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viernes, 15 de junio de 2018

Miguel Hernández

Si existe un poeta del siglo XX en el que vida y obra se hermanan sin impostura, éste es Miguel Hernández. Su afición a la lectura, su gusto por los clásicos y la poesía transformaron su contacto con la naturaleza en una fuente inagotable de inspiración, que alimentó sus versos.

La evolución de su obra se divide en cuatro etapas: tras sus primeras composiciones gongorianas y puristas (Perito en lunas), avanza hacia la poesía impura de Neruda y los poetas del 27, para dar expresión al amor y a la crisis vital que lo acompaña (El rayo que no cesa).


A comienzos de la guerra civil, su esperanza en la lucha desplaza su poesía hacia el lenguaje llano de la canción popular y la lírica tradicional (Viento del pueblo y El hombre acecha). Pero sus anhelos fracasan y el cansancio asoma en versos que alcanzan su expresión más madura e íntima, espantado por el espectáculo bélico, herido por la muerte de su hijo y la forzada lejanía de la amada (Cancionero y romancero de ausencias). El poeta y novelista José Luis Ferris ha preparado esta antología, de la que afirma: «Pocas obras presentan una coherencia tan sólida, tan rica de pasión y de talento, tan unida a un origen y a un destino.»



EL HABLA MURCIANO-ORIOLANA DE MIGUEL HERNÁNDEZ


FRANCISCO GÓMEZ ORTÍN



Vocabulario del noroeste murciano


http://www.regmurcia.com/docs/murgetana/N123/N123_007.pdf


Resumen:


Este estudio filológico aborda el vocabulario de Miguel Hernández. Hasta ahora, solamente se ha publicado un léxicon parcial, limitado a la producción poética de Miguel Hernández. La importancia del presente artículo radica en ser la primera investigación sobre el idiolecto del poeta, es decir, su personal lenguaje. El propósito del autor es descubrir la lengua hablada de Miguel Hernández y examinar completamente su dialecto murciano nativo a través de las palabras que utilizó el poeta oriolano. Un punto interesante digno de mención es el manejo total que 
el autor hace de las cartas de Miguel Hernández a su mujer Josefina. Este trabajo lingüístico va dividido en varias secciones, cuyas principales materias son:

1) el sufijo murciano -ico;

2) el habla valenciana;
3) léxico dual murciano-castellano;
4) vocabulario dialectal hernandiano;
5) léxico malsonante,
6) análisis de fallos gramaticales de Miguel Hernández.

Palabras clave:

Vocabulario de Miguel Hernández , Poesía de Miguel Hernández , Idiolecto de Miguel Hernández , Habla de Miguel Hernández , Dialecto murciano , Correspondencia de Miguel Hernández a Josefina , Sufijo -ico , Habla valenciana , Léxico murciano-castellano ,Vocabulario dialectal hernandiano , Léxico malsonante , Yerros de Miguel Hernández


El habla individual de Miguel Hernández podría llamarse murciano-oriolana
o viceversa, oriolano-murciana; tanto monta, monta tanto, si prescindimos del seseo típico de Orihuela. Precisamente, el máximo investigador del dialecto murciano y su cimero lexicógrafo sigue siendo el oriolano Justo García Soriano, al que todos los lingüistas murcianos debemos perenne agradecimiento.

¿Cómo hablaba realmente Miguel Hernández?


No me refiero al timbre o tesitura de su voz. Al parecer apenas queda algo de sus grabaciones en Madrid. Me figuro que su voz no debió ser delgada, sino recia o membruda, como él llama al agua y a la luz. Tal vez tuvo un vozarrón para electrizar a las masas en mítines y arengas. No me preocupa indagar eso, sino el léxico y expresiones, que utilizaba en la intimidad, o sea, en el entorno familiar o en su círculo de amigos. Hasta ahora nadie, que sepamos, ha encarado el tema que yo me propongo abordar, o sea, el habla coloquial, espontánea o informal de Miguel Hernández, o dicho con terminología lingüística, el idiolecto de nuestro poeta. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que la lengua de Miguel Hernández fuera la gongorina de Perito en lunas, repleta de artificiosas metáforas, ni tampoco la culta de El Rayo que no cesa, ni la fulgurante de El Silbo vulnerado ni la madura

del Viento del pueblo.

Vayamos a la teoría sobre la adquisición del habla. Según los psicolingüistas, 
generalmente el lenguaje se asimila y consolida con carácter casi definitivo antes de los 20 años. A este tenor, la lengua de Miguel Hernández ya estaba bien formada hacia 1930, cuando escribe sus primeras composiciones poéticas. Lo que no empece para que su léxico fuera enriqueciéndose a través de sus febriles y apresuradas
lecturas, y mediante el trato con gente culta, sobre todo en Madrid. Dejemos a un lado su lenguaje poético, tan rico en neologismos, como bien ha señalado Marcela López en su magnífico Vocabulario de la poesía de Miguel Hernández. Se distinguen perfectamente varios niveles de lengua en Miguel Hernández: el popular oriolano, con rasgos rústicos; el culto o español común, y el literario, entreverado de audaces neologismos.

Importa ahora saber cuál fue el habla real espontánea de Miguel Hernández.

Sin duda alguna, el geolecto o habla dialectal de Miguel Hernández fue el español murciano, teñido de la modalidad peculiar del seseo oriolano. Su idiolecto o realización personal de la norma regional murciana no podemos saberlo, pero podemos deducirlo o conjeturarlo, a partir de las muestras que nos ha dejado en su urgente y temprano quehacer literario. Obviamente los rasgos de su lengua coloquial podemos rastrearlos no tanto en sus libros de poesía más elaborada, sino en la prosa, en sus piezas teatrales y preferentemente en las cartas, puesto que en este género lo normal es escribir sin afectación, con la mayor naturalidad posible. Descartando las epístolas a personajes famosos, sobre todo, literatos, la correspondencia de Miguel Hernández a familiares, especialmente a su novia y esposa Josefina, es una fuente
abundante donde se refleja el habla cotidiana del escritor oriolano. Es una suerte el contar con estas misivas a parientes, que demuestran bien a las claras cómo hablaba Miguel Hernández en su oralidad espontánea más pura.

La nota dialectal más persistente de los murcianos de la diáspora es la permanencia de la aspiración de toda –s– implosiva o final. Se ha visto, por ejemplo, en 
el murciano Campmany, que pese a su larga vida en Madrid, nunca perdió esa peculiaridad característica, propia de las hablas meridionales, según testimonio fehaciente de su amigo Alfonso Ussía. El granadino G. Salvador contaba que, cuando llegaba a su pueblo Cúllar-Baza, tenía que pronunciar relajadamente las eses finales, para no sentirse extraño a sus paisanos.

Es curioso detectar cómo ciertos especialistas hernandianos, al señalar intertextualidades en la poesía primeriza de Miguel Hernández, quieren soslayar o desdeñan la influencia de V. Medina, que para mí es clarísima, tanto por lo menos como la de Gabriel y Galán, que la suelen reseñar. La preterición del poeta archenero por parte de algunos críticos obedece a su desconocimiento del dialecto murciano. Se ignora absolutamente una seña común de identidad del habla dialectal murciano-oriolana, cual es el uso general del diminutivo -ico, que no es sólo una característica del estilo de V. Medina, sino un rasgo lingüístico patente de las hablas murcianas. A veces, se desbarra alegremente al tratar de analizar el léxico murciano.


Así, Marcela López en su VP o Sánchez Vidal, cuando intentan explicar el para ellos 
desconocido murcianismo alhábega. Es sintomático lo que cuenta Balcells (Sujetado Rayo, 46) de una velada poética tenida en Orihuela el 28-2-1934, en la que intervino Miguel Hernández, recitando un poema de V. Medina, en fecha ya bastante tardía. La querencia de Miguel Hernández hacia V. Medina es manifiesta,
sin que se vea desapego o menosprecio, sino al contrario, puro afecto, pues lo escoge libremente y lo declama en primer lugar, antes que los de Alberti, J. R. JiménezAmado Nervo y Rubén Darío, con olvido total de Gabriel y Galán.

2. BIBLIOGRAFÍA HERNANDIANA , FUENTES


Miguel HERNÁNDEZ : Obra Completa. Introducción de Agustín Sánchez Vidal. 2 v.

Madrid, Espasa Libros, 2010. I. Poesía / Prosas. II. Teatro / Correspondencia.
Colec. Espasa Clásicos. (= OC 1, OC 2).
Miguel HERNÁNDEZ: Obra escogida. Poesía – Teatro. Prólogo de Arturo del Hoyo.
Madrid, Aguilar, 1952. (= OE).
Miguel HERNÁNDEZ: Obras Completas. 2ª ed. Editorial Losada, Buenos Aires, 1973.
(=OC).
Miguel HERNÁNDEZ : Obra poética completa. Introducción, estudios y notas:
Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia. Madrid, ZERO, 1976. (= OPZ).
Miguel HERNÁNDEZ: Obra poética completa. Introducción, estudios y notas de
Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia. Madrid, Alianza Editorial, 1988. (= OP)
Miguel HERNÁNDEZ: Cartas a Josefina. Introducción de Concha Zardoya. Madrid,
Alianza Editorial, 1988. (=CJ)
Miguel HERNÁNDEZ: Antología Poética. Edición de Agustín Sánchez Vidal.
Barcelona, Edit. Vicens Vives, 2007 (1ª 1993). (=AP).
Miguel HERNÁNDEZ: Antología comentada (II. Teatro, Epistolario, Prosa). Edición
de Jesucristo Riquelme. Madrid., Ediciones de la Torre, 2002. (= AC).
Josefina MANRESA: Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, Josefina Manresa.
Madrid, Ediciones La Torre, 1980. (= RJ)

ESTUDIOS

José María BALCELLS: Sujetado Rayo. Estudios sobre Miguel Hernández. Madrid,

Devenir, 2009, (= SRa).
Juan CANO BALLESTA: La imagen de Miguel Hernández. Madrid, Ediciones La
Torre, 2009. (= I Miguel Hernández).
Francisco Javier DÍEZ DE REVENGA – Mariano DE PACO: Estudios sobre Miguel
Hernández. Murcia, Universidad, 1992. (= E Miguel Hernández).
Marcela LÓPEZ HERNÁNDEZ: Vocabulario de la obra poética de Miguel Hernández.
Universidad de Extremadura, 1992. (= VP).

OBRAS COMPLEMENTARIAS


Real ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la Lengua Española. 22ª ed. Madrid,

Espasa, 2001. (= DRAE). Se cita esta edición, que es la última.
Real ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de Autoridades. (6 v. Madrid, 1726-1739).
Ed. facs. Madrid, Gredos, 1964. (= DAut).
José María BALLESTEROS: Oriolanas (Cuadros y costumbres de mi tierra). Alicante
1930. (= JMBa)
Delfín CARBONELL BASSET: Gran Diccionario de Argot, El Soez. Barcelona,
Larousse, 2000.
Justo GARCÍA SORIANO: Vocabulario del Dialecto Murciano. Madrid, R. Academia
Española, 1932. (= VDMu).
Francisco GÓMEZ ORTÍN: Vocabulario del Noroeste Murciano. Murcia, Edit.
Regional, 1991. (= VNOMu).

María Antonia GUIL VEGARA: Olivera (novela). Orihuela, Raiguero de Bonanza,

2007 (= GV).
José GUILLÉN GARCÍA: El Habla de Orihuela. Estudio preliminar de Mercedes Abad
Merino. Orihuela, Caja Rural Central, 1999 (1ª ed. 1974). (=HOr).
Luis MARTÍNEZ RUFETE: El Habla de la Comarca del Bajo Segura. Almoradí,
Ayuntamiento, 2006. (= HBS)
José María RIVES GILABERT: Diccionario Costumbrista Callosino y de la Vega Baja.
Callosa de Segura, Ayuntamiento, 2007. (= DCa).
Diego RUIZ MARÍN: Vocabulario de las Hablas Murcianas. Murcia, Consejería de
Presidencia, 2000. (= VHMu)
Alberto SEVILLA: Vocabulario Murciano. 1ª ed. Murcia 1919. 1990 (2ª ed.) (=
VMur/1, VMur/2).

3. EL SUFIJO MURCIANO EN -ICO


Si hay alguna característica idiomática que distinga señeramente al habla y 
dialecto murcianos entre los múltiples geolectos hispánicos, yo apuntaría sin vacilar al uso frecuente del sufijo -ico, de manera espontánea e irreprimible. Su valor apreciativo principal, después del afectivo, sería el irónico y el burlesco. A su vez, el sufijo -ito, que el murciano considera un tanto finoli, se emplea también en tono
humorístico, como se percibe en estos lugares de Miguel Hernández: “Me dio una gran risa coger el sobre, digo, el sobrecito, que parece un confeti” (OC 2, CJosefina, mayo 1936, 1589); “me alegra tanto leer una carta tuya llena de alegría, sin lagrimitas, sin llantitos de niña, que va a ser prontito” (OC 2, CJosefina, 25-1-1937, 1646). “En Valencia se ha reunido lo peorcito de cada parte” (OC 2, C Su familia, 29-2-1937, 1654).

Prescindamos de algunos textos primeros hernandianos, escritos de intento en 
el lenguaje rústico murciano, en los cuales lógicamente abundan los icos, como en el primerizo poema En mi barraquica (barraquica, virgencica, huertanico, pequeñujicos) . (OC 1, Poemas de adolescencia (1925-1932), En la huerta , 15-1– 1930, 93).
Pero, insistimos. Una de las notas clave del dialecto murciano – que algunos hernandianos menosprecian, más bien por ignorancia – es el empleo común y pertinaz, en Orihuela y Murcia (Huerta, pueblos y ciudades), del sufijo en -ico, con sus múltiples valores (afectivo, diminutivo, irónico, intensificador). Nótese que tal uso no es sólo un rasgo distintivo del estilo de V. Medina, ni de los escritores panochistas ni del habla rústica huertana, sino que destaca como una seña genérica de identidad de todas las hablas murcianas, incluida la oriolana.

Concretamente, sobre esta última se afirma: “El sufijo -ico es el de mayor vitalidad. En principio tiene carácter diminutivo: miajica, piasico, bujerico; pero en 
general tiene un valor expresivo que envuelve a los objetos, a los animales y a las personas, con un sentimiento de amabilidad, de cariño, de conmiseración, de sencilla e íntima cordialidad: miá qué bonico; probetico, éjalo ya; te daré unas peseticashe mercao este par de gallinicas; tráete el legonico.

Se dan algunas formaciones directas:

jovenico, montonico; otras reforzadas: manesica, llenetico; o cruzadas: serquetica, mosetico. En ocasiones este sufijo tiene sentido abundancial o aumentativo: tie perricas (bastantes); es jovenico (muy joven); en la mañanica (muy temprano)” (HOr, 61).

El sufijo en -ico, de origen ibérico (Menéndez-Pidal), cunde por buena parte 
del oriente peninsular, si bien en el murciano es quizá donde mayor vitalidad manifiesta todavía hoy. Sin negar el sustrato aragonés, que podría explicar el -ico murciano, sin embargo tal procedencia no es incuestionable, pues igualmente podría ser residuo arcaico castellano, dado que en tiempos medievales y en el mismo Siglo de Oro el sufijo -ico estuvo muy extendido por tierras de Castilla y León, y aún hoy es
de empleo corriente en la Maragatería leonesa y en el sefardí o judeoespañol. Se documenta ampliamente en los clásicos castellanos; tales, Cervantes, Sta. Teresa, San Juan de la Cruz, Lope, Quevedo, etc. Téngase en cuenta que el Reino de Murcia, aunque parte integrante de la Corona de Castilla, poseía identidad propia, quedando, por su lejanía, al margen de la influencia centralista de la Corte y de los
medios culturales de Castilla, lo que conllevaría más aislamiento y por ende, más arcaicidad del lenguaje.
Hay un ejemplo del uso regional del -ico, en el plano religioso, impregnado de fuerte sentimiento tradicional, pero de actualísima vigencia. Obsérvese cómo coinciden el yeclano, el murciano y el oriolano al piropear, con el mismo entrañable nombre de Morenica, a sus respectivas patronas, la Purísima, la Fuensanta o Monserrate. A su vez, tanto el jumillano invocando a su Abuelica Santa Ana, como el cartagenero a su Pequeñica, junto con el calasparreño, e incluso el bastetano al llamar Piedaíca a su Virgen de la Piedad, están patentizando el vínculo lingüístico-cultural que los aúna, enlace que no es otro que el geolecto murciano.

A sus 20 años, Miguel Hernández evoca a la Virgen de Monserrate: “también su Morenica con una arcaica historia” (OC 1, Ofrenda , 1930, 112). Por supuesto, que Miguel Hernández, de raíces populares profundas, no pudo menos de utilizar normalmente el típico sufijo -ico en el habla de su etapa oriolana. Asimismo, este frecuente empleo se descubre en sus primeros escritos.


Sin embargo, desde su primer viaje a Madrid, forcejea por arrancarse el hábito del -ico con firme voluntad, hasta sacudírselo totalmente, como si se tratara del 
pelo de la dehesa, del que se abochornaría. Consta que en los ambientes madrileños se le rehuía por su “natural tosquedad y lenguaje rústico” (IMH, 67), que chocaba con la finura, por ejemplo, de un García Lorca. Nada extraño, pues, que Miguel Hernández intentara zafarse de todo lo que él creyera que lo delataba como paleto
huertano. Lo que no impide el que siguiera usándolo en su habla familiar, como lo evidencia su epistolario.

En sus cartas a Josefina, la trata cariciosamente (cariñosamente) con el -ico oriolano, como 
máxima expresión de amor, llamándola nenica y Josefinica, apelativo cariñoso y típicamente murciano, que él usaría en la intimidad, al estilo del archenero Vicente Medina, cuando expresaba el arraigo del -ico en el alma murciana: “Aunque te llegues a ver/ ande otras hablas se estilan/ yo sé que dirás ‘nenico’;/ yo sé que dirás
bonica’,/ y yo si te oyera hablar/ siempre te conocería”, versos que Miguel Hernández debió hacer suyos.

Obviamente, el -ico lo usará siempre en su epistolario a Josefina, donde se 
manifiesta más al vivo su idiolecto. Otras veces recurre al superlativo que combina con el -ico intensivo acumulativo: “Josefinica morena y queridísima...
Mi queridísima y guapísima y queridísima mil veces Josefina” (OC 2, CJosefina, 2-6-1936, 1592). “Salud, queridísima morenica!” (OC 2, CJosefina, 18-2-1937, 1652). Hay ocasiones en que se regodea en el abuso del -ico, en machacante aliteración, reforzada con rica, como único recurso para expresar su desbordante amor a Josefina (“¡Qué amanosica te has vuelto, rica Josefinica, vidica!... Hijica mía” (OC 2,
CJosefina, mayo 1936, 1589); “Salud, vida de mi vidica” (OC 2, CJosefina, 11-2-1937, 1650). A veces, extrema los -icos amontonándolos en una sola página, que mezcla con superlativos en -ísimo: “mi morenica... amorosica mía... Josefinica morena y queridísima... mi queridísima y guapísima y queridísima Josefina” (OC 2,
CJosefina, 31-5-1936, 1592).

He podido contabilizar 135 veces el diminutivo en sus cartas: nenica (48

veces); Josefinica (26); morenica (16); tontica (10); hijica (5); vidica (4); Josefinilla ( 4); hermanica (3); amanosica (3); morenilla (2); una vez: amorosica, animalicos, Antoñico, bonica, cajica, juntico, despacico, loquica, palomicapedacico, pequeñico, pichoncica, pillica, poquico a poquico (OC 2, 21-1-1937,
1645), prontico, solico, solica, Virgencica, Morenica, zapaticos. El acortado Fina sólo lo utiliza Miguel Hernández dos veces. Es de suponer, que Josefina en sus cartas a Miguel y al hablarle cara a cara, le diría “nenico” y Miguelico, correspondiendo al “nenica” y Josefinica de Miguel.

Bromeando, Miguel Hernández y Josefina se llaman mutuamente tiporro, a (en 
sentido de tipazo), y, sobre todo, con el afectivo -ico, tiporrico, tiporrica: “Esta semana que viene voy a ir al fotógrafo para mandarte mi cara, mi tiporro, y me mires mucho” (OC 2, CJosefina, febrero 1936, 1561) y “La misma (música) que yo sé para ti, tiporrica del tiporrico” (OC 2, CJosefina, febrero 1936, 1560). “Bien veo que te acuerdas de llamarme tiporrico. Me gusta mucho que me lo digas” (OC 2, CJosefina, 15-2-1936, 1564); “Niña mía, tiporrica, no te enfades con tu Miguel porque no te llega cuando tú lo quieres” (OC 2, CJosefina, 16-7-1936, 1616). A veces, el -ico posee valor de superlativo, preñado de dolor indescriptible: “Te escribo a las siete y media de la noche, antes de cenar y de acostarme solo, solico” (OC 2, CJosefina, 11-2-1937, 1650).

Veces hay que prodiga mucho más el -illo, lo que se observa a partir de 1938, 
no sé si por contagio del habla andaluza o de la popular madrileña: “Salud, Manolillo, Josefinilla, Carmencilla” (OC 2, CJosefina, marzo 1938, 1678). Aquí ya se pasa por primera vez al “poquillo”: “Te sigo queriendo como siempre, y un poquillo más también” (OC 2, CJosefina, 19-7-1938, 1681). Desde esta fecha ya no usa el –ico, sino –illo. Curiosamente, nunca llamó Manolico a los hijos sucesivos,
sino sólo Manolillo.

Hay un texto de ambiente popular desenfadado, pero no en lenguaje huertano, 
en el que sin embargo, menudean bien los -icos en una escena maternal: (La madre, dando de mamar a su cría, habla sola: “¡Ay, qué putica que es esta hijica!... ¿Quieres hacer caquica? ¡Mi rosica del año! Toma tetica, toma tetica... ¡Ay, qué putica que es esta hijica” (OC 1, Monaguillo – Ía, 709)
Igualmente, en Cox, estaba y está vivo el sufijo -ico: “Al hijo mayor, que también era Valentín, le llamaban Valentinico” (RJ, 89). Repárese en que el habla cojense es idéntica a la de Orihuela, pues el pueblo de Cox, muy cerca de Orihuela, pertenece a la misma comarca.

Como no podía ser menos, sus poemas y prosas de adolescencia están sembrados del -ico oriolano. Entre otros muchos, se le escapa aquí: “Entonces, mis pasos 
más prestos guiando / por el caminico picado de huellas” (OP, Al acabar la tarde, 1931, 610). Le cuesta mucho desprenderse de algo tan entrañable: “El arbolico de las flores como torres relunadas que recogí en la senda, se ha puesto pálido como
un otoño... Pero aún hay paz, solecico y romeros celestemente azules” (OC, Marzo, La Verdad de Murcia, 15 marzo 1934, p. 941). Por supuesto, cuando quiere retratar literalmente el habla rústica de la Huerta oriolana, abundan mucho más los diminutivos en -ico.

Cerramos este capítulo del sufijo -ico en Miguel Hernández, estampando aquí 
tres anécdotas sucedidas a personajes oriolanos (no rústicos), que emplean el susodicho sufijo.

1ª “Luis Almarcha, siendo ya obispo de León, refirió en 1957 su primer

encuentro con Miguel como poeta: “Volvía un atardecer con su rebaño. Se acercó a saludarme como otras veces y todo sudoroso me dijo: – ¿Quiere ver unos versos?
Estaban escritos a lápiz.

– Oh, muy bien, Miguelico, me gustan…

Y él con su risa ingenua me dijo: – Pues me han puesto una multa porque mientras escribía no he visto ramonear las cabezas…” (Eutimio MartínUniversidad de Aix-en-Provence, Análisis de un memorial en verso, en EMH.
Murcia, Universidad, 1992, p. 241).

2ª “Recuerdo cuando el poeta Leopoldo de Luis y yo le llevamos unas flores a 
Josefina Manresa, su viuda. Tenía un modestísimo taller de costura en Elche. Era una mujer muy triste y muy hermosa. Quizá no tuviera una clara conciencia de quién fue su marido. Cuando me atreví a preguntarle cómo era Miguel, me dijo:
– Siempre estaba con sus versicos. Después sonrió con tristeza y volvió a la SingerTenía trabajo”. (Manuel Alcántara, La Verdad, de Alicante, 20-11-2009).

El sufijo “versicos” no es en modo alguno diminutivo ni despectivo, sino superlativo en alto grado, transido de infinito cariño reverencial hacia la poesía de Miguel, que, aunque ella no la comprendiera, sabía que fue la razón vital de su idolatrado marido.


3ª Para demostrar la perduración actual del uso del -ico en Orihuela, léase esta 
crónica del diario La Verdad: “La alcaldesa de Orihuela, Mónica Lorente, al inaugurar el parque del soto de Molins, desveló que en no pocas ocasiones los dos representantes de la pedanía, acompañados de vecinos, han estado “pozalico en mano, regando y cuidando los árboles, para que hubiese un lugar tan apetecible en Molins” (Joaquín Andreu, corresponsal de La Verdad, ed. Orihuela-Vega Baja, 17-11-2009, 8).

4. EL HABLA VALENCIANA. EL SESEO


Pese a ser de oriundez valenciana su segundo apellido Gilabert, Miguel

Hernández no cabe duda de que sintió escasa simpatía por la lengua valenciana, por no decir aversión, tal como la AVL, como lo revela en su correspondencia a Josefina, concretamente cuando se refiere a Elda. Su actitud ante el valenciano fue claramente negativa.

Incluso, si lo excusamos por su odio al pueblo de Elda, donde su novia está como 
recluída, y por lo tanto muy alejada de él. Ante todo, llama la atención su desconocimiento de qué lengua se habla en Elda, enclave del dialecto murciano, según Gª. Soriano. Miguel Hernández tal vez confunda a Elda, de habla castellana, con Petrel, muy cercano a Elda, pero de habla nativa valenciana. Esta era la situación lingüística de entonces (desconozco la actual). “Comprendo cuánto sentirás encontrarte en ese maldito pueblo valenciano (se refiere a Elda), donde seguramente se hablará otra cosa que el castellano. Cuando te vea, que será muy pronto, si Dios no lo remedia, sé que no te voy a entender cuando me hables y sé que me vas a llamar fill de put el día que te enfades conmigo” (CJ, marzo 1936, 79).


lengua , dialecto, Max Weinreich

“No sufrirás como sufres metida en ese pueblo (Elda) que me figuro debe ser 
muy antipático” (CJ, abril 1936, 84). “A ti te parece feo ese pueblo por la misma razón que yo odio Madrid. Si estuviera yo en ese pueblo no te parecería tan horroroso, como a mí no resultaría tan odioso este si estuvieras tú aquí” (CJ, 5-mayo-1936, 86). “Me dan ganas de dejarlo todo por ir a verte y sorprenderte por esa calle de Colón o esa calle Nueva de tu maldito pueblo” (Elda) (CJ, 14-mayo-1936, 88).
“Tú no te desanimes y te pongas triste en ese cochino pueblo” (Elda) (CJ, 31-mayo-1936, 98). ¿Presentía Miguel Hernández que en ese maldito pueblo asesinarían vilmente al padre de Josefina?
En cambio, escribe: “Hasta demá, que decimos los valencianos. Un abrazo” (OC 2, CJosefina, marzo 1942, 1825). Esta es la única vez que trata con cierta simpatía irónica el idioma valenciano, pese a la trágica cercanía a su muerte.

Sobre la actitud peculiar de los oriolanos respecto al valenciano, afirma una 
escritora: “El habla de su pueblo (la pedanía oriolana del Raiguero de Bonanzamezclaba dos dialectos o formas de hablar distintas: la murciana y la valenciana-alicantina, ya que tan peculiar pueblecito se encuentra en la cola de la región valenciana a la que pertenece, pero a muy pocos kilómetros de la murciana, de ahí que las lenguas, culturas y costumbres se mezclaran, dando lugar así a un pintoresco y casi exclusivo modo de vivir” (GV, 18-19). La autora muestra un especial criterio ante las palabras que ella cree dialectales, las cuales suele encerrar entre comillas, frente a otras que no entrecomilla por estar ya generalizadas, si bien son igualmente dialectales murcianas.

El seseo


En cuanto al seseo típico oriolano o “murciano seseante” de origen valenciano, obsérvese lo que escribe Juan Guerrero Zamora, con referencia a Miguel 
Hernández: “En el horno, Miguel les recitaba sus poesías iniciales, ceceando y gesticulando, buen recitador, ingenuo y convincente” (Noticias sobre Miguel Hernández. Madrid 1951, 20). Entonces era general el seseo en Orihuela, que hoy la alfabetización masiva ha hecho que se pierda entre la gente joven. De ahí el ceceo
de Miguel Hernández, o sea, el esfuerzo por corregir su seseo natural, pronunciando correctamente el sonido interdental de los grafemas c y z.

Dado que el habla de Cox, incluído el seseo, es la misma de Orihuela, de 
donde dista unos 10 kms., por ello incorporo a veces al léxico coloquial de Miguel Hernández también el de Josefina, cuando no lo puedo documentar en él, por ser coincidentes los geolectos de ambos. “Hace unos días me encontré con un chico que hablaba como en nuestra tierra. Le pregunté si era de por allí, nos hicimos amigos y me dijo que era de Cox” (CJ, marzo 1936, 74).

“A ver cuándo mi niño dice cojiones como su tatarabuela o cojones como su 
madre cuando se pone fina y habla con la c” (OC 2, CJosefina, octubre 1939, 1715).– Este pasaje es harto confuso, pues no creo que Miguel Hernández se refiera a que Josefina decía ese palabro, más propio de carreteros y de rabalocheras, ya que el hablar con la c o cecear, en lugar del seseo típico oriolano, no tiene nada que
ver con ese rudo taco. / quizás cagondeuna ! /

Sólo resta un testimonio poético del seseo que Miguel Hernández emplearía 
hasta su adolescencia, cuando se propuso abandonar tal práctica. El patético poema, sembrado de -icos, entrevera el lenguaje rústico huertano, empleado por las dos protagonistas, madre e hija, con el lenguaje común que utiliza el poeta narrador. Las muestras de seseo están asignadas al habla de la hija moribunda: “¡Maere quería!... ven más serca… ¡Pos sea!... ascucha,... antes de alsarme de la camica… los sapaticos de tersiopelo… el pañolico de fina sea…dinde la fiesta… golviera, güelva…déjame ensima de la mesica… junto a la sequia… asahares.. a mis cabellos señía la dejas, mis ojos sierra… crusar la senda… los zapaticos de terciopelo, el pañolico de fina seda… la huertanica… (la madre al novio de la hija muerta)
¡Que no dispierte, que no dispierte! ¡Contigo sueña!” (OC 1, Postrer sueño, 1930, 122-123).

5. LÉXICO DUAL MURCIANO-CASTELLANO


Denomino así al léxico patrimonial que Miguel Hernández mamó y usó en su 
habla familiar antes de su segundo viaje a Madrid, y cuyo empleo no rehusó a veces en su primera etapa literaria, si bien finalmente acabaría rechazando. En esta doble serie de vocablos, contraponemos la forma dialectal murciana a la equivalente forma común castellana, de idéntico significado, pues en realidad se trata de sinónimos.

En cuanto al léxico dialectal, se advierte que le faltó tiempo y madurez, y por 
lo mismo, no se sintió con autoridad literaria, al estilo de Azorín y Miró, para intentar asumir y prestigiar ciertas voces regionales, palabra aragonesa como ababol, alhábega, aufádega y variáns en chapurriau , baladreusándolos frente a sus paralelos castellanos, amapola, albahaca, adelfa.

Ante el dilema, prefirió tirar por la borda el léxico dialectal, y abrazar el vocabulario común castellano, huyendo de la marca de poeta regional, con la que no quería ser etiquetado, puesto que él aspiraba al reconocimiento de poeta universal, al ser consciente de su valía.


Se ha subrayado el fracaso de la amistad entre García Lorca y Miguel Hernández, atribuida al contraste de sus vidas: “la marcada desigualdad de sus situaciones: el uno pobre provinciano y poeta incipiente; el otro en la cumbre del bienestar social y del prestigio intelectual. Éste refinado, culto, exquisito; el otro, inocente, pero rústico; voraz lector, pero poco instruido e incluso inculto” (IHM, 91).


No está mal recordar, y puede ser válido en muchos casos, que para evitar que 
la censura rompiera las cartas, como el mismo Miguel Hernández advierte en una ocasión, debió de eliminar palabras que resultaran ininteligibles para el censor o pudieran infundirle sospechas, como serían la mayoría de las privativas murciano-oriolanas. Tal vez esta sea la clave de por qué no usa, en las cartas a Josefina y familiares, términos dialectales más obvios y corrientes, pero que pudieran ser tenidas como palabras clave o en cifra.

Es interesante rastrear el proceso de formación del lenguaje culto y literario de 
Miguel Hernández, en su doble aspecto, el de descartar el léxico oriolano y el de sustituirlo por el castellano común. Tendría dos fases: una primera, de contraste de vocablos, según criterios subjetivos del poeta, hoy imposible de conjeturar. Esta lo llevaría a rehusar las voces coloquiales de su idiolecto. La segunda fase sería la positiva de adoptar el correspondiente vocablo culto. Hacia 1930 está muy avanzado el proceso de adquisición del léxico literario, que incluye el repudio de sus equivalentes dialectales.

He aquí la lista de términos dialectales, que ciertamente Miguel Hernández usó 
en su juventud, luego desechados. Los vocablos en negrita remiten al Vocabulario Dialectal Hernandiano, donde se documentan y explican minuciosamente.

ababol = amapola. – Usa más el segundo. Ababol aragonés.

abercoque = albaricoque. – Usa solo el segundo.
aguacate = níspero. – Usa sólo el primero.
alhábega = albahaca. – Usa más el segundo.
baladre = adelfa. – Usa raramente el primero. Nunca el segundo.
balsa = alberca – Usa los dos indistintamente.
boria = calina. – Usa sólo el segundo.
cabecera = almohada. – Usa más el primero.
cagarnera = jilguero.. – Usa sólo el segundo.
charamita = dulzaina. – Usa sólo el segundo
cherro = becerro. – Usa sólo el segundo
clueca = llueca – Usa sólo el primero
corcón = carcoma. – Usa sólo el segundo.
crilla = patata. – Usa raramente el primero. Siempre el segundo.
garrofa = algarroba . – Usa sólo el segundo.
jínjol = azufaifa – Usa sólo el segundo.
malacatón = melocotón – Usa sólo el segundo.
melón de agua = sandía – Usa sólo el segundo.
merla = mirlo – Usa los dos indistintamente.
monesillo = monaguillo – Usa sólo el segundo. / escolanet
oliva = aceituna. Usa los dos indistintamente.
olivera = olivo – Usa sólo el segundo. Nunca el primero
palera = chumbera – Usa los dos indistintamente.
panizo = maíz – Usa más el segundo.
pruna = ciruela – Usa más el primero.
pruno = ciruelo – Usa más el primero. / prunera
reluzángana = luciérnaga – Usa sólo el segundo.
toballa = toalla – Usa sólo el segundo.

Obsérvese que sólo utiliza voces dialectales de índole nominal, o sea, sustantivos referentes a objetos tangibles, como animales y vegetales, faltando verbos, 
excepto el específico y raro manchar.