que le sugirió este gobierno. En el día ha comisionado esta administración a un abogado de Nueva Orleans, de mucha fama, para que se ponga en relación con los insurgentes de ese reino; les ofrezca todo género de auxilios en dinero, armas y oficiales, para hacer la guerra a las tropas del Rey, y entre la caterva de emisarios que tiene sembrados por aquel país, ha pasado ya uno hacia Natchitoches, para escoger el punto donde pueda hacerse con seguridad el depósito de todos estos auxilios. Al paso que este gobierno emplea todos estos ardides para conseguir el objeto de revolucionar la América, acaba de consagrarse por un acto del Congreso la reunión a la provincia o estado de Nueva Orleans, de la parte de Florida que media entre el Missisippi al río Perla, y por salvar en cierto modo un hecho tan escandaloso y la representación que hice en nombre del Rey, cuando supe que iba a tratarse de ello, han añadido otra vez la cláusula de que no por eso dejará de ser objeto de negociación; bien que indicando bastante claro que la negociación nunca podría versar sobre devolución del territorio sino sobre compensación. Para dar un aspecto de la mejor inteligencia con la España y de sus deseos de conservar con ella la paz y la buena armonía que existe, afectan dar la mayor atención a las repetidas representaciones que he hecho contra los corsarios que se arman en estos puertos, y se han dado efectivamente las órdenes más ejecutivas, para que se cele el abuso que se hace de estas costas para introducir los géneros robados, y para aprovisionarse para el corso: se han hecho ya algunos ejemplares contra los corsarios franceses, y ha habido una presa española conducida a estos puertos devuelta al propietario, deduciendo los derechos del pleito y la mitad de su valor, que se ha dado a los apresadores, pero en medio de esto no debe perderse de vista que los decretos del Congreso para levantar 75.000 hombres de tropa, con el pretexto de tomar el Canadá, son real y verdaderamente destinados para fomentar nuestras disensiones y para aprovechar las circunstancias que se presenten, a fin de ir efectuando el plan que he manifestado a V. E. con respecto a nuestras posesiones, ya sea por medio de conquista, ya sea por el de inducirlas a que entren en esta confederación. He creído de mi deber dar a V. E. todas estas noticias para que no perdiendo de vista unas ideas tan perjudiciales a la seguridad de ese precioso reino, confiado al celo de V. E., se sirva adoptar las medidas de precaución que le dicte su ilustrado talento, para destruir tan infernales tramas, hijas de la política de Bonaparte, y connaturalizada ya en este suelo republicano, más que en ningún otro de la Europa.
El consuelo que podemos tener contra tan perversos designios es, que esta administración, falta de medios para armar y mantener el ejército que ha decretado, y amenazada de una guerra contra la Inglaterra, retrocederá de sus proyectos, siempre que en su ejecución halle la más mínima resistencia, y que sólo se contentará con emplear el medio bajo de la intriga, seducción y fomento de nuestras disensiones fácil de contener con una bien meditada energía, para castigar severamente a los que se empleasen en estos manejos, y con una actividad infatigable para descubrirlos.
Dios guarde a V. E. su vida muchos años. - Filadelfia 1.° de abril de 1812. - Excmo. Sr. B. L. M. de V. E. su más atento servidor. - Luis de Onís. - Excmo. Sr. Virey (virrey) de Nueva España.
SECCIÓN ECONÓMICA.
Observaciones filosóficas y económicas sobre la población en general.
(1: Véase el núm. 11, pág. 294 del tomo I.)
ARTÍCULO II.
Uno de los dichos en apariencia más triviales pero en el fondo una verdad incontestable enunciada por un escritor célebre, es que, donde haya un hombre y una mujer, no promediando obstáculos, se contrae un matrimonio. Por otra parte, no es la mucha gente la que hace a un país feliz y poderoso; porque si al mismo tiempo carece de lo necesario para vivir; si se ve rodeado de privaciones y penalidades, existirá tan sólo por un momento para presentar luego el triste cuadro de la miseria, de la debilidad, de la degradación, y por último de una muerte lenta y prematura que arrebata a la mayor parte de tantos seres desventurados. Cuando no así, esa población exuberante, indigente, mal educada y abyecta es un germen fecundo y un foco perenne de motines y rebeliones. Y si para librarse de estas consecuencias desastrosas se apela a otro recurso, entonces esa población, que no puede alimentarse en el territorio que la contiene, se derrama como un torrente que trastorna la faz de las naciones, y cuya aparición forma las épocas más lúgubres y sangrientas en los anales de la humanidad. En el siglo V de nuestra era se verifica la invasión de los bárbaros del Norte, que vinieron a asistir como a un festín a los funerales del imperio, rompiendo la cadena tradicional de las ciencias, de las artes, de la civilización en fin de Grecia y Roma; convirtiendo el emporio de las luces en una noche tenebrosa. Los Normandos con diferentes nombres y en varias épocas hicieron sus incursiones por las campiñas más fértiles de Europa; esos Normandos, falanges de guerreros de indómita frente, que avasallaron las provincias septentrionales de Francia, y erigieron por último en Inglaterra un trono, rodeado de las banderas y de la gloria de Guillermo el Conquistador.
Y acercándonos a los tiempos actuales, ¿qué significa esa emigración incesante de tantos individuos de nuestra patria, que atraviesan el Océano para ir a aclimatarse a las remotas regiones de ambas Indias? ¡Triste destino el del hombre que, huyendo de la miseria que le acosa y movido por la esperanza de un porvenir más halagüeño, abandona su casa, su familia, el país en que ha visto la luz por la vez primera, en que ha pasado los juegos inocentes de la infancia, y en que están depositadas sus más doradas ilusiones!!...
Jamás se ha visto el raro fenómeno de una nación que dejase de ser feliz, que dejase de acometer grandes empresas, que no fuese fuerte y poderosa, por falta de población. Lo que conviene a las naciones es tener hombres sanos y robustos; un espíritu público pronunciado, morigeración, unidad, patriotismo y las demás circunstancias que constiyen la nacionalidad. Los soldados de Grecia vencieron en corto número a los innumerables ejércitos de Persia. Cuando Brenno, jefe de los Galos, se encaminaba a sitiar el Capitolio, al ser interrogado por los embajadores del pueblo romano, con qué derecho procedía a invadir el territorio de la República, contestó con arrogancia: “Nuestro derecho está en nuestra espada; los valientes son los dueños del mundo.” No pensó entonces en el número de sus tropas ni en el de sus enemigos. Los soldados de la República francesa del pasado siglo batieron victoriosamente a los ejércitos de casi toda Europa coaligada, quedando la revolución triunfante. Por el contrario, no hay nada más perjudicial al progreso de las naciones, que una población pobre y menesterosa, y todavía peor siendo en grande número. La clase proletaria en Roma recibía la annona, se bañaba y disfrutaba de las diversiones públicas a costa del tesoro del Estado; lo mismo acontecía en Constantinopla y en Antioquía. En Inglaterra desde el reinado de Isabel se paga una contribución enorme para socorrer a los pobres. Y con todo eso el pauperismo cunde y se multiplica; y ya por sí sólo, ya en funesta concurrencia y combinación con la clase fabril e industrial, es un semillero fecundo de trastornos y revoluciones, y es también el cáncer formidable que corroe a los pueblos modernos: ese pauperismo que obliga a muchas jóvenes recatadas a buscar su mantenimiento en una prostitución vil y deplorable: ese pauperismo que pone el hierro homicida en las manos de un padre desventurado, que, no pudiendo alimentar a sus hijos y no pudiendo tampoco soportar las agonías de una muerte horrible y desesperada, les arranca la existencia sepultando un puñal en su pecho. Ese pauperismo, en fin que predispone a la locura, a la monomanía, al asesinato, al suicidio.
La población tiende constantemente a aumentarse aun mucho más allá de lo que permiten las subsistencias. Sir Guillermo Pethp asegura, que la población puede duplicarse en el periodo de diez años. Eulero sostiene que la mortalidad de la especie humana está en razón de uno a treinta y seis, y que los nacimientos con respecto a los fallecimientos están en la de tres a uno; de lo cual infiere que la población se duplica en doce años y medio. Por lo que resulta de datos oficiales, la población de los Estados Unidos americanos se cuadruplicó en el espacio de cuarenta años. En 1790 era aquella de 3.923.328, y en 1830 ascendía a 12.856.165. Según una memoria de M. Jones de Moreau, presentada a la Academia de las Ciencias de París, se deduce que el máximum de la rapidez en el aumento de la población en las varias naciones de Europa, es el de Prusia; y donde más tarda en duplicarse o aumentarse es en Alemania y Francia; estando en un término medio el Austria, la Rusia, Dinamarca, la Gran Bretaña y algunas otras. Atendiendo a un cálculo más prudente y admitido, la población se duplica generalmente dentro del término de 25 años. Tal es el poder reproductivo de la especie humana, que a pesar del torrente exterminador de esas plagas y azotes crueles que de vez en cuando afligen a los pueblos, la población siempre crece, y si por un momento se para o disminuye, al punto recupera lo perdido rápida y visiblemente. Después de las pestes de Florencia en los siglos medios y de Marsella y Prusia en el pasado, los matrimonios se celebraron en una escala mucho mayor, y la población no sólo volvió al nivel que había tenido, sino que se ensanchó considerablemente.
Pero lo que es más extraordinario y casi increíble, es lo que ha sucedido en Francia. Antes de la revolución de 1789 contaba 25.000.000 de habitantes, y en la actualidad le computan de 34 a 35 millones. En vano la guillotina revolucionaria se cebó sobre el cuello de millares de franceses, y los ciudadanos son muertos a metralla, y los ríos se tiñen de sangre, y las matanzas de septiembre remedan las sangrientas jornadas de San Bartolomé, y el régimen del terror transforma a esa nación en un vasto cementerio. En vano los soldados de la República y del Imperio, arrastrados por el valor y la elocuencia de un guerrero incomparable, van a perecer en las llanuras de Italia, en los abrasados arenales del África y en las nieves de Moscou (Moscú). En vano el genio de la discordia y de la destrucción se cierne con su vuelo fatídico sobre la Francia, recogiendo victimas que lanza en tropel a los verdugos y a los cadalsos: la población ha ido siguiendo inalterable su curso ascendente en medio de las emigraciones, de las proscripciones, de la restauración, de tantas vicisitudes y de tantos trastornos. Por eso Malthus, dominado por su carácter nebuloso y sombrío, a la par que con la mejor buena fé formula su sistema, funda sus cálculos, excogita todos los recursos para oponer un dique a ese torrente invasor. Sienta que el aumento de las subsistencias es en proporción aritmética, y que la multiplicación de la especie humana es en proporción geométrica, obrando ambos libremente (pone librememente). De estos principios saca consecuencias asombrosas y aterradoras, que contrayéndolas por de pronto a su país, son aplicables en su concepto a cualquier otro. Malthus guiado por un instinto reformador pero con demasiado miedo, llevó sus teorías hasta una exageración desmesurada; hasta pretender minar por su base los establecimientos de beneficencia, pretextando que eran un incitativo funesto para la propagación. Todavía ha pasado más adelante en sus investigaciones, hasta el extremo de arrojar una maldición indeleble, un anatema formidable contra una gran porción de seres que abren sus ojos a la luz, trayendo ya estampado en su frente el sello del desprecio y del desamparo, sentencia que él fulmina con estas palabras desesperadas: "El hombre que viene a un mundo ya ocupado, no tiene derecho para reclamar parte alguna de alimentos. Si su familia no puede mantenerle, si la sociedad no ha menester de su trabajo, está por demás en la tierra. No hay asiento para él en el banquete de la naturaleza; esta le manda que se retire, y no trascurrirá mucho tiempo sin ejecutar esta orden por su propia mano.” ¿Es esto humanitario? ¿ Es esto lo que prescribe la moral? ¡Ah! de ningún modo.
Esto es duro y desgarrador, y parece conducir a la legitimación del suicidio.
Algunos economistas, aunque buscaban también expedientes para evitar el exceso de población, no se precipitaron por esta senda, sino que se contentaron con aconsejar a los gobiernos que prohibiesen el matrimonio a los pobres, como quiere Stewart, y otros quieren que jamás se permita a los mendigos, cual sostiene Sismondi. Las teorías de Malthus han sido combatidas por varios economistas entre ellos Mr. Gowin y Mr. Everet. Este afirma que el aumento de la población produce el aumento de las subsistencias por medio del aumento del trabajo. Esta aserción está desmentida por la historia y por la experiencia. Para que fuese admisible, había que dar como incuestionables varias suposiciones: que el hombre empieza a producir riqueza desde que nace; o que, si bien necesita de un capital para ponerse en estado de trabajar, se indemniza siempre a sí y a la sociedad, de los anticipos hechos por razón de su educación y aprendizaje; o que después de realizados esos gastos no se malogran nunca o sino rara vez; como si la mortandad no fuese mayor donde quiera que la población es exuberante; y como si las epidemias no gozasen el privilegio funesto de nivelar la población con las subsistencias. Además creo cierta la proposición contraria, esto es, que donde haya medios de vivir, donde se ofrezca un porvenir mediano, allí afluye repentinamente una población inmensa, y como por ensalmo se convierten los desiertos en ciudades opulentas, en campos fértiles, en estados florecientes, surcados de canales y de ríos navegables, y atravesados en todas direcciones de caminos y carreteras de todas clases.
Ejemplo palpitante la América del Norte. No hace muchos años que errando lejos de su patria un hombre lleno de sentimiento y poesía, pasaba noches enteras contemplando el sublime espectáculo del universo en medio de un silencio solemne, al melancólico resplandor de la luna y entre los salvajes del Nuevo Mundo. El aspecto de aquellas regiones ha cambiado con la celeridad de una decoración escénica: no fue la mucha gente la que verificó una transformación tan asombrosa: fue el trabajo, la morigeración de costumbres, las subsistencias abundantes, una naturaleza virgen y que ofrecía la explotación de sus tesoros a cuantos abordaban a sus playas; y como consecuencia inmediata, el aumento de población, porque de todas partes abandonaban su país para trasladarse a una nación emprendedora, naciente, llena de vida y animación, alhagada (de alhaja, alhajada) con brillantes y fundadas esperanzas, y que brindaba a todos con una perspectiva encantadora. Si atravesamos con la fantasía enormes distancias veremos el reverso de la medalla. La poligamia no es bastante poderosa para impedir y atajar la despoblación si las subsistencias no son proporcionadas cual corresponde. Al presente la Turquía y el Egipto tienen una población harto reducida; y si nos remontamos a la antigüedad, ¿qué fue de esas ciudades famosas de Asia y África? Tiro, Sydon, Tebas, Persépolis, Palmira!!... Desaparecieron: unas completamente cual exhalación luminosa que cruza con velocidad el espacio, dejando tan sólo un nombre cuyo eco resuena en la soledad del desierto. Otras han legado a los siglos algunos restos de su pasada grandeza; y ahora el viajero que contempla esas ruinas y el sitio en que descollaban sus soberbios edificios, le asalta un pensamiento desconsolador, al observar la tristeza que las rodea, al acercarse a esas riberas en un tiempo tan animadas y bulliciosas, y en la actualidad mudas y solitarias, donde no se oye sino el murmullo de las olas que espiran en la arena. El movimiento de la población depende a veces de causas profundas y lejanas o recónditas. La expulsión de los judíos y de los moriscos de la Península, causó un vacío grandísimo que desde entonces no se ha llenado: me contraigo al efecto de la población; pues hay ocasiones en que circunstancias políticas especiales reclaman medidas que absolutamente apreciadas serían censurables. Nuestra patria presenta un fenómeno digno de atención. En el siglo presente la población es mucho menor de lo que fue en otros: el suelo es sumamente feraz y agradecido; la agricultura es nuestra principal riqueza; no hay bastantes brazos para las labores del campo. Sin embargo, se recorren esas dilatadas llanuras de las dos Castillas, y por un lado y otro se descubren terrenos cubiertos de cereales; al mismo tiempo los pueblos pobres y miserables, mendigos acosando a los viajeros; mujeres, niños y ancianos apareciendo como el emblema de la indigencia y de la miseria; habitaciones sucias, insalubres, de feo aspecto, no menos en el interior que en el exterior, y una despoblación, una tosquedad y un atraso espantosos. De las provincias litorales, sobre todo de la costa de Cantabria, se embarcan diariamente los habitantes para la América a donde van con diferentes objetos. En las mismas provincias hay un movimiento de emigración extraordinario: los del norte se dirigen a las del centro y a las del mediodía para ejercer varios oficios y profesiones; los de la parte del levante se desparraman por el resto de la nación, dedicados a ocupaciones ambulantes. Estos hechos dan lugar a importantes cuestiones: ¿esos continuos viajes, esas mudanzas de domicilio a otra provincia y aun a fuera del reino, son efecto de la falta de subsistencias en nuestro país, o son consecuencia de la costumbre, o de un espíritu aventurero? ¿Y reporta esto más ventajas, así a los individuos que lo ejecutan, como a la sociedad en general? ¿Será porque la agricultura no disfruta de protección suficiente? ¿No debía la población que actualmente tiene España hallarse cómoda y tranquila, sin salir los hombres de unas provincias a otras ni al extranjero, en bandadas y a cientos, por más que en algunas la población esté aglomerada y tenga tanta por legua cuadrada como el Estado más populoso del mundo, mientras que en otras las villas y los lugares se ven deshabitados en medio de páramos y desiertos? La resolución de este problema o cuando menos su examen es de una trascendencia incalculable en materias de administración pública, pues que forma el elemento de las leyes de quintas, de las contribuciones, de los establecimientos de industria, etc., etc.; su dilucidación empero no corresponde a la generalidad que domina en este artículo, en que se trata de la población en un sentido indeterminado. Y no obstante, la población es el tema de todas las ciencias sociales, que bajo este o el otro punto de vista tienen que girar en torno suyo; y la población es el objeto de la economía política más que de ninguna; y la población es la que hace fermentar los ánimos y las inteligencias en Alemania y en Francia, porque indudablemente todas las ciencias sociales tienden a labrar la felicidad de los pueblos del modo más posible y expedito.
ANTOLÍN ESPERÓN.
SECCIÓN FORENSE.
La necesidad que se notaba de una sección jurídica o forense, en que tuvieran cabida artículos de jurisprudencia y legislación, era tan manifiesta en esta Revista, que no dudamos ni un instante inaugurarla, una vez suspendido el Foro Español, que publicábamos en esta corte hacía dos años, y después que nuestro amigo el Sr. Rodríguez-Ferrer nos ofreció parte de las columnas de esta publicación. Decididos hoy a continuar algunos trabajos de los que se publicaban en aquel periódico, hemos pensado ocuparnos en diferentes artículos, de las materias u objetos siguientes:
Comentario y crítica de las leyes que se publiquen por el ministerio de Gracia y Justicia y que interesen a los abogados.
Inserción de causas célebres con el juicio de la redacción.
Revista de tribunales.
Publicación de consultas e informes y en general de todas aquellas materias que interesen a los señores magistrados, jueces, abogados, etc.
Réstanos advertir a los señores que fueron suscriptores al Foro Español, que en la Revista seguiremos la conducta que en otras ocasiones, y que si tienen a bien honrarla con su suscripción; encontrarán en sus columnas las mismas ideas y principios que buscaban en aquel periódico. - Joaquín García de Gregorio. - Eugenio García de Gregorio.
CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE NUESTRA ACTUAL ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA.
La actual administración de justicia en España, sin dejar de poseer grandes abusos, es más regular y ordenada de lo que habría derecho a esperar de la desatención en que se la ha tenido. Asómbranos por lo contrario, que habiendo pasado y pasando el país por una época de estuación y de decaimiento moral, en que se han removido todos sus elementos como se agitan, y chocan las olas del mar cuando brama la tempestad; no haya sufrido la moral de los tribunales sacudimientos más hondos, o mejor dicho, no haya recibido heridas más mortales un cuerpo empobrecido que estaba abandonado a sus sentimientos y probidad.
Desde el principio de la revolución, en que nuestros juzgados de primera instancia recibieron la forma que tienen, y en que podemos decir que se rompe el último eslabón de la cadena del antiguo régimen judicial, los tribunales de justicia han sido los únicos que han resistido a los embates de la época y conservado casi ilesa su buena reputación y su tradicional rectitud. Sin embargo, no han podido menos de resentirse de las agitaciones y turbulencias porque ha pasado el país, agitaciones y turbulencias que todo lo han conmovido y que han traído como su fúnebre cortejo, ese escepticismo frío, ese egoísmo ciego y esa inmoralidad ostensible que forman el carácter distintivo de nuestra actual sociedad. La política que todo lo ha invadido, ha pugnado por entrar en el santuario de la justicia, y aunque ha encontrado a su puerta una noble y tenaz resistencia, algo se han hecho sentir sus trascendentales estragos, y su tristísima influencia. Acaso haya contribuido a ello la carencia de una ley que haya prescrito como base en qué debe estribar el edificio de la buena administración de justicia, la inamovilidad judicial, reconocida como útil y necesaria por la mayor parte de los hombres más entendidos en la ciencia, e inexistente todavía, a pesar de lo mucho que se ha dicho sobre sus ventajas en la prensa y en la tribuna, de algunos años a esta parte. La inamovilidad judicial que, aunque no pueda ni deba considerarse como la panacea universal contra los males y abusos de la administración de justicia, es sin duda alguna una causa influyente y poderosa de su mejoramiento y perfección.
Recientemente se ha consignado como principio conveniente, en el proyecto de la nueva ley orgánica de nuestros tribunales, presentado hace poco al Senado en una de sus sesiones para su examen. Mas aunque abrigábamos la esperanza de que dentro de poco tiempo se discutiría y se aprobaría como ley, esa esperanza ha desaparecido con haber sido retirado por el Ministro de Gracia y Justicia este proyecto para su enmienda y corrección; que por otra parte era incompleto y falto de cohesión, por confundirse materias de la competencia del proyecto presentado, con otras que lo son del Código de procedimientos. La organización dada a los tribunales, por otro lado, no era completa, y ni la conservación de ciertos agentes judiciales era lógica, ni por otra parte podía agradar el principio de la amovilidad fiscal que se establece en dicho proyecto de ley; ni la exigua dotación de los jueces, y otros preceptos ya combatidos por la prensa periódica, entre ellos la existencia de los procuradores como agentes de los negocios civiles y criminales, reconocidos como innecesarios en los asuntos forenses por los hombres más eminentes en jurisprudencia de todos los países. Los procuradores no llenan en nuestros días ninguna de las condiciones de conveniencia social a que debieron su origen. El objeto de su creación no fue otro que el de revestirlos, de carácter público u oficial, como agentes de los negocios judiciales nombrados por las partes, con el fin de traer y llevar los autos y procesos del bufete del letrado a la escribanía del actuario y desde esta a aquel, poniendo en conocimiento de los interesados las diligencias que se hubieren practicado, el estado del negocio y las providencias que hubieren recaído sobre él. Parece natural y lógico que fuese condición indispensable de dicha agencia la solicitud, el celo y la actividad a favor de los asuntos encomendados a su cuidado por parte de estos funcionarios; pero por desgracia sucede todo lo contrario. Los procuradores son, con muy poquísimas excepciones, en vez del móvil que imprima la celeridad en los procedimientos, la rémora de estos; pues so-mente (solamente) se mueven a vivas instancias de los interesados, lo cual ocasiona siempre pérdida de tiempo. Si a esto se añade, el que estos funcionarios devengan honorarios en los negocios, honorarios que tienen que satisfacerse por los interesados, se conocerá la utilidad y la economía que reportaría el que desde luego se quitasen, dejando sin embargo a la libre voluntad de los litigantes el servirse de ellos cuando lo tuviesen por oportuno, o dejasen de hacerlo. El proyecto de ley constitutiva de los tribunales los deja como están, contemporizando con ellos por ahora. Esta medida, juntamente con otras adoptadas por dicho proyecto, dan sobrado fundamento para decir, como se ha dicho, que la ley de Organización de Tribunales no es una ley nueva y reformadora, como se esperaba, pues, con excepción de muy poquísimas innovaciones que hace, todo lo deja subsistente, lo cual no exigía, en verdad, la pena de confeccionar un proyecto estéril en sus resultados y raquítico en su esencia.
La ley de Organización de los Tribunales españoles es una de aquellas que formaban el vasto plan de reforma completa de nuestra legislación. El Código Penal vigente desde 1.° de julio de 1848, el Código de Procedimientos que con tanto afán se espera, el Civil, la ley de Notariado, la de Organización de la Hacienda pública, la de Reemplazos, la de Imprenta, y otras varias que se anuncian próximas a realizarse, y que, sin embargo, mucho nos tememos que tarden más de lo que conviene, componían el todo de esa extensa y gigantesca reforma que hace años ocupa la atención pública, y es el objeto preferente de las tareas de nuestros gobernantes. El Código Penal, que es el único que está puesto en ejecución, ha venido a disipar muchas ilusiones que sobre su excelencia y ventajas se alimentaban. No queremos decir por esto que sea enteramente defectuoso, no: de no tener un código que reuniera bajo ciertas reglas y principios las bases generales de la penalidad, con método, enlace y trabazón, como no teníamos, a encontrarnos ahora con un cuerpo legal de preceptos penales, de reglas y principios para conocer los actos punibles de los que no lo son, hay una inmensa diferencia y se ha adelantado un gran trecho. España carecía, para mengua suya, de un Código Penal de que se hallan dotadas la mayor parte de las naciones de la Europa civilizada; pero esta necesidad ha sido satisfecha con la publicación de uno, que, si bien no puede satisfacer las exigencias de la época presente y de nuestra Sociedad actual, ha llenado un vacío inmenso que se dejaba sentir, y que lamentaban constantemente los hombres honrados e instruidos de todos los partidos. El Código Penal no es extraño que se resienta de los defectos de que adolecen los primeros ensayos en la codificación. Acaso adolezca de haber sido demasiado meditado en sus distintas prescripciones. Así es que, queriendo evitar el inconveniente de ser casuístico, ha incurrido en él, así como se le ha dado a su estructura una forma tan regular y una simetría tan severa, que tal vez sea en perjuicio de su bondad esencial; pues es cosa sabida que las reglas de un código, como resultado de la ciencia y de la experiencia, no pueden sujetarse ni encerrarse dentro de unos límites uniformes, o por mejor decir, arquitectónicos y simétricos. El Código Criminal moderno no ha querido dejar nada al arbitrio, a la prudencia, al buen sentido judicial, en contraposición, sin duda, a nuestra legislación penal antigua, que todo lo dejaba a su discreción; y precisamente porque ha querido sujetarlo todo con preceptos legales, lo ha dejado todo, o cuando menos mucho, sin quererlo ni esperarlo, al buen o mal criterio judicial. Ha declarado punibles algunos actos que antes no lo eran, como la vagancia, por ejemplo, y no ha marcado perfectamente la diferencia que debe haber y los límites que deben separar, los delitos de las faltas. En muchos casos el Código es bastante benigno en sus penas, como acontece con el hurto y el robo; siendo una prueba de ello el aumento excesivo de causas criminales de esta especie que se han abierto por los juzgados y tribunales desde su publicación. Por último, espérase con impaciencia la publicación de los Códigos Civil y de Procedimientos, y de suponer es que en este último se hagan las reformas convenientes, a fin de que la administración de justicia sea más expedita. Los procedimientos son la base del mayor o menor prestigio de los tribunales; sin ellos la arbitrariedad y la rutina ocupan el lugar de la razón y del acierto. Mucho deseamos por lo mismo su publicación, y el que se consigan los tres objetos más importantes para el público en la administración de justicia: que esta sea imparcial, expedita y económica.
EUGENIO GARCÍA DE GREGORIO.
SECCIÓN LITERARIA.
CONTINUACIÓN SOBRE LOS POETAS CUBANOS
Y
apuntes biográficos
DE
MANUEL DEL SOCORRO RODRÍGUEZ.
Era el mes de agosto de 1847, cuando abandonando las grandiosas y solitarias orillas de la Bahía de Nipe en la costa N. de la isla de Cuba, llegamos a los frondosos cuanto abandonados campos en donde se asienta el pueblo del Bayamo, cuya fundación se remonta a las primeras que hicieron por allí los españoles. Población rica en lo antiguo, cuando el caudaloso Cauto ponía casi hasta sus puertas el comercio de nuestros mayores; despoblada a poco con las grandezas de Méjico; y triste y decaída después, cuando aquel río cerró por una avenida la entrada principal de su boca para buques de gran calado; el pueblo del Bayamo sigue casi desde entonces sin ningún verdadero progreso, en su pasado esplendor y riqueza. Restante sin embargo muchos recuerdos históricos desde los tiempos en que aquella isla se conquistara, y son innumerables las tradiciones que de españoles e indios entre sus gentes y sobre sus campos encontramos. Hombres de imaginación, (como dijimos enh un discurso que en aquel punto pronunciamos,) allí mismo creíamos ver entre la soledad de sus calles, a las sombras de nuestros padres, a sus remotos fundadores." Pues bien: una tarde de aquellas en que es consoladora la brisa de los trópicos, y en que son más voluptuosas aún las últimas horas del crepúsculo, cuando esta misma brisa parece espirar entre los intersticios de las hojas de los palmeros; nos dirigíamos acompañados de algunos de aquellos habitantes hacia los extremos de esta antigua población con el interés solo de ver los simples troncos u horcones que restaban todavía de una mísera casa, cuyas columnas eran correspondientes a los muros y techumbre del guano (1) que las había cubierto. Esta choza o pobre casa estaba situada según aquel día nos enteramos, cerca de la parroquia de San Juan de aquel pueblo y de su campo Santo. Esta humilde vivienda se componía también según las informaciones que nos dio el Sr. D. José de la Tejera, anciano contemporáneo de los individuos que un día la habitaron, de una sala y dos aposentos, en uno de los que se notaba igualmente un taller de carpintería. Según la usanza de aquellos lugares en las casas de los campos, y de los pobres, tenía además otra chocita aparte que se comunicaba con la principal para cocina; y un corpulento árbol llamado guayavo, era todo el ornato que existía en medio de las dos. ¿Y quién era el privilegiado ser que había visto la luz del mundo (2) en aquel estrecho recinto, y hacia el cual nos impulsaba a reconocerlo cierto placer moral?
(1) Llámase así en Cuba a las ramas secas de varios palmeros con que se cubren las chozas y los techos de las casas pobres.
(2) He aquí copia literal de la fé de bautismo que procuramos sacar de los libros de la parroquia de San Juan del Bayamo, donde nació como decimos en el texto, y que debimos a la eficacia de su cura párroco cuando allí estuvimos.
D. Manuel Antonio Díaz presbítero, cura rector por S. M menos antiguo de la parroquia del Santísimo Salvador de esta leal ciudad de Bayamo, con residencia en la auxiliar de San Juan Evangelista y vicario juez eclesiástico propietario. Certifico: que en uno de los libros donde se extienden las partidas de bautismo de blancos se halla una al folio 54 y su vuelta que es la del número 594 cuyo tenor es el siguiente. - Año del Señor de mil setecientos cincuenta y ocho. Miércoles cinco de abril, yo Doctor Don Ignacio Fontainedo Cuevara, teniente de cura de esta iglesia auxiliar de San Juan Evangelista, bapticé (bauticé) puse óleo y crisma con las bendiciones eclesiásticas, a Manuel del Socorro de ocho días, hijo legítimo de Manuel Rodríguez y de Antonia de la Victoria, su padrino Cristóval (Cristóbal) de Lugo, a quien advertí el parentesco espiritual que habían contraído, y para que conste lo firmé = Doctor Ignacio Fontainedo Cuevara. - Es copia fiel y a pedimento del Sr. Intendente D. Miguel Rodríguez-Ferrer, despacho esta en el papel de oficio. Bayamo noviembre primero de mil ochocientos cuarenta y siete años. - Manuel Antonio Díaz.
Manuel del Socorro Rodríguez, de condición libre, pero descendiente de africana raza, cuyo color bronceado ya en su mezcla con la caucásica hace dar a sus individuos el nombre de pardos en la isla de Cuba, vocablo con el que se clasifica allí la clase de los que ya se acercan más a la última para distinguirlos de los que conservan pura la primera a quienes se les llama negros. ¿Y qué hubo de singular en este hombre? Que dotado por la naturaleza de un talento brillante y de un genio feliz para las ciencias; sin educación, sin maestros y sin otros medios que alguno que otro libro que pudo obtener de las personas instruidas que entonces pasaran por aquella ciudad; teniendo además que luchar contra la pobreza y la necesidad de trabajar en la carpintería que ya hemos situado en uno de los aposentos de su morada, para mantenerse a sí propio y a dos hermanas que con él estaban; (1) este hombre sin embargo, lejos de haber apagado sus impulsos intelectuales entre lo adverso de su cuna y su situación, arreciaba en su anhelo por poseer la luz celestial de las ciencias, y cuando desfallecido por sus tareas materiales, parece que debiera entregarse al sueño para buscar reparo a sus fuerzas perdidas, las encontraba mejor en el estudio, conduciéndolo una constancia sublime a un saber envidiable, y no sólo en el conocimiento y progreso de las bellas artes que tanto llegó a poseer como a continuación diremos; sino en otras más intelectuales y de menos contacto aún con el oficio mecánico que había debido a sus padres, o al lote de su nacimiento: la historia, las humanidades, las matemáticas, la jurisprudencia, la moral y hasta la teología. El que conozca el movimiento intelectual del Bayamo de hoy y el que debía tener entonces, a no ser el corto que se monopolizaría entre algunos de sus antiguos licenciados de leyes y alguno que otro eclesiástico o padre reverendo; el que se haga cargo de la incomunicación que sufren los pueblos del interior, y mucho más las poblaciones agrícolas; sólo este podrá comprender los dotes extraordinarios con que debió nacer nuestro Manuel del Socorro Rodríguez (2).
(1) D. José de la Tejera vecino del Bayamo y de edad de 82 años cuando allí le hallamos, nos dijo, que cuando muchacho recordaba muy bien que él iba con sus amigos a comprarles pitos a estas dos hermanas que con Manuel del Socorro vivían y que parece se ocupaban en este tan corto comercio, sin duda para ayudarse. Nos agregó que eran redichas, componedores (as) de versos, y tan divertidas que luego que se trasladaron a Cuba, (porque parece que allí debió Rodríguez a cierto eclesiástico muchos adelantos, según oyó decir) les llamaban en las casas principales para que amenizasen con sus gracias y chistes los ratos de reunión.
(2) Según un religioso exclaustrado a quien tratamos en el Bayamo llamado el P. Ramírez, que habla conocido en la Habana a Manuel del Socorro, habitando el convento de Santo Domingo con F. M. Casaverde; (sin duda cuando fue a aquella capital para sus ejercicios) era conocido entonces por el mote de Ordumeo, sin que hubiéramos podido indagar por más que hicimos, el origen de este sobrenombre.
Por exageración lo tuviéramos ya hoy, fabuloso podría aparecer tal talento a la posteridad, si por fortuna, datos y documentos debidos igualmente a la valentía de su disposición, no nos hubieran dejado un testimonio irrecusable de las cualidades singulares de este hombre, que entonces pasó por aquellas tierras,, sin otro eco que el que inspiraba su admiración. ¿Qué hubiera pues sido de este mismo hombre, colocado hoy en Europa y en la acción de su gran vida intelectual? Pero apartemos las consideraciones, y concretémonos a los más notables rasgos da su vida. Deseando este verse libre del trabajo mecánico para entregarse al intelectual, se dirigió con un memorial en latín al gran Carlos III, pidiéndole tuviera a bien concederle una colocación literaria, previo el examen que S. M. tuviera por conveniente mandarle en varias ciencias, ramos de literatura y bellas artes. La culta latinidad de este documento y los asuntos a que se contraía para que sobre ellos se le examinase con el mayor rigor, no pudieron menos de llamar la atención de los sabios consejeros de aquel Monarca. En efecto: prometíase en aquel papel ejecutar en prosa o verso sobre un tema profano o sagrado que se le diera, cualquier composición en latín o castellano, en un breve término y sin más auxilios que los necesarios para escribir con un buen amanuense que fuese capaz de seguirle en la rapidez de sus inspiraciones. Comprometíase asimismo a resolver sobre la marcha cualquier problema que se le presentase en geometría, o cualquier caso en jurisprudencia, moral o teología por complicado que fuese. Ofreció analizar críticamente cualquier obra de literatura, manifestando sus bellezas y defectos al paso mismo de irla leyendo; y por último, en su oficio que era el de carpintero de obra prima o ebanista, imitar mejorando cualquier pieza del arte que se le presentare nacional o extranjera. Los votos del suplicante no fueron inútiles. El Rey autorizó por medio de una real orden al capitán general de aquella isla para que en unión del director y catedráticos del real colegio Seminario como examinadores, cumpliesen sus deseos. Los actos tuvieron lugar con igual solemnidad, y entonces fue cuando el doctor D. Juan García Barreras que era el director perpetuo de aquel establecimiento le exigió por sus ejercicios en literatura en 15 de octubre de 1788, el elogio en prosa de Carlos III, y el de los príncipes de Asturias en verso. Ambos fueron acabados en el corto término de 15 días y dedicados ambos a los colegiales de aquel seminario. Aunque algo hinchado en su estilo el primero, según el gusto de los modelos que sólo habrían podido caer en sus manos; se admira en su conjunto el conocimiento de la retórica y el empeño que hacía de manifestar el que alcanzaba sobre sus reglas, sus tropos y figuras. La erudición, la historia antigua y moderna que en sus páginas desenvuelve, no cautiva menos la atención, cuando se considera los pocos medios que para su instrucción había tenido. De esta propia escasez se hace cargo en el exordio de su trabajo diciendo: "y si esto es así, como no lo han negado los ingenios más ilustres del universo, hechos a frecuentar las Academias y Liceos de Minerva; ¿con cuánta más razón deberá exclamar lleno de timidez y cobardía aquel, que siendo ayo y preceptor de sí mismo, jamás tuvo la fortuna de oír la voz viva de un maestro? ¿Como podrá hacer en el espacio de pocos días el panegírico de su gran héroe quien sólo sabe conocer que esta es empresa de muchos años? Si el elogio de Carlos III, (asunto de elocuencia que se me ha dado) sería un empeño de primer orden para los Demóstenes y Tulios de España, ¿cómo no ha de ser un imposible para el que a duras penas sabe explicarse en el sencillo idioma de la razón? Mas ¡oh glorioso imposible! por más que te presentes a la memoria y al entendimiento bajo un aspecto formidable, la voluntad no puede menos que abrazarte llena de complacencia."
Su poema en elogio de los príncipes de Asturias, no adolece menos del refinado clasicismo de sus formas, enfermedad de nuestra literatura por aquellos días, y de aquellos que desde tan lejos la estudiaban y seguían, como lo hemos indicado ya en nuestros números anteriores al hablar de este escritor entre los primeros vates de Cuba. Pero siempre se advierte en la construcción de sus octavas la espontaneidad del numen, y lo lleno y lo armonioso de sus formas. Sirvan de ejemplo estas dos primeras que constituyen la entrada o la invocación de su poema.
I.
Homeros y Virgilios castellanos
que en la ciencia más dulce y más hermosa
acaso estáis los célebres arcanos
inculcando con alma laboriosa:
prestadme, os pido, ingenios soberanos,
vuestra sabia atención fiel y obsequiosa;
mientras canto (si Apolo me acompaña)
hoy las delicias de la ilustre España.
II.
Mas tú sagrado padre refulgente,
que en ese trono augusto recostado
la lira de oro pulsas dulcemente
sobre el monte, de triunfos coronado;
¡oh tú divino y alto presidente
de ese coro de ninfas celebrado!
Derrama en lluvia de feliz rocío
tu influjo suave sobre el canto mío.
Después, cuando pinta al río Manzanares agitándose entre su urna de diamante, a cuyo movimiento se le presentan las ninfas que salen de su seno transparente para escuchar lo que este sacro viejo iba a decirles, describe a aquellas en tan poéticas estrofas:
VII.
El rubio pelo en ondas desatado
festivo asunto lo brindaba al viento
que jugando con él enamorado
esparcido doraba su elemento:
tunicelas de líquido brocado
tejidas con divino entendimiento
cubrían sus blancas carnes primorosas
amasadas de lirios y de rosas.
La estructura y la imagen de estos dos últimos versos revelan la facilidad del genio, y el vigor y la energía de su imaginación africana. Pero he aquí como combina esta misma descripción de las ninfas en su estrofa.
VIII.
Hijas bellas de la hija de la espuma
me parecieron todas en lo hermoso
pues su rico esplendor, y gracia suma
al mismo sol dejara allí envidioso:
Cada una mueve cual ligera pluma
el pie nevado en paso presuroso
y en dos alas, aljófar derramando
ante el querido padre van llegando.
Para concluir con las muestras de la vena poética de Rodríguez, aunque de mayor artificio, pondremos a continuación estas otras que pone en la boca de cierta ninfa dirigiéndose al río Manzanares, cuya personificación sigue con toda la erudición del ingenio y el gusto imitativo de aquella época.
XVI.
Ea levanta, ¿qué esperas Manzanares?
llama a tus hijas, y en aplausos fieles
tanto amor desempeña, y no repares
en desgajar tus palmas y laureles.
Azucenas, jazmines, azahares,
violetas, lirios, rosas y claveles
en copioso primor bordan tus faldas,
haz pues de tantas flores mil guirnaldas.
XVII.
Ya es tiempo que se vean en tus riberas
al compás de tu rauda melodía
de los vecinos Faunos las carreras
las fiestas y los bailes a porfía:
ya es tiempo que tus aves más parleras
más canoras, más llenas de alegría
en solfa nueva de mejores trinos,
solemnicen placeres tan divinos.
XVIII.
De tu comarca los floridos prados
y los umbrosos bosques juntamente
unidos todos muy alborozados
ya se aprestan con modo diligente:
sus Dríadas y Napeas en reglados
en festivos abrazos, frente a frente
unas con otras por la grama hermosa
van saltando con bulla deliciosa.
Este poema con el elogio en prosa, se publicó por primera vez en los Estados Unidos por el presbítero D. Félix Varela y D. José Antonio Saco en los años de 1827 a 29. Se conserva además inédito su sermón de San Francisco de Sales y de Santa Juana Francisca Fremiot (1).
(1) Nosotros poseemos este sermón manuscrito, obsequio que debimos a la buena amistad del Sr. D. Francisco Ruiz, actual catedrático de filosofía del Seminario de San Carlos de la Habana, con otros datos y apuntes sobre las noticias de su autor.
Pero, preciso es ya volvernos a concretar a las particularidades de la vida de este hombre, cuya biografía tenemos un interés en delinear aquí antes que el desasosiego de nuestra vida y nuestras atenciones públicas puedan disponer de los apuntes y curiosos datos que en su tierra natal recogimos para levantarle con ellos (¡cosa singular!) a la propia margen del Manzanares que acaba de describirnos, una memoria imperecedera de su nombre y de sus escritos.
Concluidos los ejercicios literarios, Manuel del Socorro consecuente a su compromiso, sostuvo otros en las bellas artes. Un tal Ríos profesor en pintura, fue su competidor en cierto grupo de la Trinidad y la tristeza que le presentó; y Rebollo escultor negro, hizo igual papel con cierto crucifijo que Socorro perfeccionó con admiración de todos. Por este éxito tan feliz en todos estos ejercicios, mereció en fin los informes más placenteros que de su capacidad hicieran al Monarca, y Carlos III, con la justificación de aquella época hacia sus súbditos notables, premio sus talentos nombrándolo Bibliotecario de Santa Fé de Bogotá con una buena pensión; y allí fue donde encontró un teatro vasto en que desplegarlos, ya siendo redactor de un papel científico que se titulaba Semanario; ya contribuyendo a levantar un observatorio astronómico y ocupándose él mismo en sus observaciones celestes; ya granjeándose la estimación de los literatos de aquella ciudad; ya por último, reuniendo a la juventud bajo sus auspicios y abriéndoles una carrera gloriosa en el campo de las ciencias. Por ellas sin duda hubo de reconocerle allí el célebre Barón de Humbolt cuando viajaba por la América del Sud, en cuyos viajes se hace mención del mismo. Mas las revoluciones de aquellas provincias sobrevinieron a poco, y entre ellas murió triste y olvidado este hombre singular.
Según los apuntes que con gran interés recogimos en Cuba de los pocos que habían podido conocerlo, era alto y muy apuesto en su persona, de maneras muy desembarazadas, color bastante oscuro y que marcaba su raza, cabeza prominente y frente espaciosa, con ojos llenos de vida y fuego, aunque suaves a la vez. Su actividad intelectual era tanta, que para explayarla mejor, dictaba paseándose en un gran salón, sólo con el amanuense, y llegaba a impacientarse cuando este no escribía con bastante rapidez para seguir el torrente de su inspiración, en cuyo momento dicen, que presentaba el accidente fisiológico de correrle por su espléndida frente un sudor abundoso, prueba inequívoca de la ardiente actividad de su cerebro. (1)
Tal es la breve historia de este hombre cuyos rasgos deben encontrar buena acogida entre los amantes de la literatura y los admiradores del talento. Sus trabajos, los escritos que del mismo conocemos, se resienten en verdad, de aquella falta de lima que da la crítica y el parecer consultado de otros literatos: pero ¡cuan admirable es todo lo demás, si se contempla que es el reflejo de un carpintero humilde, nacido y educado entre el negror de las tinieblas! Historia, matemáticas, humanidades, poesía, ciencias morales, astronomía, bellas artes, todo lo poseyó y recorrió este singular talento, antes de bajar al sepulcro.
Nosotros al concluir, damos gracias a la suerte, porque desde las márgenes remotas del Bayamo y Cauto donde estas noticias recogimos, nos haya concedido el poderlas coordinar cerca de las más humildes de aquel mismo Manzanares que tanto ponderó en sus versos este hombre singular, al cabo de medio siglo que concluyó su existencia.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
(1) En el Semanario de la Nueva Granada publicado hace poco en París por el coronel Acosta, aparece un dictamen de Manuel del Socorro Rodríguez, sobre ciertos trabajos que habían de ver la luz pública en aquella publicación, y de él se deduce el concepto merecido que inspiraba a los sabios que los dirigían. También hemos visto en el Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo décimo sexto, publicado igualmente por D. Joaquín Acosta en París año de 1848, p. 436, que D. Manuel del Socorro Rodríguez primer director que fue de la Biblioteca de Santa Fé de Bogotá, redactó a fines del pasado siglo un periódico que se tituló Correo curioso, y otro a principios del presente titulado Redactor americano. "Yo le conocí (agrega el propio coronel) muy benévolo con los jóvenes a quienes aconsejaba en sus lecturas y muy popular con las monjas para las cuales componía poesías de todos géneros."
CRÓNICA QUINCENAL.
Los asuntos de Europa, si exceptuamos los relativos a la vecina república, van arreglándose, si bien paulatinamente. La derrota del gobierno de Berlin en lo concerniente a la nueva organización política, acordada en la conferencia de Dresde, está fuera de toda duda. En el directorio de los once votos, la Prusia tendrá que estar necesariamente en minoría. Por lo tanto, la verdadera lucha se establecerá sobre el giro que haya de darse a los intereses comerciales, y las probabilidades del triunfo están en favor del Austria. El congreso de aduanas de Wisbaden (Wiesbaden) ha sido aplazado hasta principios del mes próximo, a causa de los ataques de algunos adversarios que se oponían a su apertura, y para entonces es probable que se reúna también otro congreso análogo en Dresde. El gabinete de Berlin está alarmado con motivo de las intrigas y los planes de conspiración de los refugiados políticos que se encuentran en Suiza, y se asegura que tiene el pensamiento de proponer al gobierno francés, de acuerdo con la Rusia y el Austria, que se una a él para obligar a la Confederación helvética a que expulse a cuantos emigrados abusan de la hospitalidad tramando conspiraciones y planes revolucionarios. El ministerio belga ha presentado su dimisión, a causa de las rebajas que debían hacerse en el presupuesto de la guerra por excitación de la Cámara de los diputados, y a las cuales se negaba el ministro del ramo. El 21 no se había aún resuelto la crisis.
Ha sido descubierta en Nápoles una vasta conspiración, cuyo principal objeto era asesinar al rey. Un agente de Mazzini había caído en poder de la justicia y con él infinidad de papeles, por los que se ha venido en conocimiento de que la conspiración tenía ramificaciones en toda la Italia y principalmente en los Estados Pontificios. En Roma ha sido igualmente preso un gendarme, agente revolucionario, a quien también se le hallaron papeles importantes. A pesar de todo, Nápoles seguía tranquilo. En la última crónica dejamos constituido el ministerio francés. Parecía que por lo pronto se aplacaría la guerra entre el Presidente y la Asamblea; pero ha sucedido todo lo contrario. El nuevo gabinete, sometiéndose a las exigencias de Luis Napoleón, destituyó al general Changarnier; y este acto del poder ejecutivo acabó de envenenar los ánimos. Mr. de Remusat redactó una proposición, para que se atendiese a la seguridad del cuerpo legislativo, que creía amenazado; pero, no obstante aprobarse y nombrarse una comisión con aquel objeto, la cuestión quedó reducida a una orden del día motivada, que extendió Mr. Sainte-Beuve, y en la que se declaraba que el nuevo ministerio no merecía la confianza de la Asamblea. Para la votación, se coaligaron los socialistas y republicanos de la víspera con los legitimistas y orleanistas, quedando derrotado el gabinete, cuyos miembros pusieron en seguida su dimisión en manos del Presidente de la república.
Suscitáronse, como era de esperar, gandes dificultades sobre el nombramiento de los que habían de reemplazarles; y Luís Napoleón, entre sacarlos de la mayoría coalicionista, o de la minoría homogénea, ha querido evitar ambos extremos, eligiendo personas las más de ellas desconocidas, y hasta extrañas al parlamento. He aquí sus nombres, según un parte telegráfico, recibido el día de ayer. Bremier, negocios extranjeros; Royer justicia; Rendon, guerra; Hould, hacienda; Magne, obras púbicas; Schnieder (Schneider), comercio; Vaillant, marina; Vaisse interior.
El porvenir nos dirá el resultado de este paso, tan anti parlamentario como atrevido.
Las noticias de la Habana alcanzan hasta el 1.° del actual. En toda la isla reinaba la tranquilidad más completa. Desvanecido todo temor de nuevas invasiones piráticas, y restablecida la seguridad, aun en los ánimos más pusilánimes (pone pusilámines), con la llegada de las tropas expedicionarias y con el celo y la energía que estaba desplegando en sus disposiciones el nuevo gobernador general Señor Concha, el comercio empezaba a recobrar su antiguo impulso y esplendor, y se esperaba que desapareciese pronto el rastro que había dejado en las transacciones mercantiles la tentativa de Cárdenas.
En el artículo de fondo con que se encabeza el número de hoy se habla extensamente de la manera como ha comenzado la acertada administración del general D. José de la Concha en aquella importantísima Antilla; a él remitirnos a nuestros lectores: sólo añadiremos, que nos cumple la satisfacción de anunciar haberse levantado la prohibición de circular allí nuestra revista; prohibición sobre la que nos ocupamos largamente en el número 6.° El ilustrado Sr. gobernador general, de acuerdo con los asesores, convencido de lo inofensiva que es esta publicación, como que está dictada por el más puro españolismo, y además, de que es útil y conveniente tratar con detención y conciencia esas cuestiones referentes a la isla de Cuba, en que se dilucide todo lo que se roza con su gobierno interior, para que se sepa lo que hay de bueno y de malo, conservándose aquello y reformándose esto, ha procedido en esta ocasión, como en tantas otras, con el pulso y la inteligencia que en él reconocemos. Obrando así, es como la metrópoli se irá asegurando más y más cada día las simpatías de aquellos habitantes: no se nieguen allí ciertos principios empréndase francamente el camino de las reformas, prosiga el Sr. Concha conforme ha principiado, y López y sus secuaces han concluido para siempre. Del interior, en la parte política, poco tenemos que decir. El nuevo Sr. Presidente del consejo de ministros Sr. Bravo (Murillo), presentó a las Cortes su programa de gobierno; en el ofreció hacer todas las economías posibles, traer al parlamento una ley de imprenta y arreglar la deuda. Hasta ahora se habla de reformas importantes, pero que aún no han visto la luz; entre otras, de la supresión de sueldos a los consejeros provinciales, de la disminución del ejército, de una nueva planta en las secretarías de los ministerios, aboliendo las plazas de agregados y auxiliares. Ya se ha publicado la circular a los Gobernadores de provincia, para que estos digan donde son necesarios los alcaldes - corregidores, suprimiéndose en los demás puntos en que los haya actualmente. En fin, se ha conseguido que se piense en economías, y esto es un adelanto.
Entrando en el terreno de las diversiones públicas, hablaremos, en primer lugar, del teatro de la ópera, que visiblemente está en decadencia. Sino ¿cómo es que desde la Cenerentola, tan bien ejecutada y recibida, no ha podido darnos una sola novedad? La Sonámbula y la Beatrice no lo son, ciertamente. Anuncióse el Otelo; todos estaban esperando con ansia oír la radiosa creación del inmortal Rosini; pero, hasta ahora han quedado chasqueados. Lo sentimos por el teatro Real. Dícese que el Sr. Salamanca se va a hacer cargo de este coliseo y nos alegraríamos mucho, aunque lo dudamos, por causas que son bien conocidas del público y que parecen concurrir a la ruina del teatro de la plaza de Oriente. La Cenerentola ha sido el triunfo de la Alboni; también nuestro Salas se mantuvo a la altura de su reputación, y celebramos la ocurrencia de traerle a cantar el papel de D. Magnífico, que tantos aplausos le produjo. En el teatro Español se ha representado por último el drama Un hombre de Estado. ¿Ha tenido esta pieza el éxito que se esperaba y que parecían asegurarle los subidos elogios de personas competentes en la materia? Desde luego diremos que no. Luchar con una reputación previa, es siempre peligroso; y al joven señor Ayala se le ha expuesto a esa terrible lucha, de la cual, a pesar de su talento y de las dotes relevantes de su primera obra no ha podido salir vencedor. Era por otra parte muy difícil. El Hombre de Estado es un drama sembrado de bellezas, con rasgos magníficos, con situaciones felices y perfectamente desempeñadas, con armoniosos versos; pero no es, ni con mucho, la obra magna, que se nos pintaba, la producción que se nos decía había de eclipsar todas las demás representadas en lo que va de siglo. Sus defectos son de esos que están al alcance de todo el mundo, porque la languidez la conocen y la sienten los más extraños al arte: abunda en buenos pensamientos, pero está deslucido por algunos lugares comunes, especialmente en el cuarto acto; tiene situaciones felices; pero, en cambio, no le faltan otras violentas, como por ejemplo, las que terminan el tercer acto; su versificación es valiente unas veces, y otras floja y hasta defectuosa; en suma, como ensayo, la obra es admirable; considerada de otra suerte, que es por desgracia como se la ha querido considerar, es censurable y no bajo un aspecto sólo. Si no nos apremiasen los estrechos límites de esta publicación, haríamos el análisis detenido de la pieza y trataríamos de probar lo que acabamos de exponer. En la imposibilidad de ejecutarlo así, diremos que en nuestro dictamen las mejores situaciones del drama son las dos que abraza el acto segundo: la primera, cuando Zúñiga, enamorado de Matilde, y queriendo desacreditar a D. Rodrigo, amante correspondido de la misma, con el príncipe heredero, que también anda loco por la propia joven, descubre al que luego se llamó Felipe IV los amores de su favorito Calderón, y este, que le oye al paño, influye con su amada para que se presente, como lo hace, pidiendo justicia contra él y declarando que Zúñiga la ama. La intriga de D. Baltasar queda así desbaratada y D. Rodrigo continúa en la privanza del príncipe. La segunda situación es aquella en que Felipe viene a comunicar al duque de Lerma sus devaneos amorosos, y este, que lo presiente, sin darle tiempo para explicarse, le trae a la memoria los grandes hechos del Emperador Carlos V. Del mismo modo, anotaremos como uno de sus principales defectos el carácter del protagonista, que no nos parece merecer la calificación de hombre de Estado, puesto que el autor sólo nos le presenta como un intrigante de mala ley, ingrato con su protector y capaz de comprometer a la persona a quien dice que ama, para derribar al que le ha elevado desde la calidad de simple paje al puesto de su secretario. No merece, repetimos, la calificación de hombre de Estado, porque una vez nombrado ministro, nada le vemos hacer como tal, y sí por la inversa arrepentirse de haber ascendido hasta allí. Hubiera dado singular realce a la obra, presentar a D. Rodrigo en el lleno de su poder, antes de mostrárnosle arrepentido y débil, cual le vemos en el acto 3.° Otro de sus mayores defectos es todo el último acto; no porque sea malo lo que en él se dice, sino porque es cosa demostrada que cualquier situación, por buena que sea, que se prolongue más allá de lo regular, decae y pierde su efecto. Un reo en capilla, despidiéndose, durante un acto entero, de sus amigos, que acuden uno después de otro a llorar con él y a lamentarse, necesariamente ha de disgustar, porque los sentimientos más sublimes se vulgarizan manoseándolos demasiado. Son también defectos del drama algunas entradas y salidas que no se motivan suficientemente, ese casamiento al final del tercer acto, del que no se vuelve a hacer mención y que ningún resultado produce: omitimos señalar otros lunares y otras bellezas, porque no tenemos campo para más. La ejecución no nos pareció a la altura de la de Jugar por tabla. La Sra. Lamadrid y el Sr. Osorio y a ratos los Sres. Valero y Calvo, arrancaron algunos aplausos. El autor fue llamado a la escena. Nosotros le damos el parabién por el gran talento que revela su primera producción y que nos hace esperar días de gloria para él y para el teatro español.
En el coliseo de la calle de las Urosas se ha representado con dudoso éxito el drama del Sr. Asquerino (D. Eusebio) titulado Arcanos del alma. Su versificación es sobrado lírica, y por lo tanto los sentimientos pierden en intensidad lo que ganan en figuras de expresión. El argumento no nos agradó. Una joven que confiesa a su primer amante haber faltado a las reglas de la honestidad con el segundo; que se lo declara a su madre en un baile; que aparece, después de dar a luz una criatura, en el último acto y muere, sin saberse cómo, sin que se la suministre el menor medicamento, todo esto lo creemos de mal efecto. Tampoco creemos conveniente y digno del carácter del protagonista que en medio del baile pida una deuda a su rival. La ejecución de la obra estuvo bien por parte del Sr. Arjona y la Sra. Samaniego; intolerable por parte de todos los demás.
En Variedades se anuncia la gran novedad del ajuste del señor Romea y la Sra. Diez por diez representaciones, que tendrán lugar a principios del próximo febrero. Celebramos la noticia, porque ya es tiempo de que el público de Madrid vuelva a saludar en la escena y a aplaudir a esas dos notabilidades artísticas que tantas y tan merecidas palmas han conquistado en su gloriosa carrera.
Enero 28 de 1851.
SECCIÓN POLÍTICA.
La gran extensión que tenemos que dar hoy a la sección colonial para poner íntegra la razonada exposición que nos remiten de Puerto Rico, en su agitada contienda sobre las harinas de Santander, nos obliga a retirar el artículo que
debía ocupar este lugar. En cambio, llamamos la atención de la prensa, de los señores diputados y de los hombres más versados en cuestiones económicas, sobre el notable documento a que nos referimos, y cuyas razones no podrán menos de prevalecer en los ánimos de los dignos consejeros de S. M., llamados a proteger, no el monopolio ni el interés individual; sino la dicha y la prosperidad de todas nuestras provincias.
SECCIÓN FORENSE.
¿EN LA IMPOSICIÓN DE UNA PENA DEBERÍA ATENDERSE MÁS A LA CONVICCIÓN MORAL O A LA CONVICCIÓN LEGAL?
Pocas cuestiones, en verdad, se presentan en el foro de nuestros días tan dignas de meditarse y de discutirse como la que dejamos propuesta a la cabeza del presente artículo. Ella versa sobre lo que más puede afectar al individuo y a la sociedad, como es la pena, que, cualquiera que ella sea, recae siempre sobre la fortuna, la honra, la vida de los ciudadanos.
Cuestiones de esta especie o naturaleza sólo se resuelven con el auxilio de un buen juicio, de un criterio maduro, al crisol de una reflexión sesuda y detenida, y teniendo en cuenta los resultados buenos o malos que arrojan la adopción, ya sea de la convicción moral y legal separadamente, ya sea de una y otra discreta y oportunamente amalgamadas. La cuestión presente es de tal importancia e interés, que sin su resolución la jurisprudencia es nula, y la legislación no es otra cosa que un caos.
Mucho se ha hablado en nuestros días de esta tesis tan vital para la sociedad humana. Poco o nada, en nuestro concepto, sin embargo, se ha escrito en provecho de la jurisprudencia y de los funcionarios públicos inmediatamente encargados de la administración de justicia. Se ha disertado lo bastante para que estos últimos no hayan sabido a qué atenerse sobre este punto, y para que en el día no existan algunas reglas siquiera para saber regirse. De utilidad sería que no se escribiera tanto, y que lo que viera la luz pública fuese bueno y de inmediata aplicación; pues ofuscada y confundida la mente del jurisconsulto con la variedad infinita de opiniones encontradas, extraviado el juicio en el dilatado y extenso campo de las teorías, y confundido además con la divergencia y contrariedad que resulta entre lo que la ley dispone y la conciencia le prescribe; duda, vacila, y no sabe qué hacer. Este es un mal grave; es un mal necesario, sí, pero que puede corregirse en parte, dando, como hemos dicho, a los funcionarios públicos inmediatamente encargados de la aplicación de las leyes, las reglas más exactas posibles a que hayan de arreglar su conducta. En los expedientes, así civiles como criminales, se hallan consignados todos los datos, todas los pruebas, todas las razones que asisten a los contendientes para fallar con imparcialidad y con justicia? Comúnmente no. La falta de buena dirección de un litigio, el descuido y la pérdida de instrumentos o documentos importantes, la sustracción de comprobantes y antecedentes, la mala fé y aun la infamia, diestramente ocultada por cualquiera de las partes, hacen que no aparezcan siempre en los pleitos y procesos todo lo que debía aparecer para que a cada cual se le dé su derecho, lo que es suyo; para que la justicia se distribuya exacta y rectamente: ¿cuántos jueces y magistrados probos no se habrán visto en la dura y tristísima necesidad de declarar un derecho o imponer una pena contra la cual se revelaba su conciencia, solamente por creer que así debía hacerlo en atención a lo que resultaba de autos? Hombres dignísimos y entendidos se han visto algunas veces en tan triste apuro. Creemos que es un sueño el pretender que la justicia se administre siempre en la tierra rectamente: esto sólo es dado hacerlo al tribunal de Dios, a quien, en su suprema e infinita sabiduría; nada se le oculta, todo lo ve, recibiendo por consiguiente el malvado su castigo y el bueno el premio de su conducta; pero también creemos que puede perfeccionarse mucho, esto que se llama administración de justicia entre los hombres, y para conseguirlo debemos ver y examinar qué se entiende por convicción moral y legal, cuál es el valor de una y otra, cuál de las dos es más preferible, y en suma cuál es la conducta que debe observar un juez al dictar una sentencia. Hay que partir de un supuesto para no envolvernos en contradicciones ni en contrasentidos. Este es, en nuestra humilde opinión, el de que la convicción legal es hija de la convicción moral, o mejor dicho, la convicción legal no pudiera haber existido nunca si no la hubiese precedido la convicción moral, que es el resultado de ese Código interno e indestructible que el Todo Poderoso grabó con su sabia mano en el corazón del hombre. La convicción moral es pues, ingénita e invariable; la legal, es el resultado de lo que los legisladores han creído que debe tenerse presente para fallar con arreglo a esas mismas leyes encaminadas a averiguar la verdad; es, pues, variable y lo ha sido siempre, y tiene que serlo por su naturaleza: en una palabra, la legal que es la persuasión de que se ha sentenciado conforme a la ley, es un trasunto de la moral, la va buscando siempre; suponiendo ahora como suponemos, que esta última sea el convencimiento que tiene un hombre recto y entendido acerca de la verdad o falsedad de un hecho, acerca de la culpabilidad (pone culpalidad) o inocencia de un supuesto reo. El mal está en que el hombre, en su necio orgullo, ha creído poder sujetarlo todo a reglas seguras e indestructibles, cuando en realidad todos los hechos son diversos, cuando no hay más que singularidades. El mal está también en que no son iguales las capacidades de los individuos, no son iguales sus sentimientos, no son iguales sus ideas acerca de lo justo y de lo bueno, no son iguales su honradez y su conciencia. La primera idea nos la sugiere la meditación sobre las contras de la convicción legal; la segunda nos la inspira la reflexión sobre los inconvenientes de la convicción moral.
El hombre, a semejanza del Omnipotente, se ha erigido en legislador y ha dado leyes para dar a cada uno lo que es suyo, para castigar al verdadero culpable, para la tranquilidad, seguridad y mejoramiento de la especie humana. ¿Pero estas leyes, aunque inspiradas por los mejores deseos, serán buenas? ¿Llevarán en sí el sello de la certidumbre, de la exactitud y de la conveniencia pública? ¿Llevarán el sello de la justicia, de la infalibilidad, de la verdad finalmente? No, y mil veces no. Del hombre, ser frágil e imperfecto, no pueden salir nunca perfecciones, y exigir otra cosa, es negar la misma evidencia, y desconocer lo que todo el mundo conoce, lo que está al alcance de la penetración débil e informe de los niños y de las capacidades vulgares. Es evidente, pues, que las leyes, a las cuales se ajusta lo que llamamos convicción legal, pueden ser imperfectas y defectuosas, y lo son en efecto aun las que se tienen por mejores. El más perfecto Código civil o criminal del mundo, y la mejor ley de procedimientos, no están exentos de absurdos y de errores. Hay además otra cosa, y es, que aun suponiendo que no lo estén, debe tenerse muy en cuenta que no siempre aplica el hombre exacta y oportunamente la ley civil o penal, ni observa estrictamente lo que le prescribe la que arregla los procedimientos. De aquí la natural y fundada suposición de que la convicción legal, o séase el convencimiento que forma el juez por lo que resulta de autos del derecho respectivo de los litigantes o de la criminalidad de un procesado, puede ser muy falible, y lo es en efecto. La convicción legal debe formarse únicamente por la meditada lectura de los expedientes que se presentan al fallo judicial, sin más suposiciones ni conjeturas, desechando completamente cuantos datos, noticias y antecedentes lleguen a su conocimiento extrajudicialmente o fuera del círculo de las actuaciones. Para decidir un negocio conforme a la convicción legal no debe verse absolutamente más que lo que consta en autos, desentendiéndose de todo lo demás. Según esto, tiene que ajustarse enteramente a la ley que le prescribe que dos testigos, mayores de toda excepción que estén acordes en el hecho y en sus circunstancias, forman prueba plena, por ejemplo. Ahora bien; suponiendo que esta prescripción de la ley sea exacta y verdadera, puede suceder, y de hecho sucede, que el juez crea, tenga un firme convencimiento de que los dos testigos son mayores de toda excepción y están acordes en el hecho y en sus circunstancias, y que se equivoque miserablemente con la mejor buena fe, ya porque su juicio no sea tan claro y exacto como se requiere, ya porque se halle ofuscado con prevenciones invencibles para él en el momento, ya por un cúmulo de circunstancias imposibles de determinar, que todas juntas contribuyen a que forme un concepto equivocado. Y si esto es muy factible que suceda cuando aparece en las actuaciones una prueba plena como la que acabamos de manifestar, ¿con cuánta más razón es posible que se equivoque el mismo juez cuando la prueba no sea redonda, intachable ni concluyente? ¿con cuánta más razón es posible una equivocación cuando no hay pruebas plenas ni semiplenas de ningún género bastantes y suficientes, cuando sólo camina el criterio judicial al través de indicios encontrados, de deleznables conjeturas como acontece con frecuencia? La mala fe de cualquiera de los curiales que intervienen en las actuaciones, la omisión de una palabra a veces, o de una diligencia al parecer insignificante, la mayor o menor sagacidad o talento de los letrados respectivos, la pérdida de un documento decisivo o necesario, el descuido o negligencia en los primeros momentos importantes para descubrir la verdad, y en suma hasta la precipitada y mala redacción de una declaración testifical o de cualquiera otra diligencia, contribuyen también más o menos, ya directa ya indirectamente, a que la sentencia que recaiga en el negocio no sea acertada ni justa.
Resultan pues como inconvenientes contra la convicción legal: Primero, el que la ley, como obra humana, no puede ser perfecta e infalible, adoleciendo por consiguiente de los defectos de ambigüedad unas veces, de contrariedad otras, de errores muchas. Segundo, el que, aun partiendo del supuesto de que sea el dechado de la belleza, de la perfección y de la verdad, puede ser mal aplicada por causa de mala inteligencia, de ofuscación, de prevenciones innatas e invencibles (de que en vano intenta el hombre despojarse en ocasiones dadas y en ciertos momentos) en el encargado de ponerla en ejecución. Tercero, el que, aun en el caso de que la ley sea perfecta y el juez la aplique bien y con oportunidad y precisión, las actuaciones no siempre contienen todo lo que deben para la exacta distribución de la justicia por mil causas enteramente independientes de la voluntad del juzgador como hemos ya manifestado, y por resultado de las varias personas que en diferentes conceptos intervienen en los negocios forenses, y hasta de los lugares y circunstancias. En suma, es necesario que la ley sea perfecta y que el juez sea entendido, recto y probo, y que el procedimiento esté arreglado enteramente a las prescripciones de la ley, para que la convicción legal produzca los efectos deseados, y sea la regla más segura y exacta para la buena administración de justicia. Como se deja conocer, esto es imposible y hasta ridículo el pretender nunca conseguirlo, en nuestra falible opinión.
Con menos nos contentaríamos seguramente, y podríamos darnos el parabién, con que en esta parte mejoráramos algún tanto. A lo que debemos aspirar, es a un adelanto posible y conveniente. Por lo demás, una vez enumerados los inconvenientes de la convicción legal, es preciso convenir en que tiene también sus ventajas. Teniendo los Tribunales que fallar con arreglo a lo que arrojan los procedimientos judiciales, es innegable que se pone un valladar a la arbitrariedad, al capricho y hasta a la descarada y ostensible parcialidad de los jueces. El fundamento de un fallo o de una sentencia tiene su razón y su analogía en el resultado de las actuaciones que constituyen los autos. Puede verse más fácilmente si el juez ha procedido bien o no, y sujetársele a que dé cuenta y respuesta de no haber fallado conforme a la ley, o de haber infringido u omitido ciertos procedimientos; de esta manera queda el juez fácilmente sujeto a responsabilidad, y la opinión pública más satisfecha y convencida. Finalmente, la conciencia judicial queda más tranquila y descargada, más libre si se quiere de fundados escrúpulos y remordimientos, y se evita en lo posible la duda sobre lo que debe sentenciarse, lo cual ocasiona hasta la dilación de las sentencias.
En cuanto a la convicción moral sólo debemos decir que aparte sus muchas contras y desventajas, es indudablemente el barómetro más exacto, por lo regular, para medir con la posible certeza el grado de culpabilidad de un delincuente y la pena a que se ha hecho acreedor. Rara vez se equivoca el corazón humano en la apreciación de los hechos. Sin saber como, sin que esté sujeto a una explicación satisfactoria y fácil, es una verdad constante e indudable que sus presentimientos, sus sensaciones y prevenciones tienen mucho de sobrenatural y misterioso, mucho de adivinación y de inspiración. Parece que viene a parar al corazón humano por medio de un hilo eléctrico el secreto de la inocencia o criminalidad de un hecho dudosamente culpable, que parte del mismo punto en que tuvo lugar la acción que se persigue.
Mas como a la generalidad de los hombres es necesario suponerles, no solamente con un alma que siente, sino con una cabeza que discierne y que reflexiona, de aquí el que unidas las dos calidades de sentimiento y racionalidad, se forme el conjunto que se llama convicción moral. Efectivamente, estas dos circunstancias, la sensación y el raciocinio, tienen en sí mismo cada una un valladar contra las extralimitaciones mutuas. La sensación, cualidad del alma, se declara desde luego favorable o desfavorablemente a favor o en contra de un hecho o de un objeto, sin más que por eso que hemos calificado de presentimientos o prevenciones, y por la analogía o conformidad que tenga la acción puesta en tela de juicio, con ese mecanismo interno y desconocido del corazón de cada individuo; pero como esas prevenciones y presentimientos pueden muchas veces no ser exactos la sabiduría del Omnipotente supo dotar al hombre de eso que llamamos razón, por medio de la cual conocemos la verdad o nos aproximamos a conocerla, meditando sobre el hecho dudoso o cuestionable, sus circunstancias y accidentes, su verosimilitud y probabilidad, deduciendo consecuencias con arreglo a la facultad de pensar y discurrir, ensayada y desarrollada con el ejercicio constante sobre los demás actos de la vida.
El raciocinio, por el contrario, auxiliado y contenido a su vez por las cualidades del alma, se solidifica y se ilustra con su hábil consejera, concluyendo por formar una opinión, si no casi siempre exacta, más exacta sin duda del hecho. Pero una cosa es averiguar cuál de los dos criterios es mejor para conocer si hay delincuencia o culpa en un hecho; y otra el saber si sería preferible, para administrar recta y cumplida justicia, la aplicación de uno u otro criterio; esto es, el moral o el legal. Decimos esto, porque una cosa es conocer si hay culpabilidad, y otra si se hará justicia; es decir, si se aplicará la pena merecida una vez conocida la culpa. Puedo un juez estar moralmente convencido de la criminalidad de un hombre, y absolverle sin embargo. También puede estar legalmente convencido de la misma criminalidad y absolverle a pesar de ello. Verdad es que en este último caso se queda más al descubierto, porque es más fácil conocer su parcialidad y que se le exija responsabilidad por el Tribunal superior que revise el negocio. Con todo, en ambos casos puede faltar completamente a sus deberes, desentendiéndose, ora de la convicción moral, ora de la legal sin peligro de ningún género. Si el legislador dice al juez que falle con arreglo a su convicción moral, puede sentenciar según su voluntad, contestando que él ha fallado según su conciencia. Si le dice que sentencie conforme a la convicción legal, puede absolver voluntariamente al culpable o condenar al inocente, contestando que él ha fallado según las pruebas que obran en el proceso, de acuerdo con lo que la ley le prescribe, aunque en realidad las pruebas sean incompletas, insuficientes y faltas de los requisitos que la misma ley ordena. En suma, en el primer caso se escudará con su conciencia y en el segundo con su inteligencia o suficiencia; pues sabido es que el juez no merece castigo porque yerre e o se equivoque, sino porque obre con malicia.
Parece indudable que el criterio moral es mejor para conocer si hay delincuencia o culpa en un hecho, que el criterio legal; esto es, que la sujeción a las leyes del procedimiento y a las demás reglas y axiomas que establece la jurisprudencia. Pero no es lo mismo el que sea mejor para la buena administración de justicia la aplicación de uno u otro criterio.
Si la ley fuese tan perfecta que todo lo pudiese prever, no había duda alguna en declararse por la adopción de la convicción legal; así como ninguna duda podía ofrecer el adoptar la convicción moral si fuese posible el que todos los
jueces fuesen probos y justos. En una palabra, la convicción moral tiene por enemiga inseparable la arbitrariedad judicial, así como la legal tiene por adversaria constante la insuficiencia de la ley y los males y defectos de su rigurosa aplicación. La cuestión presente es, pues, de las más graves que se conocen en la ciencia, y en nuestra opinión, difícil de resolver en cualquier sentido. Es una cuestión que durará tanto como dure la sociedad, y que en vano se esforzarán los hombres entendidos por resolverla. Los inconvenientes de su resolución están en la fragilidad humana, que hace que comúnmente se sobreponga la pasión a la razón, la voluntad a la justicia.
JOAQUÍN GARCÍA DE GREGORIO.
CUESTIÓN POLÍTICA Y JUDICIAL.
(1: Véanse las páginas 437 y 538 de los núms. anteriores 10 y 12.)
(Continúa la discusión que la motivó en la legislatura actual.)
El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (conde de San Luis): Señores, se había propuesto el Gobierno no tomar parte en esta cuestión, porque tratándose de unas actas en que no se han dirigido acusaciones al Gobierno ni a las autoridades superiores de la provincia en que estas elecciones se han verificado, creía el Gobierno que el Congreso estimaría que se le dejase en completa libertad, y que ninguna consideración política, ninguna consideración extraña viniera a mezclarse en una discusión de actas en que únicamente se debate si han estado bien o mal hechas las elecciones. Pero las excitaciones del señor marqués de Valdegamas para que el Gobierno diga su opinión en la cuestión que ha suscitado, me han obligado a levantarme, y dirigiré al Congreso algunas palabras para manifestar la opinión del Gobierno, suplicándole me dispense si no soy lato, porque me encuentro algo indispuesto. El Congreso habrá oído con la misma sorpresa que el Gobierno la extraña opinión que se ha levantado a sostener el señor marqués de Valdegamas, opinión que se han apresurado a rebatir dignísimos magistrados, que al oír decir que los funcionarios del orden judicial comienzan a abdicar sus poderes, han probado al señor marqués que no es una abdicación lo que el juez y el fiscal de Caldas han hecho, sino una manifestación de respeto profundo al Congreso, un acatamiento a lo que la Constitución prescribe. ¿Dónde está la abdicación? ¿Es abdicar, como ha manifestado bien el señor Calderón Collantes, el someterse los jueces y demás funcionarios de la administración de justicia a pedir el permiso o consentimiento de los gobernadores de provincia y del Gobierno en su caso, cuando tienen que enjuiciar a un funcionario del orden administrativo? ¿Abdican entonces al no proceder desde luego? ¿Cómo, pues, sostiene el señor marqués que abdican los jueces y promotores cuando vienen a rendir el homenaje que deben al Congreso de los diputados, esperando que de su fallo, porque al Congreso le corresponde darle cuando se entere de si ha habido o no motivo para proceder contra algún funcionario o cualquiera de los que hayan intervenido en la elección?
Confieso que nunca creí oír en boca de S. S. principios tan poco conservadores y tan poco constitucionales; que pecan las doctrinas del señor marqués de uno y otro defecto. Son principios poco conservadores, porque el día que se admitiera esa doctrina, no habría un solo empleado de aquellos que por obligación toman parte en las elecciones, que no se viera al día siguiente amenazado, encausado y perseguido. Son principios poco constitucionales, porque decir que abdica el orden judicial cuando espera respetuoso el fallo del Congreso, y fundar esta teoría en que en las asambleas políticas braman las pasiones, es añadir a la sinrazón una calificación de los Cuerpos colegisladores que no admitimos los hombres sinceramente constitucionales.
Ha sostenido el señor marqués de Valdegamas, que no hay inconveniente en que se declare por un juez si ha habido o no delito en las elecciones, porque aun cuando se diga que ha habido delito, puede el Congreso declarar que las elecciones son válidas. ¿Y por qué con arreglo a la Constitución y al reglamento no se ha de poder hacer lo contrario? Pues qué ¿no he sostenido yo, defendiendo la elección del general Ortega en Calatayud, no he sostenido y sostienen todos los que hayan pensado sobre el asunto, que puede muy bien el Congreso declarar que es válida una elección en que haya habido excesos o ilegalidades, que no afecta lo ocurrido a su esencia, y sin embargo que se proceda a la formación de causa por aquellos hechos? ¿Qué inconveniente hay, pues, en aguardar a que el Congreso dé su fallo?
Lo hay, sí, muy grande en lo que el señor marqués pretende; porque ahora, por ejemplo, en que ha habido suficiente espacio para seguir una causa y sentenciarla entre el día de la elección y el en que se ha reunido el Congreso, vendría la cuestión, después de un fallo judicial, completamente prejuzgada. ¿Cómo había de sentarse aquí ningún Diputado en cuya elección se hubiera declarado por un juez, antes que la comisión hubiera examinado el acta, que había sido falsario el presidente de la mesa, que los votos habían sido nulos? Y después de esta declaración, ¿para qué venía al Congreso el acta? ¿Para qué iba a la comisión, para qué se reuniría esta a examinarla, ni se ocuparía el Congreso en discutirla? Y lo que suponemos en un distrito (porque aunque no cabe en lo probable cabe en lo posible) si sucediese en más, si en vez de uno fueran muchos los distritos en que se procediere por un ardid o maniobra de partido a la formación de causa, ¿qué sería del Congreso el día que se reuniera? Vea el señor marqués de Valdegamas las deducciones legítimas de la doctrina que ha sentado. Magistrados dignísimos han pedido la palabra, y estoy seguro de que ninguno de ellos se separará de la opinión del Gobierno; y estoy seguro también, confiado en la buena razón del señor marqués, de que cuando vea tan unánime la opinión, no podrá menos de conocer que se ha equivocado.
El Sr. marqués de VALDEGAMAS: No diré más que dos palabras, porque no me permite decir más el reglamento. El señor Ministro de la Gobernación ha presumido demasiado de sí, cuando ha presumido que podía convencerme con su discurso. Lejos de eso, lo que acaba de decir S. S. me persuade que no ha comprendido la fuerza de mis razones. El señor Ministro de la Gobernación ha dicho; que si hubiera habido un delito; si hubiera habido un juez que hubiera fallado; si hubiera recaído una pena, no hubiera podido el Congreso dar su voto libremente. Señores, si algo creo haber conseguido, es haber demostrado hasta la evidencia que cuando el Congreso falla aquí y los tribunales fallan allá, fallan cosas de todo punto diferentes. Si el candidato fuere el delincuente, S. S. tendría razón; el que es delincuente no puede ser Diputado, ni este Congreso podría decir que lo era; pero si el delito es ajeno, sólo porque se haya cometido en el acto de las elecciones, ¿qué inconveniente puede tener el Congreso en declarar que el candidato que reclama tiene la mayoría a pesar del delito cometido en las elecciones? ¿Qué inconveniente, qué incompatibilidad hay en esto? El Sr. Ministro de la Gobernación, habiéndose desviado un poco de aquella grave mesura y de aquella grave templanza que conviene a los gobiernos, mucho más cuando no ha sufrido ataques ni personales ni de otra especie del que tiene la honra de hablar ahora a los señores diputados, ha dicho que yo he faltado a los principios constitucionales y a los conservadores. Señores, yo, en este punto, no me creo en la necesidad de defenderme; mi bandera en materias políticas está muy alta; mi bandera en materia de conservación flota libre a todos los vientos; y esa bandera, ningún ministro, ningún diputado, ningún hombre puede echarla por el suelo. El señor Ministro de la Gobernación ha creído que con dar ciertos nombres a ciertas cosas era poderoso para cambiar su naturaleza; el señor Ministro de la Gobernación ha creído que por llamar homenaje a lo que es abdicación, hace que esa abdicación no exista; el señor ministro de la Gobernación se equivoca; esos homenajes cuando llegan a ese punto son siempre abdicaciones, y las de los tribunales son siempre las más peligrosas de todas. En el pueblo más libre del mundo, en en el pueblo angloamericano el poder de los tribunales está más alto que la soberanía popular, que es la más tremenda de todas las soberanías.
Dice el señor Ministro de la Gobernación: pues qué, ¿se humillan los jueces por pedir autorización al Congreso? ¿Y quién se atreve a proclamar esas doctrinas? Nadie, ni S. S. tampoco. ¿Cree S. S. que ese juez de primera instancia debe venir aquí a pedir autorización para proceder? Yo no lo creo; ese es un principio que no se ha sostenido por nadie sino por un Ministro de la nación española. Señores, he perdido ya todas las esperanzas, he visto lo único que me faltaba ver. Lo que yo sé hoy, y vosotros también conmigo, señores diputados, lo sabrá mañana la Europa, y yo me cubro la frente con mi manto, porque la Europa lo sabe. El señor Ministro de la Gobernación hubiera hecho muy bien en dejar pasar un día para hablar con sus compañeros antes de asentar el principio que todos hemos oído de su boca.
El señor Ministro ha sido impaciente, y yo no vacilo en afirmar que aun cuando el Ministerio, por no provocar las crisis, que se provocan siempre cuando hay contradicción entre sus individuos...
El Sr. PRESIDENTE: Señor marqués, está V. S. fuera de la cuestión.
Varios señores diputados: Que hable, que hable.
El Sr. marqués de VALDEGAMAS: Señores, no quiero abusar ni de la benevolencia del señor Presidente, ni de la del Congreso; pero digo que yo tengo para mí, y estoy seguro, que esa no puede ser la opinión de todos los individuos del Gabinete. Indudablemente ya lo sostendrán todos; a esto estamos acostumbrados; pero digo que principios como los que ha sentado aquí el señor Ministro de la Gobernación, no se han sentado nunca por ningún ministro en ninguna nación en el continente europeo. No digo más, porque no quiero fatigar a los señores diputados, ni abusar de la benevolencia del señor Presidente.
El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (conde de San Luis): Señores, le ha ofendido sin duda al señor marqués de Valdegamas, a juzgar por el tono con que ha contestado a mi corto discurso, el que yo haya dicho que S. S. ha sentado aquí principios poco conservadores y poco constitucionales. S. S. ha hecho de esta proposición una deducción muy inexacta; ha creído que yo trataba de presentar a S. S. con su bandera rota. De ninguna manera he intentado inferir ese agravio al señor marqués. Porque un individuo en una cuestión aislada asiente principios que no estén en consonancia con las doctrinas que profesa como hombre político, no por eso rompe su bandera; es que se ha equivocado en una cuestión; lo que aquí debe examinarse es si al decir yo que S. S. ha sentado principios poco conservadores y poco constitucionales, lo he probado o no. Si por ventura lo he probado, no he inferido agravio ninguno a S. S., sino que habré podido demostrarle un error; si no lo he probado, entonces la calificación que he dirigido sobre el señor marqués de Valdegamas se vuelve contra mí, porque siendo los principios opuestos, quiere decir que si S. S. Acierta, soy yo el que ha sentado principios poco constitucionales y poco conservadores.
S. S. ha juzgado los míos tan erróneos, tan malos, tan escandalosos, que creía que no podrían aceptarlos mis compañeros. Yo le garantizo al señor marqués que mis compañeros profesan los mismos principios que los míos, sin que nos hayamos puesto de acuerdo en esta cuestión; si cada vez que el Gobierno emite aquí ciertas doctrinas tuviera que combatir antes las opiniones de sus individuos, entonces no sería Gobierno, sino una reunión casual de varias personas: ya sabemos bajo qué principios caminamos, y no es posible que ningún individuo del Gabinete actual piense de una manera distinta en una cuestión tan grave y tan capital. Me ha querido presentar el señor marqués como si estuviera completamente aislado en esta cuestión. ¿En dónde está ese aislamiento? Por de pronto los interesados mismos, el juez y el promotor fiscal que han dado margen a esta cuestión, han opinado como yo, y en contra de lo que opina el señor marqués de Valdegamas. Después, señores, la comisión del Congreso, compuesta de dignísimos Diputados, perteneciendo muchos de ellos a la carrera del foro y de la magistratura, ¿no han opinado como yo? Después de esto, ¿no se ha levantado un dignísimo magistrado de la audiencia de Madrid, porque este carácter tiene fuera de este sitio... (Varios señores diputados pertenecientes a la magistratura): Todos, todos.
El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (conde de San Luis): Pues siendo todos, señores, mis palabras no harían más que debilitar el efecto de una demostración tan elocuente, y no debo continuar.
(Se concluirá).
SECCIÓN COLONIAL.
MÁS SOBRE LA CUESTIÓN ECONÓMICA ENTRE PUERTO RICO Y SANTANDER, Y NECESIDAD DE QUE EL GOBIERNO SOSTENGA ENÉRGICAMENTE LAS RECLAMACIONES DE LAS DIGNAS AUTORIDADES DE AQUELLA ISLA.
Dos puntos vamos a abrazar en esta sección: las reformas que deben establecerse en los aranceles de Puerto Rico, y el vuelo que tomó en Cuba la prosperidad del país luego que llegó a vencer el gran principio de su libertad mercantil. Nos ocuparemos de lo primero en este artículo: trataremos de lo segundo en el siguiente y en otros sucesivos. Concretándonos por ahora a Puerto Rico, nuestros lectores recordarán cuan extensamente hablamos de esta isla y de su combatida cuestión sobre las harinas de Santander en el número 7.° del mes de noviembre, pág. 293 del tomo primero de esta publicación. Allí expusimos largamente los principios de la ciencia, y allí los apreciamos también con el criterio que presta la misma, y la fuerza que dan la justicia, la razón, la nacionalidad y la más conveniente de las causas.
Volvimos a hablar en el número 11 del disgusto que se había apoderado de los habitantes de Puerto Rico con el motivo de la orden pasada a aquellas autoridades mandando suspender con informe, los efectos de las reformas que la junta de aranceles y la directiva de Hacienda había dispuesto en los particulares de aquella isla, después de oír el dictamen de los empleados de más ilustración, el de los comerciantes y de los hacendados, sin olvidar el respectivo del Sr. conde de Villanueva; y a estos números remitimos al lector que quiera refrescar las ideas y partir del notable documento que estampamos en el último. Hoy sólo nos toca agregar, que al disgusto de nuestros hermanos ultramarinos, se ha unido como consecuencia, el contento que han reportado los isleños daneses de San Tomás, porque en la suspensión del derecho de las harinas ven la desaprobación de los aranceles, y que per su medio, podrán continuar lucrando con su principal mercado de Puerto Rico. Así es, que a las desagradables reclamaciones de nuestra isla unen ellos sus festines para celebrar las medidas de nuestra metrópoli, y las cartas hablan de almacenes que han consumido en aquel puerto cuanto surtido tenían de Champagne para brindar a favor de una suspensión presentada entre la espuma de sus copas, como conseguida de un modo que no podemos creerlo, porque amamos mucho a nuestra patria para pensar siquiera en semejante afrenta. Mas lo cierto, lo triste cierto es, que en Puerto Rico se han dejado ver las mejoras al hacer las nuevas tarifas, y que habrá que llorarlas mañana, si es consecuencia de su suspensión, el que al fin no sean aprobadas. Esto entonces sería fatal para la metrópoli y de peor efecto para aquellos habitantes. Esto por lo tanto no podrá suceder: esto no lo podemos esperar. Las antiguas tarifas hasta 1.° de octubre último han estado en vigor, y mientras han regido, ellas han sido un estorbo para la riqueza de la madre y de la hija, y sólo han servido para ser el más envidiado trofeo de San Tomás, el que quitándole a Puerto Rico su natural mercado, se ha constituido en el Gibraltar de las Antillas del Sur, así como lo sería Puerto Rico con sus diferentes elementos, con su riqueza territorial.
¿Y es posible que el Sr. Ministro de Hacienda, Presidente hoy del Consejo de Ministros cierre de este modo los ojos a la luz para no ver la que ya aquel país desea, la que ya nuestra patria necesita? No nos lo prometemos así de su ilustración, y si de su justificada conducta ha sido suspender las reformas a reclamaciones de cierto género, y pedir informes sobre interesadas quejas; de su deber es también sostener y dar la razón a quien mejor la invoca. No nos prometemos del gobierno de S. M. otra conducta. Hoy cuenta por fortuna como uno de sus miembros al Sr. Conde de Mirasol (1: Escribíase esto un día antes que el Sr. Conde saliese det Ministerio.); pues bien, el Sr. Conde de Mirasol participa por experiencia propia de estas mismas ideas, y el que extiende estas líneas ha tenido el honor de saber en esta parte su observación ilustrada. Pero para concluir, y antes de poner a continuación el documento que acabamos de recibir y que más que nosotros podrá convencer a cuantos de estas materias se ocupan, sólo añadiremos aquí estas cortas palabras. Por valor de siete millones de duros es el de las mercancías introducidas por San Tomás para su venta en la isla de Puerto Rico. Ahora bien: ¿no estarían mejor estos derechos en las del último puerto para cubrir sus atenciones, las más apremiantes de sus aprestos militares cuando de invasiones se trata, y para mandar un sobrante (si ser pudiera) a esta patria común, en vez de tener que acudir, como en no remotos días sucedió, a las arcas de la Habana para cubrir sus más precisas necesidades? Pues la aprobación de las tarifas propuestas envuelven tanto bien. Nuestros lectores podrán leer a continuación la razonada exposición que se acaba de elevar allí con este motivo.
SEÑORES PRESIDENTE Y VOCALES DE LA JUNTA DE ARANCELES.
La comisión nombrada para informar sobre lo dispositivo en la tarifa nueva con respecto a las harinas de trigo, se propone desempeñar este encargo del modo leal y franco que acostumbra, y que de suyo requiere una materia importante, oscura, sujeta a errores, y acaso desfigurada de intento por las sugestiones del interés privado; ha releído detenida y escrupulosamente la serie de las operaciones de la junta de Aranceles y las actas donde están consignadas: ha recordado los antecedentes y conflictos de que proceden, y en todo ello halla probados hasta la evidencia estos dos particulares. Primero: La necesidad, solidez y conveniencia en que descansa la reforma impugnada por la junta de Comercio de Santander. Segundo: la inexactitud de las razones, que esta corporación expone a S. M.; y creyendo que no necesita de largos raciocinios para presentarlos bajo su verdadera luz, serán muy breves sus reflexionas, que versarán sobre aquellos dos puntos.
Cuatro objetos grandiosos, difíciles de conciliar, pero vitales para la isla había de comprender y llenar la reforma de los aranceles. Primero, proteger franca y decididamente nuestra agonizante agricultura. Segundo, estimular el comercio directo para salir de la vergonzosa dependencia de San Tomás. Tercero, fomentar el comercio nacional por los medios posibles; y cuarto, aumentar los ingresos del real erario que no tenía con que cubrir sus graves y apremiantes atenciones.
Para proveer al primero de estos particulares era preciso conceder a la agricultura la libre exportación de sus productos a fin de que los pudiese presentar con ventajas en los mercados extranjeros, que es donde casi todos se consumen hoy; rebajar el derecho de los artículos de primera necesidad con que se sostiene; dar libres de importación algunas máquinas y utensilios de labranza: era además indispensable provocar de los extranjeros, únicos consumidores de sus frutos más importantes con el aliciente de una prima a merced del exportador. Para estimular el comercio directo se establecieron derechos diferenciales a favor de las importaciones de países productores, halagándolas a la vez con la prima de que estaban excluidos los países improductores: esta utilidad prometida era común a los nacionales y extranjeros, pues habiéndola limitado en favor de aquellas con reparación de los últimos, era forzoso que el fin de la medida quedase ineficaz en sus efectos, siendo los extranjeros los principales sostenedores de nuestras tareas agrícolas y de nuestros vínculos comerciales.
Para fomentar el comercio nacional bastaba el goce del derecho protector designado en los aranceles sobre el de los beneficios que explica el párrafo próximo precedente; derecho protector que es en realidad un sacrificio para la isla, porque casi ha producido la exclusión indirecta de la harina extranjera, como más adelante se notará: derecho que todo redunda en provecho peculiar de los comerciantes de Santander, que son los que únicamente introducen hoy ese artículo. Pero restaba que vencer la dificultad más poderosa y coactiva, la de hacer cubrir los ingresos reales cuando menos a la totalidad de 1.200.000 pesos que era necesaria para cubrir los gastos ordinarios de la isla sin tener que retrasar el sueldo a los empleados, como ha sucedido ya más de una vez, o lo que es peor, que ocurrir a préstamos o contribuciones difíciles de satisfacer y de que pudieran originarse muy onerosas y trascendentales consecuencias. Las balanzas mercantiles publicadas por esta Superintendencia hasta el año de 1846, designaron un ingreso por virtud de las harinas extranjeras, ascendente a más de 200.000 pesos. Después las harinas nacionales empezaron a colocarse ventajosamente en esta isla, de tal suerte, que la importación de las extranjeras en el año de 49 ha sido casi nula; de aquí se sigue que en los ingresos de este artículo había de encontrarse un déficit de poco menos de 200.000 pesos; déficit que seguramente será mayor en el presente por la ausencia total de la extranjera. Para cubrir esta gruesa suma y además la baja natural que habían de ocasionar las concesiones y franquicias acordadas a la agricultura y al comercio directo, fue indispensable elevar los aforos de los artículos de lujo el derecho de las harinas españolas en lugar de los doce reales impuestos en el arancel que se reformaba; porque con este aumento se había de mejorar la situación del real Erario, y disminuirse el precio del pan para los habitantes de la isla, pues así les costaría más barato que cuando la harina extranjera se importaba pagando el derecho real de cinco pesos. La comisión informante cree que la junta de Aranceles no podía adoptar otros medios más acertados, si se consideran las graves dificultades que había de arreglar; los escasos recursos de la isla y las circunstancias especiales de su mercado, de su agricultura e industria: nada olvidó de cuanto podía contribuir al completo logro de sus fines: su obra fue acogida por las autoridades y celebrada por el público, que en ella veía la salvación de su vida, el remedio de su penuria, el renacimiento de sus esperanzas y la posibilidad de un porvenir más halagüeño: sólo se ha tachado hasta ahora por la junta de Comercio de Santander sin asistirle el más leve motivo de queja, cuando sólo esa provincia recoge hoy los beneficios otorgados al comercio nacional por aquellos aranceles; cuando se halla en aptitud de perfeccionarles si quisiera, abandonando los antiguos carriles por donde ha dirigido todas sus especulaciones mercantiles. La comisión va a probar estas verdades entrando en el segundo miembro de su informe.
En virtud del arancel de 1835, las harinas españolas pagaban por derechos reales en bandera nacional 75 cs. y en otra bandera cuatro pesos: las extranjeras en su propia bandera cinco pesos y en la nacional cuatro: resulta pues un derecho protector de 4 pesos y 1/4. Según la tarifa de 1850 debe pagar la española en su bandera tres pesos; en la extranjera cinco: y la extranjera en la suya siete y en la nacional cinco: hay por tanto un derecho protector a merced de la española de 3 y ¾ pesos: así se ve demostrada la falsedad de la acusación de la junta de Comercio de Santander sobre que ya no existe en esta isla el derecho protector: así se advierte destruido uno de los principales fundamentos de su sentidísima alentada solicitud al Gobierno supremo. La comisión informante no puede dejar correr desapercibida otra inexactitud de aquella misma junta: dice esta para ameritar sus propósitos, que los buques españoles pudieran cargar en los Estados Unidos de harina; y entonces sólo pagarían tres pesos por cada barril, como sucediera si este artículo fuese un producto nacional. Sin duda ignora u olvida que el gobierno de aquellos estados, tan celoso de sus intereses comerciales, como implacable contra los que los ofenden en lo más mínimo, cobra a todo buque español que se dirige a estas colonias un derecho de exportación igual a la diferencia que en ellas sufren sus producciones: por tanto el artículo de que se trata, conducido en buque español ninguna ventaja proporcionaría; pues costando aquí cinco pesos por su importación y allí dos por su exportación, la suma de esas dos partidas habrá de montar a siete pesos que son los que se cobran a la harina extranjera introducida bajo pabellón de la misma calidad, ¿Dónde está pues el beneficio que se recomienda y la falta del derecho protector con que arguye la junta de Santander? ¿Dónde el agravio que figura y con que hasta acrimina a los primeros jefes de la isla?
Si se considera bien la estimación que en los últimos años han merecido en esta colonia las harinas de Santander sobre las extranjeras por las mayores ventajas que brindan, relucirán con más distinción la falacia y la injusticia producidas por la junta citada. Cuando se redactó el arancel de 1835, concediéndose allí el derecho protector de 4 y ½ pesos, hubo de atenderse al alto costo que entonces tenían las harinas nacionales, a su inferior calidad, al desmérito de un peso sobre cada barril con que aquí corrieran; mas en el día, cuando se embarcan al mismo precio que las extranjeras, cuando su calidad en nada cede a la de estas, y cuando los consumidores las prefieren a las otras por su mayor rendimiento, pagando la demasía de un peso sobre el valor de las últimas, será preciso convenir en que el derecho protector de 3 y ¾ pesos dispensado por la tarifa malhadada de 1850 es más provechoso y pujante que el de 4 y ¼ señalado en la anterior: ese derecho no sólo subsiste en Puerto Rico, sino que se ha mejorado y crecido sobremanera; y tanto que en el día, y desde muchos meses atrás, apenas se introducen harinas del extranjero, como lo patentiza el documento fehaciente que se acompaña bajo el número 1.
El recargo impuesto a las harinas en los nuevos aranceles, guarda con muy corta diferencia la misma proporción establecida en los de 1835; consiste en cuatro pesos para las extranjeras sobre el de las nacionales. V. S. Ilma. sabe que en esta plaza determina el valor del pan el ayuntamiento; el precio de las harinas pertenecientes a los Estados Unidos no puede ser el de diez pesos que es el en que se venden las de Castilla: porque en él no caben los cuatro o cinco pesos que cuesta allí el artículo antes de una exportación; los siete pesos del recargo, los gastos además de flete, acarreto (acarreo), almacenaje, etc.: era preciso que estas harinas buscasen otros compradores, y así ha sucedido, con quebranto de los intereses materiales de la isla, que no satisfaciendo los de los Estados Unidos adonde casi exclusivamente se exportan sus frutos, de donde vienen las máquinas y utensilios necesarios para el sostén y progreso de su agricultura, se minoran y dificultan, debilitando las únicas relaciones que pudieran animar su desaliento, despertar su industria, y subvenir a todas sus necesidades: no podía ocultarse a la ilustración de la junta de Aranceles ese triste resultado, ese gran sacrificio; pero un sentimiento de nacionalidad se lo imponía como una de aquellas obligaciones que se sobreponen al temor de la muerte: quiso sin embargo encubrir esa exclusión indirecta de las harinas extranjeras con velo de aparente justicia para no irritar al gobierno de los Estados Unidos en términos de que usase de duras represalias, funestísimas al pobre comercio y a la naciente industria de la isla. Si la junta de Santander en lugar de producir a S. M. una queja gratuita e infundada llena de acriminaciones virulentas, y de inexactitudes risibles, hubiera pretendido y alcanzado del Gobierno Supremo que el azúcar de Puerto Rico, cuyo precio primitivo es de tres pesos, no se aforase en las aduanas peninsulares a ocho pesos fuertes como se afora en ellas por el arancel vigente de 26 de agosto de 1848 todo el procedente de las Antillas españolas; que sobre un verdadero valor se cobrase un derecho proporcionado a su calidad y no un 40 por 100 que paga la introducción; entonces hubiera adunado los intereses agrícolas y comerciales de su provincia con los de esta colonia que también son nacionales; y entonces los comerciantes de Santander, en cambio de sus harinas encontrarían aquel artículo valioso y exportable con que retornar al punto de su partida, pudiendo utilizar con más frecuencia el derecho de primera, con mayores lucros para ambos puertos españoles.
Si los comerciantes de Santander trajesen sus harinas y en vez de extraer en metálico el valor de ellas para gastarlo en otros puntos extraños, como lo hacen hoy lo empleasen reproductivamente en frutos del país, obtendrían el beneficio de un 5 por 100 sobre el precio de sus importaciones, y reducirían así el número de impuestos, que tanto abultan, a dos pesos tres reales macuquino; sobre los cuales aún ganarían un 14 por 100 por la diferencia de la moneda respecto de la que circula en aquel puerto y en las de todos los mercados. Pero o no quieren o no pueden aprovecharse de estas ventajas: si lo primero perjudica al país con la no exportación de sus frutos, con la saca de su moneda, con transacciones lejanas que pudieran ser fatales a sus pobres medios de subsistir; la culpa era de ellos y no de los aranceles que tienden a crear relaciones mercantiles más íntimas y extensas entre esta colonia y la metrópoli, muy propicias al desarrollo de la industria nacional: si lo segundo, obren para remover los obstáculos; y si a pesar de sus gestiones no les fuese dable recabar el logro que propongan, sufran pacientes las consecuencias ingratas de causas insuperables, y esperen como los habitantes de esta isla mejor oportunidad, tiempos más felices para vencer todos esos estorbos, que nuestra pobreza y destitución de recursos nos ofrecen ahora. Pero ¿dónde están esos obstáculos que impidan o desunan los intereses y utilidades explicadas en el párrafo próximo anterior? A la comisión informante no se le oculta que es necesario allanar el camino de las especulaciones españolas, removiendo las trabas y tropiezos que lo dificultan; pero entiende que mientras se alcanza ese fin, los nuevos aranceles son capaces de producir al comercio nacional resultados, si no tan provechosos como los que son de esperarse, par lo menos mayores que los que hasta ahora se han conseguido. Si nuestro azúcar no es exportable en la actualidad para los puntos de la Península, por los derechos crecidos de introducción que en todos ellos se cobran, bien pudieran los buques de Santander trasportar ese y otros frutos del país a los mercados extranjeros, de donde aprovechando también las franquicias de las tarifas nacionales, retornaran al primitivo puerto de procedencia con las mercaderías que se necesitaran allí: sobre la utilidad del derecho de prima y del protector que les dispensan los aranceles actuales de que se quejan, lograrían otros no despreciables, sin contar con la mayor amplitud de sus relaciones, ni con el creador estímulo de la ganancia que ese movimiento despertaría en los habitantes de la isla, ni con otras infinitas ventajas que habrían de concurrir al engrandecimiento y ventura de los pueblos españoles.
La junta de Comercio de Santander, no utilizando los palmarios provechos que presentan al comercio nacional, esta isla echa de menos las que no se le han podido conceder: no advierte que es una especie de egoísmo abominable y un hecho contradictorio de la nacionalidad en que apoya su exposición, exigir de sus hermanos favores que habían de costarles la cabal pérdida, no ya de sus medios de subsistencia, sino hasta de sus esperanzas de mejorar de suerte. Puerto Rico no ha podido contribuir por ahora a la industria nacional sino con las gracias que señalan las tarifas: conoce el principio protector dentro de los límites de un poder, el cual no le permite larguezas imprudentes que consumieran sus gastadas fuerzas, y lo sumirían en la miseria y desesperación: no le es dable vencer las circunstancias que se oponen al establecimiento de un comercio exclusivo, único con la madre patria, según quisiera, porque recibe sus elementos de vida del extranjero, y negarse a llenar las relaciones mercantiles de este, sería violar la primera ley de la naturaleza, la de su propia conservación; sería un acto de insensatez que a nadie aprovechara, que reprobarían los buenos españoles, sería... coadyuvar a las miras de los que intentan su ruina y desolación.
Por eso se ha visto en la forzosa necesidad de otorgar la protección posible debida al comercio nacional, sin concluir el extranjero que le sirve para fomentar su agricultura, para entretener su mezquino tráfico, para ocurrir a sus primarias urgencias, para poder esperar un tiempo más feliz; en suma, para poder existir y pertenecer a su nación a quien ama sobremanera: cuando sus facultades acrezcan, cuando se correspondan los intereses de la Península con los suyos, entonces y sólo entonce podrá otorgar con mano larga las liberalidades que la junta de Comercio de Santander pretende desde ahora con tanta precipitación como imprudencia e impiedad.
La comisión informante cree que por poco que se medite acerca de los motivos de la disposición resistida por aquella junta, siempre habrán de relucir estos extremos: primero, la importancia de la isla para obrar de otra suerte sin comprometer su existencia;, segundo, el sacrificio de sus conveniencias particulares en favor del comercio nacional; tercera, la ventaja que aquel sacrificio produce a este, por lo menos en cuanto a la importación de harinas; cuarto, la injusticia y hasta ingratitud de la corporación querellante, la cual injuria por lo poco, que no se le podía conceder, y no agradece lo mucho que hoy obtiene, y a que más adelante podrá esperar.
La comisión entiende que la parte gravosa, que para el comercio nacional pudieran contener los aranceles de 1850, es muy pequeña, y que sobradamente se compensa con las utilidades que van expresadas, con las que resultan a la isla, con las que de esta podrán esperarse en lo venidero: piensa que si esta parte gravosa, aun prescindiendo de los beneficios con que se cubre, fuese un mal, este mal sería inevitable porque nace de la necesidad.
Es cuanto puede informar a VSS. para su mejor resolución. Puerto Rico y Noviembre 28 de 1850. = Juan Bautista Sampayo. = José R. Fernández. = Francisco Izquierdo. - Félix Arxer.
DE QUE LA PROSPERIDAD MATERIAL DE LA ISLA DE CUBA SE DEBE CASI EXCLUSIVAMENTE A LA PROCLAMACIÓN DE SU LIBERTAD MERCANTIL. - CAUSAS EXTRAORDINARIAS Y FUNCIONARIOS QUE MÁS CONTRIBUYERON AL COMPLETO TRIUNFO DE ESTE GRAN PRINCIPIO ECONÓMICO.
ARTÍCULO V.
La isla de Cuba, como ya lo dejamos indicado en uno de los artículos anteriores, no fue considerada en muchos años después de su posesión por la nación española, sino en razón de su situación geográfica y de su importancia meramente militar, luego que se descubrió el reino de Nueva España, y con él el cebo de su mayor riqueza para los que no podían saciar su sed metálica en los veneros más trabajosos que las minas cubanas ofrecieran (1).
(1) Hablando Oviedo de Cuba, al capítulo tercero, libro décimo tercio de su Historia de las Indias, así dice: "Pero ya en estas villas (Habana, Trinidad, Puerto Príncipe, Ballamo (Bayamo) y Santiago de Cuba) hay muy poca población, a causa que se han ido los más vecinos a la Nueva España y a otras tierras nuevas; porque el oficio de los hombres es no tener sosiego en estas partes y en todas las del mundo y más en aquestas Indias. Porque como todos los más que acá vienen son mancebos y de gentiles deseos, y muchos de ellos valerosos y necesitados, no se contentan con parar en lo que está conquistado."
En otra parte de esta misma obra, cap. 4.°, libro 17, segunda impresión de 1847, así se expresa hablando de la propia isla: "Aunque se han hecho muy bien las cañas y se hacía el azúcar como el de acá (escribía en Santo Domingo), no se han dado a ello a causa de estar cerca el fin de aquella isla de la Nueva España; en especial, como tengo dicho, desde allí se hizo el primer descubrimiento; y desde allí salió la segunda armada con el capitán Juan Grijalba, y la tercera con el capitán Fernando (Fernán) Cortés, y la cuarta con el capitán Pánfilo Narváez; y todas cuatro por mandado del teniente Diego Velázquez. Cuasi se despobló la isla de Cuba: y acabóse de destruir en se morir los indios por las mismas causas que faltaron a esta isla española, y porque la dolencia pestilencial de las viruelas que tengo dicho, fue universal en todas estas islas."
Esto ha sido de todos tiempos y de todas las sociedades, y hoy mismo corren desalados los aventureros de todas las partes del globo para caer a bandadas sobre las Californias, en busca del oro y la fortuna. Quienes hayan sido más interesados o morales, quienes más morigerados o rapaces, si aquellos o los presentes; los asesinatos, los incendios y los escándalos que los periódicos nos trasmiten de lo que hoy pasa sobre aquellas afortunadas tierras, se encargan de decirlo por nosotros. Oscura por lo tanto y casi pobre permaneció la isla de Cuba por el espacio de cerca de dos siglos, pues que si algunos de sus habitantes mantuvieron en ella ciertos lucros, lo hacían brindando a costa firme, no lo que llamamos hoy sus producciones propias, sino el producto de su industria, reducida por entonces a cueros y pellejos, o exportando cuando más sus maderas, en retorno de algunos líquidos y harinas. Así continuó bastante entrado ya el siglo XVIII, en que agregó a la cría de sus ganados el cultivo del tabaco y de la cera, cuya última producción se cree la introdujo de las Floridas. Casi nulo era su movimiento mercantil, y si dio algún paso más en la senda del ultramarino comercio, tuvo que hacerlo bajo la tutela de ruinosas compañías (1), cuyo monopolio fue y será siempre opuesto a la vitalidad de los cambios y al principio multiplicador de los productos.
(1) La Real compañía de la Habana no ofreció en los catorce años de su existencia ventaja alguna al país. Por sus registros y otros documentos consta que en su miserable época sólo venían de España para la provisión de la isla tres embarcaciones por año; que la extracción del azúcar no llegaba nunca en el trienio a 22.000 arrobas, y que por todos derechos entraban en cajas reales, menos de 300.000 p. f. (La Sagra, artículo de comercio.)
Y después que por las concausas que dejamos referidas, y otras que apuntaremos más adelante, se principió a anatematizar este maléfico sistema; después que semejantes trabas comenzaron a desligarse por los reglamentos de 24 de agosto 1764 y 1765; todavía en 1769 a 1774 el valor de sus importaciones y exportaciones estaba reducido al siguiente estado, según los documentos más antiguos que presenta el Sr. La Sagra.
Años Importación Exportación
1769 1.527.258 615.664
1770 1.292.530 759.426
1771 1.283.291 786.003
1772
1775
1774 6.857.395 3.593.939 4
Totales 10.960.474 5.775.032
Año común 1.826.746 969.173
Es verdad que dichas franquicias contribuyeron a este progresivo curso que se nota ya en los valores de los últimos años; pero todavía no eran el resultado libre y completo de los que después ha llegado a alcanzar con una aplicación más franca. Por estos días, reglamentos semejantes, aunque permitían el comercio a todos los vasallos de España y sobre toda especie de frutos y mercaderías, tanto nacionales como extranjeras, exceptuábase de entre las últimas los vinos y licores; y así si removían por una parte los entorpecimientos anteriores de reconocimiento de carenas, habilitaciones, licencias para navegar y otras exigencias; dejaban en pie por otra la provisión de comerciar con extranjeros en las Indias, y la necesidad de salir precisamente de un número de puertos habilitados, que en la Península como en Mallorca y Canarias, gozaban de este privilegio, a semejanza del que habían tenido solos por largo tiempo Cádiz y Sevilla. Estos reglamentos, por último, sobre continuar prefijando otras varias restricciones, ahogaban con sus preceptos el raudal de bienes que produce el particular interés a sí propio abandonado, y si su modificación era ya preludio de la abundante cosecha que se iba a alcanzar más adelante, dejaban rastrear, aun en sus cortapisas, las mal extendidas huellas de los antiguos errores.
Y si había esta mayor libertad para un número mayor de súbditos y de provincias peninsulares, ya destruyendo el monopolio de un puerto y de unos cuantos matriculados, ya produciendo para América una exportación más considerable; fácil es conocer también, que el consumidor no satisfacía esta exportación sino muy cara, pues que tenía que pagar los muchos rodeos del productor antes que llegase a su mercado cualquiera efecto, rodeo que le aumentaba crecidamente su precio, pues que el comerciante español, además de su material ganancia, tenía que sacar a veces del bolsillo del americano, las utilidades del fabricante extranjero y sus adeudos en los puertos de la Península, con otros gastos y gabelas que formaban una mitad más de su valor absoluto. Pero descendamos ya a la época en que acabaron de triunfar los buenos principios, al quinto periodo de su libertad mercantil y completa, a esa época cuyos frutos tocamos, siendo ellos la única fuente y origen del aumento de sus rentas y de su prosperidad actual.
Sí, el triunfo de un buen principio en lo económico le ha conquistado su engrandecimiento mercantil, y esta es la dicha que desde entonces acá viene alcanzando. ¿Y por qué no se le han aplicado otros tan regeneradores en su régimen moral y administrativo? Mas nosotros nos olvidamos con esta pregunta de que aquí sólo reseñamos la conquista de su libertad de comercio, sin poder traspasar el límite de sus vicisitudes económicas.
"La Historia de la Isla de Cuba (dice un autor ya citado copiando a otro) no principió realmente hasta el año de 1778, época en la cual se rompe la cadena que tenía atados los elementos de su riqueza. Desde entonces la animación reina en todos sus puertos, y el comercio circula por todas sus costas. A partir de este año la prosperidad de la isla ha sido siempre creciente, pero de veinte años a esta parte (escribía en 1826) es cuando esta prosperidad ha tomado un incremento tal, que no debe ya retrogradar."
Pues bien, trabajo nos cuesta exponerlo, pero es de nuestro imparcial estudio el confesarlo. En la isla de Cuba, tanto el principio de esta libertad mercantil, como la vida comercial que le ha dado su complemento, con los bienes que en población y en adelanto social ha retribuido, consecuencia esto último de la influencia y del triunfo de este mismo principio; todo esto, más bien que a su régimen y previsión gubernamental, lo debe a los extraños e imprevistos sucesos que han tenido lugar a su alrededor y que han sido como las causas primeras que han impulsado sus resultados: sí, porque la isla de Cuba por una cadena de estos acontecimientos ha convertido desde el principio del siglo actual en provecho propio, los mismos sucesos que han sido para su metrópoli pérdidas y desdichas, lo probaremos. La propia guerra de la Inglaterra con España a la conclusión del siglo anterior, y la incomunicación que por ella debieran sufrir sus puertos, obligó a sus autoridades el que permitieran entrar de los Estados Unidos varios artículos de su consumo, prohibidos antes muy severamente, y de este modo, semejante necesidad fue como el crepúsculo que alumbró en donde se encontraba el buen principio, y la que preparó para más tarde el camino por donde se había de recabar por completo su goce y su perpetuidad. Así fue, que andando el tiempo y después de varias contradicciones, no pudieron menos los jefes de esta misma isla que suplicar de una real orden que dispuso quedase sin efecto la de 18 de noviembre de 1779, súplica que fue coronada con un éxito feliz, aprobando al fin S. M. dicha disposición y dando el reglamento de 8 de enero de 1801, por el que ya se toleraba el tráfico libre, suspirado empeño de los reclamantes. Y a esta disposición, digna por cierto de los consejeros ilustrados que la dictaron, se siguieron otras y otras no menos fecundas, como la excepción de derechos a los ramos principales de aquella agricultura y la libertad de montes y plantíos, sobre la Real Cédula ya dada desde el 21 de octubre de 1817 para que estuvieran libres del diezmo los frutos que produjeran las tierras de primer rompimiento, destinadas a la siembra del algodón, añil, café y tabaco por el espacio de quince años. La población, también por este impulso de fortuitas causas, correspondió en su aumento a los indicados fines, y la pérdida de las Floridas, la explosión de Santo Domingo, y la pérdida de los dominios españoles en el continente vecino, todo hizo atraer hacia esta isla una infinidad de brazos y capitales que de aquellas revueltas huían, y todo, repetimos, contribuyó al mayor fomento de sus ingenios y cafetales, cuyos ramos con el tabaco, se fueron cada vez más aumentando.
Para concluir: en 10 de febrero de 1818 quedó ya confirmado y sistematizado amplia y competentemente el principio de la libertad mercantil en la isla de Cuba, cuya conquista pregonará en adelante la historia, con los nombres respetables de un D. Luis Lascasas, D. José Pablo Valiente, D. Francisco Arango, D. Alejandro Ramírez y D. Claudio Martínez de Pinillos actual conde de Villanueva, (1) los que sosteniendo con porfía el bien que trataban de conseguir con la victoria, la gustaron varias veces para perderla otras entre la lucha, si bien la sostuvieron siempre con constancia, hasta que lograron fijarla en provecho de aquel país y de nuestra patria, del modo más completo.
En el artículo próximo hablaremos con más gusto todavía de las ideas elevadas y generosas que dominaban por aquellos días en el ánimo de algunos de estos personajes y de cuyo influjo participaron los gobiernos y hasta el Monarca mismo que tan restrictivos aparecieron después para el orden político y económico de nuestra península, reducida hasta la muerte del último al aislamiento y la humillación en el exterior, y al atraso y la muerte en el interior.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
(1) Este último, como el postrero a quien cupo la suerte de llevar a cabo y perfeccionar las ideas y doctrinas que había bebido en las fuentes de los Valientes, Arangos y Ramírez, merece aquí un particular recuerdo, no sólo por las trascendentales medidas con que complementó este sistema de liberal traficación, sino por lo injusto que aparece contra el mismo un historiador como el Conde de Toreno, cuando lo pinta como un intrigante en la sorpresa que dice pretendieron hacer sobre este punto los diputados americanos a la regencia provisional en 1801, ayudado del obispo de Orense. Y no se crea que al hacer esta simple rectificación vamos a aumentar el número de sus apologistas en contraposición de sus detractores.
Sobre esta personalidad creemos se han equivocado mucho el interés y las pasiones. Unos y otros han confundido siempre sus situaciones políticas con sus principios económicos, y unos y otros, o han pecado de exageración en su alabanza, o han deprimido con injusticia su fidelidad y su mérito. Nosotros que nos hemos acercado sólo a su amistad digna e independientemente, estamos en el caso de poderlo así asegurar.
Por lo demás, el sabio Humbatt le alabó por dos veces bajo el aspecto económico en sus obras; y si el Conde de Villanueva en la época a que se refiere el de Toreno quiso hacer prevalecer sus ilustradas ideas en este punto como comisionado del ayuntamiento de la Habana, tenemos entendido que su personalidad fue allí casi extraña a la conducta de los diputados americanos.
SECCIÓN LITERARIA.
TALAVERA DE LA REINA Y EL P. JUAN DE MARIANA.
Entre la serie de artículos que venimos consagrando en esta sección a la revista de nuestros poetas ultramarinos, intercalaremos otros (como lo leemos ya) de literatura en general, y de este modo participarán por igual nuestros lectores, tanto los de aquende como los de allende, de lo que más debe afectarles su natural predilección. Hoy, pues, interrumpimos nuestra reseña de los poetas cubanos, para hablar de cierto acto de un hijo de este país, y que no por ello es menos entusiasta de las glorias de la madre patria, queriendo perpetuar en el pueblo con que encabezamos este artículo la respetable memoria del Tácito español... el P. Juan de Mariana. (1)
Y decimos esto, porque nuestro ilustrado amigo el señor D. Andrés Arango trata de llevar a cabo en este punto, auxiliado de su Ayuntamiento y personas notables, el nacional proyecto de elevarle una estatua, como no hace mucho que le dedicó a su costa la lápida que anuncia tuvo allí su nacimiento, y de cuya función hablaron detenidamente los periódicos (2).
(1) Llegó a tal punto la reputación de este historiador, que de él llegó a decirse: "Roma tiene un medio historiador, España uno, y los demás pueblos ninguno." Con lo primero se aludía a los anales incompletos de Tácito, a quien trató de imitar en su estilo conciso, superándole en lo sentencioso.
(2) Hé aquí lo que por entonces dijeron!
Escriben de Talavera de la Reina con fecha 8 de diciembre anterior:
"Hoy se ha celebrado con la mayor solemnidad el acto de la colocación en la fachada de las casas consistoriales, de una preciosa lápida de mármol blanco, adornada con elegante orla de hojas de laurel y letras de oro, en que se encuentra la siguiente leyenda tan oportuna como sencilla:
A la memoria
del padre Juan de Mariana
de la Compañía de Jesús.
Nació en esta villa año de 1536.
Murió en Toledo en 1623. (16.11.1624)
Tributo de respeto y de admiración
de Andrés de Arango.
Siendo corregidor D. Juan Bautista Granés.
1850.
"El ayuntamiento dispuso que se celebrase una solemne misa cantada en la Colegiata, con asistencia del cuerpo municipal, de toda ceremonia y concluido el acto religioso y formado el ayuntamiento, precedido de su guardia municipal y de la rural, todos uniformados y llevando a la cabeza los maceros, al romper el repique de las campanas de la Colegiata y a una señal del señor corregidor, se corrió una cortina de damasco rojo que cubría la lápida."
Para esto trata el señor Arango de abrir una suscripción voluntaria en todo el reino, y nosotros no dudamos que aún fuera de él, en la misma isla de Cuba donde el señor Arango es tan conocido, encontrará eco y generosidad su patriótico pensamiento. Con este motivo, y para refrescar las ideas sobre la biografía de este hombre tan grande en letras cono los que produjo en armas la España de su siglo, no hemos podido resistir al deseo de entresacar ciertos párrafos de una historia de la vida de este escritor, y que apenas fue conocida por haber concluido en flor la publicación donde la extendieron sus redactores, los señores Resino, Martínez y Muñoz, residentes en la misma población de Talavera de la Reina por los años de 1843. Hemos visto, en efecto, varias biografías de este insigne varón; pero en ninguna hemos encontrado los detalles locales que se dan en esta sobre el nacimiento, casa y sitio donde vio la luz primera de su existencia, y en donde vivieron los que le prestaron en este mundo su gloriosa aunque probada vida. Hijos de aquel suelo, y en posición más que otros de apreciar sus documentos y tradiciones, hé aquí entre otros párrafos lo que escriben en el segundo:
"En la tarde del día 1.° de abril de 1536, se presentó al venerable bachiller Martín de Cervera, teniente cura de la Puebla Nueva, un vecino llamado Juan Salguero, que iba de Talavera con un niño de pocos días, cuyos padres se ignoraban, y en el siguiente bautizósele por dicho teniente cura, poniéndole por nombre Juan, habiendo sido su padrino Alonso Sánchez, y estando presentes Juan de Alva, el expresado Juan Salguero e Isidro Fernández, que como sacristán (y según se observa en las demás partidas) autorizó la que nos ocupa, y es la segunda del folio cuatro vuelto del primer libro de bautismos de Puebla Nueva. El niño continuó viviendo en compañía de Juan Salguero, y los vecinos de la Puebla muestran todavía la casa donde se crió, sita en el barrio de Vallejo. Dicho edificio constaba de veintidós varas en cuadro con todos sus corrales, y según aseguran por constante tradición, fue la primera casa que se edificó en dicha población. Su portada es de buena fábrica y de arco rebajado, con su cobertizo interior para preservarla de la injuria de las aguas; frente a ella y a nueve varas hay un cuadro que comprende una sala, un cuarto y la escalera para la troje, y todo él con gruesos de fábrica y luces ocupa once varas cuadradas. A estas habitaciones se entra por el portal que actualmente se halla dividido en portal y cocina, y en aquel tiempo deberían ser cocina y despensa dos piezas que ha pocos años se arruinaron por ser su fábrica de menos solidez que la del cuadro doblado, que es de buena mampostería de ladrillo y mezcla de cal y arena. Tiene además cuadra y pajar con un mediano corral que era mucho mayor, pues que de él se ha separado terreno suficiente para dar tal desahogo a tres casitas que últimamente en una de sus fachadas se han fabricado.
"Si bien por algún tiempo se ignoraron los padres de dicho niño, aunque reservadamente no dejasen de traslucirse, la voz pública designó al fin como tales al licenciado Juan Martínez de Mariana, canónigo de Talavera, hombre erudito e instruido, y a una dama de la misma población llamada Bernardina Rodríguez. Y según la opinión pública trasmitida hasta nuestros días, nació en la última casa de la acera izquierda y contigua a la puerta de Cuartos de Talavera, conforme se sale por el camino de Estremadura, cuyo edificio se halla destruido desde la guerra de la independencia, existiendo sólo las paredes maestras que son de ladrillo y cal."
Después de haber hablado en otros, de los triunfos de su carrera, de las glorias de su nombre por fuera de España en las Universidades más afamadas por entonces de la Europa, de sus vicisitudes, sus persecuciones y las propensiones de su carácter, así concluyen:
“Por Último, en 1622, habiendo corregido y aumentado extraordinariamente su Historia de España, pidió y obtuvo de Felipe IV una ayuda de costa de mil ducados para publicar una nueva edición que tuvo efecto, concluyéndose en 1623, año en que falleció su autor en 16 de Febrero a los 87 años de edad. Fue de pequeña estatura, frente espaciosa, rostro hermoso, genio ardiente, espíritu perspicaz, tacto delicado, juicio superior a las preocupaciones del vulgo, ánimo elevado, paciencia admirable, aplicado al estudio, muy laborioso, y tan amante de la verdad y de la justicia, que como dice él mismo en la prefación a los Escolios del Nuevo Testamento, comprometió su seguridad y libertad por haber reprendido con franqueza los sobornos y cohechos que había en la España; y lo prueba muy bien el dicho del Presidente del Consejo a las personas con quien se hallaba cuando recibiera la noticia de su muerte: Hoy ha perdido el freno nuestro Consejo. Mucha impresión causó su fallecimiento a cuantos tenían noticia de sus méritos personales y literarios, y tanto más, cuanto que ya se principiaban a experimentar los males que con tanta previsión como energía había profetizado; por lo mismo se buscaban a peso de oro los escasos ejemplares de los siete tratados que habían podido salvarse, pero ya no tenía lugar el remedio, y hubo de conocerse, aunque tarde, la exactitud de aquellas fatídicas palabras que se atrevió a estampar en el prólogo de dicha obra: escribo, no porque espere enmienda alguna en los inconvenientes que expongo, sino para que cuando se vean con la experiencia cumplidos los daños, sepa el mundo que hubo entonces quien los conoció, y tuvo pecho para advertirlos.”
No desmaye por lo tanto nuestro amigo en las elevadas miras de su proyecto, siendo tan grande la memoria a que debe elevarse la estatua con que desea perpetuar allí la emulación de este gran hombre y el ejemplo de sus virtudes. Talavera, España, sus provincias ultramarinas, todos contribuirán a su intento, porque la patria es un altar sobre el que no deben desaparecer nunca para su culto, figuras tan colosales como la del insigne español, el P. Juan de Mariana.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
CRÓNICA QUINCENAL.
Desde que escribimos nuestra última crónica, lo más notable que ha acontecido en Alemania es la instalación en Kiel del nuevo gobierno de los ducados, que se ejercerá en nombre de la Confederación germánica y del Rey de Dinamarca. Acto continuo dirigió una proclama al pueblo, declarando abolidas la Constitución y todas las demás medidas políticas introducidas en 1848 y años sucesivos. Por lo que respecta a las medidas administrativas, sólo continuarán las que la comisión gubernativa crea convenientes. Este ha sido el fin de tantas inquietudes, de tan grande agitación, de tantas reformas. Los austríacos, después de haber ocupado a Hamburgo en número de 1800 hombres, han tomado también posesión de Lubeck.
Se asegura que el Austria y la Prusia estaban resueltas a llevar a cabo sus proyectos acerca de la nueva confederación, sin detenerse ante las protestas formuladas por los estados pequeños. Lo primero que tratan de hacer es organizar las fuerzas militares, cuyo mando se confiará a un príncipe prusiano, con el título de general en jefe del ejército de la confederación.
Se han restablecido las relaciones entre Prusia y Sajonia, interrumpidas con motivo de la alianza restringida, cuya realización tan vanamente intentó el rey Federico Guillermo. El gobierno pontificio ha publicado con fecha del 25 de enero la organización de la municipalidad de Roma, según los principios del Motu propio. Se designaba para el cargo de senador o Presidente del ayuntamiento, al príncipe Altieri. También ha publicado aquel Gobierno los nombramientos de las personas que compondrán el consejo de Estado.
De los nueve consejeros ordinarios, dos solos son eclesiásticos. Parece que va a procederse a la reorganización del ejército romano, que en la actualidad, lejos de inspirar la menor confianza es un objeto constante de inquietud. En las Mareas en la Romania esparcían la consternación y el espanto numerosas partidas de ladrones, capitaneadas por un tal Passatore, oriundo de una familia ilustre, y que goza ya de gran celebridad como facineroso. En Francia sucede a una complicación otra. Decididamente Luis Napoleón y la Asamblea buscan ocasiones en que poner en evidencia su desacuerdo, aquel para apelar al juicio de la nación, que parece ser lo que anhela, y esta para desacreditar la constitución de 1848 y de rechazo sus instituciones republicanas. Después de la caída consecutiva de dos ministerios y de la subida al poder de uno completamente extraparlamentario, después de las graves cuestiones que se suscitaron con tal motivo, el Gobierno, impávido, ha presentado a la asamblea un proyecto de ley pidiendo 1.800.000 francos como sobresueldo o gastos de representación del Presidente. De los periódicos, los únicos que sostienen el aumento de dotación son los órganos del Elíseo. En cuanto a la asamblea, lo probable y casi seguro es que deseche el proyecto de ley; en cuyo caso los familiares de Luis Napoleón piensan abrir una suscripción nacional, que no dudan será cubierta al instante; medio arriesgado, porque de no conseguirse el objeto, las esperanzas del Presidente quedarán frustradas para siempre. En la bolsa, en los círculos, en las reuniones, no se habla de otra cosa. La comisión encargada de examinar el proyecto de ley, llamó a su seno a los ministros para pedirles explicaciones, y estos que consideraron semejante paso como de pura fórmula, se limitaron a manifestar que nada tenían que añadir a lo que el gabinete anterior había dicho el año último cuando se trató de lo mismo. Nada de particular ocurre en Inglaterra. En la cámara de los lores, contestando lord Minto a una pregunta que le fue dirigida, respondió terminantemente que ni cuando estuvo en Roma, ni antes ni después, se le había hablado directa ni indirectamente del establecimiento de la jerarquía episcopal en Inglaterra, e (y) que había recibido la primera noticia de este asunto por el breve de su Santidad. Sabido es que en una ocasión solemne el Papa manifestó todo lo contrario de lo que ahora dice lord Minto. Achaques de la política inglesa. Hemos recibido periódicos de Nueva York que alcanzan al 15 de enero, de los cuales extractamos lo que tiene relación con nuestra isla de Cuba. En la mañana del 1.° de enero se verificaron las elecciones de la municipalidad de la Habana, bajo la presidencia del gobernador y capitán general, resultando elegido para el empleo de alcalde ordinario primero D. Manuel Pedroso y Echevarría, caballero de la orden española de Carlos III con el uso de placa, y segundo D. Francisco de Vargas, capitán de fragata retirado de la real Armada. El día 2 se abrió el Tribunal superior del distrito, verificándose el acto con la mayor solemnidad bajo la presidencia del gobernador y capitán general, y asistiendo los alcaldes mayores, etc. Después de las ceremonias de estilo, el Sr. Presidente manifestó que con gusto particular había recibido de la Reina el encargo de presidir la real Audiencia, porque el sentimiento de la justicia estaba arraigado en su corazón, en prueba de lo cual esperaba que todas sus providencias llevarían ese sello, y porque la distribución de esa misma justicia se hallaba confiada a magistrados que tenían dadas inequívocas pruebas de rectitud, ilustración y laboriosidad. El Regente leyó en seguida un extenso y luminoso discurso, en el cual dio cuenta de los trabajos del año anterior.
EL Diario de la Marina llama justamente la atención hacia un oficio dirigido por el general Concha al administrador general de correos, acerca del ramo de comunicaciones, tan vital para los intereses del comercio y aun de toda la población. En su consecuencia, la administración general había anunciado al público que acababa de establecerse un segundo correo semanal de ida y vuelta entre Trinidad y Puerto Príncipe, con el fin de aprovechar, en beneficio de la capital del departamento del centro, la comunicación que hasta Trinidad ofrecen los vapores del Sur, que salen de Batabanó, de suerte que no teniendo Puerto Príncipe basta ahora más que una comunicación semanal con Trinidad y Cienfuegos, la capital y demás puntos del departamento Occidental, ahora vendrá a tener dos por semana, supuesta la regularidad de los viajes de los vapores. Las noticias que de diferentes puntos de la isla se habían recibido en la Habana, están acordes en celebrar no sólo la abundancia de la presente zafra, sino la buena calidad de sus productos.
Decían varios hacendados que el azúcar que rendían sus ingenios igualaba si no excedía al de los mejores años anteriores, y algunos corredores y personas inteligentes de aquella plaza abundaban en la misma opinión, apoyándose en los frutos ya recibidos y en las muestras que habían inspeccionado. Las noticias de Vuelta Abajo no carecen tampoco de interés.
Una carta de Palacios dice con fecha 3 del corriente, que merced a las lluvias benéficas que cayeron en diciembre último, y salvo alguna gran desgracia, la cosecha de tabaco será este año como no se ha visto después de veinte años. Otra carta de Candelaria del día 1.° confirma la noticia anterior, y que reinaba entre los vegueros la mayor animación y confianza.
Lo más notable de nuestra política interior se contiene en las sesiones del Congreso de los días 12 y 13. Con motivo de una interpelación hecha por el general Ortega acerca de lo que se ha dado en llamar vulgarmente testamentos ministeriales, los debates han tomado una magnitud extraordinaria. El Sr. Pidal, en su contestación, hubo de aludir a la retirada del Sr. Bravo Murillo, cuando el actual Presidente del consejo formaba parte del ministerio Narváez-Sartorius, y el último pronunció un discurso explicatorio, importantísimo así por sus formas como por las ideas en él vertidas. El Sr. Conde de San Luis vio en ellas una amenaza de disolución de las cámaras; la cuestión se fijó en este terreno, y todavía está sin resolverse, debiendo continuar hoy. La inauguración del camino de hierro de Madrid a Aranjuez se verificó por fin el 9 del corriente. Pocas solemnidades ha visto la coronada villa, desde su fundación, que puedan compararse en brillo, unanimidad de entusiasmo y esperanzas para el porvenir, a la que presenció el domingo. Desde las ocho de la mañana se hacía ya notar la inmensidad de gentes que se dirigían a la estación del ferrocarril y sus alrededores. El movimiento de carruajes era sorprendente. Los alegres y marciales ecos de las músicas de los cuerpos de la guarnición contribuían a aumentar la animación universal. Los grandes salones laterales de la estación, sus galerías y andenes estaban lujosamente adornados con colgaduras de seda. Hacia el fin de la galería izquierda se hallaban colocados, bajo un dosel, los sillones para SS. M. M. y demás personas de la real familia; un poco más abajo las sillas de los ministros, y más adelante, en el término del andén, el altar para las bendiciones. A las once menos minutos, el estampido del cañón anunció la llegada de la Reina. En seguida se celebró la ceremonia de la bendición, y terminada esta, las locomotoras partieron a buscar sus respectivos trenes. El espacio nos falta para describir minuciosamente los pormenores de esta primera marcha. Las estaciones del ferrocarril estaban adornadas como para una fiesta. La vía tiene una longitud de ocho y tres cuartos leguas: cruza el canal y el río Manzanares de izquierda a derecha junto a la tercera esclusa de aquel. Su primera estación es frente a Getafe; la segunda cerca de Pinto; la tercera junto a Valdemoro; la cuarta es la de Cien-pozuelos. El primer tren llegó a Aranjuez en 54 minutos. Una mesa suntuosa de treinta cubiertos estaba preparada en las regias habitaciones; y al mismo tiempo en el embarcadero, la dirección de la empresa había dispuesto un magnífico buffet para mil convidados. Todo en él era exquisito, rico y abundante: los mejores vinos españoles y extranjeros, los suculentos manjares, las frutas, los helados, nada faltaba allí. La alegría rebosaba en todos los semblantes. A las cinco y minutos partieron de regreso las primeras locomotoras. ¡Loor a los autores de tan útil proyecto, primer paso que da la capital de la monarquía hacia el mar!
Hablando ahora de las funciones teatrales de la última quincena, mencionaremos las dos novedades del teatro Real, a saber, el Otelo y el baile titulado La Reina de las Mariposas. El tenor Masset se estrenó en la magnífica partición de Rossini; el público, si hemos de ser francos, no ha quedado muy contento; lo que se debe a que el papel de Otelo es superior a las facultades del artista. Masset está dotado de una hermosa voz de tenor serio, aunque poco extensa; su canto es de buena escuela; pero, con todo esto, nos parece que hay otras óperas en que agradará más que en la que nos ocupa. La Sra. Frezzolini, sustituyó la cabatina del Otelo con una que Donizetti escribió para la Lucia; y este abuso, que no debiera permitirse, como no se permitiría intercalar una escena del Tetrarca de Calderón en el Rico hombre de Moreto, produjo lamentable efecto. Se habla de la Figlia del Regimento para el beneficio de la Alboni: deseamos oír a la eminente cantatriz en una ópera en que, según fama, está a la misma altura que en la Cenerentola. Por lo que toca al baile, indudablemente hubiera fracasado, sin las dos últimas decoraciones, que arrancaron estrepitosos aplausos.
En el teatro Español se ha representado con grande éxito el drama en tres actos y un prólogo, original de D. José Camprodon, titulado Flor de un día! La ovación fue completa; los bravos y aplausos que salían de todos los bancos, eran una ofrenda al dichoso vate y a los inteligentes actores, encargados de revelar su pensamiento. La acción del drama no puede ser más sencilla. Dos amantes tienen que separarse antes de unirse por los lazos del matrimonio: el novio parte a América. Al cabo de tres años vuelve a cumplir su palabra y encuentra a su novia casada con otro. Le echa en rostro su veleidad; el marido oye la conversación y reta al antiguo amante. En el desafío este logra desarmarle tres veces. Juegan la vida a los dados; pierde el marido, y su rival renuncia generosamente a usar de su derecho y le asegura de la fidelidad e inocencia de su esposa. El marido, colmado de admiración, y tranquilo, puesto que el novio de otros tiempos se aleja de España para siempre, se reconcilia con su consorte. Antes de partir, se despiden. Nada más sencillo que este argumento; pero es tal la inteligencia escénica con que está distribuido, que el interés no decae un solo instante. Hecho este elogio merecido, nos cumple decir que la versificación, aunque galana, adolece de mucha incorrección; que está sobrecargada de comparaciones anti dramáticas, lujo pampanoso del estilo, según la feliz expresión de uno de nuestros antiguos poetas; que hubiéramos deseado en la esposa menos palabras y calificaciones ofensivas contra el esposo, y en ambos más consecuencia de carácter; que no nos hallamos cumplidamente de acuerdo con el modo como se entera el marido de los amores de su mujer, por no agradarnos aquello de cerrar la puerta y quedarse al paño: estos, que en nuestra opinión son lunares, no desvirtúan el mérito de la obra, pero sí lo disminuyen algún tanto. Los dos personajes que se han llevado tras sí las simpatías del público, son el amante y el negro, aquel como tipo de generosidad, este como modelo de fidelidad. La ejecución no pudo mejorarse. Seríamos injustos si dijésemos que el Sr. Calvo excedió al Sr. Osorio; que el Sr. Valero estuvo más feliz que la Sra. Lamadrid (Doña Teodora): todos se mantuvieron a igual altura, formando un conjunto admirable, que en la escena final de la despedida hizo rayar el entusiasmo del público en una especie de frenesí. En Variedades, con la aparición de los eminentes actores don Julián Romea y doña Matilde Díez, las butacas, los palcos y demás asientos, se han vuelto a ver enteramente llenos. La comedia Casa con dos puertas de Calderón, se ha interpretado por tan distinguidos artistas, en unión del Sr. Catalina (D. Manuel) y de la señora Yáñez como era de esperar de su talento. Ambos estuvieron admirables en el final del segundo acto. En la Pena del Talón, la Sra. Díez ha sabido sacar un partido prodigioso de su papel de lugareña. No encontramos palabras con que encomiarla según creemos merece. Es la perfección del género: tanto respecto de ella como de su célebre esposo, es cuanto podemos decir. En el Circo ha sido perfectamente recibida la Sra. Villó en la zarzuela Las Señas del archiduque. Mucho ha ganado este coliseo con tal adquisición. Cantatriz de excelente escuela y de bonita voz, aunque algo gastada, la Sra. Villó levantará en compañía del Sr. Salas, nuestra zarzuela, a una altura digna de la corte de Madrid. Papeles Cantan, original del Sr. Olona (D. José) fue mal recibida en el teatro de la Comedia, envolviendo en su caída al Tío Lebrel, parodia del Tesorero del Rey, debida a la pluma del señor de Orihuela, a quien quisiéramos ver en obras de otra importancia: El Tío Lebrel, trabajado sin pretensiones de ninguna clase, tiene trozos muy bien parodiados, a vueltas con los excesos y las extravagancias de los dichos gitanescos, a que confesamos no tener afición.
13 de febrero de 1851.
SECCIÓN POLÍTICA.
EL GENERAL CONCHA EN CUBA Y NUESTRA REVISTA.
Como nuestra Revista trata con un interés especial los asuntos de Ultramar, séanos permitido llamar hoy la atención de la prensa y de nuestros lectores hacia las nuevas que estampamos de la Habana en el respectivo lugar de la Crónica del presente número. Cuantas cartas hemos visto además de semejante procedencia (algunas de las que han aparecido en el periódico La Esperanza), todas hablan con encomio de las disposiciones, de la imparcialidad, y sobre todo, del desinterés y la honra castellana con que ha inaugurado allí su mando el general D. José de la Concha. Esto último produce en aquellos habitantes una voz eléctrica, unánime y entusiasta a favor de sus santas tradiciones de nación y raza; a favor de la angelical Reina que cuenta un dignatario que con tanta elevación secunda allí sus sentimientos; a favor, en fin, de un joven general, maduro para el consejo, digno para su alto puesto, reformador con tino, y hombre, en fin, que no ve en aquellos habitantes más que hermanos y españoles, como sabrá distinguir un día, si la ocasión se le presenta, cuáles son los fieles y cuáles los traidores. ¡El cielo dé a su constancia la gratitud de los que allí mejora! La patria dé un día a sus sienes la corona cívica que merece como ciudadano cuando vuelva a la Península y pueda exclamar ante su Reina: "Señora, la isla de Cuba os bendice, porque allí he procurado secundaros: vuestro corazón no atesora más que amor para vuestros hijos, ya estén más acá o más allá de los mares: vuestra voluntad no quiere sino bien e ilustración para todos, cualesquiera que sean sus cercanas o lejanas provincias. Pues esto ha sido lo que he intentado conseguir allí, siguiendo vuestros sentimientos, obedeciendo a vuestros mandatos. Para ello, Señora, he reformado mucho, he pretendido ser justo, y sobre todo, he querido que no se invoquen agravios, que desaparezcan las quejas, y que todos allí sean iguales ante las leyes, iguales ante vuestro amor por aquellas autoridades secundado, iguales a su consideración, sin distinción del que os invoca allí como peninsular o cubano. Vos me dijisteis que todos eran vuestros hijos, y yo por lo tanto no he visto en todos más que unos mismos españoles y unos mismos hermanos! Ellos tenían allí una prosperidad material: yo les he procurado la moral, la de la justicia, la de la ilustración, la de la administración, la de la consideración y la del patriotismo. A. V. M., Señora, toca con su alta penetración completar sus instituciones y seguirlos con vuestro amor.” Y la corona será merecida, porque a todo esto se dirige allí, según las disposiciones que acuerda, el Sr. D. José de la Concha.
Bien sabemos que ciertos hombres procuran sembrarle temores en su grandiosa marcha, y que estos mismos han puesto en juego sus antiguas artes para que no se permitiera correr ni el españolismo de nuestra Revista, esta Revista, en la que vamos a continuar con más fé todavía exponiendo los males del pueblo cubano, porque ya hay un jefe que conocerlos desea, y un gobierno paternal que está dispuesto a aprobar sus propuestas. Para ello tratamos de concluir en este número y en el próximo con la demostración de los bienes materiales que alcanza la isla de Cuba debidos a un buen principio mercantil; y ya en los sucesivos nos ocuparemos del vacío que se nota en los morales, en la gobernación, en la municipalidad y en la provincia, bienes que han debido correr pareja con aquellos alcanzados. Sin duda que por esto se ha sobrepuesto, como hemos ya dicho en otros artículos, cual otro Numa a que los abusos puedan ser necesarios, y ha honrado con su protección y licencia, (a pesar de la oposición de aquellos hombres), el curso de nuestra Revista. Nosotros no faltaremos a su hidalguía, si puede haberla en quien antes es justo para conocer que estamos en el derecho de ilustrar en cuanto podamos la situación y las cosas de aquel país. Pero aun así, como allí todo ha pendido de la voluntad de esos hombres, y hasta ahora no han podido entrar nuestras ideas por más prudencia que hayamos tenido al apuntarlas, prometemos seguir con igual circunspección, y a fuer de reconocidos, jamás dejaremos de ser leales. Por lo demás, hombres sin resentimientos, ante estas propias consideraciones todo lo olvidamos. Porque de lo contrario, mucho pudiéramos decir en propia defensa y en contra de los que así nos maltratan poniendo obstáculos al curso de nuestros pobres escritos. Expusimos nuestra juventud y nuestro pecho un día al silbo de las balas por la regeneración de una patria que adoramos: le hemos rendido después en el mando y con nuestra pluma cuanto hemos podido ofrecerla; y antes que lo primero hiciéramos, no sabemos qué podrían decir ciertas gentes de lo que por entonces hacían a favor de ese españolismo que hoy se atreven en nosotros a ponerlo en duda. Pero no seguiremos: en obsequio de la consideración y de la digna memoria con que recordamos al propio jefe que tanto hoy alabamos, no nos acordaremos aquí sino del bien público y de la perpetua unión de aquella isla con España, a cuyo santo objeto dedicaremos con afán nuestras continuas tareas. En el entre tanto remitimos a la Crónica de este número y a las cartas de la Habana, la atención de nuestros lectores.
DE LA CARIDAD INGLESA, SEGÚN EL SR. D. ALEJANDRO OLIVÁN.
En una de las primeras sesiones del mes de Enero habló este distinguido diputado en el Congreso, y tuvo necesidad de probar, para la confección de cierta ley, que los intereses materiales, lejos de estar en oposición, se enlazan y armonizan con los morales y religiosos. Este discurso ha producido varios artículos, (hasta hoy van cuatro publicados) que se han dado a luz en las columnas del periódico La España, titulados: La caridad inglesa y la caridad cristiana. Estos a su vez nos han proporcionado igualmente el notable que vamos a copiar, suscrito por el propio Sr. Oliván, pues que este ha tomado la pluma como usó entonces de la palabra para sostener su tesis. Lógico y razonador como siempre, no por ello ha dejado de sufrir impugnación en este propio remitido por parte del Sr. Puig y Esteve que firma los comentarios con que se acompaña su publicación en el número de La España del 20 de Febrero que acaba de pasar. Nosotros, sin embargo, si estos comentarios no dejaran traslucir cierto fondo de autoridad prejuzgando más o menos los principios morales o que pertenecen al sentimiento religioso en general y no al dogma; si en sus formas no apareciera cierto tinte de desabrimiento replicando a nuestro ilustrado amigo el Sr. Oliván; nos hubiéramos contentado con trasladar a nuestra Revista el correcto escrito del último, sin más pretensión por nuestra parte, que el que sus lectores gustaran de la ilación y el convencimiento que sobresalen en sus líneas. Mas el diario de La España, tan sesuda, tan ilustrada siempre, tan comedida en sus formas, y siempre tolerante para con las opiniones de los demás, cualesquiera que sea el grado de su convencimiento en las particulares que emite; La España nos ha parecido en esta ocasión como que recuerda aquel sabor de las antiguas calificaciones eclesiásticas; y a la verdad que esto lo extrañamos mucho de la ilustración reconocida de sus redactores, en una discusión en que para nada hay que invocar la autoridad, en que para nada hay que apelar al dogma. Nosotros, pues, y en virtud de estos móviles que a la discusión nos llevan, salimos a la defensa del escrito del Sr. Oliván, si no con los recursos y la inteligencia del agresor y el atacado, con la franqueza al menos de las razones que podamos más alcanzar en esta misma contienda, no de dogma ni de religión en particular, repetimos; sino de elevación moral y de un sentimiento religioso en general. Antes, sin embargo, escuchemos al Sr Oliván.
Señor director de la España. "Muy señor mío: había pensado no tomar la pluma con motivo de las impugnaciones publicadas en ese disiinguido periódico y en el semanario la Regeneración católica a algunas expresiones que pronuncié el 2 de enero en el Congreso de diputados acerca de intereses religiosos e intereses materiales, dejando mi contestación para ocasión oportuna en el mismo Congreso. Pero es tanto lo que se ha insistido y tan grande el extravío en que se incurre, que me decido a una breve y sencilla contestación, reducida a restablecer el sentido de las palabras y la verdad de las cosas. En mi concepto, la humanidad es la tendencia instintiva del individuo a no dañar al de su especie, la compasión es un movimiento del corazón en favor de la desgracia; y la caridad es la dedicación viva y amorosa que se lanza a socorrer y consolar al afligido como si fuese un hermano. Hay en la caridad tanto ardor, tanto desinterés, tanta sublimidad, que no se concibe sin el sentimiento religioso: se ejerce por amor de Dios, por imitar a Dios y por merecer de Dios. Las leyes de los hombres pueden ser benéficas, pero no caritativas, porque la beneficencia es acción humana, y la caridad es inspiración divina. La beneficencia puede tener carácter público, la caridad es personal y privada. Procuran las leyes el bienestar de los individuos sobre la tierra, mas no pasan de disposiciones que hablan a la razón: para hablar a la fé desciende la religión del cielo y convierte en ángeles a las almas caritativas. No puedo, pues, admitir, cómo los distinguidos escritores que en vez de impugnarme a mí se han impugnado a sí mismos, la existencia de la caridad legal. Al sostener como diputado una ley de prosperidad pública y de intereses materiales, tuve precisión de demostrar que estos, lejos de estar en oposición con los intereses religiosos y morales, se armonizan y enlazan necesariamente con ellos. Y para probarlo, cité ejemplos históricos, y cité el ejemplo contemporáneo de Inglaterra. No ensalcé ni pude ensalzar como virtud las contribuciones forzosas impuestas a los ricos en el alivio de los pobres, porque eso en los gobiernos procede, más que del sentimiento, de una acertada previsión política que aleja los peligros de perturbación social. Esa política de orden y conservación es puramente humana, y no hice mención de ella. Dije y repito que el pueblo de mayor prosperidad material es también el más religioso y moral que se conoce, y como prueba aduje que es el que más ejerce la caridad evangélica. ¿Y no es cierto? La cuestión se reduce a un hecho: digan sobre él los que conocen a Inglaterra. En cuanto a las formas exteriores que toma la caridad, claro es que cada necesidad del cuerpo y del alma requiere su limosna diferente. Aveces una demostración de ternura alcanza a mover a un alma ulcerada y descreída, así como una lágrima de piedad se insinúa en las dolencias del corazón, compartiendo penas que ya no pueden permanecer concentradas. Pero en los casos más comunes de socorro a la indigencia, la caridad más meritoria y más útil no es la que alarga un óbolo a la mano escuálida que le tiende el pobre un día y otro día; sino aquella que siguiéndole a su infeliz albergue, derrama en su seno la esperanza, eleva su espíritu, lo moraliza, y lo pone en disposición de trabajar honrosamente mientras que la edad le proporcione fuerzas. Esto es lo que yo he llamado suprimir los pobres en lugar de perpetuarlos. Y todavía es más sublime la caridad que en su ardiente celo se anticipa a adivinar la desgracia, a prevenir una catástrofe, a evitar la deshonra de las familias, ejerciendo los atributos de la Providencia, enjugando llantos y recogiendo bendiciones.
¿No sabemos de esto en España? Nuestros padres fueron piadosos y caritativos según aquellos tiempos: los hijos lo son según la época presente, de actividad, de honra y estímulo al trabajo. La pobreza voluntaria es vicio; la pobreza forzosa es dura prueba en que el hombre no se degrada mientras que no renuncia a la intención de trabajar. Alto ejemplo de caridad privada nos ofrece el trono, y entre otras instituciones es imposible dejar de mencionar la asociación de señoras formada en Madrid y presidida por una señora augusta, donde se ejerce la beneficencia por actos privados de la caridad más noble, más delicada y más digna a que puede aspirarse en la condición humana. Otras instituciones existen en Madrid y en las provincias, además de las costeadas por los fondos generales, provinciales y municipales, entre cuyos méritos se cuenta la modesta abnegación que acompaña a la verdadera virtud. No hay elogios, no hay respecto, no hay consideración bastante para tales actos y para tales personas. Pues eso es cabalmente lo que yo he elogiado de Inglaterra; no las medidas políticas para atenuar el pauperismo, no los establecimientos del Estado, porque no entraban en mi propósito, sino los extraordinarios esfuerzos de la caridad privada en un pueblo tan laborioso como religioso y moral.
La Inglaterra ha duplicado su población en medio siglo y ha cuadruplicado su producción, pero como las máquinas excusan brazos, no hay jornales para todos, y de ahí el pauperismo amenazador. Prudencia, cálculo y hasta estrecho egoísmo se han combinado sin duda para disipar la alarma general por medio de disposiciones legislativas, y aun para encarnar en la sociedad la tendencia al alivio de los menesterosos; pero la caridad privada, la caridad pura y expansiva que allí se advierte por todas partes, ¿cómo se explica sino por la caridad misma, o por la beneficencia santificada y exaltada por la religión? Admirable, asombrosa es la contemplación de las inumerables fundaciones, instituciones, y asociaciones que en Inglaterra ejercen la caridad privada para curar las enfermedades del cuerpo, sanar las del alma, ilustrar las del entendimiento, enseñar la religión, dar pan y trabajo al jornalero, y proporcionar asilo a la ancianidad e invalidez. No alcanzarían las columnas de un periódico a estampar su lista. Con la particularidad de que si tantas se cuentan para remediar los males, no es menor el número de las que procuran prevenirlos y disiparlos, que es el mayor grado de previsión y merecimiento a que puede llegar la acción caritativa. En la capital, en Londres solamente, existen hospitales, la mayor parte de fundación privada, donde caben trescientos mil enfermos, donde caben las capitales enteras de otros reinos. Hospicios, casas de caridad, de maternidad, asilos de huérfanos, casas de consultas médicas gratuitas, de medicinas y socorros de todas clases, establecimientos donde cada caso de enfermedad es atendido en el grado y en la forma que más convienen al estado y posición de las familias. Sociedades inspiradas por la religión, la moral y la humanidad para prevenir los vicios y la miseria, se conocen más que en ninguna otra parte del mundo. Para preservar la vida en incendios, naufragios y otros accidentes, para propagar la instrucción en las clases industriales, para mejorar el estado sanitario de las clases industriales, para desterrar el abuso de los licores, para extinguir los vicios, para colonización en favor de las familias pobres excedentes, y hasta para impedir el maltrato a los animales, alimento a la ferocidad de algunos hombres. Otras tienen por objeto atender a las miserias del alma, a las redenciones morales, a la reforma de costumbres de los penados, y a la rehabilitación de los fallidos. Se dedican a la tutela religiosa y moral de los hijos de los ajusticiados y de las mujeres perdidas; a la educación y colocación de los niños expósitos; a la supresión de casas de prostitución y conversión de mujeres de mal vivir; a ofrecer refugio a las jóvenes expuestas por su pobreza a la tentación del vicio; a dar hogar y trabajo a las mujeres virtuosas desacomodadas; a proteger a las mujeres maltratadas por quienes abusan de su autoridad sobre ellas; a la reforma de costumbres de los encarcelados de ambos sexos; a la distribución de socorros inmediatos y continuos a domicilio; a la vista de familias necesitadas por parroquias; a la prestación de datos a la caridad privada respecto a las personas que soliciten socorros por escrito; al establecimiento de albergues de noche a los desprovistos de vivienda y fuego en el invierno; a prestar sin interés a los trabajadores; a socorrer a los extranjeros, etc., etc., etc.
Después figuran las asociaciones para asegurar a las clases trabajadoras una existencia suficiente cuando la edad haya consumido sus fuerzas; para la enseñanza de los pobres; para propagar gratuitamente los libros piadosos; para la supresión de la esclavitud, y en fin, para popularizar la idea de la paz universal. Tengo por escusado extenderme en una enumeración prolija y fatigosa. La civilización moderna peligra si no adquiere nuevo temple en las aguas de la caridad; pero si las sociedades no encuentran salvación sino por el ejercicio de la más expansiva y sublime de las virtudes, ¿dejará ese de ser un rayo de luz, un reconocimiento de las disposiciones providenciales del Dios que manda a los hombres amarse como hermanos? Si los ilustrados escritores a que me referí arriba, sabían en qué términos, hasta qué punto y en qué inmensa escala se ejerce la caridad evangélica en Inglaterra,, ¿por qué me impugnaban? Y si no lo sabían, ¿por qué me impugnaban?"
B. L. M. de V. su atento S. S. y suscritor
Madrid 18 de febrero de 1851.
Nuestros lectores conocerán que en esta contestación tan nutrida de razón como elegante por su estilo, se abraza la cuestión de los principios y la prueba de los hechos. Pues bien: lógico parecía que quien con estas armas se presenta, no fuese contestado sino con otras del mismo temple, es decir, con otros principios, con otros hechos, con iguales argumentos de humana doctrina, sin dar tortura a los pensamientos con el enorme peso de la censura eclesiástica. Mas no ha sucedido así: a los principios y doctrinas del señor Oliván, vertidas desde la tribuna y no desde el púlpito a los hechos que anota el señor Oliván, dirigidos a las columnas de un periódico político y no a las páginas de un catecismo, contesta a unos y otros el señor Puig de este modo:
“Lo que antes habíamos creído una premeditación es un sistema, lo que juzgábamos un extravío es un dogma, y lo que quizá podrá atribuirse a falta de conocimiento del asunto, es un error fundamental, acompañado de todas las circunstancias que lo hacen censurable. Como todos los errores de semejante índole, el presente trata de buscar sus rudimentos en la legítima noción de la verdad; pero la verdad no admite aquí interpretación ninguna, porque está tan clara y minuciosamente expresada en la moral y en el dogma, en el precepto y en el consejo, en las acciones y palabras del que es la caridad en su esencia, que la Iglesia católica, único vehículo por donde aquella se comunica al mundo, no ha tenido que legislar jamás sobre ella, limitándose a recomendar y prescribir la observancia de lo enseñado por Jesucristo y sus apóstoles. Por consiguiente, una de dos: o la definición del Catecismo, o la sospecha de herejía; o la doctrina de la Iglesia, o la libertad protestante de interpretar y definir la caridad y las demás virtudes y todo lo contenido en la Escritura, como le plazca a cada uno."
Confesamos que dudábamos, a pesar de estarlos leyendo, que semejantes razonamientos los manifestase el Sr. Puig por el órgano de un periódico político. ¡O la definición del Catecismo, o la sospecha de herejía!...
¿Qué quiere decir esto? Si aquello de sapientem heresim se ha de aplicar a las polémicas de los periódicos, inútiles son sus hojas, inútil es apelar a la prensa, porque al fin, aquello de, jura in berva (verba) magistri, era el eco de una escuela, y a este eco se le podía contestar con la voz de otra, non jures: pero esto no puede suceder así, llevando la cuestión a la altura a que el señor Puig la remonta, y en donde sin defensa es preciso entregarse a su dilema y resucitar cuestiones de ortodoxia. No seguiremos por lo mismo al señor Puig, tanto a este terreno como al de la explicación de los textos sagrados que anota. El señor Oliván no habló y no escribe después más que sobre los principios religiosos en general y del sentimiento del cristianismo en particular, y sólo a esta arena pudiéramos descender para vindicar de algún modo sus razones, convencidos de que sólo así puede haber discusión en cosas discutibles y que están por bajo de la fé, partiendo para este convencimiento de que el señor Puig ha sido quien ha entablado la polémica sobre el discurso político del señor Oliván. Tampoco responderemos al señor Puig a todos sus artículos anteriores, porque nos asiste el disgusto de no tenerlos a la mano. Sólo nos toca el honor de hacerle hoy algunas indicaciones sobre las que se ponen al lado del artículo de aquel orador.
Principiamos por extrañar de las prendas intelectuales del señor Puig, el título poco exacto que da a sus artículos. Demasiado sabe este escritor que desde que San Pedro tomó posesión del obispado de Antioquía, desde donde se trasladó a Roma, principiaron a llamarse cristianos en vez de discípulos, los fieles que seguían la predicación y la religión evangélica, como cristiana su ley y creencia, de Cristo su fundador. ¿ Y los ingleses por haber protestado con Lutero (alemán, Martin Luther) sobre ciertos puntos del dogma y la disciplina de nuestra Iglesia, podrán dejarse de llamar cristianos, cuando no pueden dejar de llamarse así y pertenecer al tronco común de donde se han separado? Vea, pues, el señor Puig cómo no está lo más exacto en su título de, la caridad inglesa y la caridad cristiana. Concebimos bien que con él ha querido manifestar la contraposición de esta virtud ejercida por los que siguen en Inglaterra la religión protestante, y los que la observan en el gremio de la Iglesia católica. Pero su calificación peca, o por falta o por redundante, en atención a que los impulsos religiosos o los sentimientos que pueden dictarla en aquella nación deben llamarse tan cristianos, si se atiende a su procedencia, como los de la nuestra, atendido el propio código de donde parten ambos cultos, cualesquiera que sean después la ortodoxia y la disciplina de uno y otro. Pero poco valen las palabras, y por lo tanto pasaremos ya a las ideas. Dice el señor Puig contestando al escrito que hemos antecedido del señor Oliván:
"No es lo mismo dar a los pobres que ser caritativo: para esto se necesita algo más: se necesita que el principio que mueve al corazón que da proceda de la fuente purísima y delicada de la caridad. Y nosotros negamos desde luego que esa larga lista de sociedades con cuya enumeración parece que se nos ha querido abrumar, sean inspiradas por la religión, la moral y la humanidad. Si no son efecto del miedo, como creemos, porque el miedo a los pobres es extremado en Inglaterra, las atribuiríamos a una virtud meramente política, o más bien a una simpatía orgánica o nerviosa, parecida a la que observamos hasta en algunos cuerpos inanimados. ¡Oh! los ingleses, y sobre todo los ingleses ricos, tienen muchos nervios y mucho spleen, y así como algunos o muchos de ellos se habían de dedicar a hacer reír al mundo con sus excentricidades, se dedican a la filantropía, hasta que viene el caso de que esta tome el carácter de necesidad personal; que entonces siempre da la casualidad de que Dios no les ha hecho la gracia de hacer frente a los riesgos con la intrepidez necesaria. Sólo la tienen muy grande en dos sociedades de beneficencia: la de buscar mercados a su industria, y la de propagar gratuitamente sus libros piadosos, es decir, sus Biblias falsificadas, aunque sea a metrallazos, en nombre de la caridad.
¡Cosa rara por cierto! En estos dos casos tienen siempre los ingleses intrepidez, que es casualmente cuando la religión la prohíbe, y les falta en los demás casos, que es también cuando la religión la ordena y comunica.
Y es porque están casi siempre sin brújula, la brújula de la fé, único regulador de la caridad, y sin el cual se producen generalmente efectos opuestos a los que se intentaban. Por esto entre esas sociedades tan humanitarias se cuentan la de impedir el maltrato de los animales y la de popularizar la idea de la paz universal. Los dos extremos se tocan: ¡Lástima que no haya también alguna para buscar el movimiento continuo y la cuadratura del círculo! ¡Eso no es caridad, decimos nosotros: ni siquiera es beneficencia, ni es filantropía: es necedad, es orgullo, es cualquier cosa menos inspiración divina o sentimiento religioso. ¡Los animales y la paz universal! He aquí a lo que viene a parar el hombre sin la dirección católica: no queriendo inspirarse más que de la naturaleza, la mira a veces con horror y otras con supersticioso respeto. Juguete de todas las veleidades de su pobrísima razón, arista entregada a todos los torbellinos de sus pasiones insensatas, va al fin a estrellarse contra la piedra que debía ser la angular del edificio y que sólo sirve de tropiezo y de escándalo. Es la condición de las cosas humanas: la caridad está en la protestante Inglaterra al nivel de la santificación judaica del domingo. - ¿Se atrevería nadie a sostener que esta es la única y verdadera santificación que Dios nos manda? - Una y otra cosa carecen de cimiento: por esto han llegado a un puritanismo exagerado, en el que la religión no tiene parte alguna. Son sepulcros blanqueados donde todo puede ser religioso y caritativo menos el hombre. ¿Cómo habían de ser evangélicas o caritativas semejantes sociedades? ¿Quién las dirige? ¿Quién las presta el nombre? ¿De dónde proceden? ¿A dónde van? Todas las fundaciones piadosas que el catolicismo inspiró a nuestros padres reconocían un mismo origen y un fin idéntico, y todas alcanzaron su consolador objeto: su principio era la fé, su resorte la caridad más pura, su alimento el sacrificio constante de todas las prerrogativas de la vida en obsequio de la humanidad necesitada. Y lo son aún en el día; y mientras se nos ponen a la vista los milagros de una caridad espúrea para glorificar en consecuencia las asechanzas del error y la mentira, la verdadera caridad evangélica, la caridad católica, púdica y modesta como la castidad que ha sido en el mundo su personificación más digna, y produciendo héroes y héroes a millares, que se esconden a las miradas hasta del mismo que por ella es socorrido, y que extendiéndose por todos los puntos del globo, sirven como de válvulas de seguridad para que no se acabe de perder la sociedad egoísta y material de nuestros días."
Aquí, como se ve, se contesta muy someramente a la exposición de los principios de que se ocupa el señor Oliván, y se responde con más amplitud sobre los hechos que en su apoyo presenta. Pero dejando estos para después, entremos con los primeros, y para ello preciso es que definamos antes con el señor Oliván lo que es caridad y beneficencia. De este modo fijaremos mejor los principios, y así precisaremos más la cuestión y sus consecuencias. Es la primera como aquel orador dice, una inspiración divina que alimenta los impulsos del corazón y los arranques más generosos del hombre para con sus hermanos. Es la segunda, una acción humana, por la que los gobiernos dan y proclaman las leyes de la beneficencia pública. Creemos colegir del contexto de las impugnaciones que hace el señor Puig, que esta última no la niega al pueblo inglés; pero si la caridad privada, aquella que, como dice el señor Oliván, es la dedicación viva y amorosa que se lanza a socorrer y consolar al afligido como si fuese un hermano, porque en ello hay tanto ardor, tanto desinterés, tanta sublimidad, que no se concibe sin el sentimiento religioso. Esto creemos que se deduce de lo que dice el señor Puig con relación a este pueblo y a sus leyes de beneficencia cuando dice que no es lo mismo dar a los pobres, que ser caritativo. Para esto, agrega, se necesita algo más; se necesita que el principio que mueve al corazón que da, proceda de la fuente purísima y delicada de la caridad.
¿Y como da a denotar por estas palabras el Sr. Puig, que semejante virtud, hija del sentimiento religioso, puede faltar a aquel pueblo en la condición privada? Todos los pueblos del mundo, el hebreo, el mismo griego y romano han conocido, aunque no en un grado tan santo, esta misma virtud de la caridad, alimentada y sostenida por sus particulares cultos. Aquella hospitalidad patriarcal de que tanto nos hablan las páginas de la Biblia; aquel filósofo que llevaba un esclavo para ir repartiendo la limosna; aquella representación de la matrona que daba el jugo de su seno a su desgraciado padre; testimonios son de que esta acción no dejaron de practicarla ni aun los gentiles entre los sentimientos religiosos de sus creencias o cultos, y bien pondera Cicerón el influjo de su excelencia. Es verdad que sólo el cristianismo la erigió en dogma; es verdad que sólo en el código cristiano fue donde apareció verdaderamente santificada y enaltecida; y que sólo entre los preceptos del Evangelio y los hechos de su fundador es donde arranca la verdadera flor de la caridad, ese sentimiento tan dulce, tan tierno, y más de una vez altamente generoso, altamente sublime. Pero preguntamos al Sr. de Puig, ¿de qué raudales sino del espiritualismo de los Evangelios ha podido brotar esta virtud tan desinteresada, tan ardorosa, y que sólo puede ejercerse como dice el Sr. Oliván, por el amor a Dios, por imitar a Dios y por merecer de Dios? ¿Por ventura, los ingleses en su creencia, no se proponen estos mismos tres objetos? ¿Quién le dice al Sr. Puig que esta misma caridad, que este propio impulso no se lo puede dictar a un inglés como a un español su sentimiento religioso? ¿Acaso no parte este de la moral evangélica que como nosotros aquel sigue, aunque después no crea con nuestra iglesia en determinados puntos? Sí, su fe podrá estar falta y su creencia no podrá ser completa: pero como que aquí no tratamos del dogma sino del sentimiento religioso, el que allí lo sea, sus instintos, sus impulsos, sus sentimientos, podrán ser tan puros y delicados bajo este último concepto como los propios nuestros. Pues qué, ¿la sensibilidad y el corazón dirigidos por unos mismos principios de moral evangélica, tienen algo que ver con las perturbaciones que pueda sufrir después la cabeza o el orgullo humano?
Mas descendamos ya de la región de los principios a la de los hechos.
El Sr. Puig niega rotundamente que las sociedades y demás hechos que el Sr. Oliván le presenta para hacer ver como allí cabe también la caridad privada y en mayor escala que entre nosotros, sean inspiradas por la religión, la moral y la humanidad. Acabamos de presentar las razones que tenemos para creer lo contrario: pero el Sr. Puig en todo caso lo atribuye a lo político y a cierta organización nerviosa de los que componen la nación británica. Pero ¿cómo indica esto el Sr. de Puig? ¿Lo dice con ironía o puede creerlo así? Esto último lo extrañaríamos mucho de su carácter por la parte que esta solución podría tener con cierta ciencia acusada de materialista y cuya intervención de seguro rechazará con sus personales ideas. Y lo primero, ¿cómo en su discreción ha podido indicarlo? Lo político en la nación inglesa como en todas, será para sus leyes y podría influir cuando más, en las de su beneficencia pública. ¿Pero en qué puede influir cuando lo hace el individuo, sin saberlo a veces más que la satisfacción propia de haber ejercido un acto meritorio? Pues esto es lo que sucede en muchas de las personas que componen las asociaciones, que enumera el Sr. Oliván y que no tienen más compensación que el amor de Dios, el imitar a Dios y el merecer de Dios, preceptos todos evangélicos y cuyo código reverencia aquella nación como nosotros. El Sr. Puig atribuye por último el santo móvil de asociaciones tan filantrópicas, a los muchos nervios de los ricos de aquel país y a su particular spleen. Ignorábamos nosotros que los poderosos tuvieran más nervios que los necesitados: pero, ¿cómo explicar por un estado irregular del físico o por el spleen, lo que sólo pertenece a los sentimientos más elevados de la compasión y de un alma ilustrada? Y sinó, que nos esplique por el spleen lo que hoy pasa en la parte moral de ese gran pueblo y que nosotros nos atrevemos a añadir a los repetidos ejemplos que sobre lo propio ha amontonado en su artículo el Sr. Oliván. Hoy día hay en Londres una asociación de señoras que no tiene otro objeto que el impedir la venta en las tiendas de modas durante las horas de la noche para proporcionar descanso y tiempo para instruirse a las jóvenes que se emplean en dichas tiendas.
¿Y el grado de bondad tan exquisita y el progreso de una pevisión tan ilustrada, puede ser el producto de esas excentricidades de que más abajo se burla el Sr. Puig? Mas respecto a estas burlas que le merecen las sociedades benéficas de Inglaterra, considerándolas como simples mercados de su industria, y lo que habla de las Biblias que falsifican a metrallazos en nombre de la caridad etc., no podemos contestarle porque no tenemos iguales dotes para la ironía, y porque aunque los poseyésemos, jamás los mezclaríamos con cosas tan graves. ¿Quién dirige estas asociaciones? pregunta el Sr. Puig, negando que puedan ser evangélicas y caritativas. ¿Quién les presta el nombre? ¿De dónde proceden? ¿A dónde van?
A todo esto hemos tenido el honor de responderle ya con los principios y también con los hechos.
Para concluir: el Sr, Oliván no puede necesitar nuestro débil apoyo, pero nosotros se lo hemos dado con tanto mayor gusto en esta ocasión, cuanto que al hablar en el Congreso del modo que lo hizo, abundó en las doctrinas del mismo señor Puig, pues que si no estamos mal informados, escribía en años pasados al hablar de la religión y de los intereses materiales de esta época individual y egoísta lo siguiente: Por ese mismo positivismo, por ese positivismo se busca la verdad en todas las cosas, y la unidad religiosa atrae a todos los ánimos elevados. Esto consignaba el señor Puig con su ilustración entonces, y es muy extraño que hoy sea tan severo con una discusión y unos principios que en nada se mezclan con la fe, y en cuya cuestión hasta la propia nacionalidad nos manda ser justos y tolerantes.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
SECCIÓN FORENSE.
ESTADÍSTICA CRIMINAL Y CIVIL EN LA ISLA DE CUBA.
Aunque desde febrero de 1838 se comenzaron a hacer en la isla los trabajos que prepararon sus datos estadísticos en general para 1841; faltaban los forenses civiles y criminales, y a este gran vacío han ocurrido con especialidad después, los Sres. D. José María Zamora y D. Pedro José Pinazo regentes de aquella Audiencia pretorial. Ambos se han dedicado a llenarlo con una ilustración que hará gratos sus nombres; pero el segundo sobre todo, se ha mostrado incansable sobre este punto y no queda año ni discurso de apertura de aquel Tribunal que no nos dé una prueba de la constancia con que recoge tan importantes notas, del plan que ha organizado entre sus dependientes para alcanzarlas, y la laboriosidad con que se dedica a tan útiles cuanto áridas tareas. Bien ha comprendido este magistrado digno, con cuya amistad allí nos honramos, que son de más valía estos trabajos para la humanidad y la justicia, que un punto escolástico de derecho, cuyas argucias o agudezas eran antes lo único que por allí se ventilaba en estos discursos de apertura. De aquí en adelante, el filósofo, el estadista, el jurisconsulto, el hombre de gobierno, todos pueden tomar acta del estado más o menos favorable que alcanza la moralidad y el progreso de aquella sociedad, y a este Señor Regente en particular se deberán las primeras y más acabadas tablas donde unos y otros tendrán que partir para su examen y cotejo con las otras sucesivas.
El 2 del pasado enero pronunció el correspondiente al año de 1851, y al hacer la reseña de los trabajos de aquel Tribunal en el de 1850, desarrolló en sus partes cuanto debía tocar en materia criminal, civil y de acuerdo. Pero dejando aquí la última, he aquí lo que contiene en resumen sobre la primera y segunda:
A principios de dicho año existían en aquel Tribunal 174 causas criminales pendientes del de 1849, cuyo número se elevó por el ingreso sucesivo a 2.680. Se despacharon 1.685 en sobreseimiento, y 815 en consulta y en apelación de auto definitivo, habiendo cursado 124 de ellas por la tercera instancia. El total de las fenecidas asciende a 1.500, quedando para este año 160 llegadas en fines de diciembre. Se han resuelto igualmente 41 apelaciones por relaciones de escribanos, 23 recursos extraordinarios y 784 artículos y peticiones particulares. Muchas de estas causas están comprendidas entre los procedimientos por hechos ilícitos de pequeña entidad. Al lado de dos envenenamientos voluntarios, 9 homicidios alevosos, 1 homicidio voluntario, 5 conatos de idem, 1 conato de suicidio, 5 robos y 39 hurtos calificados más, ocurridos en el último año, figuran de menos 1 parricidio, 54 suicidios, 20 heridas peligrosas, 5 casos de servicia a esclavos, 10 conatos de robo 3 quiebras fraudulentas y 2 falsedades. De donde resulta una baja efectiva de 33 delitos graves, y la diferencia más notable entre los comparados consiste en los dos casos de envenenamiento voluntario y 9 homicidios alevosos. Los delitos de todas clases porque se procedió en las 2.506 causas fenecidas, deduciéndose 435 formadas sobre sucesos de que no resultó criminalidad, se reducen a 2.065, que equivalen a 4 en el año por millar de almas sujetas en el distrito a la jurisdicción ordinaria. En esta sección con respecto al año de 1849 se nota una diferencia de 20 casos a favor del orden que imponen en las poblaciones el mayor número de testigos y la vigilancia de las autoridades, y 158 contra la declinación de la delincuencia en *** abierto de los campos.
Ha logrado aquel ramo judicial proceder contra personas determinadas en 1.454 causas de las 2.065 formadas sobre delitos, quedando en oscuridad los autores y cómplices inquiridos en las 611 restantes. La totalidad de procesados conocidos en las 1.454 causas ya indicadas asciende a 1.792
o sean 113 menos que en igual número de causas de 1849, divididas en 1.054 blancos, 146 pardos y 592 negros. En cuanto al sexo, estado y edad de los 1.792 procesados resultan 1.692 varones y 163 hembras; 1.417 solteros, 316 casados y 59 viudos, y 85 de 10 ½ a 17 años, 618 de 17 a 25; 877 de 25 a 50 y 76 de 50 arriba.
Respecto a las profesiones o ejercicios de los procesados tomándolos, en obsequio de la brevedad, por los grupos más culminantes, se ven 688 de ellos comprendidos en la clase de agricultores y operarios de finca; 372 en la de tabaqueros, sastres, zapateros, albañiles y carpinteros; 146 en la de jornaleros, vendedores y labores de mujeres, y 33 en la de funcionarios públicos. Cada una de dichas partidas arroja alguna diferencia a favor respecto de la estadística de 1849.
El Sr. Regente clasifica en seguida las procedencias de los reos conocidos, resultando 1.026 blancos nacionales, 40 extranjeros, 502 de color criollos y 206 africanos, ignorándose las de los demás hasta el completo de los 1.792 por el número de prófugos, que ascendía a 147 en el distrito. Advierte luego que se halla muy disminuida la reincidencia respecto del año de 1849. En aquel año fueron 256 los reincidentes en delinquir, y 9* en el propio delito. En 1850 han sido sólo 191 y 24 los comprendidos en ambas secciones, de modo que hay una diferencia favorable de 124 casos.
En el número y calidad de las penas aplicadas por el tribunal, descontados 5 indultos, 198 absoluciones de instancia, 51 absoluciones libres y 1.441 sobreseimientos simples figuran 22 de ejecución capital, 7 de presidio con retención en África, 11 de presidio ultramarino por más de 8 años, 295 de presidio en la isla (119 menos que en 1849); 34 de azotes públicos, 12 en fincas de campo, 262 prisiones en cárceles (220 de ellas redimibles), 154 multas y 193 compurgaciones con la prisión.
En el punto que el ramo judicial puede ejercer a beneficio del público influjo más directo, los resultados acreditan que no ha perdonado fatiga para llenar su ministerio. De las 2500 causas remitidas en 1850, 2081 fueron sustanciadas y determinadas por los juzgados inferiores en el período respectivo de uno a tres meses, 273 en el de tres a seis, 101 en el de seis meses a un año, y 41 de año arriba. Hechas las debidas comparaciones, aparece que la primera instancia ha desplegado su diligencia en 257 procesos más que en 1849, comprendidos en el primer período de uno a tres meses, y 69 más en el segundo de tres a seis meses. La Audiencia por su parte ha fenecido 1794 causas en el período respectivo de uno a quince días desde su llegada; 346 en el de quince días a un mes; 312 en el de uno a dos meses y 48 en el dos a seis meses, resultando de consiguiente mayor celeridad que en 1849 de 104 causas comprendidas en el primer período y de 101 en el tercero. Quedaron pendientes por fin de año en todas instancias 602, y el número de presos del distrito, inclusos los de la capital, no pasa de 424, conforme a los partes recibidos de los alcaides.
Aquí termina la relación del despacho de lo criminal: veamos ahora brevemente el de lo civil. A principios del año de 1850 existían en la Audiencia 134 negocios en sustanciación, cuyo número se aumentó a 313 por el ingreso sucesivo. De ellos se han fenecido 163 en vista y revista, y devuelto 8 por deserciones de apelación, quedando 160 para el presente. También se resolvieron 291 apelaciones traídas de los inferiores por relaciones de escribanos (pone escribamos), 47 calificaciones de poderes ultramarinos, 21 recursos extraordinarios, 12 competencias ordinarias y 303 artículos y peticiones particulares. Los juzgados inferiores empezaron el año con 2561 pleitos. Se promovieron después 603, y habiendo despachado 596 les quedaban pendientes 2568. A 13259 se eleva el número de demandas de menor cuantía oídas y resueltas verbalmente en el distrito, inclusas 1159 del juzgado de la Regencia, y de 1966 actos de conciliación celebrados (332 menos que en 1849); se logró avenencia de partes en 1349, o sea en algo más de los dos tercios de su totalidad. El Juzgado general de bienes de difuntos tenía pendientes 225 negocios; le ingresaron de nuevo 243, y habiendo concluido en el año 189 le restaban para el actual 279. La totalidad de dictámenes formulados por los dos señores fiscales ascendía a 4268; 238 más que en 1849. El Sr. Regente termina esta parte de su discurso con las palabras que copiamos a continuación, y con las cuales cerramos este análisis:
"Una simple ojeada sobre el resultado del despacho de lo civil basta para convencer por comparación con la misma sección de la estadística de 1849, que desde aquella fecha han disminuido casi una mitad las apelaciones y otros recursos a la Audiencia: que ha habido también baja en las demandas escritas de mayor cuantía ante los jueces inferiores; que no han ocurrido muchas más verbales, y que el número de actos de conciliación tan ventajosamente orillados dice en su progresión decreciente cuánto va desterrándose en el distrito el espíritu de litigio. Los pleitos serían cada día menos en estas provincias si a los esfuerzos que ha empleado la jurisdicción ordinaria se añadiese por especialidad la revisión de la Legislación respecto a la suerte de los litigantes temerarios. Pleitos hay fundados y aun útiles a las partes contendientes. Fundados, porque versan a veces sobre derechos oscuros dignos de esclarecerse, y útiles, porque las ejecutorias judiciales son en ellos el único salvamento de continuas querellas y disensiones entre las familias. Mas al lado de estos pleitos raros ¿cuántos otros no ofrece la práctica sostenidos en el cálculo aritmético del interés del dinero? Donde al paso que las plazas no negocian menos que al 12 o 18 por 100 anual la ley común señala el 5 o 6 por todo premio, facilísimo es que el cumplimiento de una obligación a metálico se difiera dolosamente sin temor a las costas ni a la indemnización puramente legal, que al cabo no han de representar las más veces la mitad del lucro extraordinario del capital retenido. La Audiencia acaso se ocupará seriamente en el examen de la materia, como lo ha hecho ya en el proyecto de mejores bases para los juicios de esperas y cesiones de bienes, de que tanto se ha abusado hasta el día, habiendo consultado al Gobierno lo que estimó conveniente por conducto del Tribunal Supremo.
SECCIÓN FILOSÓFICO - ECONÓMICA.
CONTINÚAN LAS OBSERVACIONES SOBRE LA POBLACIÓN EN GENERAL.
(1: Véase la pág. 224 del núm. 11, t. 1.°, y la 19 núm. 13, t. 2.°).
ARTÍCULO III.
Volviendo a las razones de nuestro artículo anterior, no falta quien diga que la economía política no es ciencia; que es un tejido de falsedades, el germen de los errores que se lisonjea estirpar, y la madre del moderno socialismo. No comprendo yo la exactitud ni la justicia de semejante desprecio. La economía política es una ciencia como lo es la política propiamente dicha, por más que esta no tenga las bases sólidas de las matemáticas: la economía política es una ciencia como lo es la diplomacia, por más que esta apareciese siglos después de existir entre los pueblos convenciones otratados de tal o tal género. Es una ciencia como cualquier otra de las sociales que se fundan en la moral y en las necesidades públicas. Lo es también como la astronomía, en la cual lo que en otras épocas fue un sacrilegio, es ahora una verdad, patrimonio del género humano. Lo es en fin como la mayor parte de las ciencias que adelantan y se perfeccionan y abjuran de sus extravíos a medida que las generaciones van atesorando más datos y experimentos. No lo es tanto como las ciencias exactas porque estas son de muy diferente índole y porque son las que verdadera y exclusivamente merecen ese nombre. Lo que si es preciso confesar que sucede en las ciencias sociales lo mismo que con los hombres. El orgullo o sea el instinto de dominación o sea cualquier otra causa hace que las clases y los individuos pugnen por agrandar su poder, por sostenerle, por derribar a sus competidores. Tal es el rasgo culminante en la historia de la humanidad. Viene la economía política y pretende abarcar en su seno lo que ha formado parte de otros ramos del saber; hoy día todas las grandes cuestiones de gobierno son del resorte de ella. Viene la ciencia de la administración con su cortejo de legislación positiva y se empeña en invadirlo todo, en que todo le pertenezca. De suerte que entre la economía política y la administración se encierra todo el gobierno de los Estados; las demás ciencias sociales se van quedando arrumbadas; ya apenas se habla de ellas no siendo en un plan de estudios o en algún cuadro sinóptico; se ven desposeídas poco a poco a similitud de unos soberanos que pierden a su pesar sus territorios y regalías. La misma economía corre gran riesgo de ser anonadada por la administración pues que en concepto de algunos, todos los actos de los poderes constituidos corresponden a la ciencia de la administración: ella explica lo que es y lo que debe ser; ella provee de principios y de teorías para cuanto quiera establecerse; ella se basta a si misma; en una palabra la administración es la ciencia de moda; la administración sale triunfante entre las demás ciencias rivales a modo de gladiador que se ostenta ufano en el anfiteatro en medio de sus adversarios abatidos. La economía política empero no puede ser fuente de errores, cuando sienta que el trabajo es el origen de la riqueza, cuando prescribe que participen en la distribución de esta todos cuantos cooperan a producirla, cuando fomenta las comunicaciones, facilita los artículos que hacen agradable la existencia, cuando condena la sórdida y estéril avaricia, recomienda la frugalidad y la parsimonia y cuando a su influencia son deudoras tantas reformas en provecho de la humanidad. Y no se diga que en Inglaterra a pesar de cultivarse con ahínco esta ciencia, que a pesar de haber más de cuatro mil cátedras de ella, que a pesar de poner en planta sus mejores doctrinas, el resultado es lamentable. A esto contestaré, que después de la independencia de la América del Norte y concluido el tratado de 1783, la Inglaterra se vio en la situación más crítica y angustiosa cual nunca; aparece Pitt y se propone elevarla a un grado culminante de poder; lo consigue muy pronto con sus recursos inagotables. Pues bien, Pitt era un gran economista que se valió de sus talentos y de las sanas y útiles doctrinas que a la sazón convenían, y a poco la Inglaterra entra en lucha abierta contra Napoleón y suministra subsidios a casi todas las potencias que figuraban en la contienda. Verdad es que hay mucha miseria en el Reino Unido particularmente en Irlanda; mas que se ponga cualquiera nación en lugar de Inglaterra y veremos cuál hace prosperar más la agricultura, cuál ofrece más desahogo a la población por medio de la marina de guerra y mercante y por las colonias. Lo cierto es que Inglaterra debe en gran parte su grandeza y florecimiento a las inspiraciones de la economía política, a las creaciones de los hombres de estado que la comprenden y aplican; y si adolece del horrible cáncer del pauperismo, debe atribuirse a un sistema que se resiente del espíritu feudal, a los excesos de la oligarquía, a la mala distribución de la riqueza y a otras causas que no se justifican con la economía política, la cual está llamada a resolver de algún modo el gran problema de la población y de las subsistencias. Otros creen que la economía política es un fruto natural del socialismo. Error muy grande: la Inglaterra es el argumento más convincente: en ningún país de Europa se estudia con más profundidad esa ciencia, y no son de él de donde han venido, ni allí se han aclimatado las ideas socialistas. La economía política como conjunto de doctrina es moderna si bien los hechos en que se apoya y de que trata sean tan antiguos como las primeras sociedades en que se ha conocido un sistema cualquiera de gobierno, así como la elocuencia existía antes de que los griegos hiciesen un arte de la retórica, así como había la misma variedad de seres en la naturaleza antes que Buffon, Cuvier. y otros muchos los hubiesen clasificado y descrito; acontecimiento que más o menos se ha realizado en todas las ciencias. Por otra parte las ideas socialistas no son nuevas, no son de este siglo, no son de ningún siglo ni de ningún pueblo exclusivamente por más que se hayan ostentado con valor y energía en circunstancias especiales. Socialista fue Platón, socialista fue Licurgo y su república de Esparta, socialista fue Rómulo y lo fueron los Gracos y varias sectas religiosas y algunas banderías políticas que durante los siglos medios conmovieron toda la Europa: también lo fueron Rousseau, Babeuf y tantos otros. El socialismo cual ahora se comprende es la demostración o el comprobante de un hecho que viene apareciendo en toda la serie de la historia; es la continuación o la diversa fórmula de la lucha constante y perpetua desde el origen de las naciones, casi diría desde el origen del mundo, entre el poder de la dominación y la resistencia a la autoridad, entre la riqueza y la indigencia, entre el mandar y el obedecer; y todo esto no es más que el reflejo de la lucha entre nuestras pasiones y nuestra razón, entre la materia y el espíritu. Por eso la crónica de la humanidad se abre con un gran crimen, el fratricidio. Y poco importa el nombre y el fin; ora sean los corifeos de los partidos populares en Grecia, ora la democracia y la aristocracia en Roma, ora los señores feudales con los monarcas y estos con los pueblos, bien sea el protestantismo con el catolicismo, bien las ideas liberales con las absolutistas, ya se digan demagogos y patricios, ya güelfos y gibelinos, ya whigs o torys, el hecho es innegable y paladino. El pensar, el soñar siquiera que desapareciese este perenne antagonismo de las sociedades, sería una locura o sería a lo más un buen deseo, pero sería desconocer y negar la naturaleza humana. Si Hobbes con su carácter siniestro y tenebroso, al sentar que la guerra era el estado natural del hombre, quiso dar a entender lo que va expresado aquí, sin duda que pronunció una verdad irrefutable. Pero ¿cómo o por qué el socialismo se presenta a combatir en el palenque y no ceja ni retrocede? ¿cómo o por qué surge más osado y decidido que en ninguna otra época? Razones hay para que así suceda. En las antiguas repúblicas reinaba una desigualdad monstruosa. Atenas, Corinto y otras ciudades se componían de millares de esclavos y de un escaso número de hombres libres: los esclavos tenían en medio de sus infortunios asegurada la subsistencia; no pedían ni necesitaban trabajo pues le tenían sobradamente. No les era posible concertarse entre sí para fomentar disturbios y revoluciones porque carecían de trato y comunicación, vivían respectivamente en el aislamiento. Sus motines y revueltas eran locales, transitorias y sin trascendencia: Espartaco y la guerra de los esclavos son una excepción. El pueblo romano envilecido, sólo demandaba a sus opresores y tiranos pan y espectáculos (panes et circense): el siervo adicto a la gleba tampoco estaba en situación de sublevarse contra su señor, no disponía de los medios indispensables: contra el poder real no le convenia levantarse dado (el) caso que pudiese. Las escisiones de los comuneros, las jaquerías, las dragonadas, la sublevación en masa de los paisanos de Alemania y otras contiendas análogas eran dirigidas por el fanatismo religioso o se proponían solamente la adquisición de derechos políticos. Posteriormente la proclamación de la nueva era de las reformas que halagaba (pone alhagaba) con grandes ilusiones y esperanzas a las clases más indigentes, la expectativa en que todos se encontraban al oír el estrépito de las viejas instituciones que se derrumbaban al impulso de las nacientes teorías y además el afán de las guerras de conquista y la formación de los numerosos ejércitos de la república francesa y del imperio, el entusiasmo de los soldados que en medio de las mayores privaciones y contratiempos recorrían con valor y con gloria apartados territorios ondeando sus banderas desde las Pirámides hasta los hielos de Moscow; todas estas y otras causas impedían que no menos en Francia que en el resto del continente pudiesen predicarse y cundir las ideas socialistas. Pero aquí demos fin a nuestra tarea de hoy, y en el artículo próximo hablaremos de cómo han podido notarse más en los presentes días.
ANTOLÍN ESPERÓN.
SECCIÓN COLONIAL.
CONTINUACIÓN DEL ARTÍCULO ANTERIOR SOBRE LA LIBERTAD MERCANTIL EN LA ISLA DE CUBA. - NOTABLE DOCUMENTO DE UNO DE LOS FUNCIONARIOS QUE ALLÍ NOMBRAMOS, EN EL QUE SE HABLA DE AQUEL PRINCIPIO CON APLICACIÓN A LAS INDIAS EN GENERAL. - CONSIDERACIONES SOBRE LAS PRINCIPALES IDEAS QUE CAMPEAN EN SU CONTENIDO.
ARTÍCULO VI.
Los deseos del Gobierno español en los últimos tiempos de que venimos hablando, no eran menos propicios que los de los reclamantes a favor de las franquicias comerciales en nuestras provincias ultramarinas. Mas mostrábase lo que se llamaba entonces la corte tibia y recelosa en otorgarlas, por la oposición y los males que sobre esta medida le hacían ver los sucesores de las antiguas compañías de Cádiz, San Sebastián y Vizcaya, los defensores de todo monopolio lucrativo, sostenedores cual hoy los de Santander, de rancias y desacreditadas doctrinas. Pero ¡cosa rara! en aquellos días en que después de las agitaciones políticas por (las) que había pasado la Europa con la revolución francesa no se trataba más que de sistemas restrictivos; en este tiempo, por esta época fue cuando el Gobierno español y sus hombres más influyentes trabajaban para dar semejantes concesiones, en cuyo triunfo se representaba el imperio de las nuevas ideas y hasta el influjo de las más democráticas de la época actual. Es más todavía: fueron otorgadas para la isla de Cuba bajo la égida de los que abrazando en política los más rigurosos principios de comprensión (pone compreension), aconsejaban todo el influjo de los contrarios en economía a un desnaturalizado monarca (1) y en una da las épocas primeras de su furor reaccionario.
(1) Como peninsulares, derecho tenemos para llamar desnaturalizado al monarca cuyo reinado será siempre una acusación perpetua por parte del pueblo que amasó los cimientos de su trono con lágrimas y sangre. Pero si tal fue Fernando VII para nuestra península, fue todo lo contrario en sus providencias para con nuestras provincias de Ultramar, en particular Cuba. Tolerante aun en la opinión política para esta última, allí hubo una libertad de hecho bajo su mando absoluto. Los hombres más tildados se acogieron allí, y por fama que tuviesen de liberales, nada recelaba el monarca de su reunión en aquella isla. Después, siempre paternal, siempre condescendiente con las ilustradas exigencias de aquellos funcionarios, concedió en 1817 la abolición de los estancos, y la facultad de demoler hatos y corrales de gran trascendencia para la agricultura, la excepción de la doble alcabala para los cultivadores de ciertas tierras, con otras y otras análogas a un régimen liberal e ilustrado, y cuyo cotejo con lo que ha ocurrido más tarde no puede menos de ser muy advertido por aquellos naturales. En su comprobación diremos lo siguiente: Un día confesábamos con ingenuidad a cierto habanero ¡lustrado la impresión que nos había producido ver alzada la estatua de aquel rey sobre la plaza principal de aquella población al observarla por la vez primera, y él nos respondió con igual franqueza. "Creo lo que Vds. dicen, de cual fue su reinado para allá: Vds. deben odiar su memoria: más aún, desenterrar sus huesos y quemarlos. Pero introduzcan ustedes sus cenizas en una cajita y remítanla Vds. aquí, que nosotros las guardaremos por motivos muy diferentes y por llorar con ellas los buenos tiempos que con él perdimos." Esto por sí solo dice más que cuanto nosotros añadir pudiéramos en comentario; y tuvimos tiempo y motivos para convencernos allí que aquella estatua no está mal levantada en un país para el que fue rey ilustrado, y más padre, que monarca.
Y no concretándonos por ahora a la Isla de Cuba en particular, sino a las posesiones en general que por entonces teníamos en América; he aquí como se expresaba en un documento tan notable como poco conocido, el Ilmo. Sr. Don José Pablo Valiente y Bravo en el informe que se le pidió por Hacienda de orden del Rey con el fin de llenar los deseos del Sr. D. Pedro Labrador, plenipotenciario al Congreso de Verona, sobre el comercio de las Indias. En 10 de junio de 1814 se le dirigió una real orden en la que S. M. le decía (pone dedia) su dictamen sobre aquellas relaciones en la línea mercantil, y he aquí el contenido literal de su contestación.
“Excmo. Sr.: - En papel de 10 de junio último se sirve V. E. instruirme de la necesidad de proveer al Sr. D. Pedro Labrador nombrado plenipotenciario al Congreso, de datos y noticias conducentes al comercio y navegación con las potencias extranjeras, incluyendo también el de América por recelo de que algunas de dichas potencias quieran tener parte en él, y de orden de S. M. me previene V. E. que para el acierto en negocio de tanto interés como es el del comercio de Indias, exponga cuanto se me ofrezca sin omitir cosa alguna que pueda llenar la importancia del objeto. - Es en efecto uno de los más graves e interesantes que a mi entender exigen providencias grandes de reforma, y digno por lo mismo de ocupar muy de lleno la soberana atención y la del ministerio puesto al cargo de V. E. en tiempo y en circunstancias tan difíciles (pone difiles) y complicadas que se palpan al paso que no es fácil describir. - Si se atina a la reforma que con visible necesidad y urgencia ha clamado y clama el interés de la metrópoli de acuerdo con el de sus grandes reinos y provincias de Indias; y este remedio en la lastimosa actual revolución se ayuda con otros oportunos y eficaces, S. M. hará glorioso el reinado cogiendo en sus días el dulce fruto del amor y de la paz en sus vasallos de ambos mundos, como efecto preciso de la riqueza y abundancia que habrán de sentir por medio de una prudente y sabia transformación.
- Pero si obstinándonos en el favorable concepto que de ordinario se tributa, por falta de un detenido y radical examen a las leyes dictadas y sostenidas en tres siglos para este ramo, el gobierno cerrando sus ojos a la variación esencial del tiempo y circunstancias se empeñase en ratificarlas y recomendar su observancia, en tal error y desdicha no será lícito esperar otros resultados que la desesperación de los americanos con todo el cúmulo de funestas consecuencias que dejan considerarse. Está bien que en tiempo de los descubrimientos cuando el comercio en general era costeño, cuando en las Indias no estaba radicada ni aun plantada la fe de Jesucristo, cuando los consumos en aquellos habitantes eran sumamente reducidos, y cuando embebecida España con la asombrosa magnitud de su empresa, toda la idea era asegurarla y adelantarla, está bien, digo, que entonces se propusiese el Gobierno tenerlos aparte de todo roce y aun de noticias de extranjeros para mejor imbuirlos en la religión, costumbres y amor de sus padres y pobladores; pues en tal conjunto de cosas nunca habrá razón para acusar de bárbaro en su origen nuestro sistema de comercio con aquellas posesiones. - Nadie duda que las monarquías, como todo por lo común, empiezan en poco, y con el tiempo se extienden y engrandecen. La nuestra tiene en sí misma, el ejemplo de que hoy se compone de más de veinte coronas que sucesivamente ha reunido bajo de una misma religión, de unas leyes fundamentales, de un idioma y de unos usos. Todas son sus partes integrantes y con hermanable igualdad de esta respetable nación. - Descubiertas las Indias y dadas visiblemente por Dios a nuestros reyes, allá fueron en los ramos eclesiástico, político civil, militar y económico o de hacienda, los mismos establecimientos que tenía la metrópoli; y sus leyes municipales, sólo difieren de las antiguas en cuanto lo piden la distancia y la prudencia obligada juntamente a no aspirar de un pronto a la perfección y a conservar a los indios de cada reino y provincia sus peculiares costumbres en todo lo que permitiese la verdadera creencia. - Hayan dicho o digan lo que quieran la malignidad y la envidia, es indudable que nuestros soberanos en la adquisición (pone adquision) y conservación de aquellas vastas y dilatadas posesiones, se han propuesto con toda preferencia la extensión y pureza de la santa fe católica, el bien y felicidad de sus habitantes, y con mayor esmero de los naturales o indios. Jamás las han tenido ni considerado en concepto de colonias, y para sólo el fin de servir a la riqueza de la metrópoli. Siempre las estimaron parte integrante de la monarquía universal, igual y aun privilegiada en el amor de sus reyes y en el goce común de los vasallos. - Si no tuvieron parte en las Cortes y en algunas que parecen distinciones, efecto ha sido ciertamente de la distancia, y mejor de la vicisitud de los tiempos en que como es notorio y bien sabido, aquellas, después de los descubrimientos, no eran sino un simulacro de lo que antes fueron. - La exclusiva del comercio de extranjeros parece que lucha con esta idea de la verdadera hermandad e igualdad entre unos y otros vasallos. Lucha en efecto, mas no por el espíritu de que en clase de colonias sirviesen precisamente al interés de la metrópoli, sino por conservarlos en la pureza de la fé, por apartar el peligro de perder la tierra, y si se quiere por los fatales celos, achaque común en las potencias, creyendo con lamentable error que su grandeza y riqueza han de consistir en estorbar la opulencia de las otras. - He dicho y repito que las primeras providencias exclusivas del comercio extranjero en las Indias eran disimulables y casi propias de aquel tiempo y de las circunstancias; pero ellas sin embargo de tantas, tan notables y tan esenciales variaciones han durado y duran por siglos quebrando poco de su fuerza, y aquí está en mi dictamen el error político de nuestro gobierno; pues con él ha impedido e impide la felicidad de la monarquía en ambos mundos: ha tenido en continuo disgusto a los moradores de aquel, y no ha sabido evitar que en materia de tamaño interés e incapaz de olvido, tengan razón de juzgarse postergados y en la clase de colonos sin miramiento propio para ser objeto digno de las leyes.
- Pocas razones bastarían para demostrar que de hecho no lo han sido en este punto. - La metrópoli tiene comercio activo y pasivo con todos los extranjeros. En las Indias está prohibido hasta con pena de muerte. En el suelo de España se permiten todas las siembras a elección del dueño del territorio o de sus arrendatarios. Allá en la mayor parte es un crimen darse a la agricultura de ciertos artículos por sólo proporcionar el consumo de los de acá. Los americanos tienen talento, meditan sobre estas enormes diferencias, conocen también el error del cálculo político, y por más que se les predique igualdad, hermandad, consideración, aprecio y cuanto por este orden quiera predicarse, todo es y será en vano, y no producirá otro resultado que afirmarlos en la razón de su queja. - Sería un delirio querer persuadir que el comercio y la navegación de España, interrumpida a cada paso con guerras es capaz de surtir a aquellos dominios y de extraerles sus frutos. - En un solo año que no tengan salida sienten un trastorno de fortuna de imposible o difícil reparación, porque o siguen los gastos o cesan los trabajos, y en cualquiera de estos caminos se pierde el hacendado o cosechero. Aun gozando de paz no puede España proveer a sus tiempos oportunos: y sin fábricas propias sólo puede hacer la base del cargamento con frutos que no satisfacen la principal necesidad de aquel país, y con géneros reunidos del extranjero con retorno y aumento de derechos.
- Las grandes y frecuentes entradas de dinero de Indias, sin embargo de que
España es un mero canal por donde pasa, han hecho que la moneda valga poco. En este estado, las manufacturas y todo se encarece y costando mucho las de nuestras pocas fábricas, aun prescindiendo de la calidad y del gusto no pueden por ahora concurrir con las ajenas. El interés del contrabando convida a los unos; la necesidad de surtirse obliga a los otros, y de aquí el inmenso gasto de guardacostas y dependientes que per lo común son unos auxiliadores: el asombroso cúmulo de causas criminales, las prisiones, los costos, los destierros, la miseria de las familias, la perdición de los hijos y de las hijas de los reos ausentes y en trabajos, y un sin fin de males que gravan sobremanera el estado empeñado en el respeto y cumplimiento de unas leyes causantes ellas mismas de tanta calamidad.
- Impedida la navegación por la guerra, y nosotros sin marina real que proteja y convoque la mercante, ni debíamos tentar expedición alguna, porque es rara la que en tales tiempos no peligre cayendo en poder del enemigo. - ¿Qué harán entonces doce o más millones de hermanos nuestros pendientes de los surtidos de España? Se entregarán como yo los he visto muchas veces a la desesperación, y los jefes más reflexivos, no pudiendo resistir sus justos clamores, puestos entre la necesidad y el miedo del influjo de los consulados en la Corte, han solido abrir con limitaciones y por poco tiempo el comercio al extranjero. - Aquí es de observar que cuantas veces por allá o acá por el gobierno, obligado de igual funesto motivo o de la irresistible necesidad como en la introducción de negros, máquinas y otros utensilios, se aflojó en la observancia de las leyes, otras tantas ha asomado la felicidad del país en que recaen estas dispensaciones, y asoma siempre de un modo tan visible y conocido, que con sólo estos ejemplares se demuestra el verdadero camino que debe seguirse, cual es el de reformar un sistema depresivo de nuestro adelantamiento. - Digo de nuestro adelantamiento, y lo digo tratando de la metrópoli, porque si las indias son parte integrante de la monarquía española, si sus moradores son hermanos nuestros, si merecen por la ley una igual consideración, si ellos, atendidos en esta justicia se fomentan y mejoran de fortuna, se unirán más estrechamente a su gobierno sin pensar en su arriesgadísima independencia, y ricos y contentos multiplicarán sus relaciones y concurrirán por innumerables medios a la grandeza y dignidad de sus reyes. - No hay que temer de que bien oídos en este ramo, que es la piedra de toque, aspiren a otro gobierno, porque ellos conocen su interés y es harto demostrado que consiste y lo tienen en conservarse españoles formando con nosotros una misma monarquía.
- Los consulados, y especialmente el de Cádiz, son un grande obstáculo a la saludable reforma que debe hacerse; porque a pesar de que estos cuerpos siempre equivocan el interés general con el temporal de los particulares a la sombra del concepto de inteligentes que les da su propio instituto, son más oídos y considerados de lo que conviniera, y se empeñan y obstinan en la defensa y elogio de unas leyes buenas sólo en este tiempo para canonizar el monopolio. - ¿Con qué disgusto y resistencia no llevó la ampliación del año de 78, obra del benemérito ministro marqués de Sonora? Y ello es que aquella providencia, aunque insuficiente con respecto de lo que exigen el interés de España y sus Indias en los ramos de industria, agricultura y comercio, detuvo su ruina, aumentó la riqueza, sirvió a repartirla de una manera más conveniente, y abrió paso al grande intento de hacer verdaderamente libre el comercio, rompiendo las trabas que por entonces como en ensayo no fue posible romper. - Rómpanse pues ahora que el cielo tiene destinada esta gloria al feliz reinado del Sr. D. Fernando VII para hacerle más y más amable a su nación, y más grato a todos los extranjeros. A la verdad, sólo un príncipe magnánimo y formado en la contradicción podrá llevar a cabo este nuevo sistema, arduo sin duda por lo que harán los egoístas bajo el nombre de profesores, experimentados, de celosos y de amantes del bien general de la España y de sus Indias. - ¿No saben estos hombres que amparada la libertad y apartados los estorbos de la agricultura y del comercio cada cual elige el rumbo que más cuenta le tiene, y que la sólida y verdadera riqueza del Estado es el bienestar de los miembros que lo componen? - La reforma urge, y urge en circunstancias que sin este remedio, con otros no será posible aquietar a los americanos en sus antiguas y justas pretensiones acerca de su comercio. Este punto se trató en el consejo reunido, y en las Cortes llamadas extraordinarias, formando un voluminoso expediente en que se oyó al Consulado de Cádiz de palabra y por escrito, y será muy del caso tener a la vista estos antecedentes, y con ellos oír también a una junta de sujetos escogidos, y después a los consejos de Hacienda y de Indias con encargo de brevedad y preferencia; porque tratándose de reformar un ramo de legislación sostenida por tres siglos, parece justo que sufra este examen, y que para todos se radique el expediente en los dos ministerios de Hacienda de España y de Indias.
- Nosotros debemos arreglar nuestro comercio del modo que nos convenga y sin consideración a las pretensiones que tengan o puedan hacer las potencias extranjeras. Por medio de este arreglo, ya sea fijando algunos puertos francos en las Indias, ya permitiendo que los americanos naveguen a los extranjeros, o ya que pueda hacerse el giro con la misma libertad que se practica en la península, quizá las potencias quedarán en el lugar que desean, o al menos habrá datos ciertos con que poder contestarles, pues en otra forma, entrando desde luego en oír sus pretensiones, sería empezar por donde debe acabarse, y hacer forzado y dependiente nuestro propio arreglo de unos ajustes que deben ser el resultado de aquel. - Es cuanto me ocurre informar a V. E. en cumplimiento de la citada real orden que no he evacuado antes porque esperaba mi equipaje de Sevilla en que tengo algunos papeles relativos al comercio, y al fin lo evacuo sin verlos, porque no han llegado. Dios guarde a V. E. muchos años. Madrid 20 de julio de 1814. - Excelentísimo Sr. = José Pablo Valiente. = Excmo. Sr. D. Cristóbal de Góngora."
La España de hoy se sonrojaría sin duda, si posible fuera que como una individualidad cotejase estos principios que sostenían años hace sus hombres más influyentes respecto a las Indias, y a los principios económicos en general; con los que al presente se quieren sostener en Cataluña con los aranceles, en Filipinas con los derechos, y en Cuba y Puerto Rico con sus cuestiones de harinas y el alto derecho de sus tabacos. Las cláusulas que en este informe sobresalen llaman más de una vez la atención por su profundidad y el alcance de una observación previsora, que forma gran contraste por cierto con las doctrinas restrictivas y mezquinas de nuestros actuales tiempos. Porque en los presentes, en que se propala tanto el adelanto, entre una profusión de fórmulas y de palabras que representan ideas liberales y generosas, somos en la realidad más estériles en estas obras de reformas sociales y administrativas; y con las protestas de principios más justos e ilustrados, somos al revés más injustos, menos lógicos y consecuentes también (1).
Mas en aquellos no faltaron, como ya hemos visto, otros hombres que con igual fe secundaban y fortalecían los gérmenes de estas buenas doctrinas, y así como hemos publicado en este artículo lo que quería y pedía por aquella época un dignatario español, el Sr. D. Pablo Valiente, con relación a las Américas que entonces poseíamos; hablaremos en el próximo de lo que deseaba y pedía otro no menos digno para la isla de Cuba en particular, el Sr. Don Francisco Arango y Parreño, ilustre patricio, a quien se debió más particularmente la forma comercial que hoy aquella isla alcanza, única panacea de su prosperidad tan decantada.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
(1) No fue D. Pablo Valiente sobre este punto ni el primero ni el único, que como hijos de la escuela de Campomanes, Jovellanos, etc., trataron de aplicar a Ultramar sus principios y doctrinas. Ya en 1789 el célebre D. José Campillo y Cosío, Secretario del despacho de hacienda, marina y guerra y que pasó a la América septentrional en 1719, publicó su “Nuevo sistema de gobierno económico para la América con los males y daños que le causa el que hoy tiene de los que participa España, y remedios universales para que la primera tenga considerables ventajas, y la segunda mayores intereses."
Más adelante, en 1799 apareció impreso en Filadelfia otro papel no menos notable y de una dicción correcta y fácil titulado “Reflexiones sobre el comercio de España con sus colonias en América, por un español."
Ambos escritos admiran ciertamente hoy por lo adelantado de sus ideas.
CRÓNICA QUINCENAL.
La nueva organización de la Confederación germánica ocupa en el día la atención general. Parece que la Inglaterra ha dirigido a los gabinetes de Viena y Berlín una nota, declarando que la extensión que se trata de dar ahora a la Confederación no podrá llevarse a cabo sin el consentimiento de todas las potencias signatarias de los célebres tratados de Viena; conducta que ha sido imitada por la Francia, aún más interesada que Inglaterra en este asunto. Sin embargo, es muy probable que el Austria y la Prusia no se detengan por las protestas de los gobiernos de París ni de Londres. Una población de cerca de setenta millones de habitantes y el apoyo de la Rusia, son condiciones con las cuales bien se puede arrostrar cualquier compromiso; tanto más cuanto que una de las dos naciones que se oponen, tiene sobradas contingencias que prevenir en su propio territorio, y reflexionará mucho antes de decidirse a romper el fuego.
Los periódicos alemanes anuncian grandes movimientos de tropas, asegurando además que la nueva Confederación va a poner sobre las armas un ejército de 100.000 hombres. Añaden que esta fuerza apoyará las reclamaciones de la Prusia para recobrar la soberanía del principado de Neufchatel. Los ducados estaban llenos de tropas austríacas y prusianas, que ocupan las principales fortalezas.
Según correspondencia recibida con fecha del 11 desde Ombruck por el Diario alemán de Francfort, parece seguro que se trata de decidir al rey a que abdique, para que de este modo pueda prescindirse de los compromisos contraídos en 1848 y años sucesivos, facilitándose una completa reacción.
La cámara de los diputados de Cerdeña está discutiendo los presupuestos, que dan lugar a debates vivos y animados. Algunos temores de que se alterase la paz en la península italiana han hecho que el Austria haya reforzado sus ejércitos de la Lombardía. Parece que los revolucionarios se proponen comenzar por el mediodía, esto es, por Sicilia y Nápoles, extendiéndose luego a Florencia, Roma y Liorna. Asegurada la victoria en estos diversos puntos, llamarán a las armas la Lombardía.
Como preveíamos en nuestra última crónica, la asamblea francesa desechó el proyecto de ley pidiendo 1.800.000 francos, como sobresueldo o gastos de representación del presidente de la República. Se acudió entonces por los bonapartistas a la suscripción nacional; pero Luis Napoleón, valiéndose de uno de los jefes de su casa, manifestó al periódico titulado El País, que agradecía semejante muestra de aprecio y desinterés, pero que estaba resuelto a no aceptar ninguna suma que pudiese llegar a él por aquel medio.
Los representantes de la montaña, en número de más de 150, han presentado a la asamblea una proposición, pidiendo que se conceda amnistía a todos los condenados por delitos políticos desde el mes de febrero de 1848. Se ha notado que faltan en ella las firmas del general Cavaignac y de Mr. Lamartine. Es preciso convenir en la oportunidad con que los diputados de la extrema izquierda han dado este paso. En efecto, dividida la mayoría, y habiendo ellos prestado sus votos a los adversarios del presidente, su pensamiento tiene probabilidades de un éxito feliz. Nadie se ha atrevido hasta ahora a declararse en contra de la amnistía, y lo que es más, se dice que el gobierno mismo la apoyará. La asamblea ha suspendido sus sesiones por algunos días, que invertirá en examinar el trabajo hecho por el consejo de Estado para la reforma del sistema provincial y municipal. Se cree que este asunto ocasionará largos y empeñados debates entre los partidarios del sistema de centralización y el opuesto. El ministerio inglés presentó a la cámara de los comunes un bill sobre las agresiones papales, cuya lectura ha sido autorizada por 332 votos contra 63. Es visto, pues, que nada bueno deben esperar los católicos de la determinación que en este particular tome la Cámara. El gabinete inglés no está, al parecer, muy firme sobre su base. Mr. D' Israeli hizo una moción en la que pedía se examinase el cambio que la reforma económica había introducido en las condiciones de toda producción territorial. El orador proteccionista la defendió con destreza, y aunque fue desechada, lo fue sólo por 281 votos contra 267; es decir, por una mayoría de catorce votos. De la memoria acerca de los ingresos y gastos del Erario de Inglaterra en el año que ha terminado en Febrero, resulta lo siguiente:
El ingreso en el referido año ascendió a 52.810.880 libras esterlinas; el gasto a 50.231.874: de manera que quedó un sobrante de 2.579.006 libras esterlinas. Los principales artículos de los ingresos ordinarios fueron los siguientes: derechos de aduanas, libras 20.442.170: excise, 14.316.083; papel sellado, 6.558.332: impuestos sobre las tierras y demás bienes, 4.360.178: impuesto sobre la propiedad, 5.383.036: correos, 820.000: tierras de la corona, 150.000: tanteo, derechos sobre las pensiones etc. 4.762: pequeñas partidas de las rentas hereditarias de la corona 16.330: gabelas sobre los oficios públicos, 416.246: producto de los antiguos almacenes, etc. 472.394; empréstito y monedas, 101.344: recibido de las Indias orientales, 60.000.
Los gastos consisten: La totalidad de las cargas de la deuda pública. 27.687.884: intereses de los billetes de tesorería, 403.705: lista civil, 396.481: anualidades y pensiones de los servicios civiles, navales, militares y judiciales, 384.694: salarios y licencias, 284.662: sueldos y pensiones de los diplomáticos, 159.280: tribunales de justicia, 1.089.893: gastos diversos de la deuda que corresponden al parlamento, 3.856.886: dividendos reclamados por no haberlos recibido, aunque en realidad los han recibido los reclamantes, 25.993. Los guarismos anteriores son aún más persuasivos que el discurso mejor pensado. Las aduanas producen en el Reino Unido 2.000.000.000 de reales. Compárese esta suma con la que rinden en España y la diferencia que entre ambas existe dará luego a conocer el vicio radical del sistema entre nosotros adoptado.
Las noticias de Manila alcanzan al 21 de diciembre.
Las islas disfrutaban de completa tranquilidad.
En la tarde del 11 salió de aquella bahía el general Urbistondo, a la cabeza de una expedición imponente, que se componía de la corbeta Villa de Bilbao, bergantín Ligero, vapores Reina de Castilla, Magallanes y Sebastián Elcano, de varias lanchas cañoneras de 16 y 24 y de diferentes falúas. Esta expedición mandada por el capitán general en persona, iba dirigida por el comandante general de aquel apostadero y el brigadier señor Quesada.
La expedición llevaba 500 hombres de tropa de infantería, 100 artilleros con dos baterías de montaña, 6 morteros, yendo también en ella varios zapadores y algunas partidas sueltas del desembarco. La escuadrilla ha sido también bien provista de granadas, bombas, camisas embreadas, escalas, armas y municiones de boca y guerra de toda especie.
La expedición debía tocar en Segur y Zamboanga, para recoger en aquellos puntos más fuerza armada hasta completar el número de 2.000 hombres de desembarco. El objeto de esta oportuna y respetable expedición, dicen de Manila, que es el de dar una lección dura a los piratas de Joló que habían vuelto a inquietar el comercio de aquellos mares. Ni por un momento podemos dudar de los resultados de ese alarde de fuerza y de poder que el entendido general Urbistondo ha creído deber hacer en provecho del comercio, y por el buen nombre de la España.
El 21 entró en Cádiz procedente de la Habana la fragata correo número 1.° Este buque ha empleado 42 días en la travesía; por consiguiente, la correspondencia que ha traído no pasa del 10 de enero, anterior a la que hemos recibido por la vía de Inglaterra. El Sr. conde de Villanueva, superintendente general de real Hacienda de la isla de Cuba, contaba venir a España en el mes de mayo próximo en uso de real licencia.
Uno de nuestros más concienzudos corresponsales de aquel punto nos dice entre otras cosas lo que sigue:
"No pasa un solo día sin que el nuevo capitán general dé una prueba del empeño con que procura que se olviden los agravios del país. Todo lo está tocando y reformando. La escuela de maquinaria que tan útil era al país, que sólo contaba con cincuenta alumnos, y que estaba sostenida por una suscripción voluntaria, se ha aumentado hasta ciento cuarenta; se ha destinado el antiguo convento de San Isidro para que en él se establezca, ha cesado la suscripción, y el gobierno la ha tomado bajo su protección; se ha nombrado una comisión para reformar el bando de buen gobierno, código monstruoso que no era otra cosa con sus adiciones contradictorias que el resbaladero para que se pagaran multas. Se han aumentado los correos, y ya del interior se recibe la correspondencia dos veces en la semana. Ha corregido muchos abusos, removiendo varios empleados, y ya se empieza a sentir la benéfica influencia que en todo ejerce el carácter del jefe y su conducta. No, amigo, no se engañó V. ni engañó a los que dijo que una era de prosperidad se preparaba para la isla de Cuba, y esté V. seguro de que si tenemos la dicha de que nos gobierne mucho tiempo este capitán general, y si los que le sucedan vienen con el mismo espíritu, podemos desafiar a todo el poder de los Estados Unidos, porque en el país no había más que españoles decididos a defender sus buenas instituciones; y si todo esto lo debernos a la intentona de los piratas, bendita sea la hora en que concibieron su desesperado y vandálico proyecto. Malo sería que probásemos la miel para beber después acíbar; pero yo confío en que el gobierno procurará elegir en lo sucesivo hombres que, como el general Concha, sólo vengan a hacernos felices, y a evitar quejas justas."
Otras cartas han llegado de Villaclara que dicen ha sido tal el saludable influjo que va ejerciendo sobre sus subordinados el nuevo capitán general, que como por encanto, ha bajado mucho el importe de las multas y el número de los juegos prohibidos. Sólo de Santiago de Cuba es de donde recibimos todavía multiplicadas cartas sobre el áspero régimen de aquel señor comandante general. Aquel gobierno parece no ha mirado con la elevación de miras del Sr. Concha la denuncia que ha hecho un mal hijo, o por mejor decir un loco, y hablan de prisiones y de sustos, cosa que tristemente contrasta con el contento y la alegría de lo que escriben de la Habana.
La Esperanza, en su número del 26 del actual, después de hablar por medio de su corresponsal de la tranquilidad en que se halla la isla, dice:
“El general Concha está haciendo muchas reformas administrativas, así en la parte militar como en la civil. Se necesitaba, porque había grandes abusos que la parte más sana de la población quería ver desarraigados. El general se muestra inexorable como debe en la ejecución de sus determinaciones."
La España, en su núm. del 28, trasladando otra carta muy larga del suyo, se lamenta de los grandes gastos de defensa a que ha dado lugar la intentona de Cárdenas, encontrándose hoy recargada la isla con dos millones de pesos más que los que pagaba de contribuciones marítimas, pagando así el comercio una tercera parte más de derechos que antes de estas medidas extraordinarias: así se explica el corresponsal:
“Y ya podríamos congratularnos si las cosas quedasen en este estado; pero no sabemos a dónde iremos a parar para llenar un presupuesto de un millón de pesos mensuales que se necesita para todas las atenciones ordinarias y extraordinarias; a lo que se agregan las obligaciones pendientes por razón de los libramientos del Gobierno de S. M. contra esta tesorería. Por fortuna se irán calmando los temores: se verá palpablemente que no merecen tan considerables aprestos los pocos enemigos que puedan amenazarnos, cuando aquí reina el mejor espíritu y cuando esperamos que, como es justo, a las medidas de defensa y de vigor, acompañen aquellas que propenden a estrechar cada vez más los lazos de esta interesante posesión con la metrópoli, concediéndola todo lo que le falta y reclama para mejorar su administración, cimentar su industria y su comercio, igualarnos en lo posible a los demás españoles, y hacer en fin que sea odioso para todos los demás habitantes la sola idea de una variación.” Por el vapor Artic se han recibido noticias de la Habana que alcanzan hasta el 22 de enero, en cuya fecha reinaba en nuestra preciosa Antilla la más completa tranquilidad. El Caledonia no había llegado aún, y en cuanto al Hibernia estaba reparando la avería de su máquina, y se creía que no estaría corriente hasta el 10 del mes actual. El puerto de San Juan en los Estados de Nicaragua (centro de América) ha sido declarado libre para todas las naciones.
Este suceso va a ser de una trascendencia inmensa para el movimiento comercial del nuevo mundo, y no será la isla de Cuba la que reporte menos provecho con motivo de los multiplicados derroteros que hacia aquel punto se dirijan. Por fin se puso término a la discusión entablada en nuestro Congreso de diputados con motivo de la interpelación del señor Ortega, sin que se sacase de ella otro fruto que la deplorable pérdida del tiempo y el ensañamiento de las pasiones. El parlamento, después de esa lucha, ha descansado, y sólo se ha reunido uno que otro día para oír, leer y discutir algunos casos de reelección. En la sesión del 22 presentó el gobierno un proyecto de ley, pidiendo la autorización para proceder desde luego a la quinta correspondiente a este año, con arreglo al proyecto de ley votado el año último en el Senado, y acerca del cual no ha dado su dictamen todavía la comisión del Congreso. En el Senado se han aprobado dos proyectos de ley; el relativo a la reorganización del Banco Español de San Fernando y el que trata de la clasificación de carreteras.
Dejando a un lado ya la política, entraremos en la amena sección de las diversiones públicas, que, como achaque de la época carnavalesca, se redoblan en estos días. Bailes de máscaras en el Liceo, bailes de máscaras en la Cruz, bailes de máscaras en el Teatro Real; y esto sin hacer mención de una multitud de sociedades más reducidas, donde Terpsicore impera, donde la polka, la polka mazurca, la varsoviana, la scottish son las delicias de nuestros dandys. El baile del Teatro Real estuvo magníficamente provisto de orquestas, si bien la que tocaba en el hermoso salón de Oriente lo hacía para un número tan escaso de danzantes que daba lástima. En el salón del Teatro era la bulla; allí se aglomeraban todos, con máscara y sin ella. La concurrencia era muy lucida, aunque es preciso confesar que la parte masculina excedía con mucho a la femenina; lo que robaba algo de su color al local. S. M. la reina, su augusta madre y el duque de Riánsares se dignaron honrar con su presencia el baile, disfrutando de él desde su palco.
A propósito de S. M. la reina, nos cumple referir en nuestra crónica un nuevo acto de esos que tanto realzan la generosidad de su carácter. En el Circo de Mr. Tourniaire, a donde concurrió la noche del 21, salió un niño de cuatro años a trabajar con el director y ejecutó perfectamente varias posturas sobre el caballo: se le colocó luego con otro niño de más edad en una tabla, a una grande altura, para que saltara por encima de ellos Mr. Tourniaire; pero este no fue en la evolución tan feliz como otras veces, y tropezando con un pie en el niño más pequeño le derribó en el suelo. Un grito de sobresalto resonó en todo el Circo. S. M., sumamente conmovida, se apresuró a preguntar si se había lastimado, y mandó que le trajesen a su presencia. Con el mayor cariño le estuvo haciendo preguntas; y cuando el público se enteró de que estaba acariciando y besando al niño, prorrumpió en vivas a la reina, que fueron repetidos con entusiasmo. S. M. hizo llamar al padre del niño, que es un pobre y honrado carpintero (me suena de algo); y le manifestó que desde aquel momento corría por su cuenta la educación de su hijo, y que tendría mucho gusto en que no volviese a salir al Circo. El padre, arrasados los ojos en lágrimas, dio gracias a la reina, y prometió que cumpliría lo que para él era un precepto. El conde de Pinohermoso le previno de orden de S. M. que se presentase al día siguiente en la intendencia de palacio y que cuidase a su hijo, pues este había dicho que le dolía la cabeza. Tales actos popularizan a los reyes y graban su nombre y su memoria en el corazón de sus leales súbditos. Por lo que respecta a funciones de teatro, diremos que en el Real, la figlia del regimento ha agradado bastante. La Alboni ha sido aplaudidísima, y además de la reputación de gran cantatriz que ya se había granjeado, ha ganado la de actriz de chispa. Toca el tambor, salta, enloquece a los espectadores, y enseguida los eleva a las regiones de lo ideal con su incomparable voz. El Español no nos ha dado ninguna novedad; pero, en cambio, hemos tenido el gusto de aplaudir al señor Valero y a la simpática Lamadrid (doña Teodora) en El pilluelo de París, en esa linda comedia que no se cansa uno de ver, y que tan gratas lágrimas hace verter a los que la escuchan. Se anuncia La carcajada, triunfo del mencionado actor, y el bello drama del señor García Gutiérrez El trovador, que su célebre autor ha refundido, y que esperamos con ansia. En Variedades continúan atrayendo un numeroso concurso los eminentes actores D. Julián Romea y Doña Matilde Díez. Se anuncia para ser representada en la presente semana la comedia del ilustre Moratín La mojigata. La segunda parte del Duende ha sido perfectamente recibida en el Circo, y promete a este coliseo abundantes entradas. S. M. la reina debe concurrir, según dicen los periódicos, una de estas noches a oír la obra de los señores Olona y Hernando. En el Instituto se han aplaudido las dos piezas en un acto Por tener un mismo nombre y Quien a hierro mata. Tenemos que lamentar la muerte del excelente actor D. Juan Lombía, arrebatado a su familia y amigos cuando aún estaba a la mitad de su carrera. El arte dramático ha perdido mucho con él, pues su entusiasmo era igual, si no mayor que su talento. También ha perdido la poesía en el joven D. Carlos Doncel una de sus glorias. Séales la tierra ligera. Llamamos la atención de nuestros lectores sobre la obra del doctor D. Nicolás Malo, Estudios sobre el proyecto europeo de la unión de los tres mares, mediterráneo, cantábrico y atlántico por el Ebro y el Duero, el Canal imperial y el de Castilla, o sea pensamientos sobre la navegación interior, oriental y septentrional de España. Acaba de publicarse, y ha merecido los elogios de la prensa periódica de todos los matices. El autor se ha propuesto delinear el plan actual de los trabajos públicos más importantes, preferentes y hacederos en España. Su utilidad se recomienda con el mero anuncio de su objeto. No podemos menos de celebrar la laboriosidad de este escritor y los plausibles móviles que le impulsan en tan áridas tareas.
Febrero 26 de 1851.
SECCIÓN POLÍTICA.
EN EL DEPARTAMENTO DEL MINISTERIO DE MARINA NO DEBÍA HACERSE REDUCCIÓN ALGUNA EN SU PRESUPUESTO. LAS ECONOMÍAS QUE HOY PIDE LA OPINIÓN, PODÍAN SUPLIRSE CON LAS QUE DEBEN HACERSE EN EL DE la GUERRA, PRINCIPALMENTE EN SU PARTE ADMINISTRATIVA.
“Convencidos nuestros hombres de Estado de que nuestra dignidad y verdadera independencia debe estar en las respetables fuerzas de nuestras costas; teniendo presente que, según el estado de la Europa y el porvenir de los principios que han cambiado la faz del mundo, las grandes batallas no se han de dar ya en adelante por las tierras y sobre las tierras, sino por los mares y sobre los mares; persuadidos de que el espíritu guerrero y dominador lo rechaza hoy el de la comunicación y comercio de todos los pueblos, que perderían esa red de intereses especuladores, de asociaciones y empresas que cada día se va extendiendo más sobre la superficie de las naciones cultas; partiendo, por último, del natural impulso de dilatar nuestro comercio y anudar nuestras pacíficas relaciones con estados que fueron un tiempo nuestros hermanos; el Gobierno de S. M. debe acelerar el aumento de nuestra marina, aliviando el sacrificio de los recursos que este aumento exigiría, con el descargo y disminución de nuestro desproporcionado ejército.” Así nos expresábamos por medio de la prensa periódica en 29 de Diciembre de 1835, en cierto artículo que sobre la marina hemos reproducido por comprobante en el núm. 4.° del primer tomo de esta Revista; y ya se concibe, que quien esto entonces decía, con las demás convicciones que en lo restante del artículo denotaba, mal podría haberlas modificado hoy, a, pesar de todo el influjo que ejerce al presente la voz economía en cuantas personas tienen que ocuparse por su posición de la cosa pública. Nosotros también invocamos, ahora como entonces, la aplicación de esta voz y su significado a los ramos que más lo piden hoy en el orden de nuestra administración en general. Pero nosotros, francamente lo decimos: la Marina no ha debido pasar siquiera por la imaginación de los que más severos se muestran con los presupuestos presentados. Ha debido pensarse en Guerra, no olvidarse la Hacienda y el lujo de los efectos exagerados de la centralización respecto a gastos y empleados en el ministerio de la Gobernación: pero en Marina no ha debido rebajarse un real de los 83.546.070 que el pasado ministerio presentó en los suyos. Entonces como ahora el presupuesto del ministerio de la Guerra ha debido sufrir la rebaja, con la que se hubiera podido acceder a la necesidad de las economías, y permitir que no se hubiera tenido que pensar en la rebaja de los 12 millones que se indicaron al punto por el actual gobierno de S. M., tan luego como sus miembros tomaron la posesión de sus cargos respectivos. Y nosotros, para así ejecutarlo, apenas hubiéramos tocado al personal del ejército: habríamos presentado la reforma en su administración, y sólo la administración militar hubiera reportado el sacrificio, caso que la conveniencia y no la necesidad hubiera dictado que no se podían aumentar los 12 a los 100 millones de que debía disponer el presupuesto próximo de nuestra Marina, si hemos de ser algo por ella en el exterior, y si en el interior hemos de tener vida comercial, paz en nuestros campos, y movimiento y ocupación en nuestros puertos y arsenales. Nos explicaremos.
Que en el porvenir, los pueblos que tengan más buques y más comercio serán los más ricos y respetados; que toda marina mercante necesita una de guerra proporcional que la proteja y defienda; que la España tiene hoy una armada mercante que es la tercera del mundo; que no se aumenta más como debía, en nuestros mares del Asia y en las antiguas costas de nuestra América, porque nos faltan estaciones y buques de guerra que puedan cubrir nuestro pabellón a fin de que no se miren como de contrabando las expediciones de nuestros conciudadanos, que en buques españoles quieren hoy cruzar la corta travesía que media desde Cantón a las costas de Acapulco; cosas son todas estas que las tiene olvidadas el último de los que de los negocios y de la prosperidad pública se ocupa. Mas entonces se nos responderá: ¿si tan nacional es este deseo, cómo los que tienen la dirección del Estado, cómo en las mismas Cortes no se ha levantado una voz para protestar contra semejante economía? Muy fácil es la respuesta: porque los unos no tienen todo el valor de que necesitan para arrostrar la impopularidad que su oposición a las economías sobre este punto podían acarrearles: porque los otros se muestran más celosos contra la marina, porque es débil, que con el ejército y su administración militar porque es más fuerte; y habría que oponer una cierta abnegación a los respetos privados que sus encastillados jefes ofrecen. Los del ejército, posesionados del parlamento y de la corte, no en vano protestan. Los de la marina en
vano exponen y representan desde sus comandancias y arsenales. Apoyan a los primeros en las Cortes los hombres meticulosos que no ven el orden sin la preponderancia militar: no pueden sostener a los segundos el comercio y ese cuerpo de cónsules que en vano clama desde los puertos de ambos mundos por buques de guerra que sostengan su influjo y sus providencias. Pero no nos extendamos más sobre las causas que impiden hasta el día el justo desarrollo de un sentimiento tan fecundo y nacional. Hablemos sólo del modo de extenderlo, y veamos si puede hacerse esto con las economías que se han propuesto en el departamento de Marina.
El presupuesto de la armada nacional en el pasado año fue de 68.161.964 rs., el que cotejado con el que ya hemos hecho mérito más arriba perteneciente al actual, hay una diferencia de más de unos 15.383.015 reales. Pero es preciso advertir, según manifestó un periódico de Cádiz, por una parte, que los haberes de fallecidos que no aparecen en el presupuesto de este año han pasado a la sección de las clases pasivas, de manera que los 1.412.024 rs. de su importe no son una verdadera economía; y por otra, que los 7.570.600 rs. de los correos marítimos que no figuran ahora, son un gasto nuevo ocasionado por el establecimiento de los vapores de las Antillas, y no deben por esta razón tenerse en cuenta para comparar las sumas totales de ambos presupuestos. Compensadas, pues, estas partidas, resulta que todo el aumento que se proponía en los gastos del ministerio de Marina para el presente año consistían en 9.226.439 reales 16 maravedises. El capítulo del resguardo de las costas se ha borrado en el presupuesto de 1851, pero como no aparece en los de ningún otro ministerio, suponemos que su importe está embebido en los demás capítulos de aquel y sólo así se comprende que los buques armados cuesten 25 millones en lugar de los 11 millones que costaron el año anterior. Tenemos, por lo tanto, que a pesar del impulso que se ha empezado a dar en el año último al fomento de la marina, a pesar de que es mayor el número de buques que hay que sostener en el día, a pesar de los gastos extraordinarios que han de irrogar necesariamente las obras emprendidas en los arsenales, el aumento del presupuesto no llega siquiera a diez millones de reales.
Y preguntamos a la vez nosotros: ¿no era preciso ya un presupuesto anual siquiera de unos 100 millones si se ha de ir creando una armada proporcional a la mercante y a las necesidades exteriores de nuestro país sin contar con los siete millones de los correos marítimos? Pues veamos de dónde podía salir este aumento de gastos sin aumentar por ahora los generales de la nación, y si a costa de la preponderancia y del excesivo peso de nuestra administración militar. Según la España lo ha comprobado, esta administración absorbe la más saneada parte de las rentas públicas, pues que en nuestra nación sube al 21 por 100 del presupuesto total de ingresos. ¿Y cuál es el provecho que saca la patria al contribuir con este tan enorme sacrificio? ¿Acaso la permanencia de su seguridad e independencia nacional? No: el tener un dignatario más en la alta escala de la milicia, y con él, esa serie de dependencias y oficinas que forman como un ministerio aparte dentro del de la Guerra, y del que no debía ser más que uno de sus varios ramos; y sinó, ¿qué fue lo que hizo Napoleón en Francia, aquel militar de los militares, pero administrador a la vez? Establecer una sola caja central, procurando su unidad por medio de pagadores, y suprimir las cajas particulares que se conocían antes de su consulado con el pretexto de las diversas armas e institutos de que se componía el ejército. ¿Y saben nuestros diputados lo que la nación ganaría apartando de repente de la construcción ya principiada en nuestros principales arsenales los medios de esos cuantos millones cuya economía se ha propuesto en el departamento de la Marina? La pérdida de grandes sumas reproductivas en el personal de esos constructores que es preciso resucitar a fuerza de obras y recursos; que es preciso multiplicar para mañana, a fuerza de formar y componer buques; la pérdida de esas fábricas de los arsenales principiadas apenas a ser alentadas; la pérdida en fin de esos costosos edificios apenas reparados para volver al deterioro o al olvido. Pero en esta parte nos acompaña la esperanza de que el actual ministro del ramo es bastante entendido para creer, que en el caso de tener que hacer economías, deba permitir otras que las que puedan hacerse en las dependencias de su ministerio sin tocar a las escasas sumas que han debido aumentarse para las obras de los arsenales.
De lo contrario, él más que ninguno deplorará más adelante lo defraudado que quedará este mismo Estado que hoy se trata de favorecer, perdiendo las considerables cantidades que representará el detrimento de las maderas cuya labor se paraliza, para ofrecer después un mal servicio, caso que se emprendiese de nuevo su conclusión definitiva. No sucedería nada de esto, repetimos, si en vez de semejante reducción en el departamento de la Marina se hiciese en guerra lo que está pidiendo su administración militar. Pues qué ¿estamos en el caso de seguir pagando por ella mucho más de la mitad de lo que le cuesta a la Francia la suya? ¿Estamos en el caso de que un soldado español siga costando a nuestro erario nacional según la propia memoria del señor general La-Valete 2.729 rs. por término medio, y el de Francia, Baviera, Cerdeña y Portugal 2.091? Pero hasta ese mal necesario, aunque sensible, de las cargas que sufren los pueblos por su fuerza armada, es más llevadera y de menor coste el de la armada, pues según decía en sus informes al gran Carlos III el marqués de la Victoria, diez y ocho batallones de marina cuestan al año 7.600.000 reales menos que otros tantos de tierra.
Estas cortas reflexiones que nos hemos permitido indicar antes que se discutan y voten en el congreso los presupuestos presentados, nos prometen que serán atendidas por los dignos representantes de los pueblos, y que ellos, que lo son a la par de sus derechos protectores y de sus intereses comerciales, de su prosperidad y de su gloria, no dejarán de ver en nuestra marina el objeto más caro de nuestros futuros sacrificios, y que lejos de admitir sus economías, procurarán hacerlas en otros ramos no tan importantes del público servicio. Ellos, para concluir, jamás deben perder de vista aquellas solemnes palabras que el político nombrado dirigía también al propio Carlos III: V. M. (le decía) está en el mismo paralelo que Inglaterra. Islados están sus reinos, e islado todo el continente de sus estados en Europa. Ella no mantiene otro ejército de tierra que el que necesita para la defensa de ellos y de sus puertos y plazas. Pero su marina es su ídolo. La preciosa joya de V. M. debe ser la marina. Y después: A su ejército de tierra por numeroso que sea no lo temen ni les servirá de freno. Esto se sentía y esto era lo que se aconsejaba en España por los hombres que la engrandecieran, y a cuyas frentes se orlaban laureles tan inmortales como los que alcanzaron nuestras naves en el combate del cabo de Sicie.
Sí: la representación nacional no podrá menos de ser justa ante sus recuerdos.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
SECCIÓN FORENSE
SOBRE LA REAL ORDEN EXPEDIDA CON FECHA 2 DE FEBRERO DEL CORRIENTE AÑO POR EL MINISTERIO DE GRACIA Y JUSTICIA, PUBLICADA EN LA GACETA DEL DÍA 3 DEL MISMO.
Vamos hoy a ocuparnos de una disposición reciente, dictada con el objeto de mejorar el personal que constituye el ministerio fiscal, examinando al mismo tiempo su utilidad y conveniencia y los resultados que pueden esperarse de su rigurosa aplicación. Con el fin de que nuestros lectores tengan presente la Real Orden mencionada, la transcribimos literalmente a continuación.
Dice así:
REAL ORDEN.
"Con el fin de reunir los datos convenientes para la más acertada provisión de las promotorías fiscales de los juzgados de la península e islas adyacentes, ha tenido a bien disponer S. M.:
1 ° Que oyendo los fiscales de las Audiencias a todas las personas que quieran ilustrarles, y señaladamente a los decanos de los Colegios de Abogados, formen una nota de los letrados que reúnen las cualidades necesarias para servir promotorías fiscales y se hayan distinguido en el ejercicio de la abogacía, así en el tribunal superior como en los diferentes partidos de su territorio, y la remitan a este ministerio haciendo la clasificación oportuna de los que deberán ser destinados a promotorías de entrada, de ascenso y de término.
2.° Que en dicha nota, y teniendo en cuenta sus servicios, comprendan en lugar preferente a los promotores cesantes que hayan solicitado o tengan deseo de volver a la carrera, salvo el caso en que su cesantía o separación se hubiere fundado en causas de las que inhabilitan a un funcionario para ser repuesto en su destino.
Y 3.° Que para evitar todo retraso en el servicio, y a fin de que la administración de justicia se halle establecida como corresponde, nombren los mismos fiscales oportunamente, en caso de conceptuarlo necesario y dando cuenta a este ministerio, letrados de su confianza que sustituyan alos promotores fiscales del territorio en sus ausencias y enfermedades, quedando en esta parte derogado lo prevenido en el párrafo 6.° del art. 2.° del decreto adicional al Reglamento del Tribunal Supremo de Justicia y a las Ordenanzas de las Audiencias.
Madrid 2 de Febrero de 1851. - González Romero."
Como nuestros lectores observarán, la Real Orden que acabamos de insertar ordena que los fiscales de S. M. remitan al ministerio de Gracia y Justicia una nota de los letrados que reúnan las circunstancias necesarias para servir
promotorías fiscales y se hayan distinguido en el ejercicio de la abogacía, comprendiendo en lugar preferente, en dicha nota, a los promotores cesantes que hayan solicitado o tengan deseo de volver a la carrera. Asimismo que, para evitar todo retraso en el servicio, nombren los mismos fiscales oportunamente, en caso de conceptuarlo necesario, y dando cuenta al ministerio, letrados de su confianza que sustituyan a los promotores del territorio en sus ausencias y enfermedades.
En primer lugar deberemos examinar la conveniencia de dicha Real Orden; en segundo lugar si será observada con exactitud y sinceramente cumplida; y en tercero, los resultados que esta medida tiene que producir a la buena administración de justicia.
Respecto a la utilidad o conveniencia que pueda resultar al país de la ejecución de esta real disposición, poco podremos extendernos, pues desde luego se deja conocer la ventaja que produciría al público el que las personas que entrasen a desempeñar el ministerio fiscal fuesen letrados instruidos y entendidos. Con este fin se dispone que los fiscales de las Audiencias oigan a todas las personas que puedan ilustrarles, y señaladamente a los decanos de los Colegios de Abogados. No hay duda que los decanos pueden, por regla general, tener un exacto, o cuando menos un aproximado conocimiento de la capacidad científica de los individuos de aquel Colegio y de los que más se hayan distinguido en el ejercicio de la abogacía. Hay, sin embargo, muchos, muchksimos letrados en España bastante aprovechados y de conocimientos poco comunes que no están ascriptos (adscritos) a Colegio, en razón a que viven en pueblos, lugares y aldeas insignificantes, de los cuales no pueden informar los decanos porque no existen en todas partes Colegios. Estos letrados ejercen, no obstante, la abogacía con bastante crédito y buena reputación en los respectivos puntos en que residen. Pero en este particular, aunque la Real Orden dice que se oiga a los decanos de los Colegios de Abogados, no por eso excluye el que se puedan tomar informes por otros conductos, antes al contrario, expresa terminantemente que los fiscales de las Audiencias oigan también a todas las personas que puedan ilustrarles sobre los abogados que deban entrar a desempeñar las promotorías fiscales. La Real Orden, pues, que analizamos es oportuna y conveniente. Nada más justo que el que sean preferidos para ei desempeño de estos difíciles e importantes cargos los hombres más competentes y versados en la ciencia del derecho y en las prácticas de nuestra jurisprudencia civil y criminal. Nada más justo que el que se escojan para estos destinos los hombres más capaces e instruidos, así como los de más honradez, probidad y rectitud, y que cesen de una vez y para siempre esos nombramientos infundados, hijos del influjo, del favoritismo y del padrinazgo, en virtud de los cuales obtienen estos graves cargos personas incapaces generalmente hablando, y faltas de los verdaderos títulos y merecimientos para desempeñarlos dignamente. Es proverbial (pone probervial) en nuestro país, y lo es también en Europa, que los hombres más oscurecidos, postergados y desatendidos en España son, por lo general, los de más suficiencia y mérito, encontrándose el premio en razón directa de la intriga y de la ignorancia, y en razón inversa de la aptitud y de la probidad. Así se ha dado y se está dando el espectáculo de que se hallen desempeñados puestos difíciles y de suma trascendencia por personas incompetentes (salvas muchas y muy honrosas excepciones), y se hallen en cambio reducidos a la mayor estrechez y a la más completa oscuridad sujetos de honrosos antecedentes, de reconocida rectitud y de indisputable talento. Pero la Real Orden de 2 de Febrero del año actual ¿será rigurosamente observada y sinceramente cumplida? Mucho nos tememos que produzca el mismo resultado que tantas otras disposiciones, señaladamente que la dada por el Sr. Arrazola, hace años, sobre el orden y escalafones que debían guardarse en la carrera judicial, y los años de ejercicio, ya en la abogacía, ya en promotorías fiscales, etc., que se requerían, ora para ingresar en la carrera, ora para los graduales ascensos en la misma. Hubiera valido más que no se hubiesen dado tales disposiciones, pues con su completa inobservancia se quita el prestigio a todos los reales preceptos, a todos los demás actos del poder y a todas las prescripciones legales que tanto respeto y consideración deben inspirar al pueblo para quien se dictan. El legislador debe ser tan parco en mandar, como celoso en hacer que se cumpla lo que se manda. Debe meditar suficientemente sobre la necesidad y utilidad de las leyes, antes de ponerlas en ejecución; pero una vez puestas, es necesario que procure rigurosamente su cumplimiento, si no quiere que sean el juguete de los malos ciudadanos, y a veces el ludibrio de la sociedad en masa, que mira como ridículas, disposiciones poco calculadas, y por consiguiente defectuosas y comúnmente perjudiciales, pero sobre las cuales no tienen sus autores la energía necesaria para hacerlas cumplir y guardar, una vez que tuvieron la imprudencia de dictarlas. Disposiciones fugaces que llevan en sí mismas retratada la debilidad de su origen y lo raquítico y precario de su existencia. Disposiciones dadas por el solo prurito de mando, aunque sus mismos autores estén íntimamente convencidos que no serán guardadas ni acatadas, y aunque tal vez abriguen en lo íntimo de su pecho, al dictarlas, el ánimo de infringirlas. Las reales disposiciones que se han publicado sobre las circunstancias y requisitos que debían reunir los aspirantes para entrar en las carreras fiscal y judicial y para los respectivos ascensos en las mismas, sólo han perjudicado a aquellos mismos a quienes deberían haber favorecido, esto es, a las personas que se han presentado a pretender fundados en las prescripciones de la ley, y cuyas pretensiones han sido denegadas, se pretexto de no reunir los interesados todos y cada uno de los requisitos requeridos, aplicados rigurosamente sobre ellos; al paso que, no ha habido reparo alguno en ascender de pronto y salvando todos los mandatos legales, a quienes no reunían ni un solo requisito. Esta es la causa por la que se han visto desempeñar juzgados de primera instancia de ascenso con la consideración de término a personas que acababan de obtener el título de licenciado, y que ni aun habían seguido la carrera con brillantez y aprovechamiento, y por la que han sido colocados en otra clase de destinos, en que siempre se requiere algún mérito y suficiencia, jóvenes que se hallaban a la sazón estudiando segundo y tercer año de leyes.
Es muy probable también que los decanos de los Colegios de Abogados, por miramientos infundados y que no tienen explicación, no quieran ilustrar a los fiscales de las Audiencias sobre los letrados más aptos y que más se hayan distinguido en el ejercicio de su profesión; pero este no será un grave inconveniente, toda vez que los fiscales tienen facultad para informarse oyendo a otras personas. Finalmente, en cuanto a los resultados que esta medida pueda producir a la buena administración de justicia, somos de opinión de que no serán ningunos, o si los produce serán sumamente transitorios y efímeros. Creemos sinceramente, y lo decimos con franqueza, que la Real Orden que analizamos dará los mismos resultados que tantas otras que se han dado sobre diferentes asuntos de algún tiempo a esta parte. No hay duda que una disposición de esta naturaleza pudiera dar opimos (palabra llana según la RAE) frutos; pero las razones que dejamos apuntadas y otras más que no se ocultan al buen juicio de nuestros lectores, hacen que miremos con fundada prevención la exactitud sobre su cumplimiento.
El poco aliciente que tiene en la actualidad el desempeño de las promotorías fiscales, hace que no merezca la pena de que se haya dado una real orden sobre las personas más capaces y más dignas para entrar en el ministerio fiscal, aunque estemos de acuerdo sobre las ventajas que reportaría a la administración de justicia el que los aspirantes a esta carrera reúnan las circunstancias que se desean. Pero es bien extraño que, cuando no se exigen ningunos requisitos para desempeñar altos e importantes cargos en los diferentes ramos de la administración del Estado, se exijan tantos y tantos para servir una triste promotoría fiscal, aunque sea de entrada, que, como todos saben, apenas proporcionan los necesarios recursos para sostenerse. Si algunos sueldos hay en España que no guardan proporción ni analogía con el trabajo y responsabilidad del destino que se desempeña son los de los promotores fiscales y demás funcionarios del orden judicial.
Por conclusión: la disposición de que venimos ocupándonos merece nuestra sincera aprobación. Por lo demás, solamente abrigamos el temor de que sus justas prescripciones no sean observadas con aquella rigurosa exactitud que exige una Real Orden dictada seguramente en desagravio de la equidad y en provecho de los intereses públicos.
CUESTIÓN POLÍTICA y JUDICIAL.
(1: Véanse las páginas 437, 558 y 59 de los núms. anteriores 10, 12 y 14.)
(Concluye la discusión que la motivó en la legislatura actual.)
El Sr. FERNÁNDEZ DE LA HOZ: Contemplo, señores, el cansancio del Congreso, y procuraré ser breve. Me limitaré a decir en pocas palabras los motivos que me han impulsado a pedirla. Desde luego debo manifestar que estoy completamente de acuerdo en que se declare la nulidad del acta sometida a la decisión del Congreso. Añadiré más, que estoy conforme también en que se remita el tanto de culpa que resulte de esta acta; en que se remita, digo, al Gobierno, para que pasándolo este a los tribunales, puedan estos proceder a lo que haya lugar. Protesto estar de acuerdo con el dictamen de la comisión en la parte que ha manifestado estarlo también el señor marqués de Valdegamas; pero no estoy de acuerdo en manera alguna con los errores en que ha incurrido S. S.
Yo no puedo menos de sostener el prestigio que tienen y se merecen los tribunales; yo quiero su independencia; quiero que sea una verdad lo que está escrito en la Constitución del Estado; deseo con ardimiento que se realice en todos sus puntos lo que en la Constitución se establece respecto a la independencia de los tribunales; pero no por eso puedo sostener las doctrinas que aquí se han vertido con el objeto plausible, lo reconozco así, de ensalzar más y más este prestigio de los tribunales. Pero, ¿no tienen los tribunales sagrados deberes que cumplir? ¿Es por ventura tan escaso el límite de sus atribuciones que haya lugar a lo que el señor marqués de Valdegamas ha manifestado? La Constitución dice que los tribunales son los que tienen la atribución de juzgar y de hacer que se ejecute lo juzgado. Pero ese mismo artículo, ¿qué previene en seguida?
Convengo con el señor marqués de Valdegamas en que es justo y debido que se castigue el delito donde exista; que es bueno que nadie esté parapetado tras la impunidad. Pero ¿qué es lo que desea S. S.? ¿Desea el señor marqués de Valdegamas que procedan los tribunales desde luego?
Los tribunales tienen una norma a que sujetar su conducta. Yo desde luego estoy conforme con S. S. en que se debe proceder contra la autoridad que haya delinquido, pero la cuestión no es esta; la cuestión es la siguiente:
¿se puede proceder por los tribunales desde luego en este caso, o deben esperar a que el Congreso declare que deben proceder? La Constitución del Estado concede a los tribunales la atribución de proceder contra los que delinquen; el Código penal determina la manera de castigar los delitos; pero, ¿no hay algunos casos en que los tribunales no pueden proceder sin dar antes cuenta al Gobierno o a las Cortes? Por ejemplo, delinque un diputado de la nación; ¿pueden los tribunales proceder inmediatamente contra él ? ¿No tienen que venir el tanto de culpa a dar cuenta a las Cortes para obtener su autorización? Esto no rebaja en nada ni desvirtúa ei prestigio de los tribunales. Además, ¿no está mandado por las leyes que no se pueda proceder contra una autoridad dependiente del Gobierno sin obtener antes la autorización del modo que las leyes previenen? Pues bien; los tribunales proceden a inquirir los hechos; pero sin obtener la autorización del gobierno o de las Cortes no pueden proceder contra el que ha faltado ¿Es esto depresivo de los tribunales? ¿Es defecto de las leyes? Pues enmiéndense; pero mientras existan, los tribunales no pueden prescindir nunca de lo que las mismas leyes disponen. Pero yo preguntaré al señor marqués de Valdegamas, ¿no encuentra S. S. contradicción de ningún género, absolutamente ninguna, en que el Congreso sea el que declare la validez de las actas, y que los tribunales conozcan mientras tanto si hubo o no culpabilidad en la elección? Yo pregunto, señores, ¿qué dice el artículo del reglamento, que es la ley a que debemos atemperarnos? Veamos lo que dicen los dos artículos que hablan de este punto. Dice el artículo 30: “Si las comisiones para dar su dictamen creyeren necesaria la práctica de algunas diligencias, lo propondrán al Congreso. En cuanto a reclamación de documentos, se observará lo dispuesto respecto a las demás comisiones."
Art. 31. "Si del examen de un acta resultase culpabilidad de parte de la mesa de un distrito o sección, de los electores o de algún funcionario público, la comisión hará expresión de ello en el dictamen y se pasará un tanto al Gobierno."
Es decir, señores, que el Congreso al examinar las actas está llamado a resolver dos cuestiones; primera, la validez o nulidad de un acta; segunda, si ha habido culpabilidad o no en la elección. Estas son las dos cuestiones que resuelve el Congreso. Y si el Congreso es llamado a resolver la cuestión de la culpabilidad o no culpabilidad de una elección, si es de su atribución, ¿cómo los tribunales, usurpando estas atribuciones, han de entrar a proceder sin que antes el Congreso declare que la culpabilidad ha existido? La verdad es que debiendo conocer el Congreso de lo mismo que está llamado a resolver; si un juez se entrometía a proceder en este asunto, podrá resultar una monstruosa contradicción si mientras el Congreso declaraba que no había culpabilidad, aparecía el juez diciendo que había habido delito. Cabalmente esto es lo que ha tratado de evitar, la legislación. La legislación determina en qué casos no pueden proceder los tribunales sin haber obtenido antes la autorización competente. Creo haber probado suficientemente que los tribunales tienen por la Constitución el derecho de juzgar y hacer que se ejecute lo juzgado; pero en el modo y forma que las leyes prescriben, que en determinados casos no pueden proceder contra determinadas personas sin que obtengan autorización. Es decir, señores, que hay casos en los cuales, sin una declaración previa de haber lugar a proceder, no se puede proceder por los tribunales. Es decir, que en cuestiones en que toca resolver al Congreso, porque es un gran jurado en la materia, hasta que este declare que ha habido culpabilidad, los tribunales no pueden fallar. No es esto, no, que abdiquen los tribunales; los tribunales nunca abdican; si se entrometieran en lo que no les está permitido sino después de ciertas formalidades, lo que harían sería usurpar atribuciones que no les competen. Los tribunales no abdicarán jamás el ejercicio de sus atribuciones, así como tampoco la usurparán; las usurpaciones de autoridad también son un delito que castiga el Código.
Si el señor marqués de Valdegamas cree que las leyes son defectuosas, medios tiene para proponer su reforma. Hágalo S. S., venga aquí y combata las leyes que ha contribuido a formar, y si esa reforma obtiene la sanción correspondiente, entonces los tribunales procederán desde luego (4 veces se repite en este texto) contra aquellos que delincan; no solicitará la autorización si no la debe solicitar; pero mientras las leyes de hoy subsistan, no procederán contra quien no pueden proceder mientras la autorización no se les haya concedido.
No ha lugar, pues, a las inculpaciones que el señor marqués de Valdegamas ha dirigido contra ese juez de primera instancia y promotor fiscal a quienes ha aludido; no ha lugar porque están a cubierto de todo cargo! no han hecho más que ponerse a cubierto de usurpaciones de atribución, que es delito también en el Código.
Concluyo, pues, aprobando el dictamen de la comisión, y rogándola que exprese se remita al Gobierno el tanto de culpa, si apareciere, para que los tribunales procedan a lo que haya lugar. He dicho.
Sin más discusión, hecha la oportuna pregunta de si se aprobaba el dictamen, y pedido por el competente número de señores diputados que la votación fuese nominal, así se verificó, resultando aprobado el expresado dictamen por 127 votos contra 8.
SECCIÓN COLONIAL.
COMO CONTRIBUYÓ D. FRANCISCO ARANGO A LA LIBERTAD MERCANTIL DE LA ISLA DE CUBA. - UNO DE SUS MÁS NOTABLES ESCRITOS SOBRE LA MATERIA. - CONSIDERACIONES.
ARTÍCULO VII.
Fue D. Francisco Arango uno de aquellos hombres singulares, cuya existencia se une a las épocas fecundas que sobrevienen a los pueblos. Muy joven todavía (1) pasó de la Habana a la corte, y ardiendo en un patriotismo que ocupaba en su pecho el lugar de las grandes pasiones de la juventud (2);
(1) Arango nació en la Habana a 22 de Mayo de 1765. - Fue representante del Ayuntamiento de esta capital en la corte a los 22 de su edad; síndico de su Consulado, diputado de aquel Ayuntamiento para la junta central y para las Cortes extraordinarias, elegido otra vez diputado para las ordinarias; del Consejo de Indias cuando se estableció en 1814, consejero de Estado, intendente y superintendente de la isla de Cuba, donde murió en 21 de Marzo de 1837, después de haber corregido allí grandes abusos, preparado muchas mejoras y renunciado un título de Castilla a que fue propuesto por aquella Municipalidad.
(2) Arango decía que todas sus pasiones eran subalternas y muy inferiores a las que sentía por el público bien. El Plantel, en su biografía escrita por R. de Palma.
su talento, su figura, sus relaciones, todo lo puso en juego para abogar por el mejor estado de su suelo natal en el orden administrativo y económico, e investido en el año de 1787 con los poderes del Ayuntamiento de la Habana, avocó cerca del supremo gobierno cuantas innovaciones favorables ha reportado después aquel país, siendo incansable para conseguir su triunfo en los ministerios, en las altas sociedades donde concurrían por entonces los hombres de gobierno, y con la pluma después, cuando su posición o la distancia no le permitieron otro medio.
Verdadero O'Conell por aquel tiempo de la isla de Cuba, si la opinión de sus comitentes lo designó como el que podía denunciar mejor a los pies del trono los males de la patria, jamás retrocedió ante las grandes dificultades que entre sus pasos encontraba, ¡y quién sabe (como dice el escritor de su vida) cuánto tiempo habría tardado Cuba en salir de la nulidad en que se hallaba, si no lo hubiese removido todo su actividad y su constancia! Pero para conocer mejor esto, preciso será que copiemos lo que consigna este historiador de sus hechos, cuando hace el paralelo de lo que era entonces la isla de Cuba, con el estado que al presente ofrece, henchida de vida y de movimiento comercial. “Según el padrón oficial hecho en 1775, escribe el señor de Palma, no había en toda la isla de Cuba más que 170.370 almas, y era tan miserable su producción, que de este puerto se extraían sólo 50.000 cajas de azúcar. Puede juzgarse cuál sería su comercio, cuando hubo vez de llegar al extremo de carecerse hasta de vino para celebrar el santo sacrificio de la misa. Su propiedad territorial se hallaba con tantas trabas, que ninguno podía cortar la madera de sus bosques sin permiso de la real marina; la agricultura carecía de brazos, y los escasos artículos de su producción estaban sometidos al monopolio y al estanco. Con tan errado sistema de administración no podía la isla sostenerse por sí sola; así era que estaba atenida a los situados de Méjico para cubrir sus necesidades."
Esta fiel cuanto cabal pintura del estado que alcanzaba la isla de Cuba cuando Arango comenzó a trabajar en la corte para sus reformas y su prosperidad, dice por sí sola qué anchas no fueron las bases sobre las que levantó el sistema de sus mejoras materiales, en particular la de la aplicación y el triunfo de sus buenos principios económicos. Él ocurrió en la agricultura, a la falta que por entonces se sentía de brazos para su ejercicio; él a la población, contribuyendo con su conducta y sus escritos a que los expulsados de Santo Domingo encontrasen en aquel país una segunda y hospitalaria patria; él a su fomento interior, proponiendo la erección de una junta de Fomento y de un tribunal Mercantil, institución de la que ha reportado aquel suelo frutos opimos; él, por último, no olvidó ni la educación ni la ilustración pública, estableciendo para lo primero un colegio en Guines con sus fondos propios, y proponiendo para lo segundo un viaje de investigación por Inglaterra, Francia y las colonias extranjeras, para establecer allí lo bueno que se observase por estos puntos; propuesta de la que reportó el país por aquellos días la introducción de la caña de Otaiti,
que él propio la llevó de vuelta de su viaje a la Habana el año de 1795, a los treinta de su edad; y por que en más próximos tiempos pudo utilizar talentos como el de nuestro respetable amigo el señor D. Alejandro Oliván, que también ha estado comisionado por aquella junta con una misión igual.
Pero en donde para nuestro propósito aparece más digno y entendido este ilustrado funcionario, es como síndico del consulado de la Habana, por el año de 1808, tan glorioso después en los fastos de nuestra independencia y nacionalidad. A consecuencia de la guerra de España con los ingleses, había disminuido hasta el extremo en aquel país la extracción de los frutos almacenados, y aun cuando su cantidad era enorme, su salida era ninguna. En tan aflictivo estado, aquella alma patriótica buscó en la misma corporación a que pertenecía, un remedio para conjurar los males de un porvenir cada día más sombrío, y entonces fue cuando promovió en el consulado su célebre expediente sobre los medios que convendría adoptarse para sacar la agricultura y comercio de la isla del apuro en que se hallaban, y en el que aparece su informe como síndico, algunos de cuyos párrafos copiaremos en seguida, como prueba de lo que hemos asentado ya en los artículos precedentes sobre las luminosas ideas que al principio de este siglo abrigaban los hombres que más influjo tuvieron en nuestras posesiones ultramarinas, cuya conducta, repetimos aquí, forma un donoso contraste con las que ahora quisieran algunos que prevaleciesen sobre los restos que de aquellas nos quedan. ¡Qué triste observación, y cuánto error también! Pero oigamos cómo se expresa Arango en el informe a que nos referimos y en sus párrafos 7 y 8, por los que se advierte que siempre han sido unos mismos los gritos de la ignorancia a que en ellos se refiere, ya invoquen, como en aquel tiempo las juntas comerciales de Cádiz y Vizcaya, la prohibición de neutrales; ya clame, como hoy lo hace la de Santander, contra la introducción de las harinas extranjeras en Cuba y Puerto Rico.
"Y la guerra con ingleses, dice, que tanto daño hacía antes, tampoco nos perjudicó, porque los anteriores ejemplos nos alentaron a pedir lo que nadie en otro tiempo hubiera osado pensar, y porque la buena suerte quiso que hubiese aquí jefes firmes e ilustrados (1) que cerrasen los oídos al grito de la ignorancia y permitieran el comercio libre y general de neutrales.
- Tanto pudieron esos gritos que sorprendieron un momento la justificación del Rey y le arrancaron la orden de la prohibición de neutrales (2), que pudo muy bien haber sido la de nuestra entera ruina, si de ella no nos salvase la rectitud y bondad del benemérito jefe (3) que tantos bienes nos ha hecho en los últimos nueve años.
(1) El Excmo. Sr. conde de Santa Clara y el Sr. D. José Pablo Valiente.
(2) La de 20 de abril de 1799.
(3) El Sr. marqués de Someruelos.
Pero echando sobre sí toda la responsabilidad, tuvo por fin la gloria de que la nación entera conociese sus aciertos cuando llegó la paz y le presentó aquella isla que el año de 63 casi nada producía, en estado de pagar al real erario, fuera de lo de tabacos, más de dos millones y medio de pesos, con una masa de frutos de extracción que en su valor ascendía a diez millones de pesos poco más o menos, y en su volumen llegaba a 80.000 toneladas."
Hácese cargo después, y como en proemio de las armas vedadas de que el egoísmo y el interés particular echan mano más de una vez para sancionar sus empresas invocando las mágicas palabras de nacionalidad y patriotismo, y así dice en el 17:
"Nadie ha soñado en esta isla privar a nuestra metrópoli del menor de sus derechos, del más pequeño de los goces que en ella pueda tener. Todos nuestros haberes, nuestras personas todas y hasta nuestros pensamientos siempre han estado y estarán sujetos a su albedrío; pero el mismo sentimiento que nos da tan noble impulso, el que nos tiene día y noche llorando la falta de arbitrios de servir y socorrer a la madre del heroísmo y de todas las virtudes, es el que más nos excita a sacar nuestro comercio de este estado de nulidad y absoluta perdición; el que más debe empeñarnos en estudiar y proponer a nuestro paternal Gobierno los medios más oportunos de que para él valgamos y para él sirvamos de algo."
Entrando ya en la parte que este escritor titula apuro del momento, es decir, el angustioso estado en que aquel país se encontraba en aquellos días por la ninguna extracción de sus frutos, los sucesos, y las preocupaciones que así lo impedían; he aquí lo que agrega en sus párrafos 27, 28, 29, 30, 31, 32 y 33, con los que por hoy concluiremos este artículo para acabar de analizar este documento en el del número próximo:
"Para poder cohonestar semejante pretensión, se ha dicho que los extranjeros nos apestarían de géneros y no sacarían un fruto que tienen con abundancia. No es esta, la primera vez que se ha procurado asustarnos con el temor de esa peste: con las mismas armas se hizo la guerra al tráfico de neutrales, y es bien sensible que de ellas se vuelva a usar, habiendo visto en la paz desmentida tal sospecha, ¿Y quién la puede tener, conociendo los enormes consumos de la plaza, sabiendo que no hay en el Orbe quien la iguale en proporción? - Todavía es más doloroso que esa reflexión se haya hecho sin notar que en sus extremos hay una contradicción, esto es, entre la temida peste de efectos y la anunciada nulidad de extracción de nuestros frutos. Pues qué, nos darán de valde los efectos que nos traigan? Peste de efectos después de suponer peste de baratura en ellos y peste de ingresos en nuestras cajas reales, supone también peste de fondos introducidos para extraerse o de estímulos eficaces para levantar el precio de nuestros frutos. No los llevarán, se llevarán el numerario. Y sosteniendo el tránsito ¿qué sucederá? ¿Saldrán mejor los frutos de que estamos tratando, esto es, la parte sobrante destinada al consumo extranjero? ¿Conseguiremos de esta suerte que con ellos se haga el pago de los efectos también extranjeros a que vamos contraídos? ¿Es medio de alcanzarlo el de encarecer ambas cosas, el de mantener en pie gran parte de los estorbos que tienen semejantes cambios? - Para que pudiese haber la peste de efectos extranjeros que se ha supuesto, era preciso contar en el año señalado con una introducción que ascendiese al menos al valor de diez y ocho millones de pesos. Y todo el numerario que tenemos en circulación y podemos recibir en esa época tal vez no llegará al tercio de semejante suma. La mayor parte está en oro corriendo con el aumento convencional de doce por ciento de su valor intrínseco. Hay que allanar este obstáculo y después los infinitos que opone la agradable posesión de los metales; y aun vencidos todos, resulta que para extraer los diez y ocho millones introducidos habría que llevar en frutos los dos tercios. ¿Y esto sería muy malo? ¿Será mejor que por manos españolas salga sólo ese dinero, como está saliendo ahora y aún en la guerra salía para Providencia y Jamaica? - No puede pasar tampoco la proposición absoluta de que los extranjeros que aquí vengan no llevarán nuestros frutos porque los tienen con abundancia. Demás de ser condición que nadie ha de poder entrar que no salga hasta los topes cargado de nuestros frutos, es sabido que los angloamericanos que hacen de ellos un gran consumo, no los tienen ni los pueden adquirir con la misma comodidad de otros parajes; y los artículos propios que en cambio pueden traernos, en nada perjudican a la industria nacional, como detenidamente lo veremos a su tiempo. Es verdad que los ingleses tienen en sus dominios abundancia de nuestros frutos, pero mayor la tienen de artículos de nuestro consumo; y quitándoles nosotros la proporción de vendérnoslos por plata como nos los están vendiendo en Providencia y Jamaica, acudirán por fuerza a cambiárnoslos por frutos, dándoselos, como se los daremos a los mismos, y si fuese preciso a más bajos precios que los de sus posesiones; siendo certísimo que esa proporción de Providencia y Jamaica no se les puede quitar si se mantienen en pie los enormes incentivos que en todas épocas, y en esta más que en ninguna, ofrece para el contrabando el tránsito por la Península o sus actuales leyes; y lo que en último análisis venimos a sacar de lo dicho, es que si en este momento se pone aquel en observancia, continuarán los ingleses gozando de las ventajas que a su industria metropolitana y colonial proporcionará el tráfico fraudulento que vamos nosotros a hacer a Providencia y Jamaica: que pocos o ningunos serán los artículos ingleses que nos vengan por España: que se quedarán sin sacar los frutos que nos mantienen: el Rey sin las grandes sumas que pueden producir estas aduanas, y nosotros sin arbitrio para dar a la metrópoli los arbitrios que deseamos. - Dejemos, dejemos ya los prolijos pormenores y proclamemos todos con las ocho respetables casas de comercio que dieron el imparcial informe de 28 de septiembre último, la muy obvia, la muy perspicua verdad de que el único específico que la buena economía conoce en esos apuros es el que acaba de emplearse en Caracas y en Canarias (1), esto es, el de la libertad del tráfico con moderados y bien combinados derechos: confesemos asimismo que si acaso no nos hace todos los bienes que necesitamos, nos hará todos los posibles.
(1) D. Carlos Soublet tiene carta del secretario del Consulado de Caracas fecha 14 de octubre último en que se lo avisa. En la Gaceta de Canarias de 25 de agosto último, se publicó el decreto de aquella junta superior prometiendo la libre entrada de buques y géneros extranjeros, estableciendo por todo derecho el de 10 por 100.
Y digamos igualmente que esa abultada libertad, bien vista y analizada, no viene a ser otra cosa que la dispensa momentánea del rodeo que antes se daba, para cambiar con el extranjero la porción sobrante de nuestros frutos; dispensa que piden estos de absoluta precisión, porque en su abatimiento no tienen capacidad para soportar aquellos costos, dispensa que es conveniente aun a los especuladores particulares, porque los libra de un riesgo en vez de quitarles un lucro, y dispensa en fin, que en nada se opone a la protección y preferencia que aun en este corto intervalo deben tener las producciones nacionales y sus cambios en esta isla.”
De intento hemos copiado, y seguiremos haciéndolo, con el contenido literal de algunos de los puntos de este tan notable documento, porque él representa más de cuarenta años de fecha desde que fue extendido, y sin embargo, después de todo este tiempo, si bien se ha conservado en Cuba el fruto principal que su autor se propuso; todavía, cuando hoy queremos aplicar estos mismos principios tan claros y fecundos a la cuestión de nuestros aranceles, y a la cuestión de nuestras harinas, y a la cuestión de nuestros tabacos en Cuba y Puerto Rico; todavía nos gritan y nos increpan la falta de españolismo los representantes de aquellos que tal decían también a hombres tan respetables, tan sabios y tan ilustres como D. José Pablo Valiente y D. Juan Gualberto González, a cuyo solo recuerdo amansamos nuestros impulsos y nos resignamos con cierta convicción superior a que juzguen nuestras intenciones como gusten, si al fin ha de llegar un tiempo en que se les haga más justicia, cualesquiera que sean las preocupaciones y los móviles individuales que tengamos que arrostrar por ahora, como aquellos arrostraron entonces sus improperios y también el alcance de sus iras (1).
(1) No hace muchos días que hablando con el último de los nombrados, el venerable anciano, el literato erudito que tantas veces nos ha encantado con su habla en el Ateneo de esta Corte, el Sr. D. Juan Gualberto González, ministro que fue de Gracia y Justicia, tan monárquico en sus formas como liberal por sus ideas; no ha muchos días, repetimos, que entre otras cosas nos dijo: ¡Buenos sustos nos hicieron pasar los de la junta de comercio de Cádiz al pobre de Arango como consejero y a mí como fiscal, por haber apoyado para Ultramar las leyes de la libertad de comercio. Pidieron al Rey nuestra prisión por medio de las personas y las artes que abundan en todas las Cortes, y caro nos pudo salir nuestro propósito!
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
El día 13 de este mes ha llegado a esta corte D. Andrés Viñas, secretario de la Junta de Comercio y Fomento de la isla de Puerto Rico, que viene a activar cerca del Gobierno de S. M. la aprobación de los aranceles de aduanas, vigentes en aquella Antilla, y por cuya favorable resolución tanto hemos hablado en nuestros números anteriores. La justificación del Gobierno de S. M., y sobre todo, la época y los buenos principios alcanzarán, no hay que dudarlo, el bien que con dicha resolución deben reportar la metrópoli y aquella su ultramarina provincia.
PROYECTOS Y MEJORAS EN CUBA.
La extensión del artículo que vamos a copiar, nos impidió trasladarlo a nuestra Revista en el número anterior. Reséñanse en él los proyectos de mejoras físicas y morales a que se entrega en la Habana su nuevo capitán general. Entre las primeras es para nosotros de alto mérito la que tendrá por objeto dividir el actual campo Militar para los grandiosos y civiles objetos de que el artículo se ocupa; siendo además una medida que acarreará a aquel jefe las simpatías de toda la población, por el mismo hecho de habérsele negado no hace mucho esta necesidad de que reclama ya su grandeza y cultura, so pretextos que supieron pulverizar entonces los que por tal empresa reclamaban. Es la segunda la que se refiere a los jóvenes pensionados para el servicio de la maquinaria. Esta escuela está llamada en aquel país a fines muy venturosos para su porvenir: esta escuela está llamada a resolver hasta un problema de su organización social, y es digna de atención la conducta de un jefe tan filósofo, digámoslo así, para su futuro, y que se sobrepone a otras ideas más rancias y mezquinas de las que desean se perpetúe allí el nombre español, pero no por medios tan ilustrados. Este artículo lo ha copiado igualmente el periódico de esta corte, La Crónica, en su número perteneciente al 5 de los presentes, y he aquí las líneas con que lo encabeza y que confirman cuanto hemos dicho con anticipación.
"Las noticias, dice, que teníamos de la isla de Cuba alcanzan al 3 de Febrero, y todos ellas están contestes en que el Excmo. Sr. general Concha está haciendo los mayores esfuerzos para elevar a aquella isla al grado de prosperidad más envidiable. Se suceden unas a otras las mejoras administrativas; se forman proyectos de embellecimiento de la capital, y se procura el mejoramiento y el bienestar de las clases más necesitadas de la isla. En una palabra, Cuba no tendrá una necesidad que no deje satisfecha el celo de su nuevo capitán general. Haciendo la Crónica de Nueva York un resumen de todas las disposiciones adoptadas por el general Concha desde el día 20 de Enero, y pagando un tributo de justicia al celo del general, se explica en los siguientes términos, que nosotros trasladamos a nuestras columnas, por el verdadero interés que contiene su relato.
El 22 de Enero último, el general Concha, acompañado de algunas personas, llamó la atención del público por hallarse, al parecer, ocupado en trazar en el campo Militar algún proyecto de utilidad general. No tardó en saberse que efectivamente proyectaba llevar a cabo la prolongación de la calle de la Reina hasta la puerta de Tierra, atravesando el referido campo Militar.
Este quedará en consecuencia dividido ea dos partes: la del norte quedará reservada por ahora a la instrucción militar, y más tarde a plaza pública: la del sur será consagrada a la construcción de un liceo y un gran teatro, que llevará el nombre del jefe bajo cuyos auspicios habrá recibido el país una mejora que reclamaban imperiosamente su población, su civilización y su riqueza, y delante del Teatro de Concha, en la plaza que resulte se levantará un monumento a Cristóbal Colón, para eterna gloria nacional.
Con respecto a los beneficios que encierra el proyecto que acabamos de mencionar, son de mucha importancia, así para la comodidad de los transeúntes como para el embellecimiento de aquella capital; así para los que hayan de concurrir al coliseo que ha de construirse, como para los que se aprovechen de los ramos de enseñanza que gratuitamente debe difundir el liceo. Otras utilidades proporcionará también al vecindario la construcción del coliseo, no sólo en cuanto dará ocupación la fábrica a un gran número de trabajadores, sino en razón de brindar local adecuado donde el público halle honestos pasatiempos y enseñanza. Difícil sería pintar la acogida que el nuevo proyecto ha tenido en la población de la Habana, y el entusiasmo con que de él se hablaba en todas partes. La empresa mutua del liceo estaba ya haciendo todos los preparativos preliminares para la proyectada obra, y era grande el número de personas que acudía en solicitud de acciones e inscripciones para socios. La empresa tenía ya disponibles más de 200.000 pesos para principiar la obra. Además de esto, varios respetables capitalistas, dueños de canteras, brindaban materiales para la construcción al precio menor de la fábrica, recibiendo la mitad del valor en efectivo, y la otra mitad en acciones. Entre estos parece que figuran los dueños de las canteras de mármol de la isla de Pinos, de donde se prometía la empresa consumir gran cantidad de materiales. Y aquí debemos hacer notar que los mármoles de aquella isla son de excelente calidad, y que el consumo que de ellos se haga en una fábrica de tanta magnitud, al paso que alentará esa nueva industria en el país, dará a los mármoles el crédito que hasta ahora no han gozado por ser poco conocidos. La magnífica transformación del campo Militar de la Habana será un timbre altamente honroso para el general Concha. Había causado en la Habana indecible satisfacción una nueva y benéfica disposición del gobernador y capitán general, cual es la de pensionar con una onza de oro mensual a quince jóvenes que se dediquen al estudio de la maquinaria, de los cuales, ocho deberán ser huérfanos de oficiales del ejército, y los siete restantes también huérfanos pertenecientes a familias particulares que hayan emigrado de las provincias de Venezuela o las demás españolas al tiempo de su emancipación.
Creeríamos desvirtuar esta noble resolución si le tributásemos nuestros elogios, pero no podemos menos de unir nuestra voz, por débil que pueda ser, a la del Diario de la Marina, para hacer un llamamiento a los hacendados y demás personas de la isla de Cuba que antes de ahora han dado pruebas de patriotismo y filantropía, a fin de que uniendo sus esfuerzos a los del gobierno, contribuyan cuanto puedan al ensanche de la escuela de maquinaria que de tanta importancia ha de ser para el país. Como ha dicho muy bien el periódico ya varias veces citado, “la oportunidad equivale no pocas veces a la esencia del bien, y la oportunidad ha llegado para que agrupados en torno de la primera autoridad, la ayuden y auxilien los que algo pueden hacer en favor de los intereses que con tanto celo ella promueve y satisface."
El arreglo de los presidios ha fijado también de un modo especial la atención del general Concha. En una comunicación que ha dirigido al jefe superior de Hacienda, determina las bases de la existencia de dichos presidios, centralizando bajo una sola dirección todos los de la isla, como único medio de adoptar un sistema en esta parte de la administración. Los presidios de la isla, dice S. E., continuarán dependiendo de la autoridad superior militar como juez de rematados. El gobierno de estos establecimientos estará a cargo de un inspector o director general, que lo será el coronel de caballería D. Manuel Cortázar, el cual residirá en la Habana a las inmediatas órdenes de la capitanía general. Un reglamento especial, basado en la ordenanza general de presidios de la península determinará el régimen económico y gubernativo que deba seguirse en los de la isla. Los diferentes establecimientos presidiales que hay en la isla se reducirán a tres, cuyas planas mayores residirán en la Habana, Puerto Príncipe y Cuba como capitales de los departamentos militares de Occidente, Centro y Oriental. Continuarán sin embargo en las varias poblaciones de estos distritos las fracciones de presidiarios que se hallan en ellas, y en adelante se destinarán según sus necesidades; pero se considerarán como destacamentos del presidio departamental, del cual dependerán respectivamente en todo lo concerniente a su disciplina y sistema penal. Igual dependencia tendrán de los mismos presidios los confinados destinados a la policía y limpieza de las fortalezas y a tripular las falúas o botes de dichos puntos, donde hubiere esas embarcaciones. La atención preferente que la primera autoridad de la isla de Cuba ha dedicado a los presidios y hasta los términos de la disposición que hemos extractado, hacen esperar que las mejoras se llevarán hasta el punto de que se realicen todas las condiciones de un buen sistema penal, con la conveniente clasificación y oportuna independencia de los penados, para evitar la conclusión de los que lo hayan sido en muy diversos grados y por distintas causas, y sobre todo de los rematados con los que son destinados a ciertos trabajos como medio correccional. Este punto, como dice nuestro apreciable colega de la Habana, es de grave trascendencia y requiere ser atendido con muy especiales miramientos. La sección de industria y comercio de la real sociedad económica de la Habana, ha acordado establecer un taller para mujeres pobres y honradas, adonde todas las de esta clase que deseen aprender uno o más oficios de los que se consideran propios de la mujer, o bien ganar un jornal, siempre que lo deseen o lo necesiten, puedan concurrir bajo mutuas garantías de orden y moralidad. Según el plan de este proyecto, formado por D. Francisco Calderón y Kessel, que ha sido nombrado presidente de la sección para el bienio que comenzó con este año, y lo propuso en la primera junta celebrada para inaugurar los trabajos del mismo bienio de este establecimiento se esperaban con razón resultados benéficos para aquella clase interesante de la población. Se plantearán los talleres a costa de la sociedad, para lo cual el señor Calderón ofrece mil pesos de su peculio; se nombrarán celadores, maestros y un encargado de la dirección general, cuidando de que el nombramiento recaiga en personas de intachable moral y capacidad; se invitará a los dueños de tabaquerías y otros establecimientos para que proporcionen trabajo a los talleres, pagándolo al precio corriente, etc., etc.
Con tales miras, y para mejor madurar este pensamiento filantrópico, se había nombrado una comisión compuesta de tres señoras de reconocida ilustración y moralidad, vocales de la junta para que redactase el reglamento interior y propusiese a la misma las bases sobre que deba fundarse el nuevo establecimiento. Parece que aun antes de haberse planteado el proyecto y con haber circulado en el público la noticia de que se trataba de verificarlo, algunos dueños de tabaquerías ofrecieron a la junta proporcionar trabajo, y más de veinte mujeres pobres y honradas habían solicitado admisión en los talleres, los cuales parece ocuparán el lugar que ha de quedar vacío en el edificio de la Real Sociedad, luego que se traslade la escuela de maquinaria al que se le preparaba en San Isidro, y a juzgar por la actividad con que se trabaja por llevar a cabo el proyecto, muy pronto se verá planteado. ¿Quién no deseará que lleguen a realizarse cuanto antes tan filantrópicas miras?
La real sociedad Económica había acordado y se disponía a trabajar con empeño a fin de que este año se verifique en la Habana una exposición industrial. A este fin había nombrado una comisión de su seno encargada de proporcionar recursos, y esta debía ser eficazmente auxiliada por el presidente de la misma sección. La real sociedad económica, al dar este paso, ha tenido presente cuánto contribuyen las exposiciones públicas al fomento de la industria. No sólo por los periódicos de la Habana, sino por cartas particulares sabemos que el general Concha había asignado a la sociedad de Beneficencia de naturales de Cataluña, la suma de 337 pesos y 4 rs. que han producido las boletas de desembarco libradas a los pasajeros de tránsito. Tenemos entendido que este donativo no es el único con que S. E. ha probado a dicha sociedad su munificencia y su celo.
La Gaceta ha publicado en la parte oficial un interesante documento relativo a la fabricación de una cal de nueva especie descubierta por D. Alejandro Bauzan, y cuya aplicación a la purga de los azúcares promete rendir los más favorables resultados para la industria agrícola de Cuba. Según un luminoso informe del Sr. Casaseca, dicha cal se compone de las materias siguientes:
Composición del carbonato de cal cristalizado, descubierto por Mr. Bauzan en la Habana.
Sobre cien partes.
Carbonato de cal con indicios de hierro 978
Carbonato de magnesia (magnesio) 22
Composición de la cal viva procedente de la canalización de dicho mineral.
Sobre cien partes.
Cal con indicios de hierro 981
Magnesia 19
(Total) 1000
La isla de Cuba tiene pues en su seno el mejor mineral para obtener cal exquisita y tal vez con abundancia, sin necesidad de recurrir al extranjero por cal de mármol para elaborar sus azúcares.
Terminaremos nuestra revista de las mejoras y nuevas empresas de la Habana manifestando que el general Concha dispuso con fecha 21 de enero último, la formación de una sección de guardas para el cuidado de los paseos y calzadas extramuros de la capital, compuesta de 13 individuos y un cabo, que serán soldados licenciados del ejército y marina con buena nota, los cuales disfrutarán el haber de veinte pesos mensuales y treinta el cabo, teniendo además cuartel y las prendas del vestuario que aún no se habían determinado. Si de la Habana pasamos ahora a Matanzas, veremos también que en esta ciudad se proyectaban y se iban a llevará cabo mejoras de grande utilidad, entre las cuales se puede citar desde luego la construcción de un magnífico edificio para casa de gobierno y consistorial. El general Concha, invitado por el municipio de Matanzas para ir a solemnizar con su presencia la colocación de la primera piedra, salió de la Habana para aquella ciudad el día 1.° del corriente, y desde allí debía salir a caballo a Cárdenas. He aquí como un corresponsal de Matanzas habla del nuevo edificio:
“Este edificio, dice, ocupará el lugar donde estaban la antigua sala capitular y la cárcel vieja, el cual mide 43 varas de frente y 55 y media de fondo. Constará de dos cuerpos con un gran portal en todo su frente que llevará 10 columnas, de las que dos serán dobles. Comprenderá departamentos para las casas de gobierno y capitular, con sus secretarías correspondientes para la biblioteca de la real diputación económica y para los archivos y escribanías públicas. Ha rematado la obra D. José Carbó arquitecto que tiene acreditada su capacidad en más de un edificio notable, y sobre todo en el gran puente de Bailén, por la cantidad de 30.767 pesos fuertes y todos los escombros de los antiguos edificios, debiendo entregarse el edificio dentro de ocho meses, y procederse a su construcción bajo la inspección del señor comandante del cuerpo de ingenieros de esta ciudad. En la piedra angular y primera que se asentará en la esquina del N. O. del edificio el día 2, se ha de colocar una caja de plomo de una tercia de largo, una cuarta de ancho y sobre cuatro pulgadas de alto, la cual contendrá: El acta de ceremonia y la moción hecha en el municipio para construir el edificio. Un estado de los propios y arbitrios de esta ciudad en 1850. Dos copias de un estado de las rentas de mar y tierra en el propio año. Varias monedas del presente reinado, y algunas medallas de las repartidas cuando fue proclamada Reina doña Isabel II.
Dos calendarios de 1850 y 51. Once planos topográficos de algunas ciudades y villas de la isla. El número del mismo día del periódico Aurora, único de esta ciudad, y quizás los de la Habana si llegan a tiempo."
Una carta de Cárdenas del 28 de enero habla de la animación extraordinaria que reinaba en aquel puerto atendida la época en que empiezan las operaciones de la nueva zafra. Dice el mismo corresponsal que la población del puerto aumentaba de un modo tal que no pasarían 10 años sin que se cubriesen de fábricas los solares que hoy están yermos. Las noticias de los demás puntos de la isla son también muy favorables; se mejoraban los pueblos y se componían con actividad las vías de comunicación.
SECCIÓN LITERARIA.
CONTINUACIÓN SOBRE LOS POETAS CUBANOS.
Santiago de Cuba y su hijo Manuel Justo Rubalcaba.
"Si como hombres que no olvidan quisiéramos calificar la bondad de este pueblo, (Santiago de Cuba) y su afabilidad y su halago para con el forastero; nuestro juicio y nuestro voto no se lo daría entonces nuestra pluma: se adelantaría sí a ofrecérselo nuestro reconocido interior. Pero no es hoy el caballero y sí el viajero y el observador, el que reseña y describe. ¿Qué costumbres por lo tanto observamos allí, en aquella capital del departamento oriental de la isla de Cuba? Diremos lo que advertimos, y no ligeramente, sino con atención y estudio. Dos generaciones se muestran todavía en aquel pueblo con hábitos distintos. La que ya formada a principio del siglo actual creció entre los techos de guano de sus paternas casas, formadas como en anfiteatro sobre los derriscos de su bahía (1),
(1) Tal aparecía por aquel tiempo Santiago de Cuba, exceptuando la antigua catedral (sólo en el nombre), la casa de gobierno y alguna que otra situada a su inmediación y como entonces se decía, bajo la esquila de la iglesia.
y los que hijos de esta, amueblan hoy sus casas elegantes dando el barniz a sus techos y la pulida losa de Génova a sus entradas y pavimentos. Los que por entonces comían después de las doce, se acostaban hasta las tres y tomaban después de la siesta su pocillo de chocolate, de cacao puro (si eran ricos), o sus rosquillas de catibia, mezclando aquel con maíz (si eran pobres); y los que hoy comen a las cinco avergonzándose ya de presentar el agiaco (ajiaco) (particular puchero) ante los extraños, para ostentar los refinados platos y el variar extremado, que le trajeron los huéspedes que recibió de Santo Domingo con su cocina francesa. Los que eran, por último, en la casa y en la calle rancios castellanos, y hoy se muestran ya en sus sociedades y convites con costumbres francesas.”
Con estas u otras palabras va a hacer dos años que describíamos en la Habana lo que habíamos visto y observado en aquella población, al hablar de nuestros viajes de exploración por toda la isla (1: Véase El Artista, publicación oficial de aquel Liceo, entrega primera, tomo segundo.). Pues en este pueblo cuya fundación se remonta al conquistador de aquella, el adelantado Diego Velázquez; en este punto hace sobre unos 45 años que falleció otro de los poetas más antiguos de aquel país, cuyas cenizas reposan en uno de los ángulos de aquella catedral, y sobre cuyo suelo nos llamó la atención un día cuando por allí pasamos otro poeta joven y aventajado de quien igualmente nos ocuparemos, el Sr. de Santacilia. También por una rara coincidencia, mientras en aquella población estuvimos, habitamos una casa contigua a la de un sobrino de aquel llamado D. Fernando, persona de cuya amabilidad conservamos más de un recuerdo, y de sus labios oímos la afición que su tío tenía por la poesía, en unión de su coetáneo y amigo D. Manuel María Pérez. Sigue, pues, en la prelación del tiempo D. Manuel Justo Rubalcaba, al poeta Manuel del Socorro Rodríguez del que nos ocupamos ya en el número 13: pero menos erudito que aquel, aunque con más sentimiento; tan desigual en el fondo de sus composiciones como Rodríguez, aunque más incorrecto; poeta muy popular en su tiempo, aunque no de tanto aplauso hoy ante una generación más instruida, más exigente, más fina y delicada; nosotros vamos a dar a conocer este poeta cualesquiera que sean hoy su originalidad o sus defectos, como en la galería de un museo se aprecian y se pagan a peso de oro los cuadros, que aunque raros o endebles en su composición, van marcando la serie de los tiempos, la historia de la pintura. En la literatura sucede casi una cosa igual: hoy nombramos con cierto interés a Lope de Rueda, no por su perfección en la dramática, sino porque él marca los primeros pasos de nuestro Teatro español.
Para la historia de la poesía Cubana, Manuel del Socorro Rodríguez y Manuel Justo Rubalcaba hacen una época notable por su antigüedad. Es verdad que el primero es de fines del pasado siglo y Rubalcaba de principios del actual; pero todo en el mundo es relativo: el desarrollo de la poseía en Cuba ha principiado ayer con Heredia, y hoy día en vano se esfuerza por romper aún sus infantiles ligaduras. Por esto es interesante conocer a estos más retirados ingenios en el orden del tiempo. Por esto vamos a dar a conocer únicamente algunas de las muestras de los varios géneros de poesía en que se ocupó Rubalcaba. Es muy conveniente sin embargo para no ser tan severo con el mismo, formarse una idea del tiempo en que vivió en aquella población tan estacionada entonces y tan incomunicada con el mundo de las ideas. Por todo ello al principiar, hemos hecho un bosquejo de lo que era el pueblo donde Rubalcaba escribía. Cuando esto se reflexione, se alcanzará al punto cómo fueron tan populares sus composiciones no inéditas hasta ahora en 1848, sino copiadas y multiplicadas por manos que a veces han empeorado, mutilado o sobrepuesto sin compasión su pensamiento y su ritmo. La poca instrucción de aquella época no podía echar de menos la elegancia de las formas: la naturalidad de aquella sociedad y sus particulares costumbres, claro es que habían de perdonar la sencillez de su dicción cuyos vocablos degeneran más de una vez en bajos: y claro es que sociedad tan reposada se había de afectar con la ironía y la sátira, género por el que ha sido allí y como por tradición, más generalmente conocido. Pero dejando las muestras de tales composiciones para después, vamos a entresacar hoy de otras más graves la que nos ha parecido, si no la más elevada y correcta, la más fácil y sentida. Que no se debe olvidar para justipreciar la espontaneidad de los poetas cubanos, que han tenido que hacer esfuerzos colosales, porque ellos hasta hace muy poco, sin libros, sin maestros y sin modelos que imitar, no han sido bastante felices para decir como el gran Lista a su amigo Blanco:
Tú a sentir me enseñaste, tú el divino
canto y el pensamiento generoso:
tuyos mis versos son, y esa es mi gloria.
En la corta colección de poesías que de Rubalcaba tenemos a la vista, no se incluye su poema titulado La muerte de Judas, y no podemos presentar por lo tanto ninguna muestra de su musa épica. Mas en el género de la oda es siempre más que arrebatado, ameno y muy sentido, como en esta en que así se expresa:
ODA,
Pues se acerca la aurora,
Permíteme tocar mi pobre lira,
Cara Roselia, ahora
Que el amor suave música respira,
Desterrando la noche y sus congojas,
Con el blando bullicio de las hojas,
Y el canto de las aves,
Y las sonoras claves
Del arroyo, que suena fugitivo,
De mi esperanza infiel retrato vivo.
Los versos que en un tiempo componía
Libre de tantas penas y cuidados,
Cantaré con el día:
Mi antigua diversión oirán los prados,
Y sin otros motivos ni preceptos
Saldrán como antes dulces mis conceptos
Sin que ofendan tu oído;
No dejaré en olvido
Mis dichas, que por írtelas diciendo
A la memoria las iré trayendo.
Merecí de tu mano
Verdes premios de amor, cuando cantaba;
Qué de veces ufano
Al cielo sus grandezas disputaba!
Así que, con lo tierno de mis voces,
Si no celos, envidia dí a los dioses;
Venus sin embarazos
Prestábame en tus brazos
Blando reclinatorio, y en tu pecho
Sombra los mirtos y las violas lecho.
Al redor nos cercaban (al rededor, alrededor)
Tórtolas amadoras y risueñas,
Que fieles imitaban
De nuestro amor locuaz las mudas señas.
Volvíanos el monte duplicado
La armonía del eco enamorado,
Absortos los vivientes,
Paradas las corrientes,
Sin movimiento el aire nos oía,
Dando lecciones de placer al día.
Ardía la floresta
Inflamada de ver nuestros amores,
Y en la abrasada siesta
Templamos con suspiros sus ardores;
En nuestros ojos divertido el sueño
Agotaba las horas sin empeño,
Crecían los amantes
Venturosos instantes,
Pasaban presurosos los momentos,
Y de nuevo tornaban los contentos.
Aún viven reservadas
Las ocasiones de mi antigua historia;
Delicias ya pasadas,
Cuán presentes os tengo en mi memoria!
Y pues despierta ahora mi deseo
De vuestro amor en cuanto toco y veo,
Permíteme, Roselia,
Si hay amante virtud en la eutropelia,
Concierte de mis dichas el instante,
Que (se lee Oue) es bien si no las gozo, que las cante.
Esta composición es sin duda una de las mejores que debíamos entresacar, y tiene un sabor muy marcado de nuestra última restauración en este arte divino. No son tan sostenidas las que pondremos en otro de los sucesivos números; pero se notará todavía cierto dote descriptivo, sencillez y gracejo.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
CRÓNICA QUINCENAL.
Desde nuestra última revista de la quincena, los asuntos de Alemania se han enredado más. La reorganización de la Confederación Germánica es la manzana de la discordia. La Prusia, para resistir a las exigencias cada día mayores del Austria, ha propuesto el restablecimiento de la Dieta de Francfort en los mismos términos que se encontraba en 1848; pero el gobierno del imperio rechaza esta proposición. Hay, por consiguiente, nuevas desavenencias entre las dos potencias que parecían marchar de acuerdo después de las conferencias de Olmutz. Otro incidente ha venido a acabar de complicar la cuestión alemana. En Berlín se recibió el 4 un parte telegráfico de Viena, anunciando que el barón de Meyendorff, representante de Rusia, había puesto en manos del príncipe de Schwartzenberg una nota en la que el Czar (zar, césar, Caesar) declara que no consentirá de ninguna manera que la Prusia sea lastimada en sus intereses. El asunto de los refugiados políticos en Suiza vuelve a agitarse con más fuerza que nuca. El gabinete austríaco ha dirigido a la Confederación Helvética (CH) una nota reclamando su internación, el restablecimiento de la soberanía cantonal y la supresión del contrabando que cada día se hace en mayor escala por la frontera
de Lombardía. Se dice que en cuanto a los emigrados, el consejo federal ha contestado favorablemente. La situación financiera de la vecina República llama mucho la atención. El déficit es considerable, y en las actuales circunstancias no es posible disminuir los gastos ni aumentar los ingresos.
No falla quien proponga el restablecimiento del impuesto sobre la sal; pero esta medida sería muy mal recibida por el pueblo, no sólo como un retroceso bajo el punto de vista económico, sino por la condición actual de las clases agrícolas, abrumadas de hipotecas y de contribuciones.
En nuestro último número anunciábamos que el ministerio inglés no parecía muy firme. En efecto, séase por la cuestión económica, séase por la cuestión religiosa o por ambas a la vez, es lo cierto que el gabinete Russel se vio obligado a presentar su dimisión a la Reina. Esta llamó a lord Graham y a lord Stanley, pero ni uno ni otro pudieron dar cima a la formación de un nuevo ministerio; interinamente continúa lord Russel despachando.
Se habían recibido en Inglaterra noticias sumamente graves del Cabo de Buena Esperanza. Los cafres han vuelto a emprender la guerra contra la metrópoli. El gobernador general sir H. Smith, que se encontraba en el fuerte de Cox, se vio de improviso envuelto por grandes masas de enemigos, y le costó trabajo abrirse paso por medio de ellos. Otra columna, mandada por el coronel Somerset, que acudió a socorrer el fuerte, se vio precisada a retroceder. Lo mismo sucedió a la columna del coronel Mackimon, aunque esta consiguió al cabo derrotar a los rebeldes. Los ingleses han perdido varios oficiales y bastantes soldados, y los cafres se han entregado a toda clase de excesos, asesinando unas setenta personas entre hombres, mujeres y niños, e incendiando los pueblos de Woburn, Johannisberg y Auckland.
El gobernador había publicado la ley marcial. La noticia de estos acontecimientos ha causado en Inglaterra sensación, por ser un nuevo embarazo en las presentes circunstancias, y porque ocasionarán grandes sacrificios pecuniarios para el trasporte de ropas (tropas).
Todos los prelados católicos de Irlanda, en número de veinte y ocho, y a su cabeza el M. R. primado arzobispo de Armagh, se han reunido últimamente en Dublín para conferenciar acerca de la conducta que deberán observar en la época de persecución que les espera en cuanto se promulgue el bill contra la jerarquía episcopal. Las opiniones emitidas por el Ilmo. Murray, arzobispo de Dublín, en su pastoral, fueron unánimemente aceptadas. En su virtud se acordó que los diocesanos tienen el sagrado deber de soportar las consecuencias que les pueda acarrear la desobediencia a las disposiciones del bill; que conviene aconsejar a los fieles que usen de todos los medios legales para reclamar sus derechos, y que exciten a los electores para que empleen toda su influencia con sus mandatarios, a fin de que estos hablen y voten en el parlamento como representantes de un pueblo católico.
Volviendo ahora la vista a nuestras preciosas Antillas, diremos, que ya en artículo separado dejamos manifestadas las últimas noticias que nos trajo el correo de la Habana. Posteriormente y por un conducto particular, hemos recibido un número del Boletín Mercantil de Puerto Rico, perteneciente al 29 de enero, y en él encontramos la placentera nueva de haberse abierto por primera vez en aquel país la Academia Real de buenas letras, cuyo pensamiento se ha debido a su ilustrado presidente el general D. Juan de la Pezuela. Al hablar de su apertura, dice, entre otras cosas, el periódico a que nos referimos: "Si en ocasiones distintas hemos visto en la capital de nuestra floreciente Antilla reuniones numerosas, ninguna a la verdad más escogida ni más ilustrada que la que contribuyó a solemnizar aquel acto, el primero de este género que contamos desde el descubrimiento de la isla hasta nuestros días. Allí estaban los altos magistrados, los más notables funcionarios públicos, la mayor parte de nuestro venerable clero, los profesores de ciencias y otros muchos señores ávidos de oír a nuestro primer jefe como presidente de la Academia, para gozarse en el porvenir de la instrucción pública que hoy le debe obras y palabras altamente lisonjeras."
Los carnavales terminaron, sin que ni el ya famoso Entierro de la Sardina ni los bailes de Piñata hayan causado más desórdenes que algunas borracheras aquel y algunos lances amorosos este. Los salones del teatro Real han estado muy concurridos, y especialmente los bailes del martes y domingo siguiente presentaron un magnífico aspecto. La cuaresma ha venido en pos con su ceniza y sus ayunos, pero no por eso se crea que los alegres habitantes de la coronada villa han desertado de los coliseos. Principiando por el de la ópera, la de Hernani ha atraído un numeroso concurso: su ejecución no agradó. Con la llegada a esta corte de los célebres esposos la Cerito y Saint León, los aficionados al baile, que estaban ya cansados de aplaudir a la Fuoco y apetecían alguna novedad, se prometen deliciosos ratos. Se estrenarán con El violín del diablo, que tanto ha agradado en París y que ha establecido la reputación de Saint León.
El teatro Español nos ha dado la refundición del Trovador, hecha por su distinguido autor D. Antonio García Gutiérrez: drama simpático que todos sabemos de memoria y que nos transporta a otros tiempos; tiempos llenos de fé y de esperanzas, en que el público acogía sin prevención, con entusiasmo, las inspiraciones del genio; tiempos en que un Fígaro empuñaba el cetro de la crítica (Mariano José de Larra), en que los espectadores acudían sin fastidiarse a las repetidas representaciones de La Conjuración de Venecia, Macías, Don Álvaro, Los amantes de Teruel, y el bellísimo drama del Señor García Gutiérrez. Entonces sí que la llamada del autor hecha por el público era una corona; y el primero que tuvo el honor de ceñírsela en España fue ese gran poeta, quien, sin duda por eso mismo, se muestra en el día indiferente a esta ovación. ¡Ya se ve! ¿A qué autor, por miserable que sea su obra escénica, no se le tributa en el día la ofrenda que tan merecidamente se tributó al más popular de nuestros dramáticos modernos? ¡Corrupción de la época! Hoy, bajo pretexto amistoso, al fin de una producción silbable y hasta silbada, se llama a las tablas al pretendido poeta, y este sale, y los aplausos se redoblan y se le dan enhorabuenas!..
Dejemos, empero, estas consideraciones tristes para el arte y digamos algo de la refundición del Trovador. El drama ha ganado muchísimo, generalmente hablando. La entrada de Manrique en el convento, que antes no se explicaba, ahora aparece natural y por lo tanto verosímil; esa innovación, ese cambio de la celda por el jardín, nos ha proporcionado además el placer de admirar la magnífica decoración con que viste la escena del rapto nuestro teatro modelo. Lo que nos ha parecido un poco violento es el que traten de sus asuntos en el locutorio los diversos personajes del drama. En la obra primitiva había una mutación; pero el Sr. García Gutiérrez ha querido evitar todo lo posible la subida y bajada de telones, por lo cual le aplaudimos, y ha cometido en el segundo acto el defecto que tanto se ha echado en rostro a los clásicos, quienes, a trueque de no faltar a la unidad de lugar faltan a la verosimilitud, cosa mucho más importante. Es muy de alabar el talento con que el autor ha sabido escribir en verso las escenas que antes estaban en prosa, sin casi cambiar las palabras. En cuanto a las bellezas de la obra, son tan conocidas y sentidas, que fuera inútil detenernos a enumerarlas, aconteciendo lo mismo con sus defectos. Nosotros darnos el parabién al Sr. García Gutiérrez por la renovación que ha hecho de su famoso drama, y a la Dirección del teatro Español por haber puesto en escena inspiración tan caballerosa, tan nacional, tan tierna. En su ejecución sobresalió la señora Lamadrid (doña Teodora), quien, en el papel de Leonor, en ese papel eminentemente erótico, cuyos versos son un modelo constante de sentimiento, no dejó que desear. En la escena de la muerte estuvo inimitable. Para solemnizar el natalicio de nuestro gran poeta cómico D. Leandro Fernández Moratín, se representó en el mismo teatro la comedia El Café, sobre cuyo mérito todo está dicho. La ejecución formó un cuadro acabado. El señor Valero nos dio una prueba más de la flexibilidad de su talento, revelándonos el Don Eleuterio del célebre Inarco, con sus pujos de autor, su necia credulidad, su candidez, su miseria, su pobreza de espíritu y su hombría de bien, que al final arranca lágrimas. Los señores Pizarroso, Calvo, Osorio, etc., contribuyeron a dar relieve a la pintura de otra época y de otra sociedad, que a veces nos parecía serlo de la que atravesamos, en que tantos pedantes y poetastros abundan por desgracia. Se anuncia para pasado mañana la representación del drama histórico - religioso (esto último no sabemos desde cuando, pues en su impresión sólo se le califica de histórico) Isabel la Católica. Le deseamos la suerte que le cupo en su estreno. También se ha hablado por la prensa estos días de un drama del Señor Martínez de la Rosa, Amor de padre, cuyo argumento pasa en tiempo de la primera república francesa. Anhelamos ver en escena la nueva obra del ilustre autor de Edipo y la Conjuración. ¿Por qué la Dirección del teatro modelo, que tantos dramas ya conocidos ha sacado a las tablas en esta temporada, no proporciona al público de Madrid el gusto de saborear las inmortales bellezas de esas dos producciones, que son dos joyas de la escena española contemporánea?
Pasando a los demás teatros, mencionaremos en el del Instituto la comedia en tres actos de D. Enrique Cisneros, Jadraque y París, cuyo argumento abunda en situaciones chistosas. Dos cuñados, que son a la vez tutores de una niña rica, a quien cada uno quiere casar con su hijo, siendo así que aquella está enamorada de un tercero en discordia; dos jóvenes, uno que llega de Jadraque y otro de París; tipos diversos; movimiento, tal vez un poco exagerado; versificación fácil y correcta: he aquí la comedia del señor Cisneros. Su principal defecto consiste en que el joven que viene de París, no es siquiera la parodia de un parisiense; es un tonto y nada más. La pieza pertenece al género de las de figurón, y revela talento cómico. En la celebración del natalicio de Moratín se representó en este teatro la inimitable comedia El sí de las niñas, y a continuación la Critica del sí de las niñas, original de D. Ventura de la Vega, producción digna del autor de El hombre de mundo. El Sr. Arjona se esmeró esa noche, más que nunca, en el papel de D. Diego, que es su trabajo favorito y en el cual no tiene rival en toda la península. Se le conocía el entusiasmo con que representaba, y ese entusiasmo le hace mucho honor, pues demuestra su cariño por los grandes caracteres cómicos, dote de todo actor de mérito. ¡Lástima que los accidentes del cuadro desdijesen algo de la figura principal! La señora Samaniego interpretó con perfección a la Paquita, que se apesadumbra porque se le rompe la Santa Gertrudis de alcorza, que saluda a la francesa, y que está resuelta a sacrificarse por obedecer a su madre: ese carácter en el día sería un anacronismo. En el teatro de Variedades han sido un repetido triunfo para el Sr. Romea y su esposa las comedias La Mojigata, Amor de Madre y El ramillete y la carta.
Entre las defunciones de la última quincena tenemos que lamentar la del joven poeta D. José de Iza que puso fin a su existencia arrojándose al canal. Tenía 20 años; su talento precoz hacía concebir fundadas esperanzas; todas se han desvanecido. Había presentado a la junta de lectura del teatro Español un drama en un acto titulado ¡Hasta la muerte! Conocemos algunas poesías suyas que revelan un alma profundamente triste y profundamente sensible. Séale la tierra ligera.
Marzo 14 de 1851.
SECCIÓN POLÍTICA.
¿ES MEJOR EL SERVICIO MILITAR VOLUNTARIO O EL FORZOSO?
DEL PRINCIPIO QUE PREDOMINA EN LA NUEVA LEY DE QUINTAS CON RELACIÓN A LA SOCIEDAD Y A LA MILICIA. POR QUÉ LE DAMOS NUESTRO APOYO, Y MEDIOS DE QUE SU APLICACIÓN FUESE DE UNA VERDADERA CONVENIENCIA PARA EL ESTADO CIVIL Y PARA EL MILITAR.
En la sesión del día 12 del mes que habrá finado cuando vea la luz pública este artículo, se singularizó entre otros diputados, por su erudición y el modo nuevo que tuvo de presentar sus ideas en materia de quintas, el Sr. Roca de Togores (D. Joaquín), tomando la palabra en contra del proyecto de ley que en aquel día se abrió a la discusión sobre el reemplazo del ejército.
No seguiremos al Sr. Roca hasta los libros del Antiguo Testamento a donde fue a parar S. S. para probarnos el derecho que tienen los gobiernos de formar y disponer de esa fuerza pública que se llama ejército (1).
(1) El Sr. Roca para probar esta facultad, aludió al libro 1.° de los Reyes, cap. 8.°, vers. 9, donde se dice: “Anúnciales el del rey que ha de mandar sobre vosotros: tomará vuestros hijos y los pondrá en sus carros, y los hará sus guardias de a caballo, y que corran delante de sus coches.
Sin la sanción sagrada, harto nos dicen las páginas de lo pasado y de lo presente para probar cómo en todos tiempos se ha querido apoyar el derecho en la fuerza (1), y cómo hay una triste necesidad de invocar aún, este mismo medio, ya sea que tratemos de hacer valer lo justo, o de rehusar lo injusto y lo inconveniente que otros imponernos quieran; pues no somos de los que despertamos del dorado sueño en que hayamos visto desaparecer de pronto los ejércitos permanentes, ante los pasos que va dando por la Europa el espíritu del siglo, y la carga abrumadora de su sostén, verdadera plaga de las edades modernas (2).
(1) La force publique á l'avenir, ne peut plus etre autre chose que le droit armé. - Constitution militaire de la France.
(2) El establecimiento de las quintas en nuestro país no cuenta una época muy remota en todo el rigor de la acepción de su principio. En tiempos de D. Juan el II y a principios del siglo XV se impuso por primera vez la obligación de dar ciertos hombres de armas a los pueblos de realengo, únicos sobre los que los reyes verdaderamente mandaban por entonces.
Ya en tiempo de los Reyes católicos aparece más claro este principio, pues que mandaron a los pueblos dar un soldado por cada doce mozos; y de este modo y con los enganches y las levas se sostuvo nuestro ejército hasta la dinastía de Borbón. Felipe V lo estableció ya completamente, y desde su reinado principian las quintas, tal como hoy las conocemos, y con cuyo medio se ocurría por completo a las necesidades del ejército, después de cubrir sus faltas con los enganches y levas. En 1800 se hizo una nueva ley de quintas, que se cambió en 1821 por no haberse hecho en Cortes, la que dividía los cupos en provincias. En 1837 se modificó el sistema de reemplazos, cuando se formó la Constitución. En 1845 se modificó la Constitución de 1837, y desde entonces se pensó en modificarla otra vez, que es lo que se está hoy haciendo.
No nos ocuparemos, por lo tanto, de la cuestión filosófica de su existencia, y sólo partiremos de la que ya ofrece, como un hecho necesario para todas las potencias. Bajo este punto de vista, sin la sanción del derecho que nos ha interpretado el Sr. Roca, el gabinete español tiene tanta necesidad de mantener un ejército, como las demás naciones en sostener los suyos. La desaparición de estos podría ser colectiva; pero mientras así no suceda, cada pueblo está en el caso de tomar sus precauciones, en las que debe ser individual y soberano, si ha de atender a la ley de su conservación y honra. Ahora, el número de que se ha de componer, el modo con que se ha de formar, sus condiciones, los deberes y los derechos de sus individuos para con la patria y los que esta tenga para con los mismos, puntos son menos absolutos, que admiten cierta diversidad de pareceres y una grande conveniencia en su examen y discusión.
Respecto al número que debía tener nuestro ejército, sabidas son ya por otros escritos nuestras opiniones. Nosotros apeteceríamos para nuestra patria un ejército proporcional a sus elementos, a sus necesidades, y por lo tanto reducido, partiendo con Napoleón, de que no es el número de tropas lo que es de desear, sino su condición: no su cantidad, sino su cualidad (calidad). Principio verdadero para la paz, según agrega otro militar célebre, verdadero para la guerra, y cuya admisión resuelve por sí la cuestión de los recursos y otras no menos graves. En efecto, en el número o la cantidad puede y debe representarse la inundación de los pueblos bárbaros cayendo sobre la Europa, las numerosas tribus de los indios sobre los compañeros de Cortés, masas informes a quienes disipa como el humo el solo trueno del cañón. Sus circunstancias al revés, su organización, su disciplina, su cualidad en fin, se representan por la historia en las falanges de Alejandro, en la décima legión de César, en la vieja guardia de Napoleón. ¡Pero qué más?
La reina del mundo viejo, esa Roma tan temida cuando mandaba sobre el Asia, el África y la Europa, no tenía más que 322.000 soldados. Y la autoridad de la historia se da aquí la mano con la razón y la inteligencia. Porque, ¿de qué sirve un ejército durante la paz? Para mantener sus cuadros en completa instrucción para la guerra, y para reprimir las grandes móviles que dentro o fuera pueden conmover la sociedad. Pues bien: en uno y otro caso no es el número lo que a esto conduce: es su instrucción sólida, la mutua confianza de sus jefes y subordinados, y una disciplina constante y severa. Mas su número excesivo apenas puede caber bajo la completa inspección de un jefe, y con gran dificultad se podrá mover y operar. Así decía Turena que un general no puede poner en acción más que 30.000 soldados. Pero hay más; ¿se quiere saber cuándo la Francia ha tenido más tropas y ha sido menos dichosa?
En 1600 Enrique IV no tenía más tropas organizadas que 8500
A su muerte en 1610 37.000
Richelieu en 1635 100.000
Luis XIV en 1692 446.000
Luis XV en 1749 401.000
Luis XVI en 1788 303.000
La República en 1794 1.169.009
Napoleón en 1802 durante la paz 416.000
Napoleón en su apogeo en 1812 943.000
Napoleón declinando en 1813 1.107.000
Napoleón durante los cien días 559.000
La restauración en 1820 183.000
Al principio de 1830 249.000
La Monarquía de 1830 a 1831 369.000
En 1832 426.000
En 1838 311.000
En 1840 415.000
En Enero de 1848 477.000
En Diciembre de idem 502.000
Pues cuando la Francia ha tenido el número mayor de estas tropas, es cuando ha sido menos feliz y respetada. Según un autor militar y contemporáneo, M. Paixans, nunca ha sufrido más y nunca ha ejercido más escasamente su influencia sobre los demás pueblos de la Europa (1).
(1) Hé aquí lo que dice, después de anteceder las anteriores sumas:
"La observat on principale qui ressort de ces ciffres, est que chaque fois qu'iis ont eté grands, la France a eprouvé de vives souffrances; et que, rarement, son influence en Europe s'en est trouvée proportionnellement augmentée."
Pero, ¿a qué viene todo esto, se nos dirá, cuando defendemos sólo la redención? Precisamente porque tratamos de defenderla es porque juzgamos muy conducente apoyarnos en estos números y razonamientos ahora, para probar en seguida, que con este sistema es sólo con el que más se pueden tener ejércitos proporcionados y fuertes, no por su número, no por su cantidad, sino por su organización y su cualidad. ¿Y cuál sería el que, en nuestro humilde entender, convendría en cantidad a España?
Aislada esta por los mares, y sólo por el puente de los Pirineos puesta en contacto con la Europa; su tranquilidad interior, la defensa normal de sus plazas, no reclaman ni pueden exigir más que un ejército de 70.000 hombres. Según nuestras ideas, no debía ofrecer más número en proporción a nuestra población, y atendiendo que esta institución tiene por objeto la defensa de la familia y la de la patria, siendo completamente extraña a las luchas políticas cuya deliberación excluye la fuerza, a las pasiones de los partidos que todo lo destruyen, y a las sectas políticas que multiplican las constituciones. Así pues, con el arma al brazo para la conservación del orden (manden los ministros del color político que sean), y sólo al ente moral del gobierno completamente afecto; lo queremos además proporcionado y reducido por las razones siguientes:
1.° Porque así estará más en armonía con nuestros recursos, y su condicional personal mejor y más permanentemente asistida.
2.° Porque en los pueblos que no hay instituciones tan aristocráticas, como en Inglaterra, donde los jefes de la milicia tienen otra clase social y elevada, sin necesitar la guerra y la lucha para ascender, y donde las clases inferiores están contentas con su voluntaria carrera y con su larga y pasiva obediencia; es quitar pábulo a las ambiciones, disminuir en otros más democráticos tanto personal de ambiciones impacientes. Sobre este último punto la marina es para nosotros mucho menos peligrosa. Los marinos defendiendo con sus fortalezas movibles el pabellón de nuestros puertos y de nuestro comercio en el Mediterráneo; los marinos dándolo al viento en el mar de nuestras posesiones asiáticas, en el agitado de nuestras Antillas o en el pacífico que baña las costas que un día descubrimos y conquistamos, y en donde numerosos pueblos ostentan todavía nuestra habla, nuestra religión y costumbres; los marinos no afectan en nada la organización civil sobre sus buques, ni hay que temerlos allí, con su exclusión y su influencia en nuestra organización política. Lejos de los alcaldes y demás funcionarios civiles a quienes los soldados más de una vez apalean en sus bruscos impulsos; si acaso también los sienten, tienen el mar y los elementos en que gastarlos, y la gloria de su pabellón para emplearlos contra los enemigos que intentaran despreciarlo. He aquí por qué hemos afirmado en nuestro artículo anterior, que la gloria de nuestra patria, que su verdadera independencia, que su positivo porvenir, que su grandeza exterior, debíamos ya cifrarlo en la marina, sin que el ejército dejara de recoger por ello los lauros de la suya. Para la marina deben ser los sacrificios, y hasta su preponderancia siempre estaría por lo dicho en mucha más armonía con el principio civil, y sería más fecunda que la militar en tiempos de paz, pues que esta en semejantes días y tal como hoy está organizada, es por demás estéril, a vuelta de la relumbrante fantasmagoría de sus revistas y paradas. Pero mucho nos hemos distraído con este paralelo de las dos fuerzas, y pasamos ya a la ley de la redención, objeto primordial de este artículo.
El Sr. Roca oponiéndose a este extremo, así decía: "Encuentro malo en la ley el derecho de redención o sustitución por dinero de la suerte de soldado.
A esto me opondré, porque la ley debe ser igual para todos, porque debe ser una verdad el artículo 6.° de la Constitución que dice: "todo español está obligado a defender la patria con las armas en la mano cuando sea llamado por la ley. El admitir, pues, el principio de la redención o sustitución en cualquier concepto es vulnerar la ley fundamental del Estado."
Muchos otros en diferentes sentidos tienen siempre en los labios argumento semejante, cuando se trata de hacer llevadera por algún medio esta contribución de sangre, este tributo que paga por necesidad la sociedad con ánimo de evitar otros muchos mayores. Pero el Sr. Hurtado, como de la comisión, bien atinadamente respondió a este argumento dispositivo al siguiente día. "Al establecer la ley, dijo, la obligación de contribuir todos a este servicio, no pudo entrar en el ánimo de los legisladores establecer un sistema absoluto sin permitir que ningún individuo pudiera libertarse de este servicio." Y en seguida probó con nuestras leyes las excepciones que siempre ha habido antes y después del sistema constitucional. Y nosotros añadimos aquí: el principio constitucional, tiene su aplicación rigurosa en momentos de grandes riesgos para el país, en aquellos solemnes en que la vida y el honor nacional peligran, y es preciso que todos los que son hijos de una patria la protejan y la defiendan con sus haberes y hasta con su propia existencia, tomando en este caso el hierro que bendice la religión sobre los altares que para su triunfo levanta. Esto fue lo que hizo la Inglaterra que no tiene quintas ni artículos constitucionales tan expresivos, cuando las águilas de Napoleón trataron de elevarse sobre sus costas. Esto fue lo que hizo la España cuando invadida por aquel genio, pero del modo más inicuo, se oyó su grito patrio desde el Pirineo al estrecho gaditano. Entonces fue cuando se vio a la misma madre conducir a su hijo para que fuese soldado y pelease contra los franceses, bendiciéndole su fusil el eclesiástico o el religioso que predicaban desde los púlpitos el culto santo de un noble y desinteresado patriotismo. Porque en tan señalados días no está la fuerza y la defensa en los artículos constitucionales: lo está en los sentimientos, y hasta el sentimiento mismo suple a veces con su ardor la organización y la disciplina, como sucedió a la Francia en 1792 cuando por un lado la defendian voluntarios salidos del colegio, jefes improvisados, y por otro la atacaban los ejércitos de Prusia, Austria y Rusia, la Europa entera contra ella coligada. Igual sucedió en España con sus cuerpos improvisados ante las legiones de Napoleón; y cosa igual hizo la Grecia cuando sus montañeses sin armas y sus marinos sin buques destruían las armadas y los ejércitos. Pues esto que lo dicta el gran instinto de la nacionalidad, esto es lo propio que las constituciones han querido escribir como un precepto, no teniendo para nosotros otro mérito que el ocurrir además por su medio a las necesidades del personal que el reemplazo del ejército está de continuo exigiendo. Pero fuera de estos dos casos, es más abstracto que positivo este precepto, cuando como el Sr. Roca, se quiere aplicar a tiempos de reposo y a las circunstancias normales, en las que como hoy se encuentra felizmente nuestro pueblo. Y si el precepto constitucional se quebranta con la redención del dinero; ¿cómo se permitió por el gobierno y las Cortes que la provincia de Navarra, al ajustar sus fueros, pidiese y le fuese concedida esta propia redención para su contribución de sangre? ¿Cómo lo conseguirán así Guipúzcoa, Vizcaya y Álava cuando dentro de poco tengan que arreglar los suyos? Pero el Sr. Roca agrega: “admitida la redención, los ricos no tendrán que dar soldados y los pobres tendrán que componer el ejército." Y si esto es lo propio que estaba resultando de un modo más gravoso e inmoral con las sustituciones, ¿cómo se puede hacer semejante objeción? Esto ha sucedido siempre, si se exceptúan algunos de los últimos sorteos en que por haber hecho muy difícil la sustitución por medio de ciertos decretos, vinieron a las filas algunos débiles estudiantes, no ricos, sino de recursos escasos, y que por particulares causas seguían estudios y carreras que nada o casi nada les costaban. ¿Y qué adelantó el Estado con su número? Poblar los hospitales. Por lo demás, jamás hemos visto un solo individuo que siendo rico le haya tocado su número de soldado y halla sido puesto por sus padres para cumplir el precepto constitucional. ¡Oh! El mismo Sr. Roca con todo su filosofismo sobre quintas, no permitiría sin duda que un hijo suyo cargara una mochila, y con sus intereses le pondría un sustituto que la llevase, o con su influjo le alcanzaría una charretera. Porque no es el servir, ni el morir por la patria lo que hoy a los padres aterra en la cuestión de quintas. Es su mecanismo esclavizado, son sus trabajos no retribuidos. Así, cuando oímos a ciertos jefes de la milicia oponerse abiertamente a que no se admita la redención so pretexto del artículo constitucional, siempre hemos creído que son tan ardientes en su aplicación y pureza, porque no tienen hijos, o porque si los tienen, están muy ciertos de que esa obligación no les alcanzará nunca como soldados, a quienes en el interior de su cuartel pudiera aplicárseles aunque no fuera más que una docena de palos, en gracia de esa obligación cuya necesidad somos los primeros en reconocer, aunque no los palos. La ambición, el honor y las consideraciones quedan sólo para el oficial y el jefe. Para el soldado, la abnegación en las filas, el mecanismo de su policía en el cuartel, el ejercicio de sus fuerzas en las operaciones, la penuria y el insomnio en las guardias. Y todo esto es preciso, nos responderán: lo reconocemos. Pero, ¿cuál es su premio? Cuando es recluta, el cansancio y el despiadado exigir de un instructor; cuando está instruido, los impulsos y el mal humor de sus jefes; cuando veterano, una pobre cinta sobre su capote; cuando licenciado, una pierna menos, y por toda compensación, el canuto de hoja de lata que encierra su licencia; pero sin ropa, sin un ahorro, y la pérdida más sensible aún, de su ocupación u oficio. Y esto es lo real y positivo: todo lo demás que se invoca, todo es fraseología sólo, pura música celestial. No: nuestros ejércitos no son aquellos de la antigüedad, que hicieron cosas tan grandes cuando se componían de ciudadanos cuya condición social hacía casi igual al jefe y al soldado; en aquellos tiempos en que, como leemos en Plutarco, los soldados dirigían a sus generales ciertos discursos que estos oían sin violencia y a los que con gusto respondían. Entonces había verdaderamente sobre todos el sentimiento de la gloria, porque para todos era igual, y como libres e ilustrados, no confundían jamás la subordinación con el abatimiento. Entonces, más que el rigor y los castigos, los conducía a su deber el ejemplo y la palabra, y fuera de la obediencia legionaria eran más compañeros que subordinados. Entonces la disciplina no apagaba los movimientos del alma: entonces se aspiraba a dirigirlos, lo que no daría por cierto un mecanismo y una exactitud como la que se advierte al presente en los ejércitos europeos: pero sí en sus resultados no era tan minuciosa y regular, era más impetuosa y más inteligente para el triunfo y la victoria. Con la nuestra, el soldado obra sin pensar, triunfa sin ardor y muere sin sentir, siendo casi insensible a todo, si se exceptúa la escala de sus jefes. En aquella había hombres: en esta no debe haber más que máquinas. Respecto a sus resultados, sólo diremos aquí lo que consigna a este propósito Toqueville: "Yo no sé si los griegos y los romanos perfeccionaron hasta el punto que hoy lo han hecho los rusos los detalles de la disciplina militar; pero esto no impidió a Alejandro conquistar con los primeros el Asia, y con los segundos el que fuese Roma la gran señora del mundo."
Pero sea de esto lo que fuere, reducidos nuestros actuales ejércitos a esta necesidad, según sus jefes nos dicen, nosotros no les disputaremos ni sus conocimientos ni su experiencia: pero esta misma precisión nos hace apoyar el principio ilimitado de la redención en la ley de que se trata. Puesto que el bien de la disciplina necesita, más que hombres, de autómatas o máquinas, nosotros le damos hombres pagados, con los que puedan hacer mejor esa conversión, y conservarlos por un espacio mayor de tiempo, siguiendo todos una carrera de que hoy más que nunca necesitan los relajados lazos de nuestra sociedad. Por ella, los ricos no vendrán a participar de esta gloria que tanto por algunos se alza: pero en cambio, los pobres laboriosos vendrán menos que hasta aquí, o al menos tendrán más medios para eludir tanto honor como ellos quieran renunciar. Por ella se formarán, como decía muy bien el Sr. Roca, numerosas sociedades, por medio de las que los mozos se librarán con desembolsos todavía más pequeños que los que la ley señala. Es verdad que quedarán siempre otros más desgraciados, que ni aun de este sacrificio podrán disponer para redimir la suerte de un servicio al que no le acompaña la vocación: pero ya al menos, si pierde la patria los brazos de un trabajador para ocuparlos en su defensa, no sufre la de tantos brazos arrancados a la senectud de sus padres, a la protección de sus hermanas, a las labores de la huerta, a las faenas de su heredad o caserío.
Dicen los impugnadores de esta ley, que bajo su sistema no encontrará soldados suficientes el gobierno de S. M. Pero la Guardia civil encuentra los que necesita para sus 6.977 individuos de que constaba en Febrero último, pues que sus dos terceras partes, o sus 4.448 son voluntarios o enganchados, como contestó a este argumento el Sr. Conde de Fabraquer. Además, ¿no los han hallado de continuo las provincias catalanas para sus antiguas sustituciones? No se encontrará por cierto un número tan crecido como para cubrir todo el personal del ejército hoy existente: pero sí lo habrá con el tiempo para el ejército proporcionado que debe de haber, y mucho más, si combinado el servicio como carrera, se asegura a sus individuos el premio de sus años de servicios con otras conveniencias a su edad y su retiro. En este caso, no dudamos afirmarlo: las dos tercias partes del ejército que cumpla, se reengancharán para seguir en sus banderas, vida más análoga ya a sus hábitos contraídos, y mucho más con la seguridad de que el mayor tiempo que en ella empleen les producirá un mayor interés en sus premiados servicios. Pero pasemos a ver con más distinción las buenas consecuencias de este principio de la redención, bajo el aspecto social y militar también. Tres sistemas se conocen hoy en Europa para la formación de sus ejércitos: el de Prusia que tiene por base el servicio obligatorio, si bien aparece modificado de varios modos en su particular organización; el voluntario o el de enganche de Inglaterra; y el mixto que se ha seguido en España con Portugal, Francia, Italia y Alemania. ¿Y por cuál hemos estado nosotros a pesar de la ciega oposición que en esta parte nos harán siempre los militares? Por el voluntario, como hombres que somos hasta fanáticos por el principio civil. Ahora bien: ¿y a cuál de los tres sistemas se acerca más la ley votada con su redención ilimitada? Al voluntario. He aquí, pues, por qué para ser consecuentes a los principios que hemos siempre sustentado, defendemos hoy este acto del gobierno como el paso que más se acerca al sistema que ofrece a nuestras convicciones la mayor utilidad.
Hasta la misma milicia, y esa disciplina que hoy se exige tan diferente de la de la antigüedad, según dejamos probado, esa misma disciplina nos impulsa a aplaudir un sistema, que por otra parte será para España uno de los más populares tal vez. Popular, sí, porque como decía el Sr. Mata y Alós impugnándolo, ¿quién será el gobierno que una vez planteada la redención se atreva a quitarla? ¡Tanta influencia ha de tener en nuestra sociedad, y el gobierno de S. M. en esta parte no ha desconocido por cierto que manda en la esfera de una clase de gobiernos cuyas bases son el cumplimiento de las leyes y las exigencias de la opinión! Y la opinión y la popularidad sobre este punto son más que razonadas como lo vamos a ver. Con esta ley, la agricultura y la industria disminuirán menos el número de sus brazos útiles, y al revés, porción de individuos ya perdidos para estas dos clases, podrán ser bajo las banderas y su severa enseñanza, hombres más meritorios y hasta necesarios. No decimos con esto que ingresen como comprados hombres criminales: pero el hijo, que ha tenido la desgracia de indisponerse con los autores de su existencia y en edad ya de estar fuera de su patria potestad; el estudiante que por su desaplicación o sus aventuras haya salido mal en algunos de sus actos universitarios; de ambos puede recibir la patria sus servicios, y ambos eran ya para la sociedad no los mejores ciudadanos, sin lazos y sin opinión con que a la misma se ligaban. Y el uno podrá ser alistado en esta nueva carrera como un buen soldado, y el otro como un cabo instruido o un sargento inteligente. Pues como estos podríamos citar otros más desvalidos o desgraciados para quienes sería una fortuna el enganche y la milicia, regularizada esta última como carrera y premiada como servicio. El enganche además y la redención pueden ser causa de que el que practique la última ayude a una familia; y la disciplina, en fin, puede hacer volver a la sociedad individuos de ella ya regenerados, pues que para los díscolos y los que con su deber no cumplan, es para los que tiene que ser rígida y exigente. ¿Y no hay violencia tampoco para decir a los unos venid al servicio, aunque no tengáis tal vocación; y a los otros no os admito al servicio a pesar de que mejoráis, a pesar de que lo queréis? Sí, y cuando esto se hace, se saca de quicio la actual organización de las sociedades modernas y no se consultan los elementos más indispensables para el sistema particular que por otra parte exigen los de la escuela rigorista en materias de disciplina. No otras consideraciones obligaron a sostener en Francia las sustituciones en el artículo 102 de la Constitución de 1848, artículo que fue votado por 663 representantes contra 140. Es más: hubo después una discusión que tuvo por objeto llevar a mayor complemento este sistema, imponiendo una especie de cotización proporcional, y que el joven que quisiese eximirse del servicio pagase otra suma llamada exhoneración, la que con la primera facilitaría una prima a los enganchados, formándoles además cierto peculio como a todos los que salieren del servicio. Y no se replique por otros que este sistema de precios deshonra el ejército: que si no somos idólatras de los vocablos, la remuneración que reciben los jefes y oficiales como los demás funcionarios civiles, no deja de ser una paga, y no por eso se creen en lo más leve deshonrados. Hasta aquí las utilidades sociales: pasemos ya a las conveniencias de la milicia.
Como hemos indicado, la cualidad de un ejército y no su número, es lo que da el verdadero valor a las armas. Pero esto no se puede conseguir sin esas costumbres que crea el espíritu de cuerpo, y las costumbres y los hábitos no se improvisan, sino que se adquieren y se forman. Entre los ejercicios y las fatigas de la guerra aparecen los veteranos, y los veteranos no se sacan a la suerte, sino que se forman. "No son los reclutas (decía Napoleón en el consejo de Estado hablando de las campañas de la república), los que dan los resultados grandes: son los veteranos y los militares retirados que la revolución ha llevado a las fronteras. Los reclutas, unos se han desertado y los otros han muerto ¿Por qué los romanos hicieron cosas tan grandes? Porque gastaban seis años en dar educación a un soldado, y una legión de 3.000 valía por otra de 30.000." Ahora bien: ¿y el enganche y el reenganche por un número crecido de años, no producirá mejor estas condiciones de larga duración que el capitán del siglo tanto recomendaba? Y si miramos a nuestra disciplina actual, ¿no se formaría mejor por su medio esa especie de mecanismo personal que hoy se advierte en el ejército inglés compuesto bajo un sistema semejante? Después de 12, 15 y hasta 20 años de servicio, ¿quién no llega a ser buen soldado de caballería, cabal artillero e ingeniero? Y decimos esto, porque según nuestras ideas, si llegara un día que nuestro ejército tuviese sus dos tercias partes de enganchados o voluntarios, y la otra de obligados, a estos últimos los dedicaríamos a la infantería bajo el pie de estar tres años en activo servicio y dos en la reserva: y a los enganchados los destinaríamos a la caballería y a las dos armas facultativas, con un tiempo de ocho años para arriba. También estos últimos harían por combinar sus institutos con ciertas ocupaciones públicas como en Prusia, único medio de ir haciendo más llevadero el peso de los ejércitos entre las ideas del siglo y las necesidades de su mejor condición personal, y para exigir tanto, preciso es que nuestro soldado se concrete ya a semejante carrera si la suerte le sale y no tiene para redimirse, o que no tenga que cambiarla por otra, el voluntario que se obligue a seguirla por cierto número de años. Mas si se ha de conseguir lo uno y lo otro preciso es además determinar lo siguiente:
1.° Que el gobierno de S. M. volviera a poner en vigor los antiguos reglamentos de premio para los veteranos y las clases de cabos y sargentos.
2.° Que los ayuntamientos sostuvieran a los licenciados inválidos y desvalidos a costa del común y con reintegro después de las contribuciones de su reparto.
3.° Que para las porterías y demás empleos propios de una vida pasiva, dejase cada ministerio cierto número de plazas para que entrasen a desempeñarlas los retirados del ejército con los de la guardia civil.
De este modo habría en España un proporcionado y verdadero ejército. Fuerte entonces por los recursos siempre holgados y permanentes con que a su sostén y equipo se asistiría; fuerte por el núcleo de sus permanentes cuadros; fuerte por los hábitos de sus individuos, y la afición y el gusto que ya tenían vinculados en su valor y antigüedad, en el honor de sus filas, la gloria de sus banderas, y más que todo para estos tiempos, en el porvenir asegurado de su vejez o el bien de su mujer y el fruto de su compañía; el ejército entonces llegaría a ser en nuestra patria lo que dijimos arriba debía ser por su institución: escuela de gloria para el exterior, de disciplina para los fines de su instituto, defensor del orden y la propiedad, y completamente extraño a los partidos y a las luchas intestinas. Al llegar aquí, habiendo sido tal vez largos en demasía, felicitamos por este proyecto de ley al señor Ministro de la Guerra y a los entendidos (pone ententendidos) miembros de la comisión, que tan dignamente han sostenido el influjo de su principio, no otorgando al Sr. Mata y Alós ni el que se suprimiese de la ley la palabra redención. tenía razón el Señor Conde de Fabraquer: si esto se hubiera otorgado, la esencia de la ley habría desaparecido, porque no consiste sino en el sentido que tal vocablo contiene, la gran diferencia que aparece entre (pone netre) ella y la antigua de 1837. Amantes del orden militar, porque pertenecimos a sus filas con un entusiasmo santo y desinteresado, en esa edad que no han llegado todavía los hombres y sus desengaños a robar las ilusiones patrias; no por esto sin embargo, hemos olvidado jamás las lágrimas que la dura ley de las quintas hacía derramar a una madre dolorida, y estas lágrimas predispusieron desde entonces nuestra razón, para que hayamos continuado, haciéndole siempre del modo que hemos podido con nuestra pluma la oposición más constante (1).
(1) “Desde que su razón se formara, permitido le debe ser manifestar, que desde esta época, dos cosas han llamado con preferencia su humilde pensar en el orden público: las quintas, la marina." Así nos expresábamos en el Mensajero, periódico que salía en esta corte por el mes de diciembre de 1845. Véase el documento núm. 1.° de la entrega cuarta del tomo primero de esta Revista en su primer párrafo.
Y no ha sido sólo este resorte moral lo que de nuestra convicción ha dispuesto. Cuando después en el mando y en las provincias tuvimos ocasión para comprobar los fatales resultados que producen las quintas hasta en el licenciamiento de los cumplidos con respecto a la moral pública y al bien de las familias; nuestra fé ha crecido en el interés de encontrar un medio para suplir o modificar su influjo, y alegrándonos hoy del gran paso que se ha dado con !a redención hacia el logro de nuestros deseos, nos alienta además la esperanza de que se arreglará al fin por completo tan nacional servicio, y que llegará un tiempo, en que apenas deje de ser ocupación y carrera, lo que al presente ha sido obligación tan personal, tan dura y tan mal pagada.
Según nuestro sistema se ocurre a todo esto con hombres que se enclavan en una particular carrera del Estado como los demás que le sirven, y si este bien lo reportan los asociados, no es menor el que retribuye la nación con el elemento de una milicia más proporcionada, más permanente, más disciplinada y aguerrida, habiendo en este caso la combinación de su instituto con el orden civil de nuestra sociedad, ese don en cuya posesión debe ya entrar por completo, habiendo dejado en él un triste vacío las guerras y los disturbios por que acaba de pasar. Mas nos felicitamos en esta parte, de la reacción favorable que van sufriendo las ideas, tanto en el parlamento como en la prensa, a favor de los buenos principios. Sirva de prueba en las Cortes el espíritu de esta ley, y en la prensa, el razonado y vigoroso artículo que hemos visto uno de estos días en una publicación de esta corte (1: El Faro Nacional, revista universal de la administración pública.), que aunque cuenta pocos de existencia, llama la atención por el fondo doctrinal de sus artículos. Tiene este por objeto demostrar la trascendencia que ha ejercido en nuestro suelo el elemento militar con relación a la administración pública, y su autor, nuestro ilustrado amigo el Señor D. Facundo Goñi, no se ha concretado sólo con sus atinadas observaciones a señalar el influjo que ha tenido este elemento en nuestra península: que con un concienzudo estudio sobre las leyes de Indias, ha pasado los mares y lo ha demostrado también, aunque coactado por otras disposiciones, en nuestras provincias de ultramar. Así es, que esta doble y última circunstancia que tanto se identifica con la índole de nuestra Revista, nos impulsará a trasladarlo íntegro en uno de nuestros venideros números. Y como siempre en la prensa, en nuestros trabajos, en esta Revista misma hemos defendido con tanto calor la necesidad de enaltecer ya en nuestra patria el elemento civil sobre todos los demás que el despotismo o las revoluciones han querido elevar a una esfera que no puede ser las suyas, siendo aquel el principal, pues que a su sombra se asienta todo lo que se llama la organización de un pueblo; nosotros no podemos menos de alegrarnos de los refuerzos que recibe la opinión de publicaciones y artículos como de los que venimos hablando, esa opinión que constituye la mayor y mejor fuerza nacional, como la alcanzará esta ley de la redención para la que no se ha olvidado por el gobierno, como dice un autor, que “la force nationale est dans l'unité de sentiments entre les actes des gouvernants et les besoins des gouvernés.”
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
ATENEO CIENTÍFICO Y LITERARIO DE ESTA CORTE.
Tema. - ¿Hay alguna forma de gobierno que, absolutamente considerada, sea mejor que las demás, o depende la bondad de los gobiernos de circunstancias especiales!
Sesión del 21 de Marzo bajo la presidencia del Sr. Goñi.
(continúa la discusión pendiente.)
Usaron de la palabra los señores siguientes: García de Gregorio (D. Eugenio): que la forma de gobierno es independiente de su bondad. Examina la división que hace Montesquieu de los gobiernos y la encuentra inexacta por las razones que explana en su discurso, y concluye diciendo que las circunstancias de todo género influyen en la conveniencia y necesidad de esta o de la otra forma de gobierno que sea más adaptable a un país determinado.
El Sr. Canga Argüelles dice: que reinando en esta época un escepticismo general, no es de extrañar que los hombres no defiendan con entusiasmo un sistema de gobierno, de lo cual es una prueba la discusión presente. Después de recorrer algunos pasajes históricos ilustrando el tema, dio fin a su discurso manifestando, que el gobierno monárquico tiene más probabilidades de existencia y de porvenir que ningún otro.
El Sr. Esperón dice: que si bien el escepticismo produce males en el siglo en que vivimos, más causó el fanatismo así en religión como en política en otras épocas, de lo cual presenta varios ejemplos. Que la forma de los gobiernos no debe ser arbitraria, sino que para ser buena, para convenir a una nación dada, es necesario que sea la expresión de de los elementos constitutivos de su nacionalidad y el resultado de esta misma. Sólo así podrá la forma del gobierno ser oportuna, conveniente y cumplir su misión en la sociedad. De consiguiente el sistema de gobierno de un país, aun cuando en él sea de buen éxito, aplicado a otro, quizá es malo y detestable. En comprobación de esto examina los gobiernos de Inglaterra, Rusia, Estados Unidos, americanos y de Venecia en los siglos medios, y concluye enunciando que los pueblos desean ya, más que constituciones políticas, reformas útiles y fecundas que contribuyan al bien de la humanidad.
El Sr. Armada Valdés: convino en que las formas exteriores poco significaban, pues España siendo gobierno absoluto en otros siglos, como vulgarmente se dice, el pueblo disfrutaba de tanta o más libertad que actualmente y los elementos sociales tenían un espíritu republicano. El orador prueba sus asertos con algunas citas y observaciones y termina exponiendo que la democracia es la llamada a dominar pacíficamente en Europa. La discusión queda pendiente. En la sesión inmediata o en la otra hará el resumen el Sr. Vicepresidente Goñi.
SECCIÓN FILOSÓFICO - ECONÓMICA.
CONTINÚAN LAS OBSERVACIONES SOBRE LA POBLACIÓN EN GENERAL.
(1: Véanse las páginas 219, 495 y 121 de los núms. anteriores 11,
t. 1.°, y 13 y 15, t. 2.°).
ARTÍCULO IV.
En la actualidad todo ha mudado de aspecto por lo que hace a la reaparición de las ideas socialistas a que nos referíamos en el anterior artículo. Las naciones no se empeñan por cualquier motivo en guerras extranjeras; la diplomacia, los intereses comerciales y sobre todo la civilización del siglo zanjan la mayor parte de las diferencias y arreglan transacciones amigables. Cada nación pretende explotar todos sus recursos, desentendiéndose de empresas aventuradas y de poca solidez. Las clases menesterosas observan que después de tantas revoluciones, después de tantas promesas y tantos desengaños, la sociedad no ha adelantado lo que debiera, que los cambios políticos sirven únicamente para engrandecer a unos cuantos personajes que se colocan en el puesto de los que fueron derribados, y que los adeptos de los flamantes ídolos se agrupan a su alrededor y se cobijan bajo su sombra, pero en lo demás todo continúa lo mismo. Ingenios sobresalientes, escritores acreditados se apoderan de las reflexiones que sugiere esta situación, las redactan en diversas formas, las generalizan y se hacen patrimonio de aquellos que no alcanzan ventaja ni provecho de los trastornos políticos. Entonces se traba la lid. Dicen los unos: todo cuanto se ha hecho, de nada vale; mudanzas estériles, variaciones de personas y de nombres con sus pequeñeces y miserias. Vemos más adelante; la perfectibilidad humana es indefinida; hay muchos que carecen de lo necesario para vivir. El mundo no es para la comodidad, regalo y satisfacción de todas las pasiones y caprichos de unos pocos, en tanto que el mayor número yace en la desgracia. Todos nacemos y morimos iguales; la sociedad actual es la injusticia, el monopolio, la opresión. Discurramos un sistema de gobierno en el cual nos aproximemos a esa felicidad de que puede disfrutar el ser inteligente si no estuviese supeditado por los opuestos intereses de sus semejantes. Organicemos pues de una manera todavía no ensayada, la familia, la propiedad, en fin la sociedad entera trasformando sus relaciones y cuanto ahora existe. Dicen los otros: Oh! no puede ser. La perfectibilidad indefinida es una quimera, un absurdo, un sacrilegio. El hombre es imperfecto desde el pecado original; de lo contrario llegaría un caso en que pudiese equipararse a la divinidad. Este mundo no es un edén, no es una región encantada, es un valle de lágrimas. Dios ha dicho al mortal: con el sudor de tu rostro comerás el pan. El cristianismo prescribe además la humildad, la resignación, el sufrimiento; los trabajos y padecimientos de esta vida serán recompensados en la eterna. Por consiguiente esa aspiración de placeres y riquezas no es religiosa ni moral; esa nivelación que se solicita es la envidia disfrazada, es el orgullo resentido, es la mala fe y son los instintos perversos cubiertos con la máscara del bien público y de la felicidad general Dejemos pues al mundo como está; no está completamente bien porque esto es imposible, pero está mucho mejor que entregándolo a merced de pensadores inexpertos y de utopistas descarriados. Vamos introduciendo mejoras si bien con mucho tino, con gran mesura porque la máquina social no es como la de un reloj que se desmonta y se arma de seguida. Otros van todavía más allá en sentido inverso de los innovadores y dicen. Nosotros no reconocemos por legítimo ni justo cuanto se hace; todas esas reformas que tanto se preconizan son un atraso, el desprecio de los derechos adquiridos y una usurpación manifiesta: volvamos a nuestras venerandas y seculares tradiciones; sólo allí está la salvación, lo demás es el desorden y el caos. Replican los socialistas: nosotros invocamos también el cristianismo, nosotros nos apoyamos en su espíritu. Verdad es que Dios dijo al hombre "con el sudor de tu rostro comerás el pan", pero no le dijo “por más que te afanes en trabajar o por más que te procures trabajo, no podrás tenerle o no te llegará la ganancia para las necesidades indispensables de tu familia ni aun de ti solo." En algunas sociedades modernas hay muchos artistas y artesanos que desean emplear sus talentos y habilidad y no hallan cabida en ninguna parte. Hay muchos hombres científicos y literatos que no pueden proveer a su propia subsistencia siquiera sea frugal y mezquina, después de haber seguido una larga carrera de estudios, de gastos y de aprendizaje, después de concebir fundadas esperanzas compradas con dinero por razón de matrículas, grados y reválidas.
El cristianismo inocula la resignación y la humildad a los pobres, pero también prescribe la caridad, la beneficencia, la mansedumbre a los ricos; también reprueba el lujo inmoderado y caprichoso, la vanidad altanera y pueril, el orgullo imprudente e insano. Las naciones no están condenadas a moverse en un círculo eterno, sujetas constantemente a la reproducción de los mismos fenómenos sociales, según afirma Vico sondeando la filosofía de la historia, pues esto sería la imitación ridícula del suplicio de Sísifo o de Ixión. Las naciones adelantan siempre obedeciendo a la ley general del progreso y de la perfección cuyos linderos son todavía desconocidos. Nuestro destino es marchar con perseverancia y con fe en el porvenir llevando por divisa el lema de Medea: Yo me basto a mí misma. La esclavitud desapareció (en este mismo año, 1851, aún hay esclavos, según se lee en textos anteriores) de los pueblos cultos, la servidumbre corrió la propia suerte, la mujer no está ahora sometida a tutela perpetua ni ti la potestad despótica del marido, las clases se han ido acercando más y más, perdiendo las unas sus privilegios odiosos e injustos, las otras granjeándose más estimación y más derechos. El cultivo de la tierra no se hace por vasallos abyectos, las producciones de la industria se exhiben y se venden por hombres libres, los impuestos gravitan con igualdad proporcional sobre todos los habitantes de un territorio regido por unas leyes uniformes. La justicia y las penas alcanzan indistintamente al criminal, cualesquiera que sean su categoría y sus cualidades jerárquicas. El ser racional no puede abjurar su personalidad rebajándose a la servil condición de una bestia de carga ni prestarse a entretener con las agonías de su muerte a un público licencioso ávido de sangrientas emociones. Si todo esto se ha conseguido con el trascurso del tiempo, si la humanidad ha caminado incesantemente hacia el bienestar, ¿por qué nos paramos en un punto dado? ¿Quién se atreve a plantar en la inmensidad del espacio la inscripción fatídica nec plus ultra?
Sólo es permitido al hombre descubrir verdades a fuerza de propalar errores. A los utilísimos experimentos y a las fecundas combinaciones de la química han precedido las extravagancias y los delirios de los alquimistas. A las numerosas aplicaciones de la astronomía a la navegación y a la agricultura, los sueños y los desbarros cabalísticos de la astrología judiciaria. A los sistemas de economía política, las creaciones de los arbitristas y de los empíricos. La historia de la filosofía contiene un gran repertorio de verdades, pero ¡cuántos errores, cuántos desvaríos en tantas escuelas y en tantas sectas!!... La religión verdadera expone sus dogmas sagrados e indefectibles, mas a su lado ¡cuántas lumbreras, cuántos genios ofuscados por las tinieblas del error! ¡Cuántas creencias, cuántos cismas y cuántas herejías!... Tal es la palestra en que esgrime sus armas el socialismo. Las circunstancias le han favorecido para aprestarse al combate. Jamás se ha visto a casi toda la Europa estremecerse al choque y al empuje de las ideas liberales. Jamás se ha visto a las naciones de Europa lanzar de sus solios a los soberanos, reunirse en asambleas constituyentes, proclamar altamente la república contrastando los cálculos y pensamientos de los más célebres estadistas. Jamás en Europa en ningún otro siglo, ese movimiento, esa actividad de la imprenta que multiplica y esparce sus concepciones con una rapidez prodigiosa. Jamás en Europa la prensa al vapor, los viajes al vapor, las máquinas al vapor, los telégrafos eléctricos; y como consecuencia la propaganda científica y política, la asimilación por todos los países civilizados de cuanto se crea o inventa, y en una palabra la fusión de todos los pueblos en una nacionalidad universal. Antiguamente hubo la gran biblioteca de Alejandría; era como un oasis en la extensión de un desierto; actualmente tenemos bibliotecas en todas las cortes, en todas las capitales, en todas las ciudades, casi en todos los pueblos, y hasta en las aldeas más apartadas, en medio de montañas y de precipicios penetra con sus variadas formas el periodismo, poniendo al hombre solitario al corriente de cuanto pasa en el mundo relativamente a las cuestiones ora políticas, ora científicas que encierran el destino de la humanidad. Augurar el porvenir que a esta le han reservado con motivo de la resolución de estas hondas cuestiones que al presente se controvierten, lo creo muy difícil. Creo más fácil explicar la filosofía de la historia después que está escrita la historia, como creo más fácil explicar la filosofía del derecho después que está escrito el derecho y podemos entrar en estudios comparativos. La predicción de lo futuro es un misterioso arcano, es un velo impenetrable que no nos es concedido descorrer. Nuestra vista es demasiado débil y miope para abarcar ese océano sin riberas, ese horizonte sin fin. Aun tratando las materias en especial, podrá no ser fuera de propósito aventurar algunas reflexiones sobre lo venidero. Esta tarea no pudiera yo desempeñarla ni me incumbe, pues que no he hecho sino recorrer someramente alguno de esos problemas enlazados con la población, que se disputan el predominio de la sociedad contemporánea.
ANTOLÍN ESPERÓN.
SECCIÓN COLONIAL.
PROYECTO DE LEYES PARA NUESTRAS PROVINCIAS DE ULTRAMAR.
Una gran nueva tenemos que comunicar hoy a nuestros lectores de Ultramar y a cuantos se interesan en esta patria por su más amada y extendida nacionalidad. Nuestro actual gobierno acaba de nombrar una junta de personas las más autorizadas y las más competentes por haber estado casi todas en aquellas provincias, a fin de que sin levantar mano le presenten un proyecto sobre su gobernación especial, cual hace doce años que se les ha prometido. Cábele, pues, al Sr. D. Juan Bravo Murillo, actual Presidente del Consejo de ministros, la señalada gloria de haber hecho la iniciativa para que se acabe de formular de un modo completo la administración interior de aquel país, sistema que tanto reclamaban ya Cuba y Puerto Rico en particular, como pueblos que se rigieron un día por medio de otro que casi a pedazos se va quedando en desuso; y que no por estar más distantes del trono de su Reina, tienen menos derecho que los demás de la Península para participar de todos los bienes y mejoras que sean compatibles con su organización particular, y a que son tan acreedores por su civilización tan adelantada, su fidelidad y su reciente sensatez. Tal vez dentro de algunas semanas estén ya concluidos estos trabajos según hemos llegado a entender. Conocemos además a la mayor parte de los que han merecido esta confianza y esperamos tanto más en su acierto, en su tacto e ilustración, cuanto que nos honramos con la amistad de algunos, y sabemos que sus opiniones sobre estas materias no están muy distantes de las que ya hemos emitido y seguiremos emitiendo con mucha mayor fe en el curso de esta Revista. Si ella al menos ha podido contribuir a que el gobierno de S. M. haya fijado su atención del modo que acabamos de revelar sobre estos países, esto solo nos satisface y esto solo nos basta! Nuestro continuo clamor desde que la fundamos no ha sido otro sino que el supremo Gobierno fijase ya su vista sobre el estado interior de estos pueblas. Por lo demás, que se conforme o no con los proyectos u observaciones que en ella presentamos, esto, repetimos, nos es completamente indiferente. Nosotros cumpliremos con discutir e ilustrar: al gobierno le toca resolver y obrar. Por de pronto sabemos con satisfacción que en estos trabajos presidirá siempre el gran pensamiento moral de que España nunca tuvo colonias sino provincias hermanas. Proclame, pues, el gobierno de S. M. un sistema cualquiera que él sea, y por reducido o pequeño que aparezca para ciertos espíritus; si al fin es un sistema y está garantizado por las leyes, todo lo demás lo hará el tiempo, el amor, la fidelidad de aquellos habitantes, nuestra previsión, nuestra justicia y la ilustración y la prudencia de ellos y nosotros.
Mas en el entretanto, sólo dos cosas pediríamos a la Providencia: que no se altere la paz en aquellos países por nada ni por nadie para que no queden estériles tan laudables deseos y no tenga que suspender su obra el Gobierno de S. M.; y que el mismo cielo permita que permanezca por mucho tiempo en Cuba un hombre tan singular como ha principiado a demostrarlo a su frente el Sr. D. José de la Concha, digno por cierto de preparar y secundar por allí estas ideas, pues que él nos está recordando cada correo que llega con sus providencias, a uno de sus antecesores, el Sr. D. Luis de las Casas y Arragorri, el Capitán general más político, más civil y organizador de cuantos ha contado hasta el presente aquel hermoso país.
Las islas de nuestro archipiélago filipino no se olvidarán tampoco en este plan: pero nosotros vemos una imposibilidad en que pueda regir a ambos puntos el mismo sistema interior por su diferente estado social y el de sus respectivas civilizaciones, sin que con esto digamos que no se formule el suyo propio. Podrán equipararse tal vez en los altos cuerpos consultivos que los dirijan, pero no en su orden interior.
NECESIDADES DE NUESTRAS ANTILLAS.
El vapor Caledonia y el correo ordinario después, nos han conducido cartas (1) y papeles de Cuba y Puerto Rico, con las noticias de que damos cuenta a nuestros lectores en el respectivo lugar de la Crónica quincenal de hoy.
(1) Y debemos advertir con este motivo, que desde aquí en adelante no recibiremos ninguna carta de Ultramar que no venga franqueada y firmada también. Son tantas las que recibimos sin estos dos requisitos que juzgamos oportuno manifestarlo aquí para que no extrañen de lo contrario, lo poco que podremos atender a sus reclamaciones y a los datos con que nos favorezcan.
Mas como interese además que hagamos algunos comentarios sobre ellas, expondremos primero las que se refieren a ciertos hechos a que ocurrirá sin duda el Gobierno de S. M tan interesado hoy en la suerte de aquellos países; y después, aquellos otros que caen bajo la jurisdicción de autoridades tan dignas como el General D. José de la Concha, Capitán general hoy de aquella primera isla, y a cuya superior atención los confiamos. Como verán nuestros lectores, la necesidad de que haya comunicaciones prontas y repetidas entre aquellos pueblos y la metrópoli, es el clamor general de cuantos se interesan por sus eternos lazos. Mas sobre este punto si hay detención en haber regularizado ya este servicio, bien podemos asegurar, porque nos consta, que no consiste en el olvido de los gobernantes, sino en escrúpulos que honran y en convicciones que también nosotros sostendríamos, si consideraciones superiores al ordinario curso de los asuntos no nos hicieran pensar ya de distinto modo, y aun pedir al Gobierno de S. M. que no deje de modificar las suyas en obsequio del más pronto y más firme establecimiento de nuestras comunicaciones trastlánticas (transatlánticas). Al gobierno se le han hecho dos clases de proposiciones: las unas están apoyadas por la reu- cion (reunión) de varias casas del comercio español tanto peninsular como habanero: las otras hasta el día, según nuestras noticias, no las suscribe más que un particular, cualesquiera que sea su posición y garantías. Hay además un informe del Consejo de Estado que se inclina a que el gobierno establezca la línea de vapores por su cuenta sin entregarlas a extrañas compañías. Los primeros proponen dos comunicaciones al mes y otra además de la Habana a Veracruz. Es de su cuenta todo, pero piden la correspondencia y transportes oficiales con cierta subvención. La segunda proposición ofrece una comunicación al mes, iguales trasportes, pero nada de subvención. La del Consejo no pide nada y lo pide también todo, porque es el gobierno mismo quien debe establecer y mantener la línea, si bien señala una sola comunicación al mes. Hasta aquí todo sería fácil si la solución no la retrasara una sola cortapisa. Los primeros quieren la publicidad pero no la licitación, y como ellos mejoran más que los segundos retirándose en caso que negocio semejante se presente al hasta; de aquí la perplejidad del gobierno y las diferentes opiniones de la prensa. Entre esta. El Heraldo pide se evite la licitación: La España no transige sobre este punto. Nosotros también éramos de este dictamen, hasta que el sincero deseo que tenemos de ver establecida bien esta línea, nos ha hecho modificar nuestra primera opinión, y hoy estaríamos porque hubiese mucha publicidad, pero que el gobierno aceptase por sí y sin licitación la gran propuesta de estas casas españolas. Y para pensar así nos hemos acordado del perro que por ser ambicioso y coger la carne mayor que veía retratada en el agua ante el pedazo seguro que llevaba en su boca, soltó este y se quedó sin ninguno.
La proposición de estas casas multiplica el servicio, establece su continuación con el seno mejicano de un porvenir incalculable para la extensión de nuestro comercio, y sus fondos respetables responden de su pronto planteamiento y de su más seguro sostén. Hay una consideración más: estos individuos no se presentan como especuladores: los más lo hacen por patriotismo y por deferencia al digno General D. José de la Concha que apenas llegó allí no ha perdonado medio para conseguir esta gran comunicación. Los sucesos de Cárdenas han contribuido más a avivar este deseo, y como ellos son capitalistas en aquel país, tales circunstancias les avivó más la necesidad de los sacrificios, puesto que aun para mejor proteger sus intereses les son necesarios. Ellos por lo tanto se presentaron cuando nadie lo hacía, y ahora que se pide la licitación la respetan, pero quieren retirarse. Ahora bien: ¿y el Gobierno por el puritanismo de sus principios, debe dejar lo cierto por lo dudoso? ¡Que los unos piden subvención y los otros no! Pero esto mismo, ¿no hace dudar del éxito permanente y de los medios cuantiosos que tal empresa requiere? ¿No producirá todo esto cierto entorpecimiento que es preciso evitar? ¿Detrás de esta licitación no podría ocurrir un mal público en que la empresa no fuese nacional? La Inglaterra nunca ha sacado a licitación este servicio.
Nada decimos a lo que el gobierno tomase por sí la empresa, porque sobre costarle más, los intereses públicos de seguro que no estarían tan bien servidos. Por hoy no hacemos más que estas reflexiones, y acaso otro día nos extenderemos con particulares datos sobre la materia. Lo que con este motivo nos escriben desde Puerto Rico y que indicamos en las noticias de la Crónica de hoy, no debe ser desatendido por el Gobierno.
Hay otra determinación que ha pertenecido al supremo Gobierno y que a él solo toca enmendar sus resultados. Nos referimos a la real orden que en 1849 expidió el Señor Ministro de Hacienda para que a los jubilados y cesantes en ultramar se les descontase la tercera parte de los haberes que disfrutaban. Esta disposición jamás la podremos aprobar ni en su espíritu ni en sus consecuencias: no lo primero por su carácter retroactivo: no lo segundo porque no puede tener buenos servidores el Gobierno que pacta implícitamente que les retribuirá de este modo y del otro, y después les falta a sus legítimas esperanzas cuando han encanecido en su servicio. Aquel país es además molesto por el clima para el europeo y caro para los propios y extraños. Que aquí en la Península hubiera este descuento por razones contrarias, se comprende; lo contrario nos parece injusto y hasta inmoral.
Más adelante, y cuando en la serie de nuestras propuestas nos ocupemos del personal de los empleados de Ultramar, hablaremos con más extensión sobre este punto, sin perjuicio de llamar por hoy en su reparación la reconocida justificación del actual Ministro del ramo de Hacienda y Presidente del Consejo a la vez. Pasemos ahora a las necesidades interiores que tanto en Cuba como en Puerto Rico se hace más urgente su satisfacción.
En el primer punto se hace cada día más notable, como lo hemos indicado ya en nuestros números anteriores la conducta política del General Concha: la unión de todos los españoles que por allí residen, hayan nacido o no en aquel suelo, era con razón la más preferente necesidad a que se debía ya ocurrir, y a la verdad que pocos en tan corto tiempo como el General Concha han sabido comprenderlo y desempeñarlo mejor. Pero, ¿cómo no ha de ser contrariado de continuo S. E. por hombres que tienen de largo tiempo allí una posición oficial, labrada precisamente por aconsejar a otros jefes, muy diferente marcha, muy diferente conducta? Nadie como nosotros puede respetar más su capacidad y sus servicios. Pero, ¿cómo no utilizarlos ya en otros puntos más compatibles sin duda con sus contrarias convicciones?
El General Concha ha fundado allí una situación moral nueva, aspira a un orden de cosas nuevo; y libres de preocupaciones y de convicciones antiguas deben estar también los que le ayuden en su santa obra de reparación, de organización y calma. Por eso los hombres que más se le acerquen, deben ser completamente nuevos, que no tengan los hábitos de otras administraciones, sus odios, sus intereses y hasta sus preocupaciones. Por eso ponderamos tanto cuando tuvo el tacto de poner al frente de su Secretaría un sujeto nuevo para ella, el Señor Brigadier Salas. Y para que se vea que no somos solos nosotros los que así pensamos, he aquí lo que entre otras cosas dice el corresponsal del periódico La España en su número del 23 del que acaba de finar. Estamos tan conformes con sus sesudas e ilustradas ideas, que no podemos menos de trasladar aquí sus conceptos.
"Es verdad, dice,, que lo que hoy pueden hacer esas gentes (se refiere a los invasores y conexionistas) no es para infundir temores de ningún género, ya porque es muy respetable el estado de defensa en que se ha colocado esta isla, ya por el inmenso terreno que han perdido en la opinión aquí mismo entre ciertas clases que hubieran podido unirse a los invasores, mal hallados en su situación y deslumbrados con las mejoras y ventajas que se ofrecían. El desenlace de las tentativas ha hecho conocer que ese puñado de hombres desesperados no lograrla más que sembrar la ruina y la desolación del país; y como que en último análisis nos han puesto de peor condición, porque grava sobre nosotros un recargo en las contribuciones indirectas, vacila la confianza y la seguridad para los negocios, y todas las transacciones se han resentido a virtud de esas maquinaciones, sin obtener fruto alguno, resultando de todo esto que hasta los más entusiastas encuentran motivos para retraerse del partido desorganizador y mirarlo con aversión. No se crea, sin embargo, que antes de ahora han sido numerosos los individuos que de buena fé opinaban por la anexión. Pudo haber muchos defensores de sus teorías, exaltados en las ideas de mejoras materiales y prontas; pero muy pocos los que opinaban porque se realizase sin atender a los medios y despreciando los peligros de una sangrienta revolución.
Después de todo esto, el Sr. D. José de la Concha en sus primeras disposiciones al encargarse de esta Capitanía general se manifiesta animado de dos grandes ideas: fomentar la unión entre todos los españoles, y establecer todas las reformas y mejoras convenientes al país. Trabaja con asiduidad, no sólo en las corporaciones que concurren a este objeto, sino que también crea comisiones especiales, procura atraerse hombres útiles, de notoria inteligencia y buen espíritu, y todos reconocen que hace un particular estudio de la ciencia de buen gobierno. Se ocupó en los primeros días casi exclusivamente de las atenciones militares, arreglando la distribución de tropas, la mejor organización y los medios más oportunos para defensa: esta era su primera misión; pero a poco tiempo se penetró de la situación del país: se representó bien sus necesidades, y a todo quiere atender. Joven todavía el General Concha y sin haber gobernado aquí nos promete sin embargo grandes beneficios, si es que se le deja el tiempo suficiente para realizar el cúmulo de ideas y pensamientos que hoy le ocupan. Quiera Dios que le dejen obrar, y que que ciertos hombres que aquí conocemos todos no lleguen a influir en su ánimo, valiéndose de esa máscara, acudiendo a principios y conveniencias políticas para alejarlo del camino de las mejoras en todo sentido. Una de las cosas que ha hecho es la ampliación que ha dado a la prensa periódica, para que por su medio puedan discutirse aquellas medidas que se propone el gobierno. ¿Qué puede haber más útil y conveniente? Pues bien: estamos seguros de que no falta quien influya en cerrar esa noble vía para llegar al acierto. Esos mata luces que quisieran que todo se hiciese por informes privados; y ser ellos los informantes; esos enemigos de todo progreso, cuya primera máxima es la de que los que gobiernan no se equivocan jamás, y aunque no conozcan bien la constitución material del país los que vienen a gobernarnos, nada puede ni debe advertírseles, porque esto (dicen) disminuye la fuerza moral: esos en fin que profesan la injusta, la insoportable doctrina de que los naturales del país son enemigos de la España y poco menos que insurgentes; esos trabajarán siempre por alejar al Capitán general del sistema que se ha propuesto, y desgraciado el país si logran tener acceso, porque con esas gentes todo vendrá por tierra, se encenderá de nuevo la desunión, y el nuevo jefe no se diferenciará de otros que hemos tenido sino en el nombre." Después de la opinión publica, los detalles de aquella administración interna no necesitan por cierto menor desahogo. Hasta el día apenas llega una autoridad extraña, (sin duda con la mejor buena fe) innova y varía lo que se debe llamar el uso público, y esto siempre es grave, mucho más si va contra los principios más luminosos de la ciencia económica. Hoy nos referimos a cierta orden que hemos visto en la Aurora de Matanzas para que cesen por las calles de aquella ciudad los vendedores ambulantes de ciertos comestibles, so pretextos que si podrían aceptarse en nuestras poblaciones europeas, causan el, efecto contrario en aquellas, donde los de color son muchos y necesitan casi por su pobreza de este uso, como nos haremos cargo de ello en el número próximo, y en la sola esfera de aquella conveniencia local y de los sanos principios de la ciencia económica. Creemos que el Sr. Gobernador que la firma, D. J. Pavía, ha exagerado en parte su celo por el público servicio, y no dudamos que en adelante imitará las providencias tan pulsadas que en los ramos de la policía dicta en la Habana su digno Capitán general, tomando siempre consejo para las mismas de aquel ayuntamiento, de las personas notables de aquel suelo, o de las comisiones que crea. Otra de las cosas sobre las que llamamos la atención de este último jefe superior a tantas leguas de distancia, es el ramo de correos y su servicio por el interior de la isla. No ignoramos que apenas llegó el Sr. Concha, una de sus principales medidas fueron el aumento de sus comunicaciones, y sobre esta parte nada dejará que hacer en bien de sus protegidos. Pero ¿sabrá el General en tan corto tiempo y desde su capital, la poca moralidad que se observa en aquellas administraciones secundarias, y sobre todo en las estafetas del interior? Tanto en unas como en otras hay el mayor descuido por parte de las personas que están encargadas de su sagrado, y como en Villaclara, se quejan de la frecuencia con que desaparecen las cartas al entrar en aquella estafeta. Y lo más triste es que los interesados salvan en parte a su administrador, y echan de ello la culpa a extraños, que como en otras, se entrometen en semejantes dependencias.
Nuestros números mismos están sufriendo incalculables pérdidas; y el octavo, a pesar de la superior licencia, de haberle dado curso la Administración general de la Habana, y que iba cada número con su respectiva faja, fueron abiertos en Puerto Príncipe por aquel Sr. Administrador y sometidos a un alcalde mayor de aquel punto. ¿Y quién es el Sr. Administrador de Puerto Príncipe para disponer por sí, no sólo de la propiedad, sino de la parte calificativa de una publicación que tiene ya la aprobación de aquel Sr. Capitán general y la previa de la censura? No creemos que este Sr. Administrador honra como debía el principio de autoridad en semejantes países, y de sus escrúpulos sólo pudo ser, consultar a su superior, sin tomar sobre nuestros números determinación alguna, en lo que no seguiremos por no abogar más en causa propia. Pero en general, respecto a la poca confianza que acá y allá se tiene en el manejo de la correspondencia, llamamos la atención muy particularmente del Excmo. Sr. Capitán general de aquella isla. Llamado a representar una época de moralidad y justicia, no dude llevar la primera hasta los últimos detalles de su vasta administración: que semejantes abusos en la correspondencia pública, sobre extinguir la confianza de los particulares, pueden ser causa entre los mismos de lances desagradables. Por lo demás, la administración que se eleva a la altura de la que ha comenzado a inaugurar en Cuba D. José de la Concha, anatematiza que la correspondencia y su sagrado pueda entrar para nada en ciertas miras de gobierno. El general Concha es más digno que los que así piensan o han podido ejecutarlo en tristísimas épocas.
Para concluir: la opinión de Cuba mejora, y ya el pecho de muchos se abre a la esperanza de un porvenir mejor que el que presentaba hace meses su cielo encapotado, entre las nubes de los invasores y los disgustos de males que parecían no tener remedio. Siga con su conducta tan distinguido General, y habrá cumplido su misión entre circunstancias muy difíciles. Sí: demasiado sabe, como dice nuestro amigo y colaborador el Sr. Colmeiro, "que los gobiernos que desean vivir en paz con los gobernados, antes de amenazar las cabezas, cautivan los corazones. Su fuerza moral y no la coacción física es el vínculo perpetuo de la sociedad, y sólo cuando pasiones turbulentas o proyectos temerarios alterasen el sosiego de los pueblos, es ley, pues no alcanza la razón, requerir la espada."
SECCIÓN LITERARIA.
CONTINUACIÓN SOBRE LOS POETAS CUBANOS.
Manuel Justo Rubalcaba:
Artículo II.
Al concluir el juicio que de este poeta hicimos en nuestro número anterior, y al presentar la tan bella oda que allí estampamos como muestra de sus composiciones serias, indicamos también que tenía otras, no tan sostenidas como aquella en sus formas, aunque dejaban ver en su composición cierto dote descriptivo entre su espontánea sencillez. De este número son sin duda las siguientes estrofas que entresacamos de las que dedica al tabaco. Después de discurrir contra los que impugnan su uso, habla del modo prodigioso con que se ha extendido, y así dice:
¿Qué bárbaro inocente
Allá en los montes del nombrado excita,
No perfuma el ambiente
Con el tabaco que al placer invita?
¿Qué sordo Catadupa
No le compra, le huele, masca y chupa?
Tanto gusta en la Iberia
Como en la segregada Lusitania; (Portugal)
Es de la nueva Hesperia
Planta medicinal que sin insania
Felicita y alegra
al chino, al turco y a la gente negra.
¿Y por qué tanto gusta
La planta nicociana? En qué paraje
Su blando olor disgusta,
Aun después del opíparo potaje?
Sólo en el Orbe por ejemplo saco
Al poeta enemigo del tabaco.
Se subleva en seguida contra este poeta, escritor sueco que no veía en esta planta los móviles que a él le impulsaban para cantarla, y así se expresa:
Pero, musa, detente,
Pregúntale a ese docto cancionero,
¿Qué fue el suave Nepente
Que consolaba a Elena en su mal fiero?
¿Qué, si no fue el tabaco?
¿Quién fuera sino tú, divino Baco?
El tabaco divierte
El cualquiera lugar al afligido,
El humo espeso de su boca vierte,
Ya en círculos, ya en ondas dividido,
Y con blando donaire
Balsama el cuerpo, purifica el aire.
La virtud tiene toda
Que no le pudo dar el sabio sueco,
¿Si al mundo le acomoda,
Por qué declama su contrario hueco? …..
Más igual y descriptivo aparece en su Silva cubana, donde pondera las virtudes de las frutas de su suelo natal; pero es preciso haberlas disfrutado como nosotros, es preciso haber estado allí, para conocer lo feliz que está en sus comparaciones. La ponemos íntegra a continuación, y sólo sentimos lo afectado de alguna que otra locución que la deslustra, disculpable entre la cadena de la versificación, mediando tantos nombres propios, y algunos de tan difícil medida. Hela aquí:
Más suave que la pera
En Cuba es la gratísima Guayaba
Al gusto lisonjera
Y la que en dulce todo el mundo alaba,
Cuya planta exquisita
Divierte el hambre y aun la sed limita.
El Marañón fragante,
Más grato que la guinda si madura,
El color rozagante
O Adonis en lo pálido figura:
Árbol ¡oh maravilla!
Que echa el fruto después de la semilla.
La Guanábana enorme
Que agobia el tronco con el dulce peso
Cuya fruta disforme
A los rústicos sirve de embeleso,
Un corazón figura,
Y al hombre da vigor con su frescura.
Misterioso el Caimito,
Con los rayos de Cintio reluciente,
En todo su circuito
Morado y verde el fruto hace patente,
Cuyo tronco lozano
Ofrece en cada hoja un busto a Jano.
La Papaya sabrosa,
Al melón en su forma parecida,
Pero más generosa,
Para volver la vacilante vida
Al ético achacoso,
Árbol al apetito provechoso.
El célebre Aguacate,
Que aborrece al principio el europeo,
Y aunque jamás lo cate
Con el verdor seduce su deseo,
Y halla un fruto exquisito,
Si lo mezcla con sal el apetito.
La Jagua sustanciosa
Con el queso cuajado de la leche
Es aún más deliciosa
Que la amarga aceituna en escabeche:
No se prefiere el óleo que difunde,
Porque acá la manteca lo confunde,
El Mamey celebrado
Por ser ambo en la especie, uno amarillo
Y el otro colorado,
En el sabor mejor es que el membrillo,
Y en los rigores de la estiva seca
La blanda fruta del Mamón manteca.
El Mamoncillo tierno,
A las mujeres y a los niños grato:
Y pasado el invierno,
Topo de los frutales el Moniato,
y el sabroso ciruelo que sin hoja
Amarillo o morado el feto arroja.
Amable más que el guindo
Y que el árbol precioso de la uva
Es acá el Tamarindo:
Licores admirables saca Cuba
De su fruto precioso, que fermenta,
Al másico mejor que Horacio mienta.
El Argos de las frutas
Es el Anón, que a Juno he consagrado,
Fruto tan delicado
Que reina en todas las especies brutas,
De ojos llena su cuerpo granujoso,
Al néctar comparado en lo sabroso.
La Piña, que produce
No Atis en fruta que prodiga el pino,
Que la apetencia induce,
Sino la Piña con sabor divino,
Planta que con dulcísimo decoro
Aforra el gusto con escamas de oro.
El Níspero apiñado
Por la copia del fruto y de la hoja,
En más supremo grado
Que las que el Marzo con crueldad despoja,
Árbol que, madurando, pende y cría
Dulcísimos racimos de ambrosía.
El Coco, cuyo tronco
Ruidoso con su verde cabellera,
Aunque encorvado y bronco,
Hace al hombre la vida placentera
Y es su fruto exquisito
Mejor plato a la sed y al apetito.
El Plátano frondoso...
Pero, ¡oh musa! ¿qué fruto hadado el Orbe
Como aquel prodigioso
Que todo el gremio vegetal absorbe?
Al maná milagroso parecido,
Verde o seco del hombre apetecido.
No te canses, ¡oh numen!
En alumbrar especies pomonanas.
Pues no tienen resumen
Las del cuerno floral de las indianas,
Pues a favor producen de Civeles (Cibeles)
Pan las raíces y las cañas mieles.
En el número inmediato pondremos algunos de sus excelentes sonetos, y concluiremos con la idea general que nos propusimos dar sobre las obras de este poco conocido poeta.
CRÓNICA QUINCENAL.
Los asuntos de Alemania merecen el nombre de verdadero imbroglio (embrollo): ya parecen acercarse a una solución, ya se alejan de ella.
Primero se anunció que los dos jefes de los dos gabinetes austríaco y prusiano iban a reunirse en Dresde para conferenciar acerca de las dificultades sobrevenidas últimamente. Luego vino la Gaceta de Colonia diciendo que los trabajos de las conferencias de la capital de Sajonia durarían cuatro meses más, y últimamente se anuncia que se suspenderán, considerándose, de consiguiente, como perdido todo el terreno que se había adelantado en ellas y en las de Olmutz. El gabinete prusiano ha enviado con fecha 10 de marzo al austríaco sus proposiciones definitivas en las cuales los dos puntos culminantes son, que la Prusia tendrá iguales derechos y autoridad que el Austria en la presidencia de la Dieta, y que esta se compondrá de cinco individuos, a saber: dos con residencia fija y tres con residencia temporal, según lo exijan las circunstancias. Los dos primeros serán nombrados por el Austria y la Prusia, y los tres restantes por los demás estados que componen la Confederación; pero su elección está combinada de modo que los nombramientos tienen que recaer precisamente en los plenipotenciarios que quieran los estados adictos a la Prusia. Estas proposiciones han sido rechazadas por el emperador y por los soberanos de Baviera, Hannover, Sajonia y Wurtemberg, cuya política se modela por la del Austria. Ya se dejan ver las complicaciones graves a que puede dar margen esta cuestión. El Austria está preparando un memorándum en que examinará extensamente el asunto y defenderá su sistema político. Este documento será comunicado a todas las potencias que tomaron parte en los tratados de Viena.
La interinidad del ministerio Russel continúa en Inglaterra. El canciller del exchequer no ha presentado todavía las anunciadas modificaciones en los presupuestos, lo cual indica que el gabinete tiene pocas esperanzáis de salir airoso en esta cuestión, y que por lo tanto retrasa todo lo posible el momento de una nueva derrota.
En París se habla mucho de nuevas combinaciones ministeriales. Supónese que Luis Napoleón tiene muchas simpatías por su antiguo defensor Mr. Berryer y también por Mr. Falloux. Estos dos personajes y Mr. Benoit d'Azy y Mr. de Corcelles, son el núcleo de una combinación legitimista que creemos irrealizable, atendida la conducta observada por ese partido durante veinte y un años. Exponerse al descrédito sin provecho de sus doctrinas, este y no otro sería el resultado. Más probables nos parecen las combinaciones en que se habla de Odillon Barrot, Leon Faucher, Fould y Baroche.
Ha ocurrido en Francia un conflicto entre el Arzobispo de París y el Obispo de Chartres. A consecuencia de haber publicado aquel prelado un edicto recomendando acertadamente al clero de su diócesis que se abstuviera de tomar parte en las luchas de los partidos, y principalmente de escribir en los periódicos políticos, el Obispo de Chartres, célebre por sus violentas polémicas en el tiempo de la monarquía, dio a luz una pastoral combatiendo con acritud el mencionado edicto, y sosteniendo la necesidad y el deber que tiene el clero de mezclarse en las cosas del Estado. Monseñor Sibour, en vez de contestar a un escrito con otro, ha creído más digno hacer uso de su autoridad metropolitana, sometiendo al concilio provincial de París, que se celebrará este año, dicha pastoral. Dos circunstancias contribuyen a dificultar una solución favorable al Arzobispo en este punto: la primera, que el Obispo de Chartres no es el único que piensa de una manera contraria al metropolitano de París, y la segunda, que una gran parte del episcopado francés considera a Monseñor Sibour un poco inclinado al jansenismo.
Por el vapor Caledonia y el correo ordinario hemos recibido noticias de nuestras interesantes Antillas. En aquellos países se desea ardientemente que se acabe de regularizar el servicio de la línea de vapores trasatlánticos. De Puerto Rico se insta para que el Gobierno haga que estos buques toquen a su retorno en aquella isla y no en las Terceras, pues continuando como hasta ahora, en nada contribuirá tal establecimiento al fomento de sus intereses comerciales.
De la Habana nos dicen lo siguiente: "Nuestro querido General continúa bien: fue a Matanzas, y allí ha dejado muy agradables impresiones: ha enjugado muchas lágrimas, ha restituido al seno de sus familias a algunas personas, y ha dado esperanzas a otras. ¡Qué bien vendría ahora una amnistía para los que fueron exceptuados en la última!"
Nuestro corresponsal de Matanzas nos escribe en igual sentido y añade:
"El General Concha, con su aplomo y su justicia, ha enmendado en parte la precipitación con que en estas causas políticas obró el Gobernador, influido sin duda y mal aconsejado por los que están mal con una conducta templada y digna."
En la Habana el General Concha había suprimido la fianza que antes se exigía a cualquier individuo que desembarcase en los puertos de aquella isla; fianza que tanto ha dado que hablar a los extranjeros. “Esta disposición, como dice el corresponsal de La España del martes 25, corta de raíz los abusos que se cometían en las agencias de negocios, en perjuicio de la moral y del bolsillo ajeno, resultando en beneficio directo de varios establecimientos de caridad y beneficencia, por cuanto todo español que desembarque en cualquier punto de la isla tendrá que abonar un peso, y todo extranjero dos, cuya suma aumentará los fondos de los establecimientos a que hemos aludido.
También nos escriben sobre ciertas medidas que se habían tomado por el tribunal de Marina respecto de los impresores que (desde el descubrimiento de la isla) estaban en la posesión de imprimir los calendarios. Parece que se ha concedido este derecho o privilegio a un extranjero. Nosotros, que aborrecemos los monopolios, hablaremos del particular cuando podamos hacerlo con exactitud.
Habíase ya concedido a la nueva empresa de almacenes de depósitos de Regla un sitio en el muelle de Luz para atracar los vapores que deberán establecerse entre dicho punto y la otra parte de la bahía.
Una mejora de mucha importancia iba a recibir en breve la calzada del Monte; se iban a hacer muy pronto de mampostería y se cubrirían con lozas de San Miguel las zanjas de desagüe de dicha calzada, de modo que esta ganará, no sólo en comodidad y limpieza, sino también en anchura. Otras calles del interior de la ciudad recibían igualmente mejoras de consideración, y había otros varios trabajos proyectados.
Las noticias de Santiago de Cuba alcanzan al 9 de febrero. El día 5 volvió al puerto el vapor de guerra español Blasco de Garay que había salido la víspera para la mar. El día 8 volvió a zarpar dirigiéndose en busca de la división compuesta de la fragata Esperanza y los bergantines Valdés y Scipion (Escipión) que habían hecho rumbo hacia el Este. Estos tres barcos habían estado frente al puerto de Guantánamo, en donde hicieron varios simulacros, figurando abordajes, desembarques, etc. Parece que el vapor Blasco de Garay se iba a reunir con ellos en la playa del Este para ejecutar otras maniobras. Con respecto al movimiento comercial de la plaza de Santiago, dice lo siguiente el Diario Redactor: "Ochocientos y pico de bocoyes de azúcar moscabado se han realizado a los precios de 2 ½ pesos y 2 pesos. 56 ½ quintal. En purgados se han verificado algunas ventas de pequeñas partidas a 3 ¼ pesos quintal pardo (azúcar moreno) y 4 ¼ pesos quintal blanco, y unas 50 cajas pardo de la Recompensa, que han obtenido 3 ½ pesos quintal. Cubiertas las primeras necesidades de la isla, que produjeron un movimiento notable en los cafés de clases naturales, han bajado de precio estos, y hoy sólo obtienen los superiores 8 y 8 ½ pesos quintal. Los flotajes también se han paralizado, y sólo consiguen algunas partidas 7 y 7 ½ pesos quintal. En los lavados buenos no se ha hecho una sola operación durante la semana, y esto es debido a lo mucho que se sostienen los productores en los primeros precios que han pedido, arreglados sin duda a los que consiguieron el año anterior. No obstante no haber nueva entrada de buques de Santander, la existencia de harina es grande y se va realizando a 9 ½ pesos en barril la más vieja y 10 pesos el de la última o más fresca.
De Puerto Rico nos anuncian con fecha 5 de febrero, que aquella junta de Fomento había hecho dos peticiones al Capitán general: una sobre la prohibición de la extracción de negros de allí para la Habana, y otra sobre el establecimiento de urbanos. Por lo demás todo estaba tranquilo, y el General Pezuela había ya resignado el mando en su segundo.
También en este punto se agita la idea de la formación de un banco, y en la recolección de la moneda macuquina. Ambas cosas serían de una gran conveniencia pública. Y ya que hablamos de Puerto Rico, anunciamos con gusto que se acaba de aprobar la construcción del camino de hierro desde Cataño a Arecivo, cosa que tantos bienes reportará a aquella Antilla.
En el interior de la Península se sigue disfrutando de una inalterable tranquilidad. El invierno se ha ido con sus hielos y con la primavera vuelven las flores y reverdecen los árboles. Los asuntos políticos permanecen in statu quo. La nueva oposición parlamentaria, compuesta de individuos de la antigua mayoría que apoyaba al gabinete Narváez-Sartorius, busca todos los días pretextos para dar la batalla al ministerio que preside el Sr. Bravo Murillo; pero, tímida de suyo, apenas adelanta el pie cuando lo retira asustado por el porvenir, y no sin fundamento en nuestro concepto. Tal vez en la discusión de los presupuestos se empeñe el combate: sobre sus resultados hay tantas opiniones como partidos, diremos mejor, como fracciones de partidos.
Las novedades teatrales de la última quincena han sido muy escasas. En el teatro Español se ha vuelto a poner en escena el drama del Sr. Rubí Isabel la Católica, atrayendo un numeroso y escogido concurso, y excitando igual entusiasmo que cuando se estrenó. Su argumento es simpático, como eminentemente nacional, y añadido esto a las bellezas, en que abunda ya la inteligencia teatral de algunos de sus rasgos, no es extraño que interese hasta el grado de hacer olvidar sus defectos así en los caracteres como en la versificación. En nuestro sentir, el drama Isabel la Católica merecía que su entendido y célebre autor hubiese mejorado ambas cosas antes de sacarlo de nuevo a las tablas. No nos parecen a su altura histórica el Rey y Gonzalo, y a la verdad en una obra como esta, que es casi un poema, Fernando V (II de Aragón) y el Gran Capitán debían figurar como los personajes de mayor importancia que la que en ella tienen. La versificación noble, digna y muy bella por lo regular, decae y adolece frecuentemente de rimas y construcciones violentas. A pesar de todo, Isabel la Católica agradará y entusiasmará siempre. Cristóbal Colón e Isabel son dos caracteres trazados de mano maestra. El final del drama, con la relación del descubrimiento de América y el Te Deum, cantado a lo lejos, mientras el telón va cayendo poco a poco, es magnífico.
El Pelo de la dehesa se ha vuelto a representar, y en nuestro sentir con poco acierto en la distribución de los papeles.
Sancho Ortiz de las Roelas, nuevamente refundido por el Señor Hartzembusch, se dará pronto en el mismo teatro, y en pos vendrán La escuela del matrimonio del Sr. Bretón, y La verdad en el espejo del Sr. Hurtado.
En el Instituto han proporcionado regulares entradas Los Consejos de Tomás y Poner una pica en en Flandes, dos comedias originales, la primera de los Sres. Calvo Asensio y Rosa González, y la segunda del Sr. Sánchez Fuentes. Se habla de la partida a la Habana del Sr. Dardalla, con lo que el género andaluz perdería en la Península a su más célebre representante.
Variedades, con la adquisición de la Sra. Díez y el Sr. Romea, ha llamado a su recinto la sociedad más escogida de Madrid. En cuanto a otras novedades, punto redondo. Aquellos distinguidos actores se han limitado a darnos algunas piezas de su largo repertorio, entre las cuales quisiéramos ver figurar El hombre de mundo y El arte de hacer fortuna, donde se despliegan todas las grandes facultades escénicas del Sr. Romea.
Hemos visto el prospecto de una obra cuyo título es Historia de la administración pública en España, en sus diferentes ramos de derecho político, diplomacia, organización administrativa y hacienda, seguida de un índice alfabético de libros originales de autores españoles, sobre las diversas materias de la administración. El autor de esta obra es D. Fernando Cos-Gayon, cuyas lecciones en el Ateneo de esta Corte acerca de algunos de los tratados comprendidos en la obra que va a dar a luz, son un buen precedente y una garantía de que aquella será de algún mérito. Desde luego puede asegurarse que el pensamiento ha sido feliz, pues que se necesita una obra como la anunciada que ponga de manifiesto y en conjunto todo lo relativo a la historia de una parte tan importante de nuestra legislación. Después que veamos las primeras entregas hablaremos detenidamente de esta publicación.
También ha salido ya hasta el 9.° número del Faro Nacional, periódico de la administración pública y del que ya hemos hecho una conmemoración justa en el artículo primero de esta Revista. Sale cuatro veces al mes y se ocupa hasta el día de las cuestiones más importantes en el vasto campo de la gobernación.
Marzo 28 de 1851.
SECCIÓN POLÍTICA.
OBSERVACIONES AL PERIÓDICO TITULADO EL ORDEN EN LA CUESTIÓN DE ENAJENACIÓN DE BIENES DE PROPIOS.
El Orden ha venido discutiendo en varios artículos sucesivos, la conveniencia o inconveniencia de la enajenación de las fincas de propios, cuestión que con anterioridad habíamos iniciado en la prensa por medio de un folleto que ha visto la luz pública, y que hacía muchos meses estudiábamos con avidez, rodeados de datos históricos y de noticias estadísticas, con el objeto de presentarla a la expectación y examen públicos, acompañada de los comprobantes necesarios. Aun cuando dicho periódico ha mirado esta cuestión bajo distintos aspectos, cumple a nuestro objeto de hoy en este breve artículo ocuparnos de algunas de sus ideas particulares, sin perjuicio de hacerlo con más extensión en otros periódicos, de las consideraciones generales que en concepto de los redactores de aquel diario hacen necesaria la enajenación general y simultánea de dichas propiedades. En este sentido, y conceptuándonos en el deber de exponer algunas consideraciones, sobre una materia que nos interesa altamente, y que hemos procurado estudiar, no podemos menos de advertir, que las opiniones que consignemos son exclusivamente de nuestro dominio, sin que participen acaso de ellas el Director y demás colaboradores de esta Revista. El Orden en su número de 1.° de Marzo ha dicho en un artículo sobre la enajenación de los bienes de propios lo siguiente:
"Si otra cosa se dijera, sería entonces necesario admitir, que para fomentar la prosperidad de dichos bienes, y en su consecuencia la del país, era necesario abolir la propiedad individual, sustituirla con la de las asociaciones, establecer en fin el socialismo. Aquí no hay medio, o es más ventajosa la propiedad de bienes inmuebles, en manos de corporaciones, y de consiguiente más aún en las del Estado, que es la mayor de las asociaciones, en cuyo caso debe desaparecer la propiedad individual, o esta más ventajosa, como se halla universalmente reconocido, y entonces por punto general debe desaparecer la propiedad de las corporaciones en los bienes llamados inmuebles."
Proponiéndonos emitir algunas observaciones sobre estas ideas, nos conviene consignar ante todo, que al oponer algunas objeciones al Orden en esta cuestión, lo hacemos en el sentido científico y decoroso que conviene a escritores que tratan de esclarecer puntos de esta gravedad, sin que por lo demás dejemos de reconocer la ilustración y buenas intenciones de los dignos redactores de aquel periódico. Una vez hecha esta salvedad, sentimos no estar acordes con las consecuencias que deduce el Orden en el párrafo copiado, de que si es más ventajosa la propiedad en manos de las corporaciones, debe abolirse la propiedad de los particulares, y por el contrario, que si es más provechosa esta última, debe desaparecer la primera. Este argumento, a nuestra manera de ver, está exagerado hasta el punto de proclamarse el individualismo, presentándolo completamente disociado y contrapuesto a los intereses colectivos y supremos de la sociedad, puesto que desapareciendo la propiedad inmueble colectiva, base de grandes instituciones, parece desearse que el individuo prepondere sobre el cuerpo social. Creemos que ni del primero, ni del segundo argumento se desprenden las consecuencias que deduce el Orden, porque sentando principios tan absolutos, la sociedad no podría encontrar el equilibrio que la sostiene en la absorción de sus fuerzas y recursos, verificada, ora por el individuo ora por el Estado. La institución de los bienes de propios es en muchos puntos puramente de beneficencia, como lo fueron los pósitos y las fundaciones piadosas en lo antiguo, y como lo son los bancos agrícolas y otras instituciones altamente filosóficas en el día. Tuvieron y tienen un gran fin social y político; el de asegurar a los pueblos una propiedad que, no siendo colectiva, tenía que ser absorbida naturalmente por los vecinos codiciosos y los magnates; y el de contribuir a la población de nuestros campos, al fomento de nuestros pueblos, al pago de las cargas vecinales, a la intervención en los negocios públicos, y en una palabra, a asegurar el bienestar de los más contra las usurpaciones y codicia de los menos. Sólo así se concibe que vivan en España al abrigo de esta filosófica institución, dos millones de individuos, como hemos indicado en la Memoria que sobre este punto acabamos de publicar, los cuales gozan de las ventajas del verdadero propietario con la facultad de siembra,, apacentamiento de ganados, y todos los esquilmos que se permiten a los vecinos. Bajo este punto de vista, considerados los propios como institución benéfica, cualidad que no puede desconocerse, y necesitando la sociedad de esas instituciones, sin las que la beneficencia sería ilusoria, el dilema con que el Orden trata de probar la conveniencia de la enajenación es inexacto. Él equivale a asegurar que, si debe desaparecer la propiedad inmueble colectiva por ser más conveniente la propiedad particular, no deben existir ni esos grandes establecimientos agrónomos que tienen los Estados para el desarrollo de la agricultura, ni esos edificios, parques, almacenes y terrenos que sirven al público en general; y por el contrario, que si es más útil la propiedad de las corporaciones, esta debe reasumir la de todos los ciudadanos. Hemos dicho que esto envuelve alguna exageración porque no se ha calculado la deducción lógica de que las reglas tienen su excepción. Aceptando la teoría del periódico citado, los pueblos deben enajenar sus egidos y acueductos, sus puentes y pasajes, sus albueras y cárceles, sus casas consistoriales, tahonas y archivos; aunque después no puedan construir un paseo en ese ejido, ni beber con equidad el agua de ese acueducto, ni pasar por ese puente o barca pública, ni regar con las aguas de esa albuera, ni aprisionar al criminal en esa cárcel, ni celebrar las sesiones municipales en ese consistorio, ni tener pan a un precio moderado, ni guardar sus protocolos e instrumentos públicos en ese archivo. Estas enajenaciones no pueden en ningún sentido ni forma de gobierno ser sostenidas y bien aceptadas. Creemos que la regla de la enajenación de las fincas de corporaciones tiene una excepción, y es la de aquellas propiedades que, aunque del dominio de cuerpos colectivos, tienen un servicio o servidumbre pública, y la de aquellas corporaciones aprobadas, que haciendo uso del derecho que las leyes les conceden, adquieren predios para su mayor fomento y desarrollo de la riqueza pública. El Orden no podrá negar a las corporaciones aprobadas el derecho de compra y venta, arrendamiento, etc., que posee un particular, porque como entes morales representan un solo individuo, con todos los derechos y deberes que le son consiguientes. Si cree otra cosa, que principie mandando desposeer a las sociedades mineras de sus minas, galerías y escoriales, a las que tienen por objeto abrir canales y caminos, de sus presas, batanes, esclusas y puentes, a las que en fin se proponen un objeto de utilidad, beneficencia o instrucción pública, de sus edificios y monumentos. Seguramente que no lo hará, porque reconocerá el mal que causaría privando a las asociaciones de los incentivos únicos que las mueven a emprender obras de común utilidad, y tendrá que retroceder ante las consecuencias que se desprenden de la absoluta disyuntiva que ha sentado. Privar a las asociaciones por completo del derecho de poseer propiedadesde toda especie, es renunciar a la vida, al desarrollo y bienestar de las naciones. Si la reunión de la propiedad en manos de corporaciones, como dice el Orden, es el establecimiento del socialismo, la separación de aquella y el divorcio de todo interés colectivo y general y de todo interés privado, es el establecimiento del estado salvaje y de naturaleza. En nuestro concepto y con relación a esta cuestión, ni es conveniente que las asociaciones absorban todos los recursos del individuo, ni tampoco que este, encerrado en su egoísmo, absorba y explote todos los recursos de la sociedad.
- Francamente, si hubiéramos de dar preferencia a uno de los dos intereses, nos decidiríamos antes por el todo que por la parte.
Estas observaciones bastan para probar la proposición que sentamos anteriormente, de que había exagerado su argumento el periódico a que nos dirigimos, y que había también disociado los intereses públicos de los individuales, cuando cabalmente nunca más que ahora es preciso maridar unos y otros.
Con el gusto y tolerancia que nos es propia hemos leído todos los argumentos en que el Orden apoya la enajenación de los bienes en cuestión, y aunque nos parecen acertados muchos, no así tanto, otros, porque desnaturalizan la medida que se encomia a nuestra manera de ver. En cuanto a la forma de la enajenación, seremos siempre partidarios de la mayor latitud en la licitación, y opuestos al monopolio de las subastas y a las operaciones que den por único resultado la elevación de cincuenta fortunas en la corte, sobre la miseria y desgracia de los infelices pueblos, para quienes se presentaría en este caso una época tremenda de malestar, sin que esto sea presumir que el Orden lo desee tampoco ni que a ello se inclinen los sentimientos de sus redactores. El interés privado no debe sobreponerse al público, y debe cuidarse mucho que no se pongan en lucha uno y otro. Por lo mismo que es tan varia la propiedad de que tratamos, y tan diversa en sus aprovechamientos, que apenas hay un pueblo parecido a otro, debe cuidarse de no establecer reglas absolutas en materia tan delicada. La idea de colonizar y poblar países donde hay gran cantidad de estos bienes, que hemos encomiado en nuestro folleto, la de abrir caminos, que sostienen muy ilustradamente otros escritores, la de edificar muelles y puertos, y en fin, la de hacer grandes obras de riego y depósitos de aguas en provincias donde atormentan mucho las sequías, son muy dignas de que se tengan presentes al tiempo de dictar leyes sobre esta materia.
Ningún interés nos mueve al tomar la defensa de ciertas ideas sobre este particular. Hemos sostenido y sostendremos desinteresadamente que la venta de los bienes de propios no debe hacerse de una manera simultánea, que debe irse practicando según aconsejen la utilidad y necesidad, que su producto no debe centralizarse por ser de propiedad vecinal, y por último, que debe convertirse en utilidad de la nación, evitando el monopolio y el agio. Si nuestras ideas son equivocadas sobre este punto, el tiempo lo dirá.
EUGENIO GARCÍA DE GREGORIO.
ATENEO CIENTÍFICO Y LITERARIO.
CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS.
Sesión del 25 de marzo. - Presidencia del Sr. Goñi.
(CONCLUYE LA DISCUSIÓN PENDIENTE.)
Tema. - ¿Hay alguna forma de gobierno que absolutamente considerada sea mejor que las demás, o depende la bondad de los gobiernos de circunstancias especiales?
Usaron de la palabra los señores Amalio Marichalar, D. José Urzanqui, D. Miguel Rodríguez-Ferrer, D. Eugenio García de Gregorio, D. José Canga Argüelles y D. Facundo Goñi.
El Sr. Marichalar: se detiene en consideraciones sobre el sistema de gobierno que rigió a Navarra desde los primeros tiempos de la reconquista, el cual comprendía por completo todo lo relativo al derecho político, a la administración, al orden judicial y a los demás elementos que constituían aquella nacionalidad. Manifiesta cómo se hallaba organizado el poder legislativo, cómo se cobraban las contribuciones, cuál era el modo de formar la milicia o la fuerza pública; concluyendo por sostener que el gobierno de Navarra era el mejor de cuantos se han conocido, siendo muy superior al de las Provincias Vascongadas y al de Aragón: teniendo una satisfacción en poder exponerlo así, porque pertenece a aquella provincia. (No me habría dado cuenta si no lo dice)
El Sr. Urzanqui dice: que si bien concede al gobierno de Navarra mucho de lo que enunció el señor preopinante, creía sin embargo que era exageración darle tanta importancia, tanto más cuanto que en nuestra Península existieron sistemas de gobierno que eran los mejores y más ilustrados de su época, por ejemplo, el de la monarquía con los concilios de Toledo y el Fuero Juzgo. Sobre estos particulares seguía el orador lo principal de su discurso.
El Sr. Rodríguez-Ferrer dice: que veía también exageración en los asertos del Sr. Marichalar, pues que en Navarra los militares componían el primero de los brazos o elementos de la asamblea legislativa, lo cual daba preponderancia a esta clase, siendo esto un defecto en sentir del orador, porque según los buenos principios de política y de administración, la milicia debe estar subordinada al poder civil y prestarle su apoyo, concurrir con él al orden y adelantamiento de la sociedad; pero cuando por el contrario el elemento militar impera supeditando a los demás, se confunden y trastornan los poderes públicos y se permanece en un estado violento y desagradable. Tampoco se conformaba el Sr. Rodríguez-Ferrer con lo que asentó el preopinante, de que este brazo no tuvo más privilegio que el cumplir con sus deberes en la guerra. Este deber, según dijo el Señor Rodríguez-Ferrer, llevaba en sí un honor, y este honor y representación estuvo siempre vinculado a una clase, lo que constituía un verdadero privilegio, cosa que negaba el Sr. Marichalar.
Los Sres. Canga Argüelles y García de Gregorio hicieron unas breves rectificaciones, refiriéndose a lo indicado por ellos en una sesión anterior.
Concluido el debate, el Sr. Goñi, en ausencia del Señor Alcalá Galiano, hizo el resumen que previene el reglamento, diciendo que la bondad de los gobiernos es relativa; las tradiciones, las costumbres, las necesidades públicas y otras varias circunstancias hacen adoptar la forma que sea más conveniente. Aun mirada la cuestión en abstracto y a priori, no era fácil defender la supremacía de un sistema determinado, porque prescindiendo de otras causas, apenas se encuentran dos gobiernos enteramente iguales, teniendo ambos un mismo nombre: v. g. la monarquía de Prusia, la de España bajo Carlos II, bajo Carlos III, en las épocas constitucionales. Respecto al de Navarra, creo que su bondad es principalmente relativa; quizá fuera de aquel territorio no sería tan bueno. Después de presentar con buen juicio y crítica algunas reflexiones históricas para ilustrar el tema, concluyó anunciando que para la primera sesión se hablaría acerca de la centralización administrativa generalmente considerada y con relación a España.
Sesión del 7 de Marzo de 1851. - Presidencia del Sr. Pacheco.
Tema. - Influencia de los monasterios en la literatura y en las artes.
Abierta la discusión, tomaron la palabra los señores D. Eugenio García de Gregorio, D. Antolín Esperón, D. Miguel Rodríguez-Ferrer, D. José Canga Argüelles, D. Manuel Assas y D. Amalio Marichalar.
El Sr. García de Gregorio dijo: que los monasterios ejercieron una influencia indisputable desde su establecimiento dando enseñanza al pueblo, conservando los monumentos de la civilización de Grecia y Roma, cultivando el estudio del latín y de varias ciencias y artes, dedicándose a la agricultura, traduciendo manuscritos, componiendo obras científicas de un mérito indisputable, y sirviendo de barrera y asilo contra la barbarie de las naciones del Norte. Que en la arquitectura y en la pintura también tuvieron grande influencia; a cuyo efecto citó la cartuja de Miradores, de Sevilla, el Escorial, etc. etc., discurriendo extensamente sobre cada uno de estos particulares.
El Sr. Esperón: después de manifestar el significado que debía darse en esta cuestión a la literatura, comprendiéndola en un sentido lato, convino generalmente con lo expuesto por el Sr. Gregorio acerca de la grande influencia de los monasterios. Sin embargo, debía decir que esa influencia no fue exclusiva, sino compartida con otros elementos que contribuyeron a los adelantamientos de todo género, y especialmente de la literatura y las artes en Europa. Esos elementos fueron: la civilización árabe con sus bibliotecas, sus escritores, sus traducciones del griego, su poesía original, su floreciente agricultura, en fin, su estado brillante bajo los Almanzores y los Abderramenes (de Abderramán): la poesía provenzal con sus trovadores, sus cortes de amor, sus certámenes literarios, honrándose los príncipes y magnates en ser trovadores que componían y cantaban; apareciendo una lengua y una literatura indígenas, espontáneas, y que tanto han cooperado a la formación del idioma francés en los siglos posteriores: el movimiento de las cruzadas con la importación de nuevas ideas y descubrimientos: los acontecimientos del siglo XV con sus viajes, su escuela clásica, que se consagró con entusiasmo al estudio de la antigüedad griega y romana: la huida de los griegos a Italia con motivo de la toma de Constantinopla, y la generalización del saber: las universidades, las famosas de París, de Bolonia y Salamanca en los siglos medios, centros de la ilustración y de la cultura:
además los escritores del estado seglar en varias épocas, los del clero secular, etc., etc. Por consiguiente, la influencia de los monasterios fue inmensa durante algunos siglos, casi exclusiva; pero poco a poco fue minorándose con otros agentes poderosos. En arquitectura nada han adelantado los monasterios: la gótica se debe al cristianismo en general y a toda la iglesia, los monasterios soberbios, como el Escorial, fueron obra de la magnificencia de algunos reyes o grandes señores; deben ser considerados como sitios reales, que es su parte principal, lo demás es accesorio. En pintura, los más grandes pintores no pertenecieron a los claustros: Rafael, Zurbarán, Murillo, Velázquez, Goya, Rubens, etc., etc. fueron seglares. Respecto a los jesuitas, hubo entre ellos hombres de gran talento, pero ningún genio de esos que dan nombre a su siglo, como Cervantes, Shakespeare, Bacon, Descartes, etc. sólo S. Ignacio de Loyola fue un genio (poco ha leído sobre autores valencianos jesuitas y religiosos), sus discípulos se quedaron muy atrás, por más que se cite a Laynez, Salmerón, Rapin, Charlewix, Bourdalone, Mariana (también le hacía falta leer a este), etc.
El Sr. Rodríguez-Ferrer: hace ciertas observaciones sobre algunos puntos del discurso del Sr. García de Gregorio, no estando muy conforme con el mismo sobre que los monasterios por su primitivo instituto hubieran favorecido mucho las bellas artes; y lo prueba con el espíritu de los que se retiraron a las cuevas de la Tebaida, y más tarde, a las de nuestra España en Asturias y la Rioja, que era todo lo contrario del aserto del preopinante en esta parte.
No contradecía el influjo que tuvieron después en los famosos edificios que para las órdenes monásticas se levantaron; pero asignó por causas, no el espíritu primitivo de estos institutos, sino la mezcla de lo divino y humano de la edad media, el descubrimiento de la América y las grandes riquezas, con las que se edificaron monumentos que, aunque destinados a los monjes, se alzaban en redención de las faltas de sus patronos, o en memoria de hechos grandes y gloriosos. El voto de la humildad, la pobreza y el desprendimiento de todo lo mundano, excluía por sí el lujo de estos edificios en los primitivos tiempos, y trató de probarlo hablando del primitivo monasterio de San Millán de la Cogulla (códice emilianense), que dijo haber visto y observado.
Pasada la hora, quedó para otro día el propio tema pendiente.
Sesión del 21 de Marzo.
(Continúa el mismo tema.)
El Sr. Assas, conviene en la significación dada a la palabra literatura por los señores preopinantes. En su concepto la influencia de los monasterios ha sido inmensa y absoluta, especialmente en las artes, a cuyo punto se dirige con preferencia. Ellos crearon la arquitectura gótica y la generalizaron por toda la Europa por medio de sus relaciones, viajes y enseñanzas. Del seno de los monasterios y conventos han salido muchos arquitectos, muchos pintores y otros artistas, cuyas obras han servido, ora de modelo, ora de aliciente y ora de inspiración o de escuela a otros hombres célebres en las artes, que se aprovecharon posteriormente de aquellos adelantamientos. Respecto a la influencia de los árabes, dice que en las ciencias no ha sido tan grande como generalmente se cree, pues se circunscribió a los países que habían conquistado, limitándose en España al mediodía y a alguna otra nación de Europa: en las artes fue más grande su influencia. Estas ideas y otras varias las ilustró con copia de datos y citas de todo género que leyó detenidamente el orador.
Pasada la hora de costumbre, se levantó la sesión, quedando la discusión pendiente.
Sesión del 4 de Abril.
(Continúa el mismo tema.)
El Sr. García de Gregorio hizo observaciones impugnando lo que en otro día manifestara el Sr. Esperón, relativamente a los varios elementos que habían compartido la influencia en la civilización europea, con los monasterios. Sostiene que estos ejercieron la principal; las demás instituciones desempeñaron un papel secundario, en especialidad hasta el siglo XV. Deteniéndose a recorrer la serie de hombres esclarecidos que salieron del monacato, cita a San Bernardo, a San Agustín, a santo Tomás de Aquino y a otros. Por último, manifiesta que los institutos monásticos son necesarios aun en la época presente para la instrucción de la juventud, sobre todo refiriéndose a los jesuitas, a quienes tributó alabanza sobre este particular.
El Sr. Esperón contesta diciendo: que muchos acontecimientos, muchas instituciones que existieron durante los siglos medios no debieron su aparición a los monjes; con cuyo motivo corrobora lo que había manifestado en una sesión anterior. Las mismas cruzadas fueron excitadas y sostenidas por el entusiasmo del cristianismo y por el espíritu religioso de entonces. Por eso los reyes, los príncipes, los señores feudales concurren con sus armas, celo y recursos de todo género a tan sublime y arriesgada empresa; la predicación de Pedro el ermitaño fue una causa ocasional. Hoy en día no pueden monopolizarse las ciencias por ninguna institución, menos por los monasterios, pues que aquellas, desde hace algunos siglos se han secularizado, se han extendido a todos los pueblos y a todas las clases, y las circunstancias de la sociedad han variado completamente. Defiende la influencia de los concilios de Toledo en tiempo de los Godos, la del clero secular en todas las épocas, y afirma que incumbiendo a este el ministerio de la predicación y todas las demás prácticas de la Religión Cristiana, siendo los Obispos los sucesores de los Apóstoles, las instituciones monásticas, atendiendo a todas consideraciones, no son una necesidad del siglo en que vivimos. La influencia que han tenido, si bien inmensa, no fue única ni exclusiva. Sobre este particular presenta varios ejemplos históricos. El orador se extiende en consideraciones acerca de los misioneros en varias partes del mundo, especialmente en la América, haciendo con este motivo una reseña del estado social de aquellas regiones al tiempo de la conquista. Pasa después a ocuparse del ministerio de la enseñanza, contrayéndose principalmente a la religión fundada por el P. José de Calasanz, la de los Esculapios (escolapios, escuelas pías). Cita algunos escritores de primera nota y las obras de gran mérito que aparecieron fuera del claustro, ora perteneciendo al clero secular, ora al estado seglar. Concluye remitiéndose a lo que lleva manifestado en su discurso.
El Sr. Canga Argüelles dice: que los institutos religiosos son una consecuencia del cristianismo; que son sus efectos naturales, así como el árbol produce sus correspondientes frutos, cuyo símil expone Balmes al mismo tiempo que muchas razones y argumentos en defensa de las órdenes monásticas. Manifiesta que los jesuitas han hecho grandes beneficios a la Europa con el prodigioso número de escritores, que han ascendido a veintidós mil, entre quienes citó a Mariana, tan notable por su historia de nuestra patria. Que además han combatido con perseverancia el protestantismo cuando amenazaba a toda Europa. Se extiende el orador en demostrar que no se puede impedir a cierto número de hombres que se reúnan en común para ejercitarse en las prácticas religiosas y en la vida conventual. Por último, enumera las ventajas que proporcionan a la sociedad los institutos monásticos en todos los tiempos y circunstancias.
El Sr. Rodríguez-Ferrer: si bien conviene en mucha parte con lo manifestado por el Sr. Esperón, difiere de él respecto a la opuesta civilización de América antes de su descubrimiento por los europeos. Cierto que en Yucatán, en Méjico y otros puntos aparecieron entonces monumentos notables que indicaban conocimientos del arte y cierta originalidad; "pero las ruinas del Palenque en Méjico y de Uxmal en Yucatán, dice el orador, eran sólo los testimonios de otra civilización y tal vez de otra raza perdida;" y muestra en seguida que en lo moral y científico, el atraso de los indios era deplorable, y su civilidad fue debida al espíritu de nuestras leyes, cabiendo mucha gloria en esta empresa a los regulares, entre ellos al célebre y filantrópico Fray Bartolomé de las Casas y otros varios que templaron en lo político los arranques de fuerza de los conquistadores, y más adelante fueron los cooperadores que contribuyeron allí al adelanto relativo de las letras, como se extendió a probarlo con algunas de las universidades de Nueva España, la de la isla de Cuba, y de otros conventos y religiosos de que se hizo cargo. En fin, estaba conforme en todo con el Sr. Esperón, menos en la parte en que se refirió a América. Deploraba con el preopinante los abusos que se cometieron en la conquista; pero requirió la conciencia del Sr. Esperón sobre la diferencia que había habido siempre entre los principios de los reyes de España para con aquellos países, y la conducta de los gobernantes que habían podido bastardearlos, prevalecidos del tiempo y la distancia.
“Es verdad, decía, que se cometieron allí muchos de los excesos de que nos ha hablado el Sr. Esperón; pero no se olviden tampoco los arroyos de sangre que hacían correr en Méjico las potestades del templo del Sol, cuya barbarie no arguye mucho la cultura en que semejantes pueblos se encontraban."
El Sr. Marichalar: impugna al Sr. Canga, diciendo que el cristianismo no necesita para nada de los conventos y monasterios: él se generalizó por todo el mundo, por la sublimidad de su doctrina, por el contraste que presentó con la inmoralidad y corrupción del paganismo, y por la superioridad de sus máximas respecto de todas las religiones conocidas hasta entonces. Además, si los institutos monásticos fuesen necesarios o a lo menos útiles para sostener y propagar la doctrina católica, ¿cómo su divino fundador no dijo cosa alguna acerca de este punto tan importante? Y sin embargo, en ninguno de los libros sagrados se hace mención de la existencia, ni menos de la necesidad de aquella institución. Lo que puede decirse es, que el cristianismo se afirma y se hace universal por medio de la predicación, de los ritos del culto, del ejemplo y de la santidad de sus ministros. Pero para todo esto, ahí está el sacerdocio, la jerarquía eclesiástica, los obispos, cuya misión es predicar el Evangelio; ahí están el presbiteriado, los que tienen la cura de almas, cuya obligación es la enseñanza, la edificación, ecétera, etc.
Finalmente se ocupa el orador en demostrar que en el siglo actual no tiene ningún fundamento el monacato. La discusión quedó pendiente.
SECCIÓN FORENSE,
(1: La extensión que damos hoy a la sección Colonial nos impide prolongar la presente, incluyendo, como hubiéramos querido, la causa de residencia del general Prim, conde de Reus. )
TRIBUNALES.
En los últimos días del mes anterior tuvo lugar en la sala de discordias de esta audiencia territorial la vista de un pleito notable, porque la decisión que en él podía recaer, necesariamente debía interesar en alto grado al comercio. Movidos por esta circunstancia, vamos a dar idea, si bien ligera, de la materia jurídica sobre que recae la providencia, y a manifestar los términos de esta, que en nuestro concepto es la única conforme a justicia.
El tenedor de varias letras cedidas por una casa de comercio a cuya orden habían sido libradas por otra de Barcelona, las presentó por haber sido protestadas, a fin de que se verificase su reintegro, y habiéndose opuesto como razón contra él que estaban perjudicadas por haberse protestado el mismo día del vencimiento, se entabló la correspondiente demanda ejecutiva ante el tribunal de comercio. Este denegó la ejecución, y pedida reforma del auto, declaró no haber lugar a ella. Interpuesta apelación y sustanciada, se produjo discordia, que ha sido dirimida, revocando el auto dictado por el tribunal de comercio, y mandando despachar ejecución contra la casa que negó el reintegro.
La cuestión legal estaba reducida a saber si por haberse protestado las letras en el día mismo de su vencimiento, y no en el siguiente, se debían considerar perjudicadas. Para nosotros la simple razón filosófica de la ley daba por decidida la cuestión en los mismos términos en que lo ha sido. Al fijar la ley para el protesto el día siguiente al del vencimiento, marcaba la época más allá de la cual no era posible pasar; pero nada establecía con respecto al día mismo del vencimiento, en el que por todos conceptos podía verificarse el protesto sin necesidad de esperar otro día más. La única razón que, según oímos al abogado defensor en su elocuente y bien acogida alegación verbal, se había querido oponer a esta evidente justicia, era una real orden aclaratoria, que ni fue publicada ni circulada, en términos de no constar en Oviedo, plaza en que se verificó el protesto. Mas tal documento, aun dada su existencia, carece de fuerza legal, y el tribunal no podría apreciarlo. Así fue que la sala de discordias, acertadamente, viendo el silencio de la ley por una parte y la justicia moral por otra en favor del protesto, lo dio por válido, y con la autoridad de su fallo declara incontestable el derecho a verificar aquel indistintamente el día mismo o el que siga al del vencimiento. Si la decisión hubiera sido contraria, la constante práctica seguida en varias plazas del reino, entre ellas la citada de Oviedo, quedaría considerada como ilegal. Esta razón que oímos esforzar al mismo letrado D. José Canga Argüelles, no admite réplica. Donde no hay ley, la práctica constante hace sus veces. Muy de desear sería que con este motivo se estableciese la jurisprudencia por medio de una declaración legal. El artículo 489 del código de comercio nada establece: en dicho código no hay otro que hable de los protestos por falta de pago; sólo se habla de los por falta de aceptación. Por tanto, se está en el caso de establecer el precepto legal y no dejar expuesta a las eventualidades de decisiones aisladas una cuestión relativa a operaciones que se verifican todos los días y pueden dar lugar a combinaciones de mala fe si la mano del legislador no fija los derechos con toda claridad.
En el entretanto, el Sr. Canga Argüelles ha motivado una interesante providencia, y son dignos de alabanza su dirección y sus esfuerzos.
SECCIÓN COLONIAL.
MÁS SOBRE EL PROYECTO DE LEYES PARA NUESTRAS PROVINCIAS DE ULTRAMAR.
Después de lo que dijimos en nuestro número anterior sobre la comisión encargada de dar su dictamen en las bases que ha de tener presente el gobierno de S. M. para formular las especiales leyes de Ultramar, la comisión ha continuado sus sesiones interrumpidas únicamente por los sucesos últimos de nuestras Cortes. En ellas se ha agitado bastante la cuestión sobre si ha de haber consejo o ministerio de Ultramar, si bien los más se inclinan como lo hemos propuesto nosotros a que haya ambas cosas correlativas y como partes de un todo y de un pensamiento completo (1: Véase el núm. cuarto, tomo primero, de los Estudios Coloniales de esta Revista, pág. 256.). Nosotros en efecto, consideramos lo uno y lo otro como una idea asociada y no podemos conseguir lo uno sin dar existencia a lo otro. Nos prometemos por lo tanto que prevalecerán los buenos principios y no entramos de lleno en su apoyo, porque ya lo hemos hecho bien extensamente cuando en los primeros números de esta Revista pedimos la creación de lo uno y de lo otro. Allí, entre otras varias razones, así decíamos: “Asociado en efecto lo consultivo a lo ministerial como el consejo a la práctica, como la inteligencia a la acción, si estos pueblos necesitan de una corporación ilustrada que siga con su luz y su experiencia el bien de sus particulares intereses y el mejor despacho de sus negocios; indispensable es que tengan también el jefe responsable de este departamento, el funcionario elevado y especial que con ellos se entienda."
CONTINÚA EL ANÁLISIS DEL INFORME SOBRE LA LIBERTAD MERCANTIL DE LA ISLA DE CUBA. - OTRO ESCRITO DEL PROPIO AUTOR Y SUS RESULTADOS. - IGUALES EFECTOS QUE PRODUCEN ESTAS PROPIAS DOCTRINAS EN LA DE PUERTO RICO.
ARTÍCULO VIII.
No se podían cerrar los ojos a la luz; imposible era desconocer la fuerza de argumentación, las ideas y los luminosos principios que para bien de la humanidad, la mayor extensión del comercio de la Metrópoli y el particular de la isla de Cuba, se dejaba advertir en el informe de D. Francisco Arango, de que venimos hablando, (1: Véase el núm. 16, tomo segundo, pág. 165.) y cuyo análisis continuaremos, aunque de una manera tan somera como puede permitírnoslo el propósito de dar sólo a conocer sus más culminantes puntos, siendo todo él digno de ser trasladado y recordado de continuo para presentarlo como un cargo no pequeño a los que influyen al presente y de algún modo en la gobernación del Estado, a los que dicen con cierto aire de suficiencia y de un dispensador patriotismo. Nuestras Antillas no deben ser más que unas factorías de la Metrópoli: así lo han entendido siempre los extranjeros con sus colonias.
“Puede muy bien, les contesta Arango en sus párrafos 53, 54, 55 y 56, que esa fuese la intención de otras naciones y que a ello les obligara el diferente principio y clase de sus adquisiciones; pero los españoles parece que en todo lo contrario es en lo que pensaron, y hayan venido a conquistar, a poblar, a gobernar o sólo a buscar la vida o se establecieron para siempre en estos ricos países o para siempre dejaron sus muy preciosas semillas, de las cuales ha salido este enjambre de pueblos y españoles buenos que en número igualan ya a los de la madre patria, y en todo son su retrato!!!”
- "Los establecimientos franceses e ingleses de las Antillas no pueden efectivamente considerarse en otra clase que en las de factorías de comercio, o a lo más en el de colonias en su primera y más rigurosa significación, pues lo que vemos en ellas es un puñado de blancos, no todos de la misma nación y transeúntes los más, que con el auxilio de un gran número de esclavos, tratan de hacer fortuna en el cultivo o en el tráfico.
Y así es que en la parte francesa de Santo Domingo no llegaban los primeros a cuarenta mil, y los segundos pasaban de quinientos mil. En Jamaica habrá escasamente treinta mil blancos, y no bajarán los siervos del número de cuatrocientos mil, al paso que en Cuba, que es la posesión española que tiene más esclavos, tal vez no hay en el cultivo un tercio de los que emplea Jamaica, y pasan de trescientos mil los blancos, todos establecidos en ciudades, villas y lugares que en nada se distinguen de los de la madre patria." - Los consumos de la América inglesa son despreciables en comparación de los que hace cualquiera de nuestras numerosas y grandes provincias. Es mucha la industria, los fondos y proporciones de su Metrópoli. No tienen como nosotros contrabando que temer, y sin embargo nada cobran ni en Europa ni en sus colonias de los efectos propios que envían. Lo poco extranjero que remiten (para nuestra provisión más bien que para la suya) viene con las mismas franquicias y con las menos escalas y costos que son posibles: y en maderas, víveres y aun en harinas, siendo como es mayor la cosecha de su Metrópoli, dejan absoluta libertad para que puedan adquirirse donde sea más conveniente, valiéndose de bandera extranjera siempre que sea preciso." - Exigen en efecto que en tiempos regulares vayan a sus
puertos metropolitanos todos los frutos coloniales: pero ¿para qué? Para darles en primer lugar el preferente derecho de venderlos en el más rico mercado que conoce el universo y proporcionar a los sobrantes las ventajosas salidas que ofrece el emporio de todo tráfico, sin cobrarles cosa alguna, dando al contrario premios (bounties) en algunos casos; y en los grandes apuros, o dispensan la escala como la dispensaron en el año de 1739; o cuando ven como ahora que es poco lo que en su particular pueden adelantar por este medio, gravan su propia industria metropolitana para favorecer la colonial: dan a su ejército y armada raciones de aguardiente de cañas y prohíben en los tres reinos las bebidas fermentadas que antes se hacían de granos." Arango no pudo olvidar en este trabajo tan extenso y concienzudo la cuestión de las harinas. El mal del monopolio influía ya entonces sobre este ramo todavía más que al presente, y a Arango se deben las primeras concesiones que se hicieron para su mejor surtido, pues no estaban muy lejos los tiempos que el favorito de Carlos IV había concedido a cierto personaje el indiscreto privilegio de ser él el que sólo surtiese de este alimento a toda aquella isla, sin otra conveniencia que el de sus impuros caprichos ante la garganta torneada y el diminuto pie de una dama mediadora. Esforzábase pues Arango por obtener el que este fruto se libertase con otros de la tiranía de la escala, y al descender en su apoyo a los detalles de su condición y trasporte así decía:
“La harina en estos países aguanta poco y menos la que ya trae larga navegación. A dos mil leguas de distancia y de puntos diferentes, no cabe que las remesas se hagan con oportunidad y debida proporción; es preciso por ese orden estar siempre en los extremos de escasez o de abundancia, de carestía o baratura: y de su peso se cae que este violento giro ha de producir las más veces pérdidas a nuestros negociantes y a nosotros casi siempre harinas de mala especie. No puede negarse esto por los interesados mismos, y a sus libros y conciencia me remito en todo caso; pero al paso que no dudo que todos con ingenuidad harán esta confesión, pienso que con la misma replicarán al instante, como lo he oído mil veces, asegurando que la harina es necesaria para el pie de carga de las expediciones de España; que es muy útil por su volumen para el fomento de la navegación y para quitar ese recurso a la de nuestros rivales; y que los inconvenientes que acabamos de recomendar no existen en la harina de Veracruz, de donde puede sacarse toda la que aquí se consuma.”
Arango entra en seguida a rebatir una por una las objeciones de que se hace cargo, y no renovando aquí sus contestaciones locales, aquellas que se refieren a los puntos de Nueva España, por carecer ya todo esto de interés para la España actual; he aquí como responde a lo de la navegación nacional, porque estas mismas objeciones suelen oponerse todavía y muy sofísticamente por los interesados de Santander, siempre que se trata de los derechos, no fiscales, no protectores siquiera, sino los positivos que hoy pasan para mal de Cuba y Puerto Rico sobre las harinas norteamericanas en cotejo con las nuestras. “¿Y la navegación?... exclama Arango: ¿Puede acaso fomentarse maltratando, empobreciendo sus fuentes o manantiales? ¡Qué trastorno de principios, qué confusión de ideas! Vamos equivocados siempre que el fomento de aquella se busque con atraso nuestro. Al inteligente dueño de una heredad le conviene sin disputa hacer todas las maniobras que pueden recibir sus frutos hasta el momento del consumo, y sacar de cada una todo el provecho que deje; pero como su principal interés consiste en aumentar la masa de esos frutos, en esto primero que en nada es en lo que pone su esmero: y si atiende a lo demás es sin perjudicar a su primer objeto, sin separar de su vista la vulgar pero muy cierta sentencia de que siempre aprieta poco el que quiere abarcar mucho. - "Las heredades del Estado son sus pueblos: todos le interesan con igualdad y en todos debe ser una misma la marcha de su economía: procurar antes que nada la riqueza territorial y su primera consecuencia que es el aumento de la población. Todo se adelanta con esto y todo sin esto se atrasa. A la sombra de ese bien nacen y se fomentan todos los de la humana industria: se abren a cada paso nuevos y grandes caminos de ensanche y prosperidad: y se cierran o entorpecen el día que se quita o se estrecha el libre y feliz movimiento de la madre de todos los bienes. - Y ¿cómo se prueba el perjuicio de nuestra navegación porque de España no nos vengan las harinas que gastamos?
No las traerán de allí nuestros marinos, pero las conducirán de los Estados Unidos si están en disposición de hacerlo; y si no lo estuvieren de pronto, cuentan con el equivalente que por la baja de derechos vamos a proporcionarles en los efectos secos. Demás que creciendo como deben creer nuestros medios y nuestras necesidades, en proporción crecerán nuestros consumos, las remesas de frutos metropolitanos y las de todas las mercancías verdaderamente útiles a su industria y a la nuestra; y en lugar de la muy costosa y muy incierta ganancia del acarreto (acarreo) y flete de harinas extranjeras desde la Península, tendrá el cuerpo nacional un verdadero provecho, y el apreciable gremio de comisionistas y navieros sólido y seguro incremento. - Abramos los ojos. No es la Metrópoli de quien se trata; no es ella la que da la materia para este ramo de comercio; tampoco nuestros agentes sacan provecho de él; y aunque en esto último nos equivocásemos y contra nuestra opinión debiese ser antepuesto el bien particular de esa clase al de todas las de esta isla, es menester que advirtamos que todo lo que vendrán a importar en semejante artículo los fletes y comisiones de positivo no llega a lo que el Rey por derechos puede y deja de percibir. - En este terrible aprieto, viene a defender las harinas el misterioso recelo de dar ese entretenimiento a la marina de nuestros rivales. ¡Y qué! ¿Podemos quitárselo? ¿Si no vienen a la Habana dejarán de ir a otras partes? ¿Será mejor que lleven a España la harina de nuestro consumo como lo han estado haciendo con doble o triple navegación y el mismo proporcionado flete...? ¡A cuántas inconsecuencias nos arrastra el interés o sus solas apariencias!... Y ¿quién, volvemos a decir, se ha opuesto ni puede oponerse a que los nacionales sean solos en esas conducciones, desde el momento que puedan serlo? De esa manera es de la que puede quitarse todo entretenimiento y ganancia a las marinas extranjeras en semejante ramo. Todos lo deseamos y a todos nos interesa; pero para llegar a tanta altura es menester que subamos por la escala de la razón; que no queramos hacer de repente lo que con toda su marina no hacen siempre los ingleses: que en la sustancia y en el modo trataremos de imitar en esto su muy juiciosa conducta."
Aquí concluimos con lo expuesto por el síndico del consulado de la Habana en aquella época, porque sinó, alargaríamos nuestros límites, arrastrados sin duda por el deseo de hacer partícipes a nuestros lectores de todos sus demás párrafos ante la magia de su dicción castiza y lo nutrido de sus razonamientos.
Este célebre informe, pues, y otro escrito del propio autor que presentó más tarde en 1816, al consejo de Indias titulado máximas económico - políticas sobre el comercio colonial, máximas que no desdeñarían hoy Blanchi, Bastiat y el propio Cobden; fueron los que prepararon y consiguieron el triunfo de la libertad mercantil en la isla de Cuba, sancionada por el monarca de aquella época en 1818, de cuyos progresos y de los funcionarios que hasta el día más han protegido su vivificador principio, dejamos ya hecha mención enuno de los artículos que a este especial asunto venimos dedicando. Y no fue sólo en Cuba donde se notaron sus resultados: que en el mismo caso se encuentra por ellos la isla de Puerto Rico, si bien con la sola diferencia que es consiguiente a las circunstancias de su pequeñez relativa y a las de sus elementos de producción.
En efecto: la isla de Puerto Rico apenas ha principiado a dar señales de su vida comercial como Cuba, hasta fines del siglo anterior. Como Cuba estuvo reducida, y en la escala menor de su extensión, a extraer algún ganado, azúcar, café y tabaco a las islas circunvecinas, y esto con especial licencia, siendo por lo común clandestinas semejantes exportaciones. Pero como Cuba reportó también el fruto de las nuevas ideas en la habilitación de sus puertos de Aguadilla, Mayagues, Caborojo, Fajardo y Ponce, en el concepto de menores a favor del decreto de 28 de febrero de 1789; y como en Cuba no fueron completos sus resultados por entonces, porque en Puerto Rico estaba todavía más atrasada la agricultura, deteniendo el desarrollo de su demás comercio la facilidad con que se introducían furtivamente los géneros y efectos de su mayor consumo. Así se concibe cómo en 1815 la renta de sus aduanas sólo produjo la insignificante de 96.644 pesos. Mas también como a Cuba le favoreció la nueva población que emigró allí de Santo Domingo; también como Cuba se utilizó de los trastornos de Costa firme en 1810 cuyos sucesos completaron el principio de su progreso; y también como Cuba tuvo otro hombre entendido, otro funcionario no menos digno que Arango: tal fue su intendente el Sr. D. Alejandro Ramírez. Como Arango en Cuba, aprovechóse Ramírez en Puerto Rico de todas estas circunstancias para dar las más acertadas providencias económica y gubernativamente, providencias que sacaron a esta preciosa isla de la postración en que yacía; viniendo a compensar sus esfuerzos y la inteligencia con que supo dirigir a este objeto los elementos interiores de su producción, las franquicias y mercados que consiguió al fin este país con la real cédula de 10 de agosto de 1815, que marca para su suelo la época de donde arranca su mayor prosperidad, aumentada de año en año, y que seguiría aún más en nuestros días, si hoy mismo no se le escatimasen en la cuestión de sus aranceles, las consecuencias del gran principio de la contratación franca que inauguró entonces su mayor felicidad, pues que según los balances de 1840, 1841 y 1842, ha producido en cada uno de estos años millón y medio de pesos poco más o menos, cuando en 1815 todavía sus rentas marítimas no alcanzaban a 200.000 pesos. Véase pues como desde esta época moderna cuyas fases principales hemos reseñado, se deduce claramente que para ambos pueblos el bien de su prosperidad material, parte casi exclusivamente del buen principio que en ellos se proclamó en la sola línea económica y comercial, proposición que sentamos al comenzar a extender estos artículos. Mas antes de este periodo, ya también lo hemos visto: al concluir todavía el siglo anterior faltó en Cuba más de una vez hasta el simple vino con que se ofrece el santo sacrificio, y tanto en esta isla como en la de Puerto Rico, se extraían cuando más algunos centenares de cueros. Para acabar: tenía que ocurrir el tesoro de Méjico con los situados que sostenían sus cortas obligaciones oficiales, comparadas con las de hoy, y ambas permanecieron para el comercio como completamente olvidadas. Mas aparece para las dos el sol de su libertad mercantil, y todo cambia de repente, a pesar de los males de una viciosa organización, porque como dice Clemencín en su ilustración 11, “la libertad es la amiga y compañera inseparable del comercio: su presencia lo vivifica, su disminución lo entorpece, su ausencia lo destruye.”
En efecto, desde que sus rayos se derramaron por completo sobre uno y otro pueblo, de islas que eran hasta allí casi desiertas, de puertos que eran cuando más de escala, han llegado a ser posesiones de mucho precio, y loque es más aún, de indefinible porvenir. Cuba sobre todo, de ganadera y pastoril que era poco antes de nuestro siglo, levantóse a su influjo desde sus principios, y es maravilloso lo que en ella ha dado ser la libertad mercantil. Ella ha creado su agricultura, ha aumentado su población en más de dos tercias partes, y ha acumulado tantas riquezas en su capital y en sus principales puntos, que hoy es esa posesión el orgullo de los buenos españoles y el perpetuo blanco de la ambición y codicia de rapaces extranjeros. Su libertad de comercio en fin, ha hecho de la Habana la tercera plaza comercial del mundo, y la primera de la América por la cultura de sus habitantes, la ostentación de sus fortunas, la suavidad de sus costumbres y su generosa hospitalidad. ¿Y cómo nació y consiguió allí una tan completa victoria? Ya lo dejamos relatado en los artículos anteriores. Dio las primeras señales de su vida entre las desgracias de la guerra, y aceptada por las circunstancias, y rechazada después por el interés particular y la rutina, y defendida siempre por los que una vez llegaron a saborear sus frutos, y sancionada al fin para su bien y el de la Metrópoli; las islas de Cuba y Puerto Rico gozan desde entonces de la actividad que engendra esa libre contratación, perpetuo raudal de los bienes materiales que su principio crea.
¿Pero la extensión y la calidad de su agricultura, la población, las reformas de su particular legislación, el sistema de su administración gubernativa, ha seguido en el interior de estos países el mismo progreso que ha tenido un principio económico y un sistema comercial aplicado a sus costas?
¿Han llegado por ventura con la opulencia de sus puertos a la mayor prosperidad a que pueden aspirar en su fomento interior mediante una nueva y gubernativa administración? Esto es lo que nos proponemos apreciar en el siguiente artículo.
¿HA PROSPERADO EL FOMENTO DE LA ISLA DE CUBA COMO EN LA PARTE EXTERIOR DE SU COMERCIO? - SE EXAMINA ESTA CUESTIÓN BAJO LOS DIFERENTES ASPECTOS DE SU ORDEN ACTUAL. - CONSIDERACIONES. - CONCLUSIÓN.
CAPITULO IX.
La isla de Cuba es rica cual pocas, tiene un movimiento mercantil igual, gozas de una paz envidiable, y sería una insensatez tocar en lo más mínimo al edificio de su gobernación tal como está hoy constituida, porque esto sería lo mismo que alejar su felicidad. Así se expresan muchos: pero, ¿es esto verdad?
Este es el engaño de cuantos la han estudiado únicamente hasta el día por las balanzas de su tráfico exterior. Este es el error de cuantos la visitan más particularmente, haciendo escala en algunos de sus principales puertos, o la ilusión de los que permanecen como empleados en la Habana. Pero nosotros, a quienes no nos ha ofuscado su esplendor aparente, para justipreciar su poco consolidada y verdadera riqueza; nosotros que hemos visitado sus comarcas apreciando algunas para el porvenir en mucho más de lo que al presente ofrece; nosotros no dudamos asegurar que aun el movimiento mercantil de la isla de Cuba, hijo tan sólo del principio regenerador que le dio su ser y su actual existencia, puede y debe estar más desarrollado, puede y debe ser más productor, si un pensamiento o un sistema administrativo, si una gobernación ilustrada y generosa derrama ya su vida y sus beneficios, por el interior de todos sus pueblos, protegiendo los que están huérfanos, y fomentando los nacientes o los nuevos que se creasen por medio de una colonización formal, sin reticencias, sin temores para el porvenir, reformando los males de su legislación y proclamando el principio de que la ciudad de la Habana es la capital de la isla, pero no la isla entera. Y en prueba de lo que venimos asentando, vamos a concluir estos artículos con algunas observaciones sobre su agricultura y población.
El vasto territorio de esta isla aparece graduado en la obra del Sr. Lasagra principiada a publicar en 1842 mediante los datos que allí aduce, en 486.523 caballerías (1), de las que aparecen cultivadas las siguientes:
(1) La caballería de la isla de Cuba tiene 18 cordeles de 24 varas, por lo que cada una tendrá 186.624 varas cuadradas. La fanega de la Península tiene 400 estadales cuadrados, que hacen 9.216 varas cuadradas, y de consiguiente la caballería cubana tendrá 20 ¼ de nuestras fanegas.
Para la caña de azúcar 6.000
Para el café 9.000
Para el tabaco 2.500
Para menores cultivos 28.500
Total 46.000
Resulta, pues, un sobrante de 440.523 caballerías por cultivar, cuya suma es una acusación perpetua y el cargo más severo que puede hacerse a las diversas administraciones que en estos últimos años han regido sus destinos, pues parece han querido probar a fuerza de exorbitantes gastos, de traer colonos peninsulares engañados, indios de Yucatán escandalosamente comprados, y una raza de asiáticos más indolentes y menos humildes que los negros, que la palabra colonización nada puede o nada debe significar para este tan mal entendido país, o que quizás es perjudicial a nuestra nacionalidad respecto a planes de futura independencia. La escasez de brazos sin embargo, y la crisis que debe sufrir la agricultura de esta isla si se observa algún día con religiosidad la prohibición de la trata, y el cálculo de las tierras que esta posesión tiene aún por cultivar, nos dispensan toda clase de comentarios. Desde que lo extendió el Sr. Lasagra acá ha variado algo su exactitud, pues que el cultivo de la caña se ha aumentado en unión con el tabaco según dejamos ya aprobado. Mas también ha disminuido en cerca de la mitad el cultivo del café, y está ya para concluir el algodón, a pesar de haberse exportado según asienta el Sr. Lasagra en 1839 más de 82.000 (1).
(1) Hé aquí como se expresaban sobre lo mismo los ilustrados patricios D. Joaquín Santos Suárez, D. Joaquín Ayesterán y D. Antonio María Escobedo en el informe ya mencionado. “Suponiendo la densidad de la población en esta isla (Cuba) exactamente como la de Jamaica, la computa el barón de Humbolt en 3.109.000 habitantes, y pues que Jamaica tampoco tiene toda la población de que es susceptible su territorio, no es de extrañarse que algunos escritores nacionales eleven muy alto el cómputo todavía.”
Vengamos ahora a la población.
La isla de Cuba tiene una superficie de 3497 leguas cuadradas o 31.464 millas, sin incluir sus pequeñas islas o callos. Ahora bien; dándole a Cuba una población como cualquiera otra de las provincias de España y que no sea ni de las más pobladas como Guipúzcoa, ni de las más desiertas como la Mancha, resultará que Cuba podrá tener dos tercios más de población que la que hoy presenta. Ejemplo: la provincia de la Rioja, según el Diccionario publicado por la Academia de la historia, por sus límites actuales, no llega a 200 leguas cuadradas, y contiene 183.355 almas o sean 936 por legua. Suponiendo, pues, una población igual a la isla de Cuba podrá tener 3.273. 192 habitantes, cuando hoy no llega su número a un millón según su última estadística publicada en 1847. Y además hay que atender a que la Rioja es una provincia interior, y la isla de Cuba, como rodeada de mar y de puertos puede mantener muchos más. “Atendiéndonos a los datos más recientes de la estadística, la población actual de la isla de Cuba apenas pasará de un millón de almas, sin embargo de que su extensión territorial es de 3496 leguas cuadradas marítimas que corresponden a 828.553 caballerías de las que se hallan en actual cultivo 91.819 e incultas 731.734. Ahora si de las 828.553 caballerías que ocupan toda la extensión territorial de la isla rebajásemos un quinto, o sea 165.711 por costas, ciénagas, pantanos, montes escarpados, caminos y poblaciones, siempre resultará que hay un sobrante de 662.842 caballerías de excelente tierra de labor. Y como sólo se cultivan 31.813, es evidente que quedan eriales las 965, muy poco menos del séptimo del terreno cultivado y que en manos de hábiles agricultores podían dar más y abundantes cosechas, ensanchando así la rápida prosperidad de la isla: las tierras cultivadas con las incultas pueden estimarse en esta proporción de que no se apartará visiblemente a saber: en el departamento occidental:: 100:185: en el central:: 100: 1450: en el oriental:: 100: 1705: y en toda la isla:: 100: 645: de mañera que no sólo las cinco partes de la isla se encuentran enteramente despobladas, sino que además el resto no lo está en la justa proporción de que era susceptible."
Así se expresaban en su informe a la Junta de Fomento D. Joaquín Santos Suárez, D. Joaquín Ayesterán y D. Antonio María Escobedo, cuando en 18 de enero de 1844 le exponían el plan de colonización blanca de que estaban encargados. El mismo fomento material no está menos atrasado por el interior, y para no detenernos aquí en demostrarlo, remitimos al lector al documento curioso que ponemos a continuación (1: Véase este documento a la conclusión de este artículo.). En él no sólo recomendábamos un día a quienes podían remediarlo el que se fijase ya la atención sobre el gran río cuyo curso se pierde hoy sin alguna utilidad por aquellas feraces tierras que sus orillas bañan, sino que la respetable corporación que sobre este documento informa desciende a más pormenores sobre este mismo atraso y no puede menos de agregar. “En efecto, todo el que se traslada a una de esas localidades, y contempla la profusión con que la naturaleza ha derramado sus dones enmedio de los elementos de fertilidad y abundancia, y que sin embargo no ha llegado allí la industria provista de las poderosas palancas con que ha sido favorecida en otros puntos menos aparentes, quisiera ver allí la animación del comercio, de la agricultura y del provechoso trabajo." Pues nada decimos de las faltas que se advierten en su orden moral, del atraso que alcanza allí la instrucción pública, y de las demás necesidades de su sistema interior. De todo esto y de cada cosa de por sí nos ocuparemos más adelante. Mas su prosperidad material data desde hace muy poco, y en tan poco tiempo no ha podido correr igual en todos los ramos: que más de dos siglos de olvido, no pueden compararse con treinta años de desarrollo mercantil. Ahora es cuando ya es preciso equiparar su adelanto material con el moral y administrativo: ahora es cuando se hacen ya más abultados los abusos y el desconcierto, y esto es lo que tratamos de señalar en nuestras tareas, con razones, con datos, sin pasión, y con el más desinteresado patriotismo en los artículos siguientes.
Mientras, quede ya sentado que la prosperidad tan decantada de Cuba es casi debida a un buen sistema económico, bastante poderoso ciertamente para haberse sobrepuesto con la mayor fuerza a los obstáculos de todas clases con que todavía tiene que luchar allí, entre los inveterados males de su organización social y su forma administrativa. Y aparte de estos, hay además otros que como consecuencias de aquel principio proclamado obstruyen su mayor desenvolvimiento, el natural y el progresivo de su libertad mercantil. Y no hay remedio: para dotar a nuestras Antillas del régimen restrictivo que en todos conceptos quisieran darle algunos en la reacción de sus ideas, preciso era principiar por destruir esta base, forzoso sería retrogradar a otro sistema económico y arrebatarle esa franca contratación con el mundo, arca tan productiva para nuestras necesidades, y móvil principal de su prosperidad tan preconizada. Porque no hay ilusión ante la observación y el estudio. Es verdad que hay mucho lujo en la Habana, pero también hay mucha miseria en el interior: es verdad que hay una improvisada ilustración en la capital: pero también hay un gran atraso en sus interiores comarcas; y a vueltas de su capital ostentosa, hay tanta desnudez por las poblaciones de sus dos vueltas, que si el vestido no fuese casi inútil en aquel clima y si de la harina no se pudiera prescindir habiendo tantas raíces alimenticias; los vueltabajeros (pone vueltuabajeros), más principalmente allá por sus partidos de Guanes, etc., presentarían la imagen de familias escuálidas bajo las solitarias chozas de sus repartidas vegas.
Esto fue lo propio que anticipó Humbolt, cuando no habiendo recorrido esta hermosa isla tanto como nosotros, dijo sin embargo un día con su mirada de águila: “La isla de Cuba no tiene más 1/42 de la población de la Jamaica; y como la mitad de sus habitantes están en la mayor indigencia consumen muy poco.” Esto, pues, robustece y confirma el aserto que ya sentamos desde nuestros primeros números: también Cuba presenta la vida y la riqueza en algunos de sus puertos, para ofrecer la inamovilidad y la muerte en la mayor parte de sus campos.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
NAVEGACIÓN DEL RÍO CAUTO EN CUBA.
DOCUMENTO A QUE SE REFIERE EL ARTÍCULO ANTERIOR.
En las memorias de la Real Sociedad económica de la Habana, serie segunda, número 5.°, tomo VI, del mes de Febrero de 1849, se lee lo siguiente: "Real Sociedad económica. - Proyecto de apertura del río Cauto en la jurisdicción de Bayamo, propuesto por el señor D. Miguel Rodríguez-Ferrer. El Excmo. Sr. Presidente gobernador y capitán general, ha dirigido al Excmo. señor director de la Real sociedad el oficio que copiamos a continuación. - Excmo. Sr.: El Sr. D. Miguel Rodríguez-Ferrer, comisionado en esta isla, con fecha 7 del actual me dice lo siguiente: - Excmo. Sr. Al dirigirme con fecha 17 de agosto del año próximo pasado al digno antecesor de V. E. el teniente general D. Leopoldo O'Donnell, me permití concluirle aquella comunicación con estas idénticas palabras. “¡Qué lástima de país y de pueblos tan ricos por la naturaleza, y tan descuidados por los hombres!” En efecto, Excmo. señor, esta posesión que más que isla es un reino para el que como yo haya recorrido y observado los elementos vírgenes que todavía en sí esconde, este país tiene zonas muy privilegiadas para la fuente de una futura riqueza, y a ellas habrá que acudir sin duda cuando el sistema de su actual agricultura vaya haciendo estériles las que hoy le son parcialmente productoras. - Por una de estas zonas corre el mayor río de la isla, del que no había plano ninguno, y del que casi se ignora el elemento poderoso que fue un día para la riqueza comercial de sus comarcas, y el que hoy debía ser para el fomento de sus feraces tierras, si nosotros en el siglo XIX secundásemos la predilección con que nuestros padres distinguieron a Bayamo en el XVI, situando esta población en terrenos tan particulares y entre la confluencia de dos grandes ríos por los que quedaba su interior en comunicación casi directa con España, Flandes y otros reinos extranjeros.
Pues esta comunicación se la prestaba el río Cauto. Hoy sin embargo, Excmo. Sr., son tristes campos y desgraciados pueblos los que componen su jurisdicción desde que se cerró su boca. Y esta puede abrirse si se llama a ello el espíritu de asociación, y V. E. está demasiado alto al frente de los destinos de este país para no protegerlo, y V. E. influye mucho con la Sociedad Económica de esta capital de que es su digno presidente, para no llamar su atención sobre la materia. El acometer solo esta empresa, eternizaría para España y para los hijos de V. E. su esclarecido nombre, nombre que bendecirían también las generaciones futuras de esta nuestra posesión hermana. Envanézcanse en buena hora con un laudable orgullo los antecesores de V. E. que han dejado tantos recuerdos y mejoras a esta capital populosa. Pero, Excmo. Sr., esta ciudad es la cabeza sólo, y sin embargo, muy pocos hasta aquí se han acordado de su cuerpo. Haga V. E. por llevar este raudal de nueva comunicación y vida, y animará la parálisis que hoy siente este cuerpo en alguna de sus partes, y ensanchará sus riquezas dilatando el buen nombre de la madre patria por esta grande y envidiada Antilla. Por mi parte simple español, dirijo confiado estas indicaciones a V. E. porque lo considero con corazón joven para sentir una desinteresada gloria, y porque como general ilustrado apreciará hoy tanto las virtudes civiles, cuanto un día demostró las militares. Al efecto tengo el honor de pasar a sus manos, como presidente que es de la Sociedad Económica, tan interesada en las mejoras del país, el primer plano que se ha sacado de este río en el que se designan además sus vicisitudes históricas y los datos económicos de su navegación actual. Se lo dedico a la misma como la que por su instituto debe apreciar la mejor opinión sobre estos adelantos materiales; y yo espero que V E. no dejará de pasar su vista por el mismo antes de remitirlo a dicho cuerpo; debiéndole manifestar, que a más de los dos proyectos en él indicados para la apertura de la boca de dicho río, hay otro (y tal vez el mejor) que debe partir desde la hacienda del Jucaro hasta el mar. - Por supuesto que este plan debe estar enlazado con un corto ferrocarril de seis leguas desde Bayamo al embarcadero de dicho río. Algunos grandes propietarios de este último y antiguo pueblo no dejarían de contribuir a ello como me consta: la junta de Fomento podría secundarlos; y si se alentase el entusiasmo de los ganaderos y comerciantes de aquellos puntos, este proyecto tan fecundo no sería irrealizable. ¡Tal vez nunca como hoy es más discreto, cual lo conoce la penetración de V. E., el ocupar a los hombres y sus ideas con tan importantes empresas! - Lo que trasmito a V. E. incluyendo el plano que se cita a fin de que esa corporación acuerde y me manifieste lo que estime conveniente. - Dios guarde a V. E. muchos años. Habana y junio 14 de 1848. = El conde de Alcoy. = Excmo. señor director de la real Sociedad Económica.
Se dio cuenta del precedente oficio en Junta ordinaria de la Real Sociedad, y se acordó remitirlo con el plano que lo acompañaba a informe de una comisión; y habiendo desempeñado esta su cometido, produjo el siguiente informe, que fue aprobado en todas sus partes.
INFORME. Excmo. Sr. y Sres.: Al cumplimentar la comisión con que se nos ha honrado, hemos visto con la mayor atención el oficio que se dignó dirigir a la Real Sociedad el Excmo. Sr. Gobernador y Capitán general, transcribiendo el que remitió a S. E. el Sr. D. Miguel Rodríguez-Ferrer, comisionado en esta isla; cuya comunicación, acompañada de un plano en grande escala que representa al río Cauto en toda su extensión y variadas direcciones, tiene por objeto que por parte de esta corporación se propongan los medios que estén a su alcance para hacer desembarazosa y útil la navegación de aquel caudaloso río que va a perder sus aguas en el Océano. - La comisión comienza por indicar que la Sociedad es deudora de una expresión de gracias al Sr. Rodríguez-Ferrer, por el concepto con que la ha considerado, creyéndola animada en favor de todo lo útil y benéfico al país; así como el país mismo no puede ser indiferente a la inteligente laboriosidad con que el ilustrado viajero se afana en sus constantes y provechosas excursiones, explotando con acierto los más curiosos datos y las circunstancias más olvidadas. No es pues de extrañarse que al recorrer las fértiles comarcas del Bayamo por donde serpentea el famoso Cauto, su espíritu observador se excitase noblemente al contemplar aquellas solitarias márgenes, aquellas mansas ondas que no llevan en su curso más que pequeñas barcas.
- En efecto, todo el que se traslada a una de esas localidades, y contempla la profusión con que la naturaleza ha derramado sus dones en medio de los elementos de fertilidad y abundancia, y que sin embargo no ha llegado allí la industria provista de las poderosas palancas con que ha sido favorecida en otros puntos menos aparentes, quisiera ver allí toda la animación del comercio, de la agricultura y del provechoso trabajo. - Esto precisamente es lo que ha acontecido al Sr. Rodríguez-Ferrer en sentir de la comisión; él ha visto como nosotros un majestuoso río navegable que puede ser el gran vehículo para la industria y el comercio de aquella dilatada extensión de nuestro territorio, fomentando allí nuevos ramos de producción territorial o estableciendo los que ya conocemos con tantas ventajas, y esta idea feliz, tan en armonía con el objeto de llenar las necesidades más imperiosas, cual es el aumento de población, le ha inspirado, por decirlo así y cree como nosotros, que no debe calificarse de costoso ningún sacrificio por extraordinario que sea, con tal de que se propenda a conseguir el fin. Pero es preciso confesar que no es el río Cauto la única localidad capaz de muy grandes progresos y que yace inerte, solitaria y abandonada. La obra de la población y de la industria pertenece al tiempo, cuando no se cuenta con recursos abundantes para su fomento. Nosotros quisiéramos hacer como por encanto del río Cauto otro Missisippi, otra Habana de la gran bahía de Nipe, y un Mediterráneo pequeño de la pintoresca ensenada del Guadiana; pero esto no es posible, y debemos conformarnos con los progresos no muy lentos por la vía que apaciblemente marchamos, acrecentando nuestra riqueza, engrandeciendo nuestra posición y nuestra importancia en el mundo civilizado. - Los informantes están bien persuadidos de que las comunicaciones por medios breves, fáciles y económicos son los elementos precisos e indispensables para el desarrollo de la industria, del comercio, y por consiguiente de la población; están asimismo penetrados de que los terrenos fértiles en que sólo se enseñorean altivos bosques, frondosas selvas donde no habita sino el mezquino ganado y se ve de milla en milla la huella de un hombre, distante de los puertos, encerrados, por decirlo así en la estrechez de sus propios recursos, son otras tantas minas inagotables escondidas en el seno profundo de la tierra, sin beneficio ni explotación.
No dudan tampoco que desde el momento en que se les abriese paso franco, saldría de allí un manantial abundante de prosperidad. Lo hemos visto ya con sorprendente rapidez. Haciendas centrales, sin otra producción que la escasa cría del ganado, se han convertido en provechosas y colosales fincas, sólo a virtud de la mágica potencia del vapor aplicada a las comunicaciones y transportes: dígalo sino Macuriges y Benaguises, como lo dirá muy en breve Villaclara y sus comarcas, cuando se realice el pensamiento de acercarlas al puerto de Cienfuegos, que sea dicho de paso, sólo era una solitaria bahía en los primeros años del presente siglo. - Pero es preciso conocer que en esas localidades se anunciaba algún desarrollo en la industria, había indicios ciertos de buenos resultados, y sobre todo, cierta facilidad para hallar los medios. Los informantes no ven las mismas circunstancias en ese apartado territorio del Bayamo, situado en la parte oriental de la isla. En tal concepto sería preciso conformarnos con hacer navegable el río Cauto, como lo fue en tiempos tan remotos, como asegura el Sr. Rodríguez-Ferrer, desembarazando su salida al mar; y a esto es a lo que parece que la comisión debe limitar su informe. - Creemos que no se trata de una canalización formal, porque en nuestros días se ha desechado este medio a consecuencia de las mayores ventajas que ofrecen los caminos de hierro.
En los Estados Unidos por ejemplo se han tendido carriles a las mismas márgenes de ríos, en que de antemano surcaban numerosos buques de vapor: de modo que si la moción se reduce a hacer practicable el río Cauto para buques de travesía, el proyecto no será una de aquellas obras que demandan considerables sacrificios. - La comisión no puede contraerse al costo de esta obra, porque el señor promovente (promotor) no presenta un presupuesto formal, ni tampoco un cálculo aproximado, tal vez porque su objeto ha sido sólo hacer la indicación como una cosa útil y necesaria. Hubieran sido muy convenientes estos cálculos, porque así se demostraría si el proyecto es realizable y de qué manera pudiera acometerse con acierto y buen provecho; si bien en ningún caso esta corporación podría tener el gusto de concurrir a su ejecución material por razones que por demasiado notorias dejamos de manifestar. - Así lo ha previsto el Sr. Rodríguez-Ferrer, y desde luego manifiesta que el impulso que puede prestar a su idea esta corporación, es recomendarlo con eficacia a la real Junta de Fomento. Bajo de tales conceptos proponemos que se remita a dicha benemérita Junta el plano a que nos referimos, transcribiéndose el oficio que le acompaña con agregación del presente informe en copia, si merece la aprobación de V. E. y V. SS., a fin de que consigne al proyecto el lugar que corresponda. - Reitera por último la comisión el voto de gracias a que se ha hecho acreedor el Sr. D. Miguel Rodríguez-Ferrer, así por la honrosa distinción que hace el cuerpo económico como por la constante laboriosidad que ha empleado en el estudio e investigación de las cosas que pertenecen al país. - V. E. y V. SS. resolverán sin embargo lo que juzguen más conveniente y acertado.
- Habana 3 de febrero de 1849. = Francisco de P. Serrano. = Pedro María Romay.
SECCIÓN LITERARIA.
CONTINUACIÓN SOBRE LOS POETAS CUBANOS.
Manuel Justo Rubalcaba.
Artículo III.
Pero donde Rubalcaba más se encumbra, es en sus sonetos. Fácil y correcto en todos, pero elevado y sentencioso en los serios, y agudo y oportuno en los jocosos; en ambos géneros conoce mucho su ejecución, su esencia, y el pensamiento final que corona su estructura. Entre los primeros se singulariza el que pondremos a continuación, que algunos han atribuido a su contemporáneo Zegueira, pero del que ya es una cosa probada que perteneció a Rubalcaba, aunque después, por haberse encontrado entre los papeles del primero, le hubieran dado lugar en la colección de sus poesías bien ligeramente. Este dice así:
Soñé que la fortuna en lo eminente
Del más suntuoso trono me ofrecía
El imperio del orbe, y que ceñía
Con diadema inmortal mi augusta frente.
Soñé que del ocaso hasta el oriente
Mi formidable nombre discurría,
Y que del septentrión al mediodía
Mi poder se adoraba humildemente.
De triunfantes despojos revestido
Soñé que de mi carro rubicundo
Tiraba César con Pompeyo uncido.
Dispertóme el estruendo furibundo, (me despertó)
Solté la risa y dije en mi sentido:
Así pasan las glorias de este mundo.
No menos filosófico es el siguiente:
¿Qué importa, amigo, que el natal y oriente
La luz primera y la primer aurora
Tuvieses en la Reina y la Señora
Emperatriz antigua de la gente?
¿Qué importa que la patria reverente
Que Rómulo engrandece, Curcio honora,
Catón ilustra y Cicerón decora,
Fuese tu cuna y tu primer ambiente?
Nada influye la patria en los varones,
Que es error vanamente encarecido:
Romanos fueron Silas y Escipiones,
Quincio glorioso y Apio fementido:
Al hombre le hacen grande sus acciones,
No la patria, ni el tiempo en que ha nacido.
Satírico por demás está en el que sigue:
Perdí el sueño a las tres de la mañana,
De mi cama salté despavorido,
Y no sé si despierto, o bien dormido,
Arrojarme intenté por la ventana.
Con un frío me siento de terciana,
Gritos doy sofocado y oprimido,
Levántase mi hermana, y aburrido
Le digo mil insultos a mi hermana.
De mi cuarto salí ciego y sin tino,
Le rompí la cabeza a mi criado,
Mandé mudar de casa a mi vecino:
Pero tanta locura y atentado,
¿Quieren saber, señores, de qué vino?
- Sólo de que soñé que era casado.
Para concluir: encontramos de un mérito sobresaliente este otro, que titula: La vida del avaro.
Sumar la cuenta del total tesoro,
Ver si están los talegos bien cabales
Aquí poner los pesos, allí reales,
y de la plata separar el oro;
Advertir cuál doblón es más sonoro
Calcular los escudos por quintales,
Distribuirlos en filas bien iguales,
Fundando en esto su mayor decoro;
Ver de cerca y de lejos este objeto
Notar si el oro es más subido o claro
Registrar de las onzas el secreto,
Y en fin, sonarlas con deleite raro,
Todo esto es describir en un soneto
La vida miserable de un avaro.
Desgracia es sin duda que la poesía se halla hoy vulgarizada tanto, como ha dicho un crítico de nuestros días, el Sr. D. Eugenio Ochoa, en uno de sus juicios. Sólo por los tiempos en que escribía Rubalcaba en Cuba, era cuando podía calificarse lo que valen estos arranques de un poeta, enclavado por entonces en una sociedad tan tranquila como atrasada. Rubalcaba, empero, Manuel del Socorro y Zegueira, fueron como el crepúsculo que anunciaba el astro de Heredia, el que como Meléndez en la península, señaló en la isla de Cuba una nueva época para la poesía, según lo haremos ver en otros números, para ocuparnos ya en los venideros de los poetas de Puerto Rico.
MIGUEL RODRÍGUEZ-FERRER.
NOTICIAS GEOGRÁFICAS E HISTÓRICAS DE JOLÓ, HACIA DONDE SE DIRIGEN NUESTRAS FUERZAS EXPEDICIONARIAS PROCEDENTES DE MANILA.
En la grande, rica y poblada isla de Mindanao, que bojea como trescientas leguas, y en cuyos montes se produce espontáneamente el árbol de la canela, posee la España la provincia de Misamis, la de Caraga, el presidio de Zamboanga, con su importante jurisdicción y el establecimiento de Baras, en el seno de Davao, que se llama Nueva Guipúzcoa. Estas posesiones, con la isla de Basilan, que dista de Zamboanga tres leguas, pueden estimarse nuestras fronteras para con Joló.
El archipiélago de Soló o Joló, que los españoles dominaron antes de Felicia, se compone de una multitud de islas que se extienden de nordeste a sudoeste. De estas, la principal lleva el nombre de Joló, que los naturales pronuncian Solok; está situada por los 5° de latitud norte, como a treinta leguas al sudoeste de la de Mindanao, y en la parte noroeste se halla su capital Sug, residencia del Sultán. Esta isla, poblada de gente tan notoriamente falsa como belicosa; cuenta diez leguas de largo de este a oeste sobre cuatro de ancho, y de treinta a treinta y dos de contorno.
Su tierra es fertilísima; prodúceles arroz más regalado de aquellas islas, y sus mares abundan en pesca inclusa la de la perla, y en ámbar de buena calidad y en mucha cantidad. Para la pesca de las perlas, que les ofrece grande utilidad, así por su exquisito oriente como por el grueso tamaño de algunas; hay entre los joloes excelentes buzos, que las cogen en trece o catorce brazas de agua. Abundan también las frutas, algunas exquisitas, como el durión, el marán y el balono; pero la más singular es la que llaman del paraíso, de color morado y del tamaño de una manzana, cuya parte comestible la forman unos gajos blancos, cubiertos de una cáscara gruesa y dura. Los españoles llamamos a esta fruta del Rey, porque siendo contados sus árboles, sólo el Sultán y los de su familia la comían, y entonces guardaban las cáscaras y las repartían al pueblo como reliquias: la hallaron de gusto tan delicioso que competía con las frutas más suaves de Europa, si no las excedía. Entre los animales que hay en Joló, se encuentran los elefantes, todos silvestres y bravos, porque los naturales no saben amansarlos, y venados muy hermosos, por las manchas de que están sembradas sus pieles. Las costas marítimas ofrecen al espectador una vista encantadora por su frondosidad, notable entre aquellas islas, donde la naturaleza ostenta la más vigorosa vegetación. En Joló, es fama, se encuentran muchos venenos, y también eficaces contravenenos; pues afirman los herbolarios chinos que se hallan allí los mejores antídotos del mundo. Entre sus singulares plantas, hállase igualmente la llamada panagamán, que según el padre Juan de la Concepción, viene a producir un quid pro quo del opio o anfión que embravece a los joloes y les amortigua sus carnes de modo que apenas sienten las heridas, como no sean mortales: usan de este brebaje cuando se preparan a pelear, y como los perturba el juicio se meten bárbaramente en el peligro, y son cruelmente atroces aun en el triunfo, no obstante el gran interés que reportan de hacer cautivos.
Con una población civilizada vendría a ser Joló una mansión agradable, tanto por la fertilidad de su suelo y la riqueza de sus mares como por su posición comercial. No se conocen allí más que dos estaciones al año, la una lluviosa, que dura desde mayo hasta septiembre, y la otra seca, que comienza en octubre y acaba en abril. En los meses de junio y julio reinan los vientos occidentales, y en los de agosto y septiembre los meridionales, a veces durísimos. En diciembre y enero se experimentan vientos fuertes de septentrión, con gruesa mar, y en lo restante del año, calmas y vientos flojos y variables, que se inclinan al sudoeste en la estación lluviosa, y al nordeste durante la seca. Según las observaciones hechas por el ciudadano inglés Mr. Hunt, en los meses de marzo y septiembre, la mayor altura del termómetro de Fareinelt (Farenheit) fue de 87°, y su mayor depresión de 75°, por la mañana temprano. Obedecen al rey o sultán de Joló otras muchas islas pobladas que se extienden en dirección de la de Borneo hasta cerca de cien leguas, de las cuales dos de las más cercanas, la de Tapul y la de Pangaturán, se habían reducido al gremio español, y la última a la fé católica a principios del siglo XIX, pocos años después de haber prestado sumisión voluntaria a Castilla las islas de Joló y Mindanao, lo que aconteció con este motivo. Destronado en Borneo el rey Malacla o Guela por su hermano, se trasladó a Manila a pedir auxilio al gobernador capitán general, ofreciendo reconocimiento a Castilla: éralo entonces el doctor D. Francisco Lalande, oidor de la audiencia de Méjico, y pareciéndole la ocasión oportuna, dispuso una fuerte expedición, y la dirigió personalmente a Borneo en 1579. El éxito fue pronto y completo, y al regresar a Manila destacó al capitán Esteban Rodríguez de Figueroa con parte de su armada para que de paso redujese a la obediencia las islas de Joló y Mindanao; unos y otros habitantes recibieron al capitán de paz, le concedieron sin dificultad lo que les pedía, formándose sobre ello actas solemnes: pero falsos por carácter, así que la armada se ausentó, sin dejar fuerza que les obligase, retractaron sus promesas con igual facilidad. Volvió Figueroa con nueva expedición a Mindanao, y acaso con demasiada confianza, grande enemigo en la guerra; el resultado fue fatal y costó la vida al capitán y a algunos más de los que le acompañaban, cuya desgracia produjo el útil establecimiento del presidio de Zamboanga. Gobernando este presidio Juan Pacho, y ansioso de poner algún coto a las continuas piraterías de aquellos moros, dispuso una expedición contra Joló en 1588, y la dirigió personalmente y logró desembarcar en la isla sin dificultad, a favor de un recio aguacero; pero acometido luego por los joloes, fue muerto con la mayor parte de su gente, compuesta entonces casi toda de españoles. El efecto de esta inesperada catástrofe condujo al error de mandar retirar el presidio de Zamboanga, y como era natural, los joloes y mindanaos invadieron en los años siguientes de 1589 y 1590, nuestras pacíficas provincias de las islas de Zebú de Negros y de Panay, cometiendo tanto estrago y causando tan aterradora desolación en los pueblos, que los indios sumisos se retiraron al interior de los montes, poseídos de la triste idea de que los españoles no les querían defender; y mucho necesitó trabajar el celo de los padres misioneros entonces para disuadirlos de tan funesto juicio. Y como era en extremo conveniente desvanecer del todo ese error, imponiendo algún castigo a los referidos piratas, salió de Manila en 1602 el sargento mayor Juan Juárez Gallitano, con 200 soldados españoles, suficientes pertrechos y provisiones para cuatro meses. Luego que arribó a Joló, ordenó su desembarco, y acometió la fortaleza donde se hallaba el sultán bien resguardado; y aunque en los primeros encuentros nuestras armas llevaron la mejor parte, y nuestra artillería hizo gran riza en los contrarios, Gallitano reconoció la dificultad de la empresa con los medios de que disponía, se estableció convenientemente en tierra, y pidió refuerzos a Manila; mas no habiéndolos recibido, se vio al fin obligado a retirarse.
“Desde este tiempo, dice el P. Martínez, no han cesado de infestar esos moros nuestras posesiones hasta ahora: son innumerables los indios que han cautivado, los pueblos que han saqueado, las rancherías que han destruido y las embarcaciones que han apresado. Parece, continúa, que los conserva Dios para vergüenza de los españoles, que no han podido sujetarlos en 200 años, sin embargo de las expediciones que han hecho contra ellos y las armadillas que envían todos los años a perseguirlos. En muy poco tiempo conquistamos todas las islas Filipinas y la pequeña isla de Joló, una parte de la isla de Mindanao y otras islas muy chicas no se han podido sujetar hasta ahora." Una de las causas a que atribuye el P. Martínez esta circunstancia, es cuando aquellos habitantes rindieron vasallaje y pagaron tributo al gobernador La Sande, "el no haberles enviado misioneros ni españoles que los contuviesen al principio, por estar muy distantes y no poder surtirlo todo, y cuando se ha querido remediar este defecto, no se ha podido, porque instruidos algo en las armas y conociendo que los españoles son mortales como los demás no han querido sufrir el yugo de su dominación." Sin embargo, importa observar que los habitantes de Joló, descendientes de los papuas en estado salvaje, como algunos creen, son de índole bárbara, fiera y traidora. Los chinos, desde tiempo inmemorial, estuvieron en posesión del tráfico de aquel archipiélago; derramaron alguna luz de civilización entre los joloes, cuyas costas gobernaron, habiendo levantado en ella pueblos, plantado semillas y utilizado los ríos; con todo esto la constante perfidia de los joloes les obligó a abandonar la isla, a pesar de haber dado muerte a cuantos naturales pudieron haber a las manos. Después vinieron los borneos a establecer colonias en Joló, atraídos de la fama de sus riquezas submarinas, y para ganar el afecto de aquella fiera raza, trajeron una doncella de notable hermosura y consiguieron casarla con su jefe. Así se hizo la isla un punto delicioso y de conocidas ventajas comerciales: atrajo muchos pobladores de Borneo y de las islas meridionales de Filipinas, debiendo a los primeros los elefantes, el árbol del té y de la canela; y estos nuevos pobladores se manejaron de modo, que arrojaron a la bárbara raza papua a los montes del interior, en cuyo opresivo confinamiento su número debe haber disminuido mucho.
En 1759 Mr. Dalrimble, jurisconsulto inglés, obtuvo del sultán de Joló que se diera a la compañía de la India la isla desierta llamada Bolambangan. Ratificada más adelante esta cesión, tomó la compañía posesión de la isla en 1773, construyó un fuerte en uno de sus mejores puertos, y dio principio a un estable cimiento de grandes esperanzas comerciales; mas en 1775, cuando la guarnición inglesa sufría mucho por las enfermedades, y los cruceros se hallaban ocupados en especulaciones mercantiles, los joloes (pone jolonos) sorprendieron el fuerte matando los centinelas, volvieron los cañones contra el establecimiento, se apoderaron de todo con horrible estrago, consiguiendo un botín inmenso en cañones, dinero, efectos y otros productos públicos y privados. En 1803 levantó la compañía inglesa de nuevo su establecimiento de Balambangan (Bolambangan más arriba), pero lo retiró al año siguiente de 1804 a causa de lo mucho que le costaba, sin esperanza de obtener las ventajas que se había prometido.
El primer jefe que tomó el título de sultán fue Kamaludin, en cuyo reinado arribó a Joló el jarid Sayed-Alli procedente de la Meca, e introdujo el islamismo en la isla. Tanta aceptación llegó a tener, que a la muerte de Kamaludin fue elegido sultán, reinó siete años, y murió en Joló. El gobierno de Joló es oligárquico, y lo componen el sultán con los datos o jefes principales. La autoridad del sultán es totalmente insignificante, ni temida ni respetada: sus órdenes son replicadas hasta por los individuos de menos consideración, y no puede decidir ni en los puntos más triviales sin el acuerdo de los datos reunidos; al revés de los sultanes de los estados malayos, que todos ejercen una autoridad despótica. De aquí el que hayan sido ilusorias todas las estipulaciones hechas con Joló; porque también son contrarias a sus verdaderos intereses, no consistiendo estos casi más que en los robos y esclavos que hacen por medio de sus continuas piraterías.
La población de Joló, según Mr. Hunt, que dice tuvo oportunidad de registrar los archivos, cuyas poblaciones enumera en gran parte, asciende a 149.579 almas, sin comprender los pueblos de los distritos orientales de la isla, cuyos nombres se le han extraviado, dándole finalmente hasta 200.000 almas de población (1). En las presentes circunstancias en que según las últimas noticias de Manila, nos hallamos empeñados en una nueva y fuerte expedición contra Joló, cuyo resultado es de esperar y de desear que sea feliz, pueden no ser leídas con disgusto las anteriores noticias; y para mayores pormenores, véase la Descripción de las Filipinas por el jesuita Colin, la Conquista de Filipinas por Fr. Gaspar de San Agustín, la Historia de Filipinas por los PP. Fr. Juan de la Concepción y Fr. Joaquín Martínez de Zúñiga, y las Observaciones del ciudadano inglés Mr. Hunt, publicadas en 1837.
ANDRÉS GARCÍA CAMBA.
(1) Mr. de Rienzi hace en su obra titulada Descripcion (description) de l'Oceanie, la enumeración completa de las 162 islas que componen el archipiélago de Joló. (N. de la R. de La España.)
Con esto número 18 se completan los dos pertenecientes al presente mes de Abril, y cesamos en la publicación de esta Revista por causas ajenas a nuestra voluntad y que tal vez podamos revelar algún día. Mientras, ponemos a continuación el índice de las materias contenidas en las entregas que han salido, después de las que compusieron el primer tomo de esta publicación.
(El índice del tomo 2 se omite, está en la página 879 del pdf que he editado)