233. LA MORA PEINADORA (SIGLO XIV. AQUILUÉ)
En Aquilué y los pueblos del contorno, así como en todo el Alto Aragón, ya en el siglo XIV las cosas de los moros sonaban a algo lejano y perdido en el tiempo. Sin embargo, todos tenían como algo propio, asimilado y querido el hecho de que pudiera convivir con ellos una joven mora encantada a la que, por estar encantada precisamente, no le pasaba el tiempo. Siempre tenía un aspecto joven y, además, cómo no, siempre era hermosa, muy hermosa.
Vivía la bella Aixa en solitario, sin más compañía que la de un fiel perro, en el «Forato de la Mora», es decir, en una cueva relativamente ancha y profunda que ella hizo confortable y habitable. Estaba tan enamorada de su tierra natal que se había resistido a abandonarla cuando todos los suyos decidieron, hacía ya muchos años, emigrar a la ciudad de Huesca, primero, y a Zaragoza, después. Como era habitual en el caso de todas las moricas encantadas, apenas se le veía a la luz del día, excepto al alba y al anochecer.
Aunque encantada y, por lo tanto, libre de las necesidades humanas y siempre joven, Aixa ansiaba con todas sus fuerzas que llegara el día de su desencantamiento. Eso ocurriría tan sólo cuando volviera a por ella algún joven moro, con quien se casaría y envejecería junto y a la vez que él. De momento, su única obsesión era atesorar dinero para aportarlo como dote al matrimonio de su liberación.
Para conseguir el dinero necesario, sólo salía de su cueva para peinar a una señora cristiana muy principal de la localidad que acudía diariamente cerca de la cueva. Lo hacía con tal esmero y con tanta delicadeza que la dama únicamente pensaba en el momento en el que cada día Aixa deslizaba su peine y tejía con sus delicados dedos unas hermosas trenzas. Y cada día, sobre un cestillo siempre limpio urdido con cañas, le dejaba a hurtadillas una pepita de oro como recompensa a su delicado y primoroso trabajo.
Ha pasado el tiempo y la mora es tan sólo un recuerdo en la memoria de unos pocos. Aunque lo han buscado, nunca se ha encontrado el oro atesorado en la cueva ni está ya en ella Aixa. Eso debe querer decir que llegó un día el moro de la liberación para llevársela, aunque tuvo que ser de noche, pues nadie reparó en la marcha de la morica encantada.
[Recogida oralmente.]
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